Opinion

SOBRE USOS LINGÜÍSTICOS, IMPUREZAS Y PREJUICIOS
Sin esclusas
Patricia Alandia
Lunes, 19 Enero, 2015 - 12:17

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Hace unos días, el comunicador social Roberto Piñero publicó el artículo “El lenguaje, la principal víctima del proceso de cambio”, en el que critica duramente la forma de hablar de ciertos actores de la política boliviana, a los que les atribuye “monstruosidades del lenguaje”, “incultura”, “impurezas idiomáticas”, entre otros males. En el programa de TV Anoticiando, otro comunicador se refirió también al uso de la lengua, pero extendió sus críticas a los hablantes en general, y, junto con los conductores del programa, a la influencia negativa de las nuevas tecnologías.

Ambas participaciones me llamaron la atención por la cantidad de prejuicios sobre los que construyeron sus argumentos que, sin embargo, no pueden atribuirse solo a estos profesionales, pues forman parte de los conocimientos y representaciones instaladosy consolidados socialmente desde hace más de 500 años.

Piñero afirma que “el grueso de los entrevistados [autoridades]ha llegado a rayar en la inmisericordia con las reglas de la gramática y la sintaxis castellana, haciendo arbitrario uso de incontables cantinelas (muy mal usadas) y de eufemismos patéticos, todos sazonados con abundantes errores capitales en cuanto al manejo de lo femenino, neutro y masculino, plural y singular”.  Para ilustrar sus afirmaciones, cita: "La Constitución respetalo”, "las mujeres haigan de ser protegidos”, "los indígenas prefieren autosuicidarse”.

Lo de neutro no lo entiendo, porque no es un género en castellano (en latín, sí; o tal vez esté confundiéndolo con los pronombres masculinos), pero, con respecto al resto, los ejemplos que incorpora ciertamente son desviaciones de la norma estándar, en todo caso, perfectamente explicables. Es evidente que los hablantes a los que hace referencia y que se comportan “inmisericordes” con la lengua son de origen indígena; además, uno de sus ejemplos—y no creo que sea coincidencia— incluye el término. Ello supone que o son bilingües o se han desarrollado en un contexto bilingüe donde el castellano ha estado en contacto con una lengua indígena; por los errores de las frases, quechua o aimara.

Al respecto, el contacto de lenguas provoca interferencias, sobre todo cuando las reglas gramaticales de las lenguas que utiliza el hablante son marcadamente diferentes. Por ejemplo, el quechua y el aimara no expresan el género de manera morfológica, es decir, con partículas añadidas a las palabras (protegid-as, protegid-os), sino lo hacen por oposición léxica (tura/ñaña), es decir, para cada género hay una palabra distinta o un lexema de género (hembra/macho) que se acompaña a la palabra, como también sucede en algunos casos del castellano. En consecuencia, el género es una categoría gramatical del castellano que produce errores en los quechua y aimara hablantes, o hablantes de otras lenguas con esas características, como el inglés. ¿O ya quedó en el olvido la forma de hablar de Sánchez de Lozada? “Tengo las manos atados”, decía, pero, en lugar de rasgarse las vestiduras, muchos sonreían complacientemente; claro, los errores provenientes de la interferencia del inglés deben ser menos irritantes para algunos.

Por su parte, “haiga” no es una interferencia, sino un arcaísmo castellano de la época de la Colonia. Como otros términos, esta forma permaneció sin cambios, sobre todo en las áreas rurales o en ciudades aisladas, de manera que poco a poco se fue recluyendo en variantes dialectales (de regiones) o sociolectales (de ciertas clases sociales).

Hasta no hace mucho, era impensable que, en los ámbitos de la administración pública boliviana, se oyera esas variantes sociolingüísticas. Sin embargo, y felizmente, las transformaciones sociales y políticas que hemos vivido en los últimos años han permitido un proceso de inclusión social, y, aunque no siempre de manera plena, el acceso a cargos políticos y administrativos de indígenas y campesinos. Eso no quiere decir que la variante estándar del castellano haya sido reemplazada, sino que ahora convive con otras, en la oralidad, hecho que expresa la realidad multicultural y sociolingüística de nuestra sociedad; en la escritura, difícilmente podría darse esta diversidad, pues esta es más estática y se mueve en contextos más restringidos.

Esos nuevos actores tal vez se sientan más cómodos hablando en su lengua materna, sin embargo, aunque tenemos una ley de derechos y políticas lingüísticas que establece que, en todos los ámbitos de la sociedad, debe hablarse el castellano y una lengua indígena, aún no se ha aplicado, por lo que están obligados a hablar en castellano. Si se aplicara la ley, me gustaría escuchar a ciertas autoridades y comunicadores hablando en una lengua indígena; seguramente producirían muchos errores que harían sonreír (no creo ofender) a sus hablantes nativos. Hay que agradecer, por ello, los esfuerzos que hacen muchos hablantes de utilizar el castellano, liberando a tantos de su obligación constitucional de aprender una segunda lengua.

Con esas consideraciones, la pregunta que cabe es si, puesto que los actores emergentes son portadores de una variante distinta, ¿deben por ello dejar de hablar hasta aprender la variante estándar? Para Piñero, me imagino que sí, y mientras más se ajusten a las reglas, establecidas por la Real Academia de la Lengua Española, mejor.

