Para salir de la enajenación, déjenme utilizar esta palabra tan pretensiosa, tan discutible, tan próxima al concepto dramático de extrañamiento, elaborada por Hegel. No se trata del término, tampoco del concepto, sino de la constelación de significados que puede abarcar la connotación del uso de esta palabra. Entonces para salir de la enajenación de las representaciones, para escapar de esta red lógica, cuya relación con el mundo es de despojamiento, reduciendo al mundo a la representación del mundo. El mundo como representación, donde se pierde la riqueza de las múltiples experiencias que lo constituyen. Para salir de esta enajenación es menester recuperar el substrato de las experiencias sociales, desentrañar a partir de este substrato de percepciones, interpretar a partir de estos espesores el mundo en su vitalidad, dejando el referente lógico de representaciones como esqueleto de museo. Museo de una época que redujo el conocimiento a la narrativa teórica de conceptos, vaciados de contenidos, puras formas lógicas, olvidando que incluso sus bocetos lógicos derivan de los espesores de las experiencias. Fue una época de pretendido dominio instrumental sobre la naturaleza, de pretendido dominio de la razón sobre la complejidad integrada, reduciendo la misma razón al juicio deductivo. La razón no es pura, se hace posible, se realiza en concomitancia con la percepción; la misma razón es una combinación de sensaciones e imaginaciones; es decir, percepciones, dadas en la experiencia, articuladas de tal manera que confeccionan la explicación, el cálculo, la cognición, la predicción, en la perspectiva de adecuaciones efectivas respecto al mundo, de intervenciones efectivas en el mundo, de composiciones; es decir, de creaciones de mundos. Fue una época de reduccionismos instrumentales con objetivos operativos. Esta época se enredó en sus propios laberintos, no pudo resolver la contradicción que desató, entre la lógica abstracta de sus maquinarias instrumentales y las complejidades concretas de la vida. Sus sistemas instrumentales terminaron convirtiéndose en un peligro para la vida, los ciclos creativos de la vida.
Retomar los substratos de la experiencia social, los espesores de las percepciones sociales, buscando interpretar el mundo a partir de sus complejidades, equivale a descentrarse de las teorías racionalistas de la modernidad. Equivale a desechar sus centros, sus referentes privilegiados, sus tesis causalistas y, al final, linealistas. Equivale a vislumbrar la relatividad de los centramientos y descentramientos, comprendiendo la simultaneidad de la pluralidad, la multiplicidad de las composiciones y variaciones de los movimientos y procesos inherentes a los acontecimientos.
Voy a retomar una aseveración sugerente que hace Tomás Ibáñez en su exposición titulada ¿Es actual el anarquismo?, publicada en Página abierta. El militante y activista anarquista, refiriéndose a la intuición subversiva ácrata, dice:
Las intuiciones básicas del anarquismo están enraizadas en un denso fondo de experiencias multiseculares y de saberes más o menos soterrados, que constituyen el legado depositado por infinitas luchas contra la dominación y contra la explotación.
Nos interesa esta interpretación histórica y del presente de lo que llamamos los saberes activistas, compartiendo con el expositor, que no hay porque llamarles anarquistas, por la sencilla razón de que no se trata de ponerles etiquetas, pues al hacerlo, el comportamiento es, mas bien, conducta heredada, respondiendo a esquemas instituidos. En todo caso, este no es el debate, el que mantenemos en esta exposición, no en la de Tomás Ibáñez; el debate que compartimos está relacionado al substrato de saberes, correspondientes a las matrices de las experiencias sociales, conformados a partir de las percepciones sociales, espesores de vivencias colectivas, que se sedimentan y se estratifican en la memoria social. Estos saberes activistas, de lucha, subversivos, que aunque no se lleguen a formular en lenguaje teórico, en unos casos sí lo hacen, comprenden la integral articulación de sensaciones, imaginaciones, reflexiones dispersas, por lo tanto, de percepciones constituidas, compuestas, en su complejidad, en su emergencia, desplazamiento e inscripción en el cuerpo. En realidad, el saber, como intuición perceptual, como conocimiento denso, construido en el espesor de la experiencia, se da como acontecimiento de la experiencia y percepción social. Lo que ha institucionalizado la modernidad como conocimiento, ciencia, filosofía, también tiene su matriz en este substrato de experiencias; empero, las ciencias y las filosofías modernas han negado, como principio esta procedencia. Como origen se construyeron dos mitos; uno, relativo al conocimiento objetivo; el otro, relativo al conocimiento subjetivo. El primer mito supone relaciones neutrales e instrumentales con una exterioridad controlada. El segundo mito supone la inmanencia intuitiva de la razón, inscrita en la consciencia.
