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El atentado al semanario satírico Charlie Hebdo, en Paris, a principios de año ha desatado consecuencias que merecen observarse. Desde ya, el evento explícito se refiere al atentado contra la libertad de expresión, toda vez que el mencionado semanario publicara una caricatura de Mahoma, considerada, a su vez, por sectores radicalizados del Islam, como ofensiva. El evento implícito, sin embargo, muestra el enfrentamiento, desde la perspectiva islamista, contra los infieles. Esta distinción no es un dato menor, ya que, según el punto de vista que se adopte, el acento será puesto en la libertad de expresión o en la disputa entre credos religiosos.
Precisamente basado en el primer caso, luego de los atentados, Francia ha reflotado un viejo prestigio, referido a la cuna de los principios emergidos luego de la revolución de 1789 (y pretendidos luego como universales, con la expansión de la modernidad), de libertad, fraternidad y solidaridad. En tal sentido, por unos días, Francia se convirtió en el centro político del llamado mundo occidental. Cerca de cincuenta jefes de Estado acompañaron, así, la marcha de repudio al terrorismo en Paris, el pasado domingo 11 de enero, incrementado aún más el simbolismo de Francia como centro político. No cabe duda que estos hechos significaron un impulso político mundial para la Unión Europea, de la que Francia es una de sus piezas clave.
Sin embargo, las cosas volvieron rápidamente a su cauce y las contradicciones entre la Unión Europea y Rusia, por ejemplo, marcaron pronto las distancias. Lo que, durante los primeros días fue un claro rechazo al terrorismo (léase, al islamismo radical) devino en un silencio ruso tolerante para con expresiones no radicales del islam. Por supuesto que también al interior de los países islámicos que condenaron el atentado en contra del semanario satírico, las cosas comenzaron a moverse en otra dirección y pronto surgieron en estos países protestas en contra del manoseo de la imagen, considerada por ellos, sagrada del Profeta. Bajo esta presión, algunos de estos países se vieron en la obligación de censurar las burlas de las que es objeto su principal referente religioso.
Incluso al interior de los propios países europeos, luego de la abrumadora crítica por la falta de tolerancia islamista a la libertad de expresión, comenzaron a surgir voces disonantes. En efecto, emergió al debate la libertad de expresión a la europea, es decir, en todo lo que no lastime la sensibilidad del público europeo. Está claro que así las cosas, alguien podría pensar que estamos ante la confrontación de civilizaciones, de religiones. Pero el panorama es un tanto más complejo, toda vez que en esta confrontación no participan internos contra externos (para graficarlo de alguna manera), sino a la vez, internos contra internos. Lo que, en los círculos de inteligencia estatal en los países occidentales se denomina como “terroristas internos” habla de ciudadanos de esos mismos países que, sin embargo, confrontan a sus mismos países. Parece estar en cuestionamiento, en este caso,pues, un estilo de vida, con el que algunos sectores juveniles se siente disconformes, razón por la cual prefieren afiliarse a posturas radicales que también cuestionan, desde el discurso religioso, ese modo de vida.
Casi al unísono, luego del atentado en Paris, la prensa europea ha problematizado respecto a la necesidad de la integración de los migrantes musulmanes, a la vida institucional y política. Sin embargo, quienes han atentado contra Charlie Hebdo no fueron outsiders, sino personas integradas a sus sociedades. La discusión, entonces, demanda otras áreas temáticas para que, en un extremo, reflexionen en torno a la convivencia multicultural en las sociedades actuales. Bajo esta perspectiva, ¿qué debe entenderse por “integración”? Los modelos democrático-representativos, basados en los principios liberales (y aún en los más audaces, como el liberalismo multicultural) parecen ser insuficientes como para afrontar el problema. Por ahora, sin embargo, los países de la Unión Europeo han preferido poner en máxima tensión sus servicios de inteligencia policial-militar, desplegando pesquisas en contra de terroristas domésticos.
Todos estos eventos desencadenados por el atentado a Charlie Hebdo, empero, no han sino acelerado un proceso que, como placas tectónicas, se mueve por el mundo. Primero, el agotamiento de los brillos, con el que el modo de vida occidental seducía a la gran mayoría de las sociedades. Segundo, el debilitamiento de los países occidentales como para comandar el curso del (nuevo) ordenamiento del mundo y tercero, consiguientemente, la configuración de un escenario mundial sin un polo hegemónico, sino al contrario, con diversos polos, es decir un mundo multipolar. Por supuesto, a la luz de la experiencia de Paris, aún esa configuración, por sí sola parece no garantizar la convivencia democrática entre las diversas culturas.
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