Historias de vida

LA HERENCIA DE DOÑA BENICA

Andrés Gómez Vela

Cuando Benica comenzaba a brotarle una generosa delantera y unas voluptuosidades que dejaban sin aliento a todo aquel que la veía caminar moviendo sus polleras vallunas como un péndulo de reloj de pared, un yatiri leyó su futuro: “Serás rica, vivirás muuuuchos años y morirás en un grave accidente”. Con frecuencia repetía que ni la muerte la quería cuando contaba sobre los seis accidentes de tránsito que había sufrido en 50 años.

Era católica y devota de la Vírgen de Urkupiña, pero no creía en milagros, sino en el trabajo. A sus 20 años conoció a Servando, un joven de pómulos altos, cabellos hirsutos, ojos negros, cejas pobladas y una nariz armónicamente aguileña. Algo enjuto y pequeño. No era como para Benica que, según ella misma, merecía a un hombre más apuesto para que haga juego con sus ojos almendrados y su cara de “Mamita de Copacabana”. Pero la pasión los llevó a la cama antes que el amor al altar.

Servando era inteligente, trabajador y creativo. Su talento lo convirtió a sus 19 años en un brillante ceramista, profesión muy poco valorada en su pueblo. Lo llamaban el “manka llucha” (fabricante de ollas de barro en quechua). Ella tenía en la cabeza una computadora para los negocios, aunque no había terminado ni la escuela. De las pequeñas manos de Servando nacían bonitas ollas, tazas, platos y ella las vendía.

Los negocios no evitaron que Benica siga negándose al tiempo completo con Servando, aunque quería eternizar aquellos momentos en que la comunicación piel a piel reemplazaba al de las palabras. Como resultado de tanta fricción amorosa, llegó Isaac, a quien de niño apodaban en la escuela “yanqui llokjallito” (por el color de su piel y sus cabellos rubios). Cuando éste cumplió un año, el bus en el que viajaba Benica chocó contra un tráiler. Hubo 20 muertos. Ella resultó ilesa.
Servando y Benica decidieron unir sus vidas, no ante Dios, sino ante Isaac. Desde esa vez trabajaron para que su hijo tenga lo que ambos no habían tenido. Ella prefería caminar desde su casa a cualquier lugar de la ciudad para ahorrar más. En 10 años habían juntado como para comprar una casa de 50 mil dólares y habían dado a Isaac todo lo que quería, así no necesitase lo que le daban.

Cuando Benica rondaba los 40, uno de sus inquilinos le pidió en anticrético las dos habitaciones donde vivía en alquiler. Ella mostró, en respuesta, una libreta de ahorros de un banco con la suma de 187 mil dólares como diciéndole no necesito dinero.  Además, tenía cuatro casas: dos en La Paz, una en El Alto y otra en Cochabamba. Si hubieran decidido disfrutar de su fortuna, gastando sólo mil bolivianos al día no la hubieran agotado ni en los años que les quedaba de existencia.

En lo mejor de sus vidas, aunque ellos no lo vivían así, Servando y Benica viajaban con frecuencia a ver su casa de Cochabamba. Preferían el horario nocturno porque, coincidían, el día es para trabajar. Esa madrugada el chofer se durmió y el bus se embarrancó 150 metros. Hubo 17 muertos, decenas de heridos. Entre los 17, Servando; y entre las decenas, Benica.

Cuando ella recobró el conocimiento, sintió que sólo su brazo derecho no respondía.  Pero cuando se enteró de la ausencia definitiva de Servando, ninguna parte de su cuerpo respondió, cayó en una ingravidez adormecedora y luego sintió un vacio en su estómago como si estuviera bajando en picada en un ascensor. Los otros cuatro accidentes fueron menores, choques y encunetamientos que terminaron sin un rasguño.

Isaac iba a cumplir 20 y a duras penas había acabado el bachillerato. Servando trabajó 25 años para dejar a Isaac una fortuna que rondaba el $us1.000.000. En ese tiempo no tuvo ni una vacación, ni ropa cara, ni un “gustito”, sí mucho alcohol. Tras su muerte, Benica siguió agotando los días por otros 10 años. Existían, pero no vivían. Prueba de ello, a sus 50 años apenas conocía La Paz, Cochabamba y El Alto. El resto del país lo había visto sólo por televisión.

