Medios de comunicación

Ciencia y Tecnología
Se conoce así porque permitiría a los medios afiliados a esa organización empiecen a obtener parte de una recaudación cobrada a todas las webs que consideren que se están beneficiando por hacer citas de contenidos publicados por dichos medios.

CONSULTA CIUDADANA, ELECCIONES 2014

Fundación UNIR

Este sábado 26 de julio en lugares concurridos de La Paz, Santa Cruz, El Alto y Cochabamba la ciudadanía podrá expresar su opinión en torno a las noticias de las elecciones y acerca de lo que espera de los medios de comunicación para votar de una manera informada en octubre.

Para ello, la Fundación UNIR Bolivia, mediante su Proyecto de Comunicación Democrática y con apoyo de la Deutsche Welle Akademie, llevará a cabo la Consulta Ciudadana “Tu palabra sobre las noticias de las elecciones 2014” en las cuatro ciudades mencionadas a fin de recoger criterios de la gente sobre la importancia que le otorga a la información periodística como insumo para votar, pero también para conocer sus demandas y recomendaciones orientadas a los medios noticiosos y periodistas.

Como en anteriores ocasiones, de 9 de la mañana a 6 de la tarde se instalará mesas en sitios públicos de cada uno de los lugares citados, donde un grupo de entrevistadores atenderá a las personas de 18 años en adelante que quieran responder el cuestionario de UNIR.

Esta Consulta busca generar herramientas para fortalecer el debate público en torno a las propuestas electorales, con el fin de alentar en este proceso eleccionario un ejercicio ciudadano basado en información de calidad, en el marco del Derecho a la Información y la Comunicación.

En el contexto preelectoral, se hace necesario que la ciudadanía ejerza su derecho ciudadano de acceder a información de calidad, proporcionada tanto por los medios y periodistas como por los actores políticos y las instituciones gubernamentales correspondientes.

Se trata, entonces, de fortalecer un periodismo cercano a la ciudadanía, como vehículo para conectar a la sociedad civil con los partidos políticos, candidatos y gestores institucionales del proceso electoral.

Por ello, los datos que se obtenga serán presentados a los periodistas y estarán disponibles para toda persona interesada en el sitio web de la Fundación UNIR Bolivia: www.unirbolivia.org

La Consulta también se llevará a cabo en Vinto (Cochabamba) el 28 de julio y en Llallagua (Potosí) el 30 de julio.

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Internacional
La Ley de Comunicación, que cumple un año, es el principal método de presión del Gobierno de Correa hacia la prensa.

ARTICULISTA PARAESTATAL

Raúl Peñaranda U.

El comunicador José Luis Exeni publicó un largo comentario en el diario paraestatal La Razón sobre el libro de mi autoría Control remoto (que ya está en su sexta edición, en sólo cinco semanas desde su presentación). Exeni intenta demostrar que son equivocadas las conclusiones del texto respecto a que cinco medios de comunicación bolivianos están bajo control de la Vicepresidencia.

En primer lugar, descalifica el uso de fuentes anónimas en el libro y, curiosamente, descalifica también las que no lo son, por corresponder a lo que él llama periodistas “opositores”. O sea que haga lo que haga yo, use o no fuentes con nombre y apellido, el trabajo estará mal hecho. Le parece irrelevante que el periodista Gustavo Guzmán testimonie que el vicepresidente Álvaro García Linera le ofreció en persona el cargo de director de La Razón, en salones de la Vicepresidencia, y que Róger Cortez y Rafael Archondo ratifiquen esa versión. 

También le parece poco que el periodista Edwin Herrera denuncie en el libro que la gerencia de La Razón le pidiera que realizara un periodismo proclive al Gobierno. Y soslaya que el periodista Gonzalo Rivera, de PAT, diga que después de producida la venta de esa red, sus jefes ordenaron que no se contrasten las fuentes oficialistas y que se omitan las voces opositoras. Además, Exeni se contradice: por un lado defiende apasionadamente el derecho de La Razón de tener fuentes anónimas en el bullado caso del proceso penal contra ese diario, y por otro critica que mi libro las utilice.

Lo otro que le llama la atención a Exeni sobre el tema de las fuentes es que los afectados no hubieran querido responder mis cuestionarios. Y que esa es una falta mía, dice, no de los involucrados de los medios paraestatales. Es el mundo al revés. Si esos involucrados no han cometido las faltas que yo les atribuyo en el libro, hubieran respondido prontamente, aprovechando el espacio que les ofrecí. No lo hicieron porque, supongo, no deseaban mentir por escrito. ¿Y Exeni quería que yo forzara a esos involucrados a responder? Por favor.

Para muestra basta un botón…

El segundo aspecto en el que basa su crítica son los estudios de contenido y morfológicos que presento en el texto. Dice que las muestras que tomé son demasiado breves, por ejemplo de una semana (aunque hay estudios de un mes completo, que él omite). Critica, entre otros, el estudio de los niveles de publicidad gubernamental de la televisión nacional, en la que analicé tres días de transmisión completa, que representan 225 horas de emisión de cinco canales elegidos. Exeni, que debería saber de estas cosas, no entiende la diferencia entre la muestra elegida con respecto al universo del estudio. El da a entender –espero que no lo crea realmente– que si yo hubiera grabado 30 días en vez de tres de transmisión televisiva, habría obtenido resultados diferentes. Esta es la mala noticia para Exeni: sí, ya tengo hecho el análisis del mes completo de transmisión de TV y el resultado, como era previsible, de publicidad gubernamental emitida es casi el mismo. Espero darlo a conocer en una edición ampliada del libro.

Repite también los mismos argumentos de otras dos personas que han criticado el libro (Sergio de la Zerda y Katu Arconada) en sentido de que si hubiera elegido muestras mayores para los estudios de casos, los resultados de mi investigación habrían sido distintos. Pero están equivocados. Pregunta: ¿si hubiera analizado seis meses de contenido habría encontrado editoriales en los que La Razón critica al Gobierno? Respuesta: no. ¿Si hubiera estudiado un año de La Razón habría hallado titulares de portada críticos con García Linera? Respuesta: no. ¿Si hubiera estudiado tres años de transmisión de ATB y PAT habría descubierto equilibrio entre las fuentes opositoras y gubernamentales en los noticiarios? Respuesta: no. ¡Si hasta el adagio dice que “para muestra basta un botón”! ¡No es necesaria toda la caja de botones!

Por eso los investigadores definen un universo y, de allí, una muestra.  El estudio más importante sobre el contenido de los diarios de América Latina, realizado por el francés Jacques Kayser (Ciespal, 1967) y que tuvo una influencia enorme en futuras investigaciones, solo tomó dos semanas de muestra. Dice Ciespal sobre esa obra: “Esta investigación de prensa comparada fue la más extensa y completa realizada a la época en el mundo y la primera de esta índole en América Latina”. Con un estudio de dos semanas… A propósito, yo utilizo las técnicas de Kayser en mis estudios.

