Descolonización

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El “Taller de capacitación para directoras, directores distritales, directoras y directores de unidades educativas fiscales, privadas y de convenio; el Taller con operadores de justicia contra el racismo y toda forma de discriminación” se realiza en las dos ciudades.
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“Es una señal clara de voluntad política del proceso de cambio para incorporar el ejercicio pleno de los derechos”, dijo la diputada del Movimiento Al Socialismo (MAS), Marianela Paco.
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Una política comunitaria se refiere a un horizonte de sentido quela praxis política indígena ha venido implícitamente insistiendo a lo largo de su irrupción en el sistema político vigente (irrupción que ya no es simple resistencia sino transformación), señala.
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El libro “Recuperación de Memoria Histórica de Bolivia” resultado del encuentro de directores de culturas y descolonización de las gobernaciones, será presentado este jueves en el Salón Verde del Ministerio de Relaciones, La Paz.
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“Nos estamos muniendo de toda la información sobre el tema, pero obviamente si tiene que caer la Ley (045) al entrenador de Wilsterman, el Comité de Lucha Contra el Racismo lo va a llevar adelante”, dijo Félix Cárdenas.

MISERIAS DE LA DESCOLONIZACIÓN

José Luis Saavedra

La Dra. Alison Spedding ha presentado, el pasado 21 de marzo, un libro suyo titulado “Descolonización” (La Paz, ISEAT, 2011), cuya idea básica –dice- es "desentronizar" y, al parecer, de-construir la teoría poscolonial.

Más allá de lo que se podría esperar de un título tan interesante, el libro abunda no sólo en una serie de lugares comunes, sino también en varios errores y despistes teóricos, políticos y epistemológicos, a cuyo desvelamiento nos dedicamos en el presente artículo[2].

Primer capítulo: La autora hace un salto brusco e incoherente del tratamiento de África (movimientos de liberación nacional) a la "crítica" del poscolonialismo y no indica por qué, para qué o cuál es el sentido de esta crítica. En general, el tratamiento del anticolonialismo es insuficiente y simplifica al extremo las heroicas luchas de emancipación de los pueblos africanos.

Alison ignora impunemente la obra y el pensamiento de los líderes africanos: Patrice Lumumba en el Congo, Kwame Nkrumah en Ghana, Um Nyobé y Félix Moumié en Camerún, Amílcar Cabral en Guinea-Bissau, Jomo Kenyatta en Kenya, Agostinho Neto en Angola, entre muchos otros próceres africanos.

Los estudios postcoloniales han surgido en el período posterior a los combates anticoloniales; por tanto, es absolutamente necesario referir el desarrollo teórico y político de las luchas de descolonización de los pueblos del "tercer mundo" y en especial del África.

Es también una falta muy grave ignorar el análisis teórico y político de la obra de Frantz Fanon, "santo patrón del pos-colonialismo" (p. 44), una alusión por demás irónica. La autora se limita a mencionar Los Condenados de la Tierra y al parecer no conoce Sociología de una Revolución (México, Era, 1976), menos Por la Revolución Africana (México, FCE, 1975) (sólo para citar los libros más conocidos).

Es asimismo muy deficiente el tratamiento de Edward Said, a quien hay que entenderlo como crítico y también como militante, cuyo compromiso político (como se sugiere en la p. 44) con la lucha del pueblo palestino contra la ocupación sionista es por demás característico. Ver, por ejemplo, Nuevas crónicas palestinas (Barcelona, Mondadori, 2003).

La comprensión de Said no puede ni debe limitarse a Orientalismo, al menos hay que considerar Cultura e Imperialismo (Barcelona, Anagrama, 1996) que si bien, en la p. 41, la autora nombra esta obra, lo hace a través de M. Mellino y en la bibliografía refiere el título en inglés.

Alison habla, en la p. 26, de los "Estudios subalternos" y, en la misma página, refiere "Otro producto de ellos (¿?), Stuart Hall"; es obvio que incurre en una muy grave confusión. S. Hall no tiene nada que ver con los subalternistas, él es uno de los fundadores de los estudios culturales en Birmingham. Para informarse le sugiero leer Sin Garantías. Trayectorias y problemáticas en estudios culturales (Popayán, PUJ, IEP, UASB y Envión, 2010) y también La cultura y el poder. Conversaciones sobre los cultural studies(Buenos Aires, Amorrortu, 2011).

