Surazo

Rodríguez Veltzé

Juan José Toro Montoya

Muchos creen que Enrique Eduardo Rodríguez Veltzé fue el presidente solución, aquel que posibilitó la salida a la crisis que estalló con la guerra del gas de 2003 y se prolongó hasta la renuncia de Carlos Mesa, en 2005.

La lucha política no solo se libró en las calles sino en los escenarios de los tres poderes del Estado. Por eso, no es de extrañar que haya tenido particular fragor en la Corte Suprema de Justicia (CSJ).

En marzo de 2004, el entonces presidente de la CSJ, Armando Villafuerte Claros, cumplió su mandato de dos años. Lo que correspondía era elegir un nuevo presidente pero existía un impedimento: el artículo 117 de la anterior Constitución Política del Estado establecía que “el Presidente de la Corte Suprema es elegido por la Sala Plena por dos tercios de votos del total de sus miembros”. En la anterior normativa, la CSJ estaba integrada por 12 ministros así que eran necesarios ocho para tener dos tercios. Cuando Villafuerte cesó en su mandato, la Suprema tenía cinco acefalias así que solo estaba integrada por siete magistrados. Al no poder elegir constitucionalmente otro presidente, se producía la figura del impedimento temporal que, según señalaba el artículo 53 de la Ley de Organización Judicial (LOJ) de entonces, daba paso a la suplencia que debía ejercer el ministro más antiguo, también llamado decano.

En aquel marzo, el decano era el potosino Kenny Prieto Melgarejo y lo que correspondía era que asuma la presidencia de la corte suprema, incluso automáticamente, pero Rodríguez Veltzé pidió que se aplique otro artículo de la vieja LOJ, el 65, que planteaba elegir al suplente por mayoría absoluta.

El diario El Potosí —que todavía dirijo, para pesar de muchos— leyó la situación correctamente: en la corte suprema no solo se estaba jugando la presidencia del Poder Judicial sino la de la República. La guerra del gas había provocado la renuncia de Sánchez de Lozada quien fue reemplazado por su vicepresidente, Carlos Mesa. Hasta marzo de 2004, la orfandad política del sucesor y sus constantes anuncios en ese sentido hacían presagiar que él también renunciaría. Desprestigiados como estaban sus partidos en ese momento, la gente jamás aceptaría que el presidente del Senado, Hormando Vaca Díez, o el de la Cámara de Diputados, Mario Cossío, ambos del MIR, asuman el mando del Estado. Entonces sí… no era descabellado pensar que el presidente de la Corte Suprema sea el ungido.  

Con el marco de ese razonamiento, y pasando por encima de la Constitución, Rodríguez fue elegido presidente de la CSJ con apenas cinco votos. En esa condición me llamó desde Sucre para reclamar por las publicaciones del periódico y, particularmente, por el contenido de la columna “Surazo” del 18 de marzo de 2004, que se refería a este tema. Aseguró que no tenía ningún afán “en relación a una potencial sucesión presidencial”.

Pero llegó junio de 2005 y cuando Carlos Mesa hizo realidad sus anuncios de renunciar a la primera magistratura del Estado, Hormando Vaca Díez se aprestaba a sucederlo. Fue cuando hubo una reacción de resistencia y los mineros marcharon hacia Sucre para impedirlo. En una acción no clarificada hasta hoy, uno de esos mineros, Carlos Coro Mayta, murió de un balazo. Tras ese fallecimiento, la situación política se hizo insostenible y tanto Vaca Díez como Cossío renunciaron a la sucesión presidencial dejando el paso al de la corte suprema. Enrique Eduardo Rodríguez Veltzé asumió el cargo.

Ahora, casi13 años después, muchos creen que fue el presidente solución. Yo todavía dudo que haya sido constitucional.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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Cuando la muerte no iguala

Juan José Toro Montoya

La sentencia bíblica “polvo eres y en polvo te convertirás” (Génesis 3:19) nos recuerda que todos los seres humanos somos iguales pues nacemos y morimos de la misma forma. No importa cómo haya sido nuestra vida, al morir nuestro cuerpo se corrompe y termina por deshacerse.

Así, nuestra humanidad nos iguala y cualquier pretensión de superioridad o inferioridad no tiene asidero. La evidencia científica respalda esa igualdad de inicio y fin pero… ¿hasta qué punto es evidente?

Todos nacemos y morimos de la misma forma pero no todos quedan en la memoria colectiva. A lo largo de la historia existieron personas cuyas acciones las hicieron memorables y por ello las recordamos pese al paso del tiempo. Y de esos existieron muchos: desde los guerreros como Alejandro Magno, Julio César y Simón Bolívar hasta humanistas de la talla de Buda, Gandhi o el mismo Jesucristo.

