Surazo

RAYADOS

Juan José Toro Montoya

Ronald Ramos es una víctima. Lo fue desde el momento en que una persona, que se dice su amigo, le filmó con su celular sin tomar en cuenta que el muchacho estaba embriagado. Su intimidad fue violada cuando ese momento de debilidad se publicó en una red social.

Lo que vino después fue parte del circo que los medios masivos han armado involuntariamente: Ronald arrancó carcajadas por doquier y, al hacerlo, se convirtió en un involuntario payaso. Los canales de televisión, e incluso los muy serios periódicos, hicieron eco de la fama que había alcanzado sin jamás proponérselo. Apareció en programas, le hicieron reportajes… Lo convirtieron en una celebridad sin tomar en cuenta que lo que sublimaban eran antivalores que se habían publicado abusivamente.

Y cuando un Concejo Municipal, el de El Alto, le entregó una distinción por la fama que había alcanzado, las mismas redes que lo exaltaron le arrancaron la corona de la cabeza, la estrellaron en el suelo y la pisotearon.

Entonces Ronald comprendió que su fama no se debía a él sino a un imprevisto, una filmación de consecuencias inesperadas, y a la multiplicación de banalidades perfeccionada por las redes sociales.

Y lloró.

Víctima.

Ronald no mereció esos malos momentos, como no mereció los buenos, porque él es producto de una sociedad que ríe más fácilmente de las torpezas de un borracho o el mal manejo del idioma que de sus propios errores.

Es la misma sociedad que elige como asambleístas o concejales a personas que después critica. Usando bien el idioma, en su forma coloquial, hay que admitir que esas personas se rayan; es decir, se trastornan, se vuelven locos. Son unos rayados.

Y entre las autoridades elegidas y que ahora se critica están esos concejales que, cuando eran candidatos, aseguraban que eran capaces de resolver todos nuestros problemas pero, ya en el cargo, piden que se contrate asesores para que hagan parte de su trabajo. Pasó en el Concejo Municipal de Potosí donde se pretendió contratar a tres asesores para cada concejal. Rayados.

La torpeza del Concejo de El Alto es la misma de su similar de Sucre, municipio que el año pasado fue afectado por la creciente escasez de agua pero, pese a ello, su Alcaldía autorizó jugar con el líquido en los carnavales. Lo del agua no es un chiste y jamás debe ser un carnaval. Los ciclos hídricos están cambiando y hay lugares en los que ya no lloverá, o lloverá menos. Lo que corresponde en una autoridad responsable es cuidar el líquido elemento y no autorizar su derroche como ocurrió en Sucre. Rayados. 

En toda sociedad existen personas o grupos de personas que hacen más de lo debido y, por tanto, merecen reconocimiento. Yo tengo una larga lista, entre educadores, artistas, investigadores y personas que descollaron en diversas ramas del quehacer humano, pero no puedo evitar recordar que el grupo Savia Andina cumplió 40 años el año 2015 y fue homenajeado por el Senado y la Alcaldía de La Paz. En Potosí, su tierra, los mismos concejales que recién se pelearon por la contratación de asesores, fueron incapaces de aprobar un reconocimiento. ¿Habrá sido por falta de asesores?.. ¡Rayados!  

Que un Concejo Municipal ignore a personas que merecen homenajes pero decida reconocer la escasa educación que se reflejó una borrachera no es culpa de sus concejales, por muy rayados que sean, sino de quienes los pusieron en esos cargos. 

Los partidos ponen los candidatos pero los ciudadanos son quienes eligen. Entonces, aunque duela, hay que reconocer, nomás, que las sociedades tenemos las autoridades que nos merecemos.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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MI PADRE

Juan José Toro Montoya

Falleció el 22 de febrero de 2017, justo cuando la radio Kollasuyo, que fue su hogar periodístico de toda la vida, cumplía sus 50 años de fundación.

Pero lejos de lo que pueda dar a entender el titular de este artículo, no pretendo ocupar este espacio público para una cuestión personal como es el fallecimiento de un ser amado.

Mi padre murió y yo tengo los espacios para homenajearlo. Punto. No tengo por qué utilizar los espacios de los demás. Punto.

El hecho es que José Toro Pacheco no solo fue mi padre sino, también, un periodista deportivo, de esos que cubren la información que genera el quehacer muscular. Y hoy me doy cuenta que, desde ese espacio, él me enseñó más de lo que pueden transmitir los docentes universitarios.

