Dedicado a Juan Pelerman Fajardo, combatiente anarquista, maestro intempestivo, eterno militante anti-imperialista.
La presentación de los resultados del Censo de Población y Vivienda de 2012, sobre todo los que se refieren a la pregunta de opinión sobre auto-identificación, han ocasionado una reacción, que llamaría exaltada, sacando conclusiones apresuradas, como la que dice: ven, la mayaría de la población en Bolivia no es indígena, es “mestiza”. Dejamos constancia de nuestra posición al respecto, dijimos con anticipación que no se trataba de un censo, sino de un retroceso a una enumeración, con pretensiones de ser completa. También dijimos que había problemas con la preparación del censo, debido a la ausencia de actualización cartográfica, además de problemas en la boleta censal, pues no se mantuvo la consistencia de las preguntas de comparación internacional, no se corrigió, desde el 2001, la pregunta solitaria de opinión sobre auto-identificación, que no viene acompañada por preguntas de control. Este tema merecería un tratamiento adecuado; tanto desde el punto de vista “objetivo”, trabajando preguntas apropiadas contando con la constatación de evidencias; tanto como desde el punto de vista de vista “subjetivo”, de opinión. Empero, a pesar de estas observaciones se ha persistido en mantener la forma de pregunta, aislada de un contexto metodológico de preguntas de control. Los medios de comunicación, la llamada oposición, además de otros “opinadores”, se enfrascaron en una discusión estéril sobre la necesaria incorporación de la pregunta sobre la auto-identificación de mestizo. No se trataba de resolver el problema, incorporando la categoría de mestizo, en una pregunta aislada de opinión. Así no se resuelven los problemas metodológicos y logísticos de un censo mal encaminado.
Los “opinadores”, los medios de comunicación, los nacionalistas, vuelven a hacer relucir la pregunta de opinión, sus resultados, atendiendo a las proporciones que salieron sobre pertenencia e identidad, obviando que no hubo un censo “científico”, que así como se llaman, sino una enumeración incompleta . ¿Qué discusión puede haber sobre datos inadecuados e inconsistentes, que no tienen valor estadístico? Ninguna. Si los nacionalistas se agarran de estos resultados desesperadamente, como revancha esperada, no hacen otra cosa que mostrar su falta de seriedad en los temas y en la discusión. Lo que sí es serio, y esto interesa, además es esto lo que hacen cuando pueden, es volver a exponer su concepción nacionalista de la historia.
Antes de comenzar la crítica a la “razón” nacionalista, vamos a aclarar algunos puntos, que deberían estar despejados.
1. La defensa de los derechos de las naciones y pueblos indígenas no es asumida porque son más o son menos, porque son mayoría o son minorías, sino porque se trata de una lucha descolonizadora. Esto es, es una lucha contra la dominación polimorfa colonial, imperial y capitalista.
2. Por lo tanto, esta lucha descolonizadora tiene su legitimidad de por sí, es histórica-política; corresponde a la lucha emancipadora de los pueblos colonizados.
3. Pretender que este problema, el de la colonialidad, se resuelve con la consolidación del Estado-nación, no es más que patentizar la continuidad del colonialismo en la forma unificada de nación mestiza y de Estado moderno, ratificando la conquista, la colonización, el despojamiento y desposesión colonial y capitalista. Desconociendo la institucionalidad de las naciones y pueblos indígenas.
4. El nacionalismo es un imaginario político que legitima la dominación de la burguesía nativa - entiéndase como se entienda esto de burguesía nativa; criolla, mestiza o indígena -, que tiene su articulación orgánica con la burguesía internacional, al formar parte ambas del control del sistema-mundo capitalista. Entonces, la pretendida independencia que persiguen los nacionalistas no es otra cosa que ilusión, pues lo que hacen es soldar las cadenas de la dependencia al complementarse con las estructuras de dominación y control mundial del capitalismo. No puede haber independencia con un Estado-nación que administra la transferencia de los recursos naturales de las periferias a los centros del sistema-mundo, lo hagan a través de la vía privada o nacionalizando.
5. La independencia proclamada solo puede darse por el camino de la descolonización, que además exige salir del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, postulado tanto por los nacionalistas, los liberales y neo-liberales.
6. Entonces la defensa de los derechos de las naciones y pueblos indígenas es un requisito de partida de la descolonización. No hay una lucha anti-imperialista consecuente que no sea a la vez una lucha anti-colonial y descolonizadora. Tampoco hay una lucha por la independencia que no sea a la vez una lucha contra el despojamiento y la desposesión extractivista de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Como no hay una lucha consecuentemente anti-capitalistas sino es una lucha consecuentemente anti-colonial y descolonizadora.
Dejando en claro estos puntos, podemos iniciar nuestra crítica a la “razón” nacionalista.