Pasar a la historia no es sencillo porque incluso en las gestas colectivas unos brillan más que otros. En las campañas militares participan muchos pero pocos son los que ganan la gloria, la inmortalidad de ser recordados incluso más allá de la muerte.

Tampoco se pasa a la historia solo por acciones grandiosas. Muchas de las figuras más conocidas lo son por sus atrocidades, por haber matado a gran cantidad de personas o haberles causado sufrimiento. En esa lista figuran, como ejemplo, Nerón, a quien se acusa de haber incendiado Roma; Adolf Hitler, culpado por la muerte de millones de judíos, o Vlad Tepes cuya crueldad dio origen al mito de Drácula.

El 25 de noviembre recién pasado falleció Fidel Alejandro Castro Ruz, el líder de la revolución cubana. Aún antes de morir, el mítico barbudo ya había pasado a la historia no solo por haber derrotado a la dictadura de Fulgencio Batista sino por haber confrontado al poder de Estados Unidos incluso hasta sus últimos minutos y convertirse en símbolo de resistencia.

¿Qué si hizo cosas malas? ¡Desde luego! Ni siquiera la férrea censura del régimen castrista pudo evitar que se filtrara detalles tanto de su vida privada como de su riqueza. Si bien Castro logró rebatir a la revista Forbes, que estimó su fortuna en 900 millones de dólares, no consiguió despejar los rumores desatados tras la publicación de “La vida oculta de Fidel Castro”, el libro de su exguardaespaldas Juan Reinaldo Sánchez.

El infidente no era simplemente un cuidador. Abogado, cinturón negro en karate y judo, fue teniente coronel del Ministerio del Interior de Cuba y dedicó 26 años de su vida a la seguridad de Castro. En su libro, afirmó que el líder de la revolución cubana tenía más de 20 mansiones, toda una marina de yates y hasta una paradisíaca isla privada cerca a la famosa Bahía de Cochinos.

La imagen que Sánchez dio del revolucionario contrastaba notoriamente con la del líder austero de un pequeño Estado que se vio obligado a sobrevivir en condiciones difíciles a raíz del bloqueo económico de Estados Unidos, primero, y de la desaparición de la URSS, después. El exguardaespaldas afirmó que Castro vivía como todo un capitalista, “con todos los placeres de un monarca del siglo XVI y manejaba Cuba como si fuera un señor feudal”. 

Entre otras acusaciones contra él, generalmente prohijadas por la derecha, está la de las ejecuciones sumarias que llevó adelante, incluso personalmente, durante el duro proceso de la revolución cubana.

Pero Fidel ya había alcanzado la gloria antes de eso. Por ello, tras su muerte, será recordado y estudiado por las generaciones futuras mientras que los miles de anónimos que celebraron —y celebran— su muerte serán olvidados como si nunca hubieran existido.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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TERRITORIOS SIN LEY

Juan José Toro Montoya

El 5 de septiembre de 1986, la avioneta en la que viajaban los científicos Noel Kempff Mercado y Vicente Castelló aterrizó de emergencia en una pista de aterrizaje que el piloto, Juan Cochamanidis, encontró en el Parque Nacional Huanchaca, al norte del Departamento de Santa Cruz.

La pista era utilizada por los narcotraficantes de una fábrica de cocaína emplazada en el lugar que, al verse descubiertos, mataron a balazos a Kempff, Cochamanidis y al guía Franklin Parada Auclos. Lo demás es historia conocida: el crimen caló tanto que el gobierno de Víctor Paz Estenssoro arremetió contra los narcos. El parque cambió su nombre por el de Kempff y ahora es una de las áreas protegidas de Bolivia.

El 11 de octubre de 2012, el gobierno de Evo Morales ordenó una incursión de fuerzas combinadas a Challapata, municipio de la provincia Abaroa del Departamento de Oruro que, hasta entonces, se había convertido en el feudo de los traficantes de autos usados. Organizados como estaban, los contrabandistas respondieron y la acción se saldó con dos muertos y cuatro heridos. La mafia de los autos “chutos” fue desmantelada pero el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, advirtió que muchos de los contrabandistas habían diversificado su acción criminal al narcotráfico.

