En un país que ha hecho del baile parte constitutiva y potente de su identidad, el comentario vertido por un asambleísta electo al Gobierno departamental de La Paz puede resultar en una excelente metáfora para analizar y reflexionar sobre acontecimientos presentes en las gestiones de gobierno, en las que pareciéramos estar implicados.
“Somos el disc-jockey de la fiesta, ponemos la música y Patzi baila, la cortamos y Patzi se sienta, es que es así” (Página 7, 02 de abril de 2015) publican que dijo el legislador elegido. Como parte importante de la metáfora, destaco el reconocimiento que implica dicha declaración, del lugar de funcionario que se asume en la frase.
Pero, ¿De quién es la fiesta de la que se habla?
Soberanos de la fiesta que nos toca reflexionar, que ese es el lugar que en nuestra constitución se nos atribuye como pueblo, decisiones sobre el cuándo, cómo, dónde, con quienes, la comida, la música, a quienes delegaremos tareas y funciones, en fin, todo aquello que en nuestro ejercicio de soberanía veamos por necesario y conveniente para que se lleve a cabo nuestra concepción de la mentada fiesta, nos corresponden, son nuestras. O así debiera ser.
Digo nuestras y no de ningún partido aunque algunos de nosotros participen en alguno de ellos. Son nuestras y no de ningún gremio, aunque algunos de nosotros sea parte de algunos de ellos. Son nuestros y no de ninguna logia o de cualquier otro tipo de asociación, organización o institución que se encuentra entre nosotros. Porque ninguna de estas particulares formas de organización llega a atravesarnos de manera total o plena. Muchas veces ni siquiera atraviesa a sus mismos integrantes y mucho menos al conjunto poblacional, porque aquí viene el tema de las minorías activas que conforman aparatos y cúpulas, las que con la misma estrategia que asume a veces la forma de imposición, o de coacción, otras de engatusar y/o de cautivar, terminan reteniendo - nos, constituyendo el recorrido a veces explícito y otras implícito, hasta nuestro cautiverio. Ya sea por temor o seducción, podemos tardar generaciones en re-conocer el cautiverio como tal, sin dar cuenta que al final nos rifamos a otro postor, la fiesta que al final es nuestra vida, bailando en los momentos y en los ritmos, poniéndonos la ropa, invitando a participar en función al parecer y la conveniencia de otros, unos cuantos.
Nuestras, reivindicando la semiología de la palabra, esto es, de cada una y de cada uno a quién se alude cuando se dice “pueblo”. También de las niñas, los niños, los adolescentes y muchos otros grupos excluidos, que por la forma de organización política que hemos orquestado y por lo excluyente que es el proceso de construcción de representación y decisión, se ven obligados a participar de una fiesta que omite en su organización e implementación sus necesidades más elementales y sentidas. Así, estando ellas y ellos allí por decisión y a conveniencia de una sociedad exclusiva en tanto excluyente, como lo es la sociedad de los normalitos, corre el alcohol en la fiesta a su vista y a su riesgo o decidimos realizarla en un terreno accidentado, que ya habiendo dado su cuota como metáfora de hacerles votar, no es prioritario que en los hechos trasciendan sus necesidades.
Todas las competencias referentes a la fiesta en cuestión, no son propiedad de ningún particular, sea que asuma esta particularidad la forma de individuo, grupo, partido, movimiento, asociación, gremio u otro semejante, elementos todos circunstanciales en esta trama, si acaso también arbitrarios, que hoy por hoy, por esta su forma canija de operar, se han constituido más en problema que en solución. Si las personas a las que les confiamos nuestra representación para organizar e implementar semejante fiesta como es nuestra vida presente, utilizan este mandato, mejor dicho, tuercen este mandato en función a los intereses y conveniencias de un particular, están usurpando funciones y atribuciones que les han sido delegadas. Esto es algo que hay que cambiar. Hacer lo que haya que hacer para garantizar que lo que se represente, sean nuestras decisiones, nuestros intereses.
La coyuntura viene a mano para resaltar que esto que venimos viviendo como crisis ya más de una década, sigue siendo en gran medida crisis de representación y de organización política, crisis de un modelo, no sólo del capitalismo. Parece que la solución no es cambiar de actores solamente, cuando la realidad nos muestra que llegue quien llegue al poder, imagínense, nuestras reservas morales están ahora ahí, se termina viviendo lo mismo. La frustración de repetir experiencias ya conocidas en tiempos en que esperábamos diferencias sustanciales, hace que lo mismo se viva como algo peor. Tal vez por la esperanza frustrada o tal vez por el cansancio que implica esta generación que se va escurriendo sin lograr ir ni para adelante ni para atrás, pero quizás hacia el fondo. Fondo en el que tendrá que bailar la generación que nos sigue. Como para angustiar a quienes tenemos hijas e hijos con amor y responsabilidad. Esta última parte, ya no es metáfora. ¿Verdad?
Así como somos cojonudos en esto de no percibir, de no reflexionar y actuar en sentido vano, leve, inútil, la realidad también es cojonuda, nos impele a cambios de fondo, no sólo de forma, generosa en esto de demandarnos integrar lo que deseamos con lo que hacemos, reclamando convergencias para lograr vivir bien, que es por fortuna y empecinamiento lo que seguimos queriendo. Se ha hablado de cambios constitucionales y reformas en otras leyes que tienen que ver con la construcción de representación, de participación, de generación de condiciones para lograr gobierno responsable, sea este nacional, departamental o municipal, de movernos hacia un vivir pacífico, sostenible, alternativo. Que ese movimiento no sea de las mismas y los mismos llevando, para el despiste, atavíos en apariencia diferentes, la misma modernidad disfrazada de “los otros” y las otredades, que como concepción somos varias, bien afuera. ¿Permitiremos la repetición, repetición, repetición, repetición?