Surazo

La Zapata

Juan José Toro Montoya

Conocida como fue la sentencia contra Gabriela Zapata, pregunté cómo se identifica más a esa persona: ¿Por su nombre completo?.. ¿La Gaby?.. ¿La Zapata?

Puede que la pregunta resulte frívola ante la dimensión del hecho. Después de todo, el juicio contra La Zapata fue —y es— algo más que un proceso judicial. Fue una muestra de cómo se puede manipular la justicia para conseguir un fallo que no busca reparar un daño sino distraer la atención del fondo del asunto: tráfico de influencias.

Pero no puede haber frivolidad cuando se ponen en la balanza actualidad e historia. Para la actualidad, la importancia del juicio radica en la subordinación de un poder del Estado (el Judicial) no a otro poder sino a un partido político y sus decisiones cupulares. Para la historia, pesan más los detalles (ahora aparentemente triviales) que ayudarán a recordar este hecho en el futuro.

Un ejemplo del peso histórico de las frivolidades es el de Juana Sánchez, la más célebre de las amantes que tuvo Mariano Melgarejo. Se llamaba Juana Sánchez Campos pero, en su tiempo, la mayoría la conocía como “la Juanacha” porque así la nombraba el déspota. “De la Juana heroína sola”, dice el texto de una imagen de la época, una auténtica caricatura titulada “La vida o la bolsa” en la que se ve a la mujer y al tirano en un resumen de lo que fue su tumultuoso romance: abuso de poder y tráfico de influencias.

Hoy, 146 años después de la muerte de Melgarejo; pocos, casi nadie, se acuerdan de esa caricatura y el apelativo de “Juanacha” es prácticamente desconocido. Muchos, eso sí, saben quién fue Juana Sánchez. El nombre de la amante se hizo histórico y, pasando por encima de lo que fue la actualidad —“la Juanacha” del siglo XIX—, se impuso vinculado a lo que fue: más célebre de las novias que tuvo Mariano Melgarejo

A la novia de Evo Morales se la conoce más como La Zapata. Todos saben quién es pero pocos usan su nombre completo, Gabriela Geraldine Zapata Montaño. Cuanto más se le dice Gabriela Zapata. Alguna que otra vez se la mentó como Gaby. Lo más probable es que en el futuro se imponga su nombre simplificado de Gabriela Zapata, como pasó con Juana Sánchez.

De Juana Sánchez no se recuerda detalles. No se dice qué influencia ejerció en los nombramientos que favorecieron a sus familiares, incluido el hermano que después mató a Melgarejo. No se habla mucho de que se enriqueció gracias a su romance con el déspota. Ni siquiera se dice que ella también amasó su fortuna con regalos que le dieron sus amantes.

En el futuro se hablará poco de cómo se libró a altos dignatarios de Estado de ser incluidos en el juicio a Gabriela Zapata. Con excepción de los investigadores, pocos recordarán el embrollo del supuesto hijo que no existe en la realidad pero estuvo (creo que todavía está) inscrito en la partida número 51 del libro 42 de la Oficialía Colectiva del Registro Cívico número 15 de Cochabamba. Casi nadie se acordará de los millonarios contratos que la empresa china Camce consiguió mientras Gabriela Zapata era su gerente comercial. No creo que algún historiador verifique si esos contratos se ejecutaron a satisfacción del Estado boliviano. Lo que más se recordará es que Gabriela Zapata, más conocida ahora como La Zapata, se enriqueció rápidamente gracias a los regalos de sus novios. Se dirá que la suma de los contratos que firmó su empresa sobrepasó los 500 millones de dólares. Algún investigador detallista verificará que no hubo un caso así en la Bolivia de entonces (es decir, la de hoy). La mayoría se acordará que existió esta mujer. Y Lo que más se recordará es que fue la más célebre de las amantes que tuvo Evo Morales.

   

 

  

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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IMPUESTOS

Juan José Toro Montoya

El movimiento de los artistas, que se opusieron al pago de impuestos por los espectáculos que ofrecen, va camino a convertirse un hito tanto para la historia de las artes como de los tributos en Bolivia.

Lo más importante para ellos es que los visibilizó. Los mostró como un conglomerado en el que la gran mayoría apenas gana para sobrevivir y, por tanto, debe dedicarse a otras cosas en detrimento del arte mismo.

En Bolivia —el país del “vivir bien”—, los artistas no pueden vivir de su arte ya que son pocas las personas que compran discos, cuadros, esculturas o libros. La escasa producción artística sirve, literalmente, para muestra del talento boliviano.