“El dinero no importa”

El tercer argumento de Exeni contra mi libro es que el hecho de que La Razón obtenga una obscena cantidad de publicidad gubernamental comparada con la de todos los otros diarios del país no demuestra nada (lo mismo que la de ATB y PAT con relación a otras redes). Eso dice. En serio. Que La Razón tenga un 400% más de publicidad gubernamental que El Deber y un 1.200% más que Los Tiempos para él es normal, no debe causar sospecha, se basa, seguramente, en el hecho de que La Razón tiene un 400% y un 1.200% más de circulación y credibilidad que los dos diarios mencionados.

Y no le llama la atención tampoco que La Razón, antes de cambiar de dueños, en 2008, lo acusaba a él de ser un peón masista en la presidencia de la CNE (opinión que yo critiqué) y que hoy ese diario le da grandes espacios para que se explaye y elucubre. ¿Ese cambio de trato con respecto a Exeni se explica por obra y gracia del espíritu santo? ¿Del accionar de la diosa de las coincidencias? No, amigo Exeni, se explica en que La Razón es un periódico paraestatal que se llenó de colaboradores afines al MAS. Al respecto, tampoco cree que sea criticable que así como La Razón se enriquece con la publicidad del Gobierno, existan medios de mayor llegada que ese diario, que no tienen nada de avisaje estatal, como Erbol o Fides. El uso de la publicidad estatal como “premio o castigo” que tanto le preocupaba a Exeni en gobiernos anteriores ha dejado de inquietarlo desde que llegó el MAS al poder.

Finalmente asegura que “pasa por sus pelotas” mi afirmación de que Página Siete, el diario que fundé, es independiente y añade que quiere hacerlo también por las mías (cosa que impediré con firmeza). Hay fuentes confiables que señalan que en vez de pensar tanto en sus pelotas Exeni debería intentar mostrar un poco de honestidad intelectual. No lo hará porque él no es más que un articulista paraestatal.

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LA CIUDADANÍA MEDIÁTICA

Erick R. Torrico Villanueva

Lenguaje soez, bromas machistas, imágenes sanguinolentas, “pasarelas” de modelos semi-vestidas, anuncios publicitarios con mujeres-cosa, tensas noticias sobre violencia criminal, social y política o escenas frecuentes de sexo explícito forman el repertorio cotidiano de mensajes “envenenados” propalados en espacios y horarios inapropiados por los medios de difusión e Internet. Y eso, sin duda, requiere de algún “antídoto”.

Habría que agregar a la lista, entre otros casos, la revictimización de quienes sufrieron accidentes, atracos o violaciones, la reiteración morbosa de imágenes captadas por cámaras de seguridad, la vulneración de la identidad y la intimidad de víctimas de la delincuencia, la organización espontánea de “ruedas de prensa” para delincuentes capturados,  la intromisión en vidas privadas, la erotización de las fiestas folclóricas, la dramatización de los hechos noticiosos, la exposición abusiva de imágenes de cadáveres o la presentación de la violencia policial, social o política como forma eficaz de resolución de conflictos.

Así, sensacionalismo, espectacularización, comercialismo y vulgaridad hallaron lugar en los mensajes mediáticos y son cultivados con creciente asiduidad. De ahí que casi no haya película o serie televisiva sin gritos, golpes o armas, que la crónica roja esté en el menú cotidiano, que presentadoras de TV sean obligadas a trabajar en minifalda, que las telenovelas rebosen de balazos y prácticas sexistas o que prolifere en los avisos clasificados la oferta de servicios sexuales que esconde –o devela– prostitución y trata de personas.

Pero los medios no tienen toda la culpa; el problema es más complejo. ¿Qué esperar en una sociedad que tolera y hasta alienta la borrachera adolescente y aun infantil o que celebra las expresiones procaces en los sitios públicos o el propio hogar? ¿Qué reclamar en un contexto que no distingue entre autoridad y poder, que arrastra seculares carencias socioeconómicas o que con la TV global, la piratería, las “nuevas tecnologías”  y los dispositivos “inteligentes” incrementó los espejos ajenos para ver su rostro propio e incita a vivir modelos extraños? ¿Qué pedir en un país con baja inversión en educación, en el que   –como dice un amigo politólogo– se bebe con frenesí dizque para honrar a un santo o en el que mujeres entonan coplas carnavaleras machistas?

Cargadas así las tintas, con las excepciones de siempre y con la duda en ciertos discursos emancipadores, los medios resultan apenas una pieza de un engranaje mayor, mas no una pieza cualquiera, sino una sumamente significativa por su potencial llegada a grandes públicos y su incidencia en los imaginarios.

Por eso es importante tomar debida nota de los recientes cuestionamientos de un sector de vecinos de El Alto a dos programas televisivos extranjeros –“Los Simpson” y “12 Corazones”– que expresan un sentimiento de crítica más extendido acerca de los contenidos mediáticos y demandan una intervención pública más consistente. Pero, ¿qué se puede hacer hoy si se tiene un reclamo por la carga de violencia, el lenguaje obsceno o la estigmatización presentes en un mensaje mediático? La protesta alteña mostró que todavía muy poco.

La Ley (348) Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia define a la violencia mediática como “(…) aquella producida por los medios masivos de comunicación a través de publicaciones, difusión de mensajes e imágenes estereotipadas que promueven la sumisión y/o explotación de mujeres, que la injurian, difaman, discriminan, deshonran, humillan o que atentan contra su dignidad, su nombre y su imagen” (numeral 4 del Art. 7) y anuncia la creación de un programa sectorial de comunicación para “deconstruir los estereotipos sexistas y los roles asignados socialmente a las mujeres, promoviendo la autorregulación de los medios de comunicación en cuanto a la publicidad que emiten, el uso irrespetuoso y comercial de la imagen de las mujeres” (numeral 5 del Art. 14), pero esa norma de marzo de 2013 continúa sin reglamentar.

La Ley (264) de Seguridad Ciudadana señala que “El Ministerio de Comunicación regulará los horarios de emisión de programas cuyo contenido tenga violencia explícita” (numeral III del Cap. III) y agrega en el Art. 70 que “La sociedad civil organizada ejercerá el control social a todos los medios de comunicación social, públicos y privados, pudiendo realizar la correspondiente denuncia ante la Autoridad de Regulación y Fiscalización de Telecomunicaciones y Transportes, en caso de advertir el incumplimiento de la presente Ley”. Hay que aclarar que entre las atribuciones del Ministerio de Comunicación no figura la regulación de horarios de programación, algo que tendría que haber estado en la Ley General de Telecomunicaciones y Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación, pero que no está,  por lo cual la Autoridad arriba referida, la ATT, tampoco está habilitada para conocer ese tipo de casos y actuar.

Frente a ese vacío legal y operativo queda una salida parcial: acudir a las instancias de vigilancia ética de las organizaciones del periodismo que pueden atender denuncias relativas al comportamiento periodístico y emitir recomendaciones. El entretenimiento, la publicidad y la propaganda quedan al margen.

Se requiere, por tanto, desarrollar una regulación específica a semejanza de la que rige en muchos países del mundo y que, por ejemplo, establece criterios de clasificación para contenidos audiovisuales (de TV y cine) y determina horarios y tipos de salas, define tipos y tiempos de publicidad o constituye observatorios, defensorías o consejos plurales de comunicación para garantizar los derechos de las personas en esta materia. Y al mismo tiempo hace falta potenciar la autorregulación de medios, anunciantes y productores de contenidos. Es ahí donde se inscribe la propuesta de la ciudadanía mediática, el “antídoto” que aquí se esboza.

