Surazo

COMO TOMÁS KATARI

Juan José Toro Montoya

En 1778, Tomás Katari partió de Macha hacia Buenos Aires para conseguir la restitución de sus derechos y los de su gente. Hizo todo el trayecto a pie ya que, entonces, los indios tenían prohibido transportarse a caballo. Luego de meses de dura caminata en los que su única compañía fue el hijo de su compañero Isidro Achu, llegó a la sede del virreinato y expuso sus quejas al virrey Juan José Vertiz. El representante de la corona española atendió sus quejas en parte y los despachó. Fue el inicio de las grandes sublevaciones indias del siglo XVIII.

Si todo sale como se ha previsto, este viernes partirá una nueva marcha hacia la sede del poder.

Dirigentes del Comité Cívico Potosinista (Comcipo) partirán desde la Villa Imperial de Potosí con rumbo a La Paz exigiendo atención del gobierno de Evo Morales a un pliego petitorio de 26 puntos que, según ellos, no ha sido suficientemente atendido.

Se decidió que luego de una partida simbólica desde Potosí, los dirigentes se trasladarían al cruce de Macha para iniciar, desde allí, la caminata a la sede de gobierno. La posición asumida por los comunarios de Macha, afines a Morales, de no permitir la partida de ese punto hizo que cambien su planificación inicial así que la salida será desde otro lugar.

Las circunstancias son diferentes pero el fondo es el mismo: restitución de derechos.

Potosí pide su derecho al desarrollo, aquel que le fue negado desde que comenzó a explotarse la plata del Cerro Rico, pero ni siquiera este gobierno, autoproclamado socialista, entiende lo que necesita. Con el argumento de que la región ya fue suficientemente atendida, no quiere ir más allá. Como el virrey Vertiz, atiende los reclamos solo en parte.

El aeropuerto internacional es el ejemplo más claro. Mientras sus vecinos Oruro y Sucre ya tienen una terminal aérea de ese tipo, el presidente Evo Morales dijo en Betanzos, territorio potosino, que no se construirá un aeropuerto internacional en Potosí porque sería un derroche innecesario de dinero.

Los cívicos partirán rumbo a La Paz luego de la algarabía que vivió Chimoré donde el gobierno inauguró un estadio con capacidad para 15.000 personas y un costo aproximado de 20 millones de Bolivianos. Tal vez esa infraestructura sea muy necesaria en el trópico de Cochabamba y quizás su costo no sea un derroche de dinero pero Potosí no pide estadios sino fábricas y el necesario impulso al turismo para reemplazar, de una vez, su base económica asentada en la minería.

No se sabe lo que pasará con esa marcha. Quizás no llegue a destino. Quizás sea intervenida por el gobierno. Quizás consiga llegar hasta La Paz. Quizás logre más de lo que logró la histórica huelga de los 19 días. Quizás fracase. Quizás pase a convertirse en un recuerdo. Lo cierto es que, a diferencia de otras protestas, y sin importar su desenlace, esta tiende a convertirse en un hito, igual que la marcha de Tomás Katari, aquella que, al no haber conseguido su objetivo, desató los más memorables levantamientos indígenas de la historia de Bolivia.

icono-noticia: 

MACHISMO

Juan José Toro Montoya

La palabra “patriarcalización” no existe en el idioma español y, aun así, es utilizada por los autores dedicados el estudio de la equidad de género. La definen como una forma de dominación del género masculino sobre el femenino pese a que “patriarcal” viene de “patriarca” que significa “persona que por su edad y sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad”. Puede que esa definición, tomada del Diccionario de la Real Academia Española, tenga una connotación machista pero, precisamente por eso, es mejor emplear el nombre “machismo” que es aquella “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”.

Y, si tomamos el caso de Bolivia, tendremos que rendirnos ante la evidencia de que, más que patriarcal, la nuestra es una sociedad machista. Solo así podemos explicar que en instituciones como la Policía Boliviana se degrade a una generala que ejercía el cargo de subcomandanta general para transferirla a las funciones de Directora Nacional de Educación y rectora de la Universidad Policial. Los motivos para el cambio son puramente machistas: el nuevo comandante general no se siente cómodo trabajando con una mujer.