El lunes de esta semana, una avioneta se estrelló cerca de la comunidad Huayllajara, en el distrito Ayoma del municipio de Colquechaca, en el norte del Departamento de Potosí. No se trata de un lugar totalmente despoblado así que sus escasos habitantes no solo vieron el accidente sino lo que sucedió después: una camioneta roja llegó al lugar, alguien rescató al único sobreviviente y lo que pudo de la avioneta a la que después le prendió fuego. Por ello, la Policía solo encontró cenizas y el cuerpo del piloto calcinado. Hasta el momento de escribir esta columna, ni el gobernador de Potosí, Juan Carlos Cejas, ni el ministro de Gobierno, Carlos Romero, habían descartado la posibilidad de que el vuelo siniestrado haya sido parte de una operación de narcotráfico. Lo que me llamó la atención es el dato que me dio el alcalde de Colquechaca, Eduardo Pacheco: la avioneta se estrelló muy cerca de Challapata.

Puede ser una mera coincidencia pero eso no borra el hecho de que en Bolivia existen territorios sin ley, aquellos en los que algunos grupos se aprovechan de la anomia del Estado para imponer la suya, sin importar si, al hacerlo, están cometiendo delitos.

Son esos grupos los que controlan buenas porciones de territorio y hacen pactos con los partidos que quieren controlar el voto rural. Como su interés es mantener el control sobre su territorio, no son grupos ideologizados así que pactan con cualquier partido, sea de izquierda o de derecha, que les garantice que mantendrán sus privilegios en caso de acceder al poder. En el occidente del país, esos grupos llegaron a controlar centrales y subcentrales agrarias, ayllus y comunidades o agrupaciones de ambas. Por eso es que se puede encontrar siglas de organizaciones que llegaron al poder a través de estos pactos.

De esa manera se entiende que en algunos lugares, todos del área rural, haya voto duro para determinados partidos. Ni siquiera la coyuntura, que puede determinar el voto en las ciudades, modifica la tendencia en los lugares donde el voto está controlado por las organizaciones.

Así, los territorios sin ley se convirtieron en feudos de inescrupulosos que comercian con el voto de la gente, ya sea mediante la intimidación o prácticas de control de sufragio. Es la ilegalidad que controla la democracia.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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CAMBIAR LA HISTORIA

Juan José Toro Montoya

Sí, puede cambiarse. La historia es una ciencia dinámica así que está en constante movimiento. Si el estudio de la historia determina que ciertos hechos del pasado fueron presentados equivocadamente, lo que corresponde es corregirlos.

Un caso emblemático es el del máximo héroe de Potosí, José Alonso de Ibáñez. La historia que se repite hasta hoy señala que era un criollo que se sublevó contra los españoles en 1617 pero fue detenido y ejecutado. La historia novelada lo pinta como el líder de los vicuñas en la guerra civil contra los vascongados.

Debido a los efectos que causó su historia, se le puso su nombre a una provincia y a varios establecimientos educativos. Se lo nombra tanto en el Himno a Potosí como en su más importante canción regional, el “Potosino soy” de Humberto Iporre Salinas. En la capital del Departamento existen un monumento y un busto en su honor.

Pero ya en la década de los ’80, el historiador Mario Chacón Torres encontró su partida bautismal y comprobó que su nombre no fue José Alonso de Ibáñez sino Alonso Yáñez. Mas aún, se descartó que haya sido líder de los vicuñas porque la guerra contra los vascos estalló en 1622 y él fue ejecutado cinco años antes.

En rigor de verdad, lo que corresponde es corregir la historia pero ese es un proceso que tomaría años. Hay que comenzar en las escuelas, donde se sigue enseñando la historia novelada, y proseguir, si corresponde, con el cambio de nombres. ¿Complicado?... desde luego. La provincia José Alonso de Ibáñez tendría que llamarse Alonso Yáñez, igual que las decenas de establecimientos que llevan ese nombre. 

Sí, la historia puede cambiarse pero a través de un proceso de orden histórico, no por decreto, no por la orden de una autoridad, ni siquiera a guisa de “ensayo”. La advertencia llega a propósito de lo ocurrido con el himno cruceño cuya letra intentó cambiarse “de facto” por cuestiones que no son históricas sino ideológicas.

Que los masistas vean a Ñuflo de Chávez y a España como símbolos de colonialismo es problema de ellos. Si de historia se trata, es fácil destrozar a España, por el papel que jugó en el periodo colonial, pero, salvo prueba en contrario, no se le puede negar a De Chávez su condición de fundador de Santa Cruz.

En el caso del Himno a Potosí, la parte de la letra que dice “fue tu Ibáñez el mártir y el bravo” tendría que cambiarse por “fue tu Yáñez el mártir y el bravo” por fines correctivos pero una cosa es decir y otra ejecutar. Habría que verificar cuál es la condición legal de ese símbolo regional para saber si es posible cambiarlo. 