Ciudadanía mediática es que los medios ajusten sus desempeños al respeto pleno de las personas que hacen parte de sus contenidos y de las que los reciben y usan. Se trata de que periódicos, revistas, radioemisoras, teledifusoras, salas de exhibición cinematográfica, periódicos electrónicos, sitios web, blogs y redes sociales virtuales, cualquiera sea su propiedad, eviten conscientemente atentar contra la dignidad o la salud mental de sus públicos y de su propio personal, artistas y fuentes de información.

Con ella los medios se convierten en espacios efectivos para el ejercicio de la ciudadanía y consiguen una mayor confianza de la gente que se siente beneficiada con una labor responsable y útil. Esto, en el nivel ideal,  redunda en una sociedad más y mejor involucrada en los asuntos colectivos.

Los medios son actores centrales en el espacio público y su conducta debe estar acorde a ese estatus en el marco del Derecho a la Información y la Comunicación que Bolivia constitucionalizó desde 2009.

Erick R. Torrico es

Responsable del Proyecto de Comunicación Democrática de la Fundación UNIR Bolivia.

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MEDIOS PÚBLICOS COMO URGENCIA 1

José Antonio Calasich

El acaparamiento de medios y el monopolio informativo son formas de distorsión y perversión comunicacional que expresan y resultan, al margen de intensiones y afanes encubiertos, de la fragilidad e insuficiencia doctrinal y conceptual en que se asienta y estructura todo el sistema mediático de una sociedad.

El sistema de medios boliviano está basado en un carácter bipolar de titularidad y manejo, donde lo estatal y lo privado (en sus modalidades comercial, comunitaria, gremial, institucional sin fines de lucro, etcétera) son sus únicos actores. Lamentablemente, tal titularidad, antes de generar contrapesos y equilibrios, ha producido una lógica pendular de complicidades en la desnaturalización comunicativa, convirtiéndola en una constante.

Junto al manejo de medios propios, el poder estatal está en condiciones de coaccionar y alienar medios privados a sus fines (ya que cuenta con todos los dispositivos y recursos necesarios para ello), mientras que éstos, al ser propiedad privada, actuará siempre, como es lógico, en concordancia a las conveniencias de sus propietarios. Al ser la libertad de expresión una de las máximas democráticas, no puede haber un mecanismo efectivo que asegure y obligue a que ambos titulares no actúen así, de manera que la indefensión comunicacional e informativa de la ciudadanía es una probabilidad cierta. 

Al ciudadano sólo le queda la esperanza que los direccionamientos comunicacionales e informativos no lleguen a extremos inadmisibles. Su única garantía es confiar que las tan mentadas regulación y autorregulación sean verdaderas y honestas y no meras declaraciones de buenas intensiones.

Un problema estructural

Así como Marx insistía que la miseria moral es consecuencia de la miseria material, y no viceversa, es perceptible que la desnaturalización y distorsión mediática está en la esencia del cómo se organiza y opera el sistema de medios. Llegado el momento, es poco lo que puede aportar la voluntad, idoneidad o formación profesional de los operadores, salvo mea culpas a posteriori de derramada la leche. Los escasos medios que tratan de marcar tonos diferentes en su labor, pronto son blanco de inevitables acosos, tanto económicos como políticos, obligándoles, a la postre, a optar por el alineamiento, la moderación o el ostracismo.

Que sólo dos sujetos/actores de los tres constitutivos del contexto social de la comunicación posean coeficiente emisor, en tanto que el tercero, vale decir el público, esté reducido a sólo recibir y espectar la acción orquestada por esos dos, introduce una deformación irreversible que hace inviable cualquier pretensión de equilibrio y ecuanimidad. En un sistema así, los sesgos y direccionamientos no son una eventualidad, sino una constante.

Hacia lo público

En la relación entre comunicación y sociedad, lo Estatal, lo privado y lo público son los tres actores, a la vez que ámbitos, de construcción de los sentidos sociales fundamentales. No sólo con los tres que se establece la posibilidad real de contrapesos efectivos, como también los parámetros necesarios para una acción medial equilibrada y armónica, sino que ellos producen los tres discursos sociales esenciales que posibilitan la vida en sociedad: uno, en relación al orden constituido (Estado); otro, en función del individuo en sí mismo (privado), y el tercero, en relación al conjunto social (público). 

Los tres discursos hacen la integralidad simbólica y de sentido de una sociedad, debiendo el sistema mediático estructurarse en concordancia a ello (lo que implica que cada uno tiene que tener su propia estructura de enunciación, es decir, sus propios medios de comunicación). Es evidente que en el país tal aspecto es totalmente ignorado, convirtiendo los déficits y contrariedades comunicacionales en una constante.

Pero aún hay más. Es con la dimensión pública (la actualmente ausente en el país) que se construye la piedra angular de todo el sistema medial de una sociedad. Es en ella donde se definen los límites y alcances de lo que puede y tiene que ser una labor mediática efectiva y congruente a las pretensiones ciudadanas de información y comunicación. Además, es en los medios públicos donde se construye los parámetros y referentes esenciales para todo el sistema mediático, obligando a operadores estatales, gubernamentales y privados a moderar su acción, incluso a resignar su propensión natural de hegemonía y acaparamiento.

(Tal aspecto es evidente en países europeos, donde los medios públicos contribuyeron a la existencia de una innegable y efectiva calidad mediática, puesto que sirvieron tanto de arquetipo para el conjunto de medios de comunicación, como de elemento de contención ante cualquier arbitrariedad estatal o exceso privado.) 

¿Qué son los medios públicos? 

En primer lugar, no son medios estatales ni gubernamentales, tampoco privados (comerciales, comunitarios, gremiales, institucionales). Los medios públicos son, antes que nada, estructuras mediáticas operadas por la heterogeneidad ciudadana, cuya diversidad y pluralidad es la que configura el sentido y funcionamiento institucional del medio.

Son medios donde los asuntos de interés común e inmediatos (los estrictamente vinculados a la cotidianidad de las personas) adquieren prioridad exclusiva y otorgan la razón de  existencia de tales medios. Es acá donde la responsabilidad y compromiso social dejan de ser una declaración de buena fe, para convertirse en la esencia del desempeño mediático. 

Es claro que el advenimiento de tales medios en el país obliga a una ardua labor que, al margen de concienciar a la sociedad sobre su necesidad e importancia, además de definir estrategias de creación y funcionamiento, exige el inicio de un amplio debate y reflexión sobre la relación entre comunicación y democracia en Bolivia, debate que no puede ser postergado por más tiempo.

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Género
“La participación política de las mujeres desde la sociedad civil ha sido decisiva en la conquista de nuestros derechos y hoy se plantea como indispensable para desestructurar el patriarcado”, señaló Mónica Novillo.

LA VIDA SEGÚN LA TV

Ubaldo Padilla Pérez

La sequía nos mata, el hambre nos remata; no hay azúcar en el mercado; la papa, el tomate y la zanahoria han  subido de precio y han bajado de peso; la carne está cada vez más escasa y más cara; el cemento desapareció dejando miles de trabajadores sin trabajo y pa colmo la salud se nos muere..