En general, la gran hazaña de los artistas fue convertirse en uno de los pocos sectores que logró torcerle el brazo al todopoderoso y cada vez más temido Servicio de Impuestos Nacionales (SIN).

Muchos de los artistas que conozco me confesaron que no quieren sacar su Número de Identificación Tributaria (NIT) porque saben lo que eso significa.

Y es que, más allá de la decantada conciencia tributaria, cada vez son más los bolivianos que le temen al NIT porque tener uno ya no significa tanto aportar al país como convertirse en sujeto de multas y sanciones.

La información oficial al respecto es escasa pero, según me contaron personas que trabajaron o trabajan en el SIN, desde 2005 al presente existe una considerable disminución de inscritos en el padrón bajo un Número de Identificación Tributaria.

La explicación a ese fenómeno es que hoy en día es más fácil desarrollar actividades económicas sin un NIT que poseyendo uno. Si una persona quiere cumplir con sus obligaciones tributarias, no obtiene facilidades sino todo lo contrario, se complica la vida y debe dedicar gran parte de su tiempo no solo a llenar formularios sino a resolver los entuertos que surgen cuando se tiene la mala suerte de cometer errores.

Si un contribuyente se equivoca al llenar un formulario, se expone tanto a pagar multas como a incrementar la suma que destinó al pago de impuestos porque el complejo sistema tributario en Bolivia no permite compensaciones. Así, si un contribuyente canceló un impuesto con el formulario equivocado, tendrá que volver a pagarlo, sin importar la suma, ya que el SIN no reconoce el pago equivocado. El dinero no se recupera nunca ya que las devoluciones no son en efectivo sino en valores.

Las multas están fijadas en un sistema monetario alterno, la Unidad de Fomento a la Vivienda, cuyo valor sube cada día, así sea en centésimos. Por tanto, las multas crecen en una proporción mayor a la tasa de inflación.

Con esos antecedentes, nadie puede culpar a las personas que inactivan su NIT, le dan de baja o simplemente no sacan uno porque pagar impuestos en Bolivia se ha convertido en una tortura.

En teoría, todos deberíamos pagar impuestos, sin excepción, porque ese es el pago que se destina a los gastos del Estado en general y, también en teoría, el Estado somos todos. El problema es que en Bolivia existen sectores privilegiados que, por razones políticas o de otro tipo, están exentos del pago de impuestos. Ahí están, como el ejemplo más patente, los cocaleros, el sector al que todavía pertenece el presidente Evo Morales.

Pese a que los contribuyentes disminuyen, las recaudaciones crecen gracias a las multas y sanciones. Gracias a esa mecánica perversa, el Estado se ha convertido en un gigantesco exprimidor que obtiene dinero de manera indirecta.

Eso, y no otra cosa, es el sistema tributario en Bolivia.

Talentosos como son, los artistas prefieren evitarlo.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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PERIODISTAS

Juan José Toro Montoya

Debido al error académico de abrir carreras de Ciencias de la Comunicación y no de Periodismo, en Bolivia existe una variedad de periodistas.

Están los que se formaron en las aulas universitarias, y que en sentido estricto son licenciados en Ciencias de la Comunicación; los que estudiaron en el exterior y convalidaron sus títulos en Bolivia, los que se titularon por antigüedad, los periodistas en ejercicio afiliados a alguna organización del sector, los arrimados que por trabajar en medios dicen serlo… en fin.

Por eso, le doy la razón a un amigo que al comenzar esta semana me preguntó a quién o a quiénes debía abrazar en el Día del Periodista Boliviano. Ante tanta variedad, la duda es razonable.

Para responder, es preciso aclarar que el apelativo  “Comunicación Social” fue acuñado, porque apareció por primera vez, en el decreto “Inter Mirifica” emitido en el Concilio Vaticano II. Por su influencia, poco después aparecieron en diferentes países las carreras de Comunicación Social que tenían la intención de dotar al periodismo de “una formación íntegra, penetrada de espíritu cristiano, sobre todo en la doctrina social de la Iglesia”.

Hoy en día, la Comunicación Social es, por un lado, un objetivo (completar el ciclo comunicativo del mensaje) y, por otro, un campo de estudios interdisciplinarios que incluyen a la sociología, antropología, psicología, pedagogía, filosofía, artes y periodismo. Algunas universidades conservaron lo de Comunicación Social y le agregaron “y Periodismo” mientras que otras rebautizaron la carrera como Ciencias de la Comunicación, que la hace todavía más amplia en su campo de estudios. En virtud a ello, un licenciado en Comunicación Social y Periodismo o en Ciencias de la Comunicación puede ser periodista, porque fue formado para eso, pero un periodista no siempre será licenciado en esas carreras.

