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Es tan evidente la corrupción en el fútbol profesional que, cuando quise documentarme para escribir este artículo, encontré tantos sobre el tema en el archivo de mi columna que no supe cuáles utilizar como referencia.
Y es que esa corrupción estuvo ahí, a la vista de todos, cuando algunos árbitros no pitaban una falta clarísima o se inventaban infracciones en contra del equipo chico que enfrentaba al grande. En marzo de 2002, por ejemplo, los potosinos fuimos testigos de la deplorable actuación del árbitro ecuatoriano Pedro Senatore Ramos en el partido entre Real Potosí y Peñarol por la Copa Libertadores de América. Cuando le pregunté al entonces presidente del equipo lila, Samuel Blanco, si se impugnaría la actuación del colegiado, él me respondió que no porque eso significaba enfrentarse a un poderoso monstruo corporativo contra el que nada podía hacerse.
En ese entonces, la FIFA era una fortaleza inexpugnable cuya impunidad se replicaba en sus afiliadas. El blindaje que la cubría era sencillo: si algún gobierno intentaba inmiscuirse en el manejo de sus federaciones y/o asociaciones, el país involucrado sería desafiliado. Con esa amenaza, no sólo se arreglaba partidos sino campeonatos enteros; las sedes se asignaban a cambio de sumas estrambóticas que, en su parte no auditada, iban a parar a manos de los jerarcas quienes, luego de embolsillarse su jugosa tajada, repartían las sobras entre sus subordinados. Así también se arreglaban reelecciones como las que mantuvieron en el poder a hombres como Joseph Blatter, Julio Grondona o Carlos Chávez.
Hace un par de años, cuando esta columna comenzó a publicarse en el diario La Palabra del Beni, un dirigente de esa región se quejó ante la directora de ese periódico por el contenido de uno de mis artículos. Le dije que lo ignorara pero yo no pude seguir mi propio consejo cuando otro dirigente me llamó para protestar por el enfoque que se dio a la noticia de la última reelección de Chávez. En una larga conversación telefónica, el ofendido me dijo que el país no reconocía lo que el reelecto presidente de la FBF había hecho por el fútbol boliviano. Fue cuando tuve la sospecha de que el quejoso también formaba parte del esquema.
Hasta el 27 de mayo de este año, creí que la impunidad sería eterna pero los hechos volvieron a demostrarme que la justicia tarda pero llega. Altos dirigentes de la FIFA fueron detenidos en una investigación encabezada nada menos que por la fiscala general de Estados Unidos pero la principal cabeza, la de Blatter, seguía en su sitio.
La reacción de la Federación Boliviana de Fútbol fue la que podía esperarse. En un comunicado oficial colgado en su cibersitio el 29 de mayo, la institución rechazó las sospechas contra Chávez con un argumento contundente: “(Chávez) no aparece siquiera mencionado en el informe de la Fiscal estadounidense Loretta Lynch”. Fueron suficiente horas para que su nombre se involucre en el manejo de hasta 7,5 millones de dólares.
En el momento de escribir este artículo, Blatter había sido reelegido y renunciado a su cargo mientras que Chávez rechazó las acusaciones. La Fiscalía General de Bolivia anunció una investigación en contra del presidente de la FBF pero todavía no había rodado ninguna cabeza.
Pero el dedo ya está en la llaga. Ha llegado la hora de extirpar el pus del fútbol boliviano.
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