Bastaron solo 5 minutos frente al televisor instalado en una pensión popular donde no escasea nada, para escuchar la descripción de ese trágico panorama hecho  desde algún centro cruel de noticias.

Y es que no es mentira que por la sequía en el Chaco, las vacas en vez de dar leche dan pena  y luego se mueren de flacas y que la papa, el tomate y demás productos del agro escasean y suben de precio y que el cemento y que el azúcar y que esto y que lo otro también. Pero esa no es toda la verdad y al ser una verdad a medias es  peor que la mentiraentera y es una irresponsabilidad.

Es irresponsable quedarse en el diagnóstico, echarle la culpa a alguien en el presente  y no escudriñar en el pasado para buscar las verdaderas  causas de la situación presente. Es irresponsable no decir que en  el mundo se producen diariamente 5 veces más alimento que el necesario para alimentar bien a toda la humanidad; ¿entonces por qué hay gente que muere de hambre?.

Un periodismo constructivo, debería ante esta emergencia orientar a la ciudadanía para que incorpore en su  dieta alimenticia otros productos que no escasean, que no cuestan caro y que tiene mayor valor nutritivo ; un periodismo responsable debería investigar donde se esconde el cemento y donde el azúcar; un periodismo responsable debería demostrar que los que hoy pasan hambre siempre pasaron hambre y no por culpa de la escasez de los productos sino porque no tienen con que comprarlos y que no tienen con qué comprarlo, porque no tienen trabajo y que no tienen trabajo porque eso es lo que conviene al mercado para tener a disposición mano de obra barata.

Otro día, en la terminal bimodal de Santa Cruz de la Sierra; me encontré con un amigo que despedía  a su padre, que había llegado a Santa Cruz con la idea de quedarse por unos meses; “no aguantó estar aquí, cuando ellos salen tengo que trancar bien la puerta,  por ahí vienen y me asaltan como en la tele, esto no es vida, mejor me quedo nomás allá en mi puesto” argumentó el anciano.

Y es que la televisión como poderoso medio de comunicación, crea sensaciones en los televidentes; sensaciones de seguridad o inseguridad, de desesperación o esperanza; sensaciones que no son reales;  pues al ser la sensación un estímulo que recibe el cuerpo a través de los órganos sensoriales que tiene,estos producen efectos positivos o negativos según qué tipo de estímulo se reciba y en el caso del padre de mi amigo, el vio los informativos cuya estrategia es la desinformación; informando solo una parte de la realidad, suprimiendo lo más importante de los hechos, descontextualizando la noticia, distorsionando los hechos, titulando de manera sensacionalista, usando  adjetivos de manera tendenciosa o dando mayor espacio a hechos sin importancia y reduciendo a lo mínimo lo realmente importante. Esa estrategia funcionó en el cerebro del padre de mi amigo que decidió escapar del aparente mundo de asesinatos, violaciones, robos a mano armada, choques con muertos, secuestros, asaltos en vivo y en directo para refugiarse en la tranquilidad de su puesto, a donde aún no ha permitido que la televisión le lleve esas desgracias.

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OBSERVATORIOS DE MEDIOS

Erick R. Torrico Villanueva

A la ya casi permanente demanda de una mejora del desempeño periodístico en vista a su mejor correspondencia con el interés público, en varios países de América Latina se ha sumado en los últimos años aquella otra relativa a la vigencia y la  expansión de las garantías constitucionales sobre el Derecho a la Información y la Comunicación. El incesante proceso de construcción democrática que vive la región, atravesado por disputas en torno a los modelos políticos, económicos y culturales que debieran prevalecer, tiene así un importante componente directamente relacionado con el pluralismo, la transparencia y la participación.

 

En ese marco, con distintos orígenes, finalidades, procedimientos, receptividad y posibilidades de incidencia, a partir de mediados de los años ochenta pero con más fuerza desde los primeros años del nuevo siglo, han entrado en la escena pública latinoamericana los observatorios de medios que están cada vez más desafiados a ampliar su radio de acción para implicarse activamente en el ámbito mayor de los derechos humanos, individuales y colectivos.

 

Las diferentes experiencias surgidas en este sentido en los cuatro puntos cardinales del subcontinente, aunque no necesariamente nacieron con esa perspectiva, hoy han de ser incorporadas en la búsqueda de una comunicación democrática que en términos muy generales es concebible como el proceso de interacción significante entre personas, grupos, sectores sociales, instituciones, regiones y/o culturas que hace posibles el diálogo y la deliberación sobre temas de interés común con participación equitativa, respeto y diversidad.

 

Lo que se plantea con esta noción, en líneas muy gruesas, es explorar al menos cuatro dimensiones  reconocibles y urgentes de las relaciones entre comunicación y democracia:

 

1a)  Democracia para la comunicación, que concierne a que se cuente con reglas claras y precisas, así como con garantías suficientes para llevar adelante acciones de comunicación.

 

 2a) Comunicación para la democracia, que se refiere a que los procesos comunicacionales asuman la interculturalidad y el pluralismo como factores que los deben  constituir.

 

3a)  Democracia comunicada, que remite a la necesaria interrelación que tiene que darse entre Estado y sociedad en sus distintos niveles, apuntalando mecanismos de control y participativos.

 

4a) Comunicación democratizadora, consistente en la aspiración de que toda comunicación implique la expresión plural de la diversidad y sea promotora de la participación.

 

A diferencia de lo que acontecía en los decenios de 1970 y 1980, en que las demandas de los especialistas latinoamericanos de la Comunicación se centraban en la “democratización de las comunicaciones” entendida ante todo como diversificación de la propiedad mediática, en la actualidad son más bien algunos gobiernos y sectores de la ciudadanía los que impulsan debates y acciones, principalmente vinculados a normativa legal, que se dirigen a fundar y fundamentar en materia de principios y reglas la comunicación democrática, campo nuevo que está siendo desbrozado. Y dentro de ese panorama se inscribe con identidad propia el trabajo de los observadores de medios, que no puede limitarse a una suerte de supervisión técnica y ética del desenvolvimiento de la labor de información, opinión, interpretación, publicidad y entretenimiento que desarrollan la prensa, la radio, la televisión o la Internet, sino que requiere intervenir también en los planos de las condiciones en que tales medios operan al igual que en la activación de los derechos ciudadanos correspondientes.

 

De ahí es de donde se desprende la calidad de actores de la comunicación democrática que asumen en la práctica los observatorios de medios; esto quiere decir que son unidades expertas no solamente de acompañamiento crítico de los procesos informativo-comunicacionales de alcance masivo, pues además se ocupan de examinar los entornos sociopolíticos y legales en que tales procesos ocurren y se proponen incidir en ellos en función de fines de profundización democrática.

 

Dos pilares de su actuación

 

            De acuerdo con lo afirmado hasta aquí, los observatorios de medios son espacios de seguimiento y monitoreo del desempeño mediático, pero a la vez de análisis crítico y propositivo del contexto en que los medios están inmersos.

