HISTORIA

Los olvidados

Juan José Toro Montoya

Adolfo Cáceres Romero ha escrito —y sigue escribiendo— la más completa historia de la literatura boliviana. Ese, y muchos otros méritos, fueron los motivos para que lo invitemos a participar en el Primer Encuentro Nacional de Escritores e Historiadores sobre Gesta Bárbara que se realizó en noviembre del año que se termina. No pudo llegar a Potosí por razones de salud pero envió un trabajo tan bien hecho que abrirá la memoria que pretendemos publicar en breve con pretensiones de nueva antología.

En su ponencia, don Adolfo describe cómo estaban Potosí, Bolivia y el mundo en 1918, cuando Gesta Bárbara surgió como un movimiento cultural de dimensiones entonces inconmensurables. De paso, pinta, literaria y personalmente, a algunos de sus puntales como Carlos Medinaceli, Gamaliel Churata, José Enrique Viaña, Armando Alba, Walter Dalence y Alberto Saavedra Nogales.

A esos hay que sumar el nombre de María Gutiérrez, que incluso llegó a dirigir la revista “Gesta Bárbara”, y la de otras mujeres que, como reivindica Gaby Vallejo, formaron parte y ejercieron notoria influencia en la sociedad boliviana de hace un siglo.

Además de escritores, Gesta Bárbara aglutinó a otros artistas de entonces como el músico Eduardo Caba y el pintor Cecilio Guzmán de Rojas.

Aunque parezca difícil de creer, los menos ilustrados sobre Gesta Bárbara resultamos ser los potosinos. El encuentro lo confirmó porque los invitados encendieron luces sobre ese movimiento y su importancia.

Gesta Bárbara nació en Potosí —de eso no cabe duda— y, por lo tanto, la mayoría de sus integrantes fueron potosinos. Curiosamente, los integrantes potosinos del movimiento resultaron ser los menos conocidos.

Además de los nombrados por Cáceres, en Gesta Bárbara estuvieron artistas como Armando Palmero Nava, Valentín Meriles Mena, Fidel Rivas Michel, Daniel Zambrana Romero, Félix Mendoza Mendoza y David Ríos Reynaga.

Pese a que todos estos nacieron en Potosí, los potosinos sabemos poco de ellos. Quedaron sus escritos, especialmente en las revistas que dirigió Medinaceli, pero hay pocos datos sobre sus fechas de nacimiento y/o defunción. Gracias al trabajo de Mario Araujo Subietay Aurora Valda Cortés de Viaña, la obra de estos “bárbaros” fue recuperada en una primera antología pero los que escasean son los datos biográficos, necesarios para cualquier perfil.

Algunos, como Alba y Dalence, son bastante conocidos y hay datos sobre ellos pero otros estaban prácticamente hundidos en el anonimato hasta el encuentro de noviembre. Saavedra Nogales, por ejemplo, fue, además de escritor, rector de la Universidad Autónoma Tomás Frías por 13 años y el primero de la era autonomista. Pese a eso, en esa casa de estudios superiores no existe un archivo con su nombre. Lo único que queda es un pequeño retrato, junto a los de otros rectores.

¿Descuido u olvido intencional? Quizás el propio Medinaceli se hubiera perdido en las oquedades de los tiempos si Armando Alba no hubiera insistido en la importancia de su obra. Y algunos, como Roberto Leitón, tal vez se habrían difuminado si el autor de “La Chaskañawi” no habría reparado en su talento.

Pero algunos se perdieron en el fragor del devenir diario porque, pasado el impacto de Gesta Bárbara, los potosinos dimos vuelta la hoja… No nos importaban o… tal vez nos importaban demasiado y, corroídos por la envidia, preferimos ignorarlos.

Son artistas que sobresalieron entre los de su generación pero, por razones incomprensibles, fueron olvidados con el paso de los años. Nuestra intención es rescatar sus figuras y conservarlas para la historia.

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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Los olvidados

Juan José Toro Montoya

Adolfo Cáceres Romero ha escrito —y sigue escribiendo— la más completa historia de la literatura boliviana. Ese, y muchos otros méritos, fueron los motivos para que lo invitemos a participar en el Primer Encuentro Nacional de Escritores e Historiadores sobre Gesta Bárbara que se realizó en noviembre del año que se termina. No pudo llegar a Potosí por razones de salud pero envió un trabajo tan bien hecho que abrirá la memoria que pretendemos publicar en breve con pretensiones de nueva antología.

