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Nadie en el Estado se salió del guión definido por el presidente Daniel Ortega en las elecciones presidenciales de Nicaragua. Las previsiones mencionaban un triunfo arrollador del sandinista, y los resultados lo confirmaron. Con el 66,3 % de las mesas de votación escrutadas, el recuento indica como ganadores a Ortega y su esposa, Rosario Murillo, con un 72% de los votos.
Tras empezar el recuento, en varios puntos de Managua estallaron manifestaciones de celebración por parte de los simpatizantes del Frente Sandinista. Ortega lograba de esta manera su tercer mandato consecutivo, instaurando en este país centroamericano una nueva dinastía familiar, con su mujer, vicepresidente, en la línea de sucesión constitucional si el presidente llegara a faltar.
La oposición había informado horas antes que la participación en el proceso había sido escasa, con un “triunfo” de la abstención. Sin embargo, el magistrado Rivas informó que la participación superó el 65% y criticó a quienes hicieron campaña por la abstención. “Pese a que hubo una campaña negativa al no voto, aquí tenemos la votación democrática”, dijo.
El Tribuna Electoral había anunciado que presentaría los resultados preliminares hacia las ocho de la noche, hora local, pero los hizo público casi cuatro horas después. Es una institución seriamente cuestionada a lo interno, pero también por organismos como la Unión Europea y la OEA. Se le señala de contar los votos al ritmo que marca el presidente.
Con este resultado Ortega intenta legitimar su mandato y demostrar apoyo a su modelo de gobierno autoritario, basado en una alianza con el sector empresarial, exclusión de la oposición, acoso a la prensa independiente y control total de todas las instituciones del Estado. Un modelo instaurado desde 2007, cuando regresó al poder tras 16 años liderando la oposición, y que ahora comparte oficialmente con su mujer. En Nicaragua, el poder queda en familia.
Ortega, sin embargo, se enfrenta a un país fracturado políticamente, con un contexto internacional cada vez más desfavorable. Los ojos están puestos ahora en las elecciones de Estados Unidos y sus resultados, después de que el Congreso de ese país aprobara una serie de sanciones contra Nicaragua, que están a la espera de ser ratificados por el Senado.
Se trata de la Nicaragua Investment Conditionality Act, llamada “Nica Act”, que establece que Estados Unidos puede prohibir préstamos que organismos multilaterales como el Banco Mundial o el BID entregan a Nicaragua, valorados en 250 millones de dólares y básicos para financiar el presupuesto de infraestructuras en el país.
Además, el gran combustible que ha permitido a Ortega desarrollar un sistema de dádivas con los más pobres comienza a menguar. La crisis política en Venezuela ha hecho que se reduzca la tan necesaria cooperación petrolera, valorada en más de 3.500 millones de dólares manejados de forma discrecional desde 2007.
A eso se une las presiones de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyo secretario general, el uruguayo Luis Almagro, preparó un informe sobre la situación política de Nicaragua que no ha sido presentado públicamente y que ha obligado a Ortega a pedir una negociación directa con el organismo. Almagro llegará a Nicaragua el 1 de diciembre.
Ortega se reelige bajo esos nubarrones. Nadie espera que el mandatario haga una muestra de insólita sensatez y se abra a reformas que garanticen un sistema electoral medianamente confiable, que reintegre a la oposición al juego político o que respete las leyes y los derechos humanos.
Ahora Ortega se mantendrá en el poder por cinco años más y está por verse qué maniobras políticas liberará para mantenerlo por más tiempo. Ya cuenta con su sucesora, la poeta Murillo, un personaje que sin embargo no tiene el visto bueno de los empresarios y sectores de influencia dentro del Frente Sandinista. “El capital le tiene miedo, porque ella es muy inestable y no saben cómo se puede llegar a arreglos, negociar, con ella”, dijo el analista político Óscar René Vargas.
La noche del domingo, sin embargo, los simpatizantes del FSLN festejaron en las calles de Managua, mientras el resto del país se sumía en la incertidumbre hacia el futuro y la certeza de que esta película ya la habían visto. El guerrillero que ayudó a derrotar una dinastía familiar hace ya 37 años se atornillaba en el poder con su mujer como cogorbarnante.
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