No es el único caso, no es el primero ni será el último. Lamentablemente, pese a la vigencia de leyes contra la discriminación y violencia contra la mujer, en el país subsiste una mentalidad machista hasta en las propias mujeres.

Si duda de esa afirmación, nada más hojee las páginas de un periódico o escuche lo que las mujeres periodistas, radialistas o presentadoras de televisión dicen en los espacios informativos.

La clave está en los sustantivos. Existen sustantivos comunes en cuanto al género que no pueden utilizarse como masculinos o femeninos. Por ejemplo, “profesional” no puede convertirse en “profesionala” o bien “conferencista”, que tiene tendencia femenina, no puede utilizarse como “conferencisto”. Pero el idioma también ha evolucionado con las sociedades y, por ello, muchos sustantivos comunes que solo podían emplearse en masculino ahora admiten uso femenino. Los grados militares son el mejor ejemplo: la Real Academia Española ahora admite la utilización de generala, coronela y hasta soldada cuando el sujeto del que se habla es mujer.

Pese a ello, en las informaciones en las que se habla de la generala Rosario Chávez, afectada por el machismo en la Policía Boliviana, muchos medios de comunicación, incluso las mujeres que tratan el tema, se refieren a ella como “la general Rosario Chávez”.

Y ejemplos como esos abundan en los medios. Yo escucho a las presentadoras mujeres decir “la fiscal” al referirse a la fiscala departamental de Potosí, WillmaBlazz, mientras que una concejala de este municipio, que además es periodista, se refiere a sí misma y a sus colegas como “la concejal” cuando es admisible “la concejala”.

Es un problema de mentalidad. Las estructuras mentales de bolivianas y bolivianos están dominadas por el machismo y por eso se piensa en función masculina en una sociedad en la que lo femenino también existe y, por tanto, merece un lugar propio.
Y hasta ahora no se conoce de una ley que cambie mentalidades.

icono-noticia: 

APRENDER PERIODISMO

Juan José Toro Montoya

Quien crea que no tiene nada que aprender es alguien que no ha aprendido nada. Y entre todas las actividades humanas, el periodismo es una de las que más necesita de aprendizaje permanente. Por ello, no en vano se dice que un periodista que no lee un día es un día menos periodista.

Con ese y otros argumentos volé a Santa Cruz a participar del taller dictado por el periodista estadounidense Jon Lee Anderson.

Viejo lobo del mar de tinta, Jon es uno de los periodistas más respetados del mundo y se lo considera maestro de los perfiles. Es autor, entre otros trabajos, de biografías de Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, Saddam Hussein y Hugo Chávez.

Tuve la suerte de tener un aparte con él para conversar de un tema común, el Che Guevara, aquel personaje del que Jon escribió una biografía que se considera tan completa que fueron y son pocas las voces que la cuestionan.

Y, claro está, la reunión sirvió para llenar muchas de las lagunas que tenía en la investigación publicada en noviembre de 2014 en el diario español El Mundo.

La conversación fue tan provechosa que pude aprender mucho del maestro. De todo cuanto me dijo, rescato su pensamiento sobre los criminales, especialmente aquellos que cometieron crímenes de lesa humanidad o magnicidios.

A lo largo de la historia, muchos hombres oscuros mataron a hombres luminosos pero no todos respondieron por sus crímenes. Según Jon, todos los criminales deberían recibir castigo por sus actos en contra de la vida, sin importar el tiempo transcurrido. Puso como ejemplo a los nazis: si todavía queda alguno que no haya comparecido ante la justicia, todos los seres humanos estamos obligados a ponerlo ante un tribunal, aun si el asesino ya es un nonagenario. Si un periodista descubre a un asesino sin castigo, su obligación es ponerlo en evidencia.

Como Jon Lee Anderson llegó a Bolivia para la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz y dictó un taller propiciado por el diario El Deber y la Asociación Nacional de la Prensa, muchos pudieron beber de sus conocimientos.

