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Autor: Francisco Po Egea.
Pocos paisajes humanos hay en América más sorprendentes y bellos que los mercados mayas de las “tierras altas” de Guatemala, en el oeste del país. Toda una eclosión de color, de vitalidad, de sabores, de iglesias y de chamanes.
Un río de colores por las indumentarias que portan sus gentes, las de las 30 tribus mayas de esta región. Las mujeres ataviadas con los huipiles, sus faldas largas y rectas, y con sus largos cabellos entrelazados y coronados por cintas o tocados, también de colores. Ellos, vestidos, cada año más, a la occidental o con pantalones de rayas o con bordados, o faldas y túnicas. Llegan de los pueblos vecinos para vender o comprar: textiles, artesanías, flores para los muertos, frutas y verduras, ganado, gallinas, patos y hasta papagayos. Otros atractivos son las costumbres religioso−paganas que pueden contemplarse en iglesias o fuera de los pueblos junto a altares en plena naturaleza.
Si hoy es lunes, estamos en San Juan Atitán, aunque también podríamos venir en jueves. Son los dos días de mercado en este pueblo muy tradicional, dominando un hermoso valle de bosques y campos, y rodeado de volcanes. Los hombres se visten con camisas rojas, pantalones blancos y fajas; se cubren con capixayes, una especie de ponchos de lana marrón, y calzan sandalias de talones altos como en los relieves mayas. El mercado se celebra en la plaza presidida por una palmera gigante junto a un precioso jardín. Magníficas vistas del entorno.
Chajul, con sus casas de adobe y tejas, los brillantes colores azules y rojos de los huipiles de sus mujeres y el verdor de su entorno, es el más pintoresco de los situados en el llamado Triángulo Ixil y uno de los más remotos del país. Enfrente de cada casa encontramos mujeres tejiendo tapices de brillantes verdes, amarillos, rosas y púrpura sobre una base de rojo o azul y sobre los que bordan animales y plantas. Los días de mercado son los martes y los jueves. Un estallido cromático junto a la iglesia de San Gaspar Los Reyes, la cual ofrece unas de las decoraciones más primorosas de Guatemala en torno a su Cristo del Gólgota.
San Francisco el Alto –situado, como su nombre indica, sobre las alturas que dominan el ancho valle de Quetzaltenango, con el cono del volcán Santa María al fondo, y ya cerca de la frontera mejicana– merece la visita solo por el panorama. Brinda cada viernes el mayor mercado semanal de Guatemala. A él acuden mercaderes, artesanos y compradores de buena parte del país. En las arcadas de la plaza principal, al otro lado de la iglesia (buena vista desde la torre), cuelgan de las paredes y de las barras los textiles con los colores típicos de la zona: blusas, mantas y cubiertas, centros y caminos de mesa, bolsos, junto con máscaras de animales y otras artesanías. Materias que se repiten en los stands de la plaza alternando con “ropa americana”. En una campa más arriba se sitúa el mercado de animales, desde mulas y cerdos hasta ocas y loros.
El "gringo trail"
A pesar de su cercanía a Panajachel, la capital del llamado gringo trail, el mercado de Sololá (martes y viernes, más importante este último día) recibe pocas visitas de los turistas, que lo obvian por el cercano de Chichicastenango. Magníficas vistas del espectacular lago Atitlán, rodeado de volcanes, desde un mirador en la carretera que desciende hacia él. Estamos en una de las mayores y más típicas ciudades mayas, pues cada uno de sus barrios está regentado por un clan, como ya se hacía antes de la Conquista. Las mujeres visten con faldas de rayas y blusas donde domina el color rojo, mientras los hombres, los que no van con vaqueros y camisetas, lo hacen con camisas de estilo cowboy y pantalones cubiertos de bordados.
El mercado es muy animado, aunque ha perdido parte de su carácter al haber sido trasladado recientemente de la plaza principal a la parte alta del pueblo, debido a la congestión que se producía en el centro de la ciudad. Otro día muy interesante para visitar Sololá es el domingo. Los jefes de las cofradías, con sus bastones de mangos de plata, chaquetas bordadas y sombreros de ala ancha, se pasean por las calles antes y después de la misa matinal.
