LA HERENCIA DE DOÑA BENICA
By argv.E338951d on Lun, 19/01/2015 - 11:24Cuando Benica comenzaba a brotarle una generosa delantera y unas voluptuosidades que dejaban sin aliento a todo aquel que la veía caminar moviendo sus polleras vallunas como un péndulo de reloj de pared, un yatiri leyó su futuro: “Serás rica, vivirás muuuuchos años y morirás en un grave accidente”. Con frecuencia repetía que ni la muerte la quería cuando contaba sobre los seis accidentes de tránsito que había sufrido en 50 años.
Era católica y devota de la Vírgen de Urkupiña, pero no creía en milagros, sino en el trabajo. A sus 20 años conoció a Servando, un joven de pómulos altos, cabellos hirsutos, ojos negros, cejas pobladas y una nariz armónicamente aguileña. Algo enjuto y pequeño. No era como para Benica que, según ella misma, merecía a un hombre más apuesto para que haga juego con sus ojos almendrados y su cara de “Mamita de Copacabana”. Pero la pasión los llevó a la cama antes que el amor al altar.
Servando era inteligente, trabajador y creativo. Su talento lo convirtió a sus 19 años en un brillante ceramista, profesión muy poco valorada en su pueblo. Lo llamaban el “manka llucha” (fabricante de ollas de barro en quechua). Ella tenía en la cabeza una computadora para los negocios, aunque no había terminado ni la escuela. De las pequeñas manos de Servando nacían bonitas ollas, tazas, platos y ella las vendía.
Los negocios no evitaron que Benica siga negándose al tiempo completo con Servando, aunque quería eternizar aquellos momentos en que la comunicación piel a piel reemplazaba al de las palabras. Como resultado de tanta fricción amorosa, llegó Isaac, a quien de niño apodaban en la escuela “yanqui llokjallito” (por el color de su piel y sus cabellos rubios). Cuando éste cumplió un año, el bus en el que viajaba Benica chocó contra un tráiler. Hubo 20 muertos. Ella resultó ilesa.
Servando y Benica decidieron unir sus vidas, no ante Dios, sino ante Isaac. Desde esa vez trabajaron para que su hijo tenga lo que ambos no habían tenido. Ella prefería caminar desde su casa a cualquier lugar de la ciudad para ahorrar más. En 10 años habían juntado como para comprar una casa de 50 mil dólares y habían dado a Isaac todo lo que quería, así no necesitase lo que le daban.
Cuando Benica rondaba los 40, uno de sus inquilinos le pidió en anticrético las dos habitaciones donde vivía en alquiler. Ella mostró, en respuesta, una libreta de ahorros de un banco con la suma de 187 mil dólares como diciéndole no necesito dinero. Además, tenía cuatro casas: dos en La Paz, una en El Alto y otra en Cochabamba. Si hubieran decidido disfrutar de su fortuna, gastando sólo mil bolivianos al día no la hubieran agotado ni en los años que les quedaba de existencia.
En lo mejor de sus vidas, aunque ellos no lo vivían así, Servando y Benica viajaban con frecuencia a ver su casa de Cochabamba. Preferían el horario nocturno porque, coincidían, el día es para trabajar. Esa madrugada el chofer se durmió y el bus se embarrancó 150 metros. Hubo 17 muertos, decenas de heridos. Entre los 17, Servando; y entre las decenas, Benica.
Cuando ella recobró el conocimiento, sintió que sólo su brazo derecho no respondía. Pero cuando se enteró de la ausencia definitiva de Servando, ninguna parte de su cuerpo respondió, cayó en una ingravidez adormecedora y luego sintió un vacio en su estómago como si estuviera bajando en picada en un ascensor. Los otros cuatro accidentes fueron menores, choques y encunetamientos que terminaron sin un rasguño.
Isaac iba a cumplir 20 y a duras penas había acabado el bachillerato. Servando trabajó 25 años para dejar a Isaac una fortuna que rondaba el $us1.000.000. En ese tiempo no tuvo ni una vacación, ni ropa cara, ni un “gustito”, sí mucho alcohol. Tras su muerte, Benica siguió agotando los días por otros 10 años. Existían, pero no vivían. Prueba de ello, a sus 50 años apenas conocía La Paz, Cochabamba y El Alto. El resto del país lo había visto sólo por televisión.
El hijo antes que ir a la Universidad, prefirió ir al Altar y a sus 29 años ya tenía cuatro hijos y ni un solo esfuerzo para conseguir un trabajo conocido. Es más, no conoció el esfuerzo ni siquiera cuando conquistó a Celia.
En el año 51 de su existencia, Benica sintió molestias en su estómago. En lugar de visitar un hospital, donde – decía- cobran caro; visitó un “adivino”. Éste lo desembrujó de todos los males, pero no pudo evitar que el cáncer se coma sus entrañas en menos de seis meses. El Yatiri había acertado en su riqueza, pero no en la causa de su muerte ni en los años de su vida.
Benica y Servando aportaron muy poco al Estado y dejaron una pesada herencia a la sociedad: un hijo de 30 años sin educación, pero con mucho dinero.