De todo lo que dijo en dos días de charla, destaco su posición sobre el papel de los periodistas frente a los gobiernos. Según Jon, el periodista es un fiscalizador permanente del poder. Debe estar atento a cualquier transgresión por parte de los gobernantes y, si se diera el caso, tiene que denunciarla.

Debido a ello, el periodista coexiste con el poder pero no debe compartirlo. No importa quién esté en el poder o la ideología que represente ya que el periodista debe estar siempre en la vereda del frente. No es un opositor permanente pero jamás debe convertirse en oficialista.

Con ello, Jon me confirmó una apreciación que tengo sobre el periodista y la política: la distancia. El periodista tiene derecho a tener ideología, incluso a militar en un partido, pero cuando cruza la línea y se convierte en actor, llámese servidor público o candidato, deja de ser periodista y, al terminar su mandato, ya no puede volver a serlo.

Entonces, lo mejor es nunca cruzar la línea.

icono-noticia: 

¡TARJETA ROJA!

Juan José Toro Montoya

Es tan evidente la corrupción en el fútbol profesional que, cuando quise documentarme para escribir este artículo, encontré tantos sobre el tema en el archivo de mi columna que no supe cuáles utilizar como referencia.

Y es que esa corrupción estuvo ahí, a la vista de todos, cuando algunos árbitros no pitaban una falta clarísima o se inventaban infracciones en contra del equipo chico que enfrentaba al grande. En marzo de 2002, por ejemplo, los potosinos fuimos testigos de la deplorable actuación del árbitro ecuatoriano Pedro Senatore Ramos en el partido entre Real Potosí y Peñarol por la Copa Libertadores de América. Cuando le pregunté al entonces presidente del equipo lila, Samuel Blanco, si se impugnaría la actuación del colegiado, él me respondió que no porque eso significaba enfrentarse a un poderoso monstruo corporativo contra el que nada podía hacerse.

En ese entonces, la FIFA era una fortaleza inexpugnable cuya impunidad se replicaba en sus afiliadas. El blindaje que la cubría era sencillo: si algún gobierno intentaba inmiscuirse en el manejo de sus federaciones y/o asociaciones, el país involucrado sería desafiliado. Con esa amenaza, no sólo se arreglaba partidos sino campeonatos enteros; las sedes se asignaban a cambio de sumas estrambóticas que, en su parte no auditada, iban a parar a manos de los jerarcas quienes, luego de embolsillarse su jugosa tajada, repartían las sobras entre sus subordinados. Así también se arreglaban reelecciones como las que mantuvieron en el poder a hombres como Joseph Blatter, Julio Grondona o Carlos Chávez.

Hace un par de años, cuando esta columna comenzó a publicarse en el diario La Palabra del Beni, un dirigente de esa región se quejó ante la directora de ese periódico por el contenido de uno de mis artículos. Le dije que lo ignorara pero yo no pude seguir mi propio consejo cuando otro dirigente me llamó para protestar por el enfoque que se dio a la noticia de la última reelección de Chávez. En una larga conversación telefónica, el ofendido me dijo que el país no reconocía lo que el reelecto presidente de la FBF había hecho por el fútbol boliviano. Fue cuando tuve la sospecha de que el quejoso también formaba parte del esquema.

Hasta el 27 de mayo de este año, creí que la impunidad sería eterna pero los hechos volvieron a demostrarme que la justicia tarda pero llega. Altos dirigentes de la FIFA fueron detenidos en una investigación encabezada nada menos que por la fiscala general de Estados Unidos pero la principal cabeza, la de Blatter, seguía en su sitio.

La reacción de la Federación Boliviana de Fútbol fue la que podía esperarse. En un comunicado oficial colgado en su cibersitio el 29 de mayo, la institución rechazó las sospechas contra Chávez con un argumento contundente: “(Chávez) no aparece siquiera mencionado en el informe de la Fiscal estadounidense Loretta Lynch”. Fueron suficiente horas para que su nombre se involucre en el manejo de hasta 7,5 millones de dólares.

En el momento de escribir este artículo, Blatter había sido reelegido y renunciado a su cargo mientras que Chávez rechazó las acusaciones. La Fiscalía General de Bolivia anunció una investigación en contra del presidente de la FBF pero todavía no había rodado ninguna cabeza.

