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Las escalofriantes cifras de feminicidios, de violaciones y agresiones en contra de mujeres, muchas de ellas cometidas por autoridades y políticos, arropadas por la impunidad y la inacción de las instituciones estatales, nos revelan que estos 9 años de “proceso de cambio”, de Estado plurinacional, descolonizador y despatriarcalizador, solo han servido para fomentar la impostura de los hombres ylas mujeres que están en el poder.
Felizmente muchas voces femeninas y masculinas no han permitidoque algunos casos queden sepultados por el silencio, y se han referido a ellos en sendos artículos de opinión; sin embargo, creo necesario traerlos a este texto, no solo para argumentar mi posición —crítica sobre el rol que han jugado las mujeres del poder—, sino porque recordarlos, es, a veces, la única forma que nos queda de reivindicar a las víctimas.
Comienzo recordando el caso del diputado Justino Leaño, denunciado nada menos que por violar a su propia hija. Al respecto, la diputada Marianela Paco, quien, en el mes de mayo, realizó un tour por España para compartir los alcances de nuestras numerosas leyes a favor de los derechos de las mujeres, al parecer, no compartió que, en su calidad de miembro de la Comisión de Ética de la Cámara de Diputados, guardó elsilencio más vergonzoso en relación a Leaño. Después de que su correligionario, Javier Zavaleta, amenazara a su Comisión con seguirle un proceso por incumplimiento de deberes, la señora Paco, defensora intransigente de los derechos de la mujer, solo atinó a afirmar que no tenían la competencia para inmiscuirse en un caso que estaba en el Ministerio Público. Como era de esperarse, Leaño tuvo el tiempo y las condiciones necesarias para huir.
Otro caso para recordar es el de Adolfo Mendoza. En la denunciade violencia intrafamiliar, en contra del opositor Jaime Navarro,notablemente exaltada por la indignación, Gabriela Montaño condenó a su colega y afirmó que “si tuviera un poco de respeto con la sociedad boliviana, él debería pedir licencia a la Asamblea Legislativa Plurinacional, y defenderse ante los estrados judiciales”. Días después, en relación a una denuncia similar, pero que esta vez involucraba a su amigo y correligionario Adolfo Mendoza, expresó que se trataba de un “tema privado”. Luego, frente a la amenaza de denuncias en su contra por su actitud cómplice, solo dijo que se investigaría el caso, añadiendo que lamentaba“que hayan[sic] mujeres parlamentarias que quieran utilizar el tema de la violencia contra las mujeres como un tema político partidario”.Está demás decir que no hubo tal investigación, y que el exsenador Mendoza, que siguió contando con el apoyo de la cúpula gubernamental, solo desistió de su candidatura por la presión social.
Otro caso lamentable es el de Teodoro Rueda, alcalde masistadel municipio de Pocoata, acusado de violación y feminicidio. Al respecto, la diputada Emiliana Aizalo defendió por haber sido “democráticamente elegido” y hacer una buena gestión, y lo disculpó “porquea veces pasa pues … los hombres son débiles en la situación de la cerveza”.
Y cómo olvidar los frecuentes y patéticos ataques públicos a mujeres por parte de Percy Fernández, quien, desde que se alió a Evo Morales, cuenta con la defensa de mujeres del MAS, como Leonilda Zurita, que también salió a defender al machista retrógrada Ciro Zabala.
Si bien la lista de autoridades y representantes del MAS que justifican a sus correligionarios en casos de violencia es abundante, me quedo con un último ejemplo, que es el de Alejandra Claros.Se trata de la Jefa de Gabinete presidencial, que salió del anonimato con la publicación desu libro para niñosLas Aventuras de Evito, financiadopor el Gobierno, y cuyo propósito fue “ofrecer a los niños un modelo a seguir”. La autodefinida socialista y, según el exeneferista Jorge Richter, analista política, decidió levantarla bandera de la lucha contra la violencia de géneroen programas televisivos de análisis político,fustigando a Doria Medida por su inaceptable actitud en el caso de Navarro.
Hasta ahí todo bien, pese a sus limitaciones comprensibles y su actitud indisimulada de vocera del MAS. Sin embargo, su bochornosa negativa para referirse a los casos de machismo y violencia ejercida por gente de su partido no solo que le resta credibilidad, sino que hacen insoportables sus apariciones mediáticas. Para esta señora, esposa de Sacha Llorenti (que no le quita méritos propios, pero que tampoco es un dato menor), pese a que se golpeó y arrastró a mujeres, se las denigró, se las separó de sus hijos, se les negó el derecho a expresarse y a luchar por su territorio, en síntesis, se conculcó sus derechos fundamentales, no se puede hablar de violencia en Chaparina porque la justicia aún no se ha pronunciado al respecto. Es decir, no es el tipo de violencia que la conmueva y la impulse a salir a los medios a denunciar.
Claros,al igual que Amanda Dávila, Gabriela Montaño, Betty Tejada y todas las ministras y parlamentarias del MAS que salieron a justificar las actitudes de su líder,está convencida de que Morales es un ejemplo;en consecuencia, para ella,el Presidente no es machista, y llamar a las mujeres masoquistas, porque “se dejan pegar”, “perforadas”; convocar a “conquistar” a mujeres indígenas para que renuncien a sus derechos, o tratar a mujeres como una tropa de calenturientas que sueñan con que el Presidente “las atienda”, es apenas un chascarrillo inofensivo, digno de celebrarse a mandíbula suelta, o de disculpar, porque es parte de la personalidad bromista y humilde de su jefe.
Si bien este artículo está centrado en las mujeres del MAS, no puedo dejar de referirme a las mujeres de la oposición. Aunque han tenido menos oportunidades de poner a prueba su dignidad y coherencia política, las inaceptables y rebuscadas respuestas justificadoras en el caso de Navarro y Doria Medina, al interior de UD, no son muy alentadoras, y nos señalan un camino de sumisión y de actuación ética similar a la de las mujeres del MAS.
Con este panorama, me pregunto si estas mujeres cuentan con algún dispositivo que enciende su sentido de dignidad, cuando un opositor agrede a una mujer, y se apaga, cuando se trata de su jefe o de uncorreligionario, o si simplemente carecen de los principios que dicen defender. Todo nos lleva a pensar que utilizan el discurso de equidad de género según los dictámenes de sus jefes varones, y que han asumido que su lugar en el poder es una concesión que deben agradecer y defender con las actitudes más obsecuentes.
Ojalá algún día sean conscientes de sucuota de responsabilidad en la pérdida de la oportunidad transformadora que la Asamblea Constituyente sembró. Nadie podría culparlaspor el machismo y la violencia existentes, pero indudablementeestosse alimentan de sus temores, su cobardía, sus intereses mezquinos y su oportunismo.
Sin embargo, la ciudadanía, queya no espera nada de ellas, ha constatado que el único camino es la movilizacióndigna, sin mordazas, sin cortapisas ni autocensura. Ahora las mujeres estamos en las calles, en las redes sociales, en los medios de comunicación, denunciando no a uno, sino a todos los machistas. Por ahora la consigna es“Machistas fuera de las listas”; ya salieron dos…y vamos por más.
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