Él nunca tomó una pizarra para darme clases de periodismo. No necesitó hacerlo. Me llevaba al viejo estadio Potosí de la calle Sucre y me dejaba verlo, me decía que haga las cosas de una forma o de otra y, así, le fui aprendiendo el oficio.

La última libreta que él manejó en vida, incluso hasta este 2017, contiene enseñanzas que, bien vistas, enseñan cómo debemos manejar la información.

Lo primero que se ve en la libreta es el orden. Pese a su edad, mi padre no se apartó de la tecnología y utilizó la internet pero no reemplazó sus apuntes a mano. Su libreta está dividida por separadores que permiten ubicar fácilmente los temas: Liga del Fútbol Profesional Boliviano, Copa Libertadores de América, Copa Sudamericana, Champions League… en fin… todo lo que era necesario saber e informar. Ahí están las tablas de posiciones, resultados de partidos… todo hecho a mano y con paciencia franciscana. Lo que me enseña, con ese método, es que siempre es mejor apuntarlo todo, a mano, sin confiar en los apuntes digitales que pueden borrarse con cualquier falla.

Pero su enseñanza mayor sigue siendo la ética periodística. Como cualquier ser humano, mi padre tuvo múltiples defectos pero no permitió que estos manchen su labor informativa. Un día, hace ya muchos años, lo eligieron presidente de una liga deportiva de barrio y él decidió alejarse temporalmente del periodismo. “No puedo ser juez y parte”, me dijo, y cerró el ciclo de su programa deportivo en radio Kollasuyo.

Es cierto que volvió, cuando dejó el cargo, y estuvo informando hasta que la enfermedad lo remitió a terapia intensiva, pero me dejó una lección: el periodista no puede ni debe tomar partido. Y esa es una enseñanza que, como van los tiempos, no solo es válida para mí sino también para quienes quieren dedicar su vida al periodismo. 

¿Por qué es importante no tomar partido? Porque el periodista es un ser humano y, por lo tanto, es esencialmente subjetivo. Tiene sentimientos y se deja llevar por ellos. Puede ir por la izquierda, o por la derecha. Puede, incluso, tomar un poco de esta o de aquella y, al final, definirá su posición. Lo importante es que esa posición no se refleje en su trabajo.

Si es periodista deportivo, entonces será hincha de algún equipo, con mayor razón si se trata de la selección de su equipo, pero eso no se debe traducir en su trabajo.

Debe esforzarse en tomar distancia y mantenerse en la posición del espectador. Puede ser militante, hincha o simpatizante pero, a la hora de informar, debe seguir siendo un espectador. Si quiere opinar, tiene el espacio para ello pero las páginas de información son solo para reflejar los hechos, no para expresar su posición sobre ellos.

Si quieres criticar o echar flores a un gobierno, hazlo como persona, no como periodista (aunque ganes millones como palo blanco). Esa fue su principal enseñanza. 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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NO FUE ENTREVISTA

Juan José Toro Montoya

Aclaremos qué es una entrevista: El Diccionario de la Real Academia Española la define como “acción y efecto de entrevistar o entrevistarse” en tanto que “entrevistar” es “mantener una conversación con una o varias personas acerca de ciertos extremos para informar al público de sus respuestas”.

Esas acepciones se refieren a la entrevista en general, sin hacer distinciones, pese a que existen varios tipos de entrevistas y la periodística es apenas uno de ellos. Y su elemento sustancial es la existencia de dos o más personas; es decir, una o más que preguntan y una o más que responden.

La palabra entrevista está compuesta por entre, que viene del latín inter, que quiere decir “en medio”, y por vista que deriva del verbo latino videre cuyo significado es “ver”. Por ello, se dice que la entrevista es esencialmente periodística porque apunta a ver en medio de las cosas como una forma de buscar la verdad.

Pero ese no es el único origen etimológico de la palabra. En la Francia del siglo XI se utilizaba el verbo entrevoir  para decir “verse los unos con los otros” o “verse entre sí”.

En todos los sentidos, incluido el judicial, la entrevista significa poner a uno o unos, que preguntan, frente a otro u otros que responden.

En el caso de la supuesta entrevista que se le habría hecho a la señora Gabriela Zapata, no existen dos o más personas. Está una, ella, y nadie más.

Es cierto que el producto emitido el domingo por la red ATB es técnico así que dos o más personas debieron participar en su elaboración (el director de contenidos de la red, Jaime Iturri, dijo que fue él quien la editó) pero eso no la convierte en entrevista. Para llamarla tal, tendría que haber aparecido el entrevistador, así sea de espaldas o con el rostro y las voces distorsionadas.

