Comuna

CRÍTICA DE LA “RAZÓN” NACIONALISTA

Raúl Prada Alcoreza

Dedicado a Juan Pelerman Fajardo, combatiente anarquista, maestro intempestivo, eterno militante anti-imperialista.

La presentación de los resultados del Censo de Población y Vivienda de 2012, sobre todo los que se refieren a la pregunta de opinión sobre auto-identificación, han ocasionado una reacción, que llamaría exaltada, sacando conclusiones apresuradas, como la que dice: ven, la mayaría de la población en Bolivia no es indígena, es “mestiza”. Dejamos constancia de nuestra posición al respecto, dijimos con anticipación que no se trataba de un censo, sino de un retroceso a una enumeración, con pretensiones de ser completa. También dijimos que había problemas con la preparación del censo, debido a la ausencia de actualización cartográfica, además de problemas en la boleta censal, pues no se mantuvo la consistencia de las preguntas de comparación internacional, no se corrigió, desde el 2001, la pregunta solitaria de opinión sobre auto-identificación,  que no viene acompañada por preguntas de control. Este tema merecería un tratamiento adecuado; tanto desde el punto de vista “objetivo”, trabajando preguntas apropiadas contando con la constatación de evidencias; tanto como desde el punto de vista de vista “subjetivo”, de opinión. Empero, a pesar de estas observaciones se ha persistido en mantener la forma de pregunta, aislada de un contexto metodológico de preguntas de control. Los medios de comunicación, la llamada oposición, además de otros “opinadores”, se enfrascaron en una discusión estéril sobre la necesaria incorporación de la pregunta sobre la auto-identificación de mestizo. No se trataba de resolver el problema, incorporando la categoría de mestizo, en una pregunta aislada de opinión. Así no se resuelven los problemas metodológicos y logísticos de un censo mal encaminado.

Los “opinadores”, los medios de comunicación, los nacionalistas, vuelven a hacer relucir la pregunta de opinión, sus resultados, atendiendo a las proporciones que salieron sobre pertenencia e identidad, obviando que no hubo un censo “científico”, que así como se llaman, sino una enumeración incompleta . ¿Qué discusión puede haber sobre datos inadecuados e inconsistentes, que no tienen valor estadístico?  Ninguna. Si los nacionalistas se agarran de estos resultados desesperadamente, como revancha esperada, no hacen otra cosa que mostrar su falta de seriedad en los temas y en la discusión. Lo que sí es serio, y esto interesa, además es esto lo que hacen cuando pueden, es volver a exponer su concepción nacionalista de la historia.

Antes de comenzar la crítica a la “razón” nacionalista, vamos a aclarar algunos puntos, que deberían estar despejados.
1.    La defensa de los derechos de las naciones y pueblos indígenas no es asumida porque son más o son menos, porque son mayoría o son minorías, sino porque se trata de una lucha descolonizadora. Esto es, es una lucha contra la dominación polimorfa colonial, imperial y capitalista.

2.    Por lo tanto, esta lucha descolonizadora tiene su legitimidad de por sí, es histórica-política; corresponde a la lucha emancipadora de los pueblos colonizados.

3.    Pretender que este problema, el de la colonialidad, se resuelve con la consolidación del Estado-nación, no es más que patentizar la continuidad del colonialismo en la forma unificada de nación mestiza y de Estado moderno, ratificando la conquista, la colonización, el despojamiento y desposesión colonial y capitalista. Desconociendo la institucionalidad de las naciones y pueblos indígenas.

4.    El nacionalismo es  un imaginario político que legitima la dominación de la burguesía nativa - entiéndase como se entienda esto de burguesía nativa; criolla, mestiza o indígena -, que tiene su articulación orgánica con la burguesía internacional, al formar parte ambas del control del sistema-mundo capitalista. Entonces, la pretendida independencia que persiguen los nacionalistas no es otra cosa que ilusión, pues lo que hacen es soldar las cadenas de la dependencia al complementarse con las estructuras de dominación y control mundial del capitalismo. No puede haber independencia  con un Estado-nación que administra la transferencia de los recursos naturales de las periferias a los centros del sistema-mundo, lo hagan a través de la vía privada o nacionalizando.

5.    La independencia proclamada solo puede darse por el camino de la descolonización, que además exige salir del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, postulado tanto por los nacionalistas, los liberales y neo-liberales.

6.    Entonces la defensa de los derechos de las naciones y pueblos indígenas es un requisito de partida de la descolonización. No hay una lucha anti-imperialista consecuente que no sea a la vez una lucha anti-colonial y descolonizadora. Tampoco hay una lucha por la independencia que no sea a la vez una lucha contra el despojamiento y la desposesión extractivista de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Como no hay una lucha consecuentemente anti-capitalistas sino es una lucha consecuentemente anti-colonial y descolonizadora.

Dejando en claro estos puntos, podemos iniciar nuestra crítica a la “razón” nacionalista.

La “razón” nacionalista no es otra cosa que la reiteración discursiva y local de la razón de Estado. Lo que se llama razón de Estado se encuentra en las raíces mismas del Estado moderno, de la separación dada entre Estado y sociedad.  La razón de Estado es la razón de los juristas y burócratas,  interesados en la universalización de la ley, en la abstracción del poder, en la conformación de una maquinaria administrativa instrumental, no ligada al cuerpo del rey. La razón de Estado eleva el concepto de Estado a verdad absoluta, principio y fin de la historia nacional. Es, en términos kantianos, una idea, un ideal. A nombre de esta idea se legitiman las dominaciones instauradas. La nación es el otro concepto ligado al Estado; en realidad, es el Estado el que construye la nación, el que formula la “ideología” nacionalista. Se construye la nación abstracta, unificada, donde desaparecen las otras identidades, las otras lenguas, las otras culturas. Esta unificación y homogeneización se efectúa recurriendo a la fuerza, por lo tanto a la violencia para imponerla. La razón de Estado es la razón de la ley, ley suprema, ley abstracta, impuesta a todos, a pesar de la diversidad y diferencia.

La “razón” nacionalista se basa en la razón de Estado. Lo que hace sobre esta base es desarrollar una “ideología” nacionalista propia, con sus propias particularidades, referencias y memoria. Los que han jugado un papel en las luchas emancipadoras son los nacionalismos criollos, en la llamada guerra anticolonial de las independencias. Como dice Benedict Anderson, la “ideología” nacionalista o, si se quiere, el imaginario nacionalista, arranca en las colonias de América, con los colonos opuestos y afectados por la administración colonial, que restringía sus facultades y accesos, discriminándolos en la jerarquía racial de las colonias, aunque no ocupen el último puesto de la pirámide social . Este nacimiento de la “ideología” nacionalista fue recogido por los nacionalismos del siglo XX, cuando en las repúblicas conformadas, en los Estado-nación constituidos, la dominación económica imperialista se apoderó de las riquezas de los países. La “ideología” nacionalista se reformuló en la formación expresiva de los discursos populistas. Esta “ideología” interpela al imperialismo, a sus formas inscritas en el país, sobre todo interpela a las oligarquías aliadas al imperialismo. Este nacionalismo anti-imperialista popular tiene efectos de cohesión y convocatoria, logra articularse a organizaciones de trabajadores y a las llamadas clases medias, mas bien urbano-populares, repercutiendo en el campo político al reconfigurarlo. Este nacionalismo llega efectivamente al poder, como se dice, desde donde comienza su proyecto politico a partir de las medidas de nacionalización.  Estos nacionalismos populares propugnan un capitalismo de Estado, tal como lo concebimos en América Latina; es decir, un capitalismo administrado por el Estado, sobre todo con el establecimiento de empresas públicas. El programa, más o menos, se puede resumir en las medidas de nacionalización, en el control del comercio exterior, en una política proteccionista, en el control del cambio y en la nacionalización de la banca.

Hasta ahí tenemos el carácter progresista de este nacionalismo anti-imperialista y popular. El problema del nacionalismo es su apego, como dijimos a la razón de Estado, que corresponde a la lógica de la universalización, homogeneización y generalización del poder, en su forma abstracta; esta macro-institución que incumbe al campo burocrático. El problema del nacionalismo es sostener el imaginario de una nación unificada y homogénea, “ideología” que logra materializarse por el propio ejercicio estatal, de los aparatos ideológicos del Estado, por el funcionamiento eficaz del campo escolar. Esta nación universal se impone y sustituye a las naciones concretas, diversas y singulares. El Estado entonces se reproduce en las dinámicas mismas del campo escolar; se legitima como mega-agenciamiento concreto de poder por ser la nación, la nación institucionalizada, la nación como norma y ley. El nacionalismo refuerza la gravitación estatal en su relación con la sociedad.

Los nacionalistas de las sociedades de las periferias del sistema-mundo capitalista consideran que el fortalecimiento del Estado es fundamental en el enfrentamiento con el imperialismo.  En este argumento se explica la razón de Estado, que, en estas condiciones, pretende ser razón anti-imperialista. ¿Hay que preguntarse si hay una razón anti-imperialista, si la razón de Estado puede convertirse en razón anti-imperialista, cuando es la misma razón de Estado que ha llevado al imperialismo? La genealogía del Estado lleva al imperialismo, al dominio de un Estado sobre otros estados, después de haber dominado a su propia sociedad. Lo que se puede comprender es la contradicción entre estados, mucho más si se trata de la relación de poder de un Estado imperialista respecto de otro Estado subordinado. En esta contradicción está claro que hay que defender al Estado subordinado frente al dominio del Estado imperialista; empero, lo que está difícil aceptar es que el Estado subordinado pueda llevar a término la lucha anti-imperialista consecuentemente, manteniéndose en la propia institucionalidad estatal. Manteniendo sobre todo una “ideología” nacionalista.

Ciertamente el fortalecimiento del Estado-nación subalterno es indispensable, es parte de la lucha anti-imperialista, a su dominación, a sus agresiones y a su apropiación desmedida y neocolonial de los recursos naturales. No se puede pensar esta lucha sin el fortalecimiento de los estados subalternos; esto es parte de la defensa de la soberanía nacional, indudablemente. Empero, el problema es que el Estado-nación subalterno, que se confronta con el imperialismo, reproduce una dominación interna, un colonialismo interno. El colonialismo interno se puede definir no solo como continuidad del colonialismo externo, en las dimensiones locales, sino también con su trasformación estructural en las condiciones de republica y el Estado-nación.

En Bolivia el colonialismo interno adquiere forma de mestizaje. La nación es la nación mestiza, el Estado-nación es el Estado que nace de la revolución nacional. Es el Estado que emerge de la nacionalización de las minas, de la reforma agraria, del voto universal y de la reforma educativa. Al principio estamos ante un Estado acompañado por el pueblo armas; milicianos obreros y campesinos armados, un Estado sostenido por los sindicatos de obreros y campesinos, un Estado administrador y gestor de empresas públicas. Un Estado que postula la educación fiscal, abriendo la educación para todos. Estamos hablando de todo un despliegue instrumental en la construcción la nación y el Estado-nación, además de la representación del pueblo. Pero, todo esto, todas estas construcciones institucionales, se pueden efectuar diluyendo a las comunidades, a las naciones y pueblos indígenas, en la nación mestiza, en la sociedad mestiza. El proceso de subsunción es gigantesco, las comunidades se convierten en sindicatos agrarios, las autoridades originarias en dirigentes sindicales, las tierras comunitarias en tierras distribuidas y entregadas como propiedad privada a las familias. Las migraciones convierten a los habitantes rurales en habitantes urbanos, la escuela convierte a los niños en castellano hablantes, expandiendo el bilingüismo, si es que no desaparece la lengua nativa.

Esta nación, la boliviana, como cualquier otra nación, correspondiente a la construcción del Estado-nación, es una comunidad imaginada, hecha “realidad” social, si se quiere por el campo escolar. Sin embargo, el Estado-nación no logra hacer desaparecer las diferencias culturales, las diferencias lingüísticas, no logra hacer desaparecer las naciones y los pueblos nativos. Persisten, resisten, no son subsumidos del todo, mantiene sus características propias culturales, inclusive institucionales.

El nacionalismo comprende también una concepción histórica lineal y evolutiva. Su tesis es la transición a la sociedad moderna, al desarrollo, al bien estar, a través del crecimiento económico. En este sentido caracteriza a las comunidades indígenas como atrasadas y a las otras culturas como pre-modernas o no modernas. Las soluciones son entonces el desarrollo y la modernización.

Es sugerente observar la forma como el Estado y la nación se convierten en sujeto, en el imaginario social. Como si el Estado tuviera vida propia y no fuera movido por las propias dinámicas sociales, como si la nación fuera alguien, una madre, con memoria histórica, a la que hay que defender, como si esta imagen no correspondiera a una construcción estatal, transmitida e inoculada por la escuela. Las entidades jurídico-políticas se convierten en “realidad” social a través de las instituciones, se institucionalizan. La nación entonces “existe” por este armazón institucional. Es una invención estatal. La escuela o el programa escolar encuentra una historia de la nación; esta historia rastrea desde los orígenes mismos de la nación. Ésta se encontraría en la época precolonial, en las sociedades conquistadas y colonizadas. Los acontecimientos de los levantamientos y rebeliones anticoloniales se convierten en la historia de la nación que surge en su lucha emancipadora. Las conspiraciones y sublevaciones en las ciudades se convierten en escenas dramáticas de la historia de la nación. Todos los eventos, tanto los levantamientos indígenas como las rebeliones criollas, se convierten en parte de la misma historia de la nación, que avanza a su realización. La guerra anticolonial pan-andina y la guerra de la independencia son aproximadas en el relato del nacimiento de la nación mestiza. Cuando nace la nación nace desnuda, todavía incompleta, requiere seguir madurando para lograr su realización plena. Todavía tiene que experimentar, tiene que sufrir, para madurar, para formar su consciencia nacional. Las heridas que abren las guerras en el cuerpo le ayudan a adquirir consciencia histórica, las clases sociales se encuentran en las trincheras, donde mueren y se mezclan sus sangres. La consciencia nacional se forma en el drama de la guerra. Los combatientes vuelven a la finalización de los desenlaces bélicos, vuelven para recuperar el país en manos de la oligarquía. La revolución es el renacimiento de la nación, la recuperación de su soberanía; la nación puede emprender su época auténtica, cuando ella es ella misma, llevada de la mano por el Estado-nación.

Esta narrativa nacionalista puede ser expresada de distintas maneras, más teórica, más históricas, más descriptivas,  más propagandísticas, no importa; el formato más o menos es el mismo. Lo que importa es la conclusión; todos somos uno, el Estado-nación; todos venimos de la misma madre, la nación; por lo tanto, todos somos la nación. Esta “ideología” nacionalista, que es también una “ideología” mestiza, ha hermanado a todos, indígenas, mestizos, criollos; incluso ha hermanado a las clases sociales, pues ha logrado la alianza de clases. Los problemas coloniales habrían desaparecido, la lucha de clases habría desaparecido; lo que queda adelante es resolver los problemas de desarrollo.

Este relato convincente forma parte del imaginario nacionalista. El mito nacionalista es la nación. Se puede decir que los pueblos no pueden vivir sin sus mitos; los mitos constituyen la matriz estructural de las subjetividades. Empero, lo que no se puede aceptar es que el mito moderno de la nación y el mito moderno de la historia, se den a costa de la desaparición de los otros mitos constitutivos de los pueblos, componentes, si se quiere, de la “nación” del Estado. No se puede aceptar que la construcción de la “nación” del Estado equivalga a la desaparición de las naciones e identidades culturales de los pueblos componentes de la “nación” del Estado. Esto no es democrático, aunque sea republicano. El “desarrollo evolutivo” de la democracia, usando términos inapropiados como “desarrollo” y “evolutivo”, refiriéndonos a la profundización de la democracia, ha ampliado los derechos fundamentales, incorporando los derechos colectivos; en este sentido, el derecho de las naciones y pueblos indígenas a su autonomía, a su autogobierno y libre determinación. El respeto de estos derechos hace ahora a la democracia, al ejercicio de la democracia y de la política contemporánea. Desconocer estos avances es situarse en una posición anacrónica y conservadora, que además no deja de ser colonial. Esto ya no es anti-imperialismo, es mantenerse en los códigos imperiales, aunque se lo haga localmente.

En esta historia efectiva, lo que hay que entender es que, en el contexto contemporáneo, en la actualidad del dominio y control financiero del ciclo del capitalismo vigente, la lucha anti-imperialista, hoy, en la coyuntura de crisis orgánica y estructural, es distinta que la de a mediados del siglo pasado. En aquél entonces el movimiento nacional-popular en Bolivia se enfrentaba a la oligarquía minera, burguesía minera a la que se llamó el súper-Estado minero, que tenía en sus manos el manejo del Estado y el control de los gobiernos de turno; oligarquía minera que, además, monopolizaba privadamente la explotación y la exportación de los recursos mineros. En esta situación histórica, económica y política, el libro de Carlos Montenegro Nacionalismo y coloniaje es, además de crítica del poder de la oligarquía minera y latifundista, una convocatoria a unir la nación contra la anti-nación, que dejaba las venas abiertas por las que sangraba el país. La anti-nación identificada era lo que se llamó popularmente la “rosca minera”, que correspondía a una caracterización de la época, conocida también como la “feudal-burguesía”. En ese contexto histórico y político, el “concepto” de nación se identificaba con el concepto de pueblo, de pueblo oprimido por la “feudal-burguesía”; la lucha requería la necesaria unificación de las fuerzas populares. Se trataba de la guerra de la nación de los explotados y oprimidos contra la dominación de la “feudal-burguesía”, cuyos intereses coincidían con los intereses del imperialismo británico.

A pesar de las diferencias de concepción, de las diferentes perspectivas políticas, otras interpelaciones a la oligarquía minera coincidían en esta percepción histórica, que tenía como horizonte al Estado-nación. La interpelación trotskista del POR, expresada en la Tesis de Pulacayo, también concebía una lucha contra la “feudal-burguesía” en términos de unificación de fuerzas, de alianzas en un frente anti-imperialista, bajo la hegemonía de proletariado, cuya alianza fundamental era obrero-campesina. También el POR, desde el enfoque de la lucha de clases, tenía como horizonte la nación, aunque planteaba una revolución permanente, en el marco de la teoría de transición, que conduzca a la dictadura del proletariado; es decir, a un Estado socialista en transición al comunismo. Como dice, Luis H. Antezana, estas interpelaciones, la nacionalista y la proletaria, componen una formación discursiva característica, correspondiente al discurso del nacionalismo revolucionario . Lo que nombro como la episteme boliviana .

A estas alturas, a más de sesenta años de la revolución de 1952, no se puede estar blandiendo el mismo discurso “ideológico”, como si los contextos histórico-políticos no hubieran cambiado, como si no se hubiera vivido la experiencia del “nacionalismo revolucionario”, como si no se hubieran conocido su realización, además de sus límites. Pretender luchar contra el imperialismo actual, transformado, cuya composición estructural es otra, con las armas discursivas e “ideológicas” de la mitad del siglo XX, es un error no sólo conceptual sino estratégico y táctico. No se puede entablar el combate con mapas desactualizados; es como ir a una derrota segura.

A estas alturas no se puede alguien arrogar la posesión de la “verdad”, menos cuando se tiene una interpretación anacrónica, como la nacionalista; interpretación débil para comprender lo que acontece en la coyuntura. Descalificar, desde la posesión de la supuesta “verdad”, a otras interpretaciones de la época en cuestión, mitad del siglo XX, y a las nuevas interpretaciones del presente. Por ejemplo, descalificar a la interpretación de Guillermo Lora   por su enfoque de lucha de clases, que daría lugar a la desunión y no a la unificación de las fuerzas. La interpretación del POR formó parte de la misma episteme, aunque lo haga desde posiciones más radicales. Por otra parte, la experiencia de los gobiernos del nacionalismo revolucionario, para no incluir a los gobiernos del nacionalismo reaccionario, las dictaduras militares, corresponde a la historia efectiva, no a la historia imaginaria; esta experiencia histórica y política ha mostrado las contradicciones del nacionalismo revolucionario y sus propios límites. El nacionalismo, de revolucionario, tiene sólo la exaltación del término y las medidas iniciales que se tomaron, como las nacionalizaciones. La revolución queda ahí, en las nacionalizaciones; lo que viene después es reiterar la consolidación de las bases de la dependencia, como el modelo extractivista de la economía y la forma del Estado rentista. Gestiones nacionalistas que resuelven sus problemas de legitimación, en la etapa crítica del proceso politico, recurriendo a la ampliación de las redes clientelares, empujando a la administración de las empresas publicas a una pesada burocratización,  a una alarmante ineficacia y, por último, a una escandalosa corrupción. Si no hay una crítica a esta práctica efectiva nacionalista, es difícil tomar en serio las “críticas” actuales de los nacionalistas.

 A estas alturas, tampoco se puede aceptar la crítica a la Constitución Política del Estado, concretamente a su condición plurinacional del Estado, con el argumento insostenible, que sólo vale para la diatriba, de que detrás de la constitucionalización del Estado plurinacional estaban las ONGs. Llama la atención un manejo descuidado y desinformado del tema. El Convenio 169 de la OIT de NNUU, que establece los derechos de los pueblos indígenas, no ha sido un obsequio de Naciones Unidad sino una conquista de la lucha de los pueblos indígenas del continente Abya Yala por la descolonización, por sus territorios y derechos colectivos. Se trata de una lucha de décadas, realizada por las organizaciones indígenas, en defensa de los territorios comunitarios, reivindicando la autonomía, el autogobierno, la libre determinación, en defensa de sus leguas, de sus culturas y de sus normas y procedimientos propios. El concepto de Estado plurinacional viene de estas luchas de los pueblos indígenas. Descalificar esta lucha y sus logros políticos y conceptuales, que se expresan en otra perspectiva de transición pos-capitalista, como es la del Estado plurinacional, Estado en transición, no es más que reproducir prejuicios coloniales.

No se tiene todavía la experiencia del Estado plurinacional, pues este Estado no ha sido construido, ni en Bolivia, ni en Ecuador. Lo que se ha hecho es preservar y restaurar el Estado-nación, convirtiendo lo plurinacional en un folklore ceremonial y de montaje político. Al respecto es aceptable un debate sobre el Estado plurinacional, sobre su viabilidad, sus posibilidades y alcances transformadores, emancipadores y liberadores. Empero, se trata de un debate, mejor si es teórico, pero no de la reiteración de una diatriba y descalificación prejuiciosa. En lo que coinciden oligarquías, conservadores, nacionalistas, vieja izquierda, ideólogos y funcionarios del gobierno, es que defienden el Estado-nación como único horizonte posible, como fin de la historia. Todos ellos comparten esta perspectiva conservadora, cuya raíz conceptual radica en la razón de Estado.

Sergio Almaraz Paz tenía una virtud, entre otras, haber comprendido que una revolución estaba en marcha, a pesar de sus contradicciones. Parte del trotskismo de entonces también comprendió que esto ocurría, hizo en-trismo en el MNR, para posteriormente dividir el partido y atraerlos hacia la conformación del partido revolucionario. Los “entristas” quedaron atrapados en el magma del MNR, siguiendo una ruta sinuosa que Sergio Almaraz llamó el tiempo de las cosas pequeñas. Sergio Almaraz, militante de la juventud del PIR, responsable de la célula Lenin, fundador del Partido Comunista, después expulsado de éste, entre otras cosas por leer más a Camus que a Kostantinov, ingresa al MNR, partido destinado a hundir una revolución hecha por obreros, campesinos y sectores populares urbanos. En este drama político, no se puede escapar a la seducción de la revolución, de comprometerse y  entrelazarse con una revolución popular; la revolución interpela, convoca, exige que se tenga una actitud clara con ella. Muchos se desentendieron y se apartaron de las masas. Con esto no se dice, de ninguna manera, que había que entrar entonces al MNR, ya sea como “entristas” o como lo ha hecho Sergio Almaraz. Sencillamente se dice que no se podía ignorarla, como lo hicieron quienes de desconectaron de ella, desconectándose también de las masas. Ahora también hay quienes ignoran lo que ha ocurrido entre el 2000 y el 2005 con la movilización prolongada. Esta movilización de las multitudes, de los sindicatos campesinos, de las naciones y pueblos indígenas originarios, de los sectores populares urbanos y de los trabajadores mineros, es un acontecimiento insurreccional. Este acontecimiento político ha puesto en evidencia la crisis múltiple del Estado-nación, este acontecimiento insurreccional ha puesto en mesa todos los problemas no resueltos, todas las luchas y reivindicaciones, las antiguas guerras inconclusas y la presente guerra contra el Imperio.  Las dos consignas claras de esta movilización se expresaron en la Agenda de Octubre; agenda que exige la convocatoria a la Asamblea Constituyente, reivindicación que viene de parte de las organizaciones indígenas y de los cabildos de la guerra del agua en Cochabamba; agenda que  exige la nacionalización de los recursos naturales, concretamente, los hidrocarburos. En otras palabras, se articularon el proyecto indígena de descolonización y el proyecto nacional-popular. Esta articulación no fue dada en el marco de la “ideología” nacionalista, todo lo contrario, fue elaborada en una perspectiva pluralista. No se puede desconocer y despreciar esta perspectiva colectiva, esta construcción política colectiva, este saber colectivo, más aún, a nombre de un nacionalismo que se remonta a la primera mitad del siglo XX, nacionalismo que no ha salido de sus contradicciones y de sus enrevesadas relaciones con el imperialismo que decía combatir.

