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¿Y por qué me hacen ahora esto, a mí? Me insultan, me muestran en la televisión para que todos me conozcan como un monstruo. Me juzgan y me dicen que me darán 30 años de prisión sin derecho a indulto y hay quien quiere que me maten, que me cuelguen, que me lapiden, cuando antes toda la gente me quería, me aplaudía y se divertían con lo que hacía.
Es que no lo entiendo, si a mí me han querido más que a ninguno. Cuando nací, mi padre me alzaba en sus brazos, me lanzaba al aire y me cogía de nuevo con orgullo, decía que era su varón, su heredero, el que prolongaría el apellido a diferencia de mi hermana, a quien aupaba con más cuidado y le decía princesita, la reina de la casa, y luego ponía en brazos de mi madre.
Crecí corriendo por el patio, jugando al fútbol y rompiendo algún vidrio o maceta, entonces mi padre me cogía chicotazos, lo normal, para educarme. A veces también pegaba a mi madre, por sus problemas de pareja, también lo habitual, como en todas las casas ¿no?
En el colegio, de pequeñito, aprendí que cuando estamos sólo varones nos dicen “los niños” y que, cuando aparece una mujer, seguimos siendo “los niños”; mientras que cuando están sólo ellas son “las niñas” y que basta que uno de nosotros esté allí para que vuelva a ser “los niños”, qué chistoso ¿no? Es que somos mejores, pues.
“¡Niñitaaa! ¡Mujercitaaa!!”, así les decíamos a algunos en el colegio, para insultarles. Éramos pequeños. Más gradecitos les gritábamos: “¡Maricón!”, es que peor que ser mujer es ser marica. Es contra natura ¿no ve?
Luego, al volver a casa, cuando se me presentaba la oportunidad, al pasar le metía mano a alguna chica, era divertido, es una práctica que me quedó desde entonces. Es que, algunas, eso quieren, si no para qué provocan. A veces lo hacíamos en grupo, nos la pasábamos muy bien, luego ella no denunciaba, le daría vergüenza seguramente por ser tan cochina.
Es que las mujeres que no se hacen respetar nunca me han gustado. Sé que ya no está de moda, pero las prefiero puras, como debe ser una mujer para un hombre. Los hombres somos distintos, tenemos nuestras necesidades y por eso tenemos ese derecho, el de tener más experiencia.
Siempre he respetado a las mujeres, cuando se portan bien, y siempre he sido gracioso con ellas. Sí, siempre todos mis amigos y compañeros me han reído mis gracias con las mujeres, por ejemplo: si por la calle va pasando alguna, yo le digo algo bonito sobre su belleza, para que le guste, y a veces lo hago con un poco más de picardía y entonces todos se ríen, si hay oportunidad la toco también, je, je, je.
En las fiestas de carnaval me la paso lindo, bien bonito es. Me gusta participar cuando se cantan coplas, allí me esmero y me inspiro en mis amigas y compañeras de trabajo, las hago poner coloradas siempre. Luego, con los tragos, otra es la cuestión, ya es más en serio, quiero decir que las palabras voy a los hechos, ja, ja, ja, especialmente si es ella la que ha bebido. Sí, en carnavales nunca falla.
Bueno, con los años me casé. No me fue bien. Ella siempre me reclamaba, me pedía cosas, que trabaje y atienda un poco a los hijos, una vez me dijo que lavara los platos y de un manazo le saqué un diente. Así se tranquilizó un poco, luego comenzó con otras zonceras, que llegue temprano a casa, que por qué tengo que hacer viernes de soltero o ir de putas, esa vez le di duro ¡Porque soy hombre pues! ¿Tan difícil es de entender?
Las mujeres así son, muy fregadas, hasta quieren ganar igual que uno, que hacen el mismo trabajo dicen, a ver, ¿cómo van a hacer lo mismo, si son mujeres? Gracias deberían dar por dejarlas trabajar, aunque creo que su lugar está en la casa.
Hay que sentarles la mano. Eso lo aprendí de joven, una vez una chica me dijo que estaba embarazada, era la segunda vez, y quería dinero para “hacérselo curar”, yo le di un par ¿o sería más? de sopapos y entonces me dijo que no, que no estaba embarazada. La mañuda luego se ocultaba de mí, yo la seguí un tiempo y cuando la pillaba la volvía a escarmentar o la hacía asustar, era para que aprenda.
Es que las mujeres son más burras que nosotros, así no más es. Eso le decía yo a mi mujer, ¡burra!, ¡zonza!, ¡imbécil! y igualito seguía. Era tan bruta que quería que ponga el terreno que tengo también a su nombre, como si ella lo pagara, para eso sí que son vivas. Luego me vino con que se quería divorciar y me sulfuré tanto que se me fue la mano, allí se quedó. Ha sido su culpa, ¿cómo me dice que me va a dejar?
Ahora me veo en estas circunstancias, como si fuera mi responsabilidad. Les he contado todo para que vean que soy una víctima, yo he actuado como cualquier hombre haría. A ver, reconozcan pues, seguro que han hecho algo parecido en su vida. Lo último que ha pasado ha sido culpa de ella, acepto que se me ha ido la mano o sea que fue un accidente ¿No ve?
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