Surazo

POTOSI SE SUICIDA

Juan José Toro Montoya

Carente de industrias, la economía de la Villa Imperial de Potosí gira en torno a tres actividades: minería, comercio informal y turismo, en ese orden.

La minería es aleatoria y, por lo mismo, insegura. Así como tiene períodos de bonanza, puede llegar a carencias extremas como la del ’83, cuando el desplome del precio de los minerales estuvo a punto de dejar despoblada a la ciudad del Cerro Rico.

El comercio informal es simplemente un sustituto. Ante la falta de fuentes de trabajo, los desempleados se dedican a vender, así sea productos de contrabando. La actividad no tiene beneficios laborales y está muy vinculada a la minería porque tambalea cuando le va a mal a esta.

Frente a esa realidad económica, la única alternativa que tiene Potosí es el turismo, una actividad en la que pesan mucho los buenos servicios y la seguridad de los visitantes.

Desde hace años, los operadores de turismo se esfuerzan en ofrecer buenos servicios pero les cuesta recuperar sus inversiones porque falta lo otro: la seguridad.

Convertido en una actividad económica de primer orden, el turismo ha dejado de ser improvisado y se sujeta a programaciones rigurosas. Las agencias de viaje ofrecen paquetes con meses de anticipación—algunos hasta con años— porque se ha impuesto el sistema de pagar menos por comprar antes.

Y ahí es donde pierde Potosí. 

Hasta 2010, la ciudad había logrado colarse en la lista de destinos preferidos, así sea en los últimos lugares, y comenzó a recibir reservas de paquetes. Entonces sobrevino la huelga de los 19 días que mantuvo retenidos a turistas durante ese tiempo. La publicidad de los damnificados fue tan mala que los operadores debieron comenzar de cero.

Cinco años después, se había restablecido la confianza. Las agencias volvieron a recibir reservas pero el Comité Cívico Potosinista (Comcipo) declaró otra huelga que en esa ocasión llegó a 27 días. Una visitante argentina padecía problemas de salud pero ni así la dejaron salir. Fue necesaria la mediación de su Embajada para evitarle mayores perjuicios. Por eso no es de extrañar que los turistas que fueron retenidos juraron que no volverían a Potosí y le hicieron muy mala propaganda.

Ha pasado poco más de un año de aquella huelga y Comcipo decretó un paro de 24 horas. Sus razones son indiscutibles porque reclama atención del gobierno. El problema es que el método que utiliza es suicida porque atenta directamente a su única alternativa económica, el turismo.

En Europa y los países con alto índice de viajeros al exterior, Potosí ya es visto como un destino inseguro, una ciudad en la que se puede declarar un paro en cualquier momento y los turistas sufren las consecuencias de un conflicto que no les concierne. 

Para colmo, el día del paro ocurrió un hecho pantagruélico: un grupo de choque se fue hasta la mismísima Casa de Moneda para sacar, por la fuerza, a los visitantes al museo de ese repositorio. Los turistas se asustaron y permanecieron dentro hasta que la intervención de los reporteros consiguió que el grupo se aleje.

Con esa nueva muestra de barbarie no queda más que concederles la razón a las agencias de viaje que cancelaron la mayoría de las reservas que tenían para Potosí en esta semana. Entre los que desafiaron a su suerte estaban los que fueron intimidados en la Casa de Moneda. 

Comcipo debe luchar por las reivindicaciones regionales y eso incluye enfrentar a cualquier gobierno. El problema es que sus dirigentes parecen no encontrar otras medidas de presión distintas a los paros y bloqueos que le hacen daños irreparables a la industria sin chimeneas.

Para rematar, el paro de esta semana fue ejecutado precisamente en el Día Mundial del Turismo.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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EL HIJO DE BOLIVAR

Juan José Toro Montoya

Ya escribí este año, en esta misma columna, que hay dos tipos de existencia, la real y la jurídica. La real es la que puede percibirse mediante los sentidos mientras que la jurídica es la que se define por ley, generalmente mediante documentos.

Simón Bolívar es una de las más grandes figuras de la historia universal y, por ello, no es raro que se le atribuya varios hijos. No existe acuerdo entre los historiadores sobre la cantidad de amantes que tuvo ni mucho menos acerca de los hijos que pudo haber tenido. En su libro “Los amores de Simón Bolívar y sus hijos secretos”, Ramón Urdaneta hace una lista exhaustiva de sus posibles vástagos pero no aporta documentación sobre filiaciones.