La razón de Estado

La razón de Estado es, en primer lugar, la aparición de una forma de gobierno que ya no es el gobierno de sí mismo, el gobierno de la familia y el gobierno de la ciudad, en el sentido de la la Grecia antigua; tampoco corresponde al gobierno pastoral, al gobierno de las almas, al gobierno de la iglesia. Se trata de un gobierno terrenal, que tiene sus propias “leyes”. En segundo lugar, la razón de Estado corresponde a la racionalidad de los políticos, quienes desarrollan un tipo de raciocinio sobre temas de la política, de gobierno, de administración, de políticas públicas. En tercer lugar, la razón de Estado convierte al Estado no sólo en una idea independiente, relativa a un campo de conocimiento, sino también en una “realidad” institucional .

La razón de Estado vendría a ser la composición, la estructura y la lógica del Estado; así como también el conocimiento de esta composición, estructura y lógica, de su funcionamiento. La razón de Estado concibe al Estado fuera del campo natural, fuera de la esfera divina, forma parte de la esfera terrenal, definiendo un campo propio, el del Estado, el campo institucional. La razón del Estado es el saber sobre el Estado, más o menos planteando el conocimiento de su “esencia”. La razón de Estado es conservadora, se propone conservar al Estado y se propone el Estado como fin mismo. La razón de Estado no se plantea como problema el origen del Estado o su culminación, se trata, mas bien, de una concepción de tiempo indefinido del Estado.  La razón de Estado se propone la paz, pero no la paz del imperio, sino la paz entre los estados, la paz pensada como equilibrio entre los estados, es decir, como diplomacia. Lo más peculiar de la razón de Estado es que descubre lo intrínseco al Estado, esto es, su carácter de excepción; el Estado de excepción, su facultad inherente de suspender las leyes y los derechos para gobernar .

La razón de Estado se manifiesta elocuentemente en el teatro político, en los montajes ceremoniales del poder. El Estado se muestra apabullantemente a plena luz del día o sigilosamente  en las tinieblas de la noche, protagonizando con imágenes desmesuradas el papel dramático de la política, de una manera desmesurada y presumiendo omnipresencia. Así como la razón de Estado es la exigencia de obediencia al pueblo, quien puede sublevarse, revelarse, movilizarse, a partir del descontento. Entonces, la razón de Estado es también la administración de las causas del conflicto, comprendiendo tanto las causas estructurales como las ocasionales. El pueblo aparece a la razón de Estado con sus dos rostros; como sujeto de legitimación de sus actos o, al contrario, como interpelación de los mismos . 

Los nacionalistas no cuestionan el Estado, mas bien son una de sus expresiones más acabadas, una de sus ideologías más elaboradas; este es el límite del nacionalismo, aquí acaba su función emancipadora,  a partir de aquí su papel no solo es conservador sino hasta reaccionario. Recurre a la razón del Estado, a la necesidad del Estado, al Estado de sitio, a la suspensión de las leyes y los derechos para salvar al Estado. Se acepta la violencia del Estado para salvar los temas estratégicos, desechando los que considera temas pequeños; se sacrifica a unos, que estorban, para mantener a otros, que considera el Estado que son necesarios.

A diferencia de los socialistas, por lo menos los socialistas marxistas, aquellos que se llamaron comunistas, que se plantearon, al menos en el Manifiesto comunista, la destrucción del Estado, sustituido por la asociación de productores, los nacionalistas no cuestionan el Estado. Empero los socialistas resultaron socialistas inconsecuentes al agarrarse del Estado para defenderse, al optar por el Estado para establecer la dictadura del proletariado, quedando atrapados en el funcionamiento de sus engranajes y su fabulosa maquinaria, volviéndose también extremadamente estatalistas. Es cuando el socialismo se convierte en reaccionario y represivo. El problema en ambos casos es ciertamente su límite, que no pueden cruzar, el Estado; problema que también se puede interpretar a partir de una pregunta que no se responden: ¿Cómo continuar con la emancipación, cómo convertirla en liberación?

En Bolivia y, al parecer en América Latina, los nacionalistas se apegan al verdugo que dicen combatir. Dicen defender los recursos naturales de su despojamiento imperialista; empero, cuando nacionalizan las empresas transnacionales que explotan los recursos, continúan con el modelo extractivista, volviendo a entregar los recursos naturales a la vorágine capitalista, sólo que lo hacen en otras condiciones, después de haber disputado los términos de intercambio. Es cuando el nacionalismo se embarca en un discurso encubridor, atiborrado de justificaciones, inventando seudo-teorías de la revolución por etapas, prolongando la dependencia. Este nacionalismo, que se dice de soberanía, no hace otra cosa que manifestar dramáticamente su incapacidad para defender la soberanía. En definitiva, en las periferias del sistema-mundo capitalista el nacionalismo ha servido para reforzar la dominación imperialista, investida ahora con una aparente continuación de la lucha anti-imperialista, mostrando nacionalizaciones que no continúan con la transformación del modelo productivo, que no puede ser otro que salir del modelo extractivismo.

Decir ahora que los pueblos indígenas, sus derechos, constitucionalizados, son los mejores aliados del imperialismo, porque detrás de sus planteamientos están las ONGs es no solo un argumento insostenible, sino también un discurso colonial. Ahora, el mejor argumento de las empresas trasnacionales, mineras e hidrocarburíferas, que encuentran en la consulta con consentimiento y previa, que encuentran en los derechos indígenas, que encuentran en los territorios indígenas un obstáculo para sus inversiones y su explotación. Los nacionalistas, coincidiendo con las empresas trasnacionales, encuentran en los pueblos indígenas un obstáculo al desarrollo. ¿No es este un acuerdo imperialista, entre los nacionalistas, los nuevos cipayos, y las empresas trasnacionales, apoyadas por el sistema financiero mundial?

Atacar a los pueblos indígenas es atacar a los sujetos sociales que se han levantado contra el capitalismo desde la guerrilla en la selva Lacandona hasta la movilización prolongada boliviana, en defensa de la madre tierra. La lucha anti-imperialista concreta, la  lucha anticapitalista efectiva, viene efectuada por los pueblos indígenas, así como también por movimientos sociales anti-sistémicos no-estatalistas, por lo tanto no-nacionalistas, movimientos sociales anti-sistémicos pluralistas.

¿Es un problema el mestizaje?
          
La llamada oposición y el gobierno se entrabaron en una discusión, que me parece estéril; si se incluía o no en el listado de pueblos indígenas a la categoría mestizos. Cuando el problema no era este. Técnicamente el problema planteado desde el censo de 2001, que incluye la pregunta, era que se trataba de una pregunta de opinión, que merece otro tipo de tratamiento; una metodología para preguntas de opinión, que requieren de un paquete, incluyendo preguntas de control. Sin embargo, extraña que no se haya tenido en cuenta la encuesta socio-étnica y demográfica, realizada a fines de los años noventa, con el objeto de cubrir a la población de los llamados pueblos nativos. Allí se captan varias características, mediante una boleta con preguntas objetivas, sujetas a verificación en sitio. Se trataba de introducir en la boleta censal, del censo que venía, un paquete de preguntas que permitan captar características de los pueblos indígenas, no solamente los tamaños. Sin embargo, no se sabe por qué se optó por una pregunta de opinión, aislada, que además iba a dar resultados muestréales. El mismo problema se mantuvo once años después, en el Censo de Población y Vivienda de 2012. ¿Por qué? No se sabe por qué no les interesa a los organizadores del censo discutir temas estratégicos que afectan a toda la población. Prefirieron optar por decisiones arbitrarias, derivadas del ejecutivo, que tiene escaso conocimiento de la metodología de los censos, mucho menos de demografía.

La introducción de la categoría mestizos en el listado no resolvía, obviamente, los problemas estadísticos heredados. ¿Es un problema saber si son mayoría los mestizos o los indígenas? ¿No es este, mas bien, un problema de poder? Hay en esta situación algunas alternativas; que sean mayoría los indígenas, sin embargo, minoría política; que sean mayoría los mestizos, sin embargo, ahora se sienten minoría política; ¿por qué? Una tercera alternativa, que ambos sean mayorías y minorías, en unos casos demográficas, en otros casos, políticas, dependiendo de la territorialidad. ¿Qué significa esto en términos políticos? ¿No se puede plantear la cuestión de otra manera? Por ejemplo, que todos sean mayorías políticas, mejor dicho que todos sean minorías políticas, bajo una concepción pluralista de la política. Esta discusión sobre quien es mayoría nos muestra que no se ha entendido el espíritu constituyente, la episteme pluralista, en el que mueve la Constitución.

Como dijimos más arriba, sobre los resultados cuestionables del censo, que no fue censo sino una enumeración incompleta, con un margen de sub-registro, por lo tanto de sub-numeración, por falta de actualización cartográfica, que podría moverse entre el 10% al 30%, no se puede discutir nada. Hay que hacer un censo de verdad, con amplia participación de la ciudadanía.

El vicepresidente, en el discurso del 6 de agosto, en Cochabamba, dijo, refiriéndose a los resultados censales, sobre todo a este tema de la proporción de indígenas y mestizos, que mestizos es una categoría colonial de tributación, refiriéndose, seguramente, a la clasificación de la tributación “indígenal” colonial. Bueno, no sólo, pues es un término usado de manera polisémica. Ahora bien, toda clasificación racial es obviamente colonial, ahí entran los términos raciales de blanco, de color, mestizo y también indígena. Todas estas categorías son coloniales. El objetivo de abrir el censo para la cuantificación de los pueblos indígenas, en principio, nuca fue cuantos son indígenas y cuántos son mestizos, sino cuáles son las características de los pueblos nativos en su distribución territorial, rural y urbana, y que impacto estadístico tenían estas características. La incorporación de las poblaciones nativas formaba parte de la incorporación de paquetes para producir indicadores específicos y diferenciales para apoyar la definición de las políticas públicas. Todo esto, que forma parte del estudio de las poblaciones, ha quedado inhibido,  y se ha preferido optar por preguntas de interés político.

Esta discusión estrambótica, sobre mestizos e indígenas, entre la oposición y el gobierno, se puede resolver con una aproximación; ¿Cuántos hablan lengua nativa, cuantos hablan castellano, cuántos son bilingües y hasta trilingües? Empero, lo que está en cuestión es la representación de los pueblos indígenas, de acuerdo a normas y procedimientos propios, representación donde deberían estar todas las naciones y pueblos indígenas, sino no tiene sentido hablar de Estado plurinacional, menos de Asamblea legislativa plurinacional. Las minorías no se representan porque son más o porque son menos, bajo el criterio de la democracia pluralista, las minorías se representan precisamente porque son minorías. Las mayorías ya están representadas. Este tema es agudo para tierras bajas, también cuando hablamos de tierras altas, en el caso de los urus, de los chipayas y otros pueblos indígenas. Una verdadera discusión democrática es esta y no si los mestizos son mayoría o los indígenas, que es una discusión en todo caso colonial.

El vicepresidente también ha dicho que todos somos bolivianos, sólo que unos son bolivianos, en general, y otros son bolivianos con identidad particular. ¿Qué es esto? ¿Quiere decir que unos son bolivianos del Estado-nación y otros, además de ser bolivianos del Estado-nación, son también bolivianos de sus naciones y pueblos indígenas? ¿Así se resuelve el problema? Este argumento es parte de la concepción nacionalista del vicepresidente. De lo que se trata es de saber de qué manera, de qué forma, se concreta, se institucionaliza, la condición plurinacional de los ciudadanos bolivianos. El discurso del vicepresidente nos muestra cuán lejos estamos de la construcción del Estado plurinacional.

Lo que no se da cuenta el vicepresidente al decir, ingenuamente, que unos son bolivianos en general y otros bolivianos con identidad particular, con identidad indígena, dice, concretamente, que unos son mestizos en general y otros son mestizos con identidad indígena.  ¿Qué es ser boliviano sino mestizo? El Estado-nación de Bolivia, que nace a la independencia en 1825, como república de Bolívar, algo así, en el imaginario político de los nombres, como la esposa de Simón Bolívar, se consolida como Estado-nación cuando la república se hace nacional-popular con la revolución de 1952, después de un interregno “bárbaro” desatado por los “caudillos ilustrados” y después del lapso republicano liberal, dado con la culminación de la guerra Federal. Este Estado-nación y esta república popular constituyen e instituyen una nación mestiza. Entonces ser boliviano es ser mestizo y mestiza. ¿Se explica estas contradicciones del vicepresidente  por el desborde del inconsciente? El inconsciente se filtra a través del lenguaje, está en el lenguaje como su sentido oculto. ¿O se explican por una ingenuidad patética, que se esconde en una pretendida soberbia desmedida?               

icono-noticia: 

EL ESPESOR DE LA CONSTITUYENTE

Raúl Prada Alcoreza

El libro de Salvador Shavelzon El nacimiento del Estado plurinacional de Bolivia nos refresca la memoria[1]. En el libro el autor expone su investigación, una etnografía de la Asamblea Constituyente. Se podría también decir que se trata de la etnografía de la cuestión estatal a partir de la experiencia del proceso constituyente boliviano. El tema que sobresale es la cuestión de la descolonización y, por este camino, la relación entre pueblos indígenas y Estado. La importancia del libro radica en ser un testimonio, por lo tanto, una historia efectiva, una historia desde adentro de la Asamblea Constituyente. No se acude directamente a los artículos aprobados de la Constitución, sino se elabora la dinámica compleja de su construcción. Los escenarios son los espacios de debates, las reuniones, las sesiones; los lugares el Colegio Junín, la Casa Argandoña, el Teatro Mariscal Sucre, las casas de reunión de los constituyentes; los sujetos son los constituyentes, en toda su variedad y posicionamientos, las organizaciones sociales, los asesores, los grupos de apoyo. Se trata de la descripción detallada del desenvolvimiento de la Asamblea Constituyente, del dibujo del mapa de posicionamientos y disposiciones, de la caracterización de los personajes, así como de la memoria histórica de los debates. Todos estos escenarios de las discusiones y de la elaboración del texto constitucional cuenta con la exposición de los contextos problemáticos, del tratamiento teórico de los temas inherentes, de los estados de arte de las cuestiones puestas en mesa.

La introducción del libro nos lleva a un exquisito balance de la antropología del Estado. ¿En qué consiste esta antropología del Estado? En primer lugar, se trata de lo imaginario, también de la política como ámbito de lo imaginario, la política como mito, como sustituto de los mitos antiguos. En segundo lugar, de la relación de los estados coloniales con las sociedades llamadas “primitivas” por la antropología inicial, también de la relación de los estados coloniales con las sociedades antiguas, sociedades básicamente agrícolas conquistadas por la expansión capitalista del sistema-mundo y la economía-mundo. En tercer lugar, y este quizás sea el punto más importante, de la interpretación de Pierre Clastres de las sociedades contra el Estado, de las sociedades que evitan la conformación del Estado, mediante la guerra, la reciprocidad y la destrucción de la acumulación de bienes, en cambio ocasionando la acumulación simbólica del prestigio y de la disponibilidad de fuerzas por efectuación del circuito de reciprocidades[2]. En cuarto lugar, la tesis  de Gilles Deleuze y Félix Guattari, en la cual se plantea de que el Estado y las sociedades contra el Estado siempre han coexistido, desde tiempos inmemoriales, cruzándose, una como adentro y la otra como afuera, dependiendo de la perspectiva. En quinto lugar, la interpretación de la cultura del Estado o el Estado como cultura.  En sexto lugar, la condición plurinacional del Estado, tema que va a ser tratado a lo largo del libro.

El primer gran debate que presenta Salvador Shavelzon es sobre la definición plural del pueblo boliviano. A partir de esta definición se hace toda una historia de los antecedentes del debate. Se comienza con el planteamiento y el proyecto político cultural katarista. Este es el antecedente de toda la discusión sobre la condición plurinacional, fuertemente vinculada a la reconstitución del Qullasuyu y del Tawantinsuyu. El katarismo de la década de los setenta interpela al Estado y a la sociedad boliviana, interpela el colonialismo interno y la colonialidad heredada, planteando el camino de la descolonización. Si aparece el pluralismo lo hace como una articulación compleja entre “etnia” y clase social, ambas categorías supuestamente reconocidas en el discurso katarista. Diríamos mas bien nación en vez de “etnia”, nación en sentido cultural y de lengua, incluso de territorios controlados. El katarismo es más una emergencia aymara que quechua; nace en la provincia Aroma, se irradia por el Altiplano, compromete a los sindicatos y termina conformando la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), después de haber constituido la Federación Sindical Única de Trabajadores Campesinos Tupac Katari de La Paz (1978-1979). Se puede decir que estas son las instancias orgánicas de la separación del sindicalismo campesino y el gobierno, así como una ruptura del sindicalismo campesino con el Estado, del sindicato respeto a su dependencia del Estado; se rompe el cordón umbilical. Hasta entonces el sindicalismo campesino estuvo fuertemente ligado a los gobiernos y al Estado; su dependencia era tan evidente que la confederación sindical campesina nacional funcionaba en el Ministerio de Agricultura y Asuntos Campesinos. La CSUTCB se afilia a la COB, mostrando claramente su alianza con la central de los trabajadores que postulaban la lucha de clases. El enfrentamiento es directo contra la dictadura militar de entonces.

Se puede decir también que el katarismo va a contar con estas organizaciones sindicales en la irradiación de la “ideología” y del proyecto político cultural descolonizador al “mundo” quechua, incluso al oriente boliviano. Shavelzon considera que la organización social que va a continuar el proyecto katarista de la descolonización es el Consejo de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ), que se conforma en la década de los ochenta. Lo hace empero por la vía de a reconstitución de los ayllus, criticando a la organización sindical campesina de moderna y nacionalista. El CONAMAQ al plantear la reconstitución de los ayllus incorpora también la reivindicación de la territorialidad, conjuntamente con lo comunitario. La nación es entendida como nación-territorio, como suyu, complejizando más aún la problemática de la territorialidad y de la nación.

En tierras bajas también se incorpora la problemática de la territorial desde la primera marcha indígena por la Dignidad y el Territorio (1990), aunque esta perspectiva comunitaria amazónica y chaqueña no se efectúe desde el ayllu. Es en las organizaciones indígenas de tierras bajas donde lo plurinacional cala con fuerza, particularmente en la Confederación Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB), la organización matriz indígena de la Amazonia  y el Chaco. Hablamos de una perspectiva multicultural e intercultural elaborada desde la condición de minorías en los espacios socio-demográficos del oriente boliviano. Son estas organizaciones indígenas, de tierras altas y de tierras bajas, el CONAMAQ  y el CIDOB, las que van a llevar adelante la lucha por la Asamblea Constituyente. También son las organizaciones que se van a empeñar en sacar adelante, como definición primordial, el Estado plurinacional comunitario en la Constitución.

El balance efectuado por el libro es amplio y minucioso; recorre el debate campesino e indígena, recorre los contextos y coyunturas por las que pasan las organizaciones sociales, la forma cómo recogen y asumen el proyecto descolonizador katarista. También nos muestra las persistencias de la izquierda tradicional en la teoría e interpretación de la lucha de clases, la manera cómo intervienen los constituyentes urbanos del MAS, formados en las tradiciones de la izquierda boliviana. Así mismo, el balance nos muestra las resistencias nacionalistas al planteamiento del Estado plurinacional, muy parecidas a las resistencias y observaciones de los constituyentes representantes de las oligarquías regionales. Las diferencias entre unos y otros radican en las posiciones sobre la autonomía departamental; mientras los nacionalistas hacían hincapié en los peligros federalistas y separatistas de la autonomía, los constituyentes de las oligarquías regionales la defendían con ardor frente al Estado centralista.

El balance de la discusión en la constituyente recorre también distintos escenarios espacio-temporales, como mostrando que los problemas de otros periodos y fases fueron traídos a las mesas de la Asamblea Constituyentes, a las plenarias y sesiones, a los lugares de reuniones. Era la Asamblea Constituyente la encargada de dar respuesta a estas problemáticas históricas, dar solución a estos debates acumulados, darle forma a un nuevo tiempo que se abría. Quizás por eso el debate sobre la definición del pueblo boliviano resulte significativo para el autor, sobre todo la escritura consensuada a la que se llega para el tercer artículo de la Constitución:

La nación boliviana está conformada por la totalidad de las bolivianas y los bolivianos, las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y las comunidades interculturales y afro-bolivianas que en conjunto constituyen el pueblo boliviano.

Esta definición contrasta notoriamente con la definición aprobada en Oruro:

El pueblo boliviano está conformado por la totalidad de las bolivianas y los bolivianos pertenecientes a las áreas urbanas de diferentes clases sociales, a las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y a las comunidades interculturales y afro-bolivianas.

La anterior redacción sale del Congreso declarado constitucional, encargado de revisar la Constitución aprobada en Oruro. ¿Qué es lo que revisa? Ya no se trata de la definición del pueblo boliviano, tarea en la que se había empeñado la bancada mayoritaria de constituyentes y aliados de izquierda, sino que estamos ante una definición de la nación boliviana. ¿Por qué hablar de nación boliviana en un Estado plurinacional? Este era el miedo de nacionalistas y la derecha, la disolución del Estado-nación expresada en la condición plurinacional del Estado en transición. La derecha y los nacionalistas terminaron de imponerse en este artículo. El pueblo boliviano entonces es ese conjunto de géneros,  de pueblos indígenas, de interculturales y afro-bolivianos. El pueblo boliviano está conformado de esa manera y el mismo pueblo forma la nación boliviana. Es una nación que contiene a otras naciones y pueblos, con lo que se termina borrando la condición plurinacional, diversa y diferencial. Lo que dice la redacción es lo siguiente: que hay una nación, la boliviana; lo que viene después, lo otro, es la descripción de la condición indígena, así mismo de la condición intercultural  y de la condición minoritaria afro-boliviana. De alguna manera se habría vuelto a la misma disminución de estas condiciones que la anterior Constitución.

Salvador Shavelzon anota que la misma definición del pueblo traía problemas teóricos. El pueblo no dejaba de ser la expresión de la unidad, de la voluntad general, que legitima al Estado moderno. Por eso Paolo Virno rescata el concepto renacentista de multitud, concepto que se resiste a su totalización y unidad, manifestando la persistencia de su pluralidad y diferencia como potencia social bullente y dinámica[3]. El autor dice que los constituyentes de mayoría y las organizaciones sociales juegan con las dos alternativas; hacen estallar la unidad imaginada de la nación, abriendo esta ilusión a la evidencia de la pluralidad; empero, también apuestan a otra forma de unidad en el Estado plurinacional. Por eso la definición de pueblo, en la Constitución aprobada en Oruro, es plural y múltiple. Se puede decir que es esta la complejidad de la transición, pero de ninguna manera se trataba de mantener la comunidad imaginada de la nación boliviana, así como de volver a remachar la ilusión de unidad estatal con la conformación discursiva del pueblo de la voluntad general. Esto no es otra cosa que volver al discurso jacobino de la revolución francesa.

El Congreso Constitucional también volvió a introducir el término de república, extirpado en la Constitución aprobada en Oruro. ¿Por qué era indispensable hacer esto por parte de los revisores de la Constitución? La res-pública, la cosa pública, es la base del modelo liberal, pero también del aparato burocrático, del campo burocrático, de la instrumentalidad jurídica, política e institucional que sostiene la separación entre sociedad y Estado. La república, concebida como división y equilibrio de poderes, es la base de los contra-pesos, controles y equilibrio de los poderes y de la democracia formal. Era entonces indispensable garantizar la continuidad del modelo liberal del Estado, evitando la invención de otra forma de Estado postliberal. También era indispensable mantener la configuración del equilibrio de poderes. Esta reaparición de la república en la Constitución busca abolir la posibilidad de experimentar otra forma de Estado, forma que no separe sociedad y Estado, que incluso se abra a la res-comunitaria, a la cosa común, al espacio común, de todos. Por lo tanto, otra forma de hacer política.

Estas regresiones en la Constitución revisada por el Congreso fueron plenamente conscientes, expresan la voluntad conservadora de los revisores[4]. Un intento de limitar los alcances de la Constitución, aprobada en Oruro, que era la expresión de la voluntad de los insurrectos. Esta limitación fue lograda parcialmente, mediante estos aditamentos. Empero, los revisores no pudieron abolir la condición plurinacional, la condición comunitaria, la condición autonómica y la condición intercultural del Estado, que es lo que en definitiva caracteriza a las transformaciones constitucionales y al horizonte abierto por las movilizaciones, los movimientos sociales anti-sistémicos y las naciones y pueblos indígena originario campesinos.

