SIMON BOLIVAR

Social
“No sólo llena de orgullo a la familia, sino también a los potosino, bolivianos, a todos los países bolivarianos, de que en Potosí todavía se conserva la sangre del Libertador”, dijo la autora.

LOS DESCENDIENTES DEL LIBERTADOR

Juan José Toro Montoya

Establecido como está que José Costas fue el hijo de Simón Bolívar, la pregunta que todos me hacen es si el Libertador tiene descendientes. La respuesta es que sí.

El hijo de Simón Bolívar en Potosí se convirtió en noticia mundial en dos ocasiones. La primera vez fue en 1975, cuando el periodista Wilson Mendieta Pacheco la publicó en el periódico Presencia, de La Paz, motivando la atención de la comunidad bolivariana. Como consecuencia de esa nota, por lo menos un periodista, Ciro Molina, jefe de redacción de la revista “Bohemia”, de Caracas, visitó Potosí, y se fue hasta Caiza, como enviado especial.

En el vallecito que está ubicado a 66 kilómetros de Potosí, ambos encontraron, por separado, a Elías Costas Barrios, un lúcido e ilustrado hombre de 81 años que era hijo de Delfina Barrios y Urbano Costas Argandoña, el hijo mayor de José Costas. Era, entonces, bisnieto del Libertador. Y no era el único. Además de él, aquel año todavía estaba viva su media hermana, María Luisa Costas Sánchez, de 63 años, quien residía en Potosí. Tras su unión con Delfina Barrios, don Urbano Costas se casó con Segundina Sánchez Loria con quien tuvo a María Luisa, María Asunta y Urbano Costas Sánchez.   

Urbano Costas Argandoña fue el hijo mayor del hijo de Simón Bolívar, José Costas, y de su compañera de toda la vida, Pastora Argandoña. La pareja tuvo tres hijos pero solo dos alcanzaron descendencia. El segundo fue Pedro Celestino quien debió morir tempranamente porque de él no se encontró más que la partida de bautismo. 

La tercera hija es Magdalena Costas Argandoña quien se casó con Julio Rosso y tuvo siete hijos, Adriana, Humberto, Raúl, Balbino, María Alcira, Héctor y Alfredo Rosso Costas. En 1975, vivían y radicaban en Potosí Adriana, María Alcira, Balbino y Alfredo.

Los hijos de Urbano y Magdalena se casaron y tuvieron hijos que, a su vez, también formaron sus familias.

La segunda vez que el hijo de Simón Bolívar se convirtió en noticia mundial fue en septiembre de 2016, cuando el diario El Potosí presentó, por primera vez, la fotografía de la partida de matrimonio de José Costas y Pastora Argandoña en la que se puede leer su filiación respecto al Libertador. Era la prueba irrefutable de la paternidad de Bolívar.

Como en 1975, la noticia tuvo difusión internacional y la pregunta que no solo hicieron periodistas sino la gente que la leyó fue “¿Existen descendientes de Simón Bolívar?”.

Para volver a responder baste decir que el 27 de marzo de 2012 representantes de la numerosa descendencia de José Costas se reunieron en Potosí para intercambiar documentación y dejar definido su árbol genealógico. Elaboraron un documento privado que fue registrado en los archivos de la Notaría de Fe Pública de Primera Clase de la abogada María del Carmen Gardeazábal Paputsachis con el número 1440-12. Allí se puede tener un detalle de su descendencia hasta nuestros días.

Si. Bolívar tiene descendientes que se multiplicaron y, además, se esparcieron por el mundo porque fueron muy pocos los que se quedaron en Caiza. Actualmente, la mayoría de ellos vive en Potosí pero otros están en Sucre, La Paz, Cochabamba, Santa Cruz e incluso Europa.

Así que para quienes vivimos en Potosí no es raro cruzarnos por la calle, conocer a uno, trabajar con otro o por lo menos haber tenido referencia de algún descendiente del Libertador Simón Bolívar. Es parte del encanto de la ciudad con más historia de Bolivia.