En su ponencia, don Adolfo describe cómo estaban Potosí, Bolivia y el mundo en 1918, cuando Gesta Bárbara surgió como un movimiento cultural de dimensiones entonces inconmensurables. De paso, pinta, literaria y personalmente, a algunos de sus puntales como Carlos Medinaceli, Gamaliel Churata, José Enrique Viaña, Armando Alba, Walter Dalence y Alberto Saavedra Nogales.

A esos hay que sumar el nombre de María Gutiérrez, que incluso llegó a dirigir la revista “Gesta Bárbara”, y la de otras mujeres que, como reivindica Gaby Vallejo, formaron parte y ejercieron notoria influencia en la sociedad boliviana de hace un siglo.

Además de escritores, Gesta Bárbara aglutinó a otros artistas de entonces como el músico Eduardo Caba y el pintor Cecilio Guzmán de Rojas.

Aunque parezca difícil de creer, los menos ilustrados sobre Gesta Bárbara resultamos ser los potosinos. El encuentro lo confirmó porque los invitados encendieron luces sobre ese movimiento y su importancia.

Gesta Bárbara nació en Potosí —de eso no cabe duda— y, por lo tanto, la mayoría de sus integrantes fueron potosinos. Curiosamente, los integrantes potosinos del movimiento resultaron ser los menos conocidos.

Además de los nombrados por Cáceres, en Gesta Bárbara estuvieron artistas como Armando Palmero Nava, Valentín Meriles Mena, Fidel Rivas Michel, Daniel Zambrana Romero, Félix Mendoza Mendoza y David Ríos Reynaga.

Pese a que todos estos nacieron en Potosí, los potosinos sabemos poco de ellos. Quedaron sus escritos, especialmente en las revistas que dirigió Medinaceli, pero hay pocos datos sobre sus fechas de nacimiento y/o defunción. Gracias al trabajo de Mario Araujo Subietay Aurora Valda Cortés de Viaña, la obra de estos “bárbaros” fue recuperada en una primera antología pero los que escasean son los datos biográficos, necesarios para cualquier perfil.

Algunos, como Alba y Dalence, son bastante conocidos y hay datos sobre ellos pero otros estaban prácticamente hundidos en el anonimato hasta el encuentro de noviembre. Saavedra Nogales, por ejemplo, fue, además de escritor, rector de la Universidad Autónoma Tomás Frías por 13 años y el primero de la era autonomista. Pese a eso, en esa casa de estudios superiores no existe un archivo con su nombre. Lo único que queda es un pequeño retrato, junto a los de otros rectores.

¿Descuido u olvido intencional? Quizás el propio Medinaceli se hubiera perdido en las oquedades de los tiempos si Armando Alba no hubiera insistido en la importancia de su obra. Y algunos, como Roberto Leitón, tal vez se habrían difuminado si el autor de “La Chaskañawi” no habría reparado en su talento.

Pero algunos se perdieron en el fragor del devenir diario porque, pasado el impacto de Gesta Bárbara, los potosinos dimos vuelta la hoja… No nos importaban o… tal vez nos importaban demasiado y, corroídos por la envidia, preferimos ignorarlos.

Son artistas que sobresalieron entre los de su generación pero, por razones incomprensibles, fueron olvidados con el paso de los años. Nuestra intención es rescatar sus figuras y conservarlas para la historia.

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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Unas referencias históricas

Constantino Rojas Burgos

La creación del Programa de Comunicación Social tiene cuatro momentos históricos de relevancia, que le confieren la mayoría de edadal cumplir 20 Años de vida institucional. Una universidad pública como San Simón acoge a estudiantes de colegios fiscales, privados y de convenio, provenientes de las provincias y el cercado de Cochabamba y de otros departamentos del país.

 

El primero,que certifica su nacimiento tiene relación con la organización de un Seminario interno en la Carrera de Sociología, un 14 y 15 de noviembre de 1997 donde se aprobó el perfil académico de Comunicación Social, a solicitud del Lic. Marcos Campero Marañón, dependiente de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociología, como consta en un informe de Secretaria Administrativa N° 221/01 de junio de 2001.