Dijimos alguna vez que la Constitución boliviana fue la construcción dramática del pacto social. Lo que es cierto, desde un principio de la Asamblea Constituyente hasta su promulgación, pasando por la aprobación en Oruro y por la revisión por parte del Congreso. En la narrativa de la etnografía de la Asamblea Constituyente la Constitución aparece como la culminación escrita de recorridos de largas luchas que atravesaron la historia política de Bolivia. Es también la culminación constitucional de la correlación de fuerzas, que no dejaron de pugnar hasta el último momento por definir los sentidos de los artículos constitucionales. La Constitución también puede entenderse como la interpretación consensuada de los conflictos que atraviesan a la sociedad boliviana. Ciertamente se trata de un nuevo constitucionalismo al que se le ha dado varios nombres; constitucionalismo latinoamericano, constitucionalismo pluralista, constitucionalismo comunitario, constitucionalismo del vivir bien. Nombres a los que tendríamos que añadir que se trata de un constitucionalismo dinámico e interpelador, un constitucionalismo vital y participativo, abierto a la creatividad del poder constituyente y la potencia social.

Etnografía de la Asamblea Constituyente

Titulamos a este ensayo Espesores de la Asamblea Constituyente. Este acontecimiento político, que es el proceso constituyente, no puede comprenderse sino a través de sus espesores históricos, políticos y culturales. La Asamblea Constituyente se inscribe en el espesor de las territorialidades y los cuerpos, en el espesor de las pasiones y los deseos, en el espesor de las demandas y las resistencias, en el espesor de las luchas y las reivindicaciones, en el espesor de los proyectos políticos y civilizatorios. La etnografía de la Asamblea Constituyente hurga estos espesores a partir del trabajo de campo, de un trabajo de campo que lleva a describir las conductas y los comportamientos de los grupos, de los posicionamientos y dilemas, de los constituyentes que expresan sus trayectorias de vida y sus propios conflictos. Esta etnografía no trata directamente con “etnias” sino con devenires, devenir nación, devenir pueblo, devenir clase. Esta etnografía se enfrenta a discursos y testimonios; trabaja estos discursos a partir de los escenarios donde se emiten. Define el perfil de los testimonios y los incorpora en el torbellino que construye el texto constitucional. Las herramientas teóricas y metodológicas de esta etnografía se ponen a prueba en un espacio exigente y accidentado, casi en un espacio desconocido por la teoría, situación que obliga a adecuar, a adaptar e improvisar. El antropólogo, en este caso, se deja llevar por las corrientes turbulentas, anota lo que puede ser signo de algo, símbolo de algo, síntoma de algo. Ese algo es una narrativa que espera, es una estructura de sentidos que debe ser armada. Por eso, el etnógrafo, en este caso, es  la pluma que usan los protagonistas del drama para escribir su más profunda ficción que es la producción de lo real como utopía.

El valor de la investigación y del  libro es haber recogido desde adentro las experiencias y las vivencias de los constituyentes, la dinámica molecular de la confrontación constitucional, la pugna constituyente por la verdad, las disposiciones minuciosas de las contradicciones, que enfrentan voluntades de transformaciones y voluntades de resistencias, posiciones de cambio y posiciones conservadoras, que no siempre estaban de un solo lado. También nos muestra la marcha complicada de los consensos, empero también de los estallidos antagónicos de la confrontación abierta. Hay como un mapa de los distintos actores, de adentro y de afuera. De adentro, la directiva, la composición de la directiva, las bancadas, la composición de las bancadas, las organizaciones, la composición de las organizaciones, los asesores, la composición de los asesores, las ONGs, su mapa de distribución. De afuera, el gobierno, las prefecturas, las instituciones, los partidos, las clases, las corporaciones.  Hay también como una identificación de los problemas ejes de la constituyente; la pugna entre las “dos Bolivias”, pugna remitida a las interpretaciones encontradas sobre autonomía, tierra y territorio, recursos naturales y modelos económicos. Se da también como una analítica de las grandes batallas de la constituyente, la guerra de la “capitalía plena”, la prueba de fuerzas sobre los dos tercios o mayoría absoluta, que también corresponden a los momentos de crisis de la Asamblea Constituyente. Con la consecuente descripción de los acuerdos y las soluciones que se dan. El traslado del tema constitucional de la Asamblea Constituyente al Congreso, el cambio de escenarios y formas de proceder. Por último, una prospectiva sobre los desafíos de la aplicación de la Constitución, una vez aprobada por el pueblo boliviano y promulgada por el presidente.

Hablando de los espesores de la Asamblea Constituyente, un espesor profundo es histórico; su relación contrastada con la Asamblea Constituyente de 1826, mostraba claramente la diferencia que las opone. En aquella asamblea inaugural de la República de Bolívar no estuvieron presentes las mayorías poblacionales del país, no estuvieron presentes las naciones y pueblos indígenas. El 2006, en cambio, las naciones los pueblos indígena originario campesinos estaban presentes de una manera deslumbrante, con sus vestimentas, sus lenguas, sus expresiones culturales, sus organizaciones, sus ritos y ceremonias. Esta presencia apabullante es manifestación múltiple del espesor cultural y civilizatorio de la matriz profunda de este país que contiene los territorios andinos, amazónicos y chaqueños. Sólo el hecho de esta presencia habla de por sí de un acontecimiento político, que reclamaba con todo derecho ser un hito fundacional del nuevo Estado, a diferencia de la primera Asamblea Constituyente conformada por los doctores de la “culta” Charcas. La derecha y los nacionalistas se horrorizaban ante semejante interpretación del sentido histórico de la constituyente de 2006; sin embargo, la interpelación de lo que fueron las naciones clandestinas en la Asamblea Constituyente ya era de por sí es un acto fundacional. Los nacionalistas y las oligarquías regionales tienen un apego escolar a los mitos modernos, la nación, el Estado, la republica, la historia escolar, la ceremonialidad del poder en torno a la fundación republicana de 1825. Se encuentran lejos de de las develaciones históricas de las secuencias de acontecimientos acaecidas durante el siglo XVIII y después durante el siglo XIX. No fueron capaces de comprender, independientemente de sus prejuicios y creencias, el valor histórico y el alcance de lo que acontecía en el proceso constituyente. La izquierda tradicional también estuvo lejos de esta comprensión, observó con recelo lo que acontecía en Sucre, comparaba estos acontecimientos con sus sueños de revolución no realizados; de esta forma disminuía y desvalorizaba la irrupción indígena y su proceso constituyente. El gobierno también no estuvo a la altura de comprender lo que acontecía; estaba preocupado por controlar la Asamblea Constituyente, creyendo que el sentido de los cambios se encontraban en su gestión y en la prolongación de su mandato. La Asamblea Constituyente era algo que debería favorecer al MAS y al caudillo; no entendían que el proceso constituyente emergía de las profundidades mismas de la lava candente de la crisis múltiple del Estado, de la colonialidad y del capitalismo, que el sentido del cambio, mejor dicho de la transformación, radicaba en esa eclosión multitudinaria de las naciones y pueblos colonizados, ahora emergentes, buscando inaugurar otro tiempo y otra historia. La instrumentalización de la Asamblea Constituyente por parte del gobierno se hizo sentir desde un principio, al no dejarle funcionar autónomamente y organizarse por sí misma. No había nada que temer, la mayoría garantizaba el control de la constituyente.

Sin embargo, a pesar de estas incomprensiones, la experiencia y vivencia de los constituyentes fue crucial; los esfuerzos por dar lo mejor de sí, la elocuencia de las lenguas nativas, la interpelación histórica a la colonia y a la república, el vinculo con sus circunscripciones y comunidades, la manifestación de la potencia social y cultural. Lo que paso después, las grandes dificultades, los peligros sorteados, la transcripción de los informes, la elaboración de un texto en base a los informes, el condicionamiento de la técnica legislativa, es parte del curso de un proceso constituyente complicado, lleno de contrastes, entre debilidades y fortalezas. El aporte de los constituyentes como sujetos y flujos pasionales que cruzan un punto de inflexión, una coyuntura de trastrocamientos y rupturas, fue primordial como contenido vivido, como soporte subjetivo del texto constitucional. En esas mujeres indígenas y en esos hombres cobrizos, de tierra adentro, se expresaban los argumentos existenciales de un proceso constituyente que se reclamó de descolonizador y anticapitalista, además de fundacional. Que estos argumentos existenciales se convirtieron en argumentos discursivos, en enunciados y en artículos después, forma parte de la metamorfosis de las experiencias vitales en discursos y en escritos. Lo que importa no es lo que dicen estos discursos y escritos, sino lo que se ha vivido, que es lo único que sostiene lo que se dice después, los significados y los sentidos del texto. Si la Constitución tiene un valor más allá del constitucional, un valor perdurable, un valor inmanente, es por la conmoción que ha provocado en las vidas de los constituyentes el acontecimiento político de la Asamblea Constituyente. Conmoción que es de por si un testimonio colectivo, vivencial, conmoción que sostiene lo que se ha escrito, que sostiene el sentido del texto constitucional, que persigue irradiar y transformar las condiciones de posibilidad históricas de la sociedad boliviana y sus instituciones.

Un segundo espesor tiene que ver con la crisis múltiple del Estado. Puede decirse que esta crisis política acompaña a la historia misma del Estado, desde su nacimiento. Sin embargo, hay momentos sintomáticos de mayor manifestación de la crisis, como la vivida durante la guerra federal (1898-1899), el largo periodo posterior a la guerra del Chaco (1932-1935), la revolución nacional de 1952 y el periodo 2000-2005. La crisis política, la crisis del Estado, la crisis del proyecto neoliberal, la crisis del sistema de partidos, la crisis de representación, la crisis de las instituciones y la crisis del modelo extractivista es lo que explica el desenvolvimiento del proceso constituyente. Los nacionalistas y las oligarquías regionales no comprenden los alcances de estas crisis; por lo tanto, para ellos se trataba de reformas constitucionales, nada más. Tampoco la izquierda tradicional comprende los alcances de la crisis múltiple, pues esperan la llegada del mesías, de la revolución. Si los acontecimientos no se parecen al esquema imaginado, entonces son descartados. El gobierno no comprendió tampoco los alcances de la crisis, a pesar de tener la oportunidad para hacerlo; los gobernantes redujeron todo a montajes y puestas en escena, al teatro político, útil para conservar el poder.

La crisis expresa la marcha desequilibrada y desorbitada de las instituciones y de las estructuras de poder, desencajadas del equilibrio esperado de las partes componentes de la historia efectiva y de la realidad efectiva, compuesta por condiciones de posibilidad, por un lado, relaciones sociales, practicas, construcciones institucionales, por el otro. Crisis que se expresa en la desesperación del poder por dominar y controlar la marcha vertiginosa de las contingencias. Crisis también como expresión de la lucha de clases y la guerra anticolonial, de la lucha por la descolonización y contra el capitalismo. Crisis como curso desbordante de la política y la democracia. La crisis entonces es la corriente magmática que explica el despliegue del proceso constituyente.

Un tercer espesor histórico tiene que ver con las alternativas civilizatorias latentes, contenidas e inhibidas en las sociedades y pueblos indígenas, en las utopías populares y en el proletariado nómada. Como dice Ernst Bloch, en los sueños desiderativos, en el soñar despierto, en las utopías que abren horizontes[5]. Son estas alternativas las que estuvieron presentes en las rebeliones y movilizaciones de 2000-2005, que siguieron presentes en el proceso constituyente, las que motivaron la voluntad de fundar un nuevo tiempo, una nueva historia, un nuevo Estado. Es la perspectiva del suma qamaña, suma kausay, ñandereko, ivi marey, teko kavi, el vivir bien, el que mejor expresa esta utopía.

Un cuarto espesor tiene que ver con las territorialidades, que en momentos se manifiesta como conflictos regionales, empero va mucho más lejos que esta problemática espacial. Pues la problemática territorial no se circunscribe a la contrastación Amazonia-Los Andes, que puede ser más bien complementaria, no se limita a las demandas regionales y locales, menos se retiene en el tema autonómico o la forma federal de organización del Estado. Las territorialidades tienen que ver los ecosistemas, con los espesores culturales, con las gestiones espaciales, geográficas y territoriales, con las conexiones y desconexiones en la biodiversidad, con la cohesión o descohesión de los ciclos vitales, con las maneras de concebir y hacer gestión en los territorios. Esta temática fue introducida por las naciones y pueblos indígena originarios, forma parte de las cosmovisiones indígenas y los derechos de los seres componentes de la madre tierra.

                                                          

            




[1] Salvador Shavelzon: El nacimiento del Estado plurinacional en Bolivia. Etnografía de una Asamblea Constituyente. Plural 2012; La Paz. 

[2]Revisar de Pierre Clastres La Société contre l'État, 1974.En el libro Pierre Clastres escribe: Las sociedades primitivas son sociedades sin Estado. Este juicio factual y preciso en sí misma, en realidad esconde una opinión, un juicio de valor que inmediatamente arroja dudas sobre la posibilidad de constituir la antropología política como ciencia estricta. ¿Qué dice la declaración, de hecho, es que las sociedades primitivas están perdiendo algo - el Estado - que es esencial para ellos, como lo es para cualquier otra sociedad: la nuestra, por ejemplo. En consecuencia, esas sociedades son incompletas, ya que no son sociedades muy cierto - que no son civilizados - su existencia sigue sufriendo la dolorosa experiencia de la falta - la falta de un Estado - que, ya que pueden intentar, lo harán como maquillaje. Ya sea con claridad o no, eso es lo que viene a través de las crónicas de los exploradores y el trabajo de los investigadores por igual: la sociedad es inconcebible sin el Estado, el Estado es el destino de toda la sociedad. Uno detecta un sesgo etnocéntrico en este enfoque, más a menudo que no es inconsciente, y por lo tanto más firmemente anclado. Su referencia inmediata, espontánea, mientras que no quizás la más conocida, es en cualquier caso el más familiar. En efecto, cada uno de nosotros lleva dentro de sí, interiorizado como la fe del creyente, la certeza de que la sociedad existe para el Estado. ¿Cómo, entonces, puede uno concebir la existencia misma de las sociedades primitivas, si no la rechaza como de la historia universal, reliquias anacrónicas de una etapa a distancia que en todas partes se ha superado? Aquí se reconoce otra cara del etnocentrismo, la convicción de que la historia es complementaria de una progresión unidireccional, que toda sociedad está condenada a entrar en esa historia y pasar por las etapas que van de la barbarie a la civilización. "Todos los pueblos civilizados alguna vez fueron salvajes", escribió Ravnal. Pero la afirmación de una evolución evidente no puede justificar una doctrina que, arbitrariamente ata el estado de la civilización a la civilización del Estado, designa a ésta como el resultado necesario que asigna a todas las sociedades. Uno puede preguntarse lo que ha mantenido el último de los pueblos primitivos como son.

 

[4] Los revisores fueron los tres Carlos, Carlos Romero, Carlos Alarcón y Carlos Börth.

[5] Revisar de Ernst Bloch El Principio esperanza. Aguilar; Madrid.

icono-noticia: 

LA DERIVA DE UNA CENICIENTA POLÍTICA

Raúl Prada Alcoreza

En lo que sigue daremos una explicación de la reciente crisis del MAS, ocultada desesperadamente por los voceros, develada valientemente por los críticos del despotismo ilustrado, impuesto en el gobierno y en la conducción del MAS; despotismo llamado, con una ironía inconsciente, “centralismo democrático”. El aislamiento abrupto de esta rebelión de los llamados “libes pensantes”, por parte del vicepresidente, y vueltos a bautizar como “libre opositores”, por el presidente, en un esforzado intento de encontrar una nueva descalificación, que de ingeniosa no tiene nada, salvo la muestra torpe de una conjugación sin mucho sentido, la de libre y opositor. ¿Qué quiere decir esto? 

La reciente crisis en el MAS, relativa a lo que el vicepresidente califico como “libres pensantes”, devela la situación del MAS, después de casi dos gestiones de gobierno. En primer lugar ya no es el MAS del 2006, aplastantemente mayoritario, imbuido de legitimidad, con una alta auto-estima; producto de su reciente victoria electoral por mayoría absoluta, además de derivar de las luchas sociales sostenidas de las últimas dos décadas, la de los noventa y el primer quinquenio del siglo XXI. Ya no es el MAS que siente que cumple un papel histórico en el periodo que comienza, interpretado como el de una nueva era. Tampoco es el MAS que sale victorioso del proceso constituyente, después de aprobar la Constitución en Oruro. No es el MAS que cuenta con el indiscutible respaldo de las organizaciones sociales, el Pacto de Unidad, después el CONALCAM, que acompañan al gobierno firmemente en toda la crisis desatada por las resistencias de la llamada “media luna” (2006-2008). Estamos ante un MAS que ha mantenido el respaldo al gobierno de tres de las cinco organizaciones del Pacto de Unidad, que por unidad sólo tiene el nombre, pues ya cuenta, mas bien, con una división. Por más que haya insistido el gobierno en dividir a las organizaciones indígenas, el CIDOB y el CONAMAQ, una cosa es haber contado con un Pacto de Unidad integrado y con capacidad de movilización, y otra cosa es quedarse con un Pacto dividido, además carcomido, por dentro, en las propias organizaciones afines al gobierno, las organizaciones campesinas, donde se hace cada vez más difícil la convocatoria a la movilización.

Si tomamos en cuenta que el MAS se sustenta en las organizaciones sociales, podemos sacar ya ciertas conclusiones acerca de la orfandad del MAS como partido.  Además recordar que el MAS es un nombre casual, tomado de una inscripción electoral ya dada; puesto que el organismo electoral no otorgó la personería a la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos, el proyecto de Instrumento Político de las Organizaciones Sociales del Pueblo. El MAS se sustenta en las organizaciones sociales, que son como la base de conformación del propio MAS, vemos que, efectivamente, lo más organizado del MAS se encuentra en las organizaciones sociales. Lo que viene a ser el MAS, como partido o, si se quiere, movimiento, la incorporación masiva de afiliados, sobre todo de las ciudades, no logró, hasta ahora, organizarse ni estructurarse, a pesar de sus congresos, sus ampliados, los distritos, las departamentales, las nacionales. A esta situación un tanto calamitosa contribuyó la desatención de los “jefes” a las tareas de organización del partido o movimiento, que incluyen, particularmente, tareas de formación, que fueron desatendidas sobremanera, casi como una intención antelada; como si se dijera, no era necesario, pues estaban las organizaciones sociales; por otra parte, para decidir estaba el caudillo y el ejecutivo. Los del MAS estaban para las convocatorias electorales, pero no para gobernar.

En esta perspectiva, se promovió, desde un principio, más el “evismo” que el “masismo”.  El “evismo” tenía convocatoria electoral, mucho más que el “masismo”. La imagen del caudillo sustituyó a las tareas de organización y formación. A partir de un momento, sobre todo, después de la primera gestión de gobierno, ya nadie prácticamente insistió en las tareas de organización y de formación; parecían haberse acostumbrado a la desorganización y al mando centralizado efectuado a nombre del caudillo. A estas alturas, sin embargo, ya hay claros síntomas de desmoralización en las filas, sobre todo en la masa “masista” que siente que no es tomada en cuenta, ni es consultada, salvo los dirigentes, los asambleístas y los funcionarios, que se entiende tengan que ser leales, pues forman parte de los privilegiados, pues, por lo menos gozan de trabajo y de prebendas.

 

Estas descripciones deben tener en cuenta una extraña estructura de poder conformada. El mando está indiscutiblemente en el caudillo, apoyado por un grupo de poder indispensable, que también participan en la conducción del gabinete, del Congreso y de los órganos de poder del Estado. Los dirigentes de las organizaciones sociales afines legitiman el ejercicio de este grupo de poder, pues su presencia simula una “participación” de las organizaciones sociales. Sin embargo, los mismos dirigentes tienen muy poco que ver, casi nada, en las decisiones gubernamentales tomadas. Son como una decoración de propaganda. Es este andamio, la presencia decorosa de los dirigentes, el que le hace patrocinar la insostenible interpretación al vicepresidente de que estamos ante un “gobierno de movimientos sociales”. Interpretación propagandística indemostrable y sinsentido. No hay teóricamente gobierno de movimientos sociales; los movimientos sociales no tienen gobierno, corresponden a las luchas sociales por demandas o por proyectos políticos. El gobierno corresponde a la forma concreta del Estado, corresponde al mando, a la organización y administración, a las decisiones y políticas públicas. El gobierno puede acudir a la convocatoria del pueblo, en tanto voluntad general; puede, incluso convocar a los “movimientos sociales” para defenderse; empero, no son los “movimientos sociales” los que gobiernan. La forma de organización de los movimientos sociales tiende a ser mas bien horizontal, aunque use a las organizaciones sociales como estructuras que coadyuvan a la movilización; estructuras representativas, empero jerárquicas. Si los movimientos sociales tomaran el poder mediante una movilización general no podrían mantener la forma de gobierno liberal, si fuesen consecuentes con la “lógica” de la movilización; tendrían que inventar una forma de gubernamentalidad de las multitudes, altamente participativa. Mediante el mecanismo de las elecciones el pueblo elige a sus representantes, al presidente y vicepresidente; estos, sobre todo el presidente, en un régimen presidencialista preservado, organizan el ejecutivo y seleccionan a la gente que ocupara los cargos directivos. La organización y la estructura reproducida son liberales, corresponden al Estado-nación. El gobierno, es decir el mando, corresponde a esta organización política, a esta estructura liberal, a la arquitectura del Estado-nación. Cuando se habla de “gobierno de los movimientos sociales” se lo hace propagandísticamente o, en su caso, demagógicamente, a pesar de los grandes esfuerzos de pose “teórica”. No es más que una charlatanería.

Ahora bien, ¿qué es lo que hay que tomar en serio de la posición política de los que sustentan la defensa de una forma de gobierno liberal, con pretensiones nacionalistas? Su perspectiva conjetural, su realismo político y “pragmatismo”, que dice que las condiciones de posibilidades estaban dadas para lo que se hace, no para otra cosa, que sería una aventura. Aunque no estamos de acuerdo con esta tesis, la que debatimos en otros escritos[1], supongamos que si fuese cierta, la conducta consecuente del realismo político debería encaminarse a efectuar la transición por etapas de una manera consecuente, técnica y políticamente. El problema es que esto no ocurre; No se consolida la primera etapa, que sería la de la acumulación primitiva del cambio, por así decirlo, tanto cuantitativa como cualitativa. Se confunde esta acumulación con la ilusión estadística de las reservas y de la variación porcentual del crecimiento. El modelo económico no ha cambiado sustancialmente; se trata de un modelo extractivista; basado en la explotación de los recursos naturales, convirtiéndolos en materias primas de la acumulación ampliada de capital de los centros, antiguos y nuevos, del sistema-mundo capitalista. No se han construido bases materiales para alejarse del modelo extractivista, incluso para la pregonada revolución industrial. Por otra parte, la administración de las empresas públicas sigue siendo espantosamente ineficiente; reducidas, además, a administrar lo que las empresas privadas y empresas trasnacionales producen. No se ha montado una base técnica, menos tecnológica y científica; incrementándose, sin embargo, la masa burocrática de los aparatos estatales. Estas grandes deficiencias han sido cubiertas con la ventaja comparativa coyuntural de la subida de los precios de las materias primas; este es el secreto de los logros económicos del gobierno, en realidad, logros estadísticos.

Si al panorama anterior le añadimos la caída del gobierno y de su administración, sumando esta caída a la de los gobiernos autónomos, en la extensión desmesurada de las formas de corrosión institucional y de corrupción, proliferantes en toda la geografía estatal, desde el gobierno central hasta los gobiernos municipales, pasando por los gobiernos departamentales, entonces la situación se vuelve calamitosa, además de peligrosa. Indudablemente, este no es un “gobierno de los movimientos sociales”, es un gobierno, como cualquier otro gobierno, contagiado por los trastornos distorsionantes del poder, prebendalismo, clientelismo y corrupción. Sólo que se lo hace de manera más extensa y, por así decirlo, “democrática”.  No se trata de caer en la mera denuncia, pues estos males son congénitos a esta forma de gobierno, a estas estructuras de poder, que sostienen el Estado-nación, sino de encontrar otra forma de gubernamentalidad, mas bien democrática y participativa, con control social, que disminuya los chances de la recurrente corrosión. Estas claves para construir otra gubernamentalidad posible se encuentran en la Constitución, en el sistema de gobierno de la democracia participativa, en la planificación integral y participativa, con enfoque territorial, en la construcción colectiva de la gestión pública; empero, como el gobierno ha optado en convertir la Constitución en un adorno de vitrina o de propaganda, vulnerada las veces que se lo requiera para cumplir con el “pragmatismo” político optado, ha desechado precisamente los dispositivos que podían haber servido para intentar salir del circulo vicioso del poder.