En lo que hace al “Potosino soy”, el problema no solo estaría en el cambio de ritmo que significaría trocar el “Yo canto esta canción a la noble cuna de un bravo sin igual Alonso de Ibáñez” al nombre correcto sino también en los derechos de autor que, según entiendo, están en manos de la familia de don Humberto. 

Si cambiar la letra de una canción es complicado, lo es todavía más cuando se trata de un himno que es una composición de rango mayor. Los himnos no son canciones de equipos deportivos, cuya letra se puede cambiar a gusto y saber de hinchas o dirigentes, sino los resultados de procesos históricos que generalmente rematan en su declaratoria como símbolos que, por lo tanto, adquieren carácter inamovible.

Cambiar la historia por decreto, o capricho, es una muestra de que algunos de nuestros gobernantes no deberían estar a cargo de un país sino de un equipo barrial de fútbol.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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POTOSI, SU POBLACION Y LA SEQUIA

Juan José Toro Montoya

El Departamento de Potosí conmemora los 206 años de su gesta libertaria en medio del eterno tira y afloja del oficialismo y la oposición. Como se trata de un juego político cíclico, es mejor ignorar los afanes partidarios y orientar la atención hacia los problemas regionales.

Uno de los mayores problemas de Potosí es la migración. Con los más bajos índices de desarrollo humano, este Departamento es uno de los principales expulsores de habitantes y su crecimiento poblacional es paupérrimo. Hubo un censo en el que, incluso, registró tasa negativa; es decir, disminución en vez de incremento de pobladores.

La pobreza extrema no es la única causa de la migración. La proximidad de Argentina, cuya fama de nación rica no decreció ni siquiera en los peores años de su crisis, es un atractivo para los jóvenes del área rural que, al no encontrar futuro en su tierra, prefieren probar suerte más allá de la frontera.

Pero la migración también es interna. La bonanza minera atrajo a grandes cantidades de personas a la capital de Departamento. Seducidos por los altos jornales que pagaba la minería cooperativizada, muchos llegaron de las provincias y se instalaron en los barrios periurbanos. Si no encontraron dónde instalarse, construyeron literalmente sin criterio y dieron paso a nuevas urbanizaciones alejadas del centro citadino.

Así, Potosí creció desordenadamente en su cinturón externo y los problemas de las nuevas urbanizaciones comenzaron a emerger en los últimos años. Muchos de los nuevos habitantes acuden casi diariamente a la Alcaldía con diferentes demandas, muchas veces en marchas de protesta que terminan bloqueando el edificio principal.

Se calcula que en el municipio de Potosí, la capital de Departamento, vive un cuarto de millón de personas pero el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2012 reportó solo 191.302 ¿Por qué esa diferencia?

El 21 de noviembre de 2012, cuando se realizó el censo, los habitantes de los barrios periurbanos de Potosí, aquellos que llegaron de las provincias a trabajar en la minería, se marcharon a sus comunidades y fueron registrados en aquellas. El alcalde de entonces, René Joaquino, verificó personalmente ese extremo porque acudió a esos barrios acompañando a los encuestadores y los encontró vacíos. La gente se había ido a hacerse censar en sus comunidades. Fue cuando se advirtió que esa actitud traería funestas consecuencias porque los recursos que correspondían a estas personas serían asignados a sus correspondientes municipios, dejando a Potosí con menos dinero del que debía recibir. Y así ocurrió porque la distribución de recursos toma como parámetro a los datos del censo.

Ahora, el municipio de Potosí afronta una sequía que, según reportan las autoridades, fue causada en parte por su crecimiento poblacional no registrado. Construido en 1991, el acueducto del río San Juan estaba proyectado para durar 50 años pero al ritmo de crecimiento poblacional que reportaban los sucesivos censos. Ahora, 25 años después, hay mucha más gente de lo proyectado así que el agua no alcanza. La empresa que distribuye el líquido, Aapos, debió recurrir a un duro racionamiento.

La culpa es, indudablemente, de esos migrantes que viven en Potosí, consumen su agua y sus demás recursos pero no figuran en las cifras oficiales. El dinero que les corresponde va a sus municipios, aquellos en lo que ellos no viven.

Los migrantes le restaron recursos al municipio de Potosí, muchos ni siquiera pagan impuestos, pero son quienes más derechos exigen.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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VIDA vs. MUERTE

Juan José Toro Montoya

Parecería que la pugna entre Todos los Santos y Halloween es una pulseta entre dos festividades vinculadas entre sí pero la ciencia de la historia se encarga, como siempre, de poner las cosas en su sitio.