 

Asimismo, el30 de enero de 1998, —segundo momento—, con Resolución del Consejo Facultativo 04/98, se aprueba la creación del Perfil del Comunicador Social, refrendado por el Comité Académico del Consejo Universitariosegún acuerdo 001/98 de 10 de febrero de 1998 —tercer momento— un 3 de marzo de 1998 se avala la Resolución del Comité Académico en el Consejo Facultativo de Ciencias Económicas y Sociología, y en este mismo mes, —cuarto momento histórico— dar inicio a clases del primer semestre del Programa de Comunicación Social.

 

Un logro trascendental en este recuento histórico es haber alcanzado la condición de carrera, después de cumplir los requisitos exigidos por el sistema universitario: tener una primera promoción, desarrollar una evaluación del programa y efectuar consideraciones de orden económico, sin que afecte el presupuesto universitario. El 04 de noviembre de 2004, aprobado el nuevo rediseño curricular, se emitió una Resolución Rectoral dando lugar a la transformación de Programa a Carrera de Comunicación Social.

 

En febrero del 2005 se implementó el nuevo rediseño curricular con un Plan de Estudios para estudiantes de primero a quinto semestre y se desarrolla un proceso de homologación, compensación y convalidación de materias a través de la Unidad de Provisión de Sistemas Informáticos de la UMSS. En mayo de 2005 la carrera de Comunicación Social se incorporó a la estructura de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

 

El segundo semestre de 2006, a solicitud de la Carrera de Comunicación Social, la Facultad y las autoridades de la Dirección de Planificación Académica (DPA) posibilitaron la titularización de docentes, por el Proceso de Admisión, Selección y Evaluación Docente en el marco del Estatuto Orgánico, logrando titularizar 16 docentes para 22 materias ofertadas en una Convocatoria Pública y que se extendió también a las carreras de Psicología y Lingüística Aplicada a la Enseñanza de la Lengua (LAEL)

 

Finalmente, en mayo de 2007 concluyó el proceso de fortalecimiento de la Carrera de Comunicación Social, con la elección del Director con participación del co gobierno paritario docente estudiantil y que además posibilitó consolidar la participación de docentes y estudiantes en Consejos de Carrera, Facultativo y Universitario con representantes elegidos democráticamente.

 

Noviembre de 2017, transcurridos 20 años de vida institucional, la Carrera cuenta con un laboratorio de computadoras donde los estudiantes editan audio e imágenes para la producción radial y televisa. Se dispone de la Unidad de Producción Audiovisual, del Set de televisión y de Radio San Simón 102.4 FM, que posibilita conjuncionar un proceso de enseñanza – aprendizaje desde la teoría y la práctica.

 

La carrera en sus 20 años, sin duda, permitió reforzar una estructura académica en la formación de comunicadores, que ahora trabajan en ministerios, medios de comunicación, Organizaciones No Gubernamentales, entidades públicas y privadas que requieren profesionales al servicio del país.

 

El autor es periodista y docente universitario

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HISTORIA, MEMORIA Y APRENDIZAJE

Iván Castro Aruzamen

Frecuentemente recurrimos a la historia, a quien consideramos como una magistra vitae. Pero, la utilidad de la historia, de nuestra historia como sociedad, para nuestra vida, no solo depende de una buena voluntad o nada más que de las buenas intenciones de quienes leen la misma. Nuestra historia está plagada de desengaños. Y el desengaño de una u otra forma nos impulsa a ponernos frente a frente con esos hechos, que han marcada a punta de sangre y terror, la vida de miles de compatriotas en determinados contextos. Si bien, los desengaños, la atrocidad, frutos del ejercicio vertical del poder en manos de individuos poco aptos para el mismo, causaron daños irreparables, la colectividad, la sociedad, por alguna razón, vuelve a repetir tales patrones, olvidando por completo la enseñanza de la historia como magistra vitae.

La manipulación de la historia nace a raíz de la descontextualización de los hechos. Así, el anacronismo de miradas retrospectivas, juzgando los acontecimientos, con parámetros ajenos a tal realidad, no solo es negarle vitalidad y enseñanza a la historia. Tanto la filosofía de la historia como el historicismo caen con frecuencia en esta tergiversación. Por ejemplo, la revolución de 1952, acabó como una cuestión «amañada de las cosas» (René Zabaleta Mercado), pero no por ello dejó de tener su magisterio en las generaciones posteriores. Y no hace mucho, las dictaduras militares, que sembraron el terror y el miedo, también son parte de la enseñanza histórica, para no repetirlas nunca. Una perspectiva historicista llevada a extremo, reduce el espacio y la acción, o por su lado la fuerza de la razón termina hiperbolizando los hechos; en ambas posturas, se tiende a perder la luz que iluminé las situaciones de la historia en las que el desengaño fue el fracaso de la tradición.

