- 5629 lecturas
La película se llama El vuelo y la protagoniza Denzel Washington.
Como en Hombre en llamas, el bueno de Denzel hace de borracho: en ésta, hace de borracho guardaespaldas de la hija de un narco mexicano; en la otra, hace de borracho piloto de avión, héroe y villano en ambas.
El vuelo la dirige Zemeckis, como Petersen o como el desaforado de Emmerich, todos cultores del cine catástrofe versión siglo XXI. A veces, hay que agarrarse de la butaca o donde se pueda, si tenés el estomago para ver sus películas.
Pero El vuelo, ahora que están de moda las noticias de desastres aéreos, es una película con final feliz, redentor, pedagógico digamos. Para ellos, siempre a favor de ellos.
El tipo, el piloto de la película, vive a pura conga: sexo, drogas y alcohol y dale salí de la cama y vestite que me tengo que ir al aeropuerto.
Arriba, a once mil metros de altura, el avión –ese invento contra natura de los hombres, desafiando a los pájaros y a los dioses- sufre un desperfecto técnico y empieza a caer en picada.
Denzel, el piloto ficticio, necesitó una cosa para estabilizar a la máquina, necesitaba estabilizarse el mismo y lo logra a puro trago: le empuja, dentro del ave de metal, unas botellitas de vodka que luego serán la prueba para su condena judicial.
El avión se salva, se salvan los pasajeros, pero el piloto no. Es un borracho, y un borracho no puede ser salvado, nunca. Héroe y villano: la doble moral del sistema, el modelo ético que impone la penetración cultural. Todos somos malos: nosotros, solamente nosotros, decimos quiénes son y cómo deben ser los buenos. Eso es Hollywood, algo más potente, dados estos tiempos de auge tecnológico, que la CIA o la NSA, tan promocionada vía Snowden.
Piloto ebrio a la cárcel, así su destreza en el vuelo, salvase vidas: la industria aeronáutica, esa que nos atormenta cada vez más con precios por las nubes, incomodidades evidentes y controles insensatos desde que unos aviones se estrellaron contra unas torres símbolo de la ciudad de Nueva York y el imperialismo que las rodeaba, debe salvarse. Sólo ella. Sólo ellos. Como sea.
El caso Lubitz, no lo duden, alguna vez volverá a pasar pero esta vez como película. Y el film, salvará a Santa Lufthansa, la empresa de aviación civil alemana que colaboró con los nazis, reparaba sus aviones militares y, cobrando por ello, usaba mano de obra forzada (esclava) para esas tareas. Los nazis de Hitler perdieron la guerra, pero ellos no. No van a perder, no están perdiendo con toda esa novela neurótica del copiloto loco, el tal Lubitz.
Un botón para la soberbia: acabo de escuchar una noticia que decía que el presidente de Lufthansa declaró que el caso del kamikaze alemán que trabajaba en su empresa y le estrelló un avión en una montaña de los Alpes, era un caso aislado, ya que sus pilotos “son los mejores del mundo”. Eso mismo decía Adolfo Hitler de todo lo que fuera teutón, ario, bávaro: somos los mejores, somos superiores.
El cinismo y la inmoralidad del presidente de Lufthansa, asquean. Ojalá subleven, pero eso es mucho pedir.
Un Charly García alemán podría escribir un nuevo hit musical, una variación del clásico Demoliendo Hoteles. La letra diría así: yo trabajaba en Lufthansa/ y odiaba a la humanidad… hoy paso el tiempo/ estrellando aviones…
El norte del mundo está, cada vez, más desquiciado y desquiciante. No nos contagiemos.
- 5629 lecturas