Por eso, el caso del hijo que el Libertador pudo haber tenido en Potosí es, literalmente, único en su especie. Los libros cuentan que fue concebido como resultado de las relaciones que Bolívar tuvo con María Costas cuando estuvo en la Villa Imperial, en octubre de 1825.

El hijo se llamó José Costas y habría vivido buena parte de su vida en Caiza, población de la provincia Linares de Potosí, donde se juntó con Pastora Argandoña con quien tuvo tres hijos. En 1895, cuando ya tenía 69 años, se sintió viejo y enfermo así que decidió liquidar sus asuntos terrenales y se casó con la compañera de su vida. El detalle es que, al casarse, y en artículo mortis, declaró al cura, David Padilla, que era hijo de Simón Bolívar. Y el otro detalle es que el sacerdote puso el dato en la partida y así generó la única prueba documental sobre un hijo del Libertador.

¿Homónimo? ¡No! La historia del romance de Simón y Joaquina era, y es, demasiado conocida como para pensar en un equívoco. El Simón Bolívar a que se refiere la partida de matrimonio de José Costas es, en efecto, el mismo al que Bolivia le debe su nombre.

Por otra parte, hay que considerar que en el siglo XIX los sacerdotes eran fedatarios de los actos de las personas así que, para incluir algo tan importante como la paternidad en una partida, pedían pruebas. Es lógico que Padilla también lo haya hecho.

El tema salió a flote esta semana por la publicación de la primera fotografía de la famosa partida, que se conserva celosamente en el archivo parroquial de Caiza. La foto fue obtenida por Teresa Campos Costas, descendiente de José.

Se trata de la partida original que, como me confirman historiadores y abogados, es un documento válido que, por lo menos legalmente, prueba que sí, que Bolívar tuvo un hijo en Potosí.

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ESTADO FALLIDO

Juan José Toro Montoya

Al referirse a la dimensión de la pobreza que soportó Bolivia desde su fundación, muchos coinciden en que esta se debió a la mala planificación del Estado surgido en 1825.

Y es que, por una parte, este país sí tenía vocación de Estado porque así lo demostró desde que comenzó a perfilarse como unidad política pese a la diversidad y desconexión de las naciones existentes en su territorio.

Los pueblos indígenas de tierras altas estaban conectados por una red caminera que se utilizaba fundamentalmente para el transporte de sal y los alimentos que se adquirían mediante el trueque. Los de tierras bajas estaban aislados pero existen reportes de incursiones desde occidente con clara intención de incorporarlos a las sociedades prehispánicas.

La identificación de este territorio como uno solo permitió el establecimiento de una unidad jurisdiccional conocida como Audiencia y Cancillería Real de la Plata de los Charcas, o Audiencia de Charcas, cuyos límites fueron problemáticos, por la región oriental, pero lo suficientemente claros como para individualizarlo. Esa fue la base territorial para la creación de Bolivia.

Pero la fundación de este país no fue solo el resultado de un proceso histórico y sociológico sino, fundamentalmente, el de la maquinación de un grupo de personas que pasaron a la historia como “los doctores de Charcas”. Encabezados por Casimiro Olañeta, estos letrados consiguieron hacerse del control político de Charcas antes de que el ejército colombiano, encabezado por Sucre, ingresara a nuestro territorio. La historia, incluso la oficial, dice que Olañeta convenció a Sucre, primero, y a Bolívar, después, de que los habitantes de Charcas no querían formar parte de los Estados que habían quedado libres para entonces sino constituirse en una república independiente.

Sucre cayó en el juego y permitió que los representantes de las provincias de Charcas se reúnan en una asamblea deliberante que fue la que decidió la creación de Bolivia. La composición de esa asamblea es una clara muestra de la hegemonía política de entonces ya que la mayoría era gente adinerada que poco o nada había hecho en la lucha por la libertad. De los guerrilleros, el único presente fue José Miguel Lanza y los combatientes solo estuvieron representados por Melchor Daza. Los indios estuvieron excluidos de las deliberaciones, como después de la vida política nacional. 

El principal orador y expositor de la propuesta de independencia fue Olañeta mientras que uno de sus allegados, José Mariano Serrano, fue el presidente y redactor de una escueta declaración en la que no se expone motivos políticos ni ideológicos, menos aún sociológicos. Eso sí, se hace hincapié en que era interés de los diputados “no asociarse a ninguna de las repúblicas vecinas” y erigirse en “un Estado soberano e independiente de todas las naciones”. Así se fundó Bolivia, al margen de las grandes mayorías nacionales.