Ambos mitos, que responden a las tradiciones ejes de la modernidad, conocidas como positivismo y racionalismo, se han desentendido, como principio, axioma de partida, del cuerpo. El cuerpo no existe, salvo como objeto de estudio o como causa de anomalías. Ambas tradiciones modernas se han hecho la imagen de un mundo desértico, habitado por cosas, en un caso, o de un mundo vacío, llenado por los conceptos, enunciados y significados elaborados por el sujeto. En ambos casos desaparece el mundo efectivo, mundo constituido por la actividad vital de los cuerpos. Retomar la matriz, el substrato, que sostiene las formas de conocimientos y de saberes, sean teóricos, estéticos, culturales, técnicos, artesanales, es volver al espesor de intensidades de la vida, a las dinámicas creativas, componentes de saberes perceptuales, intuitivos, en sentido de la combinación y articulación de distintos planos, campos, núcleos de la experiencia. De entrada descartamos el sentido que le dio la filosofía moderna a la intuición, tanto en su vertiente racionalista como en su vertiente mística. Para nosotros la intuición no es una síntesis racionalista, tampoco una revelación inmanentista. La intuición es la comprensión inmediata dada como la integración perceptual de la experiencia. Para ponerle un nombre, con todo el riesgo que esto conlleva, pero para tener un referente de contraste, llamemos a esta comprensión de la intuición como una de las formas de expresión de la memoria sensible.
Los saberes subversivos responden a esta memoria social, podemos llamarlos intuiciones subversivas, al estilo de Tomás Ibáñez; lo que importa es que se trata de formas intensas de conocimiento colectivo, emergidos en coyunturas de crisis, en el despliegue del dramatismo social. En adelante vamos a formular algunas hipótesis sobre estos saberes activistas, sobre esta intuición subversiva.
Antes de las hipótesis nos haremos algunas preguntas, sobre todo para establecer los campos y los espesores en los que se mueve la problemática planteada, desde la perspectiva de la percepción y experiencia social.
¿A qué llamamos saber activista, a que llamamos conocimiento subversivo? ¿Cuál es la relación de este saber subversivo con el espesor de la percepción y la experiencia social? Hemos compartido la definición dada por Georges Canguilhem de saber en el sentido de atributo biológico que comprende la composición de capacidad de adquirir información, retener la información, es decir, constituir una memoria, de anticiparse, es decir, de actuar. Esto se entiende cuando nos referimos a organismos individualizados; empero, qué pasa cuando nos encontramos ante las multiplicidades proliferantes de organismos, entrelazados y en conexión. ¿Se puede mantener la misma concepción de saber? Cuando sabemos que lo que configura su morfología, su composición orgánica, sus capacidades, incluso su teleonomía, es el genoma, vemos que el saber del genoma no es el mismo que el saber del organismo, por más que el segundo suponga al primero. Georges Canguilhem, cuando se refiere al saber humano, incorpora a esa composición dinámica entre información, memoria y anticipación, la capacidad evocativa. Si bien, es más difícil distinguir el funcionamiento individual del funcionamiento social, colectivo, en el caso de el fenómeno evocativo, así como también es difícil distinguirlo en el caso del saber de los organismos, pues estos suponen asociaciones; es decir, sociedades orgánicas. De todas maneras, se puede decir que el saber individual tiene determinadas características, en tanto que el saber social, compartido, que hace de contexto del saber individual, tiene otras características, quizás más complejas. Por lo tanto, no es lo mismo hablar de saber en los distintos casos; su connotación varía.
