MISERIAS DE LA DESCOLONIZACIÓN
By Draven3166 on Mar, 19/11/2013 - 17:29
La Dra. Alison Spedding ha presentado, el pasado 21 de marzo, un libro suyo titulado “Descolonización” (La Paz, ISEAT, 2011), cuya idea básica –dice- es "desentronizar" y, al parecer, de-construir la teoría poscolonial.
Más allá de lo que se podría esperar de un título tan interesante, el libro abunda no sólo en una serie de lugares comunes, sino también en varios errores y despistes teóricos, políticos y epistemológicos, a cuyo desvelamiento nos dedicamos en el presente artículo[2].
Primer capítulo: La autora hace un salto brusco e incoherente del tratamiento de África (movimientos de liberación nacional) a la "crítica" del poscolonialismo y no indica por qué, para qué o cuál es el sentido de esta crítica. En general, el tratamiento del anticolonialismo es insuficiente y simplifica al extremo las heroicas luchas de emancipación de los pueblos africanos.
Alison ignora impunemente la obra y el pensamiento de los líderes africanos: Patrice Lumumba en el Congo, Kwame Nkrumah en Ghana, Um Nyobé y Félix Moumié en Camerún, Amílcar Cabral en Guinea-Bissau, Jomo Kenyatta en Kenya, Agostinho Neto en Angola, entre muchos otros próceres africanos.
Los estudios postcoloniales han surgido en el período posterior a los combates anticoloniales; por tanto, es absolutamente necesario referir el desarrollo teórico y político de las luchas de descolonización de los pueblos del "tercer mundo" y en especial del África.
Es también una falta muy grave ignorar el análisis teórico y político de la obra de Frantz Fanon, "santo patrón del pos-colonialismo" (p. 44), una alusión por demás irónica. La autora se limita a mencionar Los Condenados de la Tierra y al parecer no conoce Sociología de una Revolución (México, Era, 1976), menos Por la Revolución Africana (México, FCE, 1975) (sólo para citar los libros más conocidos).
Es asimismo muy deficiente el tratamiento de Edward Said, a quien hay que entenderlo como crítico y también como militante, cuyo compromiso político (como se sugiere en la p. 44) con la lucha del pueblo palestino contra la ocupación sionista es por demás característico. Ver, por ejemplo, Nuevas crónicas palestinas (Barcelona, Mondadori, 2003).
La comprensión de Said no puede ni debe limitarse a Orientalismo, al menos hay que considerar Cultura e Imperialismo (Barcelona, Anagrama, 1996) que si bien, en la p. 41, la autora nombra esta obra, lo hace a través de M. Mellino y en la bibliografía refiere el título en inglés.
Alison habla, en la p. 26, de los "Estudios subalternos" y, en la misma página, refiere "Otro producto de ellos (¿?), Stuart Hall"; es obvio que incurre en una muy grave confusión. S. Hall no tiene nada que ver con los subalternistas, él es uno de los fundadores de los estudios culturales en Birmingham. Para informarse le sugiero leer Sin Garantías. Trayectorias y problemáticas en estudios culturales (Popayán, PUJ, IEP, UASB y Envión, 2010) y también La cultura y el poder. Conversaciones sobre los cultural studies(Buenos Aires, Amorrortu, 2011).
La relación, que la autora establece, entre postmodernidad y postcolonialidad, p. 34ss, es simplista y simplificador. Desde y a partir de América Latina (A.L.) hay necesidad de complejizar la comprensión de la post-modernidad y la post-colonialidad. Para ello le sugiero revisar, por ejemplo, S. Castro-Gómez, "El poscolonialismo como teoría crítica de la sociedad globalizada", en: Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial (Bogotá, CEJA, 1999).
En resumen: el primer capítulo es superficial, insulso e insustancial y no da cuenta de la diversidad teórica y política del postcolonialismo.
Segundo capítulo: La autora banaliza, en la p. 43, la expansión colonial de Europa, "la única finalidad -dice- era tratar de ganar", cual si se tratara -escribe- de un mero juego, denotando con ello una concepción extremadamente simplista de la dominación moderno-colonial.