 

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Social
Una de las descendientes de María Costas, Teresa Campos Costas, consiguió, por fin, tomarle fotografías a las partidas y en la de matrimonio, que es de 1895, se lee que José Costas era "hijo de María Juaquina Costas y del finado Señor Simón Bolívar"

LOS HIJOS DE BOLÍVAR

Juan José Toro Montoya

La supuesta esterilidad de Simón Bolívar es uno de los temas que los historiadores barajaron bajo la forma de un secreto a voces. Muchos hablaron sobre el tema pero ninguno llegó a publicar nada. En 2008, en Colombia, el entonces presidente de la Academia de la Historia del Valle, Carlos Alberto Calero, agitó el avispero al afirmar que sí, que “Bolívar era estéril”. Falleció en 2013 sin llegar a probarlo.
En cambio, son más las teorías que apuntan a lo contrario; es decir, a la posibilidad de que haya tenidos hijos sin reconocerlos debido a su promesa de no volver a casarse. Entre los muchos que hablan de su descendencia están Vicente Lecuna, Cornelio Hispano, José María Espinosa, Ricardo Palma, Antonio Maya, Tomás Cipriano de Mosquera, José Fulgencio García, Antonio Cacua Prada, Héctor Muñoz y Jorge Meléndez.
Entre los supuestos hijos del Libertador figuran varios colombianos: Miguel Simón Camacho, nacido de Ana Rosa Mantilla, una nativa de Piedecuesta; el sacerdote Segundino Jácome, habido en Cúcuta con Lucía León, y una mujer que hasta llevaba su apellido, Manuela Josefa Bolívar Cuero. Sobre esta última, Calero proclamó que era “una fábula”.
Pero otros fueron más lejos. Cacua Prada llegó a afirmar que Flora Tristán, la fundadora francesa del socialismo, fue hija de Bolívar con Teresa Laisney y la concibió antes de casarse con María Teresa Rodríguez del Toro.
Pero el único caso del que no solo existen referencias históricas o teorías sino hasta pruebas documentales es el de José Costas, nacido en Potosí, Bolivia, de la relación que el Libertador tuvo con María Joaquina Costas Morando.
Como se sabe, Bolívar estuvo en Potosí durante casi todo el mes de octubre de 1825. Allí conoció a María Joaquina que, según el historiador Luis Subieta Sagárnaga, lo alertó de una conspiración para matarlo. Luego de desbaratar la conjura, el Libertador sostuvo un fugaz romance con ella y, como fruto de ello, nueve meses después nació un niño. La diferencia entre este y los otros supuestos hijos es que Bolívar no solo supo de la existencia del nacido sino que la admitió. Según refieren varios autores, Bolívar le confidenció a su edecán, Luis Perú de Lacroix, en 1828, que “el Potosí tiene para mí tres recuerdos: allí me quité el bigote, allí usé vestido de baile y allí tuve un hijo”. En su “Historia secreta de Bolívar”, Cornelio Hispano afirma que el Libertador incluso llegó a conocer a su hijo porque encomendó a José Miguel de Velasco que recogiera al niño y a su madre de Potosí y los condujera a la quinta La Magdalena, donde él se encontraba en ese momento.
En el caso de José Costas, Subieta transcribió tanto su partida matrimonial como su certificado de defunción. Aparentemente, ambos sacramentos fueron celebrados el mismo día debido a que el novio estaba moribundo. Subieta agrega que “la partida de bautismo no ha podido ser encontrada por el desorden en que están los archivos parroquiales de aquella época”.
Según una certificación expedida el 8 de mayo de 2012 por el párroco del templo del Espíritu Santo de Caiza “D”, Julián Quispe Espinoza, la partida matrimonial existe y su texto concuerda con el transcrito por Subieta. El documento dice que José Costas era “hijo natural de la señora finada María Joaquina Costas y del finado señor Simón Bolívar”.
Se trata de una prueba documental, que es determinante en Historia, así que, más allá de teorías y elucubraciones, hay que aceptar que, aunque sea en los papeles, el Libertador dejó un hijo en Potosí y, como prometo escribir más adelante, tuvo numerosa descendencia.