Esta semana, el viceministro de descolonización, Félix Cárdenas, me hizo recordar esos detalles fundacionales cuando criticó al Estado surgido en 1825. “Ellos querían ser europeos”, me dijo y la prueba de ello es que la capital de la nueva República, Sucre, copió muchos de los modelos parisinos que hoy son parte de los atractivos del parque Bolívar.

Sí. La Bolivia de 1825 fue la expresión del poderío de una clase criolla que manejó el país desde entonces y, con excepciones que confirmaban la regla, lo manejaron mal.

La prueba de su improvisación es que, como apuntó Enrique Finot, el nuevo país nació con mar pero sin puertos.

 

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INJUSTICIA MANIFIESTA

Juan José Toro Montoya

En un mundo ideal, la justicia debería ser administrada por jueces honestos y probos que, actuando sin presiones, apliquen la ley no solo como letra muerta sino como instrumento para mejorar la sociedad. En la antípoda de ese idealismo están los jueces politizados, aquellos que dependen del poder y le sirven aún a costa de la justicia.
Pero hay jueces todavía peores, los políticos; es decir, aquellos que, sin ser abogados ni parte del Poder Judicial, tienen el poder de impartir justicia. Estos últimos fueron los que juzgaron y, finalmente, destituyeron a la ahora ex presidenta del Brasil, Dilma Rousseff.
El proceso al que fue sometido no era judicial sino enteramente político.  Se llama “impeachment”, se origina en el derecho anglosajón y no tiene traducción al español. Sus equivalencias son impugnación, impedimento, acusación pública, moción de censura y juicio político. Por su carácter político, los juzgadores no son jueces sino diputados y senadores. No existe ninguna garantía de que por lo menos una buena parte de esas dos cámaras esté integrada por abogados.
Un tribunal de esas características fue el que decidió la destitución de Rousseff. Curiosamente, la expresidenta no fue procesada por corrupción, ni siquiera por algún otro delito grave en el ejercicio de sus funciones, sino por haber “maquillado” el déficit presupuestal para mostrar que la situación económica del Brasil no era tan grave.
Pero esos no son los únicos detalles que demuestran que esa destitución es un acto de injusticia manifiesta. Además de que Dilma no fue juzgada por jueces; es decir, técnicos en la administración de justicia, resulta que fue literalmente procesada por reos; o sea, por demandados en juicios. La Cámara de Diputados tiene 513 integrantes y, según la organización no gubernamental A Transparência Brasil, un total de 303, que representan el 59,06 por ciento, tienen procesos o condenas judiciales. La Cámara de Senadores, que fue la juzgadora técnica, tiene 81 miembros y 49 de ellos (el 60,49 por ciento) son procesados por delitos mucho más graves que los que fueron imputados a Rousseff.
Un punteo de las acusaciones ocuparía mucho espacio así que solo mencionaré algunas: En diputados, Paulo Maluf, acusado de haber desviado 11 millones de dólares de los fondos públicos, tiene varias condenas encima y hasta hace poco era buscado por Interpol; Eder Mauro es juzgado por el Supremo Tribunal Federal por un caso de tortura en el que las víctimas son un niño y su padre y Afonso Hamm es uno de los muchos parlamentarios involucrados en el escándalo de sobornos de Petrobras. Pero el caso emblemático de la Cámara Baja es el de Eduardo Cosentino da Cunha, que fue acusado por la Procuraduría de corrupción pasiva y lavado de dinero y suspendido de su cargo el 5 de mayo. Era el principal acusador de Rousseff.
En Senadores el panorama es parecido. Allí está Fernando Collor de Mello, el expresidente procesado por corrupción en 1992 y ahora acusado de recibir millonarios sobornos, como buena parte de sus colegas.
Ese fue el tribunal que juzgó a Dilma, una exguerrillera que luchó contra las dictaduras.
Debido a que es ajeno a su naturaleza, un tribunal político no emite sentencias jurídicas sino políticas. Si el juicio a Dilma Rousseff hubiese sido técnicamente justo, no debió aplicársele la sanción máxima que es la destitución. Pero el juicio fue político, con un propósito ajeno a la justicia, así que se la sentenció como si hubiera cometido un delito muy grave. Para la historia, el verdadero crimen será su sentencia.  

