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No voy a celebrar la muerte de este señor pero sí la justicia histórica de que lo haya hecho preso, en una celda de una cárcel argentina. Eso nos honra a todos los que creemos en la libertad, que este señor nos negó a todos, pero de manera particular a nosotros, a los de mi generación. Yo tenía 13 años cuando este traidor encabezó el golpe militar más criminal y vergonzoso de nuestra historia, y uno de los más sangrientos y perversos de toda la historia del mundo.
Ni modo: nos volvimos militantes, demolimos hoteles como grita Charly García, para enfrentarlo, para que se vayan él y todos los milicos y no vuelvan nunca más. Creo con firmeza que hoy, en la Argentina, son mayoría los que creen que Videla y todos los asesinos de uniforme y los civiles pillos que robaban a su sombra son una lacra que tuvimos que padecer, son un cáncer que curamos, son excremento que pusimos en el museo de la basura nacional para que nadie se confunda y sepa lo que es la mierda. Y eso, también nos honra.
Videla fue el símbolo de lo peor de la Argentina, de su peor momento histórico, del peor entreguismo y sometimiento a los poderes internacionales, de la peor falta de humanidad, de lo peor de lo peor. Videla era un símbolo de todo lo que uno puede detestar, puede condenar, puede combatir.
Videla fue el representante de esa Argentina que nunca quisimos y que nunca vamos a querer: la Argentina donde se mataba, se secuestraba, se hacía “desaparecer” a miles y miles de personas. Este señor fue el que dijo que iban a morir todos los que fueran necesarios, y así lo hizo de la manera más cruel e infame. Videla y sus secuaces fueron los que masificaron la figura del “detenido-desaparecido” por primera vez en el mundo.
Videla fue un asesino serial, un carnicero del pueblo, un secuestrador de bebés: alguien a quien no podremos olvidar jamás por sus crímenes aberrantes pero menos vamos a poder perdonarlo. Hasta que uno se muera, lo único que vamos a sentir por él es asco, un asco infinito por lo que hizo, por lo que fue capaz de hacer. Y la única manera en la que lo recordaremos, fue como siempre lo nombramos: como el hijo de puta que fue, y que lo fue hasta el final, incluso provocando con soberbia a los gobiernos democráticos.
Videla ni siquiera fue un enemigo digno: no respetó ninguna regla, no tuvo códigos ni honor. Lo que hizo con las criaturas, con los bebés de nuestros compañeros, fue monstruoso. Es imposible tener respeto por alguien como él. Ni piedad. Videla se merece que su nombre siempre sea asociado a la infamia y a la cobardía.
Videla –con el otro mal nacido de Martínez de Hoz, su ministro de economía- fue el culpable de destruir la Argentina, de hundir a los argentinos en una pobreza que desconocían, de saquear sin tregua, de venderla por dos pesos. Por esto, tampoco debe tener perdón, por el daño que le hizo a los más humildes, a los más vulnerables, al conjunto de nuestro pueblo.
No celebraré su final pero si voy a recordar con alegría a todos mis compañeros muertos. Ellos, los que lo dieron todo por una Argentina justa, son los que se merecen nuestro reconocimiento y nuestro fervor. Con ellos, sí celebramos, pero la vida y la libertad que nos legaron con su sangre derramada por todos, a nombre de todos.
Yo quisiera nombrarlos a cada uno de ellos pero voy a hacerlo nombrando sólo a dos: a Santucho y a la Vicky Walsh –ambos murieron enfrentando al ejército de Videla con las armas en la mano.
Nunca se rindieron ni se rendirán jamás porque en la eternidad también los vencimos, los vencemos y los venceremos siempre.
Ellos, se seguirán pudriendo en el horror que nos impusieron. Los nuestros, en la memoria agradecida que les tenemos, en la lucha por la liberación que continúa día a día, en el amor por la causa que compartimos, siguen vivos, siguen con nosotros, tan adentro, que caminan con nosotros, se abrazan con nosotros y nosotros los abrazamos a ellos.
¡Salud, hermanos! ¡Salud, compañeros! Hoy y siempre los recordamos y celebramos con ustedes lo mejor que nos brindaron: el ejemplo, generoso e invencible, que nos dieron.
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