 

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BOLÍVAR, EL ENAMORADO

Juan José Toro Montoya

Tan grande es la figura del libertador que es imposible pasar una larga temporada sin volver a él, a repasar su vida, su figura, sus obras…
Me pasó cuando investigaba la historia del periodismo en Bolivia y, gracias al maestro Luis Ramiro Beltrán, descubrí al Bolívar periodista, a aquel que le dio a la imprenta la misma utilidad que a los demás pertrechos de guerra, que fundó periódicos y escribió con seudónimo en varios de ellos.
Lo vi, encarnado por el actor Roque Valero, en la película “Bolívar, el hombre de las dificultades” en la que, todavía con el bigote que solo se afeitó en Potosí, desvió el navío que lo llevaba a la reconquista de Cartagena para ir al encuentro de Josefina Machado, uno de sus más célebres amores. Pero la cinta no solo muestra el desmedido gusto que el libertador tenía por las mujeres sino también su practicidad porque la famosa Pepita no lo esperaba con las manos vacías: le había llevado una imprenta y, por su reacción, se puede deducir que esta fue la principal razón de su desvío.
Los soldados a los que lideraba entonces lo tacharon de loco pero él sabía el poder que tenía la palabra y por eso utilizó a la imprenta como un arma. Beltrán explica que, además de difusora de ideas, el libertador le asignó a la prensa el papel de fiscalizadora del gobierno. Ignacio de la Cruz escribió que Bolívar no concebía que los gobernantes utilicen su poder para apropiarse de los fondos públicos y, por ello, había propuesto “despedazar en los papeles públicos a los ladrones del Estado”.  
Como la mayoría sabe, Simón Bolívar nació el 24 de julio de 1783 y se convirtió en el libertador de lo que hoy son seis naciones. En un estudio para elegir al hombre más importante del siglo XIX, la BBC estableció que peleó en 472 batallas y solo perdió seis de ellas; cabalgó 123 kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco de Gama juntos; llevó las banderas de la libertad por 6.500 kilómetros lineales, casi media vuelta a la Tierra, y recorrió diez veces más distancia que Aníbal, tres veces más que Napoleón y el doble de Alejandro Magno.
Fue, indiscutiblemente, la mayor figura de la historia de Bolivia pero lo que pocos saben es que, para coronar tantos logros, tuvo que atravesar múltiples dificultades e imponerse en todas ellas. Dedicó su vida a la lucha por la libertad porque ya no tenía por quién más vivirla. Cuando apenas tenía 17 años se enamoró de tal forma que se casó con su amada, María Teresa Rodríguez del Toro, un par de años después. El 22 de enero de 1803, su esposa moría consumida por la fiebre amarilla. Tanto la amó y de tal manera que, destrozado por el dolor, juró que no volvería a enamorarse y menos se casaría de nuevo. En el maremagno de su dolor se refugió en los libros y en su maestro, Simón Rodríguez, quien lo forjó para convertirse en el libertador.
Demostró que tenía honor porque cumplió, uno por uno, los juramentos que hizo, desde no volver a enamorarse ni casarse hasta liberar a América del yugo español. Las múltiples amantes que tuvo, porque fueron incontables, llenaban sus necesidades humanas, comenzando por la de cariño, pero no hizo promesa de matrimonio a ninguna.
Los historiadores del pasado nos mostraron a un Bolívar occidentalizado, romanizado, más como un dios griego que como el mestizo americano que era. Hoy sabemos que fue tan humano como nosotros pero, pese a ello, supo imponerse por encima de todo. Amó como pocos y eso lo hizo extraordinario. Los que solo saben de odio son tan vulgares que nunca serán pastores, solo rebaño.

