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En los años 70 Nueva York era considerada una ciudad peligrosa y en decadencia. Los precios de los bienes inmuebles habían caído y muchas empresas se retiraban de ella. Uno de los rasgos negativos principales de la urbe eran sus fachadas llenas de grafitis y pintarrajeos, especialmente en Harlem y El Bronx. La gran urbe, que había sido a principios de siglo XX un orgullo mundial, empezó su recuperación por el principio: combatiendo los grafitis. Al mejorar el aspecto de la ciudad, y también de los vagones del metro, rayoneados hasta el cansancio, mejoró el estado de ánimo de la población y se pudieron dar otras medidas, como mejorar la seguridad ciudadana, alentar el retorno de empresas y aumentar el turismo. Hoy Nueva York es un ejemplo de seguridad y limpieza.
¿En qué se parecen La Paz de 2014 y Harlem de 1970? En la decadencia de sus fachadas, en sus horribles pintarrajeados que están en todas las calles. En La Paz no se salva nada de la furia de estos muchachos munidos de latas de pintura: hospitales, oficinas de la Alcaldía, viviendas, bancos, casetas de cajeros automáticos, ministerios, colegios, iglesias, letreros de tráfico y de publicidad, postes de electricidad, árboles… Ante la mirada pasiva del alcalde Luis Revilla, de las juntas vecinales, de la Policía, y hasta de los medios, un pequeño grupo de adolescentes, que no deben ser más de 800, afean, arruinan y restan brillo a una ciudad de 800.000 habitantes con una hermosa topografía como La Paz.
Me sumo a la columna de Agustín Echalar en expresar mi sorpresa ante el hecho de que La Paz haya sido elegida entre las 21 ciudades maravillosas del mundo. ¿Por encima de París? ¿Por encima de Damasco? ¿Por encima de San Francisco? ¿Con sus horribles grafitis?
Las fachadas pintarrajeadas son una típica señal de decadencia y subdesarrollo. “Muéstrame un muro grafiteado y te diré en qué país está”. No hay grafitis en Berlín ni Tokio y, en años recientes, no existen siquiera en amplias zonas de Quito, Lima, Medellín o Córdoba. Pero sí en La Paz, en cantidades enormes, obscenas, ofensivas. En esto lideramos al resto del país. He tenido la suerte de visitar siete ciudades bolivianas recientemente, en un periodo de pocas semanas, y he comprobado que en todas ellas el problema existe pero en una escala muy inferior al de La Paz. Es La Paz el epicentro mayor de esta imbecilidad.
Página Siete hizo un reportaje al respecto hace dos años, y editorializó sobre el tema en varias ocasiones, ante los oídos sordos del alcalde Revilla y sus asistentes; decía este diario que en algunas vías de la ciudad más del 90% de sus fachadas están pintarrajedas. ¡90% ante la mirada ciega de los funcionarios municipales! Fíjese, estimado lector, en las casas de las avenidas 20 de octubre, 6 de Agosto, El Prado, Mariscal Santa Cruz, y las de Obrajes y Calacoto y verá la inmundicia en la que se ha convertido nuestra ciudad.
Y este grupo de no más de 800 adolescentes malentretenidos, que nunca supieron que dañar una fachada es un delito (porque nadie se los ha dicho), se pasa horas pintando, sobre todo, sus iniciales. Aquí no hay mensaje político, arte o deseo de expresar alguna idea profunda. No, casi todos los pintarrajeados son iniciales o firmas, algunas ni siquiera hechas con aerosol sino a brochazo limpio.
Sería simple resolver el problema: los agentes de tránsito de la Alcaldía debería tener potestad para detener por unas horas a estos mocosos, multar a sus padres y obligarlos a lavar, con detergente y agua, lo que mancharon. A la tercera vez que fueran detenidos, los progenitores empezarían a controlar mejor a sus entusiastas hijos. También sería fácil evitar el “problema hermano” de los pintarrajeos, el colado de afiches en cualquier parte. La Alcaldía debería clausurar, como lo hace la Renta, a todos los institutos, bares y otras entidades que creen que los muros de la ciudad son su pizarra particular.
No se puede decir que este fenómeno es parte de un deseo de “expresión juvenil”. No. En tiempos de Facebook y Twitter, en tiempos de blogs y redes sociales, los jóvenes tienen muchas formas para “expresarse”. Escribir “Juancho” decenas de veces en El Prado no es una manera válida de hacerlo.
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