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Una campaña electoral debería ser útil para mostrar las cualidades y atributos de los candidatos, del partido político, del programa y de la oferta de gobierno, con el propósito de convencer, persuadir y lograr que el voto del ciudadano se incline a su favor. Sin embargo, ahora —vale todo— incluso la guerra sucia de uno y otro partido, de un candidato a otro, del oficialismo a la oposición y viceversa.
Solo que la guerra sucia, el combate, la pelea, la lucha, en enfrentamiento —sinónimos que provienen del campo militar— desde el oficialismo hacia la oposición es inequitativa y desigual, porque el partido en función de gobierno, aprovecha los medios radiales, televisivos e impresos con los que cuenta, para “bombardear” con mensajes que menoscaban y denigran a sus contendores.
Algunos ejemplos reflejan lo que se dice líneas arriba, como la aparición de un audio donde el candidato de la Unidad Democrática, amenaza a una mujer víctima de violencia intrafamiliar y protege a un —supuesto— golpeador que incluso renuncia a su postulación; asimismo, la difusión de un mensaje televisivo sobre la fórmula de la nacionalización del gas en 50% para el Estado y el otro 50% para las entidades privadas externas atribuida a Samuel Doria Medina, Los insultos a Jorge Quiroga como “neoliberal, vende patria”, o, en el caso del MAS, el asunto del nombramiento comoembajador de Japón al hijo del propietario de Toyosa, entre otros.
La guerra sucia se genera producto de la inseguridad y del bajo nivel de tolerancia sobre el carisma y la aceptación que estuvieran logrando los otros contendores. Por tanto, se recurre al insulto, a la presentación de hechos reñidos contra la moral y las buenas costumbres en el que involucra a un candidato, buscando desprestigio para desgastar su imagen y restarle apoyo electoral.
Menos mal que el público al que se dirigen con la guerra sucia, en general, es un público crítico, que incluso ya asumió la decisión del voto y que, además, si tiene una posición política e ideológica no cambiará por nada su decisión, porque la guerra sucia provoca rabia, malestar y genera una acción de repudio hacia el partido político que acude a esa estrategia.
Los electores asumimos, quizás, una posición de indiferencia ante los hechos y las denuncias de la guerra sucia, lo cierto es que estamos “vacunados” frente a los mensajes que recibimos, ya nada nos inquieta ni conmueve. La guerra sucia es parte de lo cotidiano en esta etapa pre electoral al que ya nos tienen acostumbrados. Está claro que la guerra sucia no contribuye a la democracia y busca dañar y menoscabar la imagen de la persona, del candidato.
Los medios de comunicación,a su vez asumen el rol de amplificadores de la guerra sucia, en el afán de lograr un efecto mediático, unos repiten y no analizan, otros asumen una postura más crítica, debaten, cuestionan, interpelan, pero el 12 de octubre el soberano dará el veredicto final.Sobre la base de todo lo que ocurrió en este tiempo de pugna y contienda verbal, psicológica, de acusaciones y contraacusaciones, tomaremos la decisión de votar por un partido y por el candidato menos malo.
La guerra sucia es una estrategia equivocada, más aún cuando se está en función de gobierno y además se dispone de ventajas en el manejo del aparato estatal que garantiza el uso de recursos humanos, equipamiento, infraestructura, movilidades, etc.,desfavorable de lejos, frente a los partidos de la oposición que encuentran trabas y limitaciones incluso legales,en una campaña electoral inequitativa y desigual.
El autor es periodista y docente universitario
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