Hay pues una distinción grande entre el saber del genoma y el saber de los organismos; en éstos, una distinción entre el saber social de los conglomerados orgánicos y el saber de cada organismo. Lo mismo con las sociedades humanas, añadiendo el componente evocativo, que supone una dinámica propia entre la herencia y el substrato social con la autonomía individual. El saber del genoma es más que saber, en el sentido dado por Canguilhem, supone una capacidad propia programadora. Su devenir, sus largos ciclos, está relacionado con la información transmitida por los organismos; el genoma no está directamente involucrado con la experiencia y el aprendizaje de los organismos, son los organismos los que experimentan y aprenden. El genoma acumula la información y la procesa; en largos ciclos la reprogramación del genoma tiene repercusiones en el perfil y la composición de los organismos. Hay una parte virtual del genoma, que tiene que ver con la programación; de esta manera, podemos decir, que el genoma no se encuentra ni el tiempo ni en el espacio percibido y experimentado por los organismos. El genoma está más acá y más allá de los organismos, aunque forme también parte de ellos.
El saber de los organismos es complejo, tanto en su dimensión asociativa, conglomerada, social, así como en su dimensión individual; también, claro está, en su composición dinámica entre la dimensión asociativa y la dimensión individual. Cuando hablamos de saber, esta figura es más adecuada a la composición individual, a la autonomía orgánica; esta figura es menos adecuada cuando nos referimos a conglomerados, a asociaciones, a colectividades. Se trata más bien de nichos, usando la metáfora ecológica, comunicativos, de intercambio, de redes, de campos; usando las memorias, el reconocimiento del terreno, del clima, como fenómenos vitales, íntimos. Logrando, de este modo, generar un torbellino de circulaciones de información, aprendizajes, acumulaciones, desprendiendo actividades, en consecuencia. Estamos ante el acontecimiento de la vida, ahora visto desde la perspectiva de la realización de saberes. En la dimensión asociativa, social, no es exactamente saber el que se da, sino campos de posibilidad de los saberes; campos de circulaciones de información, campos de memorias, campos de circulación de actividades; es decir, un torbellino creativo de experiencias y conocimientos.
Ciertamente, no se puede disociar el acontecimiento vital de esta turbulencia asociativa, comunicativa, cognitiva, fáctica, de la realización singular del saber en los individuos. Acontecimiento y singularidad no es descomponible. La complejidad y articulación de ambas dimensiones nos muestra que hablar de la dimensión colectiva y de la dimensión individual es, más bien, una distinción abstracta, no “real”, por así decirlo. Lo social está inscrito en lo individual, con su propia peculiaridad, con su propia singularidad, en cada caso; las singularidades componen dinámicamente lo social. Hablando, en propiedad, tendríamos que decir que el saber se realiza individualmente, empero deviene del conglomerado social, de su memoria dinámica.
Uno de los problemas relativos a las representaciones es el haber transferido características propias de los perfiles individuales a las configuraciones sociales, a las composiciones colectivas. Incluso se llega a concebir la idea de un “sujeto social”, de un “sujeto colectivo”, como si fuese un individuo macro. Obviamente es esta una deformación, una transferencia representativa, que en vez de ayudar a comprender los fenómenos del acontecimiento, lo oscurecen, pues atribuyen a lo social y colectivo composiciones relativas a los organismos, en este caso, al cuerpo humano. Los conglomerados asociativos no tienen porque parecerse al perfil singular; al contrario, es de esperar que no se parezcan, pues se trata de fenómenos masivos, plurales, que requieren se los tome en sus conformaciones complejas, bullentes, como constelaciones activas. Menos se puede hablar de una “consciencia social”, refiriéndose a ésta como fenómeno colectivo; en todo caso, la consciencia también corresponde a la autonomía singular del individuo. El acontecimiento social, como pluralidad de singularidades, supone, para usar como metáfora un concepto filosófico, lo que llamaba Hegel autoconsciencia, dialéctica del reconocimiento, en otras palabras, supone la interacción de las consciencias, de los sujetos, de las subjetividades, de los cuerpos. Lo que se da es esta proliferante dinámica de entrelazamientos, asociaciones, composiciones, interacciones, entre múltiples singularidades, donde cada singularidad cobra consciencia, si se puede hablar así, de lo que acontece. Empero, no se puede hablar con propiedad de una “consciencia colectiva”, salvo metafóricamente.
