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La victoria de Donald Trump es un acontecimiento de primera magnitud dentro del retroceso de la gran globalización económica liberal que comenzó hace años.
En todo el mundo desarrollado, la clase dirigente que ha apoyado esta globalización está siendo rechazada por una mayoría de personas que se sienten amenazadas y quieren más protección, trabajos mejor remunerados (o simplemente trabajos) y más igualdad. El referéndum británico sobre la UE ya fue un hito importante dentro de este movimiento de gran calado.
“Las mayores expectativas depositadas en los Gobiernos para que recuperen parte del control entregado a unos mercados globalizados darán forma al futuro de los mercados financieros. Traerán consigo políticas keynesianas, con el consiguiente aumento del déficit y la deuda pública. Por lo tanto, las políticas presupuestarias más expansivas caracterizarán la coyuntura económica en 2017”, sentencia Didier Saint-Georges, miembro del Comité de Inversión de Carmignac, una de las principales gestoras independientes de fondos de inversión en Europa.
Para este y otros analistas, en la era Trumpconomics las Bolsas probablemente centren su atención en empresas más expuestas a los ciclos económicos y de sectores que han estado un tanto desatendidos.
La clave estará en cómo van a acompañar los bancos centrales el movimiento de los inversores y cómo van a encajar el mercado de bonos los mayores riesgos para la inflación y la estabilidad financiera. Estas dos preguntas introducen los que posiblemente son los dos riesgos más subestimados para 2017: los bonos y la credibilidad de los bancos centrales.
“Bienvenidos a una nueva era”, titulaba uno de los análisis que envió Nomura a sus clientes para intentar explicar el impacto de la victoria de Trump en el dólar, la renta variable, los bonos, países emergentes. “El problema”, apunta Paul Ashworth desde Capital Economics, “es que nadie sabe quién es Donald Trump más allá de sus rascacielos y de ser una celebridad del reality TV".
Los banqueros de todo el país trataron durante la campaña de reunirse con el candidato para entender qué tipo de presidente sería e ir más allá de las generalidades en cuestiones como la regulación financiera recogida en la Dodd-Frank Act. Pero el magnate se mostró siempre esquivo y acabó dándoles portazo.
La incertidumbre sobre su agenda política, los puestos de Gobierno clave y los cambios en materia de comercio es enorme. Los analistas de Pimco, de hecho, no compran el rebote de la Bolsa visto tras el voto, que llevó al Dow Jones a batir su récord de agosto de 2015, y recomiendan a sus clientes que se preparen para un periodo de volatilidad elevada. Son esos puntos oscuros las únicas certidumbres que se tienen para anticipar el impacto del cambio.
Trump no es un político y tampoco tiene una agenda detallada, como si él mismo no hubiese esperado llegar tan lejos. Así que para hacer una digestión racional del fenómeno hay que centrarse en los pilares sobre los que sustentó sus mensajes durante la campaña. Se entiende visitando el llamado Rusty Belt, el cinturón de localidades oxidadas por la deslocalización industrial en Michigan, Ohio y Pensilvania.
Ahí es donde puso la carga del mensaje populista y proteccionista que caló entre los ciudadanos que se sienten marginados por un sistema que no los escucha. Lo admite el consejero delegado de la cadena de cafeterías Starbucks, Howard Schultz. “El resultado electoral refleja años y años durante los que muchos ciudadanos sintieron que se les abandonó”, explica, “es evidente que hay un problema estructural que no se atendió, que debe analizarse y que hay que resolver”.
La votante Lea Lametta pertenece a esa “mayoría silenciosa” de la que habla Donald Trump. Aunque admite que el presidente electo es imperfecto y arrogante, confía en su experiencia como empresario para conseguir que la gente dé lo mejor de sí. “Es el único que puede resucitar el sueño americano”, asegura. Como ella, dos tercios de los electores que acudieron a las urnas dijeron que las condiciones económicas no son buenas. Votaron con un margen 2-1 a Trump.
Es ese el punto de partida para entender lo que lleva en la cartera. El candidato republicano eligió así Detroit para exponer su visión para la economía. Para hacerla más competitiva habló de rebajar los impuestos a las empresas, de eliminar la burocracia que destruye los empleos, de aplicar una moratoria en la introducción de nuevas regulaciones, de potenciar la inversión en infraestructuras y renegociar los acuerdos comerciales injustos para la industria doméstica.
El plan de Trump propone destinar más de medio billón de dólares a modernizar las redes de transporte, telecomunicaciones y energía. Plantea simplificar de siete a tres tramos el impuesto de la renta (12%, 25% y 33%) y reducir el de sociedades (15%). La reducción de ingresos la compensa limitando las deducciones fiscales “injustas” y repatriando el beneficio de las multinacionales. El resto, dice, se generará gracias al repunte de la actividad económica.
Su propuesta, asegura, doblará el crecimiento al 4% y elevará la productividad. “Podemos ser constructivos si hacemos frente a los restos de buena fe”, afirma en una carta abierta la National Association of Manufactures, que representa a compañías como Boeing o Procter & Gamble. Los economistas coinciden en que un plan de infraestructuras bien diseñado puede dar un impulso al PIB y apoyar el empleo. Hay sectores, además, que se benefician de sus planteamientos fiscales y de la moratoria que plantea a la nueva regulación.
El presidente electo es un hombre de negocios que le gusta pedir prestado y que se declara un maestro esquivando las normas. El sector financiero podría contar así con un presidente menos agresivo que Barack Obama pese a que como candidato fue muy duro con la conducta de Wall Street, a la que acusó de haberse embolsado el patrimonio que perdieron los trabajadores por la crisis. Pese a estos ataques, tiene como asesores a reconocidos especuladores financieros como John Paulson o Stephen Feinberg.
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