Pero el hecho es que ni siquiera la grabación fue mérito de ATB. El propio Iturri admitió que el material llegó a su red y esta decidió emitirlo: “Nos ofrecieron material, nosotros vimos que valía la pena mostrarlo. Nosotros editamos, yo edité, personalmente. Nos ofrecieron el material con una condición: que no se supiera quién era y que no se escuchara su voz”.

La confidencialidad puede formar parte de una negociación para obtener informaciones o entrevistas. Puede ser que el tema del que se tratará en la entrevista pone en riesgo la vida del o los entrevistadores o del o los entrevistados pero, en ese caso, existen maneras de proteger la identidad de la parte vulnerable. En todo caso, el medio conocerá las identidades resguardadas, especialmente del o los periodistas que hicieron la entrevista. No se puede armar un espectáculo hollywoodense y mandar a un Sean Penn a hacer el trabajo de un periodista.

Lo que parece haber ocurrido con ATB es que alguna o algunas personas hicieron la grabación de manera casi profesional ya que, pese a haberse hecho supuestamente en una cárcel, existe buena iluminación y la “entrevistada” está notoriamente arreglada, con un cabello recogido que la muestra vulnerable pero no la deja mal.

Ella y solo ella aparece en la grabación. No se sabe cuáles fueron las preguntas y solo se la oye repetir la versión del gobierno.

Para que una entrevista sea tal, no solo debe contar con requisitos como la existencia de dos o más personas, preguntas, respuestas, etc. sino que también se le debe dotar de credibilidad. La entrevista es confiable cuando la preparó y la hizo un medio, a través de uno o más periodistas competentes. Difundir un material ajeno que fue “ofrecido” es tanto como convertir un panfleto (o propaganda) en noticia. Y eso no es periodismo.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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LA INVASIÓN CHILENA

Juan José Toro Montoya

Tomar partido cuando de historia se trata es lo mismo que escoger un bando en el trabajo periodístico. El historiador, por su lado, y el periodista, por el suyo, son observadores de los hechos, aquel de los pasados y este de los presentes, así que su obligación es transmitirlos tal como fueron o son.

Pero cuando la historia involucra a más de un país o, peor, si de una guerra se trata, la mayoría se inclina por el suyo. Por eso es que la Guerra del Pacífico tiene por lo menos tres versiones, el mismo número de países que participaron en ella.

Pero no hace falta ser boliviano para afirmar que aquella guerra fue la consecuencia de una invasión, una cobarde y alevosa que se produjo el 14 de febrero de 1789, cuando las fuerzas chilenas ocuparon Antofagasta.

Las guerras son parte de la historia de la humanidad y muchas veces concedieron derechos. Si un país venció en una puede reclamar compensaciones, unas veces económicas y otras de posesión de tierras; pero, para ello, debe demostrar que la guerra, y sus resultados, no fueron injustos.

Una guerra arranca con una declaratoria formal del gobierno de un país a otro. Cuando primero existe una ocupación, como lo fue la de Antofagasta, no existe declaratoria sino invasión; es decir, acción y efecto de invadir, irrumpir, entrar por la fuerza.

Con invasión, sin declaración previa, una guerra nunca puede ser justa así que no genera derechos. Esa es la base de la demanda que Bolivia formuló ante la Corte Internacional de Justicia.

Chile invadió Bolivia y lo hizo sin provocación alguna. El impuesto de 10 centavos por quintal de salitre fue un burdo pretexto porque la invasión había sido preparada durante años. 

Una de las razones para la invasión fue el salitre, que tuvo gran valor hasta fines de la Primera Guerra Mundial. Los más grandes depósitos de esa mezcla estaban en Antofagasta y Tarapacá, entonces territorios boliviano y peruano, respectivamente. El historiador Fernando Cajías apunta que una de las razones para la invasión chilena fue la riqueza salitrera de Tarapacá, ya que su explotación fue monopolizada en 1875 por el gobierno peruano.  

Es falso, entonces, que Perú haya entrado a la guerra por causa de Bolivia y el tratado defensivo previo que habían firmado sus gobiernos. Chile había puesto sus ojos en el salitre de ambos países y punto. No le interesaba solo el Litoral boliviano.

El guano, del que tanto hablaba Joaquín Aguirre Lavayén, servía para fertilizante, al igual que el salitre, pero a los pocos chilenos que urdieron la guerra no les interesaba tanto su explotación como recuperar las deudas que los peruanos tenían por su venta.