 

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Deportes
La primera fecha del torneo denominado Nacional “B” arrancará el 22 de febrero, de acuerdo con lo informado por los dirigentes de la Federación Boliviana de Fútbol.

SIMÓN

Juan José Toro Montoya

García Márquez no fue el primero en desmitificar a Bolívar pero sí en colocarlo en un plano humano nunca antes abordado.

“El general en su laberinto” es una novela y, como tal, está cargada de ficción pero es la más histórica de las obras del Señor de Macondo. Para escribirla, tuvo que investigar a fondo al Libertador y, al igual que otros que lo precedieron en esa tarea, encontró datos sorprendentes.

En el libro encontramos a Bolívar en el final de su vida, envejecido a sus 47 años, mortalmente enfermo y prácticamente desterrado en la quinta San Pedro Alejandrino, prestada como todo lo que le rodeaba entonces. De su pasada gloria sólo quedan recuerdos y afuera, en un mundo del que sus enemigos se habían apoderado, está un creciente sentimiento anti-bolivariano que sólo es comparable con el odio.

En medio de sus dolores, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, apenas consigue alivio para sus achaques liberando los gases que atormentan a su estómago.

Muchos se indignaron con la visión que el Gabo ofreció del augusto Libertador de seis naciones pero nadie se atrevió a contradecirle históricamente. Años después, un periodista e historiador argentino, José Ignacio García Hamilton, recorrió los 67.000 kilómetros que Bolívar cubrió a caballo en sus campañas contra los españoles y acopió suficiente información como para hacer un cuadro humano del prócer. El resultado de ese trabajo fue la biografía intitulada simplemente “Simón” que, por una parte, confirma las referencias históricas de García Márquez y, por otra, aporta nuevos datos sobre el hombre, aquel a quien olvidamos por centrarnos en su figura de semidiós, omnipresente en las escuelas y colegios del país que lleva su nombre.

El libro de García Hamilton confirma que Bolívar fue bajo de estatura y el color de su piel correspondía al de un zambo. Su verdadera imagen está lejos de aquel hombre alto, blanco y espigado que vemos en el retrato que corona la cabecera del salón principal de la Casa de la Libertad, en Sucre, y del que el mismo Libertador dijo que fue pintado con “la más grande semejanza”. Confirmamos que, pese al eterno dolor por la muerte de su esposa María Teresa, fue un mujeriego empedernido entre cuyas amantes figuran hasta niñas de 14 años pero no existen suficientes pruebas que ameriten que haya tenido descendencia.

Como todo ser humano, Simón Bolívar estuvo lleno de defectos y tenía muchas limitaciones pero su gran mérito es que logró imponerse a estas con el fin de alcanzar la mayoría de sus objetivos. Sólo así se explica que, entre tantos masones que conspiraron para lograr la expulsión de los españoles, haya sido él quien lo haya logrado.

Su gran sueño era la integración americana, la formación de un gran Estado sobre la base de los territorios liberados, pero no lo logró porque en estos existían caudillos locales que no estaban dispuestos a perder sus privilegios —Casimiro Olañeta es el más repugnante ejemplo— y, para rematar su destino, rompió involuntariamente con la masonería en 1830, dos años después del atentado urdido en su contra, y así comenzó un declive que degeneraría en su muerte el 17 de diciembre de ese año. 

El martes se cumplieron 183 años de aquel deceso pero nadie lo mencionó, ni siquiera el gobierno que lo ha convertido en el icono de una revolución que poco tiene que ver con el verdadero pensamiento bolivariano.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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Cultura
“Lo que se pretende con cada proyecto es resolver problemas de tipo social. Nosotros hemos hecho una primera evaluación, diagnóstico si se quiere y a partir de ellos se han hecho diferentes intervenciones, incluso en las mismas unidades educativas”, dijo Ariel Roldan

SIMÓN BOLIVAR

Ubaldo Padilla

Aquel 24 de Julio de 1830,a las cinco de la mañana, tras que José Palacios le cantó  la fecha de sus cumpleaños; Simón  José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, abrió los ojos  y gritó “47 años ya, carajos y estoy vivo”, como presagiando que para él a partir de esa fecha ya no habría muerte capaz de matarlo.

