Opinion

SIMÓN
Surazo
Juan José Toro Montoya
Martes, 24 Diciembre, 2013 - 20:02

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García Márquez no fue el primero en desmitificar a Bolívar pero sí en colocarlo en un plano humano nunca antes abordado.

“El general en su laberinto” es una novela y, como tal, está cargada de ficción pero es la más histórica de las obras del Señor de Macondo. Para escribirla, tuvo que investigar a fondo al Libertador y, al igual que otros que lo precedieron en esa tarea, encontró datos sorprendentes.

En el libro encontramos a Bolívar en el final de su vida, envejecido a sus 47 años, mortalmente enfermo y prácticamente desterrado en la quinta San Pedro Alejandrino, prestada como todo lo que le rodeaba entonces. De su pasada gloria sólo quedan recuerdos y afuera, en un mundo del que sus enemigos se habían apoderado, está un creciente sentimiento anti-bolivariano que sólo es comparable con el odio.

En medio de sus dolores, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, apenas consigue alivio para sus achaques liberando los gases que atormentan a su estómago.

Muchos se indignaron con la visión que el Gabo ofreció del augusto Libertador de seis naciones pero nadie se atrevió a contradecirle históricamente. Años después, un periodista e historiador argentino, José Ignacio García Hamilton, recorrió los 67.000 kilómetros que Bolívar cubrió a caballo en sus campañas contra los españoles y acopió suficiente información como para hacer un cuadro humano del prócer. El resultado de ese trabajo fue la biografía intitulada simplemente “Simón” que, por una parte, confirma las referencias históricas de García Márquez y, por otra, aporta nuevos datos sobre el hombre, aquel a quien olvidamos por centrarnos en su figura de semidiós, omnipresente en las escuelas y colegios del país que lleva su nombre.

El libro de García Hamilton confirma que Bolívar fue bajo de estatura y el color de su piel correspondía al de un zambo. Su verdadera imagen está lejos de aquel hombre alto, blanco y espigado que vemos en el retrato que corona la cabecera del salón principal de la Casa de la Libertad, en Sucre, y del que el mismo Libertador dijo que fue pintado con “la más grande semejanza”. Confirmamos que, pese al eterno dolor por la muerte de su esposa María Teresa, fue un mujeriego empedernido entre cuyas amantes figuran hasta niñas de 14 años pero no existen suficientes pruebas que ameriten que haya tenido descendencia.

Como todo ser humano, Simón Bolívar estuvo lleno de defectos y tenía muchas limitaciones pero su gran mérito es que logró imponerse a estas con el fin de alcanzar la mayoría de sus objetivos. Sólo así se explica que, entre tantos masones que conspiraron para lograr la expulsión de los españoles, haya sido él quien lo haya logrado.

Su gran sueño era la integración americana, la formación de un gran Estado sobre la base de los territorios liberados, pero no lo logró porque en estos existían caudillos locales que no estaban dispuestos a perder sus privilegios —Casimiro Olañeta es el más repugnante ejemplo— y, para rematar su destino, rompió involuntariamente con la masonería en 1830, dos años después del atentado urdido en su contra, y así comenzó un declive que degeneraría en su muerte el 17 de diciembre de ese año. 

El martes se cumplieron 183 años de aquel deceso pero nadie lo mencionó, ni siquiera el gobierno que lo ha convertido en el icono de una revolución que poco tiene que ver con el verdadero pensamiento bolivariano.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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