La historia como magistra vitae, está estrechamente ligada a la memoria. Para Marcel Proust, autor de En busca del tiempo perdido (9 tomos), el único modo de recobrar el tiempo perdido es a través de la memoria a partir de un hecho cotidiano. Ese tiempo recobrado como ejercicio de la memoria, nos acerca al dolor y la tragedia, por tanto, podemos reconstruir los hechos para comprender su contexto. La memoria que recobra y guarda los hechos marcados por el desengaño, conserva toda la fuerza de la tradición. Por eso la memoria recurre a la oralidad, las imágenes y los símbolos.

Esa memoria que es fiel a la tradición, no siempre coincide con el texto escrito; pues, las imágenes, la oralidad y los símbolos, siempre dicen más de lo que guardan; por esa razón, la memoria mantiene una postura crítica ante los acontecimientos pasados. Quien sacraliza las imágenes y los símbolos, naturalmente, pierde contacto con los hechos; de este modo, éstos ya no pueden cumplir su rol de magisterio para la vida. Una corriente irracional, en este sentido, tiende a convertir la memoria, en una ideología que responde a intereses sectarios y políticos; y peor aun cuando esta moviliza al conjunto de la sociedad en contra de las ideas críticas respecto de los hechos acaecidos. No es raro, en este sentido, encontrar intelectuales y mandarines burgueses de esa nueva cultura irracional convirtiendo a la memoria en un todo cerrado. En una memoria ideologizada no cabe la reconciliación ni el perdón. Mientras tanto, los invitados del pasado (asesinatos, tortura, persecución, inmunidad, privilegios, etc.) pasan a ser piedra de toque para afirmar la legitimación de los hechos presentes y un nuevo orden, que arrastra a la sociedad hacia un nuevo fracaso de la tradición.

¿Podemos aprender de nuestro pasado? Sin duda, la historia y la memoria, tanto colectiva como individual, son un verdadero magisterio para la vida. Pero, como dice Jürgen Habermas, siempre y cuando sepamos mantener una postura crítica, reconociendo el fracaso y no dejemos espacio para los triunfalismos históricos, podemos avanzar. Sino escuchemos al gran filósofo alemán: «La historia puede en todo caso ser una magistra vitae de tipo crítico que nos dice qué ruta podemos emprender. Pero como tal, sólo pide la palabra cuando llegamos a confesarnos que efectivamente hemos fracasado». Por ahora, como Estado ni siquiera nos hemos acercado a mirar críticamente el pasado teñido de desengaños. Es una tarea pendiente.

Iván Castro Aruzamen

 

Teólogo y filósofo

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HISTORIA, MEMORIA Y APRENDIZAJE

Iván Castro Aruzamen

Frecuentemente recurrimos a la historia, a quien consideramos como una magistra vitae. Pero, la utilidad de la historia, de nuestra historia como sociedad, para nuestra vida, no solo depende de una buena voluntad o nada más que de las buenas intenciones de quienes leen la misma. Nuestra historia está plagada de desengaños. Y el desengaño de una u otra forma nos impulsa a ponernos frente a frente con esos hechos, que han marcada a punta de sangre y terror, la vida de miles de compatriotas en determinados contextos. Si bien, los desengaños, la atrocidad, frutos del ejercicio vertical del poder en manos de individuos poco aptos para el mismo, causaron daños irreparables, la colectividad, la sociedad, por alguna razón, vuelve a repetir tales patrones, olvidando por completo la enseñanza de la historia como magistra vitae.