Cada singularidad comprende a su manera lo que pasa, de una manera singular. No es de esperar que su comprensión sea iguala a otra comprensión, al contrario, es de esperar que, las comprensiones, las consciencias, mas bien, sean diferentes y variadas. ¿Cómo es que se entienden entonces las singularidades? ¿Cómo es que asumen que se comparte la misma comprensión del fenómeno? Cada quien imagina que esto ocurre, aunque cada quien imagina a su manera lo que ocurre. ¿Por qué entonces se da el acuerdo, la asociación, la comunicación? Porque se comparte un mundo, que aunque cada quien lo asuma a su manera, es el mundo de nuestras experiencias; es el mundo el que hace de referente en tanto acontecimiento primordial, aunque puede ser interpretado, incluso percibido de manera singular.
Cada singularidad tiene al mundo como percepción, es el mundo como experiencia el que conecta los cuerpos, los contiene como acontecimientos singulares, se realiza en cada experiencia singular, se fija en cada memoria singular. No importa que las vivencias sean singulares, propias, lo que importa es que el mundo las constituye, así como ellas constituyen al mundo. Este común, si se puede hablar así, sitúa a las singularidades en el mundo. Este compartir el mundo las hace coexistentes, convivientes, colectivas, sociales. No importa que esta coexistencia sea asumida de una manera singular, por lo tanto, distinta en cada quien, lo que importa es son en el mundo. Eso las hace presentes, que compartan el presente, a su manera; indiscutiblemente, indudablemente, comparten el presente, que es lo que se tiene a mano, actualizando los pasados.
Más que la codificación y decodificación, más que el lenguaje, lo que conecta a las singularidades es la experiencia del mundo y en el mundo, experiencia y mundo que hacen posible el lenguaje, la codificación y la decodificación, la comunicación, los saberes. Hasta personas de diferente leguaje y de diferente cultura se pueden comprender porque comparten el mundo, aunque lo hagan a su manera.
Es el mundo el que nos constituye, son las singularidades las que constituyen al mundo. El mundo me constituye al mismo tiempo que lo constituyo para mi, en interacción y contraste con los demás. El mundo forma parte de la fenomenología de la experiencia, de la fenomenología de la percepción, aunque suponga la diferencia absoluta, la existencia sin mundo, antes de que se conforme. El mundo es una construcción mía, en interacción con las demás construcciones de mundos, al mismo tiempo que el mundo me constituye, constituyendo también a los demás, con los que interactuó, de manera próxima o de manera lejana, en distancias cortas o en distancias largas, en el presente o en el pasado, inmediato o largo. El Mundo está conformado por múltiples mundos, entornos de las singularidades, aunque distintos y variados, al formar parte del Mundo se conectan y cohabitan un presente. Y el Mundo es porque forma parte de la diferencia absoluta, de la existencia sin mundo, si se quiere, de la existencia sin la mirada humana.
Esta certeza es certeza de la percepción, es certeza sin representación, inmediata, vivencial, aunque bien puede ser interpretada por el lenguaje, como en la poesía. Es certeza del acontecimiento. Se sabe, de antemano, en los umbrales de la experiencia, de esta totalidad, usando un concepto permeable, totalidad des-totalizable y re-totalizable. Lo único que hacen las ciencias y las filosofías, es trabajar sobre estas certezas, aunque vaciándolas de sus contenidos. Salvo, hay que decirlo, lo que pasa con las percepciones abiertas por la física relativista y la física cuántica, que han cruzado los umbrales anteriores de la experiencia, han cruzado los horizontes anteriores de la experiencia, han abierto nuevos umbrales y nuevos horizontes de la experiencia humana, ampliando el Mundo en espacio-tiempos curvos, relativos, dependiendo de los referentes, ampliando el mundo hasta los lugares de la propia desaparición del universo y de la materia; los confines del universo, los agujeros negros, la infinitesimal nada en la que se sostiene todo.
Asistimos al despliegue de la experiencia humana más allá y más acá de lo que conocía; es una experiencia que incorpora en su memoria presente lo infinitesimal inacabado, en su nada, pero una nada creativa; que incorpora las gigantescas extensiones y distancias más allá de lo imaginable; que incorpora la velocidad más allá de la vertiginosidad; que incorpora la creación y dinámica de la energía más allá de la materia. No es que se desecha la anterior experiencia, ésta queda como sedimento de la memoria del presente.