El debate esencialismo versus antiesencialismo (p. 44ss) es también insulso e insustancial, quién (a estas alturas) no entiende que la identidad es activa y dinámica, es pues una obviedad obvia (valga la redundancia).
Alison afirma, en la p. 46, "muchos (¿?) autores escriben sobre los grupos sociales en términos tan esencialistas..." y no nombra un solo autor "esencialista". Como esta afirmación inconsistente e infundada hay muchas en el libro.
También alega, en la p. 48, que "falta un análisis de las especificidades del colonialismo francés". Me extraña que la autora desconozca, entre muchas otras, la valiosa y productiva obra de F. Fanon, uno de los más lúcidos críticos, junto con A. Césaire, del colonialismo francés y en el contexto caribeño está la gran obra de Aimé Césaire Discurso sobre el colonialismo (Madrid, Akal, 2006).
En la misma p. 48, la autora compara el colonialismo francés con el británico y afirma que los británicos habrían intentado "transar pacíficamente con los nacionalistas nativos" e insolentemente habla de "la aceptación caballeresca británica", lo cual es absolutamente falso, basta ver la violencia genocida ejercida contra el pueblo de Kenya y la rebelión de los Mau Mau (1952-56). Los británicos estaban acostumbrados a mantener el orden con métodos de violencia expeditiva, como eran los de bombardear, aniquilar y exterminar a los indígenas rebeldes. Le sugiero leer, entre muchos otros, Un grano de trigo de Ngugi Wa Thiong'o (Madrid, Zanzíbar, 2006), un libro en el que el autor relata su infancia marcada por la guerra que emprendieron los movimientos anticoloniales contra el brutal dominio británico. Y para enterarnos de la violencia colonial en América latina y el Caribe ejercida por los "caballeros" ingleses basta leer el genial trabajo de Eric Williams, Capitalismo y esclavitud (Madrid, Traficantes de sueños, junio de 2011).
En la p. 49, la autora afirma "Se ha criticado a Foucault por ignorar totalmente a las colonias y el colonialismo en sus estudios", autoritariamente falso. Para rastrear el modo en que Foucault piensa "las relaciones de colonización" y entiende el problema de la colonialidad hay que examinar la relación (que él establece) entre racismo y bio-política. Foucault introduce la siguiente reflexión: "El racismo va a desarrollarse, en primer lugar, con la colonización, es decir, con el genocidio colonizador" (Foucault, Defender la sociedad, México, 2001: 232) para explicar-nos que las colonias (fuera de las fronteras europeas) fueron uno de los laboratorios en los que se probó el racismo, entendido éste como estrategia de guerra y, más propiamente, como un dispositivo bio-político de la guerra colonial. Hay que leer pues a Foucault para hablar (de él) con un mínimo de propiedad.
En la p. 58, la autora habla de "contradicciones o puntos de debate, no todos ellos destacados en el artículo original de Spivak", refiriéndose a "¿Puede hablar el sujeto subalterno?". Para rebatir esta falsedad de Alison basta ver el propio libro de la propia Spivak, Crítica de la razón poscolonial (Madrid, Akal, 2010), que Alison cita en la bibliografía, pero al parecer no lo ha leído. Le recomiendo especialmente la lectura del tercer capítulo, "Historia" (pp. 201-204), donde Spivak revisita su famoso ensayo.
En resumen: la autora continúa con las divagaciones del primer capítulo y no dice nada, absolutamente nada del posicionamiento "descolonial" (título del capítulo).
Tercer capítulo: En la p. 70, la autora afirma: "los poscoloniales descartan los criterios convencionales de calidad literaria o académica", falso a más no poder, aquí -el capítulo está referido a América latina- la producción pos(de)colonial es sólida y rigurosa, podríamos citar un montón de libros contemporáneos, pero por razones de espacio nos limitamos a mencionar dos libros de S. Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (Bogotá, PUJ, 2005) e Historia de la gubernamentalidad (Bogotá, Siglo del Hombre, 2010).