La “razón” nacionalista no es otra cosa que la reiteración discursiva y local de la razón de Estado. Lo que se llama razón de Estado se encuentra en las raíces mismas del Estado moderno, de la separación dada entre Estado y sociedad. La razón de Estado es la razón de los juristas y burócratas, interesados en la universalización de la ley, en la abstracción del poder, en la conformación de una maquinaria administrativa instrumental, no ligada al cuerpo del rey. La razón de Estado eleva el concepto de Estado a verdad absoluta, principio y fin de la historia nacional. Es, en términos kantianos, una idea, un ideal. A nombre de esta idea se legitiman las dominaciones instauradas. La nación es el otro concepto ligado al Estado; en realidad, es el Estado el que construye la nación, el que formula la “ideología” nacionalista. Se construye la nación abstracta, unificada, donde desaparecen las otras identidades, las otras lenguas, las otras culturas. Esta unificación y homogeneización se efectúa recurriendo a la fuerza, por lo tanto a la violencia para imponerla. La razón de Estado es la razón de la ley, ley suprema, ley abstracta, impuesta a todos, a pesar de la diversidad y diferencia.
La “razón” nacionalista se basa en la razón de Estado. Lo que hace sobre esta base es desarrollar una “ideología” nacionalista propia, con sus propias particularidades, referencias y memoria. Los que han jugado un papel en las luchas emancipadoras son los nacionalismos criollos, en la llamada guerra anticolonial de las independencias. Como dice Benedict Anderson, la “ideología” nacionalista o, si se quiere, el imaginario nacionalista, arranca en las colonias de América, con los colonos opuestos y afectados por la administración colonial, que restringía sus facultades y accesos, discriminándolos en la jerarquía racial de las colonias, aunque no ocupen el último puesto de la pirámide social . Este nacimiento de la “ideología” nacionalista fue recogido por los nacionalismos del siglo XX, cuando en las repúblicas conformadas, en los Estado-nación constituidos, la dominación económica imperialista se apoderó de las riquezas de los países. La “ideología” nacionalista se reformuló en la formación expresiva de los discursos populistas. Esta “ideología” interpela al imperialismo, a sus formas inscritas en el país, sobre todo interpela a las oligarquías aliadas al imperialismo. Este nacionalismo anti-imperialista popular tiene efectos de cohesión y convocatoria, logra articularse a organizaciones de trabajadores y a las llamadas clases medias, mas bien urbano-populares, repercutiendo en el campo político al reconfigurarlo. Este nacionalismo llega efectivamente al poder, como se dice, desde donde comienza su proyecto politico a partir de las medidas de nacionalización. Estos nacionalismos populares propugnan un capitalismo de Estado, tal como lo concebimos en América Latina; es decir, un capitalismo administrado por el Estado, sobre todo con el establecimiento de empresas públicas. El programa, más o menos, se puede resumir en las medidas de nacionalización, en el control del comercio exterior, en una política proteccionista, en el control del cambio y en la nacionalización de la banca.
Hasta ahí tenemos el carácter progresista de este nacionalismo anti-imperialista y popular. El problema del nacionalismo es su apego, como dijimos a la razón de Estado, que corresponde a la lógica de la universalización, homogeneización y generalización del poder, en su forma abstracta; esta macro-institución que incumbe al campo burocrático. El problema del nacionalismo es sostener el imaginario de una nación unificada y homogénea, “ideología” que logra materializarse por el propio ejercicio estatal, de los aparatos ideológicos del Estado, por el funcionamiento eficaz del campo escolar. Esta nación universal se impone y sustituye a las naciones concretas, diversas y singulares. El Estado entonces se reproduce en las dinámicas mismas del campo escolar; se legitima como mega-agenciamiento concreto de poder por ser la nación, la nación institucionalizada, la nación como norma y ley. El nacionalismo refuerza la gravitación estatal en su relación con la sociedad.
Los nacionalistas de las sociedades de las periferias del sistema-mundo capitalista consideran que el fortalecimiento del Estado es fundamental en el enfrentamiento con el imperialismo. En este argumento se explica la razón de Estado, que, en estas condiciones, pretende ser razón anti-imperialista. ¿Hay que preguntarse si hay una razón anti-imperialista, si la razón de Estado puede convertirse en razón anti-imperialista, cuando es la misma razón de Estado que ha llevado al imperialismo? La genealogía del Estado lleva al imperialismo, al dominio de un Estado sobre otros estados, después de haber dominado a su propia sociedad. Lo que se puede comprender es la contradicción entre estados, mucho más si se trata de la relación de poder de un Estado imperialista respecto de otro Estado subordinado. En esta contradicción está claro que hay que defender al Estado subordinado frente al dominio del Estado imperialista; empero, lo que está difícil aceptar es que el Estado subordinado pueda llevar a término la lucha anti-imperialista consecuentemente, manteniéndose en la propia institucionalidad estatal. Manteniendo sobre todo una “ideología” nacionalista.