Sin complicarse demasiado en consideraciones teóricas, Erick Torrico, boliviano, con licenciatura y posgrados en Ciencias de la Comunicación, definió que “periodista es aquel que hace del periodismo su principal actividad” y eso lo aclara todo.

Para ser periodista, no es suficiente tener un título académico. Es necesario ejercerlo permanentemente, no por una temporada o en los ratos libres porque así, y solo así, se obtendrá habilidad en el manejo de instrumentos como el lenguaje y las herramientas propias del periodismo.

A diferencia de otros oficios o profesiones, el periodismo no descansa porque se ocupa de las actividades del ser humano. Como esas actividades son permanentes, la información y sus elementos adyacentes también. Por tanto, la noche es relativa y prácticamente no existen domingos ni feriados.

El periodista necesita tener dominio del lenguaje con el cual trabaja y eso le impone un nivel de lectura mayor que el del común de la gente. Eso lo empuja, además, a la investigación que es profundizar en el estudio de las actividades humanas de las que informa. Por el contexto, también precisa conocimientos de Historia y Derecho, en ese orden.

Un ejemplo de periodista fue el recientemente desaparecido Miguel Ángel Bastenier. No solo se graduó de la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid sino que tenía licenciaturas en Derecho e Historia, obtenidas en la Universidad de Barcelona; Lengua y Literatura Inglesa, por la Universidad de Cambridge. Ejerció el periodismo así que sabía qué enseñar cuando le tocó convertirse en maestro.

Estuvo activo siempre, leía permanentemente e hizo periodismo todos y cada uno de los días de su vida. Así tendrían que ser los verdaderos periodistas.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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DIVORCIADOS

Juan José Toro Montoya

Uno de los estigmas de la Iglesia Católica es ese reducido grupo de curas pederastas cuyas insanas inclinaciones son aprovechadas por sus enemigos para infamarla periódicamente.

El catolicismo no es la única colectividad religiosa en la que existen ministros pederastas. En las otras también se puede encontrar a grandes pecadores, incluso criminales, pero la Iglesia Católica es la más atacada, fundamentalmente por la prensa de Estados Unidos, el imperio cuya religión mayoritaria es la protestante.

El problema es que, a causa de esos pocos malos sacerdotes, toda la curia está desprestigiada. Recién nomás, con el reavivamiento del debate sobre el aborto, mucha gente atacó duramente a la Iglesia Católica por el tema de la pederastia. “Qué tienen que criticar a los que abortan esos curas que violan niños???”, decía (así, sin apertura de signos de interrogación) uno de los más espantosos mensajes que leí en el Facebook.  

Condenar a todos, o a muchos, por los errores de unos cuantos es incurrir en un error todavía mayor, en la generalización que da lugar a injurias, difamaciones y, a veces, hasta calumnias.

Y generalizar fue el error en el que incurrió el sacerdote católico Eduardo Pérez cuando, al criticar la posición gubernamental sobre el aborto, estigmatizó a los divorciados, a todos, al llamarlos “desplazados por la vida”.

Sorprende escuchar algo así de una persona con tanta ilustración y sabiduría.

Sus palabras, masificadas por los medios, son contradictorias ya que se refieren a una convivencia familiar de la que un sacerdote católico no puede hablar ya que en esta religión, mi religión, todavía no se admite el matrimonio de sus ministros.

Por lo menos en teoría, un cura no puede saber cómo es la convivencia familiar porque no tiene esposa ni hijos. Y el no saber cómo es el matrimonio por dentro lo inhabilita también para hablar del divorcio.

Rechazado por la Iglesia Católica, el divorcio es la disolución del vínculo matrimonial y, por lo tanto, afecta directamente a la familia porque esta se basa en el matrimonio. El divorcio desecha un matrimonio así que literalmente destruye una familia. Es por eso que el Vaticano no lo acepta.

Pero aquí también hay otra contradicción porque el catolicismo proclama el respeto al libre albedrío, a elegir entre lo que está bien y lo que está mal.

Si una persona comprueba que no puede mantener una relación matrimonial porque esta daña a su familia, su elección lógica es terminarla. Esa es una de las razones por las que muchos países introdujeron el divorcio en sus legislaciones.