Pero el dedo ya está en la llaga. Ha llegado la hora de extirpar el pus del fútbol boliviano.

icono-noticia: 

¿EMPRESARIOS?

Juan José Toro Montoya

A mediados de la década del ‘80, la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB) publicó páginas enteras como solicitadas en los diarios de La Paz con el fin de concienciar al gobierno de Hernán Siles Suazo sobre la inconveniencia de aprobar medidas gravosas para ese sector.

La campaña era sencilla: toda la página estaba cubierta por una fotografía de vendedores, ya sea de refrescos, helados o pastillas, con el mensaje “Él (o ella) también es empresa privada”. El razonamiento también era sencillo porque el arte de prensa señalaba que un vendedor cualquiera, así sea el más humilde, es un empresario privado porque invertía su capital para ganar.

El gesto era simpático pero el fondo estaba alejado de la realidad. La verdad es que, para que un emprendimiento sea considerado “empresa privada” es necesario cumplir con ciertos requisitos que van más allá de la simple inversión de capital.

Una persona que vende refrescos no puede ser considerada “empresa unipersonal” ya que, para ser tal, una empresa debe constituirse en una “unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos”. La definición jurídica dice que una empresa es “la organización de los elementos de la producción -naturaleza, capital y trabajo con miras a un fin determinado” mientras que el Código de Comercio de Bolivia señala que la actividad empresarial es realizada por entidades, no por personas.

Entonces, una empresa unipersonal es la que pertenece a un solo dueño pero no puede estar constituida por una sola persona. La empresa, o entidad, debe tener por lo menos un dependiente que, según el Código de Comercio, es “la persona a quien el titular de una empresa o establecimiento encarga la realización de determinadas labores propias del giro comercial o de una clase de negocios, en forma temporal o permanente”.

Por tanto, la empresa sólo es tal cuando tiene uno o más dependientes y la existencia de estos representa, también, la existencia de obligaciones sociales. El dependiente no trabaja gratis, cobra, así que se le debe pagar un salario; es decir, el “estipendio con que se retribuyen servicios personales”.

El salario implica, además, la intervención del Estado con el fin de asegurarse del cumplimiento de obligaciones que generalmente están establecidas en un código o ley del trabajo o materia laboral. Por razones que ameritaron verdaderos tratados, el salario no puede estar librado a la voluntad del empleador así que es regulado por el Estado que fija un monto mínimo. Se fija, también, un sueldo adicional conocido como aguinaldo.

Basándose en indicadores económicos oficiales, el gobierno ha fijado en 2013 y este año la obligatoriedad de pagar un segundo aguinaldo. El empresariado privado ha rechazado la medida con el argumento de que sus utilidades no le alcanzan para cubrir esa otra obligación. Decir eso es tanto como confesar que no manejan bien sus finanzas porque, de hacerlo, habrían previsto este pago que, esta gestión, se anunció anticipadamente.

La verdad es que no dicen toda la verdad. Quieren que las condiciones del pago se flexibilicen con un argumento válido para un vendedor de refrescos, helados o pastillas pero no de un verdadero empresario.

O eres empresario o no lo eres. Puedes ser emprendedor pero no empresario. Y, al final, ¿qué clase de empresarios tenemos en Bolivia?

icono-noticia: 

SOCIEDAD ENFERMA

Juan José Toro Montoya

Decir que la muerte del bebé Alexander conmovió al país es redundante e innecesario. Todos nos estremecimos al conocer la noticia y nuestras reacciones fueron más o menos las mismas. Como consecuencia, un denominador común es la exigencia de modificar la legislación penal para evitar que hechos similares se repitan. ¿Será la solución?

Lo que queda más que claro es que la actual legislación penal es insuficiente. El 25 de marzo de 1999, cuando se promulgaba el Código de Procedimiento Penal impulsado por el entonces ministro de justicia, René Blattman, se dijo que estábamos dando un paso adelante en la materia. Teóricamente era cierto. La tendencia de entonces —que se mantiene hoy— es que la legislación debe humanizarse. La justicia penal tendría que ser preventiva y debería evitar los procedimientos inquisitoriales heredados de la colonia española. La intención era buena pero los resultados —que los estamos viendo ahora— son catastróficos.

