Opinion

INCAS
Surazo
Juan José Toro Montoya
Viernes, 4 Enero, 2013 - 10:52

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El riesgo de enseñar la historia incompleta es que así, pedaceada y todo, adquiere la condición de verdad, una verdad que, al ser incompleta, es verdad a medias y una media verdad es también una media mentira.

La historia de Bolivia está integrada por verdades completas, medias verdades, medias mentiras y mentiras completas. La gente, inocente del proceso que dio lugar a esa enseñanza incompleta, aprende la historia como verdad no sólo completa sino absoluta y, por lo tanto, rechaza cualquier versión contraria a lo que aprendió.

Eso pasa con las versiones idílicas y utópicas del imperio de los incas que nos legaron aquellos historiadores que, fascinados ante lo bueno que encontraron, cerraron sus ojos ante lo malo y lo apartaron de su cosecha, igual que se aparta el gorgojo del maíz bueno.

Debido a ello, cualquier referencia aparentemente negativa sobre el imperio de los incas encuentra virulentas respuestas. Me pasó con el artículo de la anterior semana que, con el título de “Pachakuti”, hizo referencia a la poligamia del inca que llevó ese nombre y la cantidad de hijos —aproximadamente 300— que le adjudica el cronista Juan de Betanzos.

Lo interesante es que el rechazo es simplemente eso, rechazo, y no va acompañado de argumentos en contra. Lo que me dijeron de “Pachakuti” es que Betanzos era español y, por tanto, su versión sobre el imperio de los incas es “colonialista”. Cuando terminé de reír sobre esa crítica, comencé a escribir esta columna; es decir, bastante tarde.
Es cierto. Betanzos fue español —aún no se definió si nació en Galicia o Valladolid— pero, más allá del cariño que le profesó a esta tierra, lo valioso de su obra es que no refleja la visión española de su tiempo sino que, por una parte, narra sucesos de los que él fue testigo —desde Atahuallpa hacia adelante— y, por otra, recoge testimonios directos de quienes conocieron o tenían información de épocas pasadas.

Entre los principales informantes de Betanzos estaban los kipukamayoj; es decir, los sabios del imperio quienes no le transmitieron sus conocimientos a él sino a Cusirimay Ocllo, la esposa principal de Atahuallpa. En episodios históricos prácticamente desconocidos pero suficientemente documentados, Cusirimay Ocllo se casó con Francisco Pizarro tras la muerte de su esposo y adoptó el nombre de Angelina Yupanqui. A la muerte de Pizarro, volvió a casarse, esta vez con Juan de Betanzos con quien habría escrito la “Suma y Narración de los Yngas”.

Estas historias de bodas sucesivas contrastan totalmente con la imagen que tenemos de españoles destrozando pueblos americanos. Lo que pintan estos sucesos es que hubo una mezcla, en la que muy poco primó la violencia, que fue la base del mestizaje.

Es precisamente la obra de Betanzos escrita con —algunos dicen que dictada por— la esposa principal de Atahualpa la que cuenta que Pachakuti tuvo unos 300 hijos.

Su nieto, Huayna Kapac, fue todavía más prolífico. Según Betanzos y (Angelina) Yupanqui, este inca no sólo fue el padre de Atahuallpa, Huáscar, Tupac Huallpa (llamado Toparpa por los españoles) y Manco Inca sino de 600 varones y mujeres aunque la mayoría fueron mandados a asesinar por el primero para evitar que le disputen el mando.
Desde luego, estas son historias que no nos contaron en las aulas ni nos contarán jamás en un Estado que pretende reinventarse sobre la base del idílico y utópico imperio de los incas.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

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