La relación, que la autora establece, entre postmodernidad y postcolonialidad, p. 34ss, es simplista y simplificador. Desde y a partir de América Latina (A.L.) hay necesidad de complejizar la comprensión de la post-modernidad y la post-colonialidad. Para ello le sugiero revisar, por ejemplo, S. Castro-Gómez, "El poscolonialismo como teoría crítica de la sociedad globalizada", en: Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial (Bogotá, CEJA, 1999).

En resumen: el primer capítulo es superficial, insulso e insustancial y no da cuenta de la diversidad teórica y política del postcolonialismo.

Segundo capítulo: La autora banaliza, en la p. 43, la expansión colonial de Europa, "la única finalidad -dice- era tratar de ganar", cual si se tratara -escribe- de un mero juego, denotando con ello una concepción extremadamente simplista de la dominación moderno-colonial.

El debate esencialismo versus antiesencialismo (p. 44ss) es también insulso e insustancial, quién (a estas alturas) no entiende que la identidad es activa y dinámica, es pues una obviedad obvia (valga la redundancia).

Alison afirma, en la p. 46, "muchos (¿?) autores escriben sobre los grupos sociales en términos tan esencialistas..." y no nombra un solo autor "esencialista". Como esta afirmación inconsistente e infundada hay muchas en el libro.

También alega, en la p. 48, que "falta un análisis de las especificidades del colonialismo francés". Me extraña que la autora desconozca, entre muchas otras, la valiosa y productiva obra de F. Fanon, uno de los más lúcidos críticos, junto con A. Césaire, del colonialismo francés y en el contexto caribeño está la gran obra de Aimé Césaire Discurso sobre el colonialismo (Madrid, Akal, 2006).

En la misma p. 48, la autora compara el colonialismo francés con el británico y afirma que los británicos habrían intentado "transar pacíficamente con los nacionalistas nativos" e insolentemente habla de "la aceptación caballeresca británica", lo cual es absolutamente falso, basta ver la violencia genocida ejercida contra el pueblo de Kenya y la rebelión de los Mau Mau (1952-56). Los británicos estaban acostumbrados a mantener el orden con métodos de violencia expeditiva, como eran los de bombardear, aniquilar y exterminar a los indígenas rebeldes. Le sugiero leer, entre muchos otros, Un grano de trigo de Ngugi Wa Thiong'o (Madrid, Zanzíbar, 2006), un libro en el que el autor relata su infancia marcada por la guerra que emprendieron los movimientos anticoloniales contra el brutal dominio británico. Y para enterarnos de la violencia colonial en América latina y el Caribe ejercida por los "caballeros" ingleses basta leer el genial trabajo de Eric Williams, Capitalismo y esclavitud (Madrid, Traficantes de sueños, junio de 2011).

En la p. 49, la autora afirma "Se ha criticado a Foucault por ignorar totalmente a las colonias y el colonialismo en sus estudios", autoritariamente falso. Para rastrear el modo en que Foucault piensa "las relaciones de colonización" y entiende el problema de la colonialidad hay que examinar la relación (que él establece) entre racismo y bio-política. Foucault introduce la siguiente reflexión: "El racismo va a desarrollarse, en primer lugar, con la colonización, es decir, con el genocidio colonizador" (Foucault, Defender la sociedad, México, 2001: 232) para explicar-nos que las colonias (fuera de las fronteras europeas) fueron uno de los laboratorios en los que se probó el racismo, entendido éste como estrategia de guerra y, más propiamente, como un dispositivo bio-político de la guerra colonial. Hay que leer pues a Foucault para hablar (de él) con un mínimo de propiedad.

En la p. 58, la autora habla de "contradicciones o puntos de debate, no todos ellos destacados en el artículo original de Spivak", refiriéndose a "¿Puede hablar el sujeto subalterno?". Para rebatir esta falsedad de Alison basta ver el propio libro de la propia Spivak, Crítica de la razón poscolonial (Madrid, Akal, 2010), que Alison cita en la bibliografía, pero al parecer no lo ha leído. Le recomiendo especialmente la lectura del tercer capítulo, "Historia" (pp. 201-204), donde Spivak revisita su famoso ensayo.

En resumen: la autora continúa con las divagaciones del primer capítulo y no dice nada, absolutamente nada del posicionamiento "descolonial" (título del capítulo).

Tercer capítulo: En la p. 70, la autora afirma: "los poscoloniales descartan los criterios convencionales de calidad literaria o académica", falso a más no poder, aquí -el capítulo está referido a América latina- la producción pos(de)colonial es sólida y rigurosa, podríamos citar un montón de libros contemporáneos, pero por razones de espacio nos limitamos a mencionar dos libros de S. Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (Bogotá, PUJ, 2005) e Historia de la gubernamentalidad (Bogotá, Siglo del Hombre, 2010).