Ciertamente el fortalecimiento del Estado-nación subalterno es indispensable, es parte de la lucha anti-imperialista, a su dominación, a sus agresiones y a su apropiación desmedida y neocolonial de los recursos naturales. No se puede pensar esta lucha sin el fortalecimiento de los estados subalternos; esto es parte de la defensa de la soberanía nacional, indudablemente. Empero, el problema es que el Estado-nación subalterno, que se confronta con el imperialismo, reproduce una dominación interna, un colonialismo interno. El colonialismo interno se puede definir no solo como continuidad del colonialismo externo, en las dimensiones locales, sino también con su trasformación estructural en las condiciones de republica y el Estado-nación.
En Bolivia el colonialismo interno adquiere forma de mestizaje. La nación es la nación mestiza, el Estado-nación es el Estado que nace de la revolución nacional. Es el Estado que emerge de la nacionalización de las minas, de la reforma agraria, del voto universal y de la reforma educativa. Al principio estamos ante un Estado acompañado por el pueblo armas; milicianos obreros y campesinos armados, un Estado sostenido por los sindicatos de obreros y campesinos, un Estado administrador y gestor de empresas públicas. Un Estado que postula la educación fiscal, abriendo la educación para todos. Estamos hablando de todo un despliegue instrumental en la construcción la nación y el Estado-nación, además de la representación del pueblo. Pero, todo esto, todas estas construcciones institucionales, se pueden efectuar diluyendo a las comunidades, a las naciones y pueblos indígenas, en la nación mestiza, en la sociedad mestiza. El proceso de subsunción es gigantesco, las comunidades se convierten en sindicatos agrarios, las autoridades originarias en dirigentes sindicales, las tierras comunitarias en tierras distribuidas y entregadas como propiedad privada a las familias. Las migraciones convierten a los habitantes rurales en habitantes urbanos, la escuela convierte a los niños en castellano hablantes, expandiendo el bilingüismo, si es que no desaparece la lengua nativa.
Esta nación, la boliviana, como cualquier otra nación, correspondiente a la construcción del Estado-nación, es una comunidad imaginada, hecha “realidad” social, si se quiere por el campo escolar. Sin embargo, el Estado-nación no logra hacer desaparecer las diferencias culturales, las diferencias lingüísticas, no logra hacer desaparecer las naciones y los pueblos nativos. Persisten, resisten, no son subsumidos del todo, mantiene sus características propias culturales, inclusive institucionales.
El nacionalismo comprende también una concepción histórica lineal y evolutiva. Su tesis es la transición a la sociedad moderna, al desarrollo, al bien estar, a través del crecimiento económico. En este sentido caracteriza a las comunidades indígenas como atrasadas y a las otras culturas como pre-modernas o no modernas. Las soluciones son entonces el desarrollo y la modernización.
Es sugerente observar la forma como el Estado y la nación se convierten en sujeto, en el imaginario social. Como si el Estado tuviera vida propia y no fuera movido por las propias dinámicas sociales, como si la nación fuera alguien, una madre, con memoria histórica, a la que hay que defender, como si esta imagen no correspondiera a una construcción estatal, transmitida e inoculada por la escuela. Las entidades jurídico-políticas se convierten en “realidad” social a través de las instituciones, se institucionalizan. La nación entonces “existe” por este armazón institucional. Es una invención estatal. La escuela o el programa escolar encuentra una historia de la nación; esta historia rastrea desde los orígenes mismos de la nación. Ésta se encontraría en la época precolonial, en las sociedades conquistadas y colonizadas. Los acontecimientos de los levantamientos y rebeliones anticoloniales se convierten en la historia de la nación que surge en su lucha emancipadora. Las conspiraciones y sublevaciones en las ciudades se convierten en escenas dramáticas de la historia de la nación. Todos los eventos, tanto los levantamientos indígenas como las rebeliones criollas, se convierten en parte de la misma historia de la nación, que avanza a su realización. La guerra anticolonial pan-andina y la guerra de la independencia son aproximadas en el relato del nacimiento de la nación mestiza. Cuando nace la nación nace desnuda, todavía incompleta, requiere seguir madurando para lograr su realización plena. Todavía tiene que experimentar, tiene que sufrir, para madurar, para formar su consciencia nacional. Las heridas que abren las guerras en el cuerpo le ayudan a adquirir consciencia histórica, las clases sociales se encuentran en las trincheras, donde mueren y se mezclan sus sangres. La consciencia nacional se forma en el drama de la guerra. Los combatientes vuelven a la finalización de los desenlaces bélicos, vuelven para recuperar el país en manos de la oligarquía. La revolución es el renacimiento de la nación, la recuperación de su soberanía; la nación puede emprender su época auténtica, cuando ella es ella misma, llevada de la mano por el Estado-nación.