Entre 1869 y 1872, Perú adquirió deudas de firmas como la francesa Casa Dreyfus y la inglesa Croyle & Russell. En todos los casos aparecen como garantía la explotación del guano y el salitre. Aunque entre bambalinas, esas empresas tomaron parte activa en la guerra porque consideraban que los yacimientos estaban literalmente hipotecados a su favor. Les interesaba que gane aquel que garantizaría el pago de la deuda peruana.

Por tanto, la Guerra del Pacífico no fue tal. Tal vez sería más apropiado llamarla Guerra del Salitre, por los intereses económicos que movió esa mezcla en el siglo XIX. Fue una guerra por razones meramente económicas y, como siempre, los gobiernos bailaron a su ritmo.

Los chilenos no querían quitarle el mar a Bolivia sino los yacimientos de salitre de Antofagasta y, de paso, tomar los de Tarapacá. Por eso invadieron territorio boliviano el 14 de febrero de 1789.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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DE TETILLAS Y RAMAS AFINES

Juan José Toro Montoya

Entre dramas, sentidos fallecimientos y las que se pintan como fanfarronerías continuas desde la Casa Blanca, las tetillas del presidente boliviano se convirtieron en materia noticiosa la anterior semana.

No es para menos. Por una parte, las palabras del jefe de Estado arrojan luces sobre cómo era (o es) el comportamiento de algunos (o muchos) de sus colaboradores y, por otra (y para variar), se trata de un adecuado manejo del idioma español.

Me explico:

Los mamíferos se llaman así porque se alimentan a través de mamas; es decir, los órganos glandulosos y salientes que tienen las hembras para la secreción de la leche. Las mamas están constituidas por múltiples lóbulos y lobulillos donde se produce esa leche. Los lóbulos y lobulillos están unidos por una serie de tubos denominados ductos o conductos galactóforos que conducen la leche hacia el pezón. Como se ve hasta aquí, las mamas son propias de las hembras y difieren notoriamente de los pechos de los machos.

Los seres humanos somos mamíferos porque, salvo excepciones, nos alimentamos de mamas. El detalle es que son las mujeres las que tienen mamas mientras que los varones poseen pechos. No escuché ningún caso de algún hombre que haya llamado mama o seno a su pecho. Lo que sí escuché, y hasta leí en cantidades alarmantes, es que muchos hombres llaman pezón a la protuberancia de sus pechos. Craso error. El pezón es esencialmente femenino, pues sirve para que los niños chupen la leche que producen las mamas de las mamás, y su equivalente masculino es la tetilla, definida en el Diccionario de la Real Academia Española como “cada una de las tetas de los machos en los mamíferos, menos desarrolladas que las de las hembras”.

Por tanto, el presidente utilizó correctamente el idioma al hablar de sus tetillas y de las acciones de los servidores públicos que, según él, estuvieron chupándoselas. No hubiera sonado bien si decía que le chupaban los pezones… o las tetas.

Claro que entre el significado gramatical y el sentido figurado existen muchas distancias. ¿Qué quiso decir el mandatario con aquello de la chupada de tetillas? Tomar la frase en su sentido literal nos da imágenes mentales que algunos comedidos transformaron en memes. Pero si dejamos que la frase se acomode al saber popular, entenderemos que, sin ser sus hijos, algunos (o muchos) de sus colaboradores le estuvieron mamando. Y, sin necesidad de diccionario, la mayoría de los bolivianos sabemos perfectamente lo que eso significa.

Para los bolivianos, mamar no solo es “atraer, sacar, chupar con los labios y la lengua la leche de los pechos” (DRAE dixit) sino que también funciona como una locución verbal coloquial que quiere decir “ser engañado con un ardid o artificio” (ídem). Entonces surge otra pregunta: “¿habrán estado engañando algunos (o muchos) de sus colaboradores al jefe de Estado? Al hablar de sus tetillas, él mismo dijo que algunos (o muchos) “nos informan mal” y, por eso, “decidimos mal, y se profundiza el conflicto”. De pronto, ahí surgen muchas explicaciones a lo que fueron las crisis potosinas de 2010 y 2015 y su entorpecimiento.

Pero mamar no solo es engañar sino también “obtener, alcanzar algo, generalmente sin méritos” (DRAE dixit) y resulta que algunos (o muchos) de los colaboradores del presidente llegaron a sus cargos por “llunk’urse”, adularle, decirle que él y solo él puede hacer grande a Bolivia, componerle un himno o construirle un museo con dinero del Estado.