Si hay un elemento común es el de la muerte. El culto a los muertos está presente en todas las culturas así que es el punto de partida para cualquier estudio al respecto.

Contrariamente a lo que se cree, Halloween no es una fiesta estadounidense ya que su origen se encuentra entre los celtas; es decir, en los pueblos tribales de Europa de la Edad de Hierro, más o menos en el siglo XII antes de Cristo.

En “The Facts on Halloween”, un libro de 2008 cuyo contenido fue divulgado por el diario ABC de España, los autores John Ankerberg y John Weldon revelan que “los celtas adoraban al dios sol (Belenus) especialmente en Beltane, el primero de mayo, y adoraban a otro dios, Samagín, el dios de la muerte o de los muertos, el 31 de octubre”. La conmemoración era presidida por los druidas e incluía el encendido de gigantescas hogueras en las colinas a las que se arrojaba varios objetos e incluso a seres humanos. Los objetos eran aportes de los jóvenes que recorrían las casas de sus aldeas pidiendo obsequios destinados a las hogueras. Por tanto, el Samhain o Samagín era la fiesta de la muerte y, tras conquistar a los celtas, los romanos la prohibieron pero no consiguieron eliminarla. 

Hacia el siglo VII después de Cristo, el Papa Gregorio III intentó sepultar definitivamente al Samagín instituyendo la fiesta de los mártires cristianos para el 1 de noviembre. La explicación oficial muestra que, además, la decisión solucionó el problema que tenía la Iglesia Católica cuando se quedó sin días en el calendario para recordar a sus santos.

En Bretaña, Escocia e Irlanda, donde vivían los herederos de los celtas, la fiesta pasó a llamarse “All Saints’ eve” (víspera del Día de Todos los Santos) o también “all Hallows’ eve”, de donde derivó “Halloween”. Muchas de las tradiciones de Halloween se convirtieron en juegos infantiles que los inmigrantes irlandeses llevaron en el siglo XIX a los Estados Unidos.

La introducción de la fiesta de Todos los Santos a América fue más sencilla porque se amalgamó con el culto a los muertos que existía desde sus primeras civilizaciones así que se produjo el mestizaje que caracteriza a las naciones hispanoamericanas. Las culturas americanas adoraban a sus muertos desde siempre así que nada les costó aceptar las costumbres de los españoles y mezclarlas con las suyas.

Pero la explosión del Halloween no se produjo sino hasta los últimos años, cuando los medios de comunicación masiva como la televisión, primero, y la internet, después, convirtieron al mundo en una aldea global donde las tradiciones y costumbres locales ceden ante el empuje de las modas mundiales.

Pese a su notoria antigüedad, muy anterior a Todos los Santos, Halloween se ha globalizado recién en este siglo gracias, en gran medida, al culto a la violencia que se traduce en otras modas como los vampiros, hombres lobo, muertos vivientes o cualquier otra criatura capaz de matar con gran profusión de sangre.  

Lamentablemente, Halloween no se mezcla con las tradiciones locales sino que se impone pese a que sus cultores e impulsores no tienen idea de su origen. En consecuencia, las fiestas locales retroceden.

Inclinarse por una u otra fiesta es sencillo: Todos los Santos es mestiza así que también tiene elementos nuestros. Halloween es ajena y es el culto a la muerte. Si de religión se trata, la Biblia católica dice que el Creador es un Dios de vida, no de muerte.

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

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POTOSI Y LAS MONEDAS, SIEMPRE

Juan José Toro Montoya

“Si todos los caminos conducen a Roma, todas las monedas conducen a Potosí”. La frase fue acuñada por el escritor Homero Carvalho en los días previos a la primera Convención Internacional de Historiadores y Numismáticos que se realiza en la Villa Imperial.

La convención, a la que sus organizadores denominan “megaevento”, se realiza esta semana pero tuvo programas preparatorios, generalmente conferencias que fueron dictadas en las principales ciudades del país. Su importancia radica en que reúne, por primera vez, a los más reconocidos especialistas en numismática de Iberoamérica. También participan historiadores debido a que el estudio del pasado es inseparable del de las monedas.

Nunca un lugar fue tan apropiado para una reunión de esta naturaleza. Si bien hubo casas de moneda en todo el mundo, la de Potosí fue la más importante debido a los volúmenes acuñados y a la calidad de la plata utilizada.