Volviendo al tema, estamos ante un MAS perdido en el fragor de fuerzas demoledoras que lo llevan a su desmoronamiento. Fuerzas de estructuras de poder que el MAS no controla. La reciente crisis del MAS, la llamada rebelión de los “libre pensantes”, puede ser tomada como un grito desesperado por detener el desmoronamiento, la descomposición y la caída. Lo que quieren los “libres pensantes” es discutir, poner en debate cuestiones que consideran cruciales para defender el “proceso de cambio”. Ante esta acción desesperada de los asambleístas “libre pensantes”, la cúpula ha respondido con inusitada violencia, descargando toda clase de acusaciones. La cúpula, enceguecida por su propia soberbia y quizás hasta desinformación, pues para ella todo marcha bien, incluso nunca marchó mejor, observa la rebelión de los “libre pensantes” como indisciplina inaceptable, incluso como perturbación conspirativa. Las directrices de la cúpula son seguidas, al pie de la letra, por los operadores; presidencia de la cámara alta, presidencia de la cámara baja, jefa de bancada, y todos los voceros que vociferan contra los “libre pensantes”.  Todo se resuelve con amenazas, suspensiones, expulsiones. Están muy lejos de detener esta marcha desbocada al precipicio, de ponerse a reflexionar y evaluar la situación. Siguen adelante, empujados por la marea, continuando una ruta que los lleva al naufragio.

Haciendo un balance de lo ocurrido, todo parece conducir al siguiente desenlace: El tercer movimiento de re-conducción[2], ahora desde el interior mismo del MAS, desde el espacio institucional de los representantes, donde se espera deliberación y fiscalización, será aislado, precisamente por haber pedido deliberación. El recurso a la violencia es el método empleado; nada de discusión  pública, nada de debate; por el contrario, disciplina partidaria, llamada irónicamente “centralismo democrático”, entendido como obediencia, donde brilla por su ausencia la democracia y la discusión. Entonces el MAS habría perdido su tercera oportunidad para constituirse como instrumento político de las organizaciones sociales y el “proceso” laoportunidad para re-conducirse. 

Trayectoria y horizontes de la “revolución”

En otros escritos, que todavía no hicimos conocer, en Hacia una teoría de las sociedades alterativas y en Somos habitantes del universo[3], incluso antes, en Epistemología, pluralismo y descolonización[4],  hicimos conocer nuestra posición respecto a la filosofía, ciencias sociales y ciencias humanas modernas. Dijimos que estas formaciones enunciativas forman parte del horizonte epistemológico definido por la física clásica, la física newtoniana; entonces, que desde la emergencia, la conformación y configuración, el despliegue y consolidación de la física relativista y la física cuántica, nuestra capacidad de imaginación ha trastrocado el horizonte epistemológico moderno, abriendo la posibilidad de nuevos horizontes epistemológicos. Aunque la masa de las experiencias de la mayoría de los humanos no haya cambiado sustancialmente en lo que respecta a la física cotidiana, a pesar que se hallen dentro del horizonte epistemológico moderno, el nuevo horizonte epistemológico ya ha dado su aparición y crece, dando lugar a la posibilidad de nuevos sucesos cognitivos, nuevas formas de interpretación, de configuración y de enunciación. En este nuevo horizonte, la filosofía, las ciencias humanas y las ciencias sociales modernas ya no pueden sostenerse, sino como anacronismos. Es menester entonces experimentar las consecuencias de la física relativista y la física cuántica, sobre todo en lo que respecta a la concepción del espacio-tiempo absoluto y de las dinámicas cuánticas. Esto afecta preponderantemente a la ontología, núcleo de la filosofía moderna, y a las metodologías de la investigación y la concepción de “realidad” de las ciencias humanas y sociales modernas. La experiencia física y la física, en tanto ciencia, es la base de las consideraciones filosóficas y científicas; si la experiencia física, por lo menos la de los físicos, ha cambiado, si se ha producido, lo que llama Thomas Kuhn, una revolución científica, es decir, cambio deparadigma, entonces las consecuencias de esta revolución científica en la filosofía y en las ciencias humanas y sociales son más que esperadas[5]. Si esto no ocurre, se explica por resistencias y bloqueos epistemológicos, que se oponen a asumir las consecuencias de la revolución científica. También se puede explicar esto por la inercia de las estructuras teóricas de la modernidad; sus formas aparentes cobran autonomía y condicionan las formas de pensar y actuar de los filósofos y científicos.

Al optar por las consecuencias de la revolución científica, pretendemos pensar a partir de estas consecuencias, sobre todo concibiendo las consecuencias del concepto de espacio-tiempo absoluto en el tratamiento de los problemas relativos a la filosofía y ciencias humanas y sociales, si estos tópicos mas bien no han cambiado, también concibiendo las consecuencias de la mecánica molecular, si así podemos hablar, y de la mecánica cuántica.

En esta perspectiva, proponemos una tesis interpretativa del acontecimiento de lo que comúnmente se ha llamado “revolución”, figura íntimamente ligada a la crisis.

 

Tesis relativista de la “revolución”

Vamos a proponer una tesis sobre el acontecimiento político llamado “revolución”, sea ésta democrática, como las del siglo XVIII y el siglo XIX, o sea socialista, como las que se efectuaron durante finales del siglo XIX y durante el siglo XX. No olvidemos que el imaginario de la “revolución” tiene como referente fundamental la experiencia de la revolución francesa; el marxismo construyó sobre esta figura la idea de la “revolución” socialista. Mirada de esta manera, la “revolución” socialista aparece como la radicalización de la forma democrática de la revolución francesa. El concepto de “revolución” es problemático no solamente por esta situación, esta herencia del imaginario de la revolución francesa, de su impacto en los proyectos revolucionarios del siglo XX, sino también por el contenido teleológico, heredado de la promesa religiosa, prioritariamente cristiana. Además la “revolución” se convierte imaginariamente en una parte de aguas, una “ruptura” entre el antes y el después, como si la irrupción desmesurada, dada en un momento, bastara, como un corte de bisturí, para separar el transcurso del tiempo. Por otra parte la “revolución” se convierte en la excusa, como fin, para defenestrar no solamente a los resabios del antiguo régimen, sino a las críticas de la “izquierda” que ponen en evidencia las contradicciones. La “revolución” se convierte en propiedad del gobierno “revolucionario”, burocratizándose, convirtiéndose en un régimen policial. Así mismo, desde la perspectiva marxista, la “revolución” se explica cómo irrupción y crisis en un tiempo lineal, evolutivo. El marxismo también explica la transición histórica a la modernidad y al capitalismo como resultado de la “revolución”, esta vez compuesta, entendida como una combinación de revolución social, revolución política, revolución económica y revolución técnica, incluyendo la experiencia de larevolución industrial. Interpretación que contrasta con la mayoría de las experiencias históricas que llegaron a la modernidad y al capitalismo por vías mas bien conservadoras, preservando sus tradiciones[6].  En esta revisión de la polisemia del concepto de “revolución”, no debemos olvidarnos también de la imagen reductiva de la toma del poder, imagen criticada ya por Antonio Gramsci. Como se puede ver, estamos ante un concepto problemático, que se ha convertido en un obstáculo epistemológico para poder pensar los desafíos de las dinámicas sociales y las tareas de transformación. Entonces consideramos adecuado hacer una propuesta, teórica que parta de otra episteme, que conciba el acontecimiento en cuestión desde otro paradigma.    

Tesis

Una “revolución” es, en “realidad”, un acontecimiento continuo, que aparece, como singularidad social, desde que se anuncia la crisis de una sociedad dada. El desplazamiento de la “revolución” y de la crisis define un horizonte aparentey un horizonte absoluto, que corresponden al momento crítico del comienzo de la implosión o el derrumbe de la sociedad dada. La “revolución” continúa su desplazamiento después de este momento crítico, hasta encontrar otrasingularidad social, cuando la sociedad anterior desaparece completamente y asistimos a la conformación de una nueva sociedad[7].

Puede discutirse si conviene o no seguir llamando a este acontecimiento “revolución”. Nosotros planteamos nuestra posición en Reflexiones sobre el “proceso” de cambio[8]. Empero, este no es el asunto, por lo menos no es lo más importante; el problema no es lingüístico o semántico, no es de término usado, sino de concepción, de figura e imagen de este desplazamiento. Esta concepción descarta la idea comúnmente compartida de la “revolución” como momento crucial de irrupción violenta, que corresponde al momento crítico de la implosión de la sociedad, que se manifiesta, paradójicamente, como explosión “revolucionaria”. Si se quiere, la “revolución” es mas bien un acontecimiento de cierta duración, en todo caso de duración larga, considerando las temporalidades humanas. Comienza antes de la explosión revolucionaria y culmina con la desaparición completa de la sociedad en crisis.

En este transcurso la “revolución” puede tener más de una explosión, pero, también más de un “reflujo”, usando un término acostumbrado. Si una explosión “revolucionaria” termina, después, atrapada, en las estructuras de la sociedad en crisis, que, sin embargo, no desaparece y mantiene sus estructuras institucionales como maquinarias sociales que permiten la continuidad de la inercia, esto no quiere decir, de ninguna manera, que la “revolución” o la crisis hayan desaparecido. El desplazamiento continúa irreversiblemente; su duración dependerá de condiciones de posibilidad histórica, de circunstancias, de correlación de fuerzas, del alcance de las luchas sociales, del alcance de las emancipaciones o, en contraste, de la resistencia de obstáculos, objetivos y subjetivos. Este desplazamiento no se circunscribe a la tesis determinista marxista de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, que es una explicación reductiva, basada, en última instancia, en la experiencia de la física cotidiana, la física newtoniana, a pesar de ser expresada en lenguaje de la economía política. Se trata de un desplazamiento dinamizado por la atracción gravitatoria de la sociedad alternativa, que se inventa a partir de las composiciones creativas de las dinámicas moleculares sociales. Es la propia energía de las dinámicas moleculares sociales, que se desplazan a otras composiciones, la que genera el desplazamiento de ese acontecimiento que hemos llamado “revolución”. 

Ahora bien, de esta tesis relativista de la “revolución” no se deduce que, como se trata de un “proceso” de larga duración, se justifica que los llamados “revolucionarios”, ahora gobernantes, se dejen atrapar por las estructuras de poder de la sociedad en crisis, como algún teórico del realismo politico y de la “revolución por etapas” pretende veladamente. De ninguna manera, esa interpretación “pragmática” del realismo político no hace otra cosa que mostrar el papel conservador y retardatario de los gobiernos “revolucionarios”. Lo que demuestra que estos gobiernos forman parte del viejo Estado y de la institucionalidad de la sociedad en crisis. La responsabilidad activista es mas bien la de demoler las estructuras de las instituciones de la sociedad en crisis, para dar lugar a la creación de nuevas composiciones institucionales, inventadas por la creatividad de las dinámicas moleculares sociales.

El entramado de un fracaso

Ahora podemos volver a La deriva de una cenicienta política, y explicarnos el laberinto de la soledad del MAS, jugando con el título de un ensayo de Octavio Paz.

El gobierno de Evo Morales Ayma, las dos gestiones de gobierno, dadas desde el 2006, forma parte del viejo Estado, el Estado-nación, por lo tanto forma parte de la institucionalidad de la sociedad en crisis. Sociedad que tiene como base una economía capitalista dependiente, basada en el modelo extractivista colonial; por lo tanto, este gobierno popular, así como los anteriores gobiernos del Estado-nación, administran la transferencia de recursos naturales hacia los centros, nuevos y antiguos, del sistema-mundo capitalista. La diferencia de este gobierno, respecto a los gobiernos neoliberales, radica en que lo hace en mejores condiciones, modificando los términos de intercambio. Nada más.

El fracaso del proyecto político del MAS se explica por el entramado de estructuras de poder y estructuras institucionales que mantienen la inercia de la sociedad en crisis. Paradójicamente el gobierno “revolucionario” prolonga la vida de la sociedad en crisis, alimentando ilusiones de cambio, deteniendo el impulso transformador de los movimientos sociales anti-sistémicos. El laberinto de la soledad del MAS, la cenicienta política, se puede explicar por la diferencia entre ilusión política de cambio y la práctica efectiva del poder. El MAS no podía ser otra cosa que un instrumento electoral, no podía ser un partido de gobierno, en la actualidad de un mundo donde se ha impuesto la simulación como conducta cotidiana y el manejo del poder se ha restringido a estrechos grupos de poder, animados por un centralismo circunscrito y por la obsesión del control total.     




[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Las ficciones del realismo político. Bolpress, Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares, Rebelión; 2013.

[2] Son tres los movimientos de reconducción: El primero es el Acta del Ampliado del Pacto de Unidad, reunido en Cochabamba (2010), con el objeto de exigir al gobierno la aprobación del Proyecto de Ley Marco de la Madre Tierra, elaborado por las organizaciones; el segundo es el Manifiesto de reconducción del proceso, firmado por “intelectuales” y dirigentes (2011); el tercero es el de los llamados “libre pensantes”, visibilizados por la rebelión de la diputada Rebeca Delgado (2013).

[3] Que aparecerán en Horizontes nómadas y Dinámicas moleculares, también quizás en Bolpress y Rebelión.

[4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Epistemología, pluralismo y descolonización; Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares y Rebelión; 2013. 

[5]  Ver de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica, México, 1971.

[6] Revisar de Pierre Boureau Sur L’État. Éditions Raisons d’agir. Paris 2012.

[7] Esta hipótesis se inspira en la tesis de Stephen Hawking del horizonte absoluto generado por la inmensa gravedad del agujero negro. Ver de Kip S. Thorne Agujeros negros y tiempo curvo. Crítica 1995; Barcelona. También revisar de Stephen Hawking El universo en una cáscara de nuez. Editorial Planeta 2002; Barcelona. Título original The Universe in a Nutshell; A Bantam Book 2001.

[8] Ver de Raúl Prada Alcoreza Reflexiones sobre el “proceso” de cambio. Bolpress, Rebelión, Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares; 2013, La Paz

icono-noticia: 

MODELO COLONIAL EXTRACTIVISTA

Raúl Prada Alcoreza

Valgan las metáforas, esta vez la comparación con el ajedrez. Los jugadores de ajedrez sabemos que los alfiles y los caballos son piezas claves en el desempeño del juego. Los alfiles para los movimientos oblicuos y profundos, los caballos para las maniobras en el “terreno” próximo. Usamos esta metáfora para identificar estos movimientos diagonales y estas maniobras “locales” en el campo político y en el campo económico. También sabemos que el gran juego de control sobre las reservas de recursos naturales no renovables es ejecutado por las grandes empresas trasnacionales de la minería y de los hidrocarburos, en intima vinculación con el sistema financiero internacional, los gobiernos de los países de residencia, además de los cipayos nativos de las periferias del sistema-mundo capitalista.

Las estrategias de control, de la efectuación del control, el dominio sobre los recursos naturales estratégicos, de parte de las trasnacionales, no podría darse sin la colaboración de agentes del capitalismo internacional, en su versión actualizada; dominio y hegemonía del sistema financiero mundial, monopolio de las empresas trasnacionales, expansión intensa del modelo extractivista e irradiación de la corrupción, incorporando a altos funcionarios de los gobiernos en esta estrategia de despojamiento y desposesión.

En Bolivia, en el llamado gobierno popular, fungen de “alfiles” y “caballos” del modelo colonial extractivista, personajes que hacen gala de realismo político y pragmatismo, además de ventilar a los vientos un enaltecido cinismo. A estas alturas ya no queda duda de lo que se juega en el TIPNIS, de lo que está detrás de la carretera que atravesaría el núcleo del territorio indígena y parque. El mismo gobierno se ha encargado de adelantar que los parques están comprometidos para ampliar las concesiones hidrocarburíferas. Las concesiones a PETROBAS y PDVSA en el núcleo del TIPNIS ya no se pueden ocultar. La carretera era, principalmente, para facilitar la logística de la exploración en el territorio indígena, que, además, cuenta con título comunitario de propiedad, entregado por el propio presidente a las comunidades del TIPNIS el 2009. Esta aseveración no excluye que también se jueguen otros intereses, vinculados a la expansión de la frontera agrícola de la hoja de coca excedentaria, fuera del fortalecimiento a la burguesía comercial de la región, teniendo en cuenta la irradiación de la geopolítica regional de la burguesía internacionalizada brasilera; geopolítica que se traga a una carretera menor en la gravitación espacial de las carreteras transoceánicas, que se orientan al Pacífico.

Sobre todo los “alfiles” desempeñan una labor demoledora de las últimas defensas populares e indígenas respecto del modelo colonial extractivista. La labor de estos “alfiles” es destrozar a las organizaciones indígenas, dividirlas, cooptar a los dirigentes vulnerables, sabotear la democracia comunitaria, confundir, anexar a los colonizadores del polígono siete en la estrategia colonizadora, que no forma parte del territorio indígena del TIPNIS, sino que ya forma parte de la zona de avasallamiento, mayoritariamente titulada en forma privada e individual.  Estos “alfiles” son los agentes del capitalismo dependiente del modelo colonial extractivistas; son los mejores aliados de los intereses de las empresas trasnacionales. Hablan a nombre del “desarrollo”, como antes hablaban otros “alfiles”, esta vez del proyecto liberal, primero, y del proyecto neo-liberal, después; sólo que esta vez lo hacen a nombre del Estado y no de la libre empresa y el libre mercado. Comparando, los “alfiles” nacionalistas son más destructivos, no tanto por los niveles del entreguismo, como lo hicieron los neo-liberales, sino por que presentan  como si fuese  una actitud soberana entregar el control técnico de la exploración y explotación de los recursos naturales a las empresas trasnacionales, como si formara parte del crecimiento económico el expandir el modelo extractivista, ahora a nombre del Estado, de los intereses del Estado, del “progreso” y del “desarrollo”.  

Estos tardíos nacionalistas, no pelean el control técnico de la exploración y explotación, de la producción y de la comercialización, como lo hicieron los nacionalistas del periodo heroico; lo que hacen es entregar el control técnico a las trasnacionales, por el procedimiento de los contratos de operaciones. Se contentan con expandir estadísticamente las arcas del Estado rentista. A estos tardíos nacionalistas no se les puede pedir que comprendan que, en la actualidad, el “progreso” y el “desarrollo” son meras ilusiones del capitalismo tardío; que esta cuestionado el “desarrollo” y el “progreso”, que se requiere otro horizonte civilizatorio para salir de la dominación colonial del sistema-mundo capitalista. Para ellos, esto es discurso de “jardineros” al servicio de los intereses imperialistas. Esta manera de enfocar la problemática, de parte de los nacionalistas tardíos, devela por lo menos dos cosas; una relativa al determinismo económico, la otra relativa al anacronismo histórico. Primero, su apego al modo de producción capitalista; no tienen en mente otra cosa, para ellos esa es la “realidad”; al socialismo se va por el camino de la revolución industrial, en el mejor de los casos, por la expansión extractivista, en el peor de los casos. Segundo, su concepción anacrónica del imperialismo; tienen en mente la figura difundida del imperialismo antes de la segunda guerra mundial; no han podido actualizar esta figura, no han  podido concebir las transformaciones del imperialismo y del capitalismo. Tienen, en resumen, una concepción de principiantes sobre el imperialismo. Eso les favorece a su política extractivista, que algún ideólogo nacionalista tardío ha llamado, con toda inocencia, geopolítica de la Amazonia. Por lo tanto, se puede concluir, que su discurso anti-imperialista, que lucha con un fantasma del pasado, no con las formas concretas del imperialismo y del capitalismo colonial, es el mejor dispositivo disuasivo de la penetración imperialista contemporánea.

Uno de los “alfiles” ha dicho que la verdad se impone. Se refriere a adelantar con una ley la construcción de la carretera que atravesaría el núcleo territorial del TIPNIS. Ha dicho también que la VIII y la IX marchas indígenas, en defensa del TIPNIS, eran políticas, al servicio de intereses. Se nota que este “alfil” tiene muy poca, escasa, casi ninguna consideración sobre la Constitución. ¿Para qué se ha escrito una Constitución, como expresión de las pasiones y los objetivos de la movilización general y prolongada de 2000 al 2005? ¿Para regocijo propagandístico y teatral del grupo de poder que se ha montado en la cresta de la ola de las movilizaciones? ¿Para legitimar lo contrario que establece la Constitución, el Estado-nación, el modelo extractivista, el capitalismo dependiente, la continuidad de las estructuras coloniales? No parece que reflexionen sobre estos temas; se trata mas bien de consciencias cínicas, a diferencia de las consciencias desdichadas, las que se encuentran desgarradas. En sus actitudes soberbias, empero cada vez menos solventes, se desprende el vínculo que tienen con las empresas trasnacionales,  el modelo extractivista y el Estado rentista. Dice el “alfil” que la carretera se diseñó hace diez años, que ya estaba aprobada; ¿de qué habla? De una continuidad política, del desprecio a las naciones, los pueblos y comunidades indígenas, desprecio epidérmico de las élites gobernantes. Esto no es más que las expresiones crepusculares de la colonialidad. La “realidad” para los nacionalistas tardíos se resume a pocos referentes comunes: Estado-nación, “desarrollo”, que no es otra cosa que capitalismo dependiente, “progreso”, que no es otra cosa que carreteras. Esta escasez imaginativa es la que sostiene la política realista y el pragmatismo, que en el fondo, no son otra cosa que cinismo descarnado.

El problema no es el cinismo, puesto que es un perfil subjetivo; cualquiera, que no se tenga mucho aprecio, puede serlo, si quiere. El problema es que este descaro de la conducta es el instrumento petulante para cubrir la penetración del capitalismo de despojamiento y desposesión, la forma concreta del imperialismo contemporáneo. El problema es que este desplante pedante es hoy la retórica de la colonialidad, despreciativa de lo indígena, de la madre tierra, de las dinámicas y ciclos de la vida. El problema es que con este comportamiento abusivo se vuelve a despreciar al pueblo, a la democracia, a la participación, a la voluntad del constituyente, que es la voluntad del poder constituyente, es decir de los movimientos sociales anti-sistémicos. Estamos ante la efectuación desalmada de las formas grotescas del poder.  ¿La “verdad” se impone? ¿Cuál “verdad”? La “verdad” descarnada del poder que produce “realidades” con el martillo de la violencia, del monopolio de la violencia, simbólica, física y psíquica.

¿Cuál es el costo de esta política extractivista? La destrucción de los territorios indígenas, de los ecosistemas, de los seres y ciclos de la vida, la muerte de la Constitución y del “proceso” de cambio, que se suponía que era descolonizador, anti-capitalista, anti extractivista, en defensa de las naciones y pueblos indígenas originarios, en defensa de los seres de la madre tierra, en la perspectiva del vivir bien,  de un horizonte civilizatorio alternativo. Ciertamente los “alfiles” y “caballos” del modelo colonial extractivista no reflexionan sobre estos temas, pues para ellos la “realidad” no es otra que lo que tiene a mano el poder.    

icono-noticia: 

REFLEXIONES SOBRE EL “PROCESO” DE CAMBIO I

Raúl Prada Alcoreza

Supongo que lo que interesa a la carrera de filosofía de la UMSA, que es la auspiciadora de este seminario, que precisamente pretende reflexionar sobre el proceso político. No tanto así como efectuar reflexiones políticas, sino teóricas, aunque, como dice Françoise Lyotard, la filosofía hace política. Intentaremos entonces una reflexión teórica sobre el llamado proceso de cambio. ¿Qué es entonces lo primero que tenemos que poner sobre la mesa de reflexión acerca del proceso? ¿La caracterización del proceso? ¿Las contradicciones delproceso? ¿Un análisis comparativo con otros procesos políticos? ¿Cómo caracterizar el proceso? ¿A partir de cómo la definen sus protagonistas? ¿A partir de la crisis de dónde emergió? Comenzaremos por definir la crisis de donde emergió el proceso; entonces comenzaremos por la caracterización de la crisis.

 

Como estamos en un seminario de filosofía, que se propone reflexionar sobre el proceso político, debemos priorizar, se supone, la reflexión teórica; entonces es conveniente definir dos conceptos iniciales de la reflexión, crisis y proceso. Etimológicamente crisis quiere decir momento decisivo, situación inestable; viene del latín crisis y del griego krísis, que significa punto decisivo, viene de krínein, que quiere decir separar, decidir[2]. Desde la perspectiva médica se ha hecho hincapié en el sentido de descompensación fisiológica; una ruptura del equilibrio fisiológico. De ahí al concepto de crisis en la teoría de sistemas no hay mucho trecho; la teoría de sistemas habla decrisis cuando el sistema, los subsistemas componentes, los intercambios entre ellos, la retroalimentación con el entorno, ya no puede darse; ya no hay posibilidades de reproducción del sistema. El sistema entra en crisis. Ciertamente es un concepto abstracto, tiene el sentido de crisis estructural y sistémica. Jürgen Habermas  la ha usado en este sentido, dándole también la tonalidad de problemas de legitimación. El marxismo se ha referido a la crisis haciendo referencia a la crisis estructural y orgánica del capitalismo, crisis descifrada a partir de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, interpretada a partir de las dificultades para mantener la tendencias de las tasas de ganancia; crisis que también es entendida, en un marco general, como crisis de acumulación, crisis de sobre-producción, también crisis de la reproducción del modo de producción capitalista. De aquí, se pasa a las consecuencias políticas y a lascrisis sociales; las crisis políticas son entendidas como crisis del Estado, las crisis sociales son interpretadas desde la intensidad de la lucha de clases. Los análisis políticos, casi en general, hablan de crisis refiriéndose a hechos diferentes; crisis de gobierno, crisis de representación, crisis del sistema de partidos políticos, crisis coyunturales específicas. Como se podrá ver, el término crisis se presta a un abanico polisémico amplio; empero, de todas maneras, no pierde su raíz; momento decisivo, situación inestable, incluso momento de ruptura, de separación.