En la p. 72, la autora alega haber revisado "la bibliografía sobre poscolonialismo y descolonización" y asevera que ha encontrado una "única referencia a Sudamérica", es evidente que lee poco o sencillamente no lee. A propósito, aquí podríamos aplicar la propia fórmula de la autora, quien "en realidad sólo ha leído parte de la obra" pos-colonial, "sólo ha leído una pequeña parte de la misma." (p. 50). Bastaría con leer el libro ya citado de Spivak, Crítica de la razón postcolonial (Madrid, Akal, 2010) o, en un contexto mas cercano, el de Karina Bidaseca, Perturbando el texto colonial. Los estudios (pos) coloniales en América latina (Buenos Aires, SB, 2010). 

Más allá de las gratuitas alusiones a G. Prakash o D. Chakrabarty, p. 73ss, que no corresponden al capítulo, debiera considerarse cómo piensan América Latina los pensadores latinoamericanos y ahí, entre muchos otros, la lectura de la valiosa obra de S. Castro-Gómez, A. Escobar y E. Lander es primordial, pero que -al parecer- la autora no los conoce, ni los ha leído (¿por desidia?).

Es totalmente inútil la larga digresión sobre el tío de la mina, p. 72ss, y no hay relación alguna con la "América latina poscolonial" (título del capítulo).

En la p. 78, la autora se pregunta, "¿por qué (América Latina) ha quedado fuera de los análisis poscoloniales?" y su explicación es muy frívola, no pasa de una serie de referencias bastante anecdóticas (p. 79ss), como el tema de los ídolos. Por nuestra parte, nos limitamos a sugerir-le la lectura del excelente trabajo de P. Hulme, "La teoría poscolonial y la representación de la cultura en las Américas", en: Casa de las Américas, vol. XXXVI, No. 202.

La lectura que la autora hace de A. Quijano, p. 85, es también trivial, además de tratarlo, injuriosamente, de "anacrónico", y lo hace a partir de un solo artículo; la obra de Quijano es abundante y convendría considerarla en conjunto. Le sugiero leer, p. ej. A. Quijano y Mejía (eds.), La cuestión descolonial (Lima, Universidad R. Palma, 2010).

En resumen, el contenido del capítulo no expresa el título del mismo ("América Latina poscolonial"), sino una mera extensión del anterior capítulo. Aquí es imprescindible considerar la postcolonialidad estudiada por los pensadores latinoamericanos. Por ello le sugiero leer, entre muchos otros, a S. Castro-Gómez y R. Grosfoguel (comps.), El giro decolonial (Bogotá, Instituto Pensar/IESCO, 2007); y R. Grosfoguel y R. Almanza (comps.), Lugares descoloniales: espacios de intervención en las Américas, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2012.

Cuarto capítulo: En la p. 89, la autora atribuye a la perspectiva poscolonialista el "suponer que el 'colonialismo' siempre ha funcionado de la misma forma, con las mismas categorías y valuaciones", una atribución ciertamente tonta, quién podría pensar de una manera tan estúpida, al igual que hablar de una "'indianidad' que se conserva intocada a costa de todo" (p. 99) o de "una esencia inefable" (p. 100). Estas atribuciones arbitrarias resultan enormemente fastidiosas e impertinentes.

En la p. 90, la autora asigna, infundadamente, a Aguirre Beltrán (no citado en la bibliografía) la noción de "colonialismo interno", cuando el autor de tal noción es P. Gonzales Casanova en su famosa obra Sociología de la explotación (México, Siglo XXI, 1978).

A partir de una cita descontextualizada de N. Maldonado-Torres, p. 94, la autora reduce la descolonización a una mera indignación moral, cuando bien sabemos, desde la obra teórica y política de F. Fanon, P. Lumumba y K. NKrumah, que la descolonización está vitalmente articulada con la lucha económica, política y cultural de los pueblos y naciones colonizadas.

Alison afirma, en la p. 97, "Una postura difundida entre (los) activistas que apoyan la descolonización en Bolivia es que el feminismo en todos sus colores es otra imposición colonial", falso a más no poder, quién podría afirmar semejante necedad. La emancipación/liberación de las mujeres es el núcleo de las luchas post(de)coloniales.