Eso no es chupar tetillas sino medias o quizás alguna otra parte de la anatomía del presidente.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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PODER

Juan José Toro Montoya

Desde que el ser humano comenzó a dominar su entorno, sintió el placer que le proporcionaba el poder.

Domesticó el fuego, construyó armas y aprendió a derrotar a animales más grandes. El poder, entonces, dejó de ser la capacidad, facultad, potencia, facilidad o habilidad para hacer algo sino tener más fuerza que alguien o, en definitiva, la autoridad suprema reconocida como tal en un grupo o sociedad.

A sabiendas de lo que era el poder, los hombres procedieron a discutir sobre su origen. La teoría de que venía con la sangre dio lugar a las monarquías mientras que los pueblos guerreros le dieron mayor importancia a la fuerza, a la violencia que permitía someter a otros bajo su mando.

La teoría de la autoridad delegada dio lugar al pacto social. Fue cuando las sociedades restaron valor a las guerras, el derecho que daban las conquistas y las teorías fantasiosas de hombres designados por la divinidad para mandar sobre los demás. Como no todos podían gobernar, los integrantes de las sociedades decidieron delegar el mando en algunos de ellos. Así nació la democracia.

Pero delegado y todo, el mandato de gobernar a nombre de una sociedad entrañaba y entraña poder. Gracias a él, los gobernantes pueden disponer sobre los destinos de un país, así sea indirectamente; decidir quiénes desempeñan las funciones de autoridad, a quiénes se contrata para las obras públicas y qué se hace con los recursos naturales.

Por eso, los partidos políticos buscan el poder por el poder, no por un afán de servicio a la sociedad que cada vez parece más lejano. Mientras están en la oposición, conspiran contra el gobernante de turno con el afán de ocupar su lugar y, cuando lo logran, se empeñan en permanecer a cargo el mayor tiempo posible.

En su afán de llegar al poder y conservarlo, los políticos se adaptan a los momentos históricos. Son golpistas en tiempos de dictadura y demócratas cuando la delegación del mando se decide en las urnas. ¿Meten trampa? ¡Desde luego!.. lo que importa es llegar al poder.

Una vez en el poder, el político suele ceder a la tentación de hacer lo que desee. Los más torpes —o ingenuos— se concentran en lo inmediato y se suben el sueldo, aunque sea a ojos vista de toda la sociedad. Los más inteligentes no solo no se suben el sueldo sino que hasta lo disminuyen porque la verdadera fuente de la riqueza no está en las planillas de los salarios sino en las de los contratos, las obras públicas, aquellas para las que hay que firmar contratos. Entonces los pagos ya no son a ojos vista sino subterráneos, escondidos… clandestinos. Y las fuentes de enriquecimiento se multiplican: ahí está, por ejemplo, el evitar ingresar a un mercado a cambio de jugosas sumas que se depositan en cuentas de los paraísos fiscales, lejos del control de la sociedad a la que supuestamente se sirve. Sean de izquierda o derecha, los políticos han encontrado mil y un formas de enriquecerse sin que les pillen. Sin embargo, para hacerlo es preciso tener el control… el poder. 

Todos sabemos, entonces, o intuimos, lo que es el poder y sabemos que los políticos están detrás de él. Aún así, resulta curioso que, de cuando en cuando, aparezcan algunos que lo digan abiertamente. “El Estado soy yo”, sentenció Luis XIV para graficar que él era el poder en Francia y Navarra, pero era rey, copríncipe de Andorra, conde rival de Barcelona y delfín de Viennois. Resulta poco menos que patético que un funcionario de quinta de cualquier gobierno se plante en un restaurante para proclamar, en cualquier tono de voz, que “yo soy el poder”.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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ROMPIENDO LA LEY

Juan José Toro Montoya

¿Por qué los bolivianos ya no reaccionan cuando su propio gobierno les anuncia que violará la ley? La respuesta está en una sola palabra: educación.

Desde hace un tiempo no determinado, la violación a la norma ha dejado de ser un hecho poco habitual y se ha convertido en rutinaria, tanto que ya es cosa de todos los días.

Desde el conductor de automóvil que se estaciona indolentemente en lugar prohibido hasta la autoridad que pide un porcentaje de un contrato de sumas altas, ya nada parece sorprendernos, ni siquiera la comisión de delitos.

Y, según se pudo ver al inicio de las inscripciones escolares, todo comienza en la casa y prosigue en la escuela. 