Esta narrativa nacionalista puede ser expresada de distintas maneras, más teórica, más históricas, más descriptivas, más propagandísticas, no importa; el formato más o menos es el mismo. Lo que importa es la conclusión; todos somos uno, el Estado-nación; todos venimos de la misma madre, la nación; por lo tanto, todos somos la nación. Esta “ideología” nacionalista, que es también una “ideología” mestiza, ha hermanado a todos, indígenas, mestizos, criollos; incluso ha hermanado a las clases sociales, pues ha logrado la alianza de clases. Los problemas coloniales habrían desaparecido, la lucha de clases habría desaparecido; lo que queda adelante es resolver los problemas de desarrollo.
Este relato convincente forma parte del imaginario nacionalista. El mito nacionalista es la nación. Se puede decir que los pueblos no pueden vivir sin sus mitos; los mitos constituyen la matriz estructural de las subjetividades. Empero, lo que no se puede aceptar es que el mito moderno de la nación y el mito moderno de la historia, se den a costa de la desaparición de los otros mitos constitutivos de los pueblos, componentes, si se quiere, de la “nación” del Estado. No se puede aceptar que la construcción de la “nación” del Estado equivalga a la desaparición de las naciones e identidades culturales de los pueblos componentes de la “nación” del Estado. Esto no es democrático, aunque sea republicano. El “desarrollo evolutivo” de la democracia, usando términos inapropiados como “desarrollo” y “evolutivo”, refiriéndonos a la profundización de la democracia, ha ampliado los derechos fundamentales, incorporando los derechos colectivos; en este sentido, el derecho de las naciones y pueblos indígenas a su autonomía, a su autogobierno y libre determinación. El respeto de estos derechos hace ahora a la democracia, al ejercicio de la democracia y de la política contemporánea. Desconocer estos avances es situarse en una posición anacrónica y conservadora, que además no deja de ser colonial. Esto ya no es anti-imperialismo, es mantenerse en los códigos imperiales, aunque se lo haga localmente.
En esta historia efectiva, lo que hay que entender es que, en el contexto contemporáneo, en la actualidad del dominio y control financiero del ciclo del capitalismo vigente, la lucha anti-imperialista, hoy, en la coyuntura de crisis orgánica y estructural, es distinta que la de a mediados del siglo pasado. En aquél entonces el movimiento nacional-popular en Bolivia se enfrentaba a la oligarquía minera, burguesía minera a la que se llamó el súper-Estado minero, que tenía en sus manos el manejo del Estado y el control de los gobiernos de turno; oligarquía minera que, además, monopolizaba privadamente la explotación y la exportación de los recursos mineros. En esta situación histórica, económica y política, el libro de Carlos Montenegro Nacionalismo y coloniaje es, además de crítica del poder de la oligarquía minera y latifundista, una convocatoria a unir la nación contra la anti-nación, que dejaba las venas abiertas por las que sangraba el país. La anti-nación identificada era lo que se llamó popularmente la “rosca minera”, que correspondía a una caracterización de la época, conocida también como la “feudal-burguesía”. En ese contexto histórico y político, el “concepto” de nación se identificaba con el concepto de pueblo, de pueblo oprimido por la “feudal-burguesía”; la lucha requería la necesaria unificación de las fuerzas populares. Se trataba de la guerra de la nación de los explotados y oprimidos contra la dominación de la “feudal-burguesía”, cuyos intereses coincidían con los intereses del imperialismo británico.
A pesar de las diferencias de concepción, de las diferentes perspectivas políticas, otras interpelaciones a la oligarquía minera coincidían en esta percepción histórica, que tenía como horizonte al Estado-nación. La interpelación trotskista del POR, expresada en la Tesis de Pulacayo, también concebía una lucha contra la “feudal-burguesía” en términos de unificación de fuerzas, de alianzas en un frente anti-imperialista, bajo la hegemonía de proletariado, cuya alianza fundamental era obrero-campesina. También el POR, desde el enfoque de la lucha de clases, tenía como horizonte la nación, aunque planteaba una revolución permanente, en el marco de la teoría de transición, que conduzca a la dictadura del proletariado; es decir, a un Estado socialista en transición al comunismo. Como dice, Luis H. Antezana, estas interpelaciones, la nacionalista y la proletaria, componen una formación discursiva característica, correspondiente al discurso del nacionalismo revolucionario . Lo que nombro como la episteme boliviana .
A estas alturas, a más de sesenta años de la revolución de 1952, no se puede estar blandiendo el mismo discurso “ideológico”, como si los contextos histórico-políticos no hubieran cambiado, como si no se hubiera vivido la experiencia del “nacionalismo revolucionario”, como si no se hubieran conocido su realización, además de sus límites. Pretender luchar contra el imperialismo actual, transformado, cuya composición estructural es otra, con las armas discursivas e “ideológicas” de la mitad del siglo XX, es un error no sólo conceptual sino estratégico y táctico. No se puede entablar el combate con mapas desactualizados; es como ir a una derrota segura.