La manipulación de la historia nace a raíz de la descontextualización de los hechos. Así, el anacronismo de miradas retrospectivas, juzgando los acontecimientos, con parámetros ajenos a tal realidad, no solo es negarle vitalidad y enseñanza a la historia. Tanto la filosofía de la historia como el historicismo caen con frecuencia en esta tergiversación. Por ejemplo, la revolución de 1952, acabó como una cuestión «amañada de las cosas» (René Zabaleta Mercado), pero no por ello dejó de tener su magisterio en las generaciones posteriores. Y no hace mucho, las dictaduras militares, que sembraron el terror y el miedo, también son parte de la enseñanza histórica, para no repetirlas nunca. Una perspectiva historicista llevada a extremo, reduce el espacio y la acción, o por su lado la fuerza de la razón termina hiperbolizando los hechos; en ambas posturas, se tiende a perder la luz que iluminé las situaciones de la historia en las que el desengaño fue el fracaso de la tradición.

La historia como magistra vitae, está estrechamente ligada a la memoria. Para Marcel Proust, autor de En busca del tiempo perdido (9 tomos), el único modo de recobrar el tiempo perdido es a través de la memoria a partir de un hecho cotidiano. Ese tiempo recobrado como ejercicio de la memoria, nos acerca al dolor y la tragedia, por tanto, podemos reconstruir los hechos para comprender su contexto. La memoria que recobra y guarda los hechos marcados por el desengaño, conserva toda la fuerza de la tradición. Por eso la memoria recurre a la oralidad, las imágenes y los símbolos.

Esa memoria que es fiel a la tradición, no siempre coincide con el texto escrito; pues, las imágenes, la oralidad y los símbolos, siempre dicen más de lo que guardan; por esa razón, la memoria mantiene una postura crítica ante los acontecimientos pasados. Quien sacraliza las imágenes y los símbolos, naturalmente, pierde contacto con los hechos; de este modo, éstos ya no pueden cumplir su rol de magisterio para la vida. Una corriente irracional, en este sentido, tiende a convertir la memoria, en una ideología que responde a intereses sectarios y políticos; y peor aun cuando esta moviliza al conjunto de la sociedad en contra de las ideas críticas respecto de los hechos acaecidos. No es raro, en este sentido, encontrar intelectuales y mandarines burgueses de esa nueva cultura irracional convirtiendo a la memoria en un todo cerrado. En una memoria ideologizada no cabe la reconciliación ni el perdón. Mientras tanto, los invitados del pasado (asesinatos, tortura, persecución, inmunidad, privilegios, etc.) pasan a ser piedra de toque para afirmar la legitimación de los hechos presentes y un nuevo orden, que arrastra a la sociedad hacia un nuevo fracaso de la tradición.

¿Podemos aprender de nuestro pasado? Sin duda, la historia y la memoria, tanto colectiva como individual, son un verdadero magisterio para la vida. Pero, como dice Jürgen Habermas, siempre y cuando sepamos mantener una postura crítica, reconociendo el fracaso y no dejemos espacio para los triunfalismos históricos, podemos avanzar. Sino escuchemos al gran filósofo alemán: «La historia puede en todo caso ser una magistra vitae de tipo crítico que nos dice qué ruta podemos emprender. Pero como tal, sólo pide la palabra cuando llegamos a confesarnos que efectivamente hemos fracasado». Por ahora, como Estado ni siquiera nos hemos acercado a mirar críticamente el pasado teñido de desengaños. Es una tarea pendiente.

Iván Castro Aruzamen

 

Teólogo y filósofo

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Guardianes

Juan José Toro Montoya

Sin recuerdos, el ser humano es un objeto más de la creación. En el pasado está todo: nuestro nacimiento, la actitud de nuestros padres, los primeros amigos, la escuela… A medida que vivimos, creamos recuerdos y estos forman nuestra personalidad.

La historia es el pasado de las sociedades, de los conjuntos de personas. Explica sus antecedentes, su origen y sus transformaciones con el transcurrir del tiempo. Un pueblo sin historia no es más que un conjunto de seres que, sin recuerdos colectivos, se alejan del concepto de personas.

Con el paso del tiempo, los seres humanos dejamos huellas: fotografías, grabaciones, imágenes en movimiento y, ocasionalmente, papeles como consecuencia de nuestros actos administrativos.

En conjunto, las huellas que dejan los seres humanos son las huellas de la historia. El presente se graba en papeles, piedras, vasijas, monumentos, textiles, etc. y, con el paso del tiempo se vuelve pasado, se transforma en historia.

Si esas huellas, esos recuerdos, se perdieran, las personas y sociedades nos quedaríamos sin personalidad… nos convertiríamos en objetos, materia sin memoria.