Gracias a las leyes Blattman, existen miles de acreedores que no pueden cobrar deudas, se multiplicaron las estafas y, debido a que no se les puede detener más de ocho horas, muchos delincuentes huyeron y evitaron el castigo a sus fechorías. En contrapartida, la tasa de criminalidad se ha disparado. Delitos que antes se producían esporádicamente se han multiplicado y ahora no existen límites para los delincuentes. Los límites son los que pone la ley y, al haberse flexibilizado esta, actúan con mayor impunidad que antes.

La conclusión a todo esto es que nuestra sociedad no estaba preparada para una legislación avanzada. ¡Qué pena! (¡y qué vergüenza!)
Bajo esas luces, es lógico que la gente pida endurecer las penas.

La pena de muerte, abolida en la mayoría de los países del mundo, es una de las exigencias. El problema que trae la pena capital es que, por una parte, la historia ha demostrado que no es lo suficientemente intimidatoria para frenar el delito. Cuando un asesino tiene que matar, mata porque, a la hora de cometer su crimen, no razona ni considera los alcances legales de su acción. Simplemente actúa, generalmente impelido por pasiones bajas y malsanas. El otro gran problema es la falibilidad humana. ¿Qué pasa si el hombre al que se ejecuta por un crimen es inocente? Son muchos los casos —el más célebre es el de Caryl Chessman— en los que se descubre que el ejecutado era inocente de los crímenes por los que fue ajusticiado. ¿Qué se hace si se comprueba que se ejecutó a un inocente? Nada ni nadie logrará devolverle la vida.

Por tanto, la medida no ayuda a avanzar y, por el contrario, es un retroceso.

¿Qué se hace entonces? Algunos diputados electos, abogados de profesión, ya anticiparon que propondrán modificar la legislación penal con el fin de cambiar al sistema acumulativo. Me explico: el actual sistema es el de la máxima pena; es decir, si una persona es acusada de varios delitos, sólo se le aplica la que corresponde al más grave. En el sistema acumulativo, la sentencia es por cada uno de los delitos así que se va sumando los años de cárcel. Así, la pena máxima ya no sería 30 años sino que, por efecto de la suma, la privación de libertad sería mayor.

¿Será la solución? Si tampoco eso resulta, nuestra sociedad requerirá una cirugía cerebral.

icono-noticia: 

¿PERUANOS LADRONES?

Juan José Toro Montoya

No estoy de acuerdo con esa generalización que quiere hacer del gentilicio peruano sinónimo de ladrón. Si bien es cierto que un reducido porcentaje de personas acusadas de la comisión de robos en nuestro país tienen nacionalidad peruana, no es menos cierto que la gran mayoría de los habitantes del vecino país son personas honestas y trabajadoras. Por tanto, no mezclemos las cosas ni incurramos en actitudes de discriminación que son delitos en Bolivia.

Pero, si de la supuesta apropiación de danzas bolivianas se trata, sería conveniente comenzar el análisis con los inevitables antecedentes históricos.

Muchas de las personas que hoy protestan por el intento de Perú de declarar patrimonio mundial a la fiesta de la Virgen de la Candelaria de Puno, utilizando bailes bolivianos, mantienen la costumbre de llamar “Alto Perú” a la región que hoy es Bolivia. Tuvo que ser un español, Josep María Barnadas, quien, luego de una exhaustiva investigación en documentos coloniales llegara a la conclusión de que “Alto Perú” simplemente fue un apelativo para referirse a territorio hoy boliviano y diferenciarlo del que hoy es Perú. El apelativo no es nombre oficial y el que tuvo Bolivia antes de ser tal fue Audiencia y Cancillería Real de La Plata de los Charcas. El nombre completo se utiliza poco en los documentos coloniales así que el más empleado es Charcas.

Bolivia fue el Alto Perú pero no se llamó así. Consiguientemente, nunca existió, oficialmente, el gentilicio “altoperuano” y si hubo alguno tuvo que ser charquino o charquense.