 

            En el primer caso, la labor de un observatorio consiste en “mirar a los que ven y hacen ver los acontecimientos de la realidad”. Esto significa que un observatorio evalúa sistemáticamente y forma criterio acerca de las representaciones mediáticas de esa realidad, esto es, sobre sus contenidos, enfoques, despliegues, intencionalidades, frecuencias, protagonistas o racionalidades, entre otros aspectos, todo con el fin de contribuir a la crítica y autocrítica que sirvan a la cualificación de los servicios mediáticos.

 

            Es en este punto que los observatorios se hacen partícipes de los juegos de poder que involucran a los medios, un poder basado justamente en la potestad que éstos tienen de ver, seleccionar, jerarquizar, etiquetar y hacer ver la realidad de determinado modo, es decir, de representarla ante sus públicos, por lo que es claro que en este terreno los intereses de los medios pueden llegar a colisionar con los de los observatorios.

 

            Y en el segundo caso, relacionado con la supervisión del entorno, también se hace patente otra dinámica de poder, ya que la observación abarca el “lugar” de la política, aquél en que se cruzan y enfrentan intereses gubernamentales, partidarios, empresariales, de regiones y de sectores y organizaciones de la sociedad. Esta intromisión osada de los observatorios de medios en el contexto por supuesto que genera, asimismo, otras probabilidades de confrontación, esta vez con múltiples y disímiles actores de la vida societal.

 

Historia larga, vida reciente

 

            Cuando la imprenta de tipos móviles revolucionó el mundo medieval nació la tensión entre los poderes y los medios, lo que fue reforzado con el carácter explícitamente político del primer periodismo en todas las zonas del mundo y, más tarde, con el establecimiento de los grandes consorcios mediáticos. Así, desde sus orígenes, los medios fueron parte de las disputas por las cosmovisiones y el capital.

 

            Ese hecho básico condujo a que las reflexiones respecto tanto al papel y la influencia de los medios como en torno a las reglas sociales que éstos debieran respetar emergieran bastante pronto. Este camino analítico y también decisional cobró más fuerza y sistematicidad entre los siglos XVII y XIX y se configuró mucho más consistentemente a lo largo del siglo XX.

 

            Sólo como ejemplo de esta trayectoria cabe citar a la primera tesis doctoral sobre publicística en la que el abogado alemán Tobías Peucer definió en 1690 las peculiaridades del trabajo de la prensa y las relacionó con el servicio a las leyes[2]. O los escritos que comenzó Vladímir Ilich Lenin en 1899 respecto al potencial organizador y político-propagandístico de la prensa a la vez que en materia de función informativa del Estado[3]. Y asimismo es útil mencionar el polémico y precursor libro de anales de la prensa boliviana Matanzas de Yáñez publicado en Santiago de Chile en 1886 por el polígrafo Gabriel René-Moreno que habló de los periódicos como portadores de importantes verdades sociales (representaciones de la realidad) para la historia, libro que puede ser tomado como ejemplo de la variada producción intelectual decimonónica que motivó la prensa en Latinoamérica[4]. E igualmente, la obra de otro boliviano, Gustavo Adolfo Otero, intitulada La cultura y el periodismo América e impresa en Quito en 1953, puede ilustrar la preocupación que había en la región por esos años en relación al rol político y cultural de los diarios[5].

 

            Ya hacia la década de 1930, en la academia estadounidense, comenzó la estructuración de procedimientos para estudiar los contenidos mediáticos, vinculada luego al interés investigativo por sus efectos en las decisiones de voto o compra de los receptores de mensajes, mientras que en Francia o en Alemania se trabajaba en el examen de las características formales y de los comportamientos informativos o de opinión de los medios[6]. Estas prácticas, como es sabido, fueron conocidas y posteriormente aplicadas en Latinoamérica gracias al trabajo de divulgación y formación de investigadores que el Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL) inició en Ecuador en 1959.

 

            Es evidente, por tanto, que  el análisis de los medios es poseedor de una larga historia; sin embargo, la observación de medios como tal tiene una vida mucho más reciente. Empezó a mediados de los años setenta del siglo pasado en los Estados Unidos de Norteamérica con objetivos de preservar los contenidos informativos de la influencia política o más bien de denunciar la presencia de ésta en los medios[7]. Su emergencia  en Latinoamérica se registró más tarde[8] y su proliferación fue alentada tras la creación del Observatorio Internacional de Medios de Comunicación (Media Watch Global) por Ignacio Ramonet en 2002, sustentado después en la teoría del “quinto poder”.

 

Las primeras experiencias de ese tipo surgieron en la región a principios de la década de 1990.  Fue en 1992  que nació en Brasil la Red ANDI para monitorear las noticias sobre niños, adolescentes y jóvenes, y cuatro años después, en ese mismo país, el Observatorio da Imprensa. Casi inmediatamente, en 1997, fue establecida en Perú la Veeduría Ciudadana de la Comunicación y en los años posteriores se desarrollaron más de veinte observatorios de medios en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Paraguay, Uruguay y Venezuela, sin que a la fecha todos tengan un funcionamiento regular. Además, el tema de la calidad periodística dio lugar a líneas de investigación en la Universidad de Los Andes (Chile), en la Universidad de La Sabana (Colombia) y en la Pontificia Universidad Católica de Chile, al igual que promovió la constitución de la Red Periodismo de Calidad, respaldada por la Fundación Trust for the Americas de la Organización de Estados Americanos.

 

 Observatorios en el nuevo siglo

 

            La reiterada y convergente preocupación de organizaciones representativas de la ciudadanía, la academia, la política y el propio campo periodístico en torno a que los medios de información masiva no sólo se han apartado de las funciones sociales que les estaban asignadas sino que, al mismo tiempo, afrontan una compleja desprofesionalización es un tema que se ha hecho evidente y cotidiano en la escena pública de América Latina en los últimos años.

 

            En ese sentido, los cuestionamientos surgidos al papel del periodismo y sus operadores se han venido sucediendo casi sistemáticamente. Así, por ejemplo, en agosto de 2004, más de 70 periodistas de toda Latinoamérica reunidos en México por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano expresaron su desazón por la creciente desvinculación entre periodismo y sociedad que hace que aquél trabaje en función de intereses corporativos particulares y que ésta busque nuevos modos de informarse. También cuestionaron el resquebrajamiento de las reglas tradicionales del oficio y la consiguiente pérdida de calidad de los productos noticiosos[9].

 

            Ese mismo año (2004), el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo acerca de la democracia latinoamericana hizo explícita la inquietud de los expertos participantes en dicho documento respecto a la potencialidad de los medios masivos para actuar como una amenaza al funcionamiento del orden democrático. “Los medios tienen la capacidad de generar agenda, de predisponer a la opinión pública a favor o en contra de diferentes iniciativas y de erosionar la imagen de figuras públicas mediante la manipulación de denuncias” (PNUD, 2004:156), señaló ese informe al referirse a la capacidad mediática para limitar la autonomía y el poder de las instituciones políticas.

 

            En agosto de 2005, una nueva reunión de periodistas latinoamericanos propiciada por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en México se ocupó de la calidad informativa en los medios audiovisuales y, entre otros aspectos, manifestó que la agenda de tales medios se ha distanciado de las demandas de los públicos, que “hoy la sociedad mira críticamente y cuestiona la confiabilidad, autonomía e independencia de los periodistas” (Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, 2006:11) y que “la plutocracia es ley en la radio y en la televisión” ( :12).