Uno de los muchos ejemplos de esta verdad es el detalle de prefectos de Potosí que levantó en su tiempo el prolífico Modesto Omiste. Existe un vacío de 15 años, entre 1844 a 1859. El propio historiador explicó que el hueco en esa relación se produjo “por no existir en la oficina del Tesoro Público los libros de tomas de razón, correspondientes a dichos años”. ¿Quiénes fueron prefectos en ese periodo? La respuesta no está en ese texto de Omiste.

Y como ese hay varios ejemplos. Por lo general, la gente no reconoce el valor de los archivos y, al verlos como papel que ocupa espacio, los incendia. No se sabe, por ejemplo, qué pasó con los registros de colegios potosinos tan antiguos como Pichincha y Santa Rosa. Muchas veces, las huellas de la historia son borradas intencionalmente. Lo hizo Atahuallpa en el siglo XVI y lo imitó Arce Gómez en 1979.    

Los recuerdos se guardan en la mente y las huellas del tiempo en los archivos, los conjuntos ordenados de documentos y rastros de la historia que una persona, una sociedad o institución producen en el ejercicio de sus funciones o actividades.

Los archiveros o archivistas son los que cuidan esos archivos, las memorias de las sociedades, las huellas que dejaron sus integrantes, las pruebas de los hechos que un día fueron presente. Los cuidan y ordenan sistemáticamente para tenerlos al alcance de quien quiera consultarlos, de aquel que quiera viajar al pasado a través de sus huellas.

Como toda actividad humana, la archivística comenzó de manera empírica y luego pasó a enseñarse en las universidades. Actualmente, la Universidad Mayor de San Andrés cuenta con la carrera de Bibliotecología y Ciencias de la Información.

Los primeros archiveros de nuestra historia fueron los khipukamayuq o quipucamayos, los funcionarios de las sociedades andinas que componían, conservaban y descifraban los khipus que no solo eran sistemas contables, como cree la mayoría, sino verdaderos soportes materiales de la memoria colectiva.

Ahora es posible conocer a estos verdaderos guardianes del tiempo gracias al Diccionario Biográfico de Archivistas de Bolivia que fue editado por la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional bajo la dirección de Luis Oporto Ordoñez.  

Allí están casi todos, guardados en un solo envase que ya alcanzó su segunda edición y ya fue presentado hasta en México. Ahora la memoria tiene también su memoria.

 

  

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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Nuestros héroes abandonados y olvidados

Diego Rojas Castro

Es normal y hasta ideal que todo país tenga héroes que expresan lo máximo a lo que puede llegar una persona por su Patria. Ello permite construir identidad, subir y conjuncionar la autoestima de la población como una Nación. Por citar algunos ejemplos, en Paraguay tienen a José Félix Estigarribia por su rol en la Guerra del Chaco, en Chile tienen a Arturo Prat y en Perú a Miguel Grau, ambos héroes de la Guerra del Pacífico.

 

En Bolivia no lo tenemos fácil por la variedad de culturas que aglutina nuestra Nación.  Uno de los grandes retos que nos sale al paso, es que si bien una figura puede representar al occidente del país, no lo hace así para el oriente y viceversa. O si lo hace para ambas, no para otros sectores mayoritarios como el indígena.

 

En todo caso, hasta la Guerra del Chaco tuvimos a Daniel Salamanca, el “Hombre Símbolo”, pero la historia sociopolítica de la postguerra se inclinó a opacar su figura, al punto que hoy en día nadie querría ser equiparado con Salamanca. Por otro lado, como héroe de la Guerra del Pacífico tenemos al valientísimo Eduardo Abaroa, a quien incluso en Chile le rinden sendos homenajes, pero aquí su figura no es lo suficientemente exaltada y se rememora solo una vez al año, cada 23 de marzo.

 

Una pareja de héroes que se tiene muy en el olvido son Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla. Ambos eran esposos, mestizos que en la Colonia lo perdieron todo por luchar contra los realistas. Gracias a esta valiente pareja, el Libertador de Cinco Naciones llegó prácticamente a rematar a las tropas realistas que ya estaban bastante debilitadas por estos patriotas. Doña Juana sobrevivió para ver el nacimiento de la República, pero quedó viuda, con sus hijos muertos y ella misma murió en la vejez en la más absoluta pobreza y abandono. En Argentina es mucho más valorada que en Bolivia, ¿no es injusto que hayamos tratado así a nuestra verdadera madre patria?