Otro error común es decir que, durante el incanato, Bolivia y Perú fueron una sola nación. Habría que recordar que el Tawantinsuyo fue un enorme Estado que abarcó cerca de dos millones de kilómetros cuadrados y se extendió tanto debido a la conquista. El Kollasuyo, hoy Bolivia, era su región más extensa pero, para sumarla a los territorios del inca, fue preciso un largo periodo de conquista en el que hubo desde guerras a pactos entre etnias. En ese proceso, la cultura del Cuzco asumió muchas de las tradiciones de los kollas, la etnia que floreció en torno al Lago Titicaca, y de otros pueblos como los Charcas, los que estaban asentados en lo que hoy es Potosí, Chuquisaca y Cochabamba. Uno de los mitos kollas que se robaron los incas fue el de Manco Capaj y Mama Ocllo.

Por tanto, los robos culturales no son de ahora sino de siempre y las más de las veces fueron el resultado de procesos históricos. Perú le robó a Bolivia en tiempos prehispánicos, cuando la cultura mal llamada incaica estaba en plena expansión, y no sería raro que también haya ocurrido a la inversa.

Nuestra problema es que, cuando reclamamos algo, generalmente lo hacemos mal y, en las protestas de ahora ante la Unesco, sólo recordamos que la mayoría de nuestras danzas nacieron con el muy contemporáneo Carnaval de Oruro cuando su origen se remonta a mucho antes. Claro… para admitir eso habría que dejar de lado los textos escolares y leer un poquito de los libros de historia que se publican hoy, muchos de los cuales corrigen versiones anteriores. Lástima que a muchos bolivianos no les guste leer… 

icono-noticia: 

SIMÓN

Juan José Toro Montoya

García Márquez no fue el primero en desmitificar a Bolívar pero sí en colocarlo en un plano humano nunca antes abordado.

“El general en su laberinto” es una novela y, como tal, está cargada de ficción pero es la más histórica de las obras del Señor de Macondo. Para escribirla, tuvo que investigar a fondo al Libertador y, al igual que otros que lo precedieron en esa tarea, encontró datos sorprendentes.

En el libro encontramos a Bolívar en el final de su vida, envejecido a sus 47 años, mortalmente enfermo y prácticamente desterrado en la quinta San Pedro Alejandrino, prestada como todo lo que le rodeaba entonces. De su pasada gloria sólo quedan recuerdos y afuera, en un mundo del que sus enemigos se habían apoderado, está un creciente sentimiento anti-bolivariano que sólo es comparable con el odio.

En medio de sus dolores, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, apenas consigue alivio para sus achaques liberando los gases que atormentan a su estómago.

Muchos se indignaron con la visión que el Gabo ofreció del augusto Libertador de seis naciones pero nadie se atrevió a contradecirle históricamente. Años después, un periodista e historiador argentino, José Ignacio García Hamilton, recorrió los 67.000 kilómetros que Bolívar cubrió a caballo en sus campañas contra los españoles y acopió suficiente información como para hacer un cuadro humano del prócer. El resultado de ese trabajo fue la biografía intitulada simplemente “Simón” que, por una parte, confirma las referencias históricas de García Márquez y, por otra, aporta nuevos datos sobre el hombre, aquel a quien olvidamos por centrarnos en su figura de semidiós, omnipresente en las escuelas y colegios del país que lleva su nombre.

El libro de García Hamilton confirma que Bolívar fue bajo de estatura y el color de su piel correspondía al de un zambo. Su verdadera imagen está lejos de aquel hombre alto, blanco y espigado que vemos en el retrato que corona la cabecera del salón principal de la Casa de la Libertad, en Sucre, y del que el mismo Libertador dijo que fue pintado con “la más grande semejanza”. Confirmamos que, pese al eterno dolor por la muerte de su esposa María Teresa, fue un mujeriego empedernido entre cuyas amantes figuran hasta niñas de 14 años pero no existen suficientes pruebas que ameriten que haya tenido descendencia.