El matrimonio es la base de la familia que, a su vez, lo es de la sociedad así que es lícito y necesario defenderlo pero, para eso, no es necesario denostar el divorcio. Hay que considerarlo como una alternativa, quizás la última, pero alternativa al fin.

El divorcio no debería atacarse sino mejorarse. Así como se debería educar a los niños para tener un buen matrimonio, también debería educarse a los casados a sobrellevar un buen divorcio.

El divorcio no debería afectar a los hijos ya que lo que se diluye es el vínculo de los esposos, no el de la maternidad ni el de la paternidad. En vez de estigmatizar a los divorciados, debería de legislarse esa condición para posibilitar una vida tranquila tras la desvinculación matrimonial. Tendría que castigarse el uso de los hijos como chantaje sentimental o el acoso de uno de los excónyuges al otro, entre otras inconductas.

El divorcio no es necesariamente un fracaso, un “desplazamiento de la vida”, sino una opción. Si un ser humano usa su libre albedrío para ir por esa vía, merece que se respete su decisión.

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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DEBATE

Juan José Toro Montoya

Todavía se debate sobre la palabra debate.

Se dice que viene del verbo latino “battuo” o “battuere” que significa “golpear” y, por extensión, “pugnar”, “combatir” y “pelear” así que su significado original era de confrontación.

La confrontación era física así que los contrincantes se ponían frente a frente y se golpeaban, pugnaban, combatían o peleaban.

Con el paso del tiempo, la confrontación física adquirió otras connotaciones y se definió de maneras tan diversas como “luctor” (luchar, pelear), “pugnare” (batallar, combatir) o “bellare” (guerrear).

El “battuo” o “battuere” se utilizó para confrontaciones verbales pero en un tono diametralmente opuesto al diálogo o “dialogus” que sí era una discusión pero con el propósito de llegar a un acuerdo.

Aún hoy, el Diccionario de la Real Academia Española define al diálogo como “discusión o trato en busca de avenencia” mientras que el debate es definido simplemente como “controversia” que, a su vez, significa “discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas”.

Ahí está, entonces, la más grande entre las muchas diferencias entre diálogo y debate: aquel busca avenencia; es decir, convenio, transacción, conformidad, unión… en definitiva, busca soluciones mientras que este, el debate, solamente confronta.

Por tanto, un debate no puede invitarse ya que una invitación conlleva un acto de cortesía. Si se pretende que alguien participe en un debate hay que desafiarlo, no invitarlo, y, aunque no hay confrontación física de por medio, es, nomás, un acto de suficiencia, porque solo desafía el que puede participar en un debate, y, por ende, hasta se lo puede tachar de bravuconería. Y, por eso mismo, no desafía cualquiera sino alguien que sabe que está en condiciones de sostener una confrontación; es decir, estar frente a alguna o algunas personas con las cuales discutirá sobre uno o varios temas.

Como no se busca soluciones, un debate es una medición de fuerzas, una pelea. En el pasado, la disputa era física pero ahora es verbal y, consiguientemente, intelectual.

Hoy en día, un debate es un acto de comunicación (en el sentido de que comunicar significa poner en común) y también es exposición de ideas diferentes sobre uno o más temas entre dos o más personas. Por eso, a menudo se lo confunde con el diálogo y, en la política, se lo utiliza con el afán de ganar al electorado, ya sea mostrando los conocimientos propios o bien poniendo en evidencia la ignorancia del contrincante.

Como de confrontación se trata, el debate será más completo a medida que los argumentos expuestos vayan aumentando en cantidad y en la solidez de sus motivos. Se conocerá los argumentos de las partes involucradas y, de esa manera, se aprenderá de ellas así que el debate cumple un rol de aprendizaje y enriquecimiento para quienes participan en él y, subsidiariamente, para aquellos que simplemente escuchan.

La confrontación de ideas y posiciones, entonces, permite aprender así que no cualquiera puede participar en un debate. Para debatir es necesario conocer por lo menos medianamente un tema aunque lo deseable es que ese conocimiento sea vasto y profundo con el propósito de que lo que vaya a aportar el debatiente sea considerable tanto en calidad como en cantidad.

Si una persona sabe poco o no sabe nada sobre el tema o los temas que serán puestos a debate, entonces lo mejor es que no participe de él, que lo rehúya, porque, si lo hace, no aportará nada y, por el contrario, convertirá la confrontación en un acto burdo en el que su ignorancia quedará al descubierto frente a sus eventuales contrincantes.  