En la p. 99, la autora asevera "las identidades siempre en construcción y no dadas de antemano ni naturales", cuál es la necesidad de referir una obviedad tan elemental.

Alison propone, en la p. 100, "incorporar la enseñanza en idiomas nativas (sic)" en la universidad. La política de "incorporación" es propia del multiculturalismo neo-liberal, de lo que se trata es de transformar las estructuras estructurantes.

La autora tiene graves confusiones en relación con el indigenismo (p. 108), indianismo y katarismo. Para salir de tales enredos cognitivos le sugiero leer el libro de Fernando Untoja, Katarismo. Crítica al indianismo e indigenismo (La Paz, 2012).

Pensar -como lo hace la autora-la "integración cultural" a través de las telenovelas y la cumbia chicha (p. 111), es trivial e insignificante, cuando no insulso.

Alison también dice que el centro o núcleo de irradiación política "actualmente" está "pasando a Venezuela" (p. 112): llunk'erío puro.

La autora alude a la propuesta de reconstitución del Tawantinsuyu y dice que es "una utopía arcaica" (p. 118), habla exactamente igual que el neo-liberal M. Vargas Llosa.

Alison hace alusiones estrictamente personales, p. 116, y dice que me habría "autoproclamado" "descolonizado", jamás he dicho ni escrito semejante desbarro. Hay pues una evidente intención de denigrarme y -más aún- al atribuirme, ladinamente, el ser "miembro del club indígena" (p. 117). Yo no soy indígena, soy quechua.

A propósito de "las arrugas de los abuelos", la autora confunde arteramente la metáfora con la descripción (p. 117). No obstante, es evidente que aquí, en los Andes, emerge u n horizonte epistémico radicalmente distinto del logo-centrismo moderno occidental, que ya se prefigura en el propio advenimiento del pachakuti y el subterráneo retorno de las wak'as.

La propuesta “descolonizadora” de la autora es ridícula, se limita a la "re-interpretación de la historia de los Andes" (p. 104), es decir a un mero ejercicio académico, que no va más allá del tradicional "revisionismo", hoy teóricamente caduco y políticamente inútil.

No obstante, estoy de acuerdo con que la obra de F. Patzi es evidentemente "insustancial" (p. 103).También estoy de acuerdo con que la obra de Yampara es una serie desordenada de "divagaciones" e "interpretaciones forzadas", además de "un galimatías de un misticismo mal digerido y pretensión seudo intelectual" (p.116).

Igualmente estoy de acuerdo con que "descolonizar no es simplemente poner la colonia al revés" (p. 104). Pero, no creo que alguien, medianamente sensato, pueda proponer "seguir siendo 'indígenas' eternamente diferenciados de los 'occidentales'". La alternativa no es la segregación, pero tampoco la inclusión multicultural, sino más bien la reconstitución política, cultural y territorial de los pueblos y comunidades andinas y amazónicas secularmente colonizadas.

A modo de conclusiones

Hablar de descolonización implica, necesariamente, develar las condiciones materiales y simbólicas: económicas, políticas y culturales de la persistencia del colonialismo, una tarea pávidamente eludida por la autora.

La autora también ignora los debates anticoloniales del movimiento indianista y katarista. En Bolivia el debate de la descolonización se intensifica desde y a partir de la insurgencia contemporánea de los pueblos andinos: aymara y quechua, que se intensifica –liderada por Felipe Quispe- desde y a partir del año 2000.

Por tanto, en los Andes, el proceso descolonizador emerge de las luchas y las movilizaciones de los pueblos, tales como la insurgencia aymara contemporánea y la revuelta de las comunidades de tierras bajas, especialmente del TIPNIS, violentamente reprimidas por el gobierno del presidente Evo e impúdicamente justificadas por Alison Spedding (ver Ideas de Página Siete, 16 de octubre de 2011, p. 10).




[1] El autor es docente de la UMSA.

[2] La versión preliminar de este artículo fue publicado en Pukara #75.

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Abrir espacios de aprendizajes, plantear respuestas de quién soy yo, reflexionar sobre la búsqueda de las identidades, efectuar el conocimiento constante de uno mismo, compartir las experiencias y otros, fueron algunas de las reflexiones en el conversatorio efectuado.
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El colonialismo no es más que la supremacía de una sociedad sobre otra en sus relaciones de intercambio, señala el creador y director de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN).