A estas alturas no se puede alguien arrogar la posesión de la “verdad”, menos cuando se tiene una interpretación anacrónica, como la nacionalista; interpretación débil para comprender lo que acontece en la coyuntura. Descalificar, desde la posesión de la supuesta “verdad”, a otras interpretaciones de la época en cuestión, mitad del siglo XX, y a las nuevas interpretaciones del presente. Por ejemplo, descalificar a la interpretación de Guillermo Lora por su enfoque de lucha de clases, que daría lugar a la desunión y no a la unificación de las fuerzas. La interpretación del POR formó parte de la misma episteme, aunque lo haga desde posiciones más radicales. Por otra parte, la experiencia de los gobiernos del nacionalismo revolucionario, para no incluir a los gobiernos del nacionalismo reaccionario, las dictaduras militares, corresponde a la historia efectiva, no a la historia imaginaria; esta experiencia histórica y política ha mostrado las contradicciones del nacionalismo revolucionario y sus propios límites. El nacionalismo, de revolucionario, tiene sólo la exaltación del término y las medidas iniciales que se tomaron, como las nacionalizaciones. La revolución queda ahí, en las nacionalizaciones; lo que viene después es reiterar la consolidación de las bases de la dependencia, como el modelo extractivista de la economía y la forma del Estado rentista. Gestiones nacionalistas que resuelven sus problemas de legitimación, en la etapa crítica del proceso politico, recurriendo a la ampliación de las redes clientelares, empujando a la administración de las empresas publicas a una pesada burocratización, a una alarmante ineficacia y, por último, a una escandalosa corrupción. Si no hay una crítica a esta práctica efectiva nacionalista, es difícil tomar en serio las “críticas” actuales de los nacionalistas.
A estas alturas, tampoco se puede aceptar la crítica a la Constitución Política del Estado, concretamente a su condición plurinacional del Estado, con el argumento insostenible, que sólo vale para la diatriba, de que detrás de la constitucionalización del Estado plurinacional estaban las ONGs. Llama la atención un manejo descuidado y desinformado del tema. El Convenio 169 de la OIT de NNUU, que establece los derechos de los pueblos indígenas, no ha sido un obsequio de Naciones Unidad sino una conquista de la lucha de los pueblos indígenas del continente Abya Yala por la descolonización, por sus territorios y derechos colectivos. Se trata de una lucha de décadas, realizada por las organizaciones indígenas, en defensa de los territorios comunitarios, reivindicando la autonomía, el autogobierno, la libre determinación, en defensa de sus leguas, de sus culturas y de sus normas y procedimientos propios. El concepto de Estado plurinacional viene de estas luchas de los pueblos indígenas. Descalificar esta lucha y sus logros políticos y conceptuales, que se expresan en otra perspectiva de transición pos-capitalista, como es la del Estado plurinacional, Estado en transición, no es más que reproducir prejuicios coloniales.
No se tiene todavía la experiencia del Estado plurinacional, pues este Estado no ha sido construido, ni en Bolivia, ni en Ecuador. Lo que se ha hecho es preservar y restaurar el Estado-nación, convirtiendo lo plurinacional en un folklore ceremonial y de montaje político. Al respecto es aceptable un debate sobre el Estado plurinacional, sobre su viabilidad, sus posibilidades y alcances transformadores, emancipadores y liberadores. Empero, se trata de un debate, mejor si es teórico, pero no de la reiteración de una diatriba y descalificación prejuiciosa. En lo que coinciden oligarquías, conservadores, nacionalistas, vieja izquierda, ideólogos y funcionarios del gobierno, es que defienden el Estado-nación como único horizonte posible, como fin de la historia. Todos ellos comparten esta perspectiva conservadora, cuya raíz conceptual radica en la razón de Estado.
