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La semana anterior, la noticia internacional de mayor relevancia (con posibles implicaciones, incluso, para el país) fue el impase entre Colombia y Venezuela, a raíz de la reunión en Colombia, entre el ex-candidato venezolana a la presidencia, el opositor Henrique Capriles y el presidente colombiano, Juan Manuel Santos. Lo fue, porque nadie puede poner el duda el papel gravitante cumplido por Venezuela en el continente, durante, al menos, la última década. Lo fue también, pero, porque todavía se encuentra fresca en la memoria el llamado al desconocimiento del orden constitucional venezolana, luego de las últimas elecciones en ese país, en abril pasado. Por último, lo fue también porque las relaciones entre Venezuela y Colombia, con la llegada del ex-presidente Hugo Chávez al poder, fueron relaciones conflictivas. Recuérdese que únicamente en el 2010 y luego de varios años de relaciones interrumpidas, pudieron ambos países re-establecer sus relaciones diplomáticas.
Con todo, la reunión adquirió una resonancia tan grande, porque tras ella se expresaban otras líneas de acción estatal, no solamente entre ambos países, sino con terceros. Incluso, los efectos de tal controversia pudieron de tener impacto regional, precisamente a raíz del rol preponderante que juega Venezuela. Con todo, está claro por último, que el desencuentro manifestaba, en lo principal, orientaciones geopolíticas.
Los hechos
Vamos a tomar como punto de partida inicial, el resultado de las elecciones nacionales en Venezuela, en abril pasado. Recordemos que, al final, el candidato chavista, Nicolás Madura, ganó con el 50,6%; margen reducido, como se puede observar. En un inicio, ello dio lugar a que Capriles convocara a sus partidarios, a la movilización en contra del órgano electoral en ese país. Tras ello, claro, se encontraba la propia estrategia norteamericana de liberarse de lo que consideran un vecino molestoso y la administración de Obama optó por no reconocer al nuevo gobierno venezolano. Las escaramuzas internas en Venezuela, claro, no bastaron como para obstaculizar en gran medida la asunción de Maduro a la presidencia. Ello fue comprendido por EEUU, por lo que este país optó por una iniciativa distinta.
Un elemento de este cambio, fue ya no secundar acciones de violencia al interior de Venezuela, sino impulsar una estrategia diplomática y comercial. En el primer caso, destacó la visita del vice-presidente norteamericano, Biden, a Colombia. Luego, en el plano comercial, la realización en Colombia, de la reunión de la Alianza del Pacífico, con la participación de tres países invitados: México, Perú y Chile.
El tercer hecho importante fue la reunión, nuevamente en Colombia, entre Henrique Capriles y Juan Manuel Santos. Fue esta reunión la que disparó una reacción acalorada en Nicolás Madura y el gobierno venezolana, al extremo de hablar de intentos de asesinato de Maduro y acciones terroristas en suelo venezolano.
El trasfondo
Dijimos que estos hechos encubren verdaderos juegos estratégicos, en la geopolítica. El principal de ellos, claro, se refiere a la estrategia norteamericana. También, pero, tienen las propias oligarquías locales de Colombia y Venezuela sus propios juegos y sus propios intereses. Se entiende que el juego de estos tres actores se entrelazan, sin ser los mismos. Veamos.
EEUU ha tenido, desde el fracaso del Tratado de Libre Comercio (TLC), el año 2005 en Mar del Plata (Argentina) el interés de reavivar su proyecto de integración regional, bajo su dirección. En el tiempo desde el rechazo continental al TLChasta nuestros días, por su parte, el continente ha avanzado en procesos de integración, sin la presencia norteamericana. Procesos tales como la conformación del ALBA, el potenciamiento de UNASUR y finalmente, el más importante de ellos, la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELA), no únicamente sustituían al fracaso TLC, sino que cerraban el paso a una integración impulsada por la lógica del mercado y dirigida por EEUU. Lo hacen, debido a que estos procesos de integración de asientan en el principio de la soberanía de los Estados, sobre los recursos naturales de sus territorios.