 

            Para el año 2005, igualmente, el reporte de evaluación de una década de las percepciones ciudadanas en 18 países de América Latina presentado por la Corporación Latinobarómetro mostró que la confianza colectiva en los medios informativos en la región se caracterizó por una tendencia descendente desde 1995[10]. Los datos de esta organización ampliados hasta 2010 (www.latinobarometro.org) mostraron que ese nivel de confianza osciló entre 45% (para los diarios) y 55% (para la radio), teniendo en medio a la televisión con 48%.

 

            Otros dos estudios del año 2005 relativos a coberturas específicas de la prensa latinoamericana, con base en pruebas empíricas, insistieron en el tono y la dirección de las críticas ya formuladas: uno de ellos, que trató el tema de la violencia en los medios, concluyó que la mitad de las noticias presenta insuficiencias básicas que suponen “una falta de respeto al derecho que tienen los lectores a recibir información propositiva y de calidad” (ANDI, 2006:6); el otro, centrado en el enfoque de género y que no sólo comprendió a diarios y televisoras de Latinoamérica sino de los cinco continentes, sostuvo que existe “un claro déficit democrático en los medios de comunicación” porque marginan a las mujeres del protagonismo informativo y “refuerzan los estereotipos de género” (GMMP, 2005:104).

 

            Cabe sumar a ello los resultados de análisis efectuados a comienzos de los años dos mil por el especialista holandés Teun van Dijk sobre la reproducción mediática del racismo en Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, México, Perú y Venezuela. Dice él: “El discurso televisivo, las imágenes, las películas y las telenovelas tienden, por lo general, a ignorar a los pueblos indígenas y a exhibir en forma marginal su exotismo cuando son pacíficos, o a tildarlos de violentos cuando oponen resistencia; los negros suelen ser del todo invisibles y, de representarlos, es siempre en papeles negativos o subordinados, asociados a alguna problemática, a la pobreza y a la discriminación, como si de fuerzas inevitables de la naturaleza se tratara” (Van Dijk, 2003:190).    

 

            Finalmente, el denominado “giro a la izquierda” que se registra en algunos países latinoamericanos ha  abierto, un frente de cuestionamiento al desempeño de los medios, al punto de que gobiernos como los de Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela consideran a los medios privados como la nueva oposición política.  En estas naciones se ha aprobado leyes o se tiene proyectos de ley que intervienen el campo mediático, mas la discusión al respecto se ha desatado también en Brasil, Chile, Colombia, México, Nicaragua, Perú o Uruguay, para sólo nombrar algunos casos.

 

En general, entonces, América Latina presenta una atmósfera poco contemplativa con el trabajo de los medios, que los pone en cuestión y se expresa tanto en importantes niveles de desconfianza y descontento ciudadano como en el incremento de la autocrítica desde el periodismo en sí, en duros análisis de las universidades o en acciones discursivas y de hecho provenientes de representantes de los Estados o de diferentes sectores de la misma sociedad, pues las críticas alcanzan así mismo a los medios que no son de propiedad privada. A ello, como se señaló anteriormente, se suma el nuevo y amplio frente abierto por el remozado interés ciudadano en el Derecho a la Información y la Comunicación, de modo que las tensiones en torno a estos temas no sólo se dan entre gobiernos y medios sino entre ciudadanos y medios, ciudadanos y gobiernos  e inclusive entre diferentes tipos de medios.

 

Información para la democracia

 

Teniendo en cuenta la significación de las instituciones informativas y de la labor periodística para la vida en democracia, es comprensible que se haya fortalecido la convicción sobre la necesidad de preservarlas a la vez que de cualificarlas en un marco de libertad de pensamiento, expresión y prensa. De allí que la reflexión y el debate hayan conducido en la región al surgimiento de una variedad de espacios de supervisión del desempeño mediático, en particular en el campo noticioso, aunque sin que se haya descuidado del todo otros ámbitos como los del entretenimiento y la publicidad.

 

            Como señala la experta peruana Rosa María Alfaro, las veedurías y observatorios están renovando la crítica latinoamericana sobre los sistemas y procesos de comunicación e información, pues a diferencia de lo que la distinguía en los decenios de 1970 y 1980, cuando más bien denunciaba la concentración propietaria de los medios y la índole alienante de sus contenidos, en la actualidad canaliza las demandas sociales de mayor profesionalismo y de compromiso con los valores y los derechos democráticos que la gente plantea a la comunicación masiva y al periodismo en particular[11].

 

            Otra especialista peruana, Susana Herrera, indica que los observatorios mediáticos latinoamericanos tienen en común, entre otros aspectos, su reconocimiento de la importancia de la comunicación y los medios para la democracia, su insatisfacción ante la actual situación de esos medios, su reivindicación de otra forma de entender la práctica periodística y su intencionalidad revisionista y reformista[12]. En cuanto a sus diferencias Herrera destaca la diversidad de su naturaleza —los hay no gubernamentales, universitarios, periodísticos y sindicales—, la multiplicidad de sus intereses temáticos, sus recursos metodológicos y sus estructuras de funcionamiento, así como las formas que adoptan para relacionarse no sólo con los medios y los periodistas sino también con sectores de los públicos.

 

            Un buen resumen de las finalidades que guían la observación mediática en Latinoamérica es el que ofrece el colombiano Germán Rey, por años defensor del lector del diario “El Tiempo” de  Bogotá, quien dice: “Todos estos observatorios están entendiendo que la sociedad tiene mucho que decirle a los medios, pues ella es la primera influenciada por sus aciertos o afectada por sus errores. Saben que la información es un lugar de aplicación de los derechos civiles, que la democracia es imposible sin que sea un gobierno de opinión y que el interés común y la controversia de los ciudadanos requieren de un periodismo de calidad”[13].

 

            Y es este concepto, periodismo de calidad, el que a su vez sintetiza el norte hacia el cual se orienta el trabajo básico de la mayoría de los observadores, pudiéndose entender la calidad periodística como la excelencia profesional en la obtención, procesamiento y comunicación de la información noticiosa y en la construcción de sus subproductos de opinión e interpretación. Esta noción implica, por una parte, que el periodismo debe hacerse en sujeción a las reglas técnicas y éticas de la profesión —que no se modifican aunque los soportes materiales o tecnológicos de los contenidos sean distintos al clásico papel impreso— y, por otra, que en consecuencia la honestidad y el rigor intelectuales siempre deben estar presentes al lado del sentido de servicio de interés público que informa la profesión.

 

            Las veedurías y observatorios de medios, por tanto, buscan contribuir a la superación permanente de la calidad periodística para alimentar las competencias de una ciudadanía bien informada que sea capaz de participar crítica, creativa y proactivamente en los procesos de la democracia. Se tiene que agregar que este propósito genérico, relacionado con la idea de “mayor información para la democracia”, no puede ser separado de dos condiciones que son fundamentales: la democratización de la información y los medios y  la vigencia constante de la democracia para el ejercicio del periodismo, lo cual conecta la observación con la dimensión mayor del Derecho a la Información y la Comunicación.