Sergio Almaraz Paz tenía una virtud, entre otras, haber comprendido que una revolución estaba en marcha, a pesar de sus contradicciones. Parte del trotskismo de entonces también comprendió que esto ocurría, hizo en-trismo en el MNR, para posteriormente dividir el partido y atraerlos hacia la conformación del partido revolucionario. Los “entristas” quedaron atrapados en el magma del MNR, siguiendo una ruta sinuosa que Sergio Almaraz llamó el tiempo de las cosas pequeñas. Sergio Almaraz, militante de la juventud del PIR, responsable de la célula Lenin, fundador del Partido Comunista, después expulsado de éste, entre otras cosas por leer más a Camus que a Kostantinov, ingresa al MNR, partido destinado a hundir una revolución hecha por obreros, campesinos y sectores populares urbanos. En este drama político, no se puede escapar a la seducción de la revolución, de comprometerse y entrelazarse con una revolución popular; la revolución interpela, convoca, exige que se tenga una actitud clara con ella. Muchos se desentendieron y se apartaron de las masas. Con esto no se dice, de ninguna manera, que había que entrar entonces al MNR, ya sea como “entristas” o como lo ha hecho Sergio Almaraz. Sencillamente se dice que no se podía ignorarla, como lo hicieron quienes de desconectaron de ella, desconectándose también de las masas. Ahora también hay quienes ignoran lo que ha ocurrido entre el 2000 y el 2005 con la movilización prolongada. Esta movilización de las multitudes, de los sindicatos campesinos, de las naciones y pueblos indígenas originarios, de los sectores populares urbanos y de los trabajadores mineros, es un acontecimiento insurreccional. Este acontecimiento político ha puesto en evidencia la crisis múltiple del Estado-nación, este acontecimiento insurreccional ha puesto en mesa todos los problemas no resueltos, todas las luchas y reivindicaciones, las antiguas guerras inconclusas y la presente guerra contra el Imperio. Las dos consignas claras de esta movilización se expresaron en la Agenda de Octubre; agenda que exige la convocatoria a la Asamblea Constituyente, reivindicación que viene de parte de las organizaciones indígenas y de los cabildos de la guerra del agua en Cochabamba; agenda que exige la nacionalización de los recursos naturales, concretamente, los hidrocarburos. En otras palabras, se articularon el proyecto indígena de descolonización y el proyecto nacional-popular. Esta articulación no fue dada en el marco de la “ideología” nacionalista, todo lo contrario, fue elaborada en una perspectiva pluralista. No se puede desconocer y despreciar esta perspectiva colectiva, esta construcción política colectiva, este saber colectivo, más aún, a nombre de un nacionalismo que se remonta a la primera mitad del siglo XX, nacionalismo que no ha salido de sus contradicciones y de sus enrevesadas relaciones con el imperialismo que decía combatir.
La razón de Estado
La razón de Estado es, en primer lugar, la aparición de una forma de gobierno que ya no es el gobierno de sí mismo, el gobierno de la familia y el gobierno de la ciudad, en el sentido de la la Grecia antigua; tampoco corresponde al gobierno pastoral, al gobierno de las almas, al gobierno de la iglesia. Se trata de un gobierno terrenal, que tiene sus propias “leyes”. En segundo lugar, la razón de Estado corresponde a la racionalidad de los políticos, quienes desarrollan un tipo de raciocinio sobre temas de la política, de gobierno, de administración, de políticas públicas. En tercer lugar, la razón de Estado convierte al Estado no sólo en una idea independiente, relativa a un campo de conocimiento, sino también en una “realidad” institucional .
La razón de Estado vendría a ser la composición, la estructura y la lógica del Estado; así como también el conocimiento de esta composición, estructura y lógica, de su funcionamiento. La razón de Estado concibe al Estado fuera del campo natural, fuera de la esfera divina, forma parte de la esfera terrenal, definiendo un campo propio, el del Estado, el campo institucional. La razón del Estado es el saber sobre el Estado, más o menos planteando el conocimiento de su “esencia”. La razón de Estado es conservadora, se propone conservar al Estado y se propone el Estado como fin mismo. La razón de Estado no se plantea como problema el origen del Estado o su culminación, se trata, mas bien, de una concepción de tiempo indefinido del Estado. La razón de Estado se propone la paz, pero no la paz del imperio, sino la paz entre los estados, la paz pensada como equilibrio entre los estados, es decir, como diplomacia. Lo más peculiar de la razón de Estado es que descubre lo intrínseco al Estado, esto es, su carácter de excepción; el Estado de excepción, su facultad inherente de suspender las leyes y los derechos para gobernar .
La razón de Estado se manifiesta elocuentemente en el teatro político, en los montajes ceremoniales del poder. El Estado se muestra apabullantemente a plena luz del día o sigilosamente en las tinieblas de la noche, protagonizando con imágenes desmesuradas el papel dramático de la política, de una manera desmesurada y presumiendo omnipresencia. Así como la razón de Estado es la exigencia de obediencia al pueblo, quien puede sublevarse, revelarse, movilizarse, a partir del descontento. Entonces, la razón de Estado es también la administración de las causas del conflicto, comprendiendo tanto las causas estructurales como las ocasionales. El pueblo aparece a la razón de Estado con sus dos rostros; como sujeto de legitimación de sus actos o, al contrario, como interpelación de los mismos .
Los nacionalistas no cuestionan el Estado, mas bien son una de sus expresiones más acabadas, una de sus ideologías más elaboradas; este es el límite del nacionalismo, aquí acaba su función emancipadora, a partir de aquí su papel no solo es conservador sino hasta reaccionario. Recurre a la razón del Estado, a la necesidad del Estado, al Estado de sitio, a la suspensión de las leyes y los derechos para salvar al Estado. Se acepta la violencia del Estado para salvar los temas estratégicos, desechando los que considera temas pequeños; se sacrifica a unos, que estorban, para mantener a otros, que considera el Estado que son necesarios.