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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ABORTO LEGALIZADO

Juan José Toro Montoya

La polémica por la ampliación de las causales del aborto en Bolivia permite evidenciar que existe bastante desinformación sobre este tema.

Por lo que pude leer, y me escribieron a raíz del artículo de la semana pasada, todavía existe gente que cree que el aborto está prohibido en Bolivia y lo que ahora se busca es legalizarlo.

Entre los cuestionamientos que recibí está el de la violación. Una mujer me escribió preguntándome cómo se podía obligar a una mujer que fue violada a tener el hijo resultante de esa acción criminal. La pregunta tiene sentido si se toma en cuenta que existe una gran cantidad de países en los que se prohíbe abortar, aun si el embarazo es producto de una violación. Sin ir lejos, cuatro de 11 países en Sudamérica lo prohíben y en Chile la prohibición es total ya que no se permite abortar ni siquiera cuando está en riesgo la vida de la madre.

Bolivia, en cambio, ha legalizado el aborto porque existe todo un capítulo en el Código Penal que se dedica al tema no solo para sancionarlo sino también para determinar las causas por las que esa práctica se puede realizar de manera impune.

El artículo 266 de esa norma se llama precisamente “aborto impune” y señala que “cuando el aborto hubiere sido consecuencia de un delito de violación, rapto no seguido de matrimonio, estupro o incesto, no se aplicará sanción alguna, siempre que la acción penal hubiere sido iniciada”. Como se ve, se toma en cuenta situaciones en las que el embarazo se produjo en contra de los deseos de la mujer y también la posibilidad de que su perpetrador, con violencia o no, haya sido un pariente cercano.

“Tampoco será punible si el aborto hubiere sido practicado con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y si este peligro no podía ser evitado por otros medios”, continúa el artículo que remata con esta prevención: “en ambos casos, el aborto deberá ser practicado por un médico, con el consentimiento de la mujer y autorización judicial en su caso”.

Desde luego que no es un artículo perfecto sino perfectible. Su principal defecto es la pesada burocracia judicial que pone en riesgo la vida de la madre o hace inviable un aborto por el transcurso del tiempo. Mientras el proceso tarda, el embarazo avanza.

¿Existen otras causales válidas para justificar un aborto impune? El artículo 157 del proyecto de ley del Código del Sistema Penal Boliviano no introduce causales sino permisibilidades como, por ejemplo, autorizar el aborto por única vez durante las primeras ocho semanas de gestación pero sin mediar razón alguna, a simple pedido de la mujer.

En este caso el argumento es que la mujer es quien debe decidir sobre su cuerpo pero hasta ahora no se ha demostrado que el feto sea parte de su organismo. Lo que dice la ciencia es que un cigoto de ser humano es tal si tiene la cantidad de cromosomas correspondiente a su especie, 46, y eso es desde el momento de la concepción.

Por tanto, el hecho de que el feto esté en el cuerpo de la madre, y se alimente de este, no lo convierte en parte de su organismo. Aunque no tenga conciencia, el neonato tiene 46 cromosomas y es un ser humano. La madre, por su parte, tiene sus propios 46 cromosomas. Si ambos serían uno, la suma daría 92 cromosomas que ya no corresponden a un ser humano sino a una especie llamada Anotomys leander cuyo nombre común es rata acuática.

Entonces, el feto es un ser humano y así lo reconoce el artículo 1 del Código Civil. Matar a un ser humano, sin causal válida, es homicidio. Así es la norma y esa es la teoría del aborto.

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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ABORTEROS

Juan José Toro Montoya

Para evitar el aborto hay que evitar el embarazo. Parece una fórmula sencilla, simplista, y hasta insensible, pero está cargada de verdad.

Los debates que se han armado en torno al tema se ubican a partir del momento en que el embarazo existe. Entonces, la mujer, que es la que debería decidir qué hacer con su cuerpo, se ve ante la disyuntiva de abortar o no. 

La disyuntiva no existiría sin el embarazo y, por tanto, el fondo del asunto debería ser ese.

No se trata de asumir poses moralistas o ser políticamente correcto. Si la educación que se imparte en las escuelas sería la adecuada, los bolivianos deberíamos saber cómo funcionan nuestros cuerpos incluso antes de la pubertad.

Así, al alcanzar la edad para la procreación, mujeres y hombres no solo deberíamos saber copular sino también evitar los embarazos.

Se ha llevado el debate al plano religioso y eso es tan estéril como enfocarlo desde el punto de vista sociológico.

Desde el punto de vista de la Iglesia Católica, el ser humano ha sido dotado de libre albedrío; es decir, puede elegir entre hacer las cosas bien o hacerlas mal.