Después de estos apuntes podemos volver a reflexionar sobre el llamado saber activista, saber subversivo. Como saber se realiza singularmente, individualmente; son las personas que padecen la historia, la viven intensamente, intervienen en la historia, las que contienen el saber, lo usan como parte de las acciones. Este saber no es igual en las personas involucradas en las acciones; sin embargo, en la medida que sus saberes forman parte del acontecimiento de la crisis y de la rebelión, se conectan, se comunican, comparten y participan. Cada quien asume a su manera esta vivencia, la interpreta a su manera, suponiendo que los demás la interpretan del mismo modo. Esta suposición hace como si se actuara en el mismo sentido. No importa tanto si este sentido es igual, homogéneo, en todos; al contrario, es de esperar variaciones. Lo que importa es el compromiso, la concomitancia, la complicidad, en el consenso logrado, compartir la lucha.
Lo que se llama saber activista, saber subversivo, en tanto se refiere al conglomerado social movilizado, es, en realidad, una constelación dinámica de saberes, de voluntades, de cuerpos, de deseos, de esperanzas, de prácticas alterativas. Al compartir esta experiencia el aprendizaje es colectivo, en el sentido que es singular en cada quién. Desde una perspectiva estructuralista se podría decir que hay la subversión, como una estructura subyacente; decir que es la estructura la que se pronuncia, actúa, habla. Esto es una aproximación abstracta. El estructuralismo olvida que no es la estructura la que habla, actúa, se pronuncia, son los cuerpos los que lo hacen, cuerpos vivos, pasionales, perceptivos, reflexivos. La estructura es un fantasma de los estructuralistas. Son estos cuerpos singulares los que se asocian, componen, acuerdan, emiten discursos, se movilizan; en su dinámica generan acontecimientos, acontecimientos, que a su vez los constituye como subjetividades y sujetos, usando estos términos vulnerables.
La subversión existe como acto de creación de los y las movilizadas, el activismo existe como acción de los y las activistas. Los y las subversivas lo son porque generaron el acontecimiento de la subversión, acontecimiento que los contiene, los envuelve, los atraviesa y los constituye. Lo mismo pasa con los y las activistas, el activismo como acontecimiento; también como historia, los contiene, envuelve, atraviesa y constituye.
Se puede decir entonces que hay como constelaciones dinámicas, bullentes, de desfases, de desacuerdos, de descentramientos, de conflictos, de rupturas mínimas, que se convierten en campos de posibilidad de saberes subversivos, de saberes activistas. Son los cuerpos singulares, las subjetividades singulares, las que realizan estas posibilidades como saber, a su modo, de una manera singular, compartiendo con las demás singularidades. Es esta interacción, es esta dinámica, es esta circulación, acumulación, alimentación y retroalimentación, el referente de lo que se nombró como saber subversivo, saber activista o, si se quiere, intuición subversiva, intuición activista.
Hablaremos como de cuatro niveles de lectura del acontecimiento subversivo. El primordial, es la emergencia del acontecimiento, como crisis del Mundo, dada en el Mundo. No ahondaremos ahora al respecto. El nivel singular, la forma singular vivida de esta crisis, la forma como se elabora el conocimiento de esta crisis, el saber de la crisis, que se convierte en saber activo, en saber para la acción. El tercer nivel es el orgánico, la forma de organización que adquiere la subversión, que adquiere el activismo. Tampoco vamos a ahondar en este tema. Por último, la dirección o el desenlace del proceso resultante. Puede continuar la ruta instituyente, constituyente, creativa, de una subversión permanente; desenlace menos probable, basándonos en la historia de las llamadas “revoluciones”. Puede detener la marcha instituyente y constituyente, optar por consolidar lo instituido, lo constituido, entonces hacer del desenlace una recurrencia, una repetición cambiada o modificada, de la historia repetida del poder; que es lo más probable, basándonos en la historia de las “revoluciones”.
Queremos hacer hincapié en lo siguiente: En la medida que esta experiencia subversiva, activista, se mantiene próxima, ligada, a los espesores de la percepción, a los espesores de la experiencia, al saber de los cuerpos, la potencia subversiva, activista, fluye creativamente. Empero, en la medida que se da un alejamiento, un desligamiento, de los espesores de la percepción, de la experiencia, del saber de los cuerpos, en la medida que el distanciamiento implica vaciamiento de contenidos, formulación de un discurso instrumental, de un discurso oficial, del partido lo que se llame, la potencia subversiva es sustituida por relaciones de poder, por estructuras de poder, legitimadas por un discurso oficial, el discurso de la verdad. Este debilitamiento de la potencia puede comenzar antes de lo que comúnmente se llama la toma del poder, la serpiente puede incubarse antes, en el preludio mismo de las acciones.