A diferencia de los socialistas, por lo menos los socialistas marxistas, aquellos que se llamaron comunistas, que se plantearon, al menos en el Manifiesto comunista, la destrucción del Estado, sustituido por la asociación de productores, los nacionalistas no cuestionan el Estado. Empero los socialistas resultaron socialistas inconsecuentes al agarrarse del Estado para defenderse, al optar por el Estado para establecer la dictadura del proletariado, quedando atrapados en el funcionamiento de sus engranajes y su fabulosa maquinaria, volviéndose también extremadamente estatalistas. Es cuando el socialismo se convierte en reaccionario y represivo. El problema en ambos casos es ciertamente su límite, que no pueden cruzar, el Estado; problema que también se puede interpretar a partir de una pregunta que no se responden: ¿Cómo continuar con la emancipación, cómo convertirla en liberación?
En Bolivia y, al parecer en América Latina, los nacionalistas se apegan al verdugo que dicen combatir. Dicen defender los recursos naturales de su despojamiento imperialista; empero, cuando nacionalizan las empresas transnacionales que explotan los recursos, continúan con el modelo extractivista, volviendo a entregar los recursos naturales a la vorágine capitalista, sólo que lo hacen en otras condiciones, después de haber disputado los términos de intercambio. Es cuando el nacionalismo se embarca en un discurso encubridor, atiborrado de justificaciones, inventando seudo-teorías de la revolución por etapas, prolongando la dependencia. Este nacionalismo, que se dice de soberanía, no hace otra cosa que manifestar dramáticamente su incapacidad para defender la soberanía. En definitiva, en las periferias del sistema-mundo capitalista el nacionalismo ha servido para reforzar la dominación imperialista, investida ahora con una aparente continuación de la lucha anti-imperialista, mostrando nacionalizaciones que no continúan con la transformación del modelo productivo, que no puede ser otro que salir del modelo extractivismo.
Decir ahora que los pueblos indígenas, sus derechos, constitucionalizados, son los mejores aliados del imperialismo, porque detrás de sus planteamientos están las ONGs es no solo un argumento insostenible, sino también un discurso colonial. Ahora, el mejor argumento de las empresas trasnacionales, mineras e hidrocarburíferas, que encuentran en la consulta con consentimiento y previa, que encuentran en los derechos indígenas, que encuentran en los territorios indígenas un obstáculo para sus inversiones y su explotación. Los nacionalistas, coincidiendo con las empresas trasnacionales, encuentran en los pueblos indígenas un obstáculo al desarrollo. ¿No es este un acuerdo imperialista, entre los nacionalistas, los nuevos cipayos, y las empresas trasnacionales, apoyadas por el sistema financiero mundial?
Atacar a los pueblos indígenas es atacar a los sujetos sociales que se han levantado contra el capitalismo desde la guerrilla en la selva Lacandona hasta la movilización prolongada boliviana, en defensa de la madre tierra. La lucha anti-imperialista concreta, la lucha anticapitalista efectiva, viene efectuada por los pueblos indígenas, así como también por movimientos sociales anti-sistémicos no-estatalistas, por lo tanto no-nacionalistas, movimientos sociales anti-sistémicos pluralistas.
¿Es un problema el mestizaje?
La llamada oposición y el gobierno se entrabaron en una discusión, que me parece estéril; si se incluía o no en el listado de pueblos indígenas a la categoría mestizos. Cuando el problema no era este. Técnicamente el problema planteado desde el censo de 2001, que incluye la pregunta, era que se trataba de una pregunta de opinión, que merece otro tipo de tratamiento; una metodología para preguntas de opinión, que requieren de un paquete, incluyendo preguntas de control. Sin embargo, extraña que no se haya tenido en cuenta la encuesta socio-étnica y demográfica, realizada a fines de los años noventa, con el objeto de cubrir a la población de los llamados pueblos nativos. Allí se captan varias características, mediante una boleta con preguntas objetivas, sujetas a verificación en sitio. Se trataba de introducir en la boleta censal, del censo que venía, un paquete de preguntas que permitan captar características de los pueblos indígenas, no solamente los tamaños. Sin embargo, no se sabe por qué se optó por una pregunta de opinión, aislada, que además iba a dar resultados muestréales. El mismo problema se mantuvo once años después, en el Censo de Población y Vivienda de 2012. ¿Por qué? No se sabe por qué no les interesa a los organizadores del censo discutir temas estratégicos que afectan a toda la población. Prefirieron optar por decisiones arbitrarias, derivadas del ejecutivo, que tiene escaso conocimiento de la metodología de los censos, mucho menos de demografía.