En la sociología, la libertad tiene diferentes connotaciones, dependiendo incluso de las escuelas, pero, al final, es la posibilidad de elegir entre uno o varios caminos.

Por tanto, el hombre es libre de decidir si tiene sexo o no y, cuando lo hace, debería considerar la posibilidad del embarazo así que tendría que tomar medidas para evitarlo a menos, claro está, de que tenga la intención de procrear.

Por su parte, la mujer también tiene la libertad de decidir si tiene sexo o no, cuándo, con quién y cómo lo hace. Pero, al igual que el hombre, tendría que tomar medidas para evitar el embarazo a menos que quiera quedar encinta.

Eso es libre albedrío. Aquí no hay discursos sobre virginidades ni castidades ya que estos no son tiempos para eso.

El problema es que el embarazo no se evita y, cuando sucede, y no es deseado, entonces se piensa en abortar y salen, recién entonces, los discursos sobre la libertad y la libre disposición del cuerpo.

Un detalle sobre el que pocos han hablado es que la legislación boliviana actual considera que la personalidad comienza en el vientre de la madre. El parágrafo segundo del primer artículo del Código Civil dice que “al que está por nacer se lo considera nacido para todo lo que pudiera favorecerle” así que, jurídicamente, ese nonato ya es una persona.   

Por tanto, desde el punto de vista legal, abortar es quitar la vida a una persona y, dependiendo de las circunstancias, eso puede ser homicidio o asesinato.

En el debate sobre el aborto, mucha gente ha dicho que el feto no es persona ya que carece de personalidad. Esa observación es tan antigua como la sociedad y ha dado lugar a las teorías de la vitalidad y la viabilidad. La ciencia ha resuelto el asunto señalando que las especies se definen por su cantidad de cromosomas. Organismos simples, como los eucariontes, son diploides y pueden llegar a tener hasta 30 millones.

Plantas como el moral negro tienen 308 cromosomas y la viscacha es el mamífero con la mayor cantidad, 102. El ser humano, y solo el ser humano, que es haploide, tiene 46 cromosomas. La mitad viene del óvulo y los restantes 23 del espermatozoide. Cuando se juntan, formando un cigoto, este llega a los 46 cromosomas y, sin considerar si razona o no, se configura biológicamente un ser humano.

Por tanto, el feto es, biológica y legalmente, una persona. Matarlo, con el agravante de que no tiene posibilidad de defenderse, no es solo libre albedrío sino crimen, homicidio, asesinato…

 

   

 

 

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

 

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NO OTRA EVA

Juan José Toro Montoya

La muerte de Eva Quino fue usada como un ejemplo de los escasos avances en la lucha contra la pobreza en Bolivia debido a que murió de hambre.

Eso y la coincidencia de su nombre con el del presidente dio comidilla a los opositores hasta que estalló el lío de los nueve bolivianos detenidos en la frontera con Chile.

¿Cómo murió Eva en el país de Evo? ¿Realmente está fracasando la política del “vivir bien” que, por lo menos en este caso, se tradujo en “morir mal”?

Si uno intenta ser ecuánime, no se fiará ni de los datos del Gobierno, que infla los bolsones positivos, ni de los de la oposición, que aprovecha cualquier debilidad para llevar algo de agua a su esmirriado molino.

Un documento profesional y equilibrado es el Informe Nacional Sobre Desarrollo Humano en Bolivia que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó el año 2015, cuando el Gobierno de Evo Morales ya llevaba nueve años en el ejercicio del poder.

“La economía boliviana ha crecido en el último lustro a una tasa promedio del 4 % y ha beneficiado en mayor medida a los estratos de ingresos bajos de las áreas urbanas y regiones metropolitanas”, dice el informe en su página 24.

Eva y sus hermanos formaban parte de esos estratos de ingresos bajos. ¿Cómo es que ese crecimiento —discreto pero crecimiento al fin— no los favoreció y permitió que la niña sea alcanzada por la desnutrición? El informe dice que “este crecimiento ha mostrado sus limitaciones” y apunta que “la brecha de ingresos laborales entre los distintos segmentos del mercado aun es notablemente grande”.

En términos sencillos, el discreto crecimiento de la economía boliviana no termina de favorecer a “los estratos de ingresos bajos” porque todavía hay gente que gana mucho en desmedro de la que gana poco o sencillamente no gana.