 

Diversidad común, problemas y retos compartidos

 

            Si bien de la mano de gobiernos considerados progresistas algunos países de América Latina están promoviendo –aunque todavía más en el discurso que en las concreciones– una triple búsqueda que se resume en salir del capitalismo, del desarrollo convencional y de la dependencia externa[14], y más allá de que las naciones de la región presentan diferentes niveles de desarrollo económico y variaciones en sus configuraciones geográficas y demográficas tanto como en sus estructuras culturales, lo cierto es que estos pueblos comparten una historia semejante y los problemas que se derivan de ella, como la falta de conocimiento y reconocimiento recíprocos, los  procesos de concentración de la riqueza, la enfatización de las políticas extractivistas o la situación de exclusión social de importantes sectores de su población.

 

             En el campo de la información noticiosa, las dificultades compartidas se traducen en la pervivencia y reproducción de estereotipos y prejuicios sobre los vecinos o en su infravaloración o estigmatización noticiosas, en tanto que dentro de cada país se manifiestan en barreras al acceso informativo, prácticas de discriminación y vulneraciones diversas a las normas éticas y al Derecho a la Información y la Comunicación.

 

            Indirectamente o no, los centros de observación establecidos en Latinoamérica someten a examen los comportamientos de los medios frente a tales circunstancias, pues existen bastantes semejanzas en los preconceptos y tipos de dificultades que identifican en sus monitoreos e investigaciones. Y lo propio sucede en relación a las evaluaciones que hacen de las condiciones del entorno.  No obstante, si los observatorios aún tienen una debilidad, la misma está dada por su insuficiente poder de influencia para promover los cambios requeridos en la calidad del periodismo y de la democracia.

 

            A propósito de esto último, en 2005 la peruana Rosa María Alfaro expresaba una especial preocupación por la dispersión de la labor de dichos centros y afirmaba que “la presión articulada de observatorios y veedurías latinoamericanos es más un deseo que una realidad”[15].  Quizá por eso, poco más tarde, haya sido ella misma la propulsora de una primera “plataforma” de alcance subcontinental.

 

            La propuesta de la conformación de una red de observación mediática fue hecha por Alfaro en oportunidad de la creación del Observatorio Nacional de Medios de Bolivia (ONADEM),  en La Paz, en abril de 2006, y fue reafirmada en ocasión del Colóquio Latino-Americano sobre Observação da Mídia que en septiembre de ese  mismo año organizó el Observatório da Imprensa, en São Paulo, Brasil.             Casi un año después, el 16 de julio de 2007, quedó conformada en Lima, Perú, la Red Latinoamericana de Observatorios de Medios bajo los auspicios de la Veeduría Ciudadana de la Comunicación. La integraron inicialmente organizaciones de Perú, Bolivia, Brasil, Ecuador, Guatemala, Argentina y Chile. Pasado un tiempo se incorporaron otras de Venezuela, México y Nicaragua.

 

            Otra iniciativa relevante ha sido la conformación de la Red de Observatorios de Medios y Defensores de las Audiencias de Nuestra América, que se produjo en mayo de 2011 en Puebla, México, con la participación de organizaciones de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, México y Paraguay.

 

            En todo caso, estas redes aún tienen al frente el desafío de probar, en los hechos, que la convergencia de esfuerzos es posible y que se puede avanzar en el conocimiento y la colaboración recíprocos, en el aprendizaje metodológico, en el intercambio de mecanismos de divulgación y uso de resultados y en el potenciamiento de la presencia, la posición y la influencia de cada uno de sus miembros en sus correspondientes naciones y en el conjunto de la región. Estas tareas pendientes, como se entenderá , no tienen que ver apenas con la deseable consolidación de la observación de medios, sino ante todo con la necesidad de brindar una respuesta coherente y concreta a la necesidad de apuntalar tres ejes de la democracia –pluralismo, participación y transparencia– en beneficio colectivo.

 

El cuarto factor

 

            Hasta la llegada de los observatorios, la esfera pública era habitualmente constituida por tres actores principales: los políticos, los ciudadanos y los medios. Aquéllos representan hoy un cuarto factor interviniente. Con su participación en este proceso es posible propiciar un concepto multidimensional de la democracia que incluya de forma explícita lo informativo-comunicacional y es dable, en consecuencia,  promover el ensanchamiento del horizonte democrático.

 

            Para lograr esos propósitos, al reconocimiento de la información periodística como un bien público y del periodismo como un servicio de interés público se tiene que agregar explícitamente la apropiación de la comunicación democrática como un valor social. Los observatorios de medios son y serán un actor primordial en ese sentido.         

 

 Fuentes consultadas

 

-          Aguirre, José Luis (2006). La otredad y el derecho a la comunicación desde la alteridad. La Paz. Azul Edit.

 

-          Alfaro, Rosa María (2005). “Observatorios de medios: avances, limitaciones y retos. ¿Una nueva conciencia crítica o una ruta de cambio?”. Lima. Veeduría Ciudadana de la Comunicación. 17 pp.

 

-          Alfaro, Rosa María (2008). “Nuevos compromisos de la Prensa con el Desarrollo. Monitoreo Latinoamericano”. Red Latinoamericana de Observatorios de Medios. Lima. Calandria. A.S.C.

 

-          ANDI (2006). “La cobertura de la violencia contra niños, niñas y adolescentes en los medios de comunicación latinoamericanos”.Brasilia. Red ANDI.

 

-          Broullón, Gaspar et. al. (2005). “Los Observatorios de Comunicación”, en revista Chasqui. Nº 90. Quito. CIESPAL. pp. 38-45

 

-          Casasús, Josep María (1985). Ideología y análisis de medios de comunicación. Barcelona. Edit. Mitre.

 

-          Charaudeau, Patrick (2003). El discurso de la información. La construcción del espejo social. Barcelona. Edit. Gedisa, S.A.

 

-          Corporación Latinobarómetro (2005). “Informe Latinobarómetro 1995-2005: Diez años de opinión pública”. Santiago de Chile. Latinobarómetro.

 

-          Corporación Latinobarómetro (2013). Informe 2013. Santiago de Chile. Latinobarómetro.

 

-          Erazo, Viviana (2006). “Panorama de la observación crítica de los medios de comunicación en América Latina. Visión global y local – Perspectiva de género – Participación ciudadana”. Santiago de Chile. FUCATEL.

 

-          Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (2005). La búsqueda de la calidad periodística y la transformación del periodismo profesional. Caracas. Gráficas Lauki,

 

-          Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (2006). La búsqueda de la calidad periodística en los medios audiovisuales y las demandas sociales en América Latina. Caracas. Gráficas Lauki.

 

-          Fundación Unir Bolivia (2009). Medios a la vista. Informe sobre el periodismo en Bolivia 2005-2008. La Paz. ONADEM.

 

-          Fundación Unir Bolivia (2009). Medios a la vista 2. Informe sobre el periodismo y el Derecho a la Información y la Comunicación en Bolivia 2009-2011. La Paz. ONADEM.

 

-          GMMP (2005). ¿Quién figura en las noticias? Proyecto Global de Monitoreo de Medios 2005. Sudáfrica. Creative Commons.