Veamos: educación es acción y efecto de educar y educar es “dirigir, encaminar, doctrinar”. ¿Cómo podemos educar a un niño, que apenas está comenzando su vida, si le mostramos malos ejemplos?

En el caso de las inscripciones escolares, el Ministerio de Educación publicó en todos los periódicos de Bolivia las instrucciones para tal fin. Una de ellas establecía con claridad que las filas estaban prohibidas pero estas aparecieron como hongos en las puertas de las unidades educativas.

Pedir que la gente que tiene un objetivo no haga fila es poco menos que imposible. En su afán de conseguirlo, intentará ganar ventaja y ahí es donde surgen tanto los problemas como las violaciones a la norma.

Hace mucho que surgieron en el país los vendedores de puestos, aquellos que hacen fila para luego negociar el espacio conseguido. Eso se vio con mayor claridad en las inscripciones de este año.

Pero la mayor vulneración a la norma está en la información inexacta que muchos padres de familia proporcionan a las unidades educativas en las que inscriben a sus hijos.

Desde septiembre de 2006 se ha puesto en vigencia el Registro Único de Estudiantes (RUDE) que, al tener base en una Resolución Ministerial, la 311/2006 del Ministerio de Educación, se convierte en un documento oficial del Estado boliviano. Uno de los datos que se incluyen en el formulario es la dirección actual del estudiante. En su afán de inscribir a sus hijos en unidades educativas del centro citadino, muchos padres de familia falsean ese dato porque proporcionan otra dirección, una que ubican en las proximidades del establecimiento y, para probarlo, presentan facturas de otras personas. ¿Y por qué en el centro? Porque la mayoría de las ciudades pequeñas tiene en esa parte a las escuelas y colegios “tradicionales”, a los más antiguos, a aquellos cuya educación se cree que es diferenciada. El Ministerio de Educación instruye inscribir a los hijos en establecimientos próximos a sus domicilios pero, sin importar cuán lejos vivan, los padres quieren registrarlos en los del centro. Para lograrlo, optan por mentir, por falsear datos.     

Eso que parece picardía criolla no es otra cosa que falsedad ideológica, tipificada como delito en el artículo 199 del Código Penal y sancionado con uno a seis años de cárcel.

¿Cómo pretendemos educar a nuestros hijos si, en el inicio de su vida escolar, los inscribimos violando las leyes? ¿Le estaremos dando un buen ejemplo al vulnerar más de una norma e incluso cometer algún delito? Un detalle que muchos padres no parecen tomar en cuenta es que el RUDE es un documento oficial, algo así como el padrón electoral pero para estudiantes. Lo que menos se debe hacer es falsearlo.

Pero los padres lo hacen, incluso a título de “costumbre”. Si ellos son los primeros en violar la ley, ¿con qué moral criticarán las acciones ilegales de sus gobernantes?

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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EL ENEMIGO PRINCIPAL

Juan José Toro Montoya

En su primer día como presidente de Estados Unidos, Donald John Trump afirmó públicamente que tiene “una guerra en marcha contra los medios”. Con sus antecedentes, es difícil saber si esa actitud fue un exceso de sinceridad o un derroche de soberbia.

Lo cierto es que batió un récord ya que no existen registros de que lo primero que haya hecho un presidente sea declararse (o aceptar que es) enemigo de la prensa.

Evo Morales tardó un poco. Dio sus primeras señales en la primera semana, cuando se quejó de que algunos medios publicaron que sufrió un desmayo como consecuencia del rígido horario de trabajo que se había impuesto (habrá que recordar que el presidente de Bolivia comienza su jornada muy de madrugada y se prolonga hasta pasada la medianoche).

La declaratoria de guerra llegó 16 meses después, en mayo de 2007, cuando habló con los periodistas asistentes al Quinto Encuentro de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad realizado en Cochabamba y les dijo que el primer adversario de su gobierno eran “algunos medios de comunicación”.

Como se ve, existe un denominador común entre Trump, un presidente considerado de (extrema) derecha y Morales a quien técnicamente se considera un presidente de izquierda: la identificación de la prensa como “el enemigo principal”.

Puede ser que sea una confirmación de que los extremos se unen pero yo me inclino más a explicar la coincidencia entre ambos presidentes con la esencia de la prensa. La función esencial del periodismo es informar; es decir, “enterar o dar noticia de algo”. Hoy en día existe todo un debate sobre el rol de vigilancia de la prensa. Se dice que, además de informar, debe vigilar a los gobernantes para que estos no violen la ley o incurran en actos de corrupción. Yo creo que, sin asumir un papel más, es suficiente con avisar. Si un gobernante utiliza mal el poder, el periodista tiene la obligación de informar lo que sucede, de avisar a la sociedad que se está violando la ley o se está incurriendo en actos de corrupción. Y ahí es donde nace la confrontación.