El informe señala que faltan condiciones para la creación de empleos de calidad y eso es válido más para el sector privado que para el público debido a que el crecimiento de este último generalmente se traduce en burocracia y mayor carga económica para el Estado.

Sin embargo, ¿qué se puede esperar en un país en el que no se incentiva la inversión privada y, por el contrario, se la castiga?

Sin entrar en detalles macroeconómicos ni en diferencias ideológicas, el Gobierno tiene que entender que Bolivia se ha convertido en un infierno fiscal en el que el peor delito es cumplir la ley.

Las empresas que quieren cumplir con la norma tributaria son las más castigadas con multas y sanciones. Obtener un Número de Identificación Tributaria para cumplir con las obligaciones fiscales se ha vuelto una práctica insalubre porque quien lo hace se arriesga a que le multen, así sea por errores en el llenado de formularios.

El ranking “Paying Taxes 2015” del Banco Mundial califica a Bolivia como “el peor país del mundo en cuanto a facilidad para pagar impuestos” y, si eso es una terrible carga para un contribuyente, peor resulta para las empresas privadas porque estas tienen más obligaciones. Como se dedican a pagar multas, no pueden crecer. ¿Cómo esperamos que puedan crear empleos de calidad para que no haya otra familia boliviana en la que una Eva muera de hambre?

Para cambiar eso, hay que humanizar el sistema de recaudación de impuestos y el primer paso en ese sentido es pensar en una amnistía tributaria que permita que los espantados por las multas vuelvan al redil y sigan aportando al Estado. Con las normas corregidas, podemos empezar a crecer juntos, las empresas y nosotros, y tendremos empleos de calidad.

Otra Eva será más difícil.

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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LAS MENTIRAS DE CHILE

Juan José Toro Montoya

Sí. Heraldo Muñoz es el ministro de Relaciones Exteriores del segundo gobierno de Michelle Bachelet y un hombre muy importante en la coalición Nueva Mayoría pero… ¿hasta qué punto representa a Chile?

La pregunta es ineludible cuando se lo escucha repetir, hasta el cansancio, los mismos argumentos que manejaban —y manejan— los pinochetistas en las cuestiones bilaterales con Bolivia.

Teorías disparatadas como “Bolivia nunca tuvo mar”, “Bolivia inició la Guerra del Pacífico” o “Bolivia falsificó mapas” han vuelto a la retórica chilena y ahora es posible encontrarlas, multiplicadas con aderezos de mala ortografía, en las redes sociales en las que muchos chilenos —cada vez más— no solo repiten las mentiras de Pinocho/Pinochet sino que, además, dejan traslucir racismo y discriminación. En los mensajes que leí no encontré el “auquénidos” que hizo célebre al almirante José Toribio Merino, comandante en jefe de Pinochet, pero sí había “vicuñas” y “alpacas” como apelativos con los que algunos chilenos se refieren a los bolivianos. 

Así, es fácil creerle al presidente Evo Morales quien dijo que “algunos grupos en Chile piensan que Bolivia es un grupo de salvajes, de indios e ignorantes, (que) somos animales. Algunos grupos, esas oligarquías que han provocado invasión a Bolivia así piensan y lo sabemos. A mí todavía me tratan de 'indio sin pluma' los medios de comunicación (de Chile)”.

Muñoz es un hombre que se enfrentó a Pinochet. ¿Cómo creer que es parte de la oligarquía chilena?.. escuchando o leyendo lo que dice sobre Bolivia. Su última perla fue decir, en el mismísimo Silala, que las aguas de ese recurso hídrico fluyen de manera natural hacia Chile. Ni más ni menos que lo que se decía en tiempos de Pinochet.

Y es que Pinochet le hacía honor a su apellido porque mentía más y peor que la marioneta de Carlos Lorenzini. Ya en su gobierno se decía que las aguas del Silala iban hacia Chile de forma natural aunque es suficiente ir al lugar para percatarse que, por un lado, existen canales artificiales construidos con piedra y cemento, y, por el otro, es posible encontrar restos de tubería que fue utilizada en el pasado para que el líquido sea dirigido hacia ese país.

Sí. Chile tiene una política de Estado definida en cuanto al tratado de 1904 y esta se aplica sin importar qué gobierno esté en el poder pero una cosa es defender una postura, con argumentos válidos para cualquier debate, y otra muy distinta es mentir al extremo de creerse la propia mentira. El gobierno de Pinochet fue el que más alentó la soberana mentira de que Bolivia no tuvo mar y, al fracasar en su empeño, reivindicó las teorías de que fue nuestro país el que provocó la Guerra del Pacífico cuando fijó un impuesto de 10 centavos a cada quintal de salitre exportado por la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta.