 

En Bolivia se ha hablado de crisis de una manera connotativa más o menos amplia; se ha hecho alusión a una crisis múltiple del Estado, caracterizando al Estado como Estado colonial, aunque la referencia se la hacía al Estado-nación. En este contexto connotativo, la referencias más puntuales se dirigían a la crisis del modelo neoliberal, a la crisis de los gobiernos neoliberales, a la crisis de representación, a la crisis del sistema de partidos; aunque también las connotaciones alcanzaban a la crisis de la sociedad y el Estado boliviano. Interesa detenerse en estas lecturas de la crisis o, mas bien, en esta lectura del acontecer político desde la crisis.

 

Como se trata de reflexiones teóricas, que también llamaremos problemas filosóficos, relativas a la experiencia del proceso de cambio, vamos a tratar de identificar problemas teóricos en los análisis, las interpretaciones y los discursos referidos a la contingencia política, social, económica y cultural del proceso. En adelante haremos un repaso a lo que consideramos los principales problemas teóricos del análisis y de la crítica de la política.

 

Un primer problema aparece con el atributo mismo de las teorías; se trata de cuerpos hipotéticos y de tesis que arman explicaciones lógicas de los acontecimientos que observan, convertidos, si se quiere, en “objetos” de estudios. El problema no se encuentra en que los acontecimientos se conviertan en “objetos” de estudio, sino en la forma como lo hace y lo logra esta mirada, que es la teoría. La teoría forma parte del mundo como representación. Para que se entienda bien, no se desecha la teoría, el servicio de la teoría en la construcción de explicaciones y en la formación del conocimiento; el problema radica en el uso que se hace de la teoría. Los usos teóricos, al otorgarle una significación estructurada a los acontecimientos que estudian, terminan no sólo representando estos acontecimientos, en forma de recortes de realidad, sino que son concebidos como si funcionaran desde la lógica preformada por los cuerpos teóricos. Las analogías encontradas entre lógicas teóricas y las “secuencias” de los procesos inherentes a los acontecimientos ayudan a esta sustitución de los procesos por las lógicas. Indudablemente estas “reducciones” ayudan a explicar los hechos, los sucesos, los eventos y los acontecimientos, a través de la comprensión de relaciones, de estructuras, de sistemas, de composiciones más o menos complejas. Sin embargo, no hay que olvidar nunca que, el acontecimiento no es representación, no es “realidad”, que es otra representación, sino la diferencia absoluta irreductible. Por otra parte, la misma teoría experimenta su propia transformación; las teorías concurren mejorando, adecuando, desplazando, renovando e inventando nuevas explicaciones. Ciertas teorías quedan rezagadas en relación a la aparición de nuevas problemáticas, que son el resultado del desplazamiento de los horizontes de visibilidad y decibilidad de la experiencia. Otro problema radica entonces en las resistencias de las teorías a quedar descartadas; se empecinan por mantenerse, creando, como dice Karl Popper, hipótesis ad doc. Al respecto de este empecinamiento, obviamente no se trata del empecinamiento de las teorías, pues éstas no son sujetos, como suelen convertirlas, por una especie de fetichismo teórico, sino del empecinamiento de los sujetos que usan las teorías. Cuando esto ocurre, se da lugar como a por lo menos tres desfases; primero, en relación a la que identificamos anteriormente, el desfase entre representación y acontecimiento; segundo, el desfase entre teoría y problemática; tercero, el desfase entre la problemática misma y otras problemáticas posibles, que se encuentran opacas o invisibles a la mirada teórica.

 

En relación a estos desfases, los mejores “instrumentos” para recorrer estas distancias y re-articular los desfases son: en primer lugar, la intensidad y la expansión de la experiencia social; en segundo lugar, la crítica. La virtud de la crítica es que hace visible las problemáticas, identifica los límites de las teorías y busca replanteamientos estructurales. La vitalidad de la experiencia social es que extiende, desplaza, los horizontes de visibilidad y decibilidad, por un lado, y profundiza los espesores de la subjetividad. Ambas, la crítica y la experiencia, nos permiten, posibilitan, no solamente desplazar los horizontes epistemológicos, sino también y sobre todo, replantear las relaciones y articulaciones entre teoría, experiencia, subjetividad y la experiencia de los acontecimientos.

 

Como dijimos a un principio, la discusión que nos trae es política; entonces también hablamos de la pasión política, de la pasión como substrato de la política. El discurso político es mucho menos cuidadoso que el discurso teórico; no se hace problema si se trata de representaciones, si estas representaciones son cuestionables y contraen problemas de configuración. Usa el discurso como si éste hablara directamente de “realidades”; no hay ni siquiera una pretensión de verdad, sino, mas bien, una pretensión de “realidad”. El discurso político está directamente vinculado con la fuerza que se emplea respecto a las materias y objetos de poder. El discurso político acompaña a la fuerza; no está para demostrar su verdad, sino está para legitimar la fuerza que se emplea. Entonces, cuando tratamos con el discurso político, no solamente respecto al horizonte de las representaciones, sus límites, en relación a la complejidad del acontecimiento, sino cuando estamos ante los límites mismos de una “ideología”, en pleno sentido de la palabra, como fetichismo del poder, estamos ante un discurso que se considera la expresión misma de la “realidad”, produce “realidades”. 

 

El discurso político es un dispositivo para la acción, no se plantea problemas de verdad, no tiene exactamente pretensiones de verdad, sino que, le interesa directamente incidir en los hechos. Si el discurso político alude a teorías, no lo hace tanto para manifestar su pretensión de verdad, tampoco para reflexionar sobre su propia actuación, sino que usa los fragmentos teóricos como herramientas en su disposición para la acción. Ahora bien, el discurso político puede entrar a la acción con pretensiones emancipatorias o, en su caso, de manera opuesta, puede hacerlo con pretensiones institucionales, buscando el apoyo a las políticas públicas. En ambos casos, el discurso político forma parte de la acción; en un caso, contestataria, o, de lo contrario, reforzando la institucionalidad del Estado. Lo que hay que tener en cuenta es esta característica del discurso político; desde esta perspectiva parece vano entrar en debate teórico o, si se quiere, científico con el discurso político. Aunque se dé una especie de comunicación, incluso se den respuestas por parte del discurso político, esto no quiere decir que asistimos a un debate teórico o científico, sino a un intercambio discursivo donde no se modifica el funcionamiento de la política, que produce “realidades”, tampoco el funcionamiento y las lógicas teóricas, que produce verdades. Las prácticas políticas se fortalecen, por la manera cómo manejan las teorías; las fragmentan y las usan para apoyar los propios objetivos, que son mas bien posicionamientos. Las teorías terminan vulgarizadas y de alguna manera devaluadas por este uso político; rara vez ocurre que el uso de las teorías, en los escenarios políticos, derivan en una interpelación con efectos políticos demoledores, obligando a modificaciones en las prácticas políticas. Cuando esto ocurre es que las prácticas políticas, el estilo coyuntural y periódico, correspondiente a una época, se encuentran en crisis.

 

Por eso, cuando nos invitan hablar del proceso de cambio, es decir, del proceso politico que se vive en Bolivia desde inicios del siglo XXI, debemos contextualizar los ámbitos de la reflexión y la discusión. Preferimos, en principio, separar, metodológicamente, el ámbito teórico del ámbito político, para después enfocar sus zonas de yuxtaposición.

 

 

 

Una mirada teórica sobre el llamado proceso de cambio

 

De entrada tenemos un problema teórico; proceso es un concepto teleológico, supone una finalidad, a la que se llega precisamente mediante un proceso, que pasa por etapas de aproximación. El proceso procesa, por así decirlo, las condiciones de posibilidad histórica, los medios, las fuerzas involucradas, llevándolas hacia el fin propuesto. Se trata de  una producción histórica. A propósito, el concepto deproceso es concomitante con el concepto de producción. Si estas son las características del concepto proceso, se entiende que se tienda a evaluar el proceso de acuerdo a las finalidades propuestas. No es esta valorización de ninguna manera un contra-sentido, sino mas bien algo coherente con el concepto mismo de proceso. El problema no radica ahí, sino en llamar proceso al acontecimiento político experimentado. La ventaja del concepto de acontecimiento es que no es teleológico; no supone ningún propósito, ni de la providencia ni de la historia. El concepto de acontecimiento, como multiplicidad y pluralidad de singularidades, está abierto a distintas contingencias, a diferentes posibilidades, a la aleatoriedad misma de múltiples juegos de fuerzas.

 

Si queremos salir del acto de juzgar el proceso, juzgar en el sentido jurídico del término, como tarea de jueces, ya sea para bien o para mal, negativamente o positivamente, observando sus desviaciones o, en su caso, haciendo apología de su consecuencia, debemos, en primer lugar dejar de hablar de proceso. Debemos decir categóricamente que no hay proceso; lo que hay, es ciertamente un acontecimiento político, en el que estamos insertos, lo que hay es una lucha entre tendencias encontradas, además de una lucha de estas tendencias en relación a las condiciones de posibilidad histórica, que casi todas ellas llaman “realidad”. Condiciones de posibilidad que las tendencias tratan de controlar o inducir para lograr sus propósitos. Lo que ocurra no depende de sus voluntades sino del juego azaroso de las fuerzas, de las contingencias, y, ciertamente, de la dosis de consecuencia que se imprime en las acciones, dependiendo de una suerte de acumulación y disponibilidad de fuerzas.

 

Es preferible entonces tratar de comprender la complejidad del acontecimiento político, que se vive desde el 2000, que buscar juzgarlo, de una u otra manera. Con este propósito intentaremos proponer algunas hipótesis interpretativas del acontecimiento político.

 

Hipótesis

1.- Lo que se experimenta como acontecimiento político es una lucha no sólo de tendencias voluntarias y conscientes, inherentes a los partidos, las organizaciones, los movimientos sociales, las clases sociales, naciones y pueblos, sino la lucha de estas tendencias con las condiciones de posibilidad, los desplazamientos materiales y subjetivos, que no controlan. Entonces se da como una concurrencia de desplazamientos materiales y subjetivos no controlados y tampoco suficientemente visibilizados, desplazamientos que inciden en el decurso de la actualización concreta de la complejidad en las coyunturas sucesivas.

 

2.-  En la interpretación del acontecimiento político es imprescindible identificar las tendencias en juego y la disponibilidad de fuerzas con las que cuentan; además es indispensable identificar algunas de las condiciones de posibilidad histórica y de los desplazamientos materiales y subjetivos en curso, por lo menos los que parecen de mayor condicionalidad e incidencia.

3.-  De las tendencias concurrentes, la que cuenta con mayor disponibilidad de fuerzas, por lo menos hasta ahora, es la tendencia oficial, la gubernamental y la estatal; tendencia dominante en el escenario. Sin embargo, esto no quiere decir que controle las condiciones de posibilidad y los desplazamientos materiales y subjetivos concurrentes. Tampoco que logre vencer y dominar a las otras tendencias en juego. Por eso la tendencia dominante está sujeta a contingencias, así como a sus propias pugnas internas. Muchas de sus acciones desatan consecuencias inesperadas para los propios actores oficiales.

4.-  Por lo menos desde el 2009, desde la segunda gestión del gobierno popular, la otra tendencia, con disponibilidad de fuerza, si se puede hablar en singular y no en plural, como corresponde, no es, desde nuestro punto de vista, la llamada “derecha”, que comprende a los partidos conservadores, ligados a las oligarquías regionales, a la burguesía y a los terratenientes, aunque como clases sociales sigan contando con un dominio económico apreciable. La tendencia con disponibilidad de fuerza, por lo tanto, con capacidad de incidencia, corresponde a las organizaciones sociales que se ha colocado en posición crítica y demandante respecto al gobierno. De entre estas organizaciones hay que destacar a las organizaciones indígenas y la las organizaciones sindicales, aglutinadas en la COB. Fuera de estas organizaciones sociales, han tenido incidencia intermitente y coyuntural, otras organizaciones como los comités cívicos y gremialistas. Estas incidencias en los acontecimientos se comprueba en determinadas coyunturas intensas, como la que corresponde al levantamiento popular contra el “gasolinazo”, que obligó al gobierno a retirar la medida; también en el Conflicto del TIPNIS, sobre todo con la llegada de la VIII marcha indígena, que obligó al presidente a promulgar una ley en defensa del TIPNIS; así como la actual movilización y huelga indefinida de la COB, que obliga al gobierno a revisar y discutir su promulgada ley de pensiones.

5.-  La otra tendencia con disponibilidad de fuerza y capacidad de incidencia son las clases económicamente dominantes, como la burguesía, los agro-industriales, los banqueros. La burguesía recompuesta, que no necesariamente se confronta con el gobierno, al contrario, ha optado por incidir en sus políticas públicas, sobre todo económicas; tiene una comprobada incidencia en el decurso de los acontecimientos.

6.-  En el contexto internacional, del cual Bolivia forma parte ineludible, las empresas trasnacionales, el sistema financiero internacional y el contexto del orden mundial, conforman lo que podemos llamar las estructuras condicionantes en el mercado mundial y en el orden mundial y regional. Estas estructuras condicionantes llegan a convertirse en tendencias en  juego, en el contexto del país, a través de los agentes y agenciamientos operativos.

7.-En el mismo contexto internacional, mas bien regional, debemos citar a otras estructuras condicionantes, cuya presencia trata de compensar la influencia y la incidencia de las estructuras condicionantes internacionales, dominantes y hegemónicas. Estasestructuras de compensación son los gobiernos afines de la región, los organismos de integración, como el ALBA, el UNASUR y el CELAC, además del MERCOSUR y la Comunidad Andina.

8.-  Ciertamente también se encuentran como tendencia de incidencia, en este contexto de tendencias en juego, la que comúnmente se ha identificado políticamente como “derecha”; hablamos de partidos políticos conservadores. Aunque debilitados desde el 2008, tienen representación en el Congreso, en menos de 1/3, además de controlar dos gobernaciones, fuera de la vocería que adquieren en los medios de comunicación.

 

9. Otra tendencia, cuya disponibilidad de fuerza es mas bien local que “nacional”, con cierto impacto regional, es la relativa a un posicionamiento de centro, con variantes de centro-izquierda y variantes de centro-derecha, por las últimas alianzas electorales logradas.

 

10.En lo que respecta a las condiciones de posibilidad histórica, podemos nombrar a la condición estructural de Bolivia en la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Como parte de las periferias y su condicionamiento histórico como país condenado al extractivismo, al modelo primario exportador, y al Estado rentista, la dependencia ha llegado formas extremas, limitantes, obstaculizadoras y generando un circulo vicioso gravitante.

 

11.   Otra condición de posibilidad histórica tiene que ver con lo que llamaremos la historia de las estructuras subjetivas de las sociedades, de las naciones y de los pueblos. Estas estructuras subjetivas son como las memorias de estas sociedades, de estas naciones y de estos pueblos; pero, también sus estados de ánimo. Como dijimos en otro texto[3], cuando hablamos de estructura lo hacemos metafóricamente, mucho más cuando nos referimos a estructuras subjetivas. No podrían darse tales estructuras, ni como una macro-estructura que comprenda la memoria y el estado de ánimo de un pueblo, ni como micro-estructuras que se hallaran inscritas en cada uno de los individuos. Sencillamente se trata de una manera de organizar la explicación y el análisis, corriendo el riesgo de convertir a la estructura en un sustituto del sujeto, sujeto de la filosofía o de la psicología, convirtiéndola en algo así como la combinatoria inherente al funcionamiento de una composición dada; en este caso de una multiplicidad de subjetividades. Recurrimos auxiliarmente y provisionalmente a este concepto de estructura para usarlo como nombre comodín, como nombre de algo, en este caso de experiencias, memorias y ánimos de pueblos. Lo que interesa es esto último, pues, suponemos, que las experiencias, las memorias y los ánimos, de las sociedades y de los pueblos, se sedimentan y estratifican en sus imaginarios, de tal suerte que se convierten como en condiciones de posibilidad subjetivas.

 

12.   Otra condición de posibilidad histórica tiene que ver con el mapa institucional, en otras palabras, la cobertura institucional en relación a la extensión de la misma sociedad. El mapa institucional puede abarcar más o menos la extensión misma de la sociedad, puede capturar torrentes constantes de las dinámicas moleculares sociales, en zonas más o menos extensas de la reproducción social; en este sentido incide preponderantemente en la orientación de la reproducción social, convirtiéndola en el substrato primordial del Estado. Cuando el mapa institucional tiene una cobertura tan grande como la extensión misma de la sociedad, el Estado habría integrado a la sociedad a la reproducción misma del Estado; hablaríamos de un Estado realizado y consolidado. Este es el objetivo de los que propugna la consolidación del Estado-nación. En todo caso, un mapa institucional extenso y articulado, un Estado-nación integrado, hacen de maquinarias abstractas de poder lo suficientemente gravitantes como para incidir en el decurso de los acontecimientos, sin necesidad de controlarlos.

13.   Otra condición de posibilidad histórica puede ser nombrada como mapa de las organizaciones sociales, que hacen como contraste del mapa institucional. El accionar de las organizaciones sociales, su convocatoria, sus demandas, sus movilizaciones y luchas, puede oponerse a los agenciamientos concretos de poder de las instituciones, por lo tanto, puede desordenar la consistencia del mapa institucional, o, en su caso, de manera distinta, en por lo menos, algunos casos, puede reforzar los efectos de poder del mapa institucional.

 

¿Cuál es el problema de este cuadro de hipótesis? En primer lugar que es un cuadro, por lo tanto una pintura y un punteo de tendencias y de condiciones de posibilidad histórica, a las que se ha llegado analíticamente, diferenciando, líneas, aspectos y tópicos, incluso temporalidades. Una vez hecho esto, son como fichas de un rompecabezas, a las que hay que volver a reunir encajando, para armar el cuadro. El problema es que se le atribuye “vida” propia a cada una de estas fichas separadas, como si estuvieran animadas y fuesen autónomas, cuando esto no ocurre en absoluto. En “realidad” estas fichas separadas ni tienen vida, ni son autónomas, ni funcionan separadas. No hay fichas separadas, todo ha funcionado efectivamente como conjunciones complejas y articuladas; no hay tal separación analítica. Esto es parte del fetichismo teórico, del que hablamos al principio. Por lo tanto, si asumimos el acontecimiento como configuración espacio-temporal, como matriz múltiple y compleja, en la cual nos encontramos insertos, no es posible pensar analíticamente, separando piezas, para estudiar sus relaciones y causalidades. Es menester pensar pluralmente el acontecimiento como multiplicidad de singularidades.

 

Con esta aclaración y esta advertencia, podemos aproximarnos a éstos propósitos del pensamiento pluralista, usando las hipótesis, en hipotéticos movimientos, flujos, torrentes singulares, en constante composición y re-composición.

 

Aproximaciones al acontecimiento político

 

Quiero retomar esta aproximación al acontecimiento político recordando una apreciación altamente, sugerente y esclarecedora, que pronuncio Viky Ayllón en la presentación de un libro de Luis Tapia sobre los grupos roqueros de la ciudad de el Alto y la Ciudad de la Paz[4].  Viky Ayllón dijo que el problema de dar nombres a los grupos, de nombrarlos, no sólo cómo se nombran a sí mismos, de acuerdo a la identificación de su banda, sino el nombre que les atribuye el autor, al calificarlos de underground, es hacerlos existir de esa manera, atribuirles un sentido, el valorado por el investigador; además el nombrar a unos y no nombrar a otros, es como hacerlos existir a unos y condenar a la in-existencia a otros, por lo menos a aquella existencia documentada por los libros[5]. Por lo demás, el libro de Luis Tapia es el resultado de una investigación vivencial, pues el investigador era amigo de los grupos roqueros y los visitaba donde tocaban. Además de mostrarnos otra de las facetas de este teórico e investigador, el libro tiene la virtud de alumbrar en la oscuridad refugiada del underground de los jóvenes rebeldes. Volviendo a Viky Ayllón, quiero tener en cuenta esta observación, pues cuando escribimos sobre el acontecimiento político, también nombramos y terminamos dando existencia escrita a lo que nombramos, atribuyéndole un sentido, el del analista, teórico, intérprete, escritor y activista. Se produce entonces una “captura” de las experiencias múltiples y singulares en el sentido teórico asignado. De alguna manera esta significación se convierte en código de intercambio, en sentido compartido, en la medida que los textos se difunden y  son apropiados. Puede ocurrir, a su vez, que los textos difundidos sean usados por otros portadores de discursos, entonces los sentidos que circulan vuelvan a ser “capturados” por otras composiciones discursivas. Pero, lo que interesa, en este caso, es que las singularidades del acontecimiento son “capturadas” por otras singularidades, conformando composiciones, de sentido, que llegan a ser políticas, debido al uso en el tráfago de las fuerzas. ¿A dónde apuntamos con esto? No es posible decir la verdad del acontecimiento político, pues tal verdad no existe; lo que se dan son distintas perspectivas, dependiendo de los referentes. Algunas perspectivas son más compartidas que otras, en la medida que su uso sea más difundido, además de lograr mayor “captura” que otras perspectivas.

 

Al respecto, no estoy seguro del alcance de la difusión de los análisis críticos del colectivo Comuna respecto al seguimiento de los movimientos sociales del 2000 al 2005, tampoco de la expansión de las “capturas” logradas de las singularidades de los acontecimientos; empero, de alguna manera, sus libros fueron referencia para la academia y la discusión política. En este sentido, es conveniente revisar los sentidos y significaciones teóricas y políticas asignadas por Comuna al acontecimiento político de las movilizaciones sociales de ese periodo. Algo que se compartió con otros colectivos y activistas, además de los voceros de las organizaciones sociales involucradas, además de organizaciones políticas, es haber nombrado esta experiencia multitudinaria comoproceso. Entonces ya este concepto conducía la interpretación y el análisis en una dirección teleológica; el proceso semi-insurreccional, pues así se hablaba y se escribía, conduce los levantamientos, las rebeliones, las resistencias, las luchas, las movilizaciones, hacia finalidades inscritas en la memoria indígena y en la memoria popular. Estas finalidades no podían ser otra cosa que la descolonización y la nacionalización de los recursos naturales; de estas finalidades, compartidas por las organizaciones sociales, se encontraron otras finalidades más definidas y de efecto estatal. Hablamos de las figuras concebidas de la transformación estatal. Al principio estas figuras tenían que ver con las distintas perspectivas de lo que se entendía por descolonización, por una parte, y nacionalización, por otra parte. Por ejemplo, el CONAMAQ entendía por descolonización la reconstitución del Collasuyu y del Tawantinsuyu; el CIDOB ya había trabajado la idea del Estado plurinacional; las organizaciones campesinas hacían hincapié en la reforma agraria, aunque compartían distintas propuestas sobre la transformación del Estado, desde las propuestas por las organizaciones indígenas hasta las propuestas socialistas, pasando por la consolidación del Estado-nación. Las organizaciones sindicales de los trabajadores no abandonaron el horizonte definido por sus tesis legendarias, el socialismo, aunque también compartían fuertemente la idea de la consolidación del Estado-nación, recurriendo a su memoria nacional-popular.

 

La forma como se llega a definir la finalidad del Estado plurinacional social-comunitario, fue lograda en reuniones, seminarios, talleres, conferencias y “congresos” del Pacto de Unidad. A esta significación del proceso se llega por el camino de “capturas” de singularidades. Son las organizaciones sociales, las dirigencias de estas organizaciones, los asesores de las organizaciones, las ONGs de apoyo, los dispositivos de “captura”, que coadyuvan a componer una interpretación más o menos compartida. Es así como la finalidad del Estado plurinacional social-comunitario fue asumida orgánicamente. Es así también como el proceso fue interpretado como una producción política del Estado plurinacional social-comunitario. Empero, que la finalidad compartida orgánicamente por el Pacto de Unidad sea la del Estado-plurinacional social-comunitario no quiere decir que el Pacto de Unidad controlaba todas las variables en juego en el contexto de las fuerzas; era la voluntad del Pacto de Unidad, que de ninguna manera garantiza per se que el decurso de los acontecimientos desatados conduzca a tal finalidad. Este decurso no depende de la voluntad orgánica, incluso si llegara a comprometer y convencer a otras fuerzas, como ocurrió en la Asamblea Constituyente, sino del juego y del peso de las fuerzas puestas en juego, de las tendencias, su gravitación, y de las condiciones de posibilidad histórica, la condicionalidad e incidencia de las mismas. Por eso, podemos decir que lo que hacen el Pacto de Unidad y, después, la Asamblea Constituyente, en este recorrido, también Comuna, es estructurar una voluntad, interpretando el acontecimiento político como proceso. El MAS, como “partido” político, va terminar de asumir, en su generalidad, este discurso, “capturando” también sentidos y singularidades. No vamos a detenernos en cómo haya entendido el MAS la finalidad Estado plurinacional comunitario autonómico, que corresponde a los desplazamientos logrados en la Constitución respecto del Estado social comunitario del Pacto de Unidad. La interpretación oficial más se parece a la “captura” del símbolo caudillo de la gama de significaciones del proceso, que ya era una interpretación teleológica del acontecimiento político experimentado multitudinariamente. Lo que interesa, por el momento, es que se construye un sentido común sobre el acontecimiento experimentado colectivamente, se le llama proceso, al que se le asigna una finalidad, el Estado plurinacional comunitario y autonómico.