NOS COLONIZAN

Mario Mamani Morales

La verdad es que en el mundo en que vivimos, por la fuerza o por las buenas, siempre nos colonizan. De forma violenta cuando se invade militarmente   a una región, a un país o a un Estado y de manera sutil cuando ingresan hasta nuestras casas, sin tocar la puerta, tranquilamente, sin darnos cuenta, vivimos colonizados.

El colonizador siempre es poderoso, somete al débil, impone sus reglas y destruye la forma de vida social, política, económica y hasta religiosa en el territorio que invade donde sojuzga a sus habitantes.

Mientras en nuestro Estado Plurinacional propugnamos un sistema de educación comunitaria, productiva, rescatando los saberes de nuestros pueblos originarios, priorizando nuestro idioma nativo porque buscamos una educación libre y liberadora, nuestros colonizadores marchan a pasos agigantados. Veamos algunos casos:

La Cibercultura.- En la colonia y en muchos años de la vida republicana, la educación era un privilegio destinado sólo para los hijos de los españoles, los criollos y los hijos de los caciques; hoy el acceso al mundo de las NTICs (Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación) son también un privilegio, porque el poder ahora se encuentra en la red de las computadoras.

Según el censo de población y vivienda de 2012, en Bolivia sólo el 23% de la gente tiene computadora y tan sólo el 9,45% puede acceder al internet. El resto está destinado a ser el analfabeto de este Siglo XXI. Lo que está más difundido es el teléfono celular: llega al 71,59% de la población; pero la mayoría sólo utiliza este aparato para recibir y hacer llamadas, manipular los últimos modelos es para avanzados.

La colonización sutil se expresa en que nosotros sólo consumimos, aceptamos estar dominados por las TICs, no incidimos en su avance, su tecnología, menos podemos crear, lo que en esa cultura llaman, el software: sencillamente no nos dejan ni permiten porque quieren seguir teniéndonos colonizados.

El jeans y la gorra.- Se dice que el pantalón vaquero fue creado en Norte América, precisamente para montar caballo e ir tras el ganado, se patentó y su fama ha llegado a todos los rincones del mundo. Una colonización sutil; pero que tiene su fuerza e impacto. ¿Quién no ha usado alguna vez esta indumentaria? Viene adicionado a las famosas gorras con visera y alguna propaganda de firmas mundiales que se constituye en otro atractivo.

Quienes hoy se constituyen en los defensores de la descolonización, hasta hace poco tenían esta indumentaria; ahora (ojalá por siempre) han trocado por el poncho y el sombrero de ala ancha y se han colgado una chuspa donde tienen la coca que mastican para vista de los afines. Lo malo es que en el mercado nacional lo que da buena plata y tiene venta al por mayor y menor, es precisamente la “ropa americana”, aunque su procedencia no sea siempre el norte.

Los más adinerados tienen su tienda exclusiva a menos de tres cuadras de nuestras plazas en las ciudades, saben qué día se desata el fardo y se apiñan para llevarse la prenda de “marca y de primera”: se plancha, acicala y listo para lucir. Lo nacional se desprecia o es muy caro.

La colonización por esta vía está en cientos de aceras en los mercados populares, las ferias, plazuelas y se han abierto distribuidoras y tiendas que mueven mucho dinero.

Nuestra descolonización.- Así como van las cosas: ¿Nos descolonizamos? ¿Fortalecemos nuestra visión ideológica y compromiso social y económico con nuestro Estado Plurinacional? ¿Fortalecemos nuestra cultura? ¿Fomentamos lo nuestro? ¿No está distante la teoría y la práctica cotidiana de asumir lo comunitario, productivo y descolonizador?
Está visto que jamás acabaremos de descolonizarnos; pero si nos conformamos con esta idea dejaremos de tener nuestra identidad, renegaremos contra nuestra cultura ancestral, nos convertiremos en estériles culturalmente, entonces seguiremos siendo la colonia de las metrópolis, ahora cibernéticos.

La educación también debe estar orientada a profundizar la ciencia y la tecnología, apropiarse de las NTICs como instrumento de trabajo para también incidir en ellas, no sólo ser los consumidores pasivos, entonces aquí faltan políticas educativas que se diseñen, implementen y masifiquen desde el Estado en corresponsabilidad con las Casas Superiores de Estudio.

En cuanto a la indumentaria: ¿dónde quedó la decisión de erradicar el mercado de la ropa usada?

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“El inicio de la descolonización a nivel continental desde los movimientos sociales y pueblos indígenas y (plantean) que Bolivia sea el Centro Coordinador de Descolonización en el continente”, dijo el viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas.

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