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A principios del presente mes un medio de comunicación publicó una encuesta, en las principales ciudades del eje del país, referida al denominado caso “terrorismo”. Entre los principales resultados de esa encuesta figura aquella referida a la opinión de la ciudadanía, con respecto a dicho caso. Cerca de la mitad de los encuestados (bordeando el 46%) eran del criterio que el caso “terrorismo” era en realidad un montaje del gobierno, es decir que era un hecho fabricado por el gobierno de Evo Morales, para arremeter en contra de opositores cívicos y políticos, de la extrema derecha boliviana. Como es de suponer, esos resultados inquietaron al gobernante Movimiento al Socialismo (MAS), por el fundado temor de verse descubierto, en una de las más escandalosas tramoyas políticas de los últimos años. Hombres allegados al gobierno y que tuvieron directa participación en el descabezamiento de la supuesta célula terrorista, como el ex–fiscal de Santa Cruz, Clavijo, salieron al paso para reiterar a los cuatro vientos que sí, que Bolivia estuvo a punto de caer en una guerra civil por la acción de mercenarios extranjeros y malos bolivianos, de las filas de la extrema derecha nacional.
Más allá de las aseveraciones de un lado y de los desmentidos del otro, lo que interesa destacar de aquella encuesta y del altísimo porcentaje que cree que el gobierno fabricó los casos de supuesto terrorismo, es lo que se esconde detrás de la percepción de la ciudadanía. Es un dato por demás interesante, para el análisis político, porque nos remite a uno de los fundamentos de toda actividad política y más aún, cuando ésta se desarrolla en el marco de un (aquí sí, supuesto) régimen democrático. Se trata de la credibilidad con que los actores políticos y más aún, los gobernantes, cuentan en la sociedad. Desde ya, la credibilidad es el bien mayor para toda actividad política y puede decirse que sin credibilidad, un proyecto político está condenado, tarde o temprano, al fracaso. No puede pensarse en una comunidad, políticamente organizada, en la que los operadores políticos no cuenten con credibilidad, porque en ese caso, estaríamos en la política de hombres ciegos (si es que puede utilizarse esta contradictoria metáfora) o con mayor precisión, en la política salvaje.
El que Morales y su partido en el gobierno cuenten cada vez con menores grados de credibilidad en temas centrales -y se supone que el caso del terrorismo lo sería- refleja precisamente el despeñadero de la política de ciegos o de la política salvaje, por el cual está transitando este gobierno. Esta afirmación no es ninguna novedad, seguramente, para el observador de la política boliviana; más importante será recordar las causas que llevaron a este verdadero descalabro, en materia de descrédito del gobernante MAS.
Nos parece que el raíz, la semilla, de tal situación se encuentra en las propiedades intrínsecas del MAS, sus dirigentes y hoy por hoy, los principales hombres de gobierno. Nos referimos a la mentira, como forma de gobierno; ello desde el primer día que Morales llegó al Palacio quemado. La lista de mentiras del entonces candidato Evo Morales y de traiciones, es larguísima. Baste recordar, por ejemplo, la exclusión, de las listas a candidatos a parlamentarios, en las elecciones de diciembre del 2005, de dirigentes sociales sin espíritu de llunk’ u y la sustitución de tales candidatos por incondicionales tira sacos. Ya desde entonces, pues, no se respetó aquello que ese partido solamente serviría de puente para que las organizaciones sociales se expresen por medio de sus candidatos libremente elegidos por ellos. Junto a estas primeras mentiras vinieron otras, como aquello de “gobernar obedeciendo al pueblo”, sin ya mencionar todo lo referido al desconocimiento de la agenda de octubre del 2003, en ocasión de la guerra del gas y otros.
En el menudo pleito político, se suele dar poca importancia a este tipo de mentiras y traiciones, pero precisamente en ellas radica en germen de la pérdida de credibilidad gubernamental. Junto a estas “pequeñas” mentiras y traiciones, figuraron luego las grandes mentiras (la “nacionalización” de los hidrocarburos, la “descolonización” o el proceso de “cambio”, en definitiva), que marcan una línea de evolución en esta materia. Cuando se miente y traiciona en lo pequeño, también se miente y traiciona también en lo grande; eso es algo que Evo Morales y su gente lo practican sin tapujos. La pérdida de credibilidad es, por tanto, algo que el propio MAS se ha ocasionado y habla, en contrapartida, muy bien de una sociedad lo suficiente madura como para diferenciar las cosas, pese a la censura y autocensura informativa o el derroche publicitario de presentar mentiras como verdaderas.
Por otra parte, debe decirse que esta forma de “gobernar” parece ser el común denominador en gobiernos autodenominados de izquierda, pero que en el fondo representan las pulsiones más reaccionarias y antidemocráticas de nuestro continente. Gobiernos tales como los de Venezuela, Ecuador o el de Bolivia, expresan nítidamente el carácter conservador de los operadores políticos del continente. Aquí, se trata de vaciar de todo contenido democrático las formas de gobierno democrático, preservando sin embargo, la formalidad. En este caso, el cumplimiento del escrutinio, cada cierto tiempo, como supuesto democrático, aunque en la vida cotidiana se cercena la libertad de prensa, se perfore el juego democrático y se excluya a los pueblos indígenas, del debate nacional. Venezuela es el extremo de esta muestra y revela a los extravíos a los que puede llegar esta “izquierda”, hoy abiertamente reaccionaria.
Está claro que a estos “izquierdistas” no les interesa el contenido (democrático o autoritario) de los proyectos que pretenden encabezar, sino principalmente el mantenimiento de las apariencias formalmente democráticas. Para ello la inventiva de cómo sustituir la realidad por la ficción es grande. En este caso, la realidad muestra un gobierno desacreditado, con cada vez menores grados de consenso interno. Pues bien, ante esta situación, a los hombres del MAS no se les ocurre mejor cosa que la de proponer, por ejemplo, la elección de parlamentarios por parte de residentes bolivianos en exterior y la elección de parlamentarios supranacionales, a asignar al partido ganador en un departamento, para que trabaje en estrecha vinculación con la vice-presidencia. Fuera cual fuera el mecanismo que finalmente se imponga por el control institucional que tiene el gobierno, respecto a los principales órganos democráticos, hablamos del intento de falsear la realidad política, en función de los mezquinos intereses de estos, también mezquinos activistas políticos. La sustitución de la realidad política democrática, se llama fraude, sin importar reiteramos, los mecanismos que para ello se escojan. Pero, lo que debe quedar claro, es que todo el esfuerzo masista en pro de un fraude, en definitiva no servirá frente a la realidad política que se define y configura en la sociedad boliviana. Sin importar el costo que como sociedad debamos pagar, puede adelantarse que al final la realidad política se impondrá a la falsificación de ella, porque la política es siempre algo que se construye y define en lo interno de una sociedad.
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