     

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ENCUESTAS E HISTORIA

Juan José Toro Montoya

Una encuesta de Equipos Morisobre el mejor presidente de Bolivia, difundida por el Ministerio de Comunicación, ha provocado una polémica en las redes sociales que se explica por la característica de esas consultas: cuestión de gustos.
El Diccionario de la Real Academia Española define una encuesta como un “conjunto de preguntas tipificadas dirigidas a una muestra representativa de grupos sociales, para averiguar estados de opinión o conocer otras cuestiones que les afectan” así que, generalmente, las respuestas reflejan situaciones subjetivas o estados de ánimo de las personas consultadas.
El valor de una encuesta no solo se mide por el tamaño de la muestra sino también por los grupos sociales a las que está dirigida. Una encuesta electoral, por ejemplo, se dirige a toda la población votante que en Bolivia son los mayores de 18 años. Como todos tienen derecho a votar, no se hace mayores distinciones.
Pero existen encuestas que, por sus características, solo se puede hacer en ciertos grupos sociales. Si la pregunta principal es “¿cuál es el mejor edificio de la ciudad?”, todos pueden ser consultados pero sus respuestas no son igualmente válidas ya que el ciudadano común opinará según su criterio pero los urbanistas, arquitectos, ingenieros y albañiles responderán de manera cualificada.
Si al ciudadano común se le pregunta quién es, a su juicio, el mejor presidente de Bolivia, este responderá según sus gustos o memoria inmediata así que no abarcará un periodo significativo de tiempo. Si, en cambio, se le hace la misma pregunta a un historiador, un profesor de Historia o un cientistasocial, las respuestas serán válidas porque seguramente abarcarán todo el periodo republicano.
Bolivia tuvo 65 presidentes y deben ser muy pocos los ciudadanos comunes que los conozcan a todos. La mayoría cree, como un ejemplo de su poca ilustración, que el tercer presidente fue Andrés de Santa Cruz cuando en realidad fue el sexto. Entre Sucre y Santa Cruz estuvieron José María Pérez de Urdininea, José Miguel de Velasco y Pedro Blanco pero este es un dato muy poco conocido.
Existieron presidentes prácticamente desconocidos como Sebastián Ágreda, Felipe Segundo Guzmán o Tomás Monje. La mayoría de la población boliviana no los conoce y, a decir verdad, no tiene por qué hacerlo ya que esa es obligación de quienes se dedican al estudio de la Historia.
Pero, al igual que en el caso del mejor edificio u otros que necesitan respuestas cualificadas, también entre los especialistas pesan mucho las valoraciones, cuestiones subjetivas y, en definitiva, los gustos sobre los que no hay nada escrito. Así, existen historiadores como Carlos Mesa que le dan más valor a Andrés de Santa Cruz que a Bolívar y Sucre. Muchos de sus colegas podrán estar en desacuerdo pero, si se lee las razones del expresidente, se encontrará que tienen bastante peso. A mí, que no soy historiador pero debo estudiar Historia en atención a mi trabajo periodístico, no me gusta el mariscal de Zepita y también tengo mis razones. Jodido como soy, también les encuentro peros a Bolívar y Sucre y, en cambio, valoro mucho la honestidad de José María Linares. Cuestión de gustos.
Por ello, una encuesta sobre el mejor presidente de Bolivia solo tendría valor si estuviera dirigida a personas que tienen conocimientos sobre la Historia de nuestro país. Como todo indica que se hizo en un universo general, entre ciudadanos comunes, no hay que darle demasiada importancia a la que fue difundida por el Ministerio de Comunicación.

 

