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En varias oportunidades nos hemos referido, desde esta columna, a la corrupción como un hecho sociológico; la corrupción considera como un mecanismo de ascenso social, de rotación y renovación de las élites. Estas explicaciones, por supuesto, son válidas al momento de la reflexión en torno a la corrupción, pero no agotan las consideraciones que sobre ella son posibles de formularse. Se puede pensar también, en un nivel de menor abstracción, a la corrupción como un hecho sistémico, es decir la corrupción como parte inherente al funcionamiento de un sistema dado. Finalmente, en un nivel mucho más concreto, puede hablarse de la corrupción -sino es abusar de los términos- como una “práctica cultural”, o seade la cultura de la corrupción. En esta oportunidad, entonces, vamos a tratar de pensar la corrupción desde estas dos últimas posibilidades. Antes debe decirse que en realidad las tres perspectivas, para considerar el tema, no únicamente son válidas, sino que se hallan interrelacionadas.
Aunque se sataniza a la corrupción, lo cierto es que ésta ha resultado en muchas oportunidades funcional al Estado y a los partidos de gobierno (como el caso del Movimiento al Socialismo -MAS-, según veremos). Tal es así que la corrupción, por ejemplo, ha sido un elemento cohesionador del Estado mexicano, durante gran parte de la primera etapa del régimen del PRI. La “prebendalización del sistema estatal”, en este caso, ha sido parte de la propia conformación del Estadoluego de la revolución de principios del siglo XX. En este sentido es válido hablar de la corrupción como un hecho sistémico. No puede considerarse, por ello, en el ejemplo específico, a la corrupción como un elemento disfuncional ni al Estado, ni al sistema. El que hoy en día las cosas hubieran cambiado y la corrupción, al contrario, atente contra el sistema y el Estado de México es otra cosa; este cambio responde a fenómenos múltiples, que no están, pero, en el marco del interés de esta columna.
La corrupción deviene en disfuncional cuando dificulta la reproducción del sistema y pone en tela de juicio la soberanía estatal. En el fondo, la razón para que el sistema vea dificultada los ciclos de su reproducción se deben a que la rotación del capital se ve ante circunstancias enturbiadas para su rotación. Se entiende que la disfuncionalidad de la corrupción, entonces, nos habla de la falta de seguridad jurídica, de la ausencia, en los hechos, de instituciones, de la falta de transparencia en el ámbito económico-comercial y de la competencia bajo la lógica salvaje del capital. El remate de este ambiente enturbiado será precisamente la crisis sistémica, incluyendo al Estado.
Hemos indicado, apoyados en el ejemplo mexicano de la primera mitad del siglo pasado, que la corrupción ha servido, al contrario de lo que puede pensarse, para asentar un sistema. Esto quiere decir que la penetración del capital (no olvidemos que hablamos para entonces de un país atrasado, desde el punto de vista del capitalismo) se vio facilitada gracias a la corrupción. Por lo demás, algo similar ha ocurrido en nuestro país. Sin que nadie se moleste, está claro que, por ejemplo, la región oriental se ha impulsado no únicamente por el excedente económico proveniente de la minería, sino también por la corrupción. De hecho, en el histórico juicio de responsabilidades al ex-dictador Hugo Banzer, Marcelo Quiroga ha centrado parte de su argumentación también en la corrupción, promovida por la dictadura en beneficio de las élites cruceñas, a lo largo de la década de 1970.
En un delimitación mayor, nadie puede negar que el gobernante MAS ha desplegado prácticas corruptas para sujetar, por medio de la prebenda, a no pocos dirigentes sindicales, para alentar el transfugio político, para imponer autoritariamente proyectos como el de la carretera por el TIPNIS o para anular a opositores al gobierno. En todos los casos, la corrupción ha sido pues funcional a los intereses particulares del MAS. Tal es así que, cuando la sociedad ha podido expresarse democráticamente, todo el edificio de papel del gobierno se ha derrumbado. En la mayoría de los casos, pero, al amparo del manejo discrecional de los tres Poderes (Legislativo, Judicial y Ejecutivo) el partido de Evo Morales ha hecho lo impensable para que las huellas de la corrupción no manchen demasiado a este partido. Ello puede ejemplificarnos el pasaje de la corrupción funcional a la faceta disfuncional para el MAS.
Con todo, algo queda en el imaginario de la sociedad con estas muchas muestras referidas a la corrupción desde las esferas del poder, a lo largo de la historia. Y lo que queda, es el mensaje que por medio de la corrupción se alcanzan valores materiales. No es por majadería que algunas veces recordamos que Evo Morales, en su calidad de primer servidor público, hubiera llamado varias veces a delinquir. El daño que se hace a la cultura de la anti-corrupción es muy grande. Al contrario, lo que se alienta es más bien prácticas no santas, en el manejo de las instituciones públicas.
Por supuesto que la tradición boliviana, en este orden, es de larga data y puede remitirse a la época de la colonia, en la que principio aquello del “se acata, pero no se cumple”. Así las cosas, en efecto, puede decirse que hemos cultivado una cultura, referida al manejo discrecional, autoritario, retorciendo la normativa en las instituciones públicas. No se salva ninguna institución; desde las universidades hasta la policía, pasando por municipios, gobernaciones, servicios de salud, todas las instituciones son administradas como verdaderos botines de guerra. Prima la lógica del interés de grupo, de las “roscas” y no la captación del más apto, de la meritocraciaweberiana. Es, pues, la corrupción en su nivel más concreto, cotidiano, por lo que a nadie le parece anormal que las cosas fueran de esta manera.
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