Apenas el martes, el comandante de la región militar No. 10 de Bolivia, Hans Gallardo, demostró en una conferencia magistral que la invasión chilena comenzó en 1840 e hizo notar un detalle importante: el impuesto fue acordado con aquella compañía y no aplicaba a las demás empresas que explotaban el salitre boliviano.

Sí. Pinochet mentía y, ahora que está muerto, su lugar de mentiroso es ocupado por el canciller Heraldo Benjamín Muñoz Valenzuela. 

La única explicación posible a esa actitud es que Muñoz sufrió un viraje ideológico en el tema de las relaciones bilaterales. Él, que combatió a Pinochet, se volvió pinochetista y ahora repite sus mentiras. El problema es que parece que él tiene más peso —y autoridad— en Chile que la propia presidenta Bachelet.

 

 

  

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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COCA

Juan José Toro Montoya

En Bolivia, “siete de cada 10 personas consumen cotidianamente o convencionalmente hoja de coca”. Ese fue, según la versión oficial, el dato proporcionado por el ministro de Gobierno, Carlos Romero, en la 60 sesión de la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas que se realiza en Viena, Austria.
Las palabras de Romero causaron tal revuelo que las redes sociales todavía hierven con preguntas como cuánto de coca consume cada boliviano o las personas que él conoce. En mi caso, yo no consumo coca por inútil. Hasta ahora no aprendí a masticarla correctamente así que la rechazo cada vez que me la ofrecen.
Su consumo mayoritario es a través de mates o infusiones. En Potosí, donde la altitud es un problema inevitable, los hoteles suelen ofrecer mate de coca a los turistas para combatir el mal de puna. Empero, la aparición de fármacos, como el “Sorojchi pills”, ha desplazado disimuladamente a la infusión.
Por experiencia propia, debo admitir que la coca tiene propiedades curativas. De niño, cuando un golpe me provocó inflamación en una pierna, mi madre masticó coca y me la aplicó como emplasto, envuelta en papel periódico. Santo remedio. Al día siguiente, la hinchazón había desaparecido.
Con todo, la versión 7/10 no encuentra demasiado sustento, por lo menos no en las ciudades, ni siquiera aquellas que, como Potosí, tienen tradición minera y en las que es fácil comprarla al menudeo.
Como muchos vegetales, la coca tiene propiedades que necesitan estudiarse y divulgarse pero no creo que sean mayores a las de otros productos naturales como el ajo o el limón. De todas maneras, un estudio serio e imparcial nos sacaría de dudas.
Lo que sí se puede desmentir con sustento histórico es su carácter sagrado. Pese al aura con el que la rodearon leyendas como la de Antonio Diaz Villamil, lo cierto es que la coca tenía el mismo valor ceremonial, y transaccional, que las caracolas, la chaquira y el ají como bien lo exponen los autores de la “Historia Monetaria de Bolivia” publicada por el Banco Central de Bolivia.
Y es que por sus variadas propiedades, especialmente la mitigación de la fatiga atribuida a sus alcaloides, y por la dificultad de conseguirla, la coca era un bien que servía para el intercambio y hasta cumplió la función de moneda incluso bien entrado el periodo colonial.
La versión de Diaz Villamil es curiosamente colonialista ya que señala que la coca fue un regalo del sol para alivianar las penas emergentes de la conquista española. “En las duras fatigas que os impongan el despotismo de vuestros amos, mascad esas hojas y tendréis nuevas fuerzas para el trabajo”, dice la leyenda y, coincidentemente, los españoles la utilizaron para mejorar la producción de los indios.
La versión de Villamil, que es contemporánea, no es ni siquiera cronológicamente correcta ya que ubica al origen de la coca en tiempos de Atahuallpa cuando existen evidencias de que la planta existía desde mucho antes. Los autores de “Qara qara-Charka (Historia antropológica de una confederación aymara)” refieren, por ejemplo, que fue Huayna Capaj, padre de Atahuallpa, “quien fomentó también el cultivo de la coca a gran escala”.
Pero así como se apreciaba la coca por sus propiedades, lo propio pasaba con el ají —utilizado especialmente para combatir el frío— que también era empleado como moneda-mercancía. 
La coca se utilizaba especialmente para la masticación, con el fin de que los indios rindan más en el laboreo de las minas, pero, desde entonces, ya se sabía que la hoja medicinal y apta para el consumo humano era la que se cosechaba en los Yungas.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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