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El movimiento de los artistas, que se opusieron al pago de impuestos por los espectáculos que ofrecen, va camino a convertirse un hito tanto para la historia de las artes como de los tributos en Bolivia.
Lo más importante para ellos es que los visibilizó. Los mostró como un conglomerado en el que la gran mayoría apenas gana para sobrevivir y, por tanto, debe dedicarse a otras cosas en detrimento del arte mismo.
En Bolivia —el país del “vivir bien”—, los artistas no pueden vivir de su arte ya que son pocas las personas que compran discos, cuadros, esculturas o libros. La escasa producción artística sirve, literalmente, para muestra del talento boliviano.
En general, la gran hazaña de los artistas fue convertirse en uno de los pocos sectores que logró torcerle el brazo al todopoderoso y cada vez más temido Servicio de Impuestos Nacionales (SIN).
Muchos de los artistas que conozco me confesaron que no quieren sacar su Número de Identificación Tributaria (NIT) porque saben lo que eso significa.
Y es que, más allá de la decantada conciencia tributaria, cada vez son más los bolivianos que le temen al NIT porque tener uno ya no significa tanto aportar al país como convertirse en sujeto de multas y sanciones.
La información oficial al respecto es escasa pero, según me contaron personas que trabajaron o trabajan en el SIN, desde 2005 al presente existe una considerable disminución de inscritos en el padrón bajo un Número de Identificación Tributaria.
La explicación a ese fenómeno es que hoy en día es más fácil desarrollar actividades económicas sin un NIT que poseyendo uno. Si una persona quiere cumplir con sus obligaciones tributarias, no obtiene facilidades sino todo lo contrario, se complica la vida y debe dedicar gran parte de su tiempo no solo a llenar formularios sino a resolver los entuertos que surgen cuando se tiene la mala suerte de cometer errores.
Si un contribuyente se equivoca al llenar un formulario, se expone tanto a pagar multas como a incrementar la suma que destinó al pago de impuestos porque el complejo sistema tributario en Bolivia no permite compensaciones. Así, si un contribuyente canceló un impuesto con el formulario equivocado, tendrá que volver a pagarlo, sin importar la suma, ya que el SIN no reconoce el pago equivocado. El dinero no se recupera nunca ya que las devoluciones no son en efectivo sino en valores.
Las multas están fijadas en un sistema monetario alterno, la Unidad de Fomento a la Vivienda, cuyo valor sube cada día, así sea en centésimos. Por tanto, las multas crecen en una proporción mayor a la tasa de inflación.
Con esos antecedentes, nadie puede culpar a las personas que inactivan su NIT, le dan de baja o simplemente no sacan uno porque pagar impuestos en Bolivia se ha convertido en una tortura.
En teoría, todos deberíamos pagar impuestos, sin excepción, porque ese es el pago que se destina a los gastos del Estado en general y, también en teoría, el Estado somos todos. El problema es que en Bolivia existen sectores privilegiados que, por razones políticas o de otro tipo, están exentos del pago de impuestos. Ahí están, como el ejemplo más patente, los cocaleros, el sector al que todavía pertenece el presidente Evo Morales.
Pese a que los contribuyentes disminuyen, las recaudaciones crecen gracias a las multas y sanciones. Gracias a esa mecánica perversa, el Estado se ha convertido en un gigantesco exprimidor que obtiene dinero de manera indirecta.
Eso, y no otra cosa, es el sistema tributario en Bolivia.
Talentosos como son, los artistas prefieren evitarlo.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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