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Por: Arnold Guachalla
Según reza el viejo dicho: “Todo pasado fue mejor”, las navidades de antaño manifestaban la verdadera esencia de estas fiestas, pues traspasaban los intereses materiales de los habitantes de este mundo. En esta oportunidad exponemos algunos testimonios de personas que recuerdan con nostalgia aquellas navidades que bien vale la pena recordar para las futuras generaciones.
Muchas cosas han cambiado con el pasar de los años, y quizá el sentido de la navidad ha mutado y tomado otro rumbo. En la actualidad, el consumismo y la materialidad que han traído consigo estas fiestas de fin de año, van dejando sepultadas las antiguas costumbres que caracterizaban a las familias paceñas. Parece que las tradicionales adoraciones al niño Jesús y los villancicos sólo quedan en el recuerdo de nuestros abuelos.
“La navidad era una maravilla. Actualmente no conocemos ni a los vecinos que tenemos al lado. Antes la celebración era conjunta, todos éramos invitados a la fiesta. Hoy no hay nada de eso. Antes sólo había un nacimiento que era armando y adorado por todos, no había árbol. Eso del árbol es algo de afuera”, relató Napoleón Calle, un vecino de la zona de Sopocachi.
Según recordó Calle, él salía muy temprano a recolectar tapa coronas para luego aplanarlas con golpes de piedras. Este trabajo finalizaba con la perforación de las tapa coronas e insertarlos en un cordel o alambre, de esa manera tendría listo su instrumento para acompañar los cantos con los que haría las delicias la noche buena.
“Así hacíamos los ‘chjullu chjullus’. Las latas de leche podían ser unos buenos bombos a la hora de adorar al niño. Cuando ya era de noche, los vecinos salían a la plaza junto con sus hijos. Todo servía para hacer música y acompañar nuestros cantos y bailes. Algunas señoras sacan sus ollas con chocolate o api caliente y los repartían acompañados de ‘buñuelitos’ o con ‘tawa tawas’. Los chicos formaban grupos y uno a uno cantaba y bailaban frente al nacimiento que para las doce ya estaba lleno de vecinos que compartían no regalos, sino abrazos. A las doce en punto, empezaban a explotar los “cohetillos” anunciando el nacimiento del niño Dios”, contó Calle.
Don Braulio Mamani, un comerciante de una de las tantas ferias navideñas nos contó que la navidad que vivió de niño fue en su pueblo natal Tiahuanaco.
“En el campo las cosas eran diferentes, no habían árboles de navidad ni regalos. Yo recuerdo que mi abuelo me hacia algunos carritos con latas de sardina y con madera para mí y mis hermanos. Tampoco había cena especial. Mi mamá y mis hermanos hacían algunas figuras con la arcilla rojiza que tanto hay por Tiahuanaco o greda. Con esa arcilla hacia animalitos y un mini pesebre. Luego de ponerlos y adornarlos lo challábamos”, recordó don Braulio.
Ahora ve la realidad muy diferente a aquella época. Puede observar que la gente de las provincias paceñas viaja a la ciudad para abastecerse de los insumos y los productos que la gente de citadina compra para sus familias.
“Actualmente veo que la gente del campo llega a la ciudad y compra de todo o lo que les alcanza para sus hijos. Llevan panetones, galletas, juguetes y muchas cosas más. Lo que antes no había en el campo”, manifestó don Braulio.
Sentada en una banca del prado paceño, encontramos a doña Anita Torres, que luego de narrarnos las peripecias que sufrió para adquirir algunos regalos para sus nietos, nos contó acerca de sus vivencias en las navidades de antaño.
“Mi abuela se levantaba muy temprano para preparar la masa para los buñuelos. Desde temprano empezaban los afanes porque todo debía estar listo para la noche. Sacaba unas ollas enormes porque decía que tenían que venir muchos invitados. Yo era muy niña para entender. Agarraba el api blanco y el lila y los cocía en ollas separas. Las ollas eran tan grandes que tranquilamente yo cabía en una de ellas. Luego amasaba lo que iban a ser los buñuelos. Hacia pequeñas bolitas y las mezclaba con levadura para que crezcan. Las freía tan bien que ni una sola quedaba quemada. Preparaba un montón”, expresó doña Anita.
Según relató la señora, todo debía estar a punto para el nacimiento de la noche buena. El pesebre debía estar acomodado en un lugar especial en el patio de su familia para que pueda ser visible para todos los visitantes de esa noche.
“Mi abuelo abría la puerta principal y en el patio se ponían velas. Entonces nos poníamos a esperar. Después aparecían grupos de niños que con ponchos y lluchus, ingresaban a las casa. Algunos tenían unas sonajeras en las manos y las agitaban mientras cantaban villancicos. Otros tenían zampoñas y otros unos bombitos improvisados. Todo servía para dar alegría y música. Después de que otros niños ingresaran con algunos vecinos a la casa, mi abuela empezaba a repartir lo que había preparado por todo el día. Recuerdo que los niños bailaban frente al nacimiento con unos pañuelos de colores e improvisaban coreografías”, relata entre risas doña Anita.
Su sonrisa y la forma como narra su vivencia en aquellas épocas, doña Anita nos trasmite mucha nostalgia por haber conocido aquellas costumbres que poco a poco se han ido perdiendo en la navidad paceña. Quizá existan muchos factores para que esto sea así, pero es necesario tratar de volver a vivir ese tipo de experiencias para que la navidad sea vivida como una fiesta colectiva y no individualista.
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