El hijo antes que ir a la Universidad, prefirió ir al Altar y a sus 29 años ya tenía cuatro hijos y ni un solo esfuerzo para conseguir un trabajo conocido. Es más, no conoció el esfuerzo ni siquiera cuando conquistó a Celia.

En el año 51 de su existencia, Benica sintió molestias en su estómago. En lugar de visitar un hospital, donde – decía- cobran caro; visitó un “adivino”. Éste lo desembrujó de todos los males, pero no pudo evitar que el cáncer se coma sus entrañas en menos de seis meses. El Yatiri había acertado en su riqueza, pero no en la causa de su muerte ni en los años de su vida.

Benica y Servando aportaron muy poco al Estado y dejaron una pesada herencia a la sociedad: un hijo de 30 años sin educación, pero con mucho dinero.

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GRACIAS AL FUTBOL

Ubaldo Padilla Pérez

Hasta sus 17 años, Marcelino creía que el mundo en el que vivía (su comunidad) era todo el mundo; la escasa escuela a la que asistió, apenas le había enseñado a obedecer y a doblar la cabeza ante el patrón….. siempre.
No hubiese sido joven, no hubiese despertado a la realidad, no hubiese descubierto este otro mundo, si no hubiera salido de su mundo para entrar al cuartel donde dizque de acuerdo a la tradición, los muchachos se hacían hombres.

En el cuartel descubrió el fútbol, con el fútbol el trabajo en equipo, con el trabajo en equipo que “si bien uno a uno todos somos mortales,  juntos somos eternos” y que con la unión  nace la fuerza.
Un año de cuartel le bastó a Marcelino para aprender eso y no fue poco, porque ese aprendizaje fue la semilla y el tizón que germinó y atizó la rebelión de su pueblo en el Alto Parapetí.

Hace 35 años sucedió que Marcelino luego de volver del cuartel a su comunidad (Itacuatía), junto a otros 6 kereimbas, azadón en mano, se plantó frente al patrón para reclamar porque no les permitían  abrir una cancha para jugar al fútbol y porque no  quería comprarles un balón y unas camisetas para su equipo.

Ante la reiterada  negativa del patrón, Marcelino dejó el azadón y junto a sus compañeros abandonó la hacienda, abandonó a su familia, abandonó su tierra y su territorio jurando volver algún día a liberarlos. Eso fue hace 35 años; hace 35 años, cuando Marcelino era joven, cuando casi nadie en el Pueblo Guaraní quería ser Guaraní, cuando los antropólogos e historiadores hablaban  de los Guaraní como de un pueblo extinto.

Ahora,  cuando sabemos que eso no es cierto, encontré a Marcelino en el mercado, le pregunté si su lucha está dando resultados y me responde afirmativamente; el cree que sus ideas se convirtieron en ideales y por tanto se hicieron invencibles; cree que ahora ya no son solo 7 los rebeldes; que no fueron necesarias las flechas ni la balas, que con lápiz y papel fue suficiente; también está seguro que el actual gobierno es su gobierno y que de la mano de él están llegando buenos tiempos para su pueblo.

Su situación económica no ha mejorado mucho, sigue sin comer por lo menos 3 veces al día, sigue viviendo en una casita que no se parece a casa; sigue mendigando algunos libros de medio uso para que sus hijos los utilicen en la escuela que aún no se parece a la escuela que soñó en sus sueños; Marcelino ha gastado a prisa su vida, la ha quemado como vela para hacer luz cuando su pueblo caminaba en tinieblas, el dice que aún no puede dormir tranquilo; aunque ya no es dirigente, aunque ya no tiene las fuerzas ni los años de hace 35 años, continua en la lucha, asesorando y aconsejando, a los jóvenes dirigentes como un auténtico Arakuaiya.

