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Si tuviera que privilegiar dos de los varios principios de la filosofía andina elegiría los siguientes: “en medio de todos los elementos de la vida y el cosmos, el hombre es uno más entre ellos” y segundo, “lo más importante en la vida no es tanto el hablar, como el actuar”. Aunque en apariencia desconexos, ambos principios ayudan a establecer los marcos generales para la comprensión andina del buen vivir o suma qamaña. El primero es notoriamente distinto a lo que llamamos filosofía occidental, porque nos presenta una propuesta no antropocéntrica del hombre en el cosmos, a la vez de una visión descentrada del ordenamiento del mismo. El segundo es coincidente con principios de muchas culturales en el mundo. La conexión de ambos principios da lugar a uno otro, referido a la vida en armonía entre el hombre y los demás elementos del cosmos. Con este principio derivado se proyecta el comportamiento del hombre en medio de los demás elementos. Esta proyección refleja un comportamiento en base al equilibrio, en la vida de todos los elementos del cosmos. Con el equilibrio tenemos, entonces, un segundo principio derivado.
El suma qamaña tiene por tanto en estos principios sus máximas, bajo las cuales se orienta. Sírvanos esta introducción general para contraponer el buen vivir andino, a la visión consumista occidental. Una primera consecuencia, todavía en el plano filosófico, se refiere a la virtud del ser humano, es decir a su autenticidad. Cuando asumimos que el hombre se encuentra entre todos los elementos del cosmos como uno más, se plantea dos consideraciones. Primera, que en consecuencia de la visión no antropocéntrica, todos los elementos del cosmos poseen dignidad, es decir son sujetos y no objetos y segundo, que por tanto la relación entre ellos será una relación entre sujetos y no entre un sujeto y varios objetos.
En este sentido, se entiende la necesidad del hombre de relacionarse de manera armónica con su contexto y de mantener un equilibrio con todos ellos. Para la continuidad de su propia vida, el hombre establecerá estrategias que le ayudan a un triple propósito: adaptación, equilibrio y reproducción. Se entiende así la razón por las que en el pensamiento andino destacan las estrategias a largo plazo, a diferencia de las estrategias a corto plazo. Por otro lado, es claro que también en este relacionamiento el hombre se apoya en la tecnología (aquí no importa el grado de desarrollo de ésta). La técnica, en consecuencia de las estrategias a largo plazo, está orientada a la obtención del triple propósito y no exclusivamente a la maximización de la utilidad que el hombre pueda extraer de su contexto. Este es uno de los puntos de diferenciación del suma qamaña con respecto al vulgar proyecto consumista masista. En el pensamiento occidental que orienta al MAS, el sobre dimensionamiento de la tecnología marca la subordinación del hombre a ésta.
Impulsado desde el mercantilismo previo a la revolución industrial, el consumismo será el horizonte ordenador de las sociedades modernas. No es el requerimiento del hombre, sino el de la mercancía lo que marcará a las sociedades, permitiendo el despunte del consumo de las mercancías. La tecnología estará al servicio del incremento de las mercancías y su consumo. La utilización intensiva de la tecnología y la explotación extrema de la naturaleza (hasta alterar el equilibrio ecológico), son los resultados. Esta política se representa metafóricamente, en el hombre corriendo tras la zanahoria.
La propuesta del MAS se enmarca en ese absurdo. Para los hombres de Evo Morales la población importa en tanto consumidores. Para estos tardíos remedadores de la lógica consumista (que está llevando al mundo a peligrosas encrucijadas), los dudosos indicadores de consumo marcan las metas a lograr. Todo esto bastaría para despejar los últimos vestigios de esa impostura que insiste en que se trataría de un gobierno encabezado por un “indígena”; pero conviene reiterar algunos rasgos anti-indígenas de Morales y su partido.
Desde el primer día de su gestión el gobierno ha utilizado las características culturales que sin mucho fundamento le atribuían la prensa internacional, organizaciones no gubernamentales y alguno que otro “investigador” social boliviano totalmente ignorante de la distinción entre cholaje, campesinado e indígena. El MAS ha visto el beneficio que de la simbología andina podía sacar, dada la ignorancia de una sociedad mayoritariamente auto-asumida como blancoide. Así, engaño y teatralización mediante, el manipuleo fue juego de niños para el MAS.
Para que ello tenga visos convincentes aprovecharon además el concurso de muchísimos pajpakus (charlatanes, embusteros; trad. libre). En medio de supuestos amautas y reales narco-amautas sobresalió en el equipo de charlatanes Fernando Huanacuni. La complacencia de los Medios manejados a “control remoto” por el MAS no tuvo inconveniente de presentarlo incluso como guía espiritual de los pajpakus. Su trabajo, en la cancillería, consistió en tratar de estrechar la mano a los ilustres visitantes que llegaban al país (aunque varios de los cuales simplemente lo ignoraban) a título de “protocolo andino” (¿!) y en lo posible aparecer sonriendo en la fotografía de la ocasión.
Por ello, el “buen vivir” masista es apenas un burdo programa consumista. Su contenido está tan alejado del suma qamaña, como Evo Morales de lo indígena. Una de sus principales utilidades es la posibilidad de mantener la llama del engaño. Por medio de actos teatralizados, destinadas a la propaganda, el gobierno renueva periódicamente la mentira. Por ahora estamos incluso ante las proximidades de una nueva de estas representaciones, nada menos que en Tihuanacu y con feriado nacional incluido.
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