El yacimiento argentífero del Cerro Rico todavía contiene importantes reservas, tantas que los expertos afirman que, explotadas racionalmente, podrían durar otros 500 años. Las de mayor calidad fueron extraídas en tiempos coloniales, se fundieron y acuñaron en las dos casas de moneda de Potosí. Barras de plata y monedas salían con frecuencia en cargamentos de mulas que llegaban hasta el puerto del Callao y allí se embarcaban en galeones que zarpaban a España. No todos llegaban a destino porque unos eran asaltados por piratas y otros se hundían por efecto de las tormentas. Eso dio lugar a los tesoros en el fondo del mar.

España también acuñaba monedas en México, Lima, Guatemala y otras ciudades. Esas piezas circulaban en todo el mundo y eran conocidas como “monedas españolas”. Fueron la divisa de Estados Unidos cuando sus colonias se independizaron de Inglaterra y circularon hasta 1857, cuando el país del norte comenzó a imprimir sus billetes. No obstante, los primeros estadounidenses desconfiaban del papel que reemplazaba al metálico así que lo rechazaban. Para conseguir que la gente acepte los billetes, debieron imprimir en ellos las imágenes de las monedas potosinas, las más apreciadas por la gente por su alto contenido de plata. Ese fue el origen del dólar americano.

La plata potosina no solo mantuvo al imperio español sino también al inglés y a los países europeos que se apoderaban de ella por la acción de la piratería. Los salteadores que se apoderaban de los tesoros de las naves españolas entregaban la mayor parte a los reyes que, a cambio, les conferían protección mediante patentes de corso. Por ello, no pocos economistas afirman que la plata de Potosí fue el motor de la revolución industrial.

Esos y otros temas son abordados en la convención que, según anticiparon el presidente y vicepresidente de su comité organizador, el boliviano Daniel Oropeza Alba y el hispano-estadounidense Glenn Murray, tiene el propósito de declarar a Potosí como “el Vaticano de la numismática” y posicionarlo como el principal destino de los coleccionistas de monedas de todo el mundo. No se trata de una declaratoria más. El propósito es establecer una ruta turística numismática que recorra las ciudades en las que se establecieron y todavía quedan casas de moneda.

Tan importante es esta convención que no solo cuenta con el respaldo de la Gobernación de Potosí y las alcaldías de Potosí y Porco sino también del gobierno nacional a través del Ministerio de Cultura. 

Espero hablar de sus conclusiones en la próxima entrega.         

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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ASESINATO... PUNTO

Juan José Toro Montoya

El aniversario de la captura y ejecución de Ernesto Che Guevara despertó, por enésima vez, las diferencias que existen en torno a una de las figuras que más pasiones despierta en la historia contemporánea.

La derecha, que parece sentirse fortalecida por sus avances en los países del socialismo del siglo XXI, ha tomado las redes sociales para dejar regado que fue bueno que se haya ejecutado a Guevara en Bolivia porque el personaje era un asesino y, por lo tanto, “murió en su ley”.

Opiniones como esa no solo reflejan el conservadurismo de la derecha sino un alarmante anacronismo.

Cuando el mundo estaba sumido en la barbarie, no existía justicia sino venganza. Si alguien le causaba daño a alguien, el afectado respondía causando más daño. El primer intento de controlar ese salvajismo fue la “Lex talionis” o Ley del talión que consistía en imponer un castigo igual o semejante al que se había cometido. Por eso se decía “ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida”. En esa era primitiva, un asesino debía ser asesinado. De entonces a la fecha transcurrieron milenios y, hacia la década del 60 del siglo XX, la tendencia iba, más bien, a la eliminación de la pena de muerte.

En octubre de 1967, cuando el Che fue capturado y ejecutado en Bolivia, ya estaba en vigencia la Constitución Política del Estado promulgada el 2 de febrero de ese año. Su artículo 17 decía que “en los casos de asesinato, parricidio y traición a la Patria, se aplicará la pena de 30 años de presidio, sin derecho a indulto”. En otras palabras, se eliminaba la pena de muerte como el mayor castigo en nuestro país.

El Che fue capturado en Quebrada del Yuro el 8 de octubre de 1967. Estaba herido pero vivo. El militar que encabezaba el grupo que lo capturó, Gary Prado Salmón, incluso llegó a charlar con él. De ahí se lo llevaron a La Higuera donde al día siguiente lo entregaron al comandante de la octava división, Joaquín Zenteno Anaya. Luego, Prado retornó a la Higuera.