Por esencia, la prensa es enemiga de aquellos gobernantes que abusan del poder. Por eso es que los dictadores cierran medios de prensa o los censuran y muchas veces llegan al extremo de asesinar periodistas. En regímenes democráticos, lo que hacen los abusivos del poder es promulgar leyes que censuren y/o controlen el trabajo del periodismo.

Desde que tipificó a la prensa como su enemiga, Evo Morales la tildó de “derechista”, como una “aliada del imperio” y hasta la acusa de formar parte de conspiraciones contra su gobierno. ¿Qué tendría que decir, entonces, el derechista Donald Trump?.. ¿que la prensa de su país es izquierdista o aliada del socialismo del siglo XXI?

La prensa no es derechista ni izquierdista. Cumple con su deber y, al hacerlo, incomoda a los abusivos del poder. 

Cuando un gobernante está incómodo con la prensa, lo primero que hace es acusarla de mentirosa. Veamos: el gobierno de Evo Morales acuñó el rótulo de “el cártel de la mentira” y hasta le pagó una buena suma, con dineros del Estado, al periodista extranjero (y pareja de una ministra) que hizo un documental al respecto. En su declaración de guerra, Trump dijo que “los periodistas están entre los seres humanos más deshonestos del planeta”.

Como se ve, cuando se trata del periodismo, no hay diferencia ideológica que valga. Lo que se debe hacer es descalificarlo o ahogarlo, eliminarlo, como corresponde en cualquier tipo de guerra, ya que, para los abusivos del poder, es “el enemigo principal”.  

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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WARNES

Juan José Toro Montoya

El fútbol es, indudablemente, pasión de multitudes. Eso fue refrendado en la Navidad recién pasada porque los días previos y posteriores a la definición del título de la Liga del Fútbol Profesional Boliviano estuvieron cargados de una tensión que solo se ve en esas instancias finales.

Personas que generalmente hacen el papel de mirones en las redes sociales mandaron mensajes después de mucho tiempo, ya sea para apoyar a un equipo o atacar al otro. En medio del maremagno estuvieron  algunos periodistas que no ocultaron sus simpatías y/o antipatías y se sumaron a los coros. Uno de ellos protestó contra Warnes porque, en su criterio, el Bolívar perdió el título cuando fue derrotado en ese municipio por el marcador de 3-2. “En ese pueblo con nombre gringo”, apuntó el colega y me alarmó.

Mi alarma se justifica por el hecho de que una frase de ese tipo provenga de un informador, de una persona que, por esencia, debería formar parte de los grupos que se encargan de instruir a la sociedad. Decir que Warnes tiene nombre gringo es tanto como declarar una tremenda ignorancia en ciencias sociales básicas.

No es necesario ser un erudito para saber que ese municipio se llama así en homenaje a Ignacio Warnes, que es uno de los próceres de Santa Cruz, y es la capital de la provincia del mismo nombre.

Eso debería ser suficiente para evitar exabruptos de esa naturaleza pero está visto que, tratándose del fútbol, las tarascadas son moneda común así que mejor ocupémonos un poco más del héroe que le dio nombre a aquella pujante localidad cruceña.

El apellido Warnes es originario de Países Bajos, Bélgica, Holanda y Luxemburgo pero el historiador Norberto Benjamín Torres nos ilustra en su libro “A vencer o morir con gloria. Biografía del coronel Ignacio Warnes” que ya el abuelo del prócer, Patricio Benito Warnes Geer, nació y fue bautizado en España. Su hijo Manuel Antonio Joseph Gervasio Warnes Durango vio la luz en Cartagena de Indias. Ignacio José Javier Warnes y García de Zúñiga, héroe de Santa Cruz, nació en Buenos Aires el 27 de noviembre de 1770. Fue uno de los muchos hijos que tuvo don Manuel Antonio. Su medio hermano mayor, Mathías Joseph, fue cura de las doctrinas de Tacobamba, Saavedra, Potosí; y de Colquemarca, Carangas, La Paz. Otro medio hermano, Mateo Joseph, fue cura en Tatasi, Chichas, Potosí.  Un hermano más, esta vez de doble vínculo, Martín Warnes, combatió en el Ejército de los Andes, al mando de José de San Martín, y fue héroe de Cancha Rayada, Maipú, Talcahuano y Punta Colares. 