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HISTORIAS

Mario Mamani Morales

COMPETENCIA

El negocio más próspero en los últimos años es la venta de ropa usada. En todas las ciudades y poblaciones del país los espacios son más grandes y se advierte que seguirán copando más calles, aceras, tiendas improvisadas y ocasionales carpas donde se puede encontrar de todo y a todo precio. En Sucre este mercado ya rebasa la plaza del Reloj, o barrio Obrero.

Es una señora de mediana edad, con mirada temerosa que con un saco de nylon y otra bolsa de mano. Se sienta en una de las bancas que allí existen y un grupo de personas la rodean inmediatamente para solicitarle la mercadería: zapatos usados a diez pesos, una que otra chompa ya raída a cinco, unas botas para dama que una señorita pide medirse, una falda, un pantalón para varón y la señora se confunde, ya no sabe quién paga o no. Se asusta porque otro grupo de personas se aproxima en actitud amenazadora. ¡Tienes que retirarte, aquí sólo estamos los del sindicato! La increpan.

Recibe insultos, gritos de: ¡fuera…! ¡Hay que quitarle su bolsa! La señora no dice palabra, demuestra susto. Una joven que la acompaña, de unos 14 a 15 años, con voz de ruego clama: ¡Vámonos mamá…! Aparece el agente municipal y grita: ¡Aquí está prohibido vender! El otro grupo, conformado más por mujeres que hombres, se calma y vuelven a las aceras donde tienen sus puestos cuyo derecho de venta otorga el sindicato. ¡Vaya competencia…! Sabe Dios si la niña tuvo recreo para ir al colegio.

OTRO NEGOCIO

Es la Plaza Cochabamba en la misma ciudad. Son cerca a las cinco de la tarde cuando muchos padres de familia esperan la salida de los niños y niñas que se cobijan en un Kinder que allí existe. Es admirable ver el encuentro de la madre, el padre o el abuelo con el retoño que sale alegre e inocente sonrisa al encuentro familiar. Niños bien vestidos, rebosantes y la sonrisa en los labios. Son felices.

De pronto sorprende otra niña cubierto casi de harapos, tendrá uno o dos años más que aquellos que salen del kínder.  Se entretiene con cualquier cosa que encuentra en el piso. Calza abarcas de goma y sus piececitos casi ya no caben porque además la niña juega, corre y brinca a gusto. En las bancas se hallan personas de toda edad, jóvenes enamorados, otras entretenidas con el celular, charlas amenas.

La niña parece despertar a la realidad y ofrece un manojo de manzanilla que tiene en sus manos: ¡Un pesito!, dice con su voz inocente. Pasa de banca en banca, nadie muestra interés en comprar la mercancía. Vuelve otra vez a su mundo de niña, juega y da vueltas de aquí para allá. Quién sabe qué fantasía tiene en su cabecita. Otra vez ofrece ahora una bolsita de nylon que contiene cuatro o cinco limones: ¡Un pesito…! Vuelve a clamar. Ya la noche se aproxima y quién sabe dónde estará la madre  y cuánto de venta habrá tenido la niña del negocio.

EN EL AEROPUERTO

En la terminal aérea “Juana Azurduy de Padilla” hay horas tope en el tráfico de la Capital hacia el interior y viceversa. Gente que llega y gente que se va. Las líneas que hacen el servicio están atestadas de gente luego del cierre de AeroSur. Se advierte que esta terminal  genera movimiento porque además los pasajes en avión ya no son tan caros como antes.

Citadinos, pasajeros en tránsito hacia Potosí y turistas que arriban a la ciudad son abordados con la mano alzada de una viejita que pide: ¿Regalame?…! Ante la indiferencia de la gente, insiste: ¿Regalame…?  Una que otra persona saca una moneda que pone en las manos de la anciana. Ella vuelve a pedir y camina hacia otro grupo de personas que siempre están entretenidas ya sea con la bienvenida o la despedida.

De pronto el grupo es abordado por otra anciana que igual pide: ¡Regalame…! Así son varias ancianas que parece que conocen el movimiento de la gente. “Si das a una tienes que dar a todas”, dice una joven a su padre que la acaba de abrazar como signo de bienvenida. Al finalizar la hora tope, las viejitas salen hacia la avenida Navarra, se despiden en quechua y parecen alegres, seguro que el día fue bueno.

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