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En Bolivia hay gente secuestrada, hay mujeres jóvenes esclavizadas sexualmente. La sociedad mira para otro lado, se ocupa de otros asuntos, algunos, desde mi punto de vista, de dudosa importancia.
De las víctimas de trata sólo se acuerdan sus familiares y seres queridos que deambulan, seguramente entre la desesperación y el cansancio, de un escritorio a otro preguntando y distribuyendo el dinero que puedan conseguir para ver si así hay respuestas, generalmente sin éxito.
En Bolivia se han logrado grandes reformas y muchas veces éstas han costado sangre. En la historia están registradas revoluciones y revueltas contra discriminaciones y órdenes injustos, de las que no siempre hubo resultados positivos para los levantados, pero se dio batalla. También está la “revolución democrática y pacífica”, como agrada llamar a quien la apoya, que ha dado paso al actual proceso de cambio.
Es así que cuando aquí, donde ahora me encuentro, en Europa, veo situaciones de injusticia o demanda social constantemente irresueltas, pienso y suelo decir: “esto en Bolivia ya lo habrían solucionado con movilizaciones”. Son cosas de la añoranza y amores patrios que seguramente me asaltan.
Actualmente en Bolivia a menudo desaparecen adolescentes, la mayoría mujeres pero también hay hombres, y poco o nada se hace. La Policía conocida y reconocida por las mismas autoridades por ineficiente y presuntamente plagada de redes de corrupción y con recursos mínimos no logra prácticamente ningún resultado.
Son los padres y madres, familiares próximos, quienes hacen gran parte del trabajo de investigación, quienes siguen las huellas, van y vienen sin lograr respuestas, ni pistas ni encuentros. Esta búsqueda a veces dura años, otras toda la vida.
Pocos casos salen a la luz pública, generalmente gracias a que han logrado llamar la atención de los medios, ya sea porque se trata de personas con cierto prestigio, es el caso de la desaparición de Zarlet Clavijo, o porque en la búsqueda pasa algo extraordinario: es el caso de Víctor Quispe que hace un año recorría los prostíbulos de tres ciudades en busca de su hija Alejandra, de 12 años; o el último caso, en el que una madre afirma haber rescatado a su hija sola y sin ayuda porque el policía a cargo estaba en sus días libres.
Durante la búsqueda el apoyo es mínimo, todo depende de cuándo dinero haya “para los pasajes”, “para su salteña” y otros gastos acelerantes del proceso; los medios de comunicación publican algo sólo si consideran que hay relevancia noticiosa, y no siempre la encuentran en un caso aislado; las redes sociales son espacios activos, pero, como todas la redes, son círculos de mayor o menor influencia, y el acceso a internet en Bolivia no llega al 50% y está concentrado en las clases sociales más favorecidas.
Cuando se rescata a una víctima y si el hecho pone en compromiso a la función policial, cuando devela redes de trata con fines de explotación sexual y lugares donde ocurren, cuando ese negocio ilegal corre riesgo, es previsible que surjan respuestas que van contra quien denuncia. A las víctimas muchas veces se les roba también el honor de su palabra, su credibilidad.
La denuncia de la adolescente que habría sido prostituida en Rurrenabaque ha sido puesta en duda, tanto como su rapto y su esclavitud sexual. Se duda de su historia, de que fuera llevada con otras seis chicas, que mataran a una degollándola, que las prostituyeran hasta seis veces por noche, que los prostituyentes fueran personas mayores, que algunas escaparan antes de que se las llevaran para Argentina y que ella sea la única que lograra contactarse con su familia. No sé si estoy anticuada, pero me parece que es mucha información para ser inventada por una chica de 14 años.
Las víctimas y sus seres queridos son, al parecer, gente ajena al resto de una sociedad que mira a otro lado atenta a otras cuestiones, generalmente festivas y ahora electorales.
Esa añoranza patria de protestas por justicias sociales se topa de bruces con una sociedad que actualmente se moviliza por razones desconcertantes, como la marcha contra el cambio de horario del programa televisivo Los Simpson; por razones cuestionables, como la campaña on line que cerró la cuenta del facebook a un músico crítico con la representación boliviana en un concurso; por razones inaceptables que terminan en delito, como la lapidación de un dirigente que denunció actos de corrupción.
Además de las esclavas sexuales y sus familias, cada día hay noticias de violencia contra la mujer, contra niñas y niños, feminicidios, infanticidios y violaciones, además de otras barbaridades. En su mayoría, se trata de casos en los que las víctimas son mujeres y son olvidadas. Todas son personas solas y anónimas, sin respaldo social organizado y mínimo apoyo institucional y mediático. Necesitan ayuda y les estamos fallando, falla la sociedad y quienes la dirigen.
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