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LOS HIJOS DE BOLÍVAR

Juan José Toro Montoya

La supuesta esterilidad de Simón Bolívar es uno de los temas que los historiadores barajaron bajo la forma de un secreto a voces. Muchos hablaron sobre el tema pero ninguno llegó a publicar nada. En 2008, en Colombia, el entonces presidente de la Academia de la Historia del Valle, Carlos Alberto Calero, agitó el avispero al afirmar que sí, que “Bolívar era estéril”. Falleció en 2013 sin llegar a probarlo.
En cambio, son más las teorías que apuntan a lo contrario; es decir, a la posibilidad de que haya tenidos hijos sin reconocerlos debido a su promesa de no volver a casarse. Entre los muchos que hablan de su descendencia están Vicente Lecuna, Cornelio Hispano, José María Espinosa, Ricardo Palma, Antonio Maya, Tomás Cipriano de Mosquera, José Fulgencio García, Antonio Cacua Prada, Héctor Muñoz y Jorge Meléndez.
Entre los supuestos hijos del Libertador figuran varios colombianos: Miguel Simón Camacho, nacido de Ana Rosa Mantilla, una nativa de Piedecuesta; el sacerdote Segundino Jácome, habido en Cúcuta con Lucía León, y una mujer que hasta llevaba su apellido, Manuela Josefa Bolívar Cuero. Sobre esta última, Calero proclamó que era “una fábula”.
Pero otros fueron más lejos. Cacua Prada llegó a afirmar que Flora Tristán, la fundadora francesa del socialismo, fue hija de Bolívar con Teresa Laisney y la concibió antes de casarse con María Teresa Rodríguez del Toro.
Pero el único caso del que no solo existen referencias históricas o teorías sino hasta pruebas documentales es el de José Costas, nacido en Potosí, Bolivia, de la relación que el Libertador tuvo con María Joaquina Costas Morando.
Como se sabe, Bolívar estuvo en Potosí durante casi todo el mes de octubre de 1825. Allí conoció a María Joaquina que, según el historiador Luis Subieta Sagárnaga, lo alertó de una conspiración para matarlo. Luego de desbaratar la conjura, el Libertador sostuvo un fugaz romance con ella y, como fruto de ello, nueve meses después nació un niño. La diferencia entre este y los otros supuestos hijos es que Bolívar no solo supo de la existencia del nacido sino que la admitió. Según refieren varios autores, Bolívar le confidenció a su edecán, Luis Perú de Lacroix, en 1828, que “el Potosí tiene para mí tres recuerdos: allí me quité el bigote, allí usé vestido de baile y allí tuve un hijo”. En su “Historia secreta de Bolívar”, Cornelio Hispano afirma que el Libertador incluso llegó a conocer a su hijo porque encomendó a José Miguel de Velasco que recogiera al niño y a su madre de Potosí y los condujera a la quinta La Magdalena, donde él se encontraba en ese momento.
En el caso de José Costas, Subieta transcribió tanto su partida matrimonial como su certificado de defunción. Aparentemente, ambos sacramentos fueron celebrados el mismo día debido a que el novio estaba moribundo. Subieta agrega que “la partida de bautismo no ha podido ser encontrada por el desorden en que están los archivos parroquiales de aquella época”.
Según una certificación expedida el 8 de mayo de 2012 por el párroco del templo del Espíritu Santo de Caiza “D”, Julián Quispe Espinoza, la partida matrimonial existe y su texto concuerda con el transcrito por Subieta. El documento dice que José Costas era “hijo natural de la señora finada María Joaquina Costas y del finado señor Simón Bolívar”.
Se trata de una prueba documental, que es determinante en Historia, así que, más allá de teorías y elucubraciones, hay que aceptar que, aunque sea en los papeles, el Libertador dejó un hijo en Potosí y, como prometo escribir más adelante, tuvo numerosa descendencia.

 