 

-          Gore, Al (2007). El ataque contra la razón. Buenos Aires. Debate.

 

-          Herrera, Susana (2006). “Funciones de los observatorios de medios en Latinoamérica”, Global Media Journal. Edic. Iberoamericana. México. En: http://gmje.mty.itesm.mx/herrera_damas.htm 33 pp.

 

-          Lander, Edgardo et. al. (2013). Promesas en su laberinto. Cambios y continuidades en los gobiernos progresistas de América Latina. La Paz. CEDLA.

 

-          Lenin, Vladímir I. (1978). La información de clase. México. Siglo XXI. 3ª edic.

 

-          Otero, Gustavo A. (1953). La Cultura y el Periodismo en América. Quito. Casa Editora Liebmann. 2ª edic.

 

-          Pedroso, Rosa Nívea (2004). “O jornalismo como uma forma de narração da história do presente: uma interpretação da Tese de Doutoramento em Periodística de Tobias Peucer”, en revista Estudos em Jornalismo e Mídia. Universidade Federal de Santa Catarina. Nº 2. 5 pp.

 

-          PNUD (2004). La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos. Buenos Aires. Alfaguara, S.A.

 

-          René-Moreno, Gabriel (1866). Matanzas de Yáñez 1861-1962. Santiago de Chile. Imprenta Cervantes.

 

-          Rey, Germán (2003). “Ver desde la ciudadanía. Observatorios y veedurías de medios de comunicación en América Latina”, en Veedurías y Observatorios. Participación social en los medios de comunicación. Buenos Aires. Edic. La Tribu.

 

-          UNESCO (1972). “Informe de la Reunión de Expertos sobre Políticas y Planeamiento de la Comunicación”. París. UNESCO.

 

-          UNESCO (1996). Nuestra diversidad creativa. Informe de la Comunicación Mundial de Cultura y Desarrollo París.Edic. UNESCO.

 

-          Universidad Iberoamericana (2007). Propuesta de indicadores para un periodismo de calidad. México. Red Periodismo de Calidad. 2ª edic.

 

-          Van Dijk, Teun (2003). Dominación étnica y racismo discursivo en España y América Latina. Barcelona. Gedisa Edit.

 

 etv/2013

 




[1]   Coordinador Nacional del Observatorio Nacional de Medios (ONADEM) de la Fundación UNIR Bolivia. [email protected]

[2]   Cfr. Pedroso (2004).

[3]   Cfr. Lenin (1978).

[4]   Cfr. René-Moreno (1886: 3 y ss.).

[5]   Cfr. Otero (1953).

[6]   Cfr. Casasús (1985).

[7]   Cfr. Broullón et. al.(2005).

[8]   Cfr. Alfaro (2005) y Erazo (2006).

[9]   Cfr. Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (2005:11-39, especialmente).

[10]   Cfr. Corporación Latinobarómetro (2005:54-55).

[11]   Cfr. Alfaro (2005).

[12]   Cfr. Herrera (2006).

[13]   Fundación Nuevo Periodismo iberoamericano (2005:18).

[14]   Cfr. Lander et. al. (2013:2).

[15]   Alfaro (2005:9).

 

 

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MEDIOS Y MENTES

Andrés Gómez Vela

El franquismo controló en España por cuatro décadas la televisión, la radio, los periódicos, escribe Ignacio Ramonet. Es decir, cuatro generaciones crecieron durante la presidencia del dictador Franco. Sin embargo, en las primeras elecciones democráticas, el partido franquista no llegó ni al 1% de votos. ¡Vaya sorpresa! ¿Cómo se explica que tanta propaganda y casi durante medio siglo no haya logrado controlar la realidad y menos las mentes de esas cuatro generaciones? Algo falló. El Franquismo controló los medios, pero no las mentes, diríamos parafraseando la ecuación huxleyana.

En Bolivia, durante casi 20 años los partidos llamados de la corriente neoliberal dominaron y controlaron casi la totalidad de medios. Algunos de sus militantes tenían hasta media docena de frecuencias de radios y canales de televisión. Empero, sus candidatos no llegaban ni al 40%  de votación, incluso sumando entre todos sus votos. Y si había cierta confianza en la eficacia propagandística de esta maquinaria mediática se diluyó cuando fue derrotada, en 2005, junto a sus candidatos por un partido y un candidato que no controlaba un solo medio. ¿Qué pasó? El neoliberalismo controló medios, pero no la decisión del electorado.

Entre 1981 y 1989, el dictador polaco W.W. Jaruzelsky llegó a controlar absolutamente todos los medios del país. No quedaron ni los muros para pintar graffitis fuera del alcance del régimen. Confiado en que con esta ventaja iba a ganar con más del 74% de votos convocó en 1989 a elecciones. Pobre Dictador, casi se murió de rabia cuando se entera que de 100 escaños en el Senado, apenas logró uno, los 99 restantes los consiguió la oposición, que no tenía ni siquiera una radio pirata para emitir sus mensajes.

Un caso más cercano para no irnos tan lejos con nuestros ejemplos, Chile, donde el tirano Pinochet controló desde 1973 todo el sistema de comunicación. Armó, en alianza con sus partidarios, medios “influyentes”, entre ellos periódicos. Pinochet creyó que gobernaba el país gobernando los medios. Entonces, organizó un plebiscito en 1988 para darse un baño de democracia. Perdió como en la guerra, el 56% le dijo NO y sólo el 43%  sí. La oposición no tuvo posibilidades de hacer campaña, apenas logró una concesión de 15 minutos diarios en la televisión.

Algo más reciente. Cuando Hugo Chávez se enteró en 2010 que sólo el 5.4% de la audiencia miraba los canales de televisión controlados por su gobierno y que el 94,6% de la audiencia se informaba a través de medios que no eran oficialistas (61,4% canales privados y 33,1% cable), vehiculizó la expansión del principal canal estatal (VTV), creando cuatro más (TVES, Vive TV, TV Catia, Asamblea).

La presión política, la no renovación de licencias, la compra de acciones de medios privados, la cooptación y una reforma a la Ley de Contenidos, que faculta a la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel) reglamentar (controlar) los aspectos técnicos y los mensajes, fotos y vídeos difundidos por la web, arrinconaron a los medios no oficialistas, sin embargo no lograron arrinconar el descontento popular, que se manifestó en las elecciones que apenas ganó su heredero Nicolás Maduro (50.66% frente a 49.07% de Capriles) pese a todo el aparato que tenía. Ni el voto póstumo funcionó ni las sospechas de fraude se disiparon. El régimen controló los medios, pero no las mentes, hoy apenas sobrevive.

¿Qué pasa? ¿Por qué el totalitarismo cree que controlando los medios va a controlar a la opinión pública? Los medios no cambian las opiniones, solo las refuerzan porque los públicos contrastan la realidad mediática con la suya. Además, sintonizan o leen aquellos con los cuáles se identifican, por ello, generalmente los medios gubernamentales tienen poca audiencia, pues, carecen de diversidad, se dirigen sólo a los convencidos, cansan con la imagen del gobernante y desprecian la inteligencia de la sociedad que no acepta divinidades.

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