En estos procesos, está claro que Venezuela tuvo un rol importante de articulación, por lo que la influencia de ese gobierno, en el continente en general y en especial, en la región caribeña (en la que incluimos a Colombia) fue innegable. Decir, por tanto, que el interés norteamericano en debilitar tal influencia es prioritario, no es una exageración. La secuencia de acciones norteamericanas, en ese sentido, primero apoyando las acciones violentas de Capriles por medio del no reconocimiento al gobierno de Maduro, luego con la visita de Biden a Colombia y finalmente con el respaldo a la conformación de la Alianza del Pacífico (organismo pensado para rediseñar las fracasadas políticas del TLC), así lo muestran. En la estrategia norteamericana, el debilitamiento venezolano debería llevar al debilitamiento de la CELA y UNASUR en lo global y en lo específico (en la relación con Colombia), el debilitamiento del proceso de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) –uno de cuyos garantes es precisamente el estado venezolano.
La estrategia de la oligarquía colombiana, por su parte, coincidía con este último punto, en términos de la disminución de la influencia venezolana en el proceso de paz. Decir que la reunión conjunta entre Capriles y Santos buscaba hacer fracasar ese proceso de paz es una exageración lejos de la realidad. Al contrario, aquél mensaje lanzado por el gobierno colombiano pretendía el debilitamiento de la presencia venezolana en un proceso que, según todos los indicadores, llegará al final, a la tan esperada paz. Si ese proceso llega en las condiciones actuales, la influencia venezolana será indudable grande, ante los ojos de la sociedad colombiana y del continente en su conjunto. El debilitamiento de tal presencia, permite pues el potenciamiento de los allegados a último momento al diálogo por la paz, es decir, de la derecha colombiana. Así, la paz habría sido alcanzada por la participación de todos: de la izquierda y de la derecha. A no dudar que se trata de una disputa de gran importancia político para el futuro de ese país y de la región; por lo que también, en EEUU, la Casa Blanca comienza a pronunciarse a favor del éxito del diálogo por la paz. Desde esta perspectiva, los abanderados de la paz, deberían ser todos y no únicamente la izquierda colombiano y el gobierno venezolano.
Al contrario de ambas iniciativas, las de la derecha venezolana parecen ser más modestas en este juego geopolítico. En efecto, aquí, únicamente se trata de posibilitar una cobertura internacional para su principal portavoz, Henrique Capriles. Se entiende que esta mayor cobertura, tendrá mucha importancia en momentos en que la crisis económica interna venezolana inquiete al gobierno de Maduro. El cálculo para ello es, precisamente, el estrecho margen del candidato oficialista, en las elecciones de abril.
La respuesta
Pasado el inicial pataleo del gobierno de Maduro, a raíz de la reunión Santos-Capriles, las cosas también por el lado venezolana, comenzaron a moverse en términos de estrategias estatales. La primera jugada de Caracas vino en un acto en Managua (Nicaragua) y sirvió para reafirmar el compromiso de los países de la región en torno al ALBA y llamar al resto de los países del continente para defender organismos de integración tales como UNASUR o la CELA, ante los intentos del gran capital, de dividir tales organismos.
No puede asegurarse si la iniciativa venezolana se limitó a ello o si incluyó verdaderos trabajos de sondeo y persuasión (lobys) a las principales potencias del continente. Lo cierto es que, en estos días de invisible movimiento, en el juego geopolítico de los Estados, una respuesta que volvió parcialmente las aguas a su cauce, vino de Brasil.
En efecto, la gira anunciada por el ex-presidente de ese país, Luis Ignacio Lula, a la región, comenzó con una visita, precisamente a Bogotá. Muy significativo el dato, en el lenguaje diplomático y estatal que, a no dudar, fue de verdadera significación a favor de organismos tales como la CELA o UNASUR. Lo fue, tanto por el peso específico de Brasil y su diplomacia en la región (aunque insuficiente, dicho sea de paso, para auxiliar en Bolivia a un parlamentario opositor), como por el propio prestigio de Lula. Así las cosas, lo importante de estos movidos días, para la geopolítica en el continente, fue que la medición de fuerzas, parece haber sido ganada por Latinoamérica.
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