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Seis de la tarde de un caluroso lunes; la esquina de Av. Busch y Comercio, nos invita a sentarnos al lado de una amable dama y a saborear un delicioso helado-picolé, nunca antes saboreado.
Con sus 84 años bien cumplidos y una viudez temprana que le obligó a criar sola a sus 5 hijos; desde hace 50 años, doña Natalia Estévez Loayza, armada de apenas sus dos conservadoras y su sonrisa, se estaciona cada tarde en la esquina de las calles Busch y Comercio, para complacer a sus consuetudinarios clientes, con la delicia que solo ella sabe hacer.
“Mis hijos eran cinco: Renè, Fernando, Freddy Angélica y Elizabeth; René el mayor se murió al igual que mi marido Cecilio Fernández que era boxeador en Sucre y le decían el Torero” me cuenta doña Natalia, mientras atiende a sus clientes que no la dejan hablar para mi grabadora; “ya no hay mas mamita querida” le dice a una dama cuando el último heladito se había vendido.
Los helados de doña Natalia son hechos a pulso (como dice ella), “no utilizo máquina, pongo hielo y sal alrededor de los moldes, lleno en ellos los jugos y luego bate y bate hasta que se congelan” me explica cuando le pregunto sobre el procedimiento para la fabricación de sus delicias que llevan el sabor del chocolate, el coco, el maracuyá y las frutillas.
Cuando le pregunto que si dejará como herencia a sus hijos, nietos y bisnietos esta actividad, ella responde con una enorme sonrisa de satisfacción y con una historia: “cuando me enfermo, en el hospital todos me dicen -y ahora quien va a hacer los heladitos- y yo les respondo en la casa todos ya saben hacer y aunque yo no esté igual habrán helados. Ahora que estoy enferma por una caída que tuve y que no me deja ni alzar un balde de agua, mis hijos y mis nietos lo hacen casi todo, yo solo vengo a vender, aquí me divierto” me explica la amorosa señora de los deliciosos helados que me obliga a recibirle gratuitamente uno; no es justo que no me cobre, a usted le cuesta hacer esto y tiene que recibir mis 4 bolivianos, le insisto a lo que ella categóricamente responde que si no le recibo nunca más me saludará y peor hablará para mi grabadora ni posará para mi cámara fotográfica.
Camiri, 9 de enero de 2017
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