 

Otro problema que tenemos los bolivianos es el derrotismo crónico que nos aqueja al recordar nuestra historia, mismo que nos imponen desde la escuela. ¡Aberraciones, tales como que hemos perdido todas nuestras guerras internacionales! De haber sido así, en los hechos no existiríamos como Estado soberano, y nuestro extenso y rico territorio estarían distribuidos entre nuestros ambiciosos vecinos.

 

Si bien el lema del Protocolo de Paz que dio fin a la Guerra del Chaco decía “sin vencedores ni vencidos”, en el imaginario colectivo boliviano, la mayoría afirma que hemos perdido dicha guerra. Sin embargo, hay que resaltar que Bolivia cumplió su objetivo de obtener un acceso soberano al Océano Atlántico a pesar de la ayuda que brindaron Chile y Argentina a Paraguay, y la guerra terminó con una gloriosa victoria boliviana como fue la Batalla de Villa Montes, que tampoco es adecuadamente aprovechada para exaltar nuestro orgullo y autoestima de ser boliviano. Como Estado boliviano cumplimos también la meta de conservar las reservas petrolíferas y gasíferas que hoy sustentan al país, y paradójicamente los paraguayos que se llenan la boca diciendo que ganaron la guerra, hoy son nuestro principal comprador de gas licuado de petróleo.

 

Es necesario recordar y homenajear mejor a nuestros héroes, y repensar la forma en que miramos nuestra historia ya sin auto flagelarnos y valorando las glorias de Bolivia como es debido, porque ¿cómo podemos pedirles a las nuevas generaciones que vayan y triunfen en la vida, si desde la escuela se impone falsamente que fuimos unos perdedores crónicos que no han tenido una sola victoria que recordar?

 

 

El autor es ingeniero y docente universitario.

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PUERTO BUSCH Y LA GUERRA DEL CHACO

Diego Rojas Castro

Los resultados de las guerras dejan, para bien o para mal, una huella permanente en la vida de los países, por lo cual es importante tenerlo en mente para entender nuestro presente. En Bolivia, las dos guerras que más se conservan en la memoria son la Guerra del Pacífico y la Guerra del Chaco. La primera, porque nos dejó enclaustrados, sin acceso a la extensa costa marítima con la cual nació a la vida el país; y la segunda, gracias a los hidrocarburos que hasta hoy sustentan al país, pero hay un motivo igual o más importante que se debería tomar en cuenta: Puerto Busch.

 

Recordemos que Bolivia perdió sus costas y su cualidad marítima debido a la invasión chilena iniciada el 14 de febrero de 1879. Más aún, al haber sellado la pérdida de ese vasto territorio y la salida al océano Pacífico mediante el infausto Tratado de Paz y Amistad de 1904, se convirtió en una cuestión de Estado el poder llegar hasta el océano Atlántico a través del río Paraguay, pero los límites con el vecino país aún no estaban claramente definidos.

 

Por ello, uno de los objetivos más importantes de Bolivia durante la Guerra del Chaco fue llegar al río Paraguay, cosa que no se consiguió mediante la guerra, sino a través del poder de la diplomacia: En 1937 llegó a la presidencia de Bolivia el teniente coronel Germán Busch, y si bien su gobierno fue corto debido a su trágica muerte, durante su gestión se firmó el Tratado de Paz con Paraguay.

 

Gracias a los conocimientos del Dr. Dionisio Foianini Banzer, el ministro de Minas y Petróleos del gobierno de Busch, quedaron los campos petroleros para Bolivia, y sobre todo, el acceso soberano sobre el tan anhelado puerto en el río Paraguay. Busch estaba tan decidido a obtenerlo, que no le importaba romper el cese de hostilidades y volver a entrar en guerra, para lo cual envió 20 mil hombres a la frontera con Paraguay listos para entrar en acción.

 

Puerto Busch está ubicado en el Triángulo Foianini, nombre dado al área ubicada en la frontera de Bolivia con Brasil y Paraguay. Su importancia radica en el hecho de que este territorio está delimitado en uno de sus lados por el río Paraguay, por el que Bolivia posee una ruta de acceso directo a las aguas del océano Atlántico que no involucra atravesar territorio brasilero. Sin embargo, a más de 80 años de transcurrida la contienda bélica que tanto sacrificio costó al país, aún no existe la infraestructura portuaria suficiente para poder exportar a través del río Paraguay.