Pero para entonces el general ya se sentía viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado; las oligarquías locales de los países que libertó, le habían declarado la guerra a muerte por sus ideas de integración latinoamericana; ideas que eran contrarias a los intereses y privilegios locales de esas familias poderosas; “Todo lo he hecho con la sola mira de que éste continente sea un país independiente y único y en eso no he tenido ni una sola contradicción ni una sola duda” solía decir el libertador  como respuesta a las diatribas.

A partir de ese 24 de julio de 1830, cuando SimónBolívar cumplió 47 años, después de haber libertado al continente y haber sido presidente de Venezuela y la Gran Colombia, dictador del Perú y Libertador de Bolivia, comenzó su decepción y su amargura; “ya no tengo patria por la cual sacrificarme” dijo una vez al enterarse que los gobiernos locales de los países liberados por él del yugo español, comenzaban a destruir su obra construida en 20 años de Guerras.

Era tan extenso el territorio y tan difíciles las circunstancias de la época, que sus mismos soldados una vez le preguntaron, “general, ya tenemos la independencia, ahora díganos que hacemos con ella” a lo que el general respondió, “hay que unificar los gobiernos de las américas si no queremos darle ventajas a nuestros enemigos . Para Bolívar la unidad del continente no tenía precio, como ahora; por eso se había entregado a esa causa desde muy joven, claro que impulsado por otras circunstancias de las que poco se habla.

A los 3 años quedó huérfano de su padre el coronel  Juan Vicente Bolívar y Ponte Andrade; a los 9 años murió su madre doña María de la Concepción Palacios de Aguirre y Aristía-Sojo y Blanco y a los 19 años, apenas 7 meses con 26 días de su matrimonio quedó viudo de María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza.

Según cuenta Gabriel García Márquez en su obra “El general en su laberinto”, la muerte de su esposa marcó la fecha de su nacimiento histórico; antes había sido un señorito aristócrata de Caracas; a la muerte de su esposa y luego de jurar nunca más hablar de ella, nunca más recordarla ni nunca más sustituirla, se convirtió sin transiciones en el hombre que fue y es para siempre. “Prefiero la muerte en tus brazos que esta paz sin ti” había dicho alguna vez; luego viajó a Europa a instruirse en las artes de la política y la guerra para tras su juramento en el monte sacro de Italia regresar a su patria a liberarla.

En todo ese tiempo y hasta su muerte había sido el eterno fugitivo de la quiteña Manuela Zaenz y sus amores; y de tantas otras mujeres como Delfina Guardiolaquien de celosa le había dicho una vez “general usted es un hombre eminente, más que ninguno…pero el amor le queda grande”. 

Para aquel 24 de julio de 1930 cuando el general cumplía sus últimos cumpleaños , ya estaba enfermo, aunque el jamás hasta su muerte lo aceptara; porque la enfermedad era al único enemigo al que el general temía y se negaba a enfrentarlo.

Ahora, clubes deportivos, colegios, calles avenidas, monumentos centros comerciales, museos, plazas, plazuelas, puentes, parques, teatros y hasta empresas de transporte llevan su nombre; como a muchos héroes y heroínas, el mercado los ha reducido a mercancía; sus enemigos prefieren eso al despertar de sus ideas e ideales.  A 230 años de su nacimiento, Bolívar sigue naciendo en cada idea de integración del continente y las oligarquías se siguen alegrando con su muerte, como aquel gobernador de Maracaibo, que al enterarse de su muerte escribió “El genio del mal, la tea de la anarquía, el opresor de la patria ha dejado de existir” y propuso exterminar a su descendencia hasta la quinta generación; sin saber que las vidas de estos hombres no se acaban con la muerte y algunas como la de Bolívar son necesarias para que sus ideas e ideales, sigan viviendo.

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