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BOLÍVAR, EL ENAMORADO

Juan José Toro Montoya

Tan grande es la figura del libertador que es imposible pasar una larga temporada sin volver a él, a repasar su vida, su figura, sus obras…
Me pasó cuando investigaba la historia del periodismo en Bolivia y, gracias al maestro Luis Ramiro Beltrán, descubrí al Bolívar periodista, a aquel que le dio a la imprenta la misma utilidad que a los demás pertrechos de guerra, que fundó periódicos y escribió con seudónimo en varios de ellos.
Lo vi, encarnado por el actor Roque Valero, en la película “Bolívar, el hombre de las dificultades” en la que, todavía con el bigote que solo se afeitó en Potosí, desvió el navío que lo llevaba a la reconquista de Cartagena para ir al encuentro de Josefina Machado, uno de sus más célebres amores. Pero la cinta no solo muestra el desmedido gusto que el libertador tenía por las mujeres sino también su practicidad porque la famosa Pepita no lo esperaba con las manos vacías: le había llevado una imprenta y, por su reacción, se puede deducir que esta fue la principal razón de su desvío.
Los soldados a los que lideraba entonces lo tacharon de loco pero él sabía el poder que tenía la palabra y por eso utilizó a la imprenta como un arma. Beltrán explica que, además de difusora de ideas, el libertador le asignó a la prensa el papel de fiscalizadora del gobierno. Ignacio de la Cruz escribió que Bolívar no concebía que los gobernantes utilicen su poder para apropiarse de los fondos públicos y, por ello, había propuesto “despedazar en los papeles públicos a los ladrones del Estado”.  
Como la mayoría sabe, Simón Bolívar nació el 24 de julio de 1783 y se convirtió en el libertador de lo que hoy son seis naciones. En un estudio para elegir al hombre más importante del siglo XIX, la BBC estableció que peleó en 472 batallas y solo perdió seis de ellas; cabalgó 123 kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco de Gama juntos; llevó las banderas de la libertad por 6.500 kilómetros lineales, casi media vuelta a la Tierra, y recorrió diez veces más distancia que Aníbal, tres veces más que Napoleón y el doble de Alejandro Magno.
Fue, indiscutiblemente, la mayor figura de la historia de Bolivia pero lo que pocos saben es que, para coronar tantos logros, tuvo que atravesar múltiples dificultades e imponerse en todas ellas. Dedicó su vida a la lucha por la libertad porque ya no tenía por quién más vivirla. Cuando apenas tenía 17 años se enamoró de tal forma que se casó con su amada, María Teresa Rodríguez del Toro, un par de años después. El 22 de enero de 1803, su esposa moría consumida por la fiebre amarilla. Tanto la amó y de tal manera que, destrozado por el dolor, juró que no volvería a enamorarse y menos se casaría de nuevo. En el maremagno de su dolor se refugió en los libros y en su maestro, Simón Rodríguez, quien lo forjó para convertirse en el libertador.
Demostró que tenía honor porque cumplió, uno por uno, los juramentos que hizo, desde no volver a enamorarse ni casarse hasta liberar a América del yugo español. Las múltiples amantes que tuvo, porque fueron incontables, llenaban sus necesidades humanas, comenzando por la de cariño, pero no hizo promesa de matrimonio a ninguna.
Los historiadores del pasado nos mostraron a un Bolívar occidentalizado, romanizado, más como un dios griego que como el mestizo americano que era. Hoy sabemos que fue tan humano como nosotros pero, pese a ello, supo imponerse por encima de todo. Amó como pocos y eso lo hizo extraordinario. Los que solo saben de odio son tan vulgares que nunca serán pastores, solo rebaño.

 

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PRESIDENTE IGNORANTE

Juan José Toro Montoya

No creo en la leyenda negra de la conquista. A estas alturas del siglo XXI, ya ha quedado establecido que los primeros españoles que llegaron a esta parte de América lograron conquistarla sobre la base de alianzas con nobles y jefes indios que estaban descontentos con el régimen del incario.
Cierto. Los españoles no masacraron etnias enteras, como los ingleses en Norteamérica, pero igual se adueñaron de tierras, explotaron los recursos naturales existentes en ellas y se llevaron casi todo lo extraído.
Cierto. Los españoles no cometieron las atrocidades que la mayoría cree pero fueron usurpadores, porque fueron ellos quienes ejercitaron el poder en una tierra ajena, y ladrones, porque se llevaron los recursos naturales de esa tierra ajena.
El 25 de mayo de 1809 y 1810 se levantaron Chuquisaca y Buenos Aires, respectivamente. El pronunciamiento era en defensa del rey Fernando VII, preso por los franceses en Europa, pero ese era un pretexto porque lo que en realidad buscaban los revolucionarios era provocar una situación de rebeldía para librarse de los españoles. Argentina dio la mayor muestra de ello cuando Juan José Castelli se puso al frente del Ejército del Norte, ingresó a Charcas, mandó a fusilar a los jefes realistas y propuso la reconstitución del Tawantinsuyo.
Con esos antecedentes, resulta sorprendente que el presidente de Argentina, Mauricio Macri, haya invitado a los actos de conmemoración del bicentenario de la independencia de ese país, celebrados el 9 de julio, nada menos que al rey emérito de España, Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias.
Y como si la invitación no hubiese sido suficiente, Macri cometió uno de los mayores exabruptos de la historia argentina al decirle a su “querido rey” que los independentistas argentinos de 1816 “debieron sentir angustia de separarse de España”. ¿Cómo se explica semejante error? ¿Será que Macri, de origen italiano como su “querido rey”, no conoce la historia de su país?
Los historiadores argentinos saben que la declaración de independencia del 9 de julio de 1816 estableció “el clamor del territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España”. ¿Cómo es que, 200 años después, se puede decir algo diametralmente distinto?
Puede que una explicación sea que las raíces del señor Macri no son precisamente americanas. Él es hijo de un inmigrante romano mientras que su actual esposa, Juliana Awada Baker, lo es de un libanés. Pero, históricamente, sus vínculos con España aparecen con su segunda esposa, Isabel Menditeguy Vergara del Carril, que proviene de una larga línea de navarros; y la primera, Yvonne Bordeau Martínez, descendiente nada menos que del fundador de Buenos Aires y Santa Fe, Juan de Garay.
Un historiador argentino, Guillermo Carlos Delgado Jordán, investigó también al entorno de Macri y encontró que la mayoría, si no todos, son o provienen de “los dueños de Argentina”; es decir, “propietarios del campo, del aparato financiero y de la industria nacional” que están vinculados a las antiguas familias patricias argentinas que dominaron en ese país en los siglos XIX y XX. Los resultados de su investigación están en el trabajo inédito “Los primos” que, si se publicara, aclararía muchas de las cosas que actualmente suceden en Argentina. 
Yo no soy argentino y, por tanto, no debería opinar sobre lo que pasa en ese país pero la declaración del 9 de julio incluía también a Charcas, hoy Bolivia. Cuando besó las reales posaderas, el señor Macri incluyó a todos los involucrados en ese proceso independentista.

