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El jueves pasado, a Guillermo, lo han galardonado una vez más, esta vez con un premio llamado Semilla, que le ha sido entregado en un acto público en la Cinemateca Boliviana.
Creo, con toda sinceridad, que cada vez que reconocen la labor de Guillermo Aguirre en pro del cine, el video, la imagen y la historia de Bolivia, la cultura nacional se engrandece, Bolivia-la Patria se halaga y todos los que lo conocemos al “gordo”, nos sentimos orgullosos de saberlo nuestro amigo pero sobre todo que se valore lo suyo, que es obra del pueblo, porque Guillermo por sobre todo su aporte al quehacer cultural nacional, fue, es y será siempre un hijo del pueblo, el pueblo mismo que siente, se expresa, hace películas, crea, sueña y trabaja, desde el ámbito de la cultura, por una sociedad mejor.
Lo que escribo, lo escribo con convicción: Aguirre es alguien meritorio, verdaderamente meritorio, porque empezó de abajo, de tan abajo que nadie se imagina, y hoy, quien puede dudarlo, es uno de los referentes de la cultura nacional-popular boliviana, es uno de los referentes de lo cultural en Bolivia; él es uno de nuestros referentes.
Esa historia del gordo Aguirre, alguna vez, merecería ser escrita. Merecería ser divulgada y valorada, especialmente, entre los jóvenes. Porque en la historia del Guille está cifrada también la historia de la potencia y las posibilidades de la cultura en un país como Bolivia. Bolivia puede que tenga mucho gas y mucho litio, pero eso se acaba, algún día se acabará. Bolivia, si la sabe preservar, posee el yacimiento cultural más grande del mundo. Y eso, si se lo cuida, si se lo alienta, no se acaba nunca. Bolivia, aunque no rime, puede ser sinónimo de eternidad.
Aguirre es la prueba viva de esa fortaleza cultural boliviana, es el testimonio andante de que somos un país con cultura fuerte, potente y testimonial, de arraigo y proyección, y somos así, porque gente como él, gente del pueblo, el pueblo mismo decía, son los impulsores, sostenes y realizadores de esa cultura.
El gordo es como el Pujllay de Tarabuco. Tendrían que ser eternos, y cada vez más convocantes, cada vez más valorados, cada vez más sentidos como lo que son: lo nuestro, lo de todos nosotros, iiwasa, ¡jiwasa carajo! –una de las creaciones más sentidas del Guille, y yo lo sé.
Conozco a Guillermo hacen ya más de dos décadas y siempre fui igual: el es un narrador oral por excelencia, el es el cuenta-cuentos por excelencia, él es esa Bolivia oral, de la narrativa y la literatura oral que es la esencia de Bolivia —Bolivia, su marca y su marka, no es letrada, y no tiene porque serlo— que representa a los millones de bolivianos que son así, empezando por el Evo, el compañero Presidente, que es un emergente y reflejo de esa Bolivia y no de la otra, bendita Bolivia que supo vivir contándose su historia, contándose su estar y su existir en el mundo y no viviendo de teorías prestadas; él, Guillermo Aguirre, te cuenta, te transmite, te hace reír o te hace llorar con sus películas primero como una historia que se comparte entre los que quieran oír, a la noche, alrededor de un fuego, atizándolo, celebrando un trago. Esa, digo y vuelvo a decir, es la esencia de Bolivia; ese es su tesoro cultural, esa es la huella fascinante de su diversidad.
A mí me consta, doy un ejemplo: lo mismo lo escuchaban/lo escuchábamos en Tarija o en Camargo o en Villa Montes o en la comunidad al pie del Jacha Tata Sajama, contar la historia de lo que después fue esa película titulada El día que murió el silencio, que dirigió Paolo Agazzi y que tuvo como protagonista a Darío Grandinetti. Mientras el contaba: todos amukis. Tras que terminaba de contar, todos agradecidos.
Esa capacidad de creación, sólo la tiene el pueblo. El pueblo, en su oralidad, construye la narración de los sentimientos y la razón de ser que nos conjugan como patria y nos une, nos va uniendo, como patria de todos, como Patria Grande.
La patria son esas historias que va contando el pueblo, son esa trama, porque son su voz, son la voz de la tierra, son la voz de la historia, son la voz de las barriadas, son la voz de los que migran, son la voz de los pobres. Y la voz de los pobres, siempre es y será la voz de Dios y de la Pacha. Y la voz de los pobres es la sal de la Tierra, es la alegría del mundo; son la patria misma y cada vez más grande, vuelta canción, vuelta relato, vuelta guión.
El mérito de Guillermo es que él supo, como ninguno, llevar esas historias a la pantalla, y compartirlas con todos nosotros en imágenes en movimiento.
Y eso, aquí o en cualquier lugar del mundo, es, quién puede dudarlo, mucha pero mucha cosa, mucha dosis dirían los changos.
¡Gracias, hermano! Sos el pueblo hecho cine, y eso es, quién puede dudarlo, mucha pero mucha cosa, mucha virtud, mucha felicidad. Eso es lo que va a cambiar al mundo, eso es lo que lo está cambiando.
Río Abajo, 24 de marzo de 2013
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