 

Los límites de este sentido común, de esta interpretación compartida, de esta lectura del acontecimiento como proceso, aparecen prontamente ante las dificultades evidentes de construir un Estado plurinacional comunitario y autonómico. Lo sugerente, ante la constatación de los problemas de la interpretación, son las hipótesis ad hoc que se crean, para conservar a la interpretación construida. El gobierno dice que ya se ha logrado el Estado plurinacional comunitario y autonómico; la crítica, que llamaremos de “izquierda”, dice que no se ha alcanzado este objetivo, que más bien nos mantenemos en el Estado-nación, restaurado y consolidado. La derecha asume que eso que tiene ante los ojos es el Estado plurinacional, aprovechando sus resultados para criticarlo, buscando, mas bien, restaurar el Estado de derecho. En otras palabras, todos asumen la finalidad enunciada como referente suficiente para evaluar el proceso. De esta manera, todos terminan juzgando el proceso desde la perspectiva de su finalidad.

 

Como dijimos, el acontecimiento no se reduce al proceso; hay un campo de posibilidades abierto. Por donde vaya el decurso, depende de las contingencias, la disponibilidad de fuerzas de las tendencias y de la gravitación de las condiciones de posibilidad históricas. Esto no quiere decir que no se tengan objetivitos, que no se tengan finalidades, tampoco, mucho menos, que haya que renunciar a la voluntad. Lo que no se puede hacer es reducir la complejidad del acontecimiento a la idea de una secuencia preformada, la de proceso por ejemplo, y confiar, que como estamos en un proceso, la secuencia de los eventos seguirá la lógica de una producción planificada. Como no ocurre esto, cuando los hechos contrastan con la idea de proceso, sobre todo con sus finalidades no logradas, las tendencias en pugna generalmente recurren a explicaciones fáciles. La tendencia radical tiende a explicarse la no realización plena del proceso debido a inconsecuencias, incluso a traiciones; la tendencia conservadora, ya acomodada en el gobierno, tiende a explicar la incomprensión de la crítica debido a una conspiración interna, que termina apoyando a la derecha derrocada. Las pugnas internas al bloque “revolucionario” arrecian, a pesar de los esfuerzos por acallarla y ocultar la presencia de tendencias. Lo que comúnmente se llama derecha, se explica lo que ocurre como si hubiera esperado que pase; dice que no podía ser de otra manera, cuando el Estado se hace cargo de la economía, vuelve a comprobarse que es un mal administrador. A la derecha todo le parece el fracaso del socialismo; entonces cree volver a ratificar sus aseveraciones sedimentadas en su concepción de fin de la historia; el mundo no puede llegar a ser otra cosa de lo que es.

 

Se trata de distintos planos, por así decirlo. Un plano o plano-meno, plano de intensidad, es el del acontecimiento; otro plano, mas bien de representación, el que corresponde a la idea que se tiene del acontecimiento, que en este caso es la idea de proceso, donde se presenta la voluntad estructurada como programa, finalidad, constitución. Pretender mantener la idea que se tiene, en este caso, la de proceso, a pesar de las contrastaciones, es un suicidio. Lo aconsejable es conocer mejor la complejidad del acontecimiento, mejorar las representaciones que se tienen, adecuar la voluntad estructurada y la estructura de la voluntad a la complejidad puesta en juego, adecuar las finalidades, mejorando también las formas de intervención y los agenciamientos de transformación. Lo que importa es comprender mejor cómo funcionan las fuerzas puestas en juego, cómo funcionan las dinámicas moleculares, cómo funcionan las composiciones moleculares, también cómo funcionan las composiciones molares. En una coyuntura concreta, un periodo y contexto específicos, qué efectos institucionales se dan, qué efectos transformadores provocan las movilizaciones, cuáles son las consecuencias del forcejeo entre el mapa institucional y el mapa de las organizaciones.

 

 

 

Ahora bien, este saber del acontecimiento no es deducción teórica, sino efecto de la acumulación de la experiencia activista y de los movimientos sociales. Este saber colectivo puede convertirse en teoría; esto ayuda a tener una comprensión novedosa del acontecimiento y de la experiencia social de las recientes movilizaciones y luchas. Esta dinámica interpretativa forma parte del aprendizaje social y colectivo, del desplazamiento de los horizontes de visibilidad y decibilidad, de la acumulación de experiencia. Ante esta exigencia, esta vertiginosidad y volatilidad de la imaginación social, inducida por los desplazamientos de la experiencia, se oponen desesperadamente resistencias representativas, que se adhieren a lo que pretenden que son cuerpos fijos teóricos, verdades eternas. Es de estas posiciones conservadoras, de esta ilusión de verdad, de las que se alimentan los “aparatos ideológicos” del Estado, ahora tomados por los “revolucionarios”. Esta es una negativa al aprendizaje y una clara muestra de la convicción de que se trata de defender el poder tomado, por lo tanto una renuncia a las transformaciones.

 

Sin embargo, el mismo peligro la experimenta el ala radical del proceso; al mantenerse en esta representación teleológica del acontecimiento politico. Tampoco quiere aprender de la experiencia al explicar lo que acontece por las inconsecuencias y traiciones. Hay que abandonar definitivamente la teoría de la conspiración. No sirve, es pueril y simple, como para ayudar a comprender la complejidad, el juego de las fuerzas,  las dinámicas moleculares y molares, las relaciones y las estructuras de poder en juego.

 

En relación a lo que acabamos de escribir, es menester proponer un segundo grupo de hipótesis; ahora de carácter dinámico, ya no como cuadro.

 

Hipótesis dinámicas

 

1.       El acontecimiento politico que vivimos, cuya referencia inicial acordada es fines del siglo XX y principios del siglo XXI, acontecimiento múltiple en cuanto a la proliferación de hechos, eventos, sucesos y desplazamientos diversos, acontecimiento registrado en la experiencia plural de las multitudes, sociedades, pueblos, clases sociales, se mueve en un espacio-tiempo curvo, no-lineal, que no se reduce tampoco a un solo plano, sino mas bien comprende múltiples planos en un espesor magmático.

 

2.       Cuando estalló la guerra del agua, entre fines de 1999 y principios de 2000, había distintas posibilidades de secuencias contenidas; una de ellas, es la experimentada. La primera victoria del bloque popular, de la Coordinadora del Agua y por la Defensa de la Vida; la renuncia del gobierno de coalición a la Ley de Agua; la aceptación, a regañadientes, de la salida de la empresa trasnacional del agua, Aguas del Tunari, subsidiaria de la  Bechtel; la continuidad de la movilización general hasta la segunda guerra del gas, pasando por la primera guerra del gas, en octubre del 2003, la caída del gobierno de Sánchez de Lozada, la primera sucesión constitucional, la renuncia de Carlos Mesa, la segunda sucesión constitucional; la victoria electoral del MAS, la asunción del gobierno por el primer presidente indígena. Por ejemplo, el gobierno de coalición podía no sólo aceptar lo que aceptó, sino podía revisar su política privatizadora, amortiguando sus impactos, buscando resolver el conflicto social. ¿Qué hubiera pasado si los gobiernos de coalición hubieran aprendido la lección de la derrota, en vez de insistir en el proyecto, de una forma represiva, acusando a los dirigentes de las movilizaciones como terroristas, incluso narcotraficantes? Por otra parte, ¿qué hubiera ocurrido si no se daban las movilizaciones, bloqueos y sitio de ciudades, indígenas y campesinos de septiembre de 2000? Decimos eso, pues en la CSUTCB se dio al respecto una discusión; no todos estaban de acuerdo con la movilización y el sitio. En la discusión se impuso la tendencia radical, que terminó conduciendo la movilización, los bloqueos y el sitio a las ciudades. La proximidad entre uno y otro evento, la guerra del agua y el sitio a las ciudades, terminó impregnando a los acontecimientos, a los movimientos sociales involucrados, un halo de corriente incontenible, de rebelión desbordante indetenible. Lo que vino después contó con este impulso de continuidad semi-insurreccional. Lo que queremos decir es que, si se dio lugar la secuencia de eventos que se sucedieron no fue porque había una lógica inscrita en un proceso desenvuelto en la historia reciente, sino porque en el contexto de las fuerzas en pugna, de las tendencias evidenciadas, de las condiciones de posibilidad histórica y las condiciones de posibilidad subjetivas constatadas, las fuerzas insubordinadas, rebeldes, movilizadas, lograron mantener la convocatoria abierta de la movilización, radicalizando sus objetivos. Ante este desafío popular, las fuerzas que defendían a los gobiernos de coalición recurrieron a la represión ascendente, llegando, de este modo, a la masacre en la ciudad de El Alto, en octubre de 2003. Este fue un momento no sólo de alta intensidad de las luchas, quizás el de más alto nivel, sino también una coyuntura de encrucijadas, además de punto neurálgico de decisiones. ¿Qué hubiera pasado si la toma de la ciudad de La Paz por medio millón de movilizados y movilizadas, que bajaron de la ciudad de El Alto, hubiera tomado el Palacio Quemado? Lo que querían algunos grupos radicalizados. ¿Qué hubiera pasado si el alto mando del ejército hubiera decidido defender al gobierno de Sánchez de Lozada, intervenir, generando una escalada de violencia ascendente de la represión? ¿En ambos casos, guerra civil? ¿Si esto ocurría, cuál hubiera sido el desenlace? En todo caso, es de prever que cualquier modificación en los hechos ocasionaba desplazamientos en los sucesos, aunque sean estos desplazamientos próximos a los hechos acaecidos. Lo que finalmente sucede no acaece por el decurso o la implicación de una lógica histórica implacable, sino por la combinatoria de singularidades, que al moverse, ocasionan distintos desenlaces.      

 

3.       Con esto no se quiere decir que todo es azar y aleatoriedad, que estamos ante potencias ciegas e incontrolables; no, de ninguna manera. El acontecimiento conjuga, combina, contiene, múltiples singularidades en juego y en constante composición, desprendidas de sus dinámicas moleculares; esto es contingente. Empero, en el contexto de estas combinaciones, juegos de fuerza y composiciones entra la voluntad organizada y estructurada de movimientos sociales, organizaciones y pueblos; en este sentido, interviene afectando al conjunto de las combinaciones, empujando a su incidencia en un determinado sentido. En la medida que esta voluntad organizada tiene una amplia y profunda convocatoria, cuenta con una acumulada disponibilidad de fuerzas, entonces su participación e incidencia en el decurso de los acontecimientos es preponderante.

4.       El desenlace de los acontecimientos no es controlable; no es posible una ingeniería social que controle todas las variables intervinientes y pueda producir los hechos planificadamente. Lo que se puede es, de alguna manera, prever una banda de probables y posibles resultados, como una curva contingente de eventualidades efectivas.

 

Conclusiones

 

Ahora bien, dónde nos conducen los dos grupos de hipótesis que presentamos. En primer lugar,  que hay que renunciar a la teleología; dejar de proponerse finalidades, a partir de las cuales juzgamos y evaluamos el proceso, que es la metáfora teleológica, que sustituye al acontecimiento, reduciéndolo a la lógica histórica preformada. Este fue el error del socialismo, llamado científico, que no abandonó la concepción del socialismo utópico, que el mismo criticó. También puede ser el error del proyecto de construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico, como otra alternativa, más completa y compleja, pos-capitalista, que la diseñada por la dictadura del proletariado. Hay que aprender de las revoluciones llamadas democráticas de los siglos XVIII y XIX; ante la complejidad del acontecimiento político, social, económico, cultural, ecológico, es preferible establecer el punto de partida, con las reglas del juego bien establecidas; lo que venga después, dependerá de el ejercicio democrático, del juego de fuerzas, de los consensos que se formen. Las reglas del juego democráticas fueron la igualdad política y jurídica, con la ampliación al voto universal, incluso el pluralismo liberal. Entre las reglas del juego de un proyecto descolonizador y pluralista, además de social y ecológico, deben plantearse la igualdad y equivalencia de las mismas condiciones de posibilidad para las culturas, las lenguas, las instituciones propias, las naciones y los pueblos; además de plantearse la igualdad económica y social para todos, como garantía de las mismas condiciones de posibilidad. Por otra parte, es indispensable reconocer y garantizar los derechos de los seres de la madre tierra, comprendiendo a los ciclos vitales. En cuanto respecta al mapa institucional, se debe conformar una cartografía de nuevas instituciones, de organizaciones sociales, de organizaciones populares y de pueblos, de organizaciones de las diversidades subjetivas, que garantice el ejercicio de la democracia participativa, directa, comunitaria, representativa de todos.  

 

      

 

 


 

[1] Esta es la ponencia para el seminario sobre Reflexiones del proceso de cambio, organizado por la Carrera de Filosofía de la UMSA, el 16 de mes de Mayo de 2013, y realizado en el salón de la Vicepresidencia. Se puede considerar este documento como el segundo autocrítico; el primero es Epistemología, pluralismo y descolonización.

 

[2] Ver de Guido Gómez de Silva Breve diccionario etimológico de la lengua española. El Colegio de México.

 

[3] Este texto es Hacia una teoría de la sociedad alterativa. Todavía no publicado, se encuentra en elaboración y revisión. Será difundido en Horizontes nómadas, también en Bolpress.

 

[4] El libro fue editado y publicado por Autodeterminación.

 

[5] He recurrido a mi memoria, tratando de rescatar, no literalmente lo que dijo Viky Ayllón, sino interpretando lo que dijo, el significado de sus comentarios y observaciones. Es difícil recordar los términos literales de su exposición.

 

 

 

 

icono-noticia: 

SÍNTOMAS DE LA DECADENCIA

Raúl Prada

Un pequeño grupo de constituyentes, visiblemente manejables, se ha reunido y ha hecho declaraciones altisonantes, exigiendo a la Asamblea Legislativa que ya de una vez ratifique normativamente la reelección del presidente y del vicepresidente. En su declaración se dice que apoyan lo que aprobamos los constituyentes de mayoría en la Constitución de Oruro, reelección indefinida. ¿Dónde estaban estos constituyentes cuando el poder constituido, concretamente el Congreso, se nombraba constitucional, y revisaba la Constitución aprobada por el poder constituyente? No dijeron nada, fueron obedientes a las determinaciones equivocadas del ejecutivo. No defendieron la Constitución aprobada por ellos, dejaron que el Congreso manipule el 30% de la Constitución aprobada en Oruro por la Asamblea Constituyente. Una vez aprobada por el pueblo la Constitución, revisada por el Congreso y promulgada por el presidente, no dijeron nada. No defendieron a la Asamblea Constituyente frente a la violación ejercida por el Congreso en contra de los atributos ilimitados del poder constituyente. Se dejaron ningunear, como dice la voz popular. Cuando se aprobaron y promulgaron las leyes inconstitucionales, que deberían ser fundacionales, y terminaron siendo restauradoras del Estado-nación, dejando de lado las transformaciones institucionales y estructurales, que requiere la construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico, no dijeron nada. Callaron, no defendieron el mandato constitucional. Dejaron que se promulgue la Ley Marco de Autonomías y Descentralización Territorial, que es inconstitucional, pues no responde a la Constitución, se desentiende del entramado de competencias autonómicas, desconoce los territorios indígenas y mantiene un sistema financiero centralista, cuando se debería establecer un sistema financiero autonómico y descentralizado. Cuando se promulgó la ley del Régimen Electora, que atenta contra los Derechos de los Pueblos Indígenas y Originarios, además de vulnerar la representación plurinacional, que comprende normas y procedimientos propios, tampoco se pronunciaron. También callaron cuando se promulgó la Ley de Deslinde jurídico, que resulta no solamente inconstitucional, pues atenta contra el pluralismo jurídico, sino también es una ley colonial, donde prácticamente se hace desaparecer a la Jurisdicción Indígena Originaria Campesina, subordinándola a la Jurisdicción Ordinaria. Podemos seguir con una lista más larga, pero no lo haremos; escribimos en otros textos difundidos sobre estos temas[1]. Lo que llama la atención es que en los temas cruciales, fundacionales del Estado plurinacional, estos constituyentes trasnochados, alterados ahora, callaron aquellas veces, fueron cómplices del desconocimiento de la voluntad del constituyente. Ahora, en un tema menor, el de la reelección, pues no puede ser otra cosa, no es un tema relativo a las transformaciones estructurales e institucionales, es un tema electoral, se les ocurre pronunciarse, llamados desesperadamente por el ejecutivo para descalificar a Rebeca Delgado. Lo hacen en contra de la Constitución promulgada, contra el texto evidentemente claro de las Disposiciones Transitorias.

Al presidente de la Comisión de Constitucionalidad se le ha ocurrido la peregrina idea de que las disposiciones transitorias son eso “transitorias”, corresponden a un pequeño lapso de tiempo. ¿Este señor es presidente de la comisión de constitucionalidad? Ningún estudiante de derecho constitucional se atrevería a decir semejante sandez. Las Disposiciones Transitorias son constitucionales, forman parte del cuerpo constitucional. Exigen la misma obligación que todos los artículos de la Constitución; se refieren a temas y tópicos pendientes, como las relativas al Régimen Electoral, como la relacionada al cómputo de los mandatos anteriores, en relación a las elecciones de autoridades departamentales, a la prórroga del mandato de los Alcaldes, Concejales municipales y Prefectos de Departamento. Las Disposiciones Transitorias también disponen sobre la sanción de las leyes fundamentales, la Ley del Órgano Electoral Plurinacional, la Ley del Régimen Electoral, la Ley del Órgano Judicial, la Ley del Tribunal Constitucional Plurinacional, así como la Ley Marco de Autonomías y Descentralización. De la misma manera dispone de los departamentos que disponen del régimen de autonomías, sobre los procedimientos de elecciones de autoridades. En esta perspectiva, dispone sobre el desarrollo legislativo y sobre la revisión del escalafón judicial. En lo que respecta al territorio indígena establece que la base son las Tierras Comunitarias de Origen. Así mismo dispone sobre el régimen de concesiones, instituye que las concesiones deben adecuarse al nuevo ordenamiento jurídico de la Constitución. Dispone también sobre la vigencia de los tratados internacionales. En lo que respecta a los requisitos para los servidores públicos, exige que una de las condiciones para acceder al desempeño de las funciones públicas sea hablar por lo menos dos idiomas oficiales. Como se puede ver, todas estas Disposiciones Transitorias son obligatorias, deben cumplirse, atendiendo a los temas pendientes. Entre los temas pendientes se encuentra el numeral II de la primera disposición, que dice claramente: Los mandatos anteriores a la vigencia de esta Constitución serán tomados en cuenta a los efectos del cómputo de los nuevos periodos de funciones. No se puede interpretar este texto, como lo hace un embrollado senador de Cochabamba, que cree que se puede interpretar un texto literal como si su significado fuera precisamente lo contrario de lo que está escrito. El argumento es estrambótico, dice que el espíritu constituyente está en los documentos dejados por los constituyentes, concretamente en la Constitución de Oruro. Olvida que la interpretación se hace del texto literal promulgado, no del dejado de lado por sus mismos jefes del ejecutivo, a los que defiende rastreramente, dejado de lado por el anterior Congreso, donde había un número significativo de diputados y senadores del MAS, siendo la primera fuerza política. Esta es una asombrosa anécdota de una sui generis interpretación “semántica”, que separa espíritu constituyente del cuerpo escrito. El senador no se inmuta cuando dice que se puede interpretar un texto con el significado de otro texto, aunque sean totalmente contradictorios.

Estos constituyentes, que se proclaman airados defensores de la Constitución, no responden a estas cuestiones y problemas candentes. Prefieren cerrar los ojos, taparse los oídos, y comportarse de una manera indigna para un constituyente, cuya principal responsabilidad es defender la Constitución y vigilar por su cumplimiento. No les avergüenza aprobar la inconducta del TCP, que está completamente sometido al ejecutivo. Se nota que tampoco comprenden que por el camino escogido, de forzar una reelección inconstitucional, pudiendo lograr una reelección por el camino constitucional, haciendo una reforma parcial a la Constitución y mandando la reforma al referéndum, llevan al presidente a una situación insostenible, a una elección inconstitucional, por lo tanto ilegitima. Al imponer por la fuerza, por violación grotesca de la Constitución, una reelección imprevista por la norma fundamental, lo único que hacen es mermar la propia convocatoria, manifestando claramente una profunda debilidad e inseguridad, atrayéndose el voto en contra de parte de la población, que hubiera votado por el presidente, si no fuera por estas desmedidas conductas incongruentes.

Estos constituyentes serviles cometen varios errores crasos; primero se atribuyen hablar a nombre de los constituyentes de mayoría, cuando no convocaron a nadie. Lo que se debería hacer es convocar a los asambleístas, por lo menos de mayoría, y debatir el tema, para sacar una resolución de consenso. Esto de atribuirse representaciones que no les corresponde es parte de las acostumbradas violencias descomunales del gobierno en contra de la Constitución, de los movimientos sociales, de las naciones y pueblos indígenas originarios. Otro error que cometen, es que ponen en peligro a la Constitución promulgada, le quitan crédito, devaluándola con su actitud servil, pisoteando el texto constitucional. Un tercer error evidenciado, es que estos constituyentes estuvieron completamente ausentes cuando se tenía que defender la Constitución en los temas cruciales de transformación normativa, trasformaciones estructurales e institucionales, en el desarrollo legislativo, que debería ser fundacional y no restaurador. Un cuarto error que cometen es que son cómplices del derrotero al abismo, con su actitud se suman a los y las llunk’u que aplauden el naufragio y atentan contra el proceso. Estos constituyentes pasan tristemente a la historia del proceso constituyen, a la triste e increíble historia de una Constitución pisoteada por los que deberían aplicarla.

He escuchado una declaración de una constituyente lisonjera, del departamento de Oruro, ahora funcionaria de Estado, descalificando a Rebeca Delgado, también constituyente y ahora asambleísta. Se hacen alusiones personales, además de develar una deshonestidad sin límites, diciendo que Rebeca Delgado no hizo nada en la Asamblea Constituyente, cuando dirigió una de las comisiones. Estos extremos de indecencia muestran la decadencia moral de la que increpa a una diputada valiente, que se ha atrevido a defender la Constitución dos veces; primero, con el pleito de la Ley de Extinción de Bienes, sobre la que el propio TCP le dio la razón; y segundo, respecto al fallo del TCP sobre la reelección, consulta efectuada por la Asamblea Legislativa, en tono de interpretación descalabrada de la Constitución acerca del tema en cuestión. Hay pues una gran diferencia entre esta diputada, Rebeca Delgado, que sigue siendo constituyente, como todos los constituyentes, hasta la aprobación de una nueva Constitución, y este grupo de constituyentes serviles, que prefieren ser usados a comportarse como corresponde, defendiendo la Constitución.

Rebeca Delgado ha dejado en claro que no está contra la reelección, sino que comprende que el único camino para hacerlo es respetando la Constitución. El ejecutivo y el llunkirio generalizado parecen no entender lo que se dice. Siguen con la letanía de decir que quieren la reelección del presidente, lo hacen a gritos para que el jefe sepa que son incondicionales; cuando este no es el tema, sino cómo se lo logra, con qué procedimientos. No obviamente mediante una imposición perversa. Eso ya no es reelección, eso es una suspensión de los derechos y garantías constitucionales, eso es un Estado de excepción. Sin embargo, ese es el camino escogido por el oficialismo y el llunkirio generalizado. Es triste, pues apena ver cómo la movilización prolongada de 2000 al 2005, que abrió el decurso del proceso, y como el dramático proceso constituyente, terminan con las más bochornosas y degradantes inconductas inconstitucionales, inconductas desesperadas, que lo que único que manifiestan es angurria de poder. Es triste, pues se observa que el ejecutivo, la Asamblea Legislativa, el TCP, y estos constituyentes serviles se han vuelto los sepultureros del proceso de cambio.

Estamos ante la crónica de una muerte anunciada, haciendo paráfrasis al cuento de Gabriel García Márquez que lleva ese nombre. Los que deberían ser los garantes del cumplimiento de la Constitución son los que precisamente le clavan la daga varias veces, hiriéndola mortalmente. Es una paradoja brutal. Y todo se hace bajo el discurso de defensa de la Constitución; parece una película macabra; pero, es la mismísima cruda “realidad”. El ejercicio del poder se ha convertido en el teatro de la crueldad[2], donde las simulaciones más pavorosas se ensañan contra los cuerpos “martirizados” del pueblo, convertido en un espectador atónito. El tema de la reelección no es el más luctuoso, ha habido peores cosas, sobre todo aquellas que tienen que ver con los temas cruciales de las transformaciones estructurales, las transformaciones pluralistas, comunitarias, autonómicas, participativas e interculturales del Estado, que son mandatos constitucionales no cumplidos. Ya estamos acostumbrados a esta forma descarnada de manifestación extravagante del poder. No es que sorprende que lo vuelvan a hacer, sino que, por nuestro lado, también se ha vuelto una costumbre responder a estos síntomas de la descomposición política; no se puede callar ante ninguna de las atrocidades del poder desenvuelto, sean temas mayores o menores.