 

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PRIMER GRITO LIBERTARIO

Juan José Toro Montoya

Demostrando una ignorancia alarmante, la Cámara de Diputados programó un homenaje al 16 de Julio de 1809 considerando a la fecha el “primer grito libertario en América Latina”. Desde luego, la falsedad provocó la reacción inmediata de Sucre que revirtió las cosas recordando su gesta libertaria del 25 de Mayo de ese año.
Me gustaría decir que Sucre tiene razón. Viví en esa ciudad lo suficiente como para conocer su dolor por el robo de su capitalidad y por eso respaldo esa reivindicación. No obstante, lo que encontré en mis lecturas de historia me obliga a cuestionar lo de “primer grito libertario”.
Para muchos, el “primer grito…” fue el de José Gabriel Condorcanqui que se sublevó en Tinta, hoy Perú, el 4 de noviembre de 1780 y adoptó el nombre de Tupaj Amaru II. Sin embargo, el alzamiento de Tomás Katari es anterior porque se produjo el 12 de agosto de ese año en Macha, Potosí, hoy Bolivia.
La rebelión de Katari tiene, incluso, antecedentes en 1777 pero, si de fechas se trata, es posible encontrar los siguientes alzamientos y acciones de resistencia anteriores tan solo en territorio boliviano: la de Juan Vélez de Córdoba (Oruro, 1739); Alejo Calatayud (Cochabamba, 1730); Juan de Vega y Antonio Gallardo (La Paz, 1661); Alonso Yáñez (Potosí, 1612); las de Gonzalo Luis de Cabrera y Juan Díaz Ortiz (La Plata y Potosí, respectivamente, 1599) y la de Chaki Katari (Cantumarca, Potosí, 1545).
De Santa Cruz no tengo fechas precisas pero los informes que el gobernador intendente de Cochabamba, Francisco Viedma, enviaba al virrey de La Plata, incluso en 1788, daban cuenta que en esas tierras existía un estado de insurrección permanente.
Pero todo esto fue en territorio de Charcas, hoy Bolivia, ya que en el resto de las colonias también se registraba levantamientos periódicos.
El más importante, y el que sí merece llamarse “primer grito libertario”, es el que estalló en Cusco, Perú, el 3 de noviembre de 1536, cuando el hasta entonces gobernante títere de los españoles, Manco Inca, encabeza un alzamiento que toma aquella ciudad y la mantiene sitiada durante casi un año. Este alzamiento no fue una simple acción de resistencia sino el resultado de una compleja estrategia elucubrada por el hermano de Manco, Paullu Inca, y los orejones, los nobles del incario. Utilizaron toda la información disponible en ese momento, como el traslado de naves y tropas españolas, para planificar la rebelión cuyos objetivos eran echar a los españoles, primero, y restaurar el Tawantinsuyu, después.
Las acciones no se limitaron al Cusco sino que abarcaron Lima y la Sierra Central del Perú. El líder principal de los ejércitos del inca fue Kisu Yupanqui quien murió en el asalto a la ciudad de los reyes.
En 1538, las fuerzas indias de la Sierra Central son derrotadas y Manco Inca se repliega con su ejército hasta Vilcabamba donde se establece un territorio libre e independiente que gobierna hasta 1545, cuando lo asesinan los almagristas. Lo suceden hasta tres gobernantes: Sayri Tupac, Titu Cusi Yupanqui y Tupaj Amaru I.
En1572, las tropas del virrey Toledo derrotan a las de Tupac Amaru I quien es condenado a morir decapitado y, de esa manera, se pone fin a un proyecto libertario que duró 36 años. Más de dos siglos después, en 1780, José Gabriel Condorcanqui toma el nombre de aquel que fue, en efecto, el último inca del Tawantinsuyo.
Por el tiempo que demandó su preparación; por sus objetivos y por los años que duró la insurrección, la rebelión de Manco Inca, que estalló en 1536, fue, salvo prueba en contrario, el primer grito libertario de Sudamérica.