En la p. 72, la autora alega haber revisado "la bibliografía sobre poscolonialismo y descolonización" y asevera que ha encontrado una "única referencia a Sudamérica", es evidente que lee poco o sencillamente no lee. A propósito, aquí podríamos aplicar la propia fórmula de la autora, quien "en realidad sólo ha leído parte de la obra" pos-colonial, "sólo ha leído una pequeña parte de la misma." (p. 50). Bastaría con leer el libro ya citado de Spivak, Crítica de la razón postcolonial (Madrid, Akal, 2010) o, en un contexto mas cercano, el de Karina Bidaseca, Perturbando el texto colonial. Los estudios (pos) coloniales en América latina (Buenos Aires, SB, 2010).
Más allá de las gratuitas alusiones a G. Prakash o D. Chakrabarty, p. 73ss, que no corresponden al capítulo, debiera considerarse cómo piensan América Latina los pensadores latinoamericanos y ahí, entre muchos otros, la lectura de la valiosa obra de S. Castro-Gómez, A. Escobar y E. Lander es primordial, pero que -al parecer- la autora no los conoce, ni los ha leído (¿por desidia?).
Es totalmente inútil la larga digresión sobre el tío de la mina, p. 72ss, y no hay relación alguna con la "América latina poscolonial" (título del capítulo).
En la p. 78, la autora se pregunta, "¿por qué (América Latina) ha quedado fuera de los análisis poscoloniales?" y su explicación es muy frívola, no pasa de una serie de referencias bastante anecdóticas (p. 79ss), como el tema de los ídolos. Por nuestra parte, nos limitamos a sugerir-le la lectura del excelente trabajo de P. Hulme, "La teoría poscolonial y la representación de la cultura en las Américas", en: Casa de las Américas, vol. XXXVI, No. 202.
La lectura que la autora hace de A. Quijano, p. 85, es también trivial, además de tratarlo, injuriosamente, de "anacrónico", y lo hace a partir de un solo artículo; la obra de Quijano es abundante y convendría considerarla en conjunto. Le sugiero leer, p. ej. A. Quijano y Mejía (eds.), La cuestión descolonial (Lima, Universidad R. Palma, 2010).
En resumen, el contenido del capítulo no expresa el título del mismo ("América Latina poscolonial"), sino una mera extensión del anterior capítulo. Aquí es imprescindible considerar la postcolonialidad estudiada por los pensadores latinoamericanos. Por ello le sugiero leer, entre muchos otros, a S. Castro-Gómez y R. Grosfoguel (comps.), El giro decolonial (Bogotá, Instituto Pensar/IESCO, 2007); y R. Grosfoguel y R. Almanza (comps.), Lugares descoloniales: espacios de intervención en las Américas, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2012.
Cuarto capítulo: En la p. 89, la autora atribuye a la perspectiva poscolonialista el "suponer que el 'colonialismo' siempre ha funcionado de la misma forma, con las mismas categorías y valuaciones", una atribución ciertamente tonta, quién podría pensar de una manera tan estúpida, al igual que hablar de una "'indianidad' que se conserva intocada a costa de todo" (p. 99) o de "una esencia inefable" (p. 100). Estas atribuciones arbitrarias resultan enormemente fastidiosas e impertinentes.
En la p. 90, la autora asigna, infundadamente, a Aguirre Beltrán (no citado en la bibliografía) la noción de "colonialismo interno", cuando el autor de tal noción es P. Gonzales Casanova en su famosa obra Sociología de la explotación (México, Siglo XXI, 1978).
A partir de una cita descontextualizada de N. Maldonado-Torres, p. 94, la autora reduce la descolonización a una mera indignación moral, cuando bien sabemos, desde la obra teórica y política de F. Fanon, P. Lumumba y K. NKrumah, que la descolonización está vitalmente articulada con la lucha económica, política y cultural de los pueblos y naciones colonizadas.