Al mediodía del 9 de octubre se dio la orden de ejecutarlo. En su edición número 942, la revista española Cambio 16 publicó que, en una entrevista con el periodista Claudio Gatti, el agente de la CIA Félix Ismael Rodríguez Mendigutia afirmó haber sido quien ordenó al sargento Mario Terán Salazar que cumpliera la orden de matar al Che que ya había sido impartida desde Washington pero los oficiales bolivianos se negaban a cumplir.

Terán ingresó al cuarto donde estaba el Che, herido y desarmado, y cumplió la orden de la CIA: lo mató.

No hubo juicio, ni siquiera sumarísimo. Se disparó a un hombre indefenso, quitándosele la vida. Pudo ser inocente o culpable. Pudo ser el mejor hombre de la historia o un sanguinario asesino pero era un ser humano. A ese ser humano se lo mató a sangre fría, sin juicio. 

Su muerte fue premeditada porque la decisión fue asumida mucho antes, cuando Regis Debray confirmó que el guerrillero estaba en Bolivia. Se lo ejecutó con alevosía porque, al estar herido y desarmado, el Che no podía defenderse.

Quienes afirman que la muerte del Che Guevara fue una acción de defensa de la soberanía de Bolivia no entienden que la orden no provino del gobierno boliviano sino de la CIA estadounidense. Esto dice el informe clasificado A.C.O.D. 25 elaborado por Rodríguez: “La decisión de ejecutar al dirigente subversivo fue trasmitida sin tregua a la Presidencia a través de nuestra embajada en La Paz”. 

En la muerte de Guevara hubo por lo menos dos de los elementos del asesinato, premeditación y alevosía. Por tanto, no hubo ejecución ni fusilamiento. Fue un vulgar asesinato. Y punto.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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LOS DESCENDIENTES DEL LIBERTADOR

Juan José Toro Montoya

Establecido como está que José Costas fue el hijo de Simón Bolívar, la pregunta que todos me hacen es si el Libertador tiene descendientes. La respuesta es que sí.

El hijo de Simón Bolívar en Potosí se convirtió en noticia mundial en dos ocasiones. La primera vez fue en 1975, cuando el periodista Wilson Mendieta Pacheco la publicó en el periódico Presencia, de La Paz, motivando la atención de la comunidad bolivariana. Como consecuencia de esa nota, por lo menos un periodista, Ciro Molina, jefe de redacción de la revista “Bohemia”, de Caracas, visitó Potosí, y se fue hasta Caiza, como enviado especial.

En el vallecito que está ubicado a 66 kilómetros de Potosí, ambos encontraron, por separado, a Elías Costas Barrios, un lúcido e ilustrado hombre de 81 años que era hijo de Delfina Barrios y Urbano Costas Argandoña, el hijo mayor de José Costas. Era, entonces, bisnieto del Libertador. Y no era el único. Además de él, aquel año todavía estaba viva su media hermana, María Luisa Costas Sánchez, de 63 años, quien residía en Potosí. Tras su unión con Delfina Barrios, don Urbano Costas se casó con Segundina Sánchez Loria con quien tuvo a María Luisa, María Asunta y Urbano Costas Sánchez.   

Urbano Costas Argandoña fue el hijo mayor del hijo de Simón Bolívar, José Costas, y de su compañera de toda la vida, Pastora Argandoña. La pareja tuvo tres hijos pero solo dos alcanzaron descendencia. El segundo fue Pedro Celestino quien debió morir tempranamente porque de él no se encontró más que la partida de bautismo. 

La tercera hija es Magdalena Costas Argandoña quien se casó con Julio Rosso y tuvo siete hijos, Adriana, Humberto, Raúl, Balbino, María Alcira, Héctor y Alfredo Rosso Costas. En 1975, vivían y radicaban en Potosí Adriana, María Alcira, Balbino y Alfredo.

Los hijos de Urbano y Magdalena se casaron y tuvieron hijos que, a su vez, también formaron sus familias.

La segunda vez que el hijo de Simón Bolívar se convirtió en noticia mundial fue en septiembre de 2016, cuando el diario El Potosí presentó, por primera vez, la fotografía de la partida de matrimonio de José Costas y Pastora Argandoña en la que se puede leer su filiación respecto al Libertador. Era la prueba irrefutable de la paternidad de Bolívar.

Como en 1975, la noticia tuvo difusión internacional y la pregunta que no solo hicieron periodistas sino la gente que la leyó fue “¿Existen descendientes de Simón Bolívar?”.

