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Las críticas a la conducción del gobierno, provenientes de ex-militantes del partido gobernante (el Movimiento al Socialismo –MAS) y de la ex-presidenta de la Cámara de diputados, Rebeca Delgado, han dado oportunidad a más de un comentarista , para referirse al tema. Para unos, podría presentarse la posibilidad de un cambio de timón en la conducción de este partido, mientras que para otros, aquellas críticas reflejarían el derrumbe del MAS. Aunque este segundo criterio parece estar más cerca de la realidad, resulta incompleto, si no es incluye en la consideración, un vistazo global a la sociedad y su historia inmediata.
En tal sentido comencemos diciendo que los signos del derrumbe masista, no son sino el reflejo del agotamiento, ante los ojos de los mayoritarios sectores del país, de la impostura que supuso el denominado proceso de “cambio”. Está claro que la impostura de Evo Morales y su gente comenzó el primer día en que asumieron el gobierno, traicionando las principales demandas de la convulsión nacional-popular de octubre del 2003. Esta traición se mostró de manera abierta en la convocatoria a la Asamblea Constituyente (AC); instrumento legal pensado y diseñado principalmente por García Linera. Como se recordará, por medio de aquella Ley de convocatoria, se imposibilitaba, técnicamente, que la mayoría nacional-popular pudiera expresarse en la conformación de aquella Asamblea y se sobre dimensionaba la representación de los minúsculos grupos reaccionarios.
El resultado de aquella traición, entonces, no podía dar sino una Constitución, de acuerdo a los intereses conservadores, tanto del gobierno como fuera de él. Lo interesante es, sin embargo, observar que pese a la presión anti-popular y anti-indígena del gobierno, en las comisiones de trabajo de la AC, sí se logró introducir proyectos de reforma estatal que retomaban en alguna manera las principales pulsiones de octubre del 2003 y por tanto rebasaban las reformar secundarias propuestas por el MAS. Tal es así que tuvo que ser el propio gobierno, entonces, quien en contubernio con los minúsculos partidos conservadores en el parlamento, idearan una Constitución, al margen de la discusión realizada en la ciudad de Sucre y -claro- echando por la borda los pequeños avances populares que se había logrado en las comisiones. En esta situación, la “crítica” de Rebeca Delgado al gobierno, al circunscribirse al atropello de éste a los procedimientos democrático-constitucionales y al no respetar la nueva Constitución Política del Estado (NCPE), no pasa de ser una protesta secundaria. Esta crítica, al apegarse en la NCPE, se apega al carácter liberal (y por tanto anti-indígena) y a las políticas de mercado, que la Constitución propicia. Ambos elementos, en abierta contraposición al espíritu de la rebelión nacional-popular del 2003. Por tanto, no es exagerado decir que Delgado critica al gobierno no ser respetuoso de las normas formales (es decir de la NCPE) que se han diseñado, para sostener la impostura y la traición masista.
La crítica de un ex-constituyente, quien llamó a la conformación de un gobierno revolucionario de transición, es ya el colmo del (auto)engaño. Francamente una opinión semejante, no hace sino provocar sonrisas, porque lo que se vive en la sociedad boliviana, luego de la traición a la protesta nacional-popular del 2003, es un proceso de desagregación social y político. Este proceso, como podrá comprenderse fácilmente, es en gran medida resultado precisamente de la traición y de la impostura del MAS, tanto durante la AC (de la que formaron parte tanto Rebeca Delgado como el ex-constituyente que comentamos) como posterior a ella. Huele, pues, a demagogia el llamado, en estas condiciones, a la conformación de un gobierno revolucionario de transición y más parece el resultado de la intención de diferenciarse de algo que quedará para la historia nacional, como un burdo intento de engatusar la lucha de esta sociedad.
Con todo, volviendo a la idea del derrumbe masista, es señalar que una vez agotada la novedad de la impostura por medio de la NCPE, el MAS ha alcanzado su techo programático, es decir sus posibilidades de reforma estatal. Es precisamente el contenido liberal y la orientación de la política económica en lo externo (que es el principal factor de la dinámica económica para este país) en base a la lógica del mercado, lo que marca la estrechez de este proceso de “cambio”. En tal sentido, queda claro que el MAS, pues, ahora se encuentra huérfano de un proyecto de reforma estatal. Vistas las cosas así, queda también claro que tanto los disidentes como los denominados libre “pensantes” (esto de pensantes parece ser simplemente un decir) no le podrán aportar nada a este partido, porque su horizonte es precisamente la NCPE y no las demandas levantadas en la rebelión nacional-popular de octubre del 2003.
La desagregación, sin embargo, no es algo que se observa solamente en el ámbito de lo nacional-popular. Al contrario, puede decirse que esta desagregación abarca a la propia burguesía. A su manera, en este caso, la desagregación imposibilita la conformación de una sola alternativa. Lo hace porque habrán sectores burgueses que se sienten muy bien representado por el gobierno del MAS y habrán otros, en los que infundados motivos racistas, les dificulta formar parte de este proceso de potenciamiento de la burguesía nacional, al amparo del Estado.
Así las cosas, en este campo emergen a la superficie política (a la superestructura política, para utilizar el léxico marxista) varias “opciones” conservadores. Aparecen apellidos tales como los de Gil, Patzi, Fernandez, formando una comparsa muy divertida a la hora de presentar proposiciones y alternativas de construcción estatal. En realidad esta pobreza propositiva no debería sorprendernos, si consideramos la desubicación de los críticos más “leídos” (como el ex-constituyente al que aludimos) o de los libre “pensantes”. Si estos últimos nos han presentado una evaluación tan alejada de las consideraciones que subyacen en el fondo de la sociedad boliviana, si han dado muestras de no tener la menor idea de lo que sucede en la base misma de la formación social boliviana y menos en el modo de producción, es claro que los comparseros (Gil, Patzi, Fernandez y compañía) últimos no podrían habernos presentado ideas que mínimamente tuvieran algo que ver con lo que viene sucediendo en nuestra sociedad.
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