No hemos venido a Guatemala a ver cementerios, pero la vista del de Chichicastenango, la tierra de los Quiches, desde la terraza del hotel Maya Inn nos atrae tanto que, sin deshacer la maleta, descendemos hacia la quebrada que lo separa de la ciudad y subimos hasta él, para un paseo entre las coloristas tumbas, acompañados de la luz fotográfica del cercano ocaso. Hay que llegar a Chichi, como se le llama, la tarde anterior al día de mercado, jueves y domingos, para estar en él al punto de la mañana. A las 11 llegan los turistas desde la capital y desde Antigua.
Éste es, de lejos, el mercado más famoso de Guatemala, si no de América, y su hechizo se eclipsa un tanto cuando se puebla de gringos, como aquí se llama a todo turista blanco. Es además, temprano, cuando se pueden observar los ritos paganos en la iglesia de Santo Tomás, cuya fachada blanca domina la plaza del mercado. En las escalinatas se agrupan las vendedoras de flores y las peluqueras de trenzas. Frente a la puerta, los chamanes queman resina de copal mientras que algunos hombres y mujeres mayas mueven sus incensarios en honor a los dioses. En el interior, se reza junto a rectángulos de velas posadas en el suelo y se ofrecen ramos de flores y botellitas de licor en los altares. Aquí se encontró el Popol Vuh (libro religioso de la comunión maya). En él se explica cómo fue creado el hombre a partir del maíz y cómo el sol representa el ciclo de la vida, la muerte y la resurrección.
Guatemala de compras
Al otro lado, enfrente, se halla la iglesia del Calvario, y entre ambas, el gran mercado, una meca para las compras con su atrayente y, a veces, desmedido cromatismo de textiles, cerámicas, máscaras y figuras religiosas. Se juntan artesanos y tejedoras indígenas con los comerciantes venidos de la capital; tejidos y bordados de un antiguo pasado con nuevos diseños de las fábricas automatizadas de las zonas industriales. Se mira, se toca, se compara, se regatea y, difícil decisión a menudo, finalmente se compra. Los turistas no se inclinan muchos por los huipiles (no se los van a poner en sus países). Por ello, la mujeres indígenas los transforman en caminos de mesa, bolsos o bolsas de viaje −con el añadido de unas asas−, o en adornos coloristas en las botas de cuero o de lona. Si antes todos los textiles estaban confeccionados con algodón y seda, ahora mucho de ellos se hacen con fibras vegetales. Asimismo, los antiguos tintes naturales, de plantas (añil, índigo) o de insectos y animales (como la cochinilla), se sustituyen en su mayor parte por tintes químicos.
Por las calles adyacentes, gran variedad de mercancías, desde pantalones vaqueros a teléfonos móviles; de aves a repuestos de automóviles. En un gran edificio cubierto se halla el mercado de frutas y verduras con gran variedad de ambas, así como de flores y de hierbas medicinales. Entre unas calles y otras, cafés, restaurantes, comedores y posadas donde reponer fuerzas al mediodía con los platos típicos. A continuación, conviene buscarse un guía que te acompañe a Pascual Abaj, una estatua de piedra en lo alto de una colina a una media hora del centro. Allí, entre velas, las espirales del humo del incienso y algún que otro trago, se ofrecen sacrificios de pollos al ídolo.
En los "comedores"
La cocina local se basa principalmente en el maíz. Con su masa se hacen las tortillas en el comal (plancha) y a las que se añade sal, una pizca de limón y alubias. Son la base en muchas casas con pocos recursos y el acompañamiento de otros platos. Los tamales se hacen con harina de maíz, cerdo o pavo, salsa de tomate y aceitunas, todo ello envuelto en una hoja de plátano y hervido. Los paches son similares a los tamales, pero con harina de patata en vez de maíz, mientras que los chuchitos son pavo y salsa de tomate envuelto en hojas de maíz. Otras variedades con similares componentes son los tacos y las tostadas. Kakik es un guiso de pavo picante con hasta 24 ingredientes. Esta es la cocina que se sirve en los “comedores” mientras que en los restaurantes, las influencias europeas son evidentes. El café es muy común, así como los licuados, zumos de frutas con agua o leche. Es más higiénico tomarlos hechos con frutas que hay que pelar y evitar las fresas. Cerveza Gallo, aguardientes locales y, muy bueno, el ron autóctono Zacapa Centenario. (Sobremesa)
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