Alison afirma, en la p. 97, "Una postura difundida entre (los) activistas que apoyan la descolonización en Bolivia es que el feminismo en todos sus colores es otra imposición colonial", falso a más no poder, quién podría afirmar semejante necedad. La emancipación/liberación de las mujeres es el núcleo de las luchas post(de)coloniales.
En la p. 99, la autora asevera "las identidades siempre en construcción y no dadas de antemano ni naturales", cuál es la necesidad de referir una obviedad tan elemental.
Alison propone, en la p. 100, "incorporar la enseñanza en idiomas nativas (sic)" en la universidad. La política de "incorporación" es propia del multiculturalismo neo-liberal, de lo que se trata es de transformar las estructuras estructurantes.
La autora tiene graves confusiones en relación con el indigenismo (p. 108), indianismo y katarismo. Para salir de tales enredos cognitivos le sugiero leer el libro de Fernando Untoja, Katarismo. Crítica al indianismo e indigenismo (La Paz, 2012).
Pensar -como lo hace la autora-la "integración cultural" a través de las telenovelas y la cumbia chicha (p. 111), es trivial e insignificante, cuando no insulso.
Alison también dice que el centro o núcleo de irradiación política "actualmente" está "pasando a Venezuela" (p. 112): llunk'erío puro.
La autora alude a la propuesta de reconstitución del Tawantinsuyu y dice que es "una utopía arcaica" (p. 118), habla exactamente igual que el neo-liberal M. Vargas Llosa.
Alison hace alusiones estrictamente personales, p. 116, y dice que me habría "autoproclamado" "descolonizado", jamás he dicho ni escrito semejante desbarro. Hay pues una evidente intención de denigrarme y -más aún- al atribuirme, ladinamente, el ser "miembro del club indígena" (p. 117). Yo no soy indígena, soy quechua.
A propósito de "las arrugas de los abuelos", la autora confunde arteramente la metáfora con la descripción (p. 117). No obstante, es evidente que aquí, en los Andes, emerge u n horizonte epistémico radicalmente distinto del logo-centrismo moderno occidental, que ya se prefigura en el propio advenimiento del pachakuti y el subterráneo retorno de las wak'as.
La propuesta “descolonizadora” de la autora es ridícula, se limita a la "re-interpretación de la historia de los Andes" (p. 104), es decir a un mero ejercicio académico, que no va más allá del tradicional "revisionismo", hoy teóricamente caduco y políticamente inútil.
No obstante, estoy de acuerdo con que la obra de F. Patzi es evidentemente "insustancial" (p. 103).También estoy de acuerdo con que la obra de Yampara es una serie desordenada de "divagaciones" e "interpretaciones forzadas", además de "un galimatías de un misticismo mal digerido y pretensión seudo intelectual" (p.116).
Igualmente estoy de acuerdo con que "descolonizar no es simplemente poner la colonia al revés" (p. 104). Pero, no creo que alguien, medianamente sensato, pueda proponer "seguir siendo 'indígenas' eternamente diferenciados de los 'occidentales'". La alternativa no es la segregación, pero tampoco la inclusión multicultural, sino más bien la reconstitución política, cultural y territorial de los pueblos y comunidades andinas y amazónicas secularmente colonizadas.
A modo de conclusiones
Hablar de descolonización implica, necesariamente, develar las condiciones materiales y simbólicas: económicas, políticas y culturales de la persistencia del colonialismo, una tarea pávidamente eludida por la autora.
La autora también ignora los debates anticoloniales del movimiento indianista y katarista. En Bolivia el debate de la descolonización se intensifica desde y a partir de la insurgencia contemporánea de los pueblos andinos: aymara y quechua, que se intensifica –liderada por Felipe Quispe- desde y a partir del año 2000.
Por tanto, en los Andes, el proceso descolonizador emerge de las luchas y las movilizaciones de los pueblos, tales como la insurgencia aymara contemporánea y la revuelta de las comunidades de tierras bajas, especialmente del TIPNIS, violentamente reprimidas por el gobierno del presidente Evo e impúdicamente justificadas por Alison Spedding (ver Ideas de Página Siete, 16 de octubre de 2011, p. 10).