La introducción de la categoría mestizos en el listado no resolvía, obviamente, los problemas estadísticos heredados. ¿Es un problema saber si son mayoría los mestizos o los indígenas? ¿No es este, mas bien, un problema de poder? Hay en esta situación algunas alternativas; que sean mayoría los indígenas, sin embargo, minoría política; que sean mayoría los mestizos, sin embargo, ahora se sienten minoría política; ¿por qué? Una tercera alternativa, que ambos sean mayorías y minorías, en unos casos demográficas, en otros casos, políticas, dependiendo de la territorialidad. ¿Qué significa esto en términos políticos? ¿No se puede plantear la cuestión de otra manera? Por ejemplo, que todos sean mayorías políticas, mejor dicho que todos sean minorías políticas, bajo una concepción pluralista de la política. Esta discusión sobre quien es mayoría nos muestra que no se ha entendido el espíritu constituyente, la episteme pluralista, en el que mueve la Constitución.
Como dijimos más arriba, sobre los resultados cuestionables del censo, que no fue censo sino una enumeración incompleta, con un margen de sub-registro, por lo tanto de sub-numeración, por falta de actualización cartográfica, que podría moverse entre el 10% al 30%, no se puede discutir nada. Hay que hacer un censo de verdad, con amplia participación de la ciudadanía.
El vicepresidente, en el discurso del 6 de agosto, en Cochabamba, dijo, refiriéndose a los resultados censales, sobre todo a este tema de la proporción de indígenas y mestizos, que mestizos es una categoría colonial de tributación, refiriéndose, seguramente, a la clasificación de la tributación “indígenal” colonial. Bueno, no sólo, pues es un término usado de manera polisémica. Ahora bien, toda clasificación racial es obviamente colonial, ahí entran los términos raciales de blanco, de color, mestizo y también indígena. Todas estas categorías son coloniales. El objetivo de abrir el censo para la cuantificación de los pueblos indígenas, en principio, nuca fue cuantos son indígenas y cuántos son mestizos, sino cuáles son las características de los pueblos nativos en su distribución territorial, rural y urbana, y que impacto estadístico tenían estas características. La incorporación de las poblaciones nativas formaba parte de la incorporación de paquetes para producir indicadores específicos y diferenciales para apoyar la definición de las políticas públicas. Todo esto, que forma parte del estudio de las poblaciones, ha quedado inhibido, y se ha preferido optar por preguntas de interés político.
Esta discusión estrambótica, sobre mestizos e indígenas, entre la oposición y el gobierno, se puede resolver con una aproximación; ¿Cuántos hablan lengua nativa, cuantos hablan castellano, cuántos son bilingües y hasta trilingües? Empero, lo que está en cuestión es la representación de los pueblos indígenas, de acuerdo a normas y procedimientos propios, representación donde deberían estar todas las naciones y pueblos indígenas, sino no tiene sentido hablar de Estado plurinacional, menos de Asamblea legislativa plurinacional. Las minorías no se representan porque son más o porque son menos, bajo el criterio de la democracia pluralista, las minorías se representan precisamente porque son minorías. Las mayorías ya están representadas. Este tema es agudo para tierras bajas, también cuando hablamos de tierras altas, en el caso de los urus, de los chipayas y otros pueblos indígenas. Una verdadera discusión democrática es esta y no si los mestizos son mayoría o los indígenas, que es una discusión en todo caso colonial.
El vicepresidente también ha dicho que todos somos bolivianos, sólo que unos son bolivianos, en general, y otros son bolivianos con identidad particular. ¿Qué es esto? ¿Quiere decir que unos son bolivianos del Estado-nación y otros, además de ser bolivianos del Estado-nación, son también bolivianos de sus naciones y pueblos indígenas? ¿Así se resuelve el problema? Este argumento es parte de la concepción nacionalista del vicepresidente. De lo que se trata es de saber de qué manera, de qué forma, se concreta, se institucionaliza, la condición plurinacional de los ciudadanos bolivianos. El discurso del vicepresidente nos muestra cuán lejos estamos de la construcción del Estado plurinacional.
Lo que no se da cuenta el vicepresidente al decir, ingenuamente, que unos son bolivianos en general y otros bolivianos con identidad particular, con identidad indígena, dice, concretamente, que unos son mestizos en general y otros son mestizos con identidad indígena. ¿Qué es ser boliviano sino mestizo? El Estado-nación de Bolivia, que nace a la independencia en 1825, como república de Bolívar, algo así, en el imaginario político de los nombres, como la esposa de Simón Bolívar, se consolida como Estado-nación cuando la república se hace nacional-popular con la revolución de 1952, después de un interregno “bárbaro” desatado por los “caudillos ilustrados” y después del lapso republicano liberal, dado con la culminación de la guerra Federal. Este Estado-nación y esta república popular constituyen e instituyen una nación mestiza. Entonces ser boliviano es ser mestizo y mestiza. ¿Se explica estas contradicciones del vicepresidente por el desborde del inconsciente? El inconsciente se filtra a través del lenguaje, está en el lenguaje como su sentido oculto. ¿O se explican por una ingenuidad patética, que se esconde en una pretendida soberbia desmedida?