El mismísimo Ignacio Warnes estuvo en la defensa y reconquista de Buenos Aires, combatió en las batalla de Tucumán y Salta al mando de Manuel Belgrano quien lo nombró gobernador intendente de Santa Cruz de la Sierra, Moxos y Chiquitos, territorios que defendió hasta su muerte, el 21de noviembre de 1816.

Por su ascendencia y antecedentes, es más americano que muchos de los que llaman “gringo” a aquello que suena a extranjero, en una actitud de intolerancia y rayana en la xenofobia.

Pero así como algunos ignorantes pueden confundirnos, afortunadamente existen otros que nos enseñan. Norberto es de estos últimos. Su libro de Ignacio Warnes es apenas uno de la colección biográfica de personajes de la independencia que el historiador chuquisaqueño ha ido presentando en los últimos años. Coincidiendo con los bicentenarios, Torres ha publicado trabajos científicos y esclarecedores sobre los esposos Padilla y Vizente Camargo. La biografía de Warnes, de 238 documentadas páginas, es su último aporte. Leerlos es un golpe a la ignorancia.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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EL DOCUMENTAL

Juan José Toro Montoya

“El cártel de la mentira” no es el documental del año sino de la década, de los diez años que ya duran los gobiernos de Evo Morales.

Y es de la década porque en él se resume el tratamiento que el gobierno hace de la información. Su contenido e intención lo hacen digno de estudio en las carreras de Periodismo y Comunicación Social, especialmente en lo referido a la propaganda.

Como cualquier especialista en audiovisuales podrá refrendar, técnicamente es malo, chocante y burdo, tanto que no vale el dinero público que se pagó por él a un periodista argentino que es pareja de una ministra.

Lo interesante es el contenido. Al verlo, es posible advertir cómo el gobierno pretende que solo se acepte su versión de los hechos como verdad absoluta. Eso se percibe especialmente cuando el periodista/amante confronta al ahora ex director de Página Siete, Juan Carlos Salazar, y le pregunta por qué el diario no tituló de cierta forma cuando la ministra Paco desmintió que el presidente Evo Morales haya cometido estupro.

El documental recoge la versión de algunos de los aludidos, como Raúl Peñaranda, pero primero lo descalifica y, antes de difundir sus palabras, advierte que “su testimonio simplemente agrega un capítulo más a la campaña de desprestigio” contra el gobierno.

Existe una obvia ideologización hacia una tendencia política mundial pero lo sorprendente es que no se cuide detalles como, por ejemplo, presentar como primer testimonio el del ministro Juan Ramón Quintana, que fue quien encargó el trabajito. Y el autor no solo le chupa las medias al dignatario de Estado (“no casualmente el ministro que más incomoda a la Embajada de Estados Unidos”, dice) sino que, además, presenta entre los testimonios los de un periodista y una diputada del MAS que no solo forman parte del entorno de aquel sino que están casados entre sí.

La manipulación es tan evidente que no necesita explicarse. Abundan los adjetivos y las acusaciones para las que no se exhibe prueba alguna. Es un documental, porque muestra audiovisualmente un aspecto de la realidad, pero su enfoque es unilateral pues solo refleja el punto de vista del gobierno.

¿A qué tipo pertenece? Está centrado en un acontecimiento, el caso Zapata y su supuesto efecto en el triunfo del “No” en el referendo del 21 de febrero, pero el rótulo que mejor merece es el de “documental negro” por su estilo fatalista y oscuro.

Pero también es la expresión de un tipo de propaganda, la nazi, aquella que privilegió el formato audiovisual para difundir la doctrina de odio de Adolf Hitler.

Un vuelo de pájaro a la historia del periodismo, de la que el documental carece por completo, permite recordar que Hitler creó el “Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda” con el propósito de regular la prensa, la literatura, el arte visual, el cine, el teatro, la música y la radiodifusión con el fin de reproducir su ideología y mantenerse en el poder.

De todas las películas que el Tercer Reich mandó a producir, es llamativa una que pasa por documental, “Der Ewige Jude” o “El judío eterno”, también conocida como “El judío errante”, ya que en ella se retrata a los judíos como parásitos culturales, enemigos de la raza aria y, consiguientemente, sujetos de exterminio.

“El cártel de la mentira” no solo desprestigia a cuatro medios bolivianos sino a toda la prensa del continente. El propio Evo Morales cierra el montaje con esta frase: “El peor enemigo que tengo son los medios de comunicación”.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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