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Décadas atrás, el bloqueo de caminos era una última y desesperada medida del pueblo para sensibilizar y hasta derrocar, al poder establecido, era el grito que acompañaba las heroicas acciones de los asalariados cuando iniciaban las presiones contra el gobierno dictatorial de turno, pero luego, como casi todas las cosas, idearios y paradigmas, fue asumido por la derecha y utilizado en sus aventuras como en el golpe civil prefectural, las intentonas separatistas, el racismo que se ejerció contra los campesinos en Sucre, el asalto a la Constituyente, las huelgas de hambre de los “clase medieros de Santa Cruz, Cochabamba y La Paz, además del movimiento de los pañuelitos blancos.
Hoy es utilizado como aguerrida bandera por los empresarios del transporte que amenazan a los ciudadanos de todo el Estado con un bloqueo de caminos nacional y un paro indefinido “para imponer” el incremento en los precios de los pasajes a todo nivel, desde los interdepartamentales hasta los urbanos en nuestras ciudades. Verdaderamente es un sin propósito.
Estos empresarios privados pretenden imponer su voluntad e infinito afán de enriquecimiento rápido a costa del ciudadano que, en última y primera instancia, es el titular y representa el ejercicio pleno de la democracia, por lo menos de esta que vivimos.
Lamentablemente, las alcaldías, por lo menos la de La Paz, prefirió el cálculo electoral antes que la defensa de la economía popular, mientras que la ATT clavó un puñal en la espalda del pueblo y del propio Gobierno al aprobar el incremento de hasta el 20% en las tarifas interdepartamentales.
Puede ser cierto que estos empresarios precisen un incremento en sus ganancias, pero también tienen que reconocer que en contraposición tienen que ofrecer un buen servicio, eficiente y de calidad, aspectos que se hacen extensivos al vehículo como al conductor, a quien no le podemos reclamar nada por su salud mental, pero sí por lo menos un poquito de higiene, entre otras cosas.
Parece que la ATT no midió las consecuencias políticas, económicas y sociales, además de la vigencia de un año electoral, al aprobar el aumento señalado, ya que cualquier modificación en el transporte inmediatamente se refleja en el precio de los artículos de primera necesidad por su efecto multiplicador.
Empero, el transporte interdepartamental tiene igual o más objeciones que el urbano porque su parque automotor es vetusto, no cumplen los horarios establecidos, no funcionan los baños, los vidrios están atascados y hay que soportar el calor o el frío estoicamente, los choferes siguen bebiendo mientras conducen, meten pasajeros en las maleteras y, en general, el servicio es malo, pero al igual que los empresarios del transporte urbano se atreven a amenazar a la población.
Era un servicio, no una actividad empresarial privada
Décadas atrás, sólo circulaban por nuestras estrechas calles, cómodos y hasta lujosos colectivos dirigidos por seres humanos que tenían como prioridad la atención al pasajero, a la colectividad y no el afán de lucrar a costa, inclusive, sin importarles la vida de los transportados.
En esos años, ellos mismos se controlaban, en coordinación con los agentes de Tránsito, tenían horarios y “comisarios” que cuidaban que los motorizados no tarden más de lo establecido para una determinada ruta y había sanciones.
Hoy hacen lo que les viene en gana. Una línea de trufis y minis está vigente sólo si es rentable, los automotores desaparecen en las noches, feriados, sábados y domingos.
Son tan creativos y astutos, estos empresarios, que crearon lucrativos circuitos como el que cumplen desde el Ministerio de Salud hasta el Estadio Bolívar, volver por Bello Horizonte y así dar mil vueltas llenándose los bolsillos de dinero, mientras los vecinos que viven en Pasankeri, Satélite y El Alto no tiene a quién quejarse y sumisos aceptamos el yugo empresarial. Ejemplos como este abundan en las otras zonas y barrios de la sede de Gobierno.
El último accidente en la autopista nos muestra como estos irresponsables compran sus licencias de conducir y rosetas de inspección técnica en cantidad y en complicidad, por supuesto, de las autoridades de Tránsito, mientras el ciudadano pasa a mejor vida sin pena ni gloria.
Cuándo nos pisaron el poncho
Fue cuando la ciudad creció y El Alto dejo de ser un barrio más de La Paz. Fue cuando el neoliberalismo sentó sus reales en Bolivia. Fue cuando el mercado y la libre competencia permitieron que cualquiera sea chofer dejando de lado el nobiliario título de “maestro conductor”. Fue cuando permitimos que la oferta y demanda manejen nuestras vidas. Fue cuando por la premura para llegar a destino permitimos que nos conduzcan como borregos.
Así fue que permitimos el quinto pasajero. Así fue que permitimos que vehículos diseñados para transportar nueve personas carguen 15 sin contar “la espaldera”. Así fue que permitimos la vigencia de los “minis” que en lugar de transportar seis pasajeros, carguen hasta nueve. Así fue que permitimos los “banquitos de madera”.
“Antes” se coordinaba con las juntas vecinales y la Dirección de Tránsito la vigencia de las líneas y nadie podía inaugurar otras sin el permiso correspondiente, hoy calle nueva que se habilita es invadida por estos empresarios sin que autoridad ni poder vecinal pueda hacer algo.
Son los mismos que, de acuerdo a si está llenos o no sus vehículos de “pavos”, como acostumbran llamarnos, deciden volver nuestras callejuelas en circuitos de competencia o esperar a llenar sus movilidades, sin importarles cumplir un horario, una ruta, una tarifa, un servicio.
Lo que más les interesa es medrar a través de las rutas cortas y lucrativas dejando para nadie los tramos largos.
Su cinismo y sinvergüenzura es tal que colocan avisos en sus motorizados solicitando “movilidades para línea rentable” solo porque a ellos les parece que la ciudad precisa una nueva línea de locos.
De este caos, todos somos responsables, los gobiernos por no crear fuentes de trabajo estables y dignas, permitiendo que el transporte vuelva a ser un servicio y no un negocio, las autoridades por no reglamentar el transporte público en general y nosotros, los ciudadanos, por permitir ese caos.
Empero, parece que llegó la hora de recuperar nuestra dignidad y nos enfrentemos, en el buen sentido de la palabra, a estos empresarios privados del transporte hasta las últimas consecuencias y los metamos en cordura.
Es hora que los vecinos, la gente, el pueblo diga basta y enfrente a los empresarios privados del transporte, inclusive por encima de algun@s periodistas que ahora, curiosamente, los apoyan.
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