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Lo que ha sucedido con el Presidente Evo Morales en su vuelo de retorno a Bolivia desde Moscú, causa estupor por los componentes específicos de esta nueva tramoya imperialista, pero no puede causar sorpresa porque esas acciones de agresión permanente e injustificada de los Estados Unidos de Norteamérica contra los pueblos del mundo son la norma y no la excepción del proceder de este país, sus fuerzas armadas y sus agencias de inteligencia.
El hecho evidente, en el caso que tuvo por protagonista a Evo, es que ese poder imperialista ya parece no tener límites a la hora de actuar de manera impune, violando todos los tratados internacionales y usando a terceros países como títeres de sus decisiones.
El mensaje que se puede leer entrelíneas del grave incidente que provocaron contra Evo es que no sólo el presidente boliviano fue rehén por más de medio día de los abusos y atropellos que cometen los norteamericanos, sino que, en los hechos, todos somos sus rehenes, la humanidad entera se ha vuelto un rehén de sus políticas de injerencia, que a cada rato, estallan y se descarnan de manera virulenta, con extrema agresividad y un vil menosprecio a todos los valores de convivencia universal, la vida de las personas, los derechos humanos y la soberanía de las naciones.
El desenfreno imperialista parece desbocado y Obama, el presidente más decorativo de la historia norteamericana, funcional al complejo militar-industrial como ningún otro primer mandatario yanqui que recordemos. Que ese poder se ponga tan nervioso y actúe de manera tan inmoral porque uno de sus operadores de inteligencia se les haya dado la vuelta, no sólo muestra descomposición, sino que augura nuevos males, nuevas intervenciones, nuevas calamidades a la humanidad.
Es evidente que desde el 11 de septiembre de 2001, los Estados Unidos de Norteamérica, Yanquilandia, entraron en una época de victimización autoproclamada, y legitimada a coro por todos sus aliados planetarios, que sirvió de plataforma para una impunidad escandalosa y que es impensable predecir cómo terminará.
Su unilateral declaratoria de “guerra contra el terrorismo” –que la llevó a invadir Afganistán, Irak y Libia, con centenares de miles de muertos civiles-, ya no quedan dudas que fue su tapadera llorosa para ir detrás del petróleo, por el cual el capitalismo norteamericano siempre ha inventado guerras (la del Chaco, entre nosotros), ha matado y seguirá matando.
Ahora, dentro de esta vorágine de terror y locura –que algunos insensatos consideran normal dentro de un mundo desmovilizado y narcotizado frente a la prepotencia del más poderoso-, desde adentro de las entrañas del monstruo, es desde donde han surgido las denuncias de espionaje global, la guerra por otros medios.
¿Cuándo y cómo terminará toda esta demencia impulsada por los yanquis? ¿Cuántos abusos y cuanto más dolor habrá que soportar?
Hoy, 4 de julio, el mundo debería, al menos, reflexionar.
Río Abajo, 4 de julio de 2013
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