Las afirmaciones de Piñero y del otro comunicador al que hice referencia denotan una indiscutible sujeción a la autoridad ejercida por la Real Academia de la Lengua Española, que fue creada en 1713, con el objetivo de “cultivár, y fijár la puréza, y elegáncia de la lengua Castellana, desterrando todos los erróres, que en sus vocablos, frases ò construcciones estrangéras há introducído la ignoráncia, la vana afectación, el descuído, y la demasiáda libertád de innovár […]” (nótese cómo ha cambiado la ortografía desde entonces). No por nada su lema era “limpia, fija y da esplendor”, tal como (ya lo dijeron) un buen detergente.

Han pasado cuatro siglos, y se mantiene casi inalterable la idea de que la lengua debe aspirar a la pureza, y que toda forma que se desvíe de la norma debe ser rechazada o estaigmatizada. Eso explica los ejemplos seleccionados por el autor. Y nuevamente surge una pregunta: en un mundo multicultural, caracterizado por el mestizaje y el contacto de lenguas y culturas, ¿cómo se puede hablar de pureza? Incluso la RAE ya ha desistido de ese proyecto; prueba de ello es la publicación del Diccionario Panhispánico de dudas (2005) y de la Nueva Gramática de la Lengua Española (2011), ambas obras de carácter panhispánico, es decir que incluyen normas de distintas regiones, dejando de lado la pretensión de imponer como variante única la madrileña.

En una línea similar a la de Piñero, en Anoticiando, se discutió sobre si se habría perdido la riqueza del lenguaje, y si las nuevas tecnologías estarían afectando negativamente. Concluyeron que el “lenguaje” había sufrido un deterioro, un “relajamiento”, y que, además de la lectura, las causas estaban en los medios de comunicación y en las nuevas tecnologías. Y bajo la lógica de la trillada frase “Todo tiempo pasado fue mejor”, afirmaron que antes el “lenguaje” (lengua debieron decir) era más poético, más rico en rima, refranes y eufemismos; en otras palabras, si habláramos como Cervantes, el castellano estaría gozando de buena salud.

Estas ideas ignoran una cualidad intrínseca a las lenguas, que es su capacidad de cambiar y adaptarse a las transformaciones sociales, culturales, políticas y, por supuesto, tecnológicas; el castellano del siglo XVI, por ejemplo, no es el mismo que el actual. Además, la lengua no es un sistema único y homogéneo. En ese sentido, el castellano en singular no existe, sino los castellanos, cada uno distinto en la región en la que se desarrolla y en los grupos sociales y situaciones comunicativas donde funciona. Tampoco la lengua escrita es igual a la oral, por lo que pretender que hablemos como escribía Cervantes es incongruente; es más, seguro el mismo Cervantes no hablaba como escribía.

Por esa misma razón, el cambio de soporte inevitablemente ha incidido en el código. Los celulares y computadoras, con las formas de comunicación que han posibilitado—MSM y chat—, requieren de nuevos signos y variantes: emoticonos, simplificaciones gráficas, abreviaturas; y, si bien utilizan la lengua escrita, lo hacen con la inmediatez de la lengua oral. Lejos de mutilar la lengua, estos medios la dinamizan, le aportan otras funciones, la llevan a otros ámbitos y empoderan a las nuevas generaciones. Como ya lo han dicho varios expertos, nunca los adolescentes habían escrito tanto; muchos dirán “y tan mal”; yo, y tan diferente. Los errores ortográficos presentes en gran parte de los mensajes no son culpa de las nuevas tecnologías, sino de una deficiente formación escolar.

Gabriel García Márquez se refirió a este asunto en 1997, en su polémico discurso presentado en el I Congreso de la Lengua Española, titulado ‘Botella al mar para el dios de las palabras’: “…nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino, al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa. En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir…”.

Con todo lo precedente, no intento decir que las normas no importen; sería una hipocresía de mi parte hacerlo, pues yo trato de seguirlas y las incluyo en los cursos de Lenguaje que dicto en la Universidad. Sin embargo, defiendo la diversidad de variantes, pues es en ellas en las que reside la riqueza de las lenguas; cada una tiene su o sus espacios y géneros textuales: una variante regional coloquial no funciona para redactar un ensayo académico, al igual que una variante culta no funciona en una conversación entre amigos, y menos si estos son adolescentes.

Además, rechazo todo acto de discriminación por condición sociolingüística; el Estado tiene la obligación constitucional deproteger el derecho lingüístico de los hablantes a comunicarse en sus lenguas y variantes de lenguas. No obstante, el Estado también debe asegurarles la oportunidad de acceder a una variante estándar, y, sobre todo, a la lengua escrita, para ampliar sus posibilidades expresivas y su participación ciudadana en todos los espacios en los que requieran y quieran comunicarse. Ello supone transformar la desastrosa educación que tenemos, sobre todo en el área lingüística, en la que se obliga a los estudiantes a memorizar reglas gramaticales y ortográficas (muchas de ellas no dominadas por los propios profesores), sin ningún sentido, en detrimento del desarrollo de competencias de comprensión, interpretación, análisis y producción de textos.

Pretender construir una barrera para aislarse o aislar a esos hablantes, como propone Piñero, por supuesto que es una señal de intolerancia y discriminación. Personalmente, pongo más atención en el contenido que en la forma, así que prefiero escuchar “haigas”, “en aquíes” y otras expresiones desviantes de la norma, que discursos de autoridades que se pretenden intelectuales, por (dice) haber leído miles de libros, plagados de insultos, descalificaciones, expresiones discriminatorias, amenazas y mentiras, y todo en un castellano cultísimo.