Como todo ser humano, Simón Bolívar estuvo lleno de defectos y tenía muchas limitaciones pero su gran mérito es que logró imponerse a estas con el fin de alcanzar la mayoría de sus objetivos. Sólo así se explica que, entre tantos masones que conspiraron para lograr la expulsión de los españoles, haya sido él quien lo haya logrado.

Su gran sueño era la integración americana, la formación de un gran Estado sobre la base de los territorios liberados, pero no lo logró porque en estos existían caudillos locales que no estaban dispuestos a perder sus privilegios —Casimiro Olañeta es el más repugnante ejemplo— y, para rematar su destino, rompió involuntariamente con la masonería en 1830, dos años después del atentado urdido en su contra, y así comenzó un declive que degeneraría en su muerte el 17 de diciembre de ese año. 

El martes se cumplieron 183 años de aquel deceso pero nadie lo mencionó, ni siquiera el gobierno que lo ha convertido en el icono de una revolución que poco tiene que ver con el verdadero pensamiento bolivariano.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
www.columnistas.net

icono-noticia: 

VIOLENCIA, VIOLENCIA, VIOLANCIA

Juan José Toro Montoya

Al conmemorarse el Día de los Derechos Humanos, el presidente Evo Morales se ufanó de que su gobierno los respeta a tal punto que ahora “el Estado Plurinacional pasó de los derechos individuales a los derechos colectivos”. En su criterio, se avanzó tanto que hemos pasado a otra etapa, “ahora estamos en otra batalla de los derechos de la Madre Tierra”.

Si revisamos las leyes promulgadas durante la dilatada gestión de Morales, incluida la todavía nueva Constitución Política del Estado, encontraremos que, en efecto, son muchas las normas que se han dictado en procura de la defensa de los derechos humanos. Más aún, el “Informe Sobre el Ejercicio de los Derechos Humanos en el Estado Plurinacional de Bolivia” del Defensor del Pueblo reconoce esos avances pero advierte que “en términos de normativa, se mantiene y aún se profundiza la desvinculación entre la promulgación de normas y su aplicación en la cotidianidad de la gente”.

En otras palabras, el avance en papeles es grande pero su aplicación en la vida diaria es casi nulo. La afirmación se respalda en los datos incluidos en el informe que, como cada año, sólo abarca el periodo 2012-2013.

El documento tiene 163 páginas y abarca 21 temas vinculados a los derechos humanos. Muchos son escabrosos, como la situación de los saturados recintos penitenciarios, pero, para tener una idea de cómo andamos, tomemos como muestra el informe sobre el sector más vulnerable, el de los niños.

Según el informe, “el 83% de las niñas, niños y adolescentes (bolivianos) sufren violencia en sus propios hogares o escuelas, a través de la práctica del castigo físico, mediante golpes e insultos de sus propios padres, madres, maestros y su entorno familiar” y “1.2 millones de niños, niñas o adolescentes alguna vez han sido castigados físicamente”.

Pero lo realmente alarmante es la violencia sexual: En nuestro país, “cada día 16 niñas o niños sufren vejámenes sexuales” y sólo cinco son denunciados. “A nivel mundial, en promedio el 8% de niños y niñas menores de 18 años sufre algún tipo de violencia sexual; en Bolivia el promedio es de 23%”, agrega.

Los niveles de violencia que afectan a otros sectores son igualmente alarmantes. Entre enero y octubre de este año hubo 139 asesinatos de mujeres, “el promedio de asesinatos por día subió de 7,8 a 8,5 entre las gestiones 2011 y 2012 y los casos de trata y tráfico suceden prácticamente cada día”.

Tal como señala el informe, “la violencia no solamente ha crecido, sino que se ha intensificado y extendido”. ¿Cuáles son las causas? El informe menciona algunas y una de ellas es la impunidad. Detallar las razones de esa impunidad ocuparía más páginas que las que tiene el informe defensorial pero quizás una de ellas se manifestó ante nuestros ojos en estos días, cuando el presidente increpó a la Defensoría por sus acciones en contra de la violencia contra los cuarteles. Según el jefe de Estado, las quejas mermaron el rendimiento deportivo de los soldados.