Hipótesis
1. A diferencia de lo que dice Émile Benveniste, cuando enuncia que nacemos en el lenguaje y desde el lenguaje nombramos el mundo, nosotros decimos que nacemos en el Mundo y desde la experiencia del Mundo damos contenido, sentido, significado, al lenguaje.
2. El lenguaje sólo es posible en el Mundo, como acontecimiento en el Mundo de los acontecimientos.
3. De la misma manera, los saberes son posibles en el Mundo, como acontecimientos en el Mundo.
4. Un saber es saber del Mundo, deviene saber de la experiencia del Mundo.
5. El saber subversivo, el saber activista, es el conocimiento del Mundo en crisis, también de la crisis del Mundo. Este saber es una disposición volitiva, es decir, una intención, así como un dispositivo en pleno ejercicio de las acciones alterativas, encaminadas a transformar el Mundo.
6. El saber subversivo, como tal, como realización, es singular, es una composición singular, en un cuerpo concreto, es una subjetividad anidada en el cuerpo. Se da este saber subversivo singular en los ámbitos de la constelación de actividades, de memorias singulares, de manifestación de saberes singulares, constelación que también contiene acumulación y circulación de información, de transmisiones orales, escritas, estéticas, de las experiencias de luchas.
7. Lo que se da es una participación, un compartir, en esta constelación social, donde la experiencia social de las luchas se transmite en interpretaciones, narraciones, leyendas, mitos, también en aprendizajes colectivos o, más bien, socializados, en transformaciones de esquemas de comportamientos y conductas. Sobre todo adquiere cuerpo en movilizaciones.
8. La movilización es una de las formas desplegadas y desenvueltas del saber activista, del saber subversivo en acción. La movilización comprende varios desplazamientos, no solo de las multitudes, de las organizaciones y estructuras involucradas, sino también de los valores, de las subjetividades, de la misma potencia social.
9. Las movilizaciones pueden convertirse en cruces de umbrales, cruces de horizontes, cruces de límites, generando rupturas en los horizontes mismos de la experiencia, abriendo horizontes nómadas de la experiencia, iniciando nuevas épocas, que en la interpretación teórica se nombra como nuevos horizontes históricos-culturales.
10.Empero, si estas rupturas no logran trastrocar la estructura sedimentada del poder, las estratificaciones sedimentadas en el cuerpo de las formas múltiples de dominación, si no logra crear un nuevo substrato, una nueva matriz, algo así como inventar un nuevo origen o procedencia, los cambios terminan siendo epidérmicos, por así decirlo, sin llegar a transformar la misma base reproductiva del poder.
11.A esta altura de las historias políticas y de las luchas sociales, emancipatorias y de liberación, es indispensable un activismo integral, radical, autopoiética, capaz de crear un nuevo substrato y matriz histórico-cultural, es decir, substrato y matriz civilizatoria, que libere la potencia social de las capturas de las redes institucionales del poder.
Conclusiones
1. Los saberes subversivos, los saberes activistas, las intuiciones subversivas y activistas, son percepciones sociales, conocimientos colectivos, de la crisis del sistema-mundo, son, por eso, conocimientos y percepciones creativos, de ruptura con un presente y un pasado de dominaciones, de apertura hacia un futuro que actualiza las luchas libertarias del pasado y la potencia del presente.
2. Hay que diferenciar la constelación dinámica de las asociaciones, composiciones, circulaciones, realizaciones de memorias, de informaciones, de aprendizajes, de experiencias, de deliberaciones, de consensos, de circulación de saberes singulares, respecto del saber, como tal, que es como la materialización, la expresión, la realización singular de esta constelación.
3. Se ha usado la metáfora del tejido social, de la trama social, de los entramados sociales y colectivos, para referirse a las asociaciones y composiciones sociales, en nuestro caso, de la rebelión. Empero, no hay que olvidar que esta es una metáfora. Figura en la que hay que develar la complejidad de las relaciones, ligazones, comunicaciones, conexiones, transmisiones, complicidades, compromisos, consensos, que se dan en la constelación de los movimientos emancipatorios.