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Los argentinos tienen siempre presente la última crisis económica. Cuando oscurece en Buenos Aires, y en otras grandes ciudades, salen a la calle los “cartoneros”, gente que tira de enormes carros juntando cartón y papel. Luego de horas de arduo trabajo, los cartoneros transportan su cosecha del día a un punto de encuentro en el que los esperan los mayoristas con sus camiones. Les pagan seis pesos (60 céntimos de euro) por cada diez kilos de papel usado, informa DW.
Los cartoneros forman actualmente parte de una floreciente industria del reciclaje. No solo juntan cartón, sino también vidrios y plástico. Su trabajo surgió producto de la última vez que el Estado argentino cayó en cesación de pago, en 2002. A causa de la crisis se vieron afectadas no solo las personas de menores recursos, sino que se dio un nuevo fenómeno: numerosas familias de clase media cayeron en la pobreza. Muchos de ellos comenzaron entonces a recoger desechos y a venderlos, convirtiéndose en un símbolo de la quiebra del país.
Si hay bancarrota, será distinta
Ahora, a trece años de la crisis, Argentina vuelve a estar en peligro de caer en bancarrota, pero la situación es muy distinta. En 2001, Argentina estaba completamente endeudada. Hoy, el monto de la deuda externa argentina es de cerca del 46 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), es decir, que se mantienen dentro de un límite aceptable. El motivo que le impide pagar a Argentina es ahora una absurda pelea con los fondos hedge, que aún poseen bonos estatales. Un tribunal de EEUU dictaminó que Argentina debe pagar a esos fondos, los llamados “fondos buitre”. Se trata de una suma de 1.300 millones de dólares, lo cual, en realidad, no representa un problema grave.
Sin embargo, el gobierno de Buenos Aires no paga. En lugar de eso, pinta un panorama estremecedor: si se les pagase a los fondos buitre, también los otros acreedores, que aceptaron un recorte de la deuda a favor de Argentina, reclamarían su dinero, con lo cual la suma a pagar ascendería a 120.000 millones de dólares. Si eso sucediera, Argentina caería en quiebra.
Un círculo difícil de romper
Sea como fuere que termine esta disputa, para la economía argentina, de por sí ya bastante golpeada, este desarrollo es catastrófico. “Es diferente a la crisis del 2001”, explica Fausto Spotorno, analista del instituto privado OJF & Asociados. “Esta vez no va a haber una recesión galopante. Los efectos se harán sentir después de un tiempo”. Pero las bases de los efectos que menciona el experto ya fueron sentadas hace varios años. La economía argentina no crece desde 2011, asfixiada por la política monetaria y las arbitrarias regulaciones a la importación impuestas por el gobierno, que no logra poner coto a la inflación e invierte millones en gasto público para ganarse la simpatía del electorado que lo apoya.
Ese círculo vicioso se cerrará aún más si se produce una cesación de pago, opina Luis Palma Cané, de la asesora económica Fimades: “Entonces entrarían aún menos dólares al país, y eso se hará notar en que en Argentina habrá cada vez menos seguridad jurídica, lo que nos va a aislar todavía más del resto del mundo. Como consecuencia, podremos importar cada vez menos bienes y materias primas, lo que, a su vez, tendrá un efecto negativo en la producción industrial y, a raíz de eso, también en el PIB.
Teorías de conspiración y cifras falsas
En lugar de introducir las reformas necesarias desde hace tiempo, la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, pregona en sus discursos que el enemigo está allí afuera y amenaza la soberanía argentina y el desarrollo social. Actualmente, los fondos hedge son, según ella, el enemigo público número 1, un lugar que normalmente ocupa el Fondo Monetario Internacional. Para poder sostener esa visión del mundo, el gobierno no tiene escrúpulos en publicar estadísticas basándose en cálculos de dudoso fundamento, e incluso hasta en falsificarlas. De acuerdo con cifras oficiales, la inflación y la tasa de pobreza están claramente por debajo de los resultados de analistas independientes.
En cuanto a la continua alza de precios en los artículos de primera necesidad, el gobierno argentino responsabiliza a las cadenas de supermercados y a los productores agrícolas, que, según él, retienen las cosechas y nunca están satisfechos con sus ganancias. En lugar de enfrentar las verdaderas causas del problema, se inician campañas como la de “Precios cuidados”, a través de la cual se congelan los precios de ciertos productos por decreto, procedimiento que es controlado por La Cámpora, el partido de la juventud kirchnerista. Pero los consumidores notan claramente que los productos de precios “congelados” faltan en los estantes, y que los artículos alternativos son tan caros que casi nadie puede comprarlos.
La confianza se perdió
Al mismo tiempo, la producción industrial se contrae cada vez más en Argentina. Casi nadie posee el dinero suficiente como para comprarse, por ejemplo, un automóvil. En consecuencia, las fábricas despiden a sus empleados porque no hay suficientes ganancias. Los desempleados, por otra parte, cobran un subsidio del Estado y votarán por sus benefactores en las próximas elecciones. En cuanto a las inversiones, cada vez son más escasas, en especial, las del extranjero. “El problema es que Argentina no se ha comportado como un deudor confiable en los últimos años, como uno al que se le puede seguir creyendo. Es por eso que ahora todos duden, naturalmente, de si pueden volver a confiar en Argentina”, explica Spotorno.
A todo esto, en lugar de construir las bases para la confianza, el gobierno de Kirchner se autoelogia diciendo que en los últimos diez años en los que gobernó el fallecido Néstor Kirchner fueron la “década ganada”. Después de todo, dado que el límite de pobreza en Argentina está en los 1.780 pesos mensuales (unos 180 euros), y una familia de cartoneros gana, en promedio, 4.800 pesos (480 euros), las cosas no estarían del todo mal, parece querer decir Cristina Kirchner.
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