 

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ASURDUI

Juan José Toro Montoya

El 12 de julio es la fecha que los historiadores del pasado eligieron para conmemorar el nacimiento de Juana Azurduy de Padilla.
Y digo “eligieron” porque hoy, con el suficiente respaldo documental, ya se sabe que la mujer más heroica de nuestra historia no nació en esa fecha sino un poco antes, en enero de 1780.
El dato no es nuevo pero es sistemáticamente resistido por algunos círculos de la sociedad chuquisaqueña que, por razones desconocidas, prefiere dejar las cosas tal como están y no corregir un equívoco histórico.
El error fue el resultado del hallazgo de una partida de bautismo, la de Juana Azurduy Bermúdez, que señalaba que la bautizada nació en La Plata el 12 de julio de 1780. Por el nombre, los historiadores se dieron por bien servidos y proclamaron la fecha. No les importó que en el acta de matrimonio con Manuel Asencio Padilla el nombre de la heroína apareciera como Juana Asurdui Llanos, con “s” e “i”.
Investigadores como Hugo Canedo, Fernando Suárez, Juan José Leñero, William Lofstrom y Mario Castro advirtieron del error y hasta anunciaron que la partida de la verdadera Juana había sido encontrada. No les hicieron caso y siguieron celebrando el 12 de julio.
Este año, Norberto Benjamín Torres, cuyas investigaciones han arrojado nuevas luces sobre héroes como Padilla y Vizente Camargo, con “z”, publicó el libro “Juana Asurdui de Padilla. La historia detrás de la leyenda” que tiene la virtud de disipar cualquier duda al respecto.
Torres no hace afirmaciones taxativas pero exhibe hechos y, lo que es más importante, la documentación que prueba cuanto escribe. Así, sabemos que la Juana Asurdui Llanos que se casó con Asencio Padilla el 19 de mayo de 1799 es, en efecto, la heroína, nuestra Juana, la coronela, la mariscala, la Juana de América que se merece todos nuestros homenajes.
Y lo prueba armando no solo la biografía documentada de esa figura histórica sino también su árbol genealógico y hasta la historia judicial de sus propiedades. Con los datos que aparecen en los documentos, no hay duda posible sobre su identidad.
Se caen algunas versiones, es cierto, pero no desaparece el tronco de la historia que es el heroísmo demostrado por una mujer que no dudó en montar a caballo y empuñar una espada para luchar por la libertad. Se caen algunos mitos y arrastran hasta los retratos en los que se la representa con uniforme militar.
Queda saber por qué sus biógrafos prefirieron una fecha en vez de buscar el acta de bautismo de la verdadera Juana. Quizás el hecho de que en la partida de la verdadera Juana no haya una fecha precisa de nacimiento les desalentó porque no les daba la oportunidad de celebrar con precisión. Curiosamente, los historiadores que más se ocuparon de ella fueron potosinos, Samuel Velasco Flor, Joaquín Gantier Valda y Valentín Manzano Castro. Los tres se dejaron llevar por su admiración a la mujer, a la heroína, al personaje, y contribuyeron a construir una imagen más cercana a la leyenda que a la realidad. Torres infiere que Gantier y Manzano “sabían de la existencia de tan importante documento” (la verdadera partida de bautismo) pero “prefirieron seguir adelante cargando con las consecuencias de ello. Es decir, seguir homenajeando, cada 12 de julio y en cualquier oportunidad a una homónima, que no era la esposa de Manuel Asencio Padilla”.  
Ahora resta corregir el error de la fecha de nacimiento. La partida verdadera dice que se bautizó el 26 de marzo de 1780 y tenía dos meses de nacida. Habría que convenir, entonces, que nació el 26 de enero.

 

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