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Si la diplomacia es el arte de saber dar ciertas señales, entonces el presidente peruano Ollanta Humala acaba de dar una muy significativa: informó que ha firmado un protocolo de entendimiento con el Gobierno chino para la construcción de un ferrocarril bioceánico; y se esforzó en dejar claro que su trazo no atravesará Bolivia porque llegará a un puerto del norte peruano, no del sur.
Para los que entienden de señales, la declaración de Humala es como una bofetada a la cara del Gobierno boliviano. Y el anuncio podría también verse como un acto poco amigable de los gobiernos de Brasil y China, que han dado su visto bueno para que esa situación se dé.
Humala está respondiendo así a una larga lista de desenfrenadas declaraciones que ha realizado el presidente Evo Morales en los últimos años contra los gobiernos de los países de la Alianza del Pacifico, que son Perú, México, Colombia y Chile. Lo menos que les dijo a sus presidentes es que realizan una “conspiración” impulsados por EEUU para dividir al continente; lo máximo, que son “lacayos del imperialismo”. Las opiniones de Morales respecto de sus cuatro colegas (dos de ellos importantes aliados, como Perú y México) empezaron en 2012 y se han hecho cada vez más agresivas.
Perú le ha cobrado factura. Baten palmas seguramente Chile, y también Colombia, a cuyo gobierno y pueblo las autoridades bolivianas han insultado innecesariamente en varias ocasiones (desde decir que son “peones subalternos del poder imperial” hasta afirmar que sólo dos de diez colombianos son personas decentes.
¿Y cómo entender las actitudes brasileña y china, que están en ese mismo sentido? En el caso de Brasil es comprensible considerando que las relaciones de ambos países están en un punto virtualmente muerto, que se refleja que no existe un embajador de ese país en Bolivia desde hace más de un año. Todo lo que las autoridades bolivianas dijeron contra el último embajador, Marcel Biato, y en general contra Brasil cuando se produjo el asilo del exsenador Roger Pinto, genera esta animadversión. Para no recordar lo (mal)tratada que fue la empresa OAS cuando se anunció que se suspendía la construcción del camino por el TIPNIS. No se ataca a los representantes de un país para después esperar que te hagan favores.
Eso explica también por qué no han existido reuniones bilaterales oficiales entre Morales y sus pares Dilma Rousseff y Humala. La cancillería boliviana ha intentado esos contactos. Pero esos presidentes se han negado a aceptarlos.
La decisión china es más difícil de analizar porque nada menos que acepta que su presidente Xi Jinping firme el acuerdo con Perú después de que públicamente el presidente Morales había anunciado que existía una negociación en curso con ese mismo país, pero con un trayecto ferrocarrilero que atraviese Bolivia. Muchos satélites y equipamiento compra Bolivia a China, pero en el momento de decidir sobre una inversión clave para el desarrollo boliviano, ese país opta por Perú…
Siempre se dio por sobreentendido que, al igual que con la carretera, un ferrocarril bioceánico partiría de San Pablo, el polo industrial ubicado en el sur de Brasil, y que por eso es lógico que su trazo atraviese Bolivia y llegue al sur peruano o al norte chileno. Pero Humala insinuó que ese ferrocarril no necesariamente saldrá desde San Pablo. Lo cual sería muy extraño, porque el proyecto ferrocarrilero y caminero busca abaratar los costos de transporte de los productos que Brasil exporta e importa de China. Y San Pablo, por el tamaño de su economía, es la opción más lógica en se sentido.
Una inversión de unos 10.000 millones de dólares para construir el mencionado ferrocarril es viable si es que se demuestra que el costo de transporte hacia China es más bajo haciendo primero el tramo entre Brasil y un puerto en el Pacífico por tren y luego hacer el resto por mar. Hoy los buques que realizan el amplio comercio entre Brasil y China salen de San Pablo, atraviesan el canal de Panamá y luego enfilan hacia el oeste. Existen especialistas que señalan que el ferrocarril entre Brasil y el Pacífico no reduce significativamente el costo total de transporte y que, por ello, es una inversión difícil de hacer. Pero no es descartable, como lo demuestra el preacuerdo firmado entre Perú y China.
No todo está perdido. Si Evo no pronuncia más la palabra “lacayo” en referencia a sus colegas y deja que la cancillería esté manejada por David Choquehuanca en vez de Juan Ramón Quintana, quizás en el mediano plazo se arregle todo este entuerto.
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