Y es que los cuarteles siguen siendo lugares donde se violan los derechos humanos. Este año hubo 12 muertos, en circunstancias aún no aclaradas, y hay 177 denuncias contra militares.

La vida humana no tiene precio pero el presidente se preocupa por un supuesto bajón en el rendimiento deportivo de los soldados. ¿Así podemos hablar de respeto a los derechos humanos?

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

www.columnistas.net

icono-noticia: 

LO INDISCUTIBLE DE UN PREMIO DISCUTIBLE

Juan José Toro Montoya

No necesito leer "Pasado por sal" para saber que la decisión asumida por el jurado del Premio Nacional de Novela 2013 fue acertada.

Carlos F. Mendizábal es uno de los grandes escritores que tiene Bolivia. Él y otros maestros del género —como, por ejemplo, Edmundo Paz Soldán, Ramón Rocha Monroy, Gonzalo Lema, Homero Carvalho, Wilmer Urrelo, entre otros— forman parte de una nueva generación que ya ha reemplazado a la anterior, a aquella integrada por Adolfo Costa Du Rels, Raúl BotelhoGosalvez, Óscar Cerruto, Jesús Urzagasti y otros de los que Néstor Taboada Terán parece ser el único sobreviviente.

Mendizábal, conocido sólo como Cé Mendizábal, ha vuelto a ganar el Premio Nacional de Novela y esta vez con su obra "Pasado por sal". Digo "ha vuelto" porque es la segunda vez que el escritor orureño conquista ese lauro. La primera fue en 1999 con "Alguien más a cargo" que fue la que lo mostró al mundo como lo que es, un escritor talentoso y de jerarquía.

Al ganar la versión 2013 del hasta ahora más importante premio de la literatura boliviana, Cé también pasa a la historia porque es el primero en repetir. La decisión del jurado de este año, que no es el mismo de 1999, demuestra que Mendizábal es bueno para cualquier examinador. Esa es otra de las razones por las que el premio está más que justificado.

Empero, uno es el premio y otro el premiado.

La opinión de que el premio es bien merecido y justiciero es compartida por la mayoría de mis conocidos con afición a la lectura y escritura pero, si bien la aceptación es mayoritaria, la verdad es que no es unánime.

Algunos de esos conocidos —mejor no decir quiénes— son del oriente boliviano y reclaman que, hasta ahora, ningún oriental haya ganado ese premio. Quizás tengan razón. Hasta este 2013, los ganadores son de Oruro, La Paz, Tarija, Cochabamba y Chuquisaca así que aún no se premió a nadie de Potosí, Santa Cruz, Beni ni de Pando. Sin embargo, es preciso recordar que, salvo el requisito de la nacionalidad boliviana, el origen no es motivo de calificación en este Premio y los miembros de los jurados nunca saben quién envió las obras sino hasta que eligen una y recién abren el sobre con los datos. ¿Quién podría adivinar si la autora o autor de una novela firmada con seudónimo es camba, colla o chapaco?

No obstante, las observaciones de los conocidos no van contra los premiados sino con la forma como se maneja el premio y eso sí es discutible.

Resulta que el Premio Nacional de Novela es abierto y una persona que lo haya ganado puede volver a participar después de dos años. Por eso es que Cé está repitiendo.

Ese hecho pone a escritores noveles, que son los más necesitados de publicar y ser promocionados, en condiciones de inferioridad respecto a los grandes maestros que también participan ya que, al final de cuentas, es el premio literario más importante y el monto en metálico que lo acompaña es bastante considerable.

Cada año hay más participantes en este Premio pero, ahora que se confirma que los grandes también participan, ¿cuántos preferirán no intentarlo más? ¿Qué aficionado se arriesga a enfrentarse a un profesional?
Al parecer, el Premio Nacional de Novela tiene que definir sus prioridades. ¿Qué es lo que busca? Si quiere descubrir nuevos valores —que es lo que necesita un país sin nombres en la marquesina internacional de la literatura— entonces tendrá que cambiar sus reglas. Si sólo quiere premiar a lo mejor, que deje las cosas como está pero sea más cuidadoso a la hora de conformar su jurado.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
www.columnistas.net

icono-noticia: 

Páginas