 

En la actualidad, en el contexto de los bloqueos en Chile que hicieron perder millones de dólares a las exportaciones bolivianas, vuelve a surgir la necesidad urgente de poder salir al océano Atlántico a través del río Paraguay. Y como una luz de esperanza, la empresa ICM SpA de Italia habría planteado al Gobierno un financiamiento de 600 millones de dólares para construir la infraestructura necesaria en Puerto Busch y el proyecto del ferrocarril Motacucito – Mutún – Puerto Busch, con el objetivo de facilitar el comercio exterior del país. La noticia causó revuelo en la institucionalidad cruceña, pero también debería hacerlo en todo el país por las oportunidades que ello brindaría a nivel nacional.

 

Es imperativo hacer de Puerto Busch el proyecto de máxima prioridad para el país. Treinta y dos mil bolivianos tuvieron que morir en la Guerra del Chaco, gracias a lo cual Bolivia tiene salida por el río Paraguay hacia el océano Atlántico, injustamente desaprovechado hasta la fecha.  Ponernos manos a la obra es honrar a esos 32 mil bolivianos cuyos huesos quedaron en las arenas del Chaco y, también, a ese visionario que fue Dionisio Foianini Banzer.

 

 

El autor es ingeniero y docente universitario.

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Una noche inolvidable

Gary Antonio Rodríguez Álvarez

El Patio Colonial del Museo de Historia de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno fue el escenario de una -casi bohemia- noche donde se llevó a cabo uno de los eventos más significativos que recordaré siempre. Allí estaban no solo mi familia sino más de un centenar de amigos, para compartir conmigo una alegría. Fue la noche del 12 de abril de 2017, día memorable porque hasta el Cielo puso de sí para que ocurriera ya que justo ese día paró la seguidilla de lluvias sobre Santa Cruz de la Sierra, permitiendo realizar el Acto a la intemperie, con atemperado clima.

La indiscutida historiadora cruceña Paula Peña Hasbun, en su calidad de Directora del Museo de Historia, hizo uso de la palabra en primer término para referirse a la obra que se presentaba ese día, sorprendiéndome gratamente el escuchar de sus labios dos valientes definiciones ante semejante auditorio: el primero, contra el aborto, para preservar la vida desde su concepción misma; el segundo -contradiciendo lo dicho por una de sus amigas- a favor del uso de la biotecnología para producir más y mejores alimentos usando la ciencia y la tecnología, para preservar la naturaleza.

Destacó además, el formato facsimilar a tres columnas del libro, del cual dijo tenía la virtud de conjugar la ciencia, la razón y la fe cristiana, hacia una mirada certera de las temáticas abordadas.

Luego vino la rutilante intervención de quien tuvo a su cargo el Prólogo de la obra, Juan Carlos Rivero Jordán, Editor de Opinión del Diario Mayor “El Deber”, quien de la manera más que generosa destacó el contenido temático de la obra y respecto al autor, “la prosa elegante, dinámica y con chispa” para hablar de “la Bolivia productiva, las vicisitudes del hombre del campo, los vaivenes de la economía, las nuevas tecnologías de producción y muchos otros temas entrelazados”, destacando, además, como elemento central, la fe en Jesucristo que le llevó a escribir sobre cuestiones espirituales “buscando llegar con palabras de fe al corazón de sus lectores”.

Fue una noche gloriosa, concebida desde el mismísimo corazón de mi Padre Celestial. Ver a mis papás sentados en primera fila y escuchar del auditorio una cariñosa ovación por su sacrificio para educarme, algo inolvidable, como lo será también ver a mi amada esposa y mis hijos allí, en armonía.

Inolvidable será esa noche en la que presenté mi libro titulado “Buscando la Verdad, Reflexiones sobre economía y la Vida a la Luz de la Palabra de Dios (2012-2016)” que está a su consideración.

(*) Economista y Magíster en Comercio Internacional

 

Santa Cruz, 19 de abril de 2017

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Deportes
El tanto de Benteke borró del mapa futbolístico la mayor proeza que había logrado San Marino con un balón, el gol de Davide Gualtieri contra Inglaterra en 1993, que hasta este martes permaneció como el más rápido de la historia con un tiempo de 8,3 segundos.

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