Para volver a responder baste decir que el 27 de marzo de 2012 representantes de la numerosa descendencia de José Costas se reunieron en Potosí para intercambiar documentación y dejar definido su árbol genealógico. Elaboraron un documento privado que fue registrado en los archivos de la Notaría de Fe Pública de Primera Clase de la abogada María del Carmen Gardeazábal Paputsachis con el número 1440-12. Allí se puede tener un detalle de su descendencia hasta nuestros días.

Si. Bolívar tiene descendientes que se multiplicaron y, además, se esparcieron por el mundo porque fueron muy pocos los que se quedaron en Caiza. Actualmente, la mayoría de ellos vive en Potosí pero otros están en Sucre, La Paz, Cochabamba, Santa Cruz e incluso Europa.

Así que para quienes vivimos en Potosí no es raro cruzarnos por la calle, conocer a uno, trabajar con otro o por lo menos haber tenido referencia de algún descendiente del Libertador Simón Bolívar. Es parte del encanto de la ciudad con más historia de Bolivia.

 

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POTOSÍ SE SUICIDA

Juan José Toro Montoya

Carente de industrias, la economía de la Villa Imperial de Potosí gira en torno a tres actividades: minería, comercio informal y turismo, en ese orden.
La minería es aleatoria y, por lo mismo, insegura. Así como tiene períodos de bonanza, puede llegar a carencias extremas como la del ’83, cuando el desplome del precio de los minerales estuvo a punto de dejar despoblada a la ciudad del Cerro Rico.
El comercio informal es simplemente un sustituto. Ante la falta de fuentes de trabajo, los desempleados se dedican a vender, así sea productos de contrabando. La actividad no tiene beneficios laborales y está muy vinculada a la minería porque tambalea cuando le va a mal a esta.
Frente a esa realidad económica, la única alternativa que tiene Potosí es el turismo, una actividad en la que pesan mucho los buenos servicios y la seguridad de los visitantes.
Desde hace años, los operadores de turismo se esfuerzan en ofrecer buenos servicios pero les cuesta recuperar sus inversiones porque falta lo otro: la seguridad.
Convertido en una actividad económica de primer orden, el turismo ha dejado de ser improvisado y se sujeta a programaciones rigurosas. Las agencias de viaje ofrecen paquetes con meses de anticipación—algunos hasta con años— porque se ha impuesto el sistema de pagar menos por comprar antes.
Y ahí es donde pierde Potosí.
Hasta 2010, la ciudad había logrado colarse en la lista de destinos preferidos, así sea en los últimos lugares, y comenzó a recibir reservas de paquetes. Entonces sobrevino la huelga de los 19 días que mantuvo retenidos a turistas durante ese tiempo. La publicidad de los damnificados fue tan mala que los operadores debieron comenzar de cero.
Cinco años después, se había restablecido la confianza. Las agencias volvieron a recibir reservas pero el Comité Cívico Potosinista (Comcipo) declaró otra huelga que en esa ocasión llegó a 27 días. Una visitante argentina padecía problemas de salud pero ni así la dejaron salir. Fue necesaria la mediación de su Embajada para evitarle mayores perjuicios. Por eso no es de extrañar que los turistas que fueron retenidos juraron que no volverían a Potosí y le hicieron muy mala propaganda.
Ha pasado poco más de un año de aquella huelga y Comcipo decretó un paro de 24 horas. Sus razones son indiscutibles porque reclama atención del gobierno. El problema es que el método que utiliza es suicida porque atenta directamente a su única alternativa económica, el turismo.
En Europa y los países con alto índice de viajeros al exterior, Potosí ya es visto como un destino inseguro, una ciudad en la que se puede declarar un paro en cualquier momento y los turistas sufren las consecuencias de un conflicto que no les concierne.
Para colmo, el día del paro ocurrió un hecho pantagruélico: un grupo de choque se fue hasta la mismísima Casa de Moneda para sacar, por la fuerza, a los visitantes al museo de ese repositorio. Los turistas se asustaron y permanecieron dentro hasta que la intervención de los reporteros consiguió que el grupo se aleje.
Con esa nueva muestra de barbarie no queda más que concederles la razón a las agencias de viaje que cancelaron la mayoría de las reservas que tenían para Potosí en esta semana. Entre los que desafiaron a su suerte estaban los que fueron intimidados en la Casa de Moneda.
Comcipo debe luchar por las reivindicaciones regionales y eso incluye enfrentar a cualquier gobierno. El problema es que sus dirigentes parecen no encontrar otras medidas de presión distintas a los paros y bloqueos que le hacen daños irreparables a la industria sin chimeneas.
Para rematar, el paro de esta semana fue ejecutado precisamente en el Día Mundial del Turismo.

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