- 1757 lecturas
No importa la hora ni el después ni el día siguiente. No hay casi nadie en las casas bajas e impecables de la ciudad. Reikiavic, la capital de Islandia, tiene sus calles copadas por gente que celebra como nunca antes. El epicentro es la plaza de Ingolfstorg, en el dowtown. Se abrazan, gritan, exhiben las banderas de su país. "Jaaaaaaaaa", se dicen unos a otros, bajo un cielo oscuro de un verano que ofrece doce grados de temperatura. Esa suerte de grito es el modo más feliz de decir "sí" en islandés. Un "sí, pudimos".
La expresión entusiasmada tiene una razón poderosa: Islandia empató sin goles ante Kazajstán en el estadio Laugardalsvöllur y se clasificó por primera vez a la fase final de la Eurocopa. Así, este país de 331.000 habitantes -una isla bien al norte de Europa y del mundo, en pleno océano Atlántico- se convirtió en el menos poblado en acceder a un torneo de los grandes (superando a Trinidad y Tobago cuando accedió al Mundial de Alemania 2006). De fondo, en pleno festejo, se escucha -desde los lugares que siguen abiertos para acompañar la celebración- la voz preciosa y única de la cantante Bjork, la cara más visible de este territorio de ancestros vikingos.
Islandia vive, por cuestiones del fútbol, días de plenitud. Lo cuenta Daniel Calle, en el diario El Mundo, de España: "El día después ha sido de fiesta en el país nórdico. Es la resaca de una gran celebración de la que aún disfrutan. (...) El grito de "Afram Island!" ("Adelante Islandia") sonaba por todas las calles". En un país sin fuerzas armadas desde mediados del siglo XIX, el seleccionado nacional de fútbol es un ejército sin fusiles; también un modo de mostrarse al mundo, como sucede -por ejemplo- en Costa Rica. Así, con esa impronta, preparan el histórico desembarco en la elite de Europa.
Su arribo a la máxima competición continental resulta un asombro. Los antecedentes contaban que era imposible que accediera a Francia 2016. El sorteo de las Eliminatorias para Francia 2016, además, había resultado hostil: dos finalistas del mundo y campeones de Europa, Holanda (además, tercero en Brasil 2014) y República Checa (con sus logros obtenidos, claro, en tiempos de Checoslovaquia); más un semifinalista en Copas del Mundo, Turquía. En ese contexto, sólo Letonia y Kazajstán aparecían como rivales accesibles. Pero el recorrido desmintió presunciones: seis victorias (dos de ellas ante Holanda), un empate y apenas una derrota (frente a República Checa, en Plzen). A dos fechas del final, Islandia lidera y ya festeja la certeza de haber conseguido algo grande, incluso más allá de que en la edición del próximo año participarán 24 seleccionados, cifra récord, por impulso de Michel Platini, presidente de la UEFA.
Este éxito de Islandia tiene una cara reconocible. Se llama Lars Lagerback, es sueco y en la Argentina quizá algunos lo recuerdan: fue entrenador del seleccionado de su país en el Mundial de 2002, aquel del 1-1 contra la Argentina en Japón y de la insólita eliminación en la primera ronda del equipo de Marcelo Bielsa. Ahora logró algo muy valioso: un salto de calidad con Islandia. Llegó en 2011 y el equipo de la isla en la que casi siempre hace frío estuvo a casi nada de acceder al Mundial del año pasado. Podría haber sido una de las hazañas más grandes de todos los tiempos: llevar a la máxima cita universal a un equipo nacido de una población similar a la del Partido de Berazategui o al de Esteban Echeverría. Pero no: en el repechaje no pudo vencer a Croacia. Ahora, en el ámbito de Europa, se tomó revancha de aquel dolor. Lagerback, claro, aparece en varias de las portadas que en este tiempo le dedican al equipo nacional. Y cuando por la calle o a la salida del estadio se lo cruzan le dicen gracias. Es el vecino perfecto: combate el frío con alegrías deportivas.
Armó un equipo sólido, compacto, convencido. Prolijo y metódico, el hombre nacido en Katrineholm les agregó también esos rasgos a su grupo. Imagen y semejanza. Dicho de otro modo: Islandia es Lagerback. Sin megaestrellas y con apenas dos jugadores que participan de la Liga local entre sus habituales convocados (el arquero Gunnleifur Vignir Gunnleifsson y el defensor Kristinn Jónsson), el entrenador armó un plantel homogéneo más allá de la diversidad de procedencias (desde la Premier League hasta la lejana China). El capitán Aron Einar Malmquist Gunnarsson -mediocampista, 26 años, con cerca de 200 partidos disputados en la máxima categoría del fútbol inglés- lo explicó en días recientes: "Podemos venir de lugares distintos, pero nos conocemos desde hace mucho. Y ese conocimiento y esa formación facilita todo. Pero jamás nos imaginábamos llegar tan lejos". Gunnarsson juega en los seleccionados de Islandia desde la categoría sub 17. Muchos de los que ahora construyeron este capítulo épico recorrieron el mismo camino. Y esa es una de las claves. La formación.
El fenómeno trascendió las fronteras de la isla y se hizo tema relevante en Europa. El periodista y escritor John Carlin -autor del libro El Factor Humano, que inspiró la película Invictus, nominada a dos premios Oscar- hace una aproximación a las razones de este éxito, en el diario El País, de Madrid: "En primer lugar que Islandia es un país tan fanático del fútbol como cualquiera y, siendo una gente extremadamente práctica (no hay más remedio si uno pretende sobrevivir en un clima tan despiadado), han invertido en su fútbol base en los últimos diez años con eficiencia y pasión. Como consecuencia, han exportado jugadores a las primeras divisiones de Inglaterra, Italia, Alemania, Francia y Holanda. Si una vez tuvieron complejos frente a las grandes selecciones, ya no. Y encima les anima en el campo el amor que sienten por su remota isla y la feroz determimación de demostrar al mundo que serán pequeños pero eso no quiere decir que no sean matones. Y cuando su selección gana, y encima logra un éxito sin precedentes como el de hoy, los isleños lo celebran no como una victoria contra las penurias de la vida, ni como el rabioso desahogo de un resentimiento existencial, sino como la guinda, la feliz guinda, de un rico pastel de helado". En eso andan ahora los islandeses...
La alegría se trasladó por los rincones del país, por las redes sociales, por las pantallas de televisión, por las radios, por los diarios. Y excedió, claro, al territorio del deporte. "Felicitaciones a todos por estar viviendo uno de los días más grandes en la historia del deporte de Islandia", escribió Sigmundur David Gunnlaugsson, primer ministro islandés, en su Facebook. El autor de la frase, joven líder de apenas 40 años, es uno de los rostros de otro milagro made in Iceland: el país fue una de las primeras víctimas de la crisis económica de 2008, pero también resultó el primero en recuperarse y en volver a ser el ejemplo de siempre en índices de desarrollo humano (hoy ocupa el puesto 13 entre 187 países, justos detrás de Suecia). La receta fue contra los mandatos del mercado: el Estado no les dio dinero a los bancos (es decir, no rescató a quienes habían participado del hundimiento) y llevó a políticos y a banqueros ante la Justicia. La prioridad de las autoridades: el bienestar de la gente. Sí, la misma que ahora ríe, se abraza y goza esta clasificación que tiene mucho de épico, pero más de simbólico. Islandia le dice a Europa: acá estamos, allá vamos. Nada menos.
- 1757 lecturas