Estos comportamientos ignominiosos son como los anuncios crepusculares de la muerte del proceso y la Constitución. A la decadencia política le sigue la decadencia moral; hay como una algarabía en los últimos momentos del festín; los celajes que anuncian la noche sin luna. Es el momento de la efervescencia, todo vale, ya no hay reglas ni normas que respetar, todas son manipulables. Ocurre como dijo una vez uno de los asesores de la cúpula, que ahora sigue fungiendo de tal; este ilustre asesor decía que como siempre fuimos dominados, sufrimos violencia, ahora nos toca dominar, hacer sentir nuestra violencia. Este asesor, que obviamente, no tiene nada que ver con Frantz Fanón, quien consciente de la violencia cristalizada en los huesos del colonizado, comprendiendo que la descolonización devuelve la violencia al colonizador; sin embargo, sabia claramente, que no se trata de ocupar el lugar del otro, el lugar del patrón, volverse el nuevo patrón, sino de destruir la estructura de dominación colonial. La diferencia entre el tristemente ilustre asesor y Frantz Fanón es abismal; el asesor busca desahogarse, manifestando a voz en cuello, resentimiento y el espíritu de venganza, como conceptúa Friedrich Nietzsche. A eso reduce la “revolución”; en cambio, el teórico de la descolonización apunta a desmontar el poder, la dominación colonial y capitalista. El problema es que la violencia simbólica y física desatada no es contra los patrones, que se han vuelto aliados del gobierno, sino contra el pueblo, como es el caso del “gasolinazo”, contra las naciones y pueblos indígenas originarios, como es el caso del TIPNIS, contra la Constitución, como son los numerosos casos de elaboración, aprobación y promulgación de leyes inconstitucionales.

La Asamblea Legislativa ha aprobado la ley de reelección inconstitucional. No se puede esperar otra cosa de una mayoría de asambleístas dispuestos a firmar cualquier cosa, a veces sin haber leído, como cuando aprueban contratos, incluso en inglés; no se puede esperar otra cosa de una mayoría de asambleístas que optó por la concepción mercantil de la política[3], no se puede esperar otra cosa de una mayoría de asambleístas que han perdido toda dignidad, acostumbrados a que los maltraten, a que los ninguneen, a que los desprecien, como lo hace el presidente nato del Congreso, que lo que único que hace es ordenar, controlar, vigilar y castigar. De acuerdo a declaraciones de la presidenta de diputados, ahora dicen que no necesitan 2/3, cuando la Constitución exige dos tercios para las reformas parciales de la Constitución. Lo que hacen no es, ciertamente, la reforma parcial, como corresponde, sino una violación atroz de lo que establece la Constitución; pero, de todas maneras, se trata de un tema que afecta al texto constitucional; por lo tanto se requeriría, en todo caso, 2/3. A estas alturas de la desmesura violenta de las imposiciones, ya no importa nada, “hacemos lo que nos da la gana”. Estas escenas patéticas forman parte de los comportamientos ignominiosos a los que nos acostumbraron; también son síntomas de la decadencia. Cuando se suspende todo pudor, toda ética, toda moral, cuando no se tiene vergüenza de nada, cuando se considera que todo vale para conseguir los fines, este maquiavelismo vulgar, entonces los dados están echados, hay que leer lo que cae en la mesa, el número fatal.

Haciendo un balance de lo acontecido, es muy probable que el proceso haya muerto; el desarme del proceso por parte del gobierno ya ha ido muy lejos. Son estas termitas que carcomen la madera con la que se debería construir el Estado plurinacional, las que han horadado la materia política del proceso, las que lo han llevado a sus más profundas contradicciones, las que han suplantado el proceso por el teatro de la crueldad, por la simulación grotesca de los cambios, que no se dieron, por la folklorización de lo plurinacional y la descolonización. Son estas termitas del proceso las que festejan esta usurpación tosca, haciendo gala de sus comportamientos, que consideran leales, cuando no son otra cosa que rastreros. Es probable que esto, la muerte del proceso, ya haya acontecido, pues un proceso sólo podría subsistir mediante el empuje de las transformaciones, la profundización y el ejercicio de la democracia participativa. Nada de esto se ha dado; en vez de esto, se han repetido, mediante un rápido aprendizaje, las mañas de la vieja clase política, la indolencia de esta casta, que cree que han nacido para gobernar. La diferencia, entre unos y otros, entre los de ahora y los de antes, radica en que los nuevos aprendices de brujo lo han hecho de una manera expansiva, llegando a límites jamás sospechados. El prebendalismo, el clientelismo, la corrupción, son los procedimientos más usados y apreciados, como método de control, por los nuevos discípulos políticos.

Es probable que el proceso haya muerto; empero la responsabilidad de los constituyentes consecuentes, de los movimientos sociales anti-sistémicos, lo que queda de ellos, de las organizaciones sociales no cooptadas, del pueblo boliviano, es defender el proceso, aunque haya desaparecido, en contra de los sepultureros oficialistas, pues de lo que se trata es de luchar por lo imposible, dejando constancia que este proceso pertenece al pueblo boliviano, a los movimientos sociales, a las naciones y pueblos indígenas, y no a los impostores y usurpadores, que usufructúan del poder a nombre precisamente del mismo proceso que entierran.

La decadencia

La decadencia, que significa muchas cosas, como ocaso, declinación, descenso, declive, crepúsculo, degeneración, caída, es una figura usada para expresar el derrumbe de los regímenes, de los imperios, de los gobiernos; así como también, se usa el término para expresar el crepúsculo de épocas, etapas o periodos. Se ha hablado mucho de la decadencia del capitalismo; ha pasado un siglo y el capitalismo no cae, mas bien cambia, se transforma, adquiere otras formas y otra estructura de composición. Ciertamente el término de decadencia es una metáfora usual; también se la ha usado para referirse a la corrosión, a la corrupción, al hundimiento ético y moral. Es un término “subjetivo”, por así decirlo; cuando lo usamos nos dejamos llevar por las impresiones. ¿Cuál es el valor de este uso metafórico de decadencia? Expresa el estado de ánimo, las impresiones dejadas como huellas agobiantes, que hacen como signos de desmoralización. Entonces, cuando usamos el término decadencia, lo hacemos para referirnos a un estado de ánimo, a un clima o atmósfera sensible, que presiona a la gente, la convierte en escéptica o incrédula, en el peor de los casos, en angustiada. Muchos llegan a decir, “al final todos son iguales, para eso es el poder, por eso se llega al poder, para usarlo en beneficio propio”. Sin embargo, también el término de decadencia pude contener significaciones “objetivas”, por así decirlo. Sobre todo cuando se lo usa para interpretar ciertos síntomas del comportamiento político; esto ocurre cuando el comportamiento político deja de ser creíble, es puesto en duda. Cuando se hace elocuente que lo que dicen los políticos no concuerda con los hechos. Particularmente cuando lo que hacen es una vulneración flagrante de los derechos. Entonces, cuando esto ocurre se puede hablar de una decadencia; esta constatación adquiere sus contrastes alumbradores cuando los “sujetos” aludidos son precisamente los que se reclaman de “revolucionarios”. Por lo menos en el imaginario, la “revolución” es idealizada como una figura trastrocadora, una remoción profunda, una subversión contra todo lo odiado, el poder, la violencia, la corrupción, la manipulación, las trampas de los políticos tradicionales. Cuando los “revolucionarios” hacen lo mismo, se puede hablar de una decadencia de esa “revolución” que estaba en curso, llámesele como se la llame, socialista, comunitaria, descolonizadora, democrática, cultural.

No vamos a hablar de las hipótesis interpretativas de por qué ocurre esto, esta decadencia política; ya lo hicimos en otros escritos[4]. Nos interesa ahora reflexionar sobre la descripción de estos síntomas de la decadencia. ¿Cuál es el imaginario de los que manifiestan estos síntomas? ¿Cuál es el perfil subjetivo de los que efectúan esta sintomatología de la decadencia? Es difícil esperar que los que expresan estos síntomas sean conscientes de los mismos; por así decirlo, los “decadentes” no son conscientes de su decadencia, salvo las consciencias más lucidas, ungidas por las nostalgias conservadoras, quienes se encuentran desgarrados por el avasallamiento del tiempo, observando su propio crepúsculo. Empero, estas son las excepciones honrosas. La gran mayoría de los comprometidos consideran que lo que hacen es lo que deberían hacer, pues no hay otra cosa que hacer, es lo único que se puede hacer como muestra de lealtad. Éstas no son consciencias desdichadas, en el sentido hegeliano, en tanto desgarradas, sino, al contrario, son consciencias satisfechas consigo mismas. Se trata de una satisfacción con la condición trivial lograda. El mayor logro es el reconocimiento del jefe; no hay necesidad de hacerse problemas, de si lo que se hace contradice los postulados, los principios, los valores, los objetivos. Todo esto al final no importa; lo que importa es continuar, preservarse, conservarse, mantenerse, cueste lo que cueste. Lo que importa es que al día siguiente, al despertar, se siga en el mismo puesto, en el mismo lugar, con el mismo gobierno; nada de sorpresas. Tampoco importa hacerse problemas con que si es o no es un proceso de cambio; lo importante es que el jefe dice que lo es y seguimos adelante. Hay como un auto-convencimiento; eso basta. Lo peor, cuando se llega a este estado de ánimo, a esta autosatisfacción, es encontrarse con los que ponen en duda, los y las que cuestionan, los y las que critican. Esos son enemigos del proceso de cambio; hay que pulverizar a esta gente, destruirlos, con todas las armas al alcance, denigrarlos, descalificarlos. Por eso, no es sorprenderse del esmero con el que se dedican a combatir a la crítica, a los y las que ponen en duda las ordenes. Se desgañitan por hacerlo, en contraste al mínimo esfuerzo, incluso nulo, por atender el desarrollo legislativo u otra tarea que implique la custodia del proceso y la Constitución.

Empero, no todos los involucrados en la decadencia, tienen el mismo perfil ni comparten el mismo imaginario. Hay quienes elaboran más, comprenden que hay diferencias entre lo que se postula y lo que se hace, incluso saben que es preferible mejorar, corregir errores; sin embargo, concluyen que, por el momento, no se puede hacer otra cosa; hay que dejar las modificaciones para después. Ahora hay que defender el gobierno. ¿Contra quién? Contra el fantasma de la derecha; esta siempre está presente, es como una eterna conspiradora; lo hace desde todas partes. No importa que ahora, sea una minoría política; todavía cuenta con recursos, es fuerte económicamente, además cuenta con apoyo internacional. Entonces se justifican todos los errores con este argumento, la defensa del gobierno. Olvidan que la mejor defensa es la transformación, la profundización, la democracia participativa. Se encierra, como si estuvieran sitiados; por eso actúan represivamente.

Sin embargo, el perfil de mayor incidencia es el de los diseñadores de la estrategia política, si podemos llamar estrategia a lo que bosquejan y terminan implementando. Para ellos todo está claro; no cabe la posibilidad de la duda. No hay errores, hay una contante experimentación de la estrategia, de su implementación; ésta es indiscutible. Está elaborada con toda claridad, además está aprobada por el jefe. Estos diseñadores conciben que lo único que existe es la estrategia política, lo demás está demás, son documentos logrados en el camino. Son enunciados ideales. La Constitución es un referente ideal; empero, lo que vale “pragmáticamente” es la estrategia política. Lo único real es el Estado, lo demás es utopía; hay que usar el Estado para transformar. Si en el camino se vulneran derechos; éstos son los costos colaterales; todo sea por alcanzar los objetivos de la estrategia política. ¿Cuáles son estos objetivos? Consolidar el poder “popular”, fortalecer el Estado; no importa si este Estado sigue siendo el Estado-nación; lo que importa es que está en nuestras manos. Eso es suficiente. Lo que hay que garantizar es la perdurabilidad y la continuidad. Cuánto más tiempo tengamos más cambios se podrán hacer, aunque vayamos lento. Si el modelo económico sigue siendo extractivista, aunque éste es un problema, hay que considerar que es parte de la transición; lo que importa es que está nacionalizado. Se necesitan recursos económicos para invertir socialmente y productivamente. Este es el pragmatismo de los diseñadores, de los estrategas políticos. Debido a su vanidad, a su imaginario egocéntrico, no se dan cuenta que lo que hacen se parece a lo que las élites que criticaron hicieron, por lo menos las más progresistas. Un poco más de Estado, un poco más de programas sociales, acompañados por la estridente propaganda y publicidad. Así, de este modo, privilegiando su estrategia política, abandonan la Constitución y lo que consideran utopías. 

[1] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Descolonización y transición. Horizontes nómadas 2012; La Paz.

[2] Teatro de la crueldad: Término usado por Artaud para referirse al teatro de la realidad.

[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza La concepción mercantil de la política. Bolpress 2013; La Paz.

[4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Defensa Crítica del proceso. Bolpress 2013; La Paz.

icono-noticia: 

GUERRA PERIFÉRICA Y GEOPOLÍTICA REGIONAL

Raúl Prada Alcoreza

El presente ensayo se propone una aproximación retrospectiva a la guerra del pacífico, desde el presente, algo así como una genealogía. Recogemos la veta abierta por René Zavaleta Mercado en La querella del excedente;  texto de análisis teórico y crítico de la guerra del Pacífico, alejado de las historiografías tradicionales y los discursos chauvinistas. Zavaleta nos dejó una reflexión profunda, a la vez apasionada, de esta contingencia que ha abierto heridas en los tres países. Algunos dirían más en unos que en otro, incluso otros dirían más en uno que en los otros. Pero, la verdad es que desde la guerra se han formado como sentidos comunes de enemistades labradas por los años en más de un siglo, que va desde la culminación de la guerra, por lo menos en algunos sectores de las poblaciones. Por otra parte, Bolivia, no solamente como Estado, sino como país, ha quedado enclaustrada, perdiendo su acceso al Pacífico. ¿Es aceptable esta condición como consecuencia de una guerra? Sabemos que la guerra no  puede otorgar derechos de conquista, menos aún dejar a un país sin costa. Esta no es una buena condición como principio de integración. Los pueblos no son los que se inclinan por las guerras, sino sus estados y sus burguesías, tampoco pueden aceptar condenas territoriales como las del enclaustramiento. La opción alternativa por la complementariedad de los pueblos, la solidaridad y las composiciones cooperantes entre ellos, es la base democrática y participativa para la solución de problemas pendientes. Y esta opción alternativa es la base para la confederación de los pueblos, que es la tarea pendiente de los pueblos, para corregir las mezquindades inaugurales de las oligarquías, que prefirieron las repúblicas chicas, los Estado-nación subalternos, en vez de la Patria Grande. 

Pérdidas territoriales

¿Qué se puede decir de un país que ha perdido un poco más la mitad de su territorio con en que ha nacido a la vida independiente? El país nació a la vida republicana con una superficie pretendida de 2.363.769 km². A partir del año 1860  empezó a sufrir pérdidas territoriales. En la actualidad, la superficie de Bolivia es de 1.098.581 kilómetros cuadrados. En relación a su territorio actual, la diferencia es de 1.265.188 kilómetros cuadrados. Con Brasil pierde unos 490.430 kilómetros cuadrados, en sucesivos años que comprenden 1860, 1867, 1893 y 1958. El principal conflicto con el Brasil es la Guerra del Acre. Con el Perú se pierden 250.000 kilómetros cuadrados, principalmente por arreglos diplomáticos, en 1909. Con Paraguay se pierden 234.000 kilómetros cuadrados, debido a la conocida guerra del Chaco (1932-1935).  Con la Argentina se pierden 170.758 kilómetros cuadrados, por delimitaciones fronterizas, efectuadas por la vía diplomática, en 1897. Con Chile se pierden 120.000 kilómetros cuadrados, como resultado de la perdida de la guerra del Pacífico (1879-1883). Indudablemente la pérdida más sentida y conmovedora es la del litoral, pues, después de firmado el Tratado de 1904, Bolivia se queda sin salida al Mar, condenándose a ser un país mediterráneo.

¿Cómo se pueden explicar estas pérdidas territoriales? A los y las bolivarianas, cuando conocemos esta triste historia, no viene un sentimiento de frustración temprano. En la escuela no nos explican por qué ocurrió esto. En recompensa se nos entregan programas cívicos atiborrados de denuncias e inflamados chauvinismo. Los estudiantes que atendemos estas clases quedamos atónitos, sin ninguna respuesta clara por parte de los profesores. El sentimiento de frustración se convierte en una ambigua e indescifrable aceptación de un destino como condena. Obviamente que esto afecta en nuestra auto-estima. Sólo nos recomponemos, en parte, cuando hacemos el recuento de nuestra historia de rebeliones. La historia de las luchas sociales es gratificante, como que abre las compuertas de la esperanza. Empero, las luchas sociales no nos reponen de las pérdidas territoriales; son promesas de futuro. Es más, cuando culminan nuestras revoluciones, como que volvemos a la inercia que ha aceptado las pérdidas, hasta con cierta apatía. ¿Por qué no reaccionó el pueblo contra el Tratado de 1904? Un pueblo que había salido de la guerra Federal y que abría un ciclo liberal en un segundo periodo republicano. ¿Por qué se aceptó tanto de República Federal de Brasil como de la República de Chile la compensación dineraria, como si los territorios perdidos fueran cuantificables? Se ha acusado a los gobiernos de ser responsables de semejante comportamiento y decidía; esto puede llegar a ser cierto; empero, no quita la corresponsabilidad de la sociedad que dejó que las cosas ocurrieran como acontecieron.

¿Dónde se encuentra la explicación? ¿En la fundación misma de la república, por haber renunciado a la construcción de la Patria Grande? Claro que esto también ocurrió con los otros países hispanohablantes; en contraste Brasil, portugués-hablante, supo conservar su unidad y continuidad territorial, bajo una administración estatal federal. ¿La explicación se encuentra en la estructura social, en la estructura política,  en la estructura económica? No eran tan distintos los otros países, herederos de la administración colonial, iniciando su vida independiente en el ciclo capitalismo de la revolución industrial. ¿Congresos dominados por abogados y gobiernos manejados por caudillos, explican, de alguna manera, esta desazón política y moral? Tampoco en esto nos diferenciamos de la historia política de nuestros vecinos. ¿Qué a “condenado” a Bolivia a ser tan débil y tan vulnerable? Cierta interpretación histórica descarga la culpa en la oligarquía gobernante, que prefirió conservar el flujo de sus intereses económicos a arriesgarse en la defensa del país y de sus recursos naturales. ¿Esto no es más bien un contra sentido, atendiendo a la estrategia a largo plazo de la composición de sus intereses? ¿Es qué estas oligarquías regionales cuentan tan solo con una mirada a corto plazo y quizás a mediano plazo, a mucho pedir? También se dice que estamos ante una oligarquía mas bien desarraigada, desapegada, sin apego al territorio dónde se enriquece. Puede ser cierto; sin embargo, esta psicología tampoco es tan distinta a lo que ocurría con otras oligarquías europeizantes latinoamericanas.

No se puede construir una explicación con medias verdades, medias certezas. Es indispensable encarar la historia de manera crítica, auscultar en sus temporalidades las claves de desenlaces tan desalentadores. René Zavaleta Mercado elabora un ensayo iluminador sobre el decurso de la guerra del Pacífico, sus condicionantes y hasta quizás el juego de varias determinantes. Lo hace combinando afectividad y análisis crítico. Trata de responder desde otra perspectiva, diferente de la acostumbrada, a las preguntas que nos hacemos los y las bolivianas. Empero, se trata de un ensayo solitario, un oasis teórico. No se ha continuado por esta veta. Se lo lee, se lo considera, se hace tesis y reflexiones sobre la obra de Zavaleta; sin embargo, se está lejos de sufrir como él las preguntas existenciales de todo y toda boliviana, de trabajar una perspectiva crítica que construya una explicación convincente. La querella del excedente es un ensayo solitario, una hoja perdida en el desierto. Es menester retomar esta veta teórica para responder a las preguntas, pero, también, para encontrar salidas existenciales y políticas.

Zavaleta escribe:

Pues bien, si hubiera que distinguir entre cómo se vive la Guerra del Pacífico y cómo la  Revolución Federal… habría que escribir que la primera debe ser considerada en rigor como un asunto de Estado o materia estatal, es decir, como algo que ganó o perdió la clase dominante, por cuanto entonces no estaba diferenciada del Estado como una responsabilidad suya ante sí misma… Decimos entonces que, en el modo ideológico inmediato que tuvo que ocurrir, la Guerra del Pacífico fue una guerra de incumbencia del Estado y de la clase del Estado, y no de la sociedad, al menos no de un modo inmediato. Vamos a ver luego por qué. La Revolución Federal, en cambio, sacó al claro lo más vivo de los conflictos clásicos de la sociedad civil[1].

La pregunta de Zavaleta abre la herida:

¿Cuál es la razón, por cierto, por la cual Bolivia se demoró tanto en darse cuenta (dar cuenta a uno mismo) de lo que había ocurrido? Los pueblos que no cobran consciencia de que han sido vencidos  son pueblos que están lejos de sí mismos. Lo que llama la atención, en efecto, es el desgano o perplejidad con que este país expecta un hecho tan decisivo no sólo para su ser inmediato, sino también para su futuro visible. Tratábase por cierto, en su cualidad, de la pérdida territorial más indiscutible como pérdida, la más grave de modo terminante para el destino de Bolivia[2].        

Un resumen sucinto de lo acontecido puede ser el siguiente:

Como antecedentes inmediatos de la guerra tenemos los tratados firmados en 1866 y 1874. Estos tratados supuestamente buscaban resolver la querella limítrofe con Chile, en lo que respecta a la soberanía  sobre el desierto de Atacama. Desierto despreciado, en principio, empero después de las demandas provocadas por la revolución industrial, se convirtió en el desierto de la tierra prometida para los tres países de la contienda bélica; Bolivia, Chile y Perú. Atacama es rico en guano, también en yacimientos de salitre y de cobre. Los tratados definieron como línea demarcadora entre Bolivia y Chile el paralelo 24 de latitud sur. También por medio de los tratados se otorgaron diversos derechos arancelarios y concesiones mineras a empresarios chilenos en la Atacama boliviana. Más tarde, estas disposiciones desencadenaron la controversia entre los dos países. El Estado boliviano, en el gobierno de Hilarión Daza, incrementó el impuesto a la extracción de salitre de las compañías salitreras de capital chileno-británico; determinación que fue interpretada por La Moneda como que no se respetaron los tratados firmados. El 14 de febrero de 1879, Chile ocupó el puerto boliviano de Antofagasta, iniciándose la llamada Guerra del Pacífico  en la que los ejércitos y las armadas aliados de Bolivia y Perú fueron vencidos por el ejército y la armada de Chile. Chile ocupó el litoral, el desierto de Atacama y una parte de la puna, antes de cruzar la cordillera de los Andes, también ocupó el desierto de Tarapacá, del Perú, invadió Lima y combatió en la sierra, donde se atrincheró parte del ejército peruano, que optó por una guerra de guerrillas. Este despojamiento dejó sin posesión litoral a Bolivia, que quedó, desde entonces, sin salida al mar. Con la pérdida del litoral se perdieron también cuatro puertos; además de Antofagasta, se contaba con los puertos mayores de Mejillones, Cobija y Tocopilla. Veintiún años después de concluida la guerra, con el Tratado de 1904, Bolivia reconoce a perpetuidad el dominio del territorio en litigio por parte de Chile.

Sin embargo, no podemos atender a la cuestión planteada, al requerimiento de una explicación histórica y estructural de lo acontecido en la guerra del Pacífico, si sólo nos situamos en la perspectiva corta de los antecedentes inmediatos, que en este caso parecen ser los tratados limítrofes, así como posteriormente, el cobro del impuesto de 10 centavos por cada quintal de salitre exportado. Estos antecedentes no explican el desencadenamiento de la guerra, menos el desenlace y los resultados que tuvo. Puede terminar siendo la excusa de las acciones que tomó el gobierno de Chile interviniendo en Antofagasta; pero, de ninguna manera, pueden convertirse en la procedencia de la guerra. Ciertamente que la explicación estructural de los acotamientos históricos no es fácil de lograr, salvo si se cree que se puede reducir la historia a una a una linealidad causal. Un antecedente mediato de la guerra del Pacífico es la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, desencadenada por la determinación de La Moneda a que ésta no se consolidará. También se opuso la República Federal de Argentina a la Confederación andina; llevando a cabo una guerra contra Andrés de Santa Cruz en el norte argentino y en el sud boliviano. Analizar con cierta perspicacia esta guerra, quizás nos ayude a encontrar ciertas claves de lo que va a ocurrir después, en la guerra del Pacífico. 

La  Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana concurre desde el año  1836 hasta 1839. Se enfrenta la Confederación Perú-Boliviana  a la alianza formada por peruanos contrarios a la confederación y la República de Chile.

Cuando se dio lugar la Confederación Perú-Boliviana, la reacción de la oligarquía costeña fue contraria; se opusieron contra lo que consideraron era el dominio de la sierra peruana y boliviana.  Destacamentos peruanos al mando de Felipe Santiago se enfrentaron a las fuerzas confederadas. En desenlace del enfrentamiento bélico fue favorable a la Confederación, culminó con la derrota y fusilamiento de Salaverry. La flamante Confederación andina no sólo tuvo que enfrentar esta oposición peruana y chilena, sino también el desacuerdo argentino; la Confederación Perú-Boliviana  combatiría a la Confederación Argentina, dirigida por Juan Manuel de Rosas. En las batallas emprendidas  en este frente de guerra se pugnaron territorios del altiplano. En este caso, también el ejército confederado de Andrés de Santa Cruz  consiguió imponerse.

Empero, básicamente la guerra confederada se desenvuelve en el enfrentamiento de la Confederación Perú-Boliviana con la República de Chile, que apoyaba a peruanos contrarios a la confederación. Estos “restauradores” deseaban la reunificación del Perú y la expulsión de Santa Cruz del poder.

La segunda fase de la guerra culminaría con la victoria de las tropas del Ejército Unido Restaurador,  ocasionando la disolución de la Confederación Perú-Boliviana, dando con esto también culminación al protectorado de Andrés de Santa Cruz.

¿Por qué se opuso Diego Portales a la Confederación Perú-Boliviana? ¿Por qué también lo hizo la Confederación argentina? ¿Por qué los peruanos del norte se alzaron en armas contra la Confederación andina? Revisando los hechos,  tal paree que en tiempos de Andrés de Santa Cruz, Bolivia contaba no sólo con un estratega y estadista, sino también con un ejército capaz de hacer frente a dos guerras casi simultáneas. Este general de Simón Bolívar, oficial curtido en la guerra de la independencia, era como la presencia o la proyección de una época gloriosa, de la cual devienen todavía los aires de la Gran Colombia. En el caso del Mariscal de Calahumana, incluso podemos no sólo tener en cuenta la extensión geográfica del Virreinato del Perú, sino incluso del Tawantinsuyu. Se trataba de buscar corregir los errores locales del nacimiento de las republicas independientes. Ahora bien, ¿por qué no entró en este proyecto Chile? No eran estructuras sociales tan distintas, aunque había más analogía entre las estructuras sociales de Bolivia y Perú. Al final se trataba de repúblicas que habían sido liberadas por los ejércitos independentistas de Simón Bolívar y San Martin, quienes se pusieron de acuerdo en Guayaquil, sobre el curso a seguir. Cuando estos países se vieron amenazados por la flota española que incursionaba el Pacífico, confraternizaron para afrontar la amenaza. ¿Qué ocurrió en los 40 años posteriores a la finalización de la guerra de la Confederación para que la situación cambie, para que la correlación de fuerzas cambie tan drásticamente, que la ventaja cualitativa la tenga Chile contra Bolivia y el Perú?

La oposición de Portales a la Confederación fue enunciada claramente: Bolivia y Perú eran mucho más que Chile. De concretarse esta unión era como que el destino de Chile se circunscribiría a un papel modesto. ¿Por qué no pudo pensarse de otra manera? ¿Los intereses económicos que se conformaron al sud, en Santiago, y al norte, en Lima, visualizaron como amenazas la conformación de una Confederación que potenciaba la sierra y los Andes, el interior, contra la costa? ¿Se repetía la misma mezquina perspectiva de las oligarquías locales que se opusieron a la Patria Grande? Bolivia tenía como referente administrativo la Audiencia de Charcas, y como referente económico el entorno potosino, vale decir la economía de la plata, que comprometió a una geografía que venía desde Quito y llegaba a Córdoba. Esta economía, que podemos llamar endógena, con cierta cautela, se contrapone a la economía de la costa, altamente articulada al mercado internacional de la revolución industrial. ¿No se podía combinar ambas geopolíticas, ambas estrategias económicas? ¿Por qué tendrían que ser dicotómicas? Tal parece que en estas contradicciones se encuentra la explicación de las tensiones entre el interior, las provincias del interior, y las capitales, que tienen la mirada puesta en la costa, que los subordina al mercado internacional. La guerra gaucha, de las provincias del interior contra Buenos Aires, parece tener el mismo sentido. Así también la guerra de la triple alianza, Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, país que conservó una perspectiva endógena.

El ciclo del capitalismo de la revolución industrial, bajo hegemonía británica, arrastró los centros económicos de los países periféricos a la costa, condicionando sus economías a circunscribirse a una división del trabajo internacional, a una geopolítica capitalista, que los condenaba a ser países extractivistas. No es pues inapropiado nombrar a la guerra del Pacífico como guerra del guano y del salitre, la querella del excedente. Estos países periféricos, involucrados en la guerra, disputaron el excedente para satisfacer la demanda británica y europea. La guerra que  se peleó fue para favorecer a sus oligarquías, que eran intermediarias del capital británico. Las oligarquías locales no podían tener otra perspectiva que la de sus intereses locales; era entonces imposible que de ellas se genere una perspectiva integral. Entre las incipientes burguesías nativas, boliviana, chilena y peruana, con sus propias contradicciones coloniales,  enfrentando a sus poblaciones indígenas, aunque lo hagan en distintos contextos y de distinta manera, la que parece haber resuelto, para entonces, problemas de constitución de clase, es la burguesía chilena, en tanto que las burguesías boliviana y peruana, todavía se debatían en la ambigüedad de proyectos contrastados. Entre persistir en la dominación gamonal, latitudinaria y colonial, o transformar su dominación, modernizando sus relaciones de poder, proletarizando a su población.

La burguesía chilena, intermediaria del capital hegemónico, no encontró otra cosa, como proyecto propio, que expandirse, controlar los recursos naturales que sus vecinos no sabían explotar ni administrar. Se trata de una guerra de conquista de mediana intensidad. Se puede decir que la estatalización en Chile se dio más rápidamente que en Bolivia y Perú, a quienes les costó más tiempo conformar un Estado-nación. Parece que es en el transcurso de esas décadas, que vienen desde los treinta y van hasta los setenta del siglo XIX, que la burguesía trasandina se inclina por una estrategia militar. Concretamente se prepara para la guerra; desde la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana hasta la Guerra del Pacífico, concurren reformas institucionales administrativas y militares, tendiendo a una modernización, equipamiento, disciplina y adecuación a las tácticas y estrategias de la guerra moderna, para ese entonces. En cambio, parece no concurrir esto ni en Bolivia ni en el Perú, que enfrentan la guerra con los resabios de la guerra de la independencia y la guerra confederada.

Zavaleta Mercado habla de disponibilidad y de óptimo. Dice que el Estado chileno logró esta disponibilidad de fuerzas y un óptimo para cuando estalló la guerra del Pacífico. Lo que no ocurrió con Bolivia y Perú, que contaban con excedente, pero no con disponibilidad de fuerzas y un óptimo. Zavaleta cree ver que la militarización del Estado chileno tiene que ver también con la contingencia de la constante amenaza de la guerra indígena; Chile se vio obligado a conformar un Estado fortaleza, encargado de cuidar y definir las fronteras permanentemente. Puede ser; empero, esta característica también la compartían Bolivia y Perú, aunque en otro contexto y de otra manera. Es preferible concentrarse en dos aspectos: 1) la mejor adecuación y adaptación de la burguesía trasandina a las demandas de materias primas de la revolución industrial, logrando pautas de reproducción social más afines al nuevo ciclo del capitalismo; y 2) la reorganización y modernización del Estado, incluyendo, claro está, de la armada y del ejército.

La hipótesis de interpretación es la siguiente:

La guerra confederada forma parte de las historias de las guerras entre el interior y la exterioridad misma de la formación económico-social, entre los proyectos endógenos y los proyectos exógenos. La historia de estas guerras más se parecen a la historia de guerras civiles entre las provincias del interior y la capital, núcleo primordial de la externalización. Este tipo de guerras civiles se han dado en todo el continente americano; también podemos considerar, como formando parte de esta tipología, guerras que se presentan como guerras entre estados, como es el caso de del guerra confederada, así también como la guerra de la triple alianza contra Paraguay. Este país era el ejemplo de un proyecto endógeno en marcha y consolidado; tuvo que enfrentarse a tres proyectos económicos, políticos y sociales exógenos. No parecía posible la convivencia entre ambos proyectos confrontados. El ciclo hegemónico de la revolución industrial exigía una clara división del trabajo internacional, una definida geopolítica que diferenciará los centros de las periferias del sistema-mundo capitalista. Así como convertir a las periferias en espacios de compra de los productos manufacturados, siendo economías primario exportadoras. La orientación económica, social y política paraguaya era, en el siglo XIX, un desafío a la geopolítica del sistema-mundo capitalista del ciclo de la revolución industrial.

La guerra confederada andina no dejó de connotar estas características de una suerte de guerra civil entre un interior y una exterioridad, aunque ésta forme parte de la propia formación social y económica. La contradicción entre los intereses de una oligarquía costeña y otra oligarquía serrana hablan de ello. En el espacio discursivo e “ideológico” se puede notar también este contraste, cuando los voceros y políticos costeños calificaban a Andrés de Santa Cruz como “serrano”, queriendo usar este término despectivamente; incluso se lo calificó de “guanaco de los Andes”.  Ahora bien, los actores involucrados no tienen que ser plenamente conscientes de estas contradicciones; empero, basta que sus acciones y perspectivas se involucren en una proyección distinta a la de subordinación al mercado externo, como para marcar la diferencia; así, como al contrario, adecuando, mas bien, la forma Estado a este requerimiento. Puede pensarse que el proyecto de la Confederación era una reminiscencia del proyecto independista integral de la Gran Colombia; se puede incluso concebirlo como una reminiscencia de  la convocatoria de Tupac Amaru de formar una gran nación desde el Pacífico hasta el Paititi. Como reminiscencia ya no tenía el alcance que contenían los proyectos de la Patria Grande; sin embargo, era, esta proyección disminuida, una actualización, en menor escala, de aquellos.

La derrota del ejército confederado era una derrota más del interior contra la costa, de la interiorización contra la externalización, de los proyectos endógenos contra los proyectos exógenos. Se puede decir también que la derrota de la Confederación anticipa la derrota de Bolivia y Perú en la guerra del Pacífico, aunque esta guerra es de otra índole.  Ya no se trataba de una guerra entre un interior y la externalización, entre unos proyectos endógenos y otros proyectos exógenos, pues claramente los tres países optaron por la externalización, por el proyecto exógeno, por el modelo extractivista de sus economías. La guerra del Pacífico fue una guerra de tres proyectos de externalización, fue una guerra por el excedente para externalizarlo. Cuando decimos que la derrota de la Confederación anticipa la derrota de la guerra del Pacífico, decimos también que, la burguesía chilena fue más eficaz con la conformación y consolidación de este modelo, procurando una modernización institucional, administrativa, educativa, militar, adecuada a los tiempos de la revolución industrial. Las oligarquías peruana y boliviana se adormecieron con la externalización de sus excedentes, que los tenían en más que en lo que respecta a Chile, se adormecieron con una suerte de sobrevaloración de sus capacidades, que, viendo los desenlaces, resultaron hartamente obsoletas, dadas las circunstancias y los cambios habidos durante el siglo XIX.

Zavaleta anota otro tópico en el análisis del desenlace de la querella por el excedente. Este es el de la vinculación con el espacio. Considera un vinculo con el espacio en las civilizaciones andinas, pre-coloniales, distinta al vinculo dado en las repúblicas. Mientras las civilizaciones andinas emergían del espacio, nacían del territorio, domesticando plantas, arrancando a la tierra una fertilidad difícil, mediante tecnologías agrícolas innovadoras y la organización colectiva. Las repúblicas producirán el espacio, por así decirlo, conformaban un espacio adecuado al mercado internacional; sin embargo, no todas lograron controlar su propio espacio.

Zavaleta escribe:

Los espíritus del Estado en Bolivia no veían los hechos del espacio sino como una dimensión gamonal. Lo característico era la forma gamonal del Estado[3].           

Refiriéndose al espacio andino dice:

La agricultura andina, que no en balde es el acontecimiento civilizatorio más importante que ha ocurrido en este lugar y en América Latina entera, y después Potosí o sea Charcas, se organizan y se identifican en torno a este discurso territorial… El Atacama, por lo demás, era de un modo arquetípico una tierra apropiada, incorporada al razonamiento ecológico de esta instancia de los andinos de tal manera que no es cualquier costa apta para el comercio moderno lo que podía ocasionar semejante sentimiento gregario de desagregación[4].

Este vínculo ancestral con el espacio se quebró o se redujo a su mínima expresión; ya no es el espacio articulado por las complementariedades, ya no es el archipiélago andino el que hace de matriz territorial reproductiva a la sociedad organizada en comunidades, ayllus, sino es otro espacio o espacialidad el que hace de referente de los flujos y desplazamientos, un espacio mercantil cuya gravitación radica en los núcleos de externalización de los recursos naturales. Es con relación a este otro referente espacial que hay que entender lo que pasó; por qué no reaccionó la sociedad boliviana ante semejante pérdida.

Zavaleta se pregunta:

Se necesita explicar sin duda por qué la otra Bolivia, la que sí debería ver estas cosas como una adversidad gravísima, tardó tanto en su evaluación. La perplejidad con que vive el cuerpo social una pérdida tan considerable se explica porque la lógica espacial previa, que era en realidad una combinación entre la agricultura andina clásica y el Estado despótico como su culminación natural… se había replegado a lo que será el aspecto de la cristalización u osificación de la historia del país[5].   

La respuesta que se da es:

Recluido en su coto cerrado de la agricultura y practicando una economía moral de resistencia, conservación e insistencia, el vasto cuerpo popular, aunque se demoraría en tomar consciencia del problema, lo haría después con una intensidad que sólo se explica por la interpelación que tiene el espacio sobre la ideología o interferencia en esta sociedad[6]

En torno a La querella del excedente

A propósito del guano, como una de las causas de La guerra del pacífico, Roberto Querejazu Calvo escribe:

Hacía más de un millón de años que tres aves marinas, el guanay, el piquero y el alcatraz, tenían convertidas las costas de esta parte de América del Sur en su inmenso hábitat. Desde él venían incursionando diariamente en el océano para alimentarse hasta la saciedad con la anchoveta y otros peces pequeños arrastrados en proporciones fabulosas por la corriente Humboldt. La defecación de las tres pescadoras en sus lugares de descanso fue cubriendo los promontorios, islas e islotes de ese borde continental con una capa de estiércol de varios metros de altura (hasta 30 en las islas Chincha) y con un peso de millones de toneladas[7].

Lo que viene después de la revolución industrial es una gran demanda de alimentación debido a la migración a las ciudades y el crecimiento demográfico. Esta situación exigió un incremento de la producción agrícola; para tal efecto era menester fertilizar los suelos. El guano era uno de los mejores fertilizantes conocidos. El valor comercial del guano, su demanda mundial, convirtió el despreciado desierto de Atacama en un territorio estratégico y codiciado. Bajo estos condicionamientos del ciclo del capitalismo, bajo hegemonía británica, devino la querella por el excedente entre tres países periféricos del sistema-mundo, Bolivia, Chile y Perú.

Querejazu dice que era indudable que Chile reconocía que el litoral de Atacama pertenecía a Bolivia, heredera del territorio de la Audiencia de Charcas. No hizo ninguna reclamación por los actos de soberanía que ejercieron en dicho territorio los gobiernos bolivianos: fundación y funcionamiento del puerto de Cobija, visita del presidente Andrés de Santa Cruz, establecimiento de autoridades políticas y aduaneras, otorgamiento de concesiones mineras y salitreras[8].

Sin embargo, el 31 de octubre de 1842, el Congreso chileno dictó una ley declarando que eran propiedad de la nación “la guaneras de Coquimbo, del desierto de Atacama y de las islas adyacentes. Coquimbo era suelo chileno, pero Atacama y sus islas pertenecían a Bolivia. Al año siguiente, otra disposición legislativa declaró chilena la “provincia de Atacama”[9].

Los incidentes siguen y se suman:

La barca Rumena, la goleta Janequeo y la fragata Chile cargaron guano de covaderas bolivianas. El 20 de agosto de 1857, una expedición militar de la corbeta Esmeralda ocupó la bahía y la península de Mejillones, ampliando la frontera chilena hasta el paralelo 23[10]. En 1863, el gobierno boliviano busca una alianza secreta con el Perú. En el Congreso Extraordinario reunido en Oruro se plantea la posibilidad de declarar la guerra a Chile si es que no obtenía la devolución de Mejillones[11]. Perú no asume, en ese entonces, la alianza con Bolivia; quedando la opción de la protesta por la incursión militar en su territorio. Bolivia rompe relaciones diplomáticas con Chile.

En 1864 se produce una confraternización americana en contra de España, debido a un incidente que ocurre en la hacienda peruana de Talambo. Un conflicto de agricultores vascos con sus patrones, con la sucesiva represión seguida, ocasinó que el gobierno de España ordenará a la división de marina, que se encontraba por aguas del Pacífico, tomase posesión de las islas Chincha, reivindicando suelo ibero, demandando a Lima indemnización para las familias vascongadas. En ciudades de Chile se dieron lugar manifestaciones contra esta ocupación de España de suelo americano; se ultrajó la bandera española. España exigió explicaciones y reparación moral y pública. Ante la negativa de Santiago de hacerlo, España declaró la guerra a Chile. En estas circunstancias los países andinos y del Pacífico de Sud América entraron nuevamente en guerra con España. Concretamente Perú y Ecuador apoyaron a Chile, el gobierno de Mariano Melgarejo confraternizó con La Moneda, llegando posteriormente a concesiones y acuerdos, altamente dadivosos, sobre el conflicto limítrofe con Chile.

El Tratado de Amistad y Límites lo firmó don Juan Ramón Muñoz Cabrera, Ministro Plenipotenciario de Bolivia en Chile, con el canciller  Álvaro Covarruvias, en Santiago, el 10 de agosto de 1866. Dispuso que el paralelo 24 fuera la línea de separación de las soberanías de Bolivia y Chile. Que no obstante ello, ambas naciones, se repartían por igual el producto de la venta del guano y las rentas fiscales de los minerales existentes entre el grado 23 y 25. Que serían libres de todo derecho de importación los productos naturales de Chile que se introdujesen por el puerto de Mejillones[12].

El problema es el excedente

Cuando decimos que el problema es el excedente decimos muchas cosas. ¿Cuándo los recursos naturales se convierten en el excedente? Cuando el capitalismo convierte en renta los recursos naturales, cuando son valorados  como mercancías en el modo de producción capitalista. Forman parte de las condiciones iniciales para el proceso productivo. El guano, el salitre, el cobre, la plata, los minerales, los hidrocarburos, se convirtieron en mercancías ante la demanda de materias primas de la revolución industrial. Esta contextura mundial condiciona la adecuación de los nacientes estados independientes. Tempranamente consideraron que su sobrevivencia y desarrollo estaba íntimamente vinculada a la perspectiva de esa demanda, a la que deben satisfacer. Estos estados se constituyeron sobre la base de explotación de los recursos naturales mercantilizables, en su momento; son estados estructurados para disponer del excedente y transferirlo al mercado internacional. Entonces el control del excedente va a ser tarea prioritaria de sus administraciones, sobre todo del Estado más consciente de los cambios de época. De los tres estados involucrados en la guerra del Pacífico, era indudablemente Chile el Estado que mejor se adecuó a la demanda del ciclo del capitalismo de la revolución industrial; no Bolivia ni Perú, que todavía se batían en el umbral de las épocas, la que abandonaban y a la que ingresaban. Pero los tres países, de todas maneras, se encontraban condicionados por las exigencias del excedente, es decir, de la renta que genera el excedente; por lo tanto, se encontraban afectados por la “ideología” moderna del excedente. Los tres estados van a ser obligados a la pugna por el excedente, respondiendo a la demanda del modo de producción capitalista mundial. Los tres países entran en guerra por el control de las riquezas del desierto de Atacama y del desierto de Tarapacá, para satisfacer la demanda de la revolución industrial. Los tres países consideraron que peleaban por ellos; sin embargo, en términos efectivos, terminaron peleando por otros, por los centros del sistema-mundo capitalista que aprovecharían los recursos naturales exportados. Ciertamente, el vencedor de la guerra se va a beneficiar con sus conquistas;  empero, el mayor beneficiario es el capital británico, hegemónico en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial.

Fueron el guano, el salitre y la plata de caracoles la cuestión de la querella del excedente. El guano y el salitre eran los fertilizantes que necesitaba la revolución agrícola empujada por la revolución industrial. La plata seguía siendo cotizada por la demanda de los circuitos monetarios.

El término guano  viene del quechua wanu; proviene de la acumulación masiva de excrementos de animales; en el caso del pacífico, se debe a la acumulación de las heces de aves marinas. Para su formación se requieren climas  áridos. Es utilizado como un fertilizante  efectivo debido a sus altos niveles de nitrógeno y fósforo. El guano se recolecta de varias islas  e islotes del océano Pacífico. Estas islas han sido el hogar de colonias de aves marinas por siglos, y el guano acumulado tiene muchos metros de profundidad. Desde el año 1845 comenzó a explotarse, y por sus propiedades como fertilizante; era importado por países como Gran Bretaña y Estados Unidos. 

El salitre también es utilizado como fertilizante. El salitre se convierte en una mercancía apreciada a mediados del siglo XIX. Perdió importancia económica a partir del desarrollo y producción del salitre sintético. Había como un control nominal del Estado peruano y del Estado boliviano desde la década de 1830 hasta la finalización de la guerra del Pacífico. Después de la culminación de la guerra prácticamente Chile quedó con el control de la mayor parte del salitre; este control se dio desde 1884 hasta la caída del mercado del salitre (1920). La explotación del salitre, si bien en el caso de Bolivia y Perú quedaba bajo administración estatal, fueron empresas privadas las que efectivamente la explotaban, particularmente empresas chilenas, con apoyo de capital británico. El Estado peruano nacionalizó las empresas salitreras, quedando en manos del Estado peruano desde 1870. En lo que corresponde a la administración chilena de este recurso, la misma estuvo en manos de empresas privadas, conformadas por capitales ingleses, en su mayoría, y en menor proporción, alemanes y estadounidenses. En lo que respecta al salitre del antiguo litoral boliviano, la explotación de este recurso siempre estuvo en manos de capitales británico-chilenos.

El descubrimiento de yacimientos de plata en Caracoles el 25 de marzo de 1870 causó alboroto en Valparaíso y Santiago. Al poco tiempo se convirtió en un gran campamento, que fue creciendo con el trajín de su explotación. Roberto Querejazu Calvo escribe en La guerra del Pacífico a propósito lo siguiente:

La riqueza de Caracoles agravó las dificultades con las que estaba tropezando el cumplimiento del tratado de 1866. La “partición del pan” entre los supuestos hermanos no se venía realizando a gusto de los interesados. El manejo de la aduana de Mejillones era desordenado y Chile no recibía su parte en los impuestos a los minerales exportados. El gobierno se Santiago reclamó también una mitad del rendimiento fiscal de las minas de Caracoles alegando que se encontraban dentro del territorio sujeto a partición de frutos, es decir, al sur, del paralelo 23. En Bolivia se sostuvo que no era exacto, que su ubicación era el norte de esta línea geográfica y, por lo tanto, en suelo no comprendido en las estipulaciones del pacto del 66[13].

Se dice que este es el excedente por el que se desencadenó la guerra del Pacífico; el guano, el salitre y la plata fueron los recursos de la discordia y de la opción extrema de la guerra. Fue más tarde que se descubrieron los inmensos yacimientos de cobre de la mina de Chuquicamata; la principal materia de exportación de Chile por muchos años; sostén de la economía chilena y sostén también del constante rearme del ejército chileno. El 10% de esta riqueza mineral va destinada a la transformación tecnológica militar y equipamiento del ejército y la armada. No está demás decir que Chuquicamata se encuentra en lo que fue territorio boliviano. La mina está ubicada a 15 kilómetros al norte de Calama y a 245 kilómetros de Antofagasta.  En la mina deChuquicamata  se explota oro y cobre  a cielo abierto; es considerada la más grande del mundo en su tipo y es la mayor en producción de cobre de Chile. Bueno pues, se dice que este es el excedente que es causa y motivo de la guerra del Pacífico; pero, una guerra no se desata por la mera existencia de yacimientos de recursos naturales, sino por el decurso conflictivo que adquieren las estructuras de relaciones que se inscriben en torno a estos recursos.

Fueron las empresas privadas que explotaban el salitre las que entraron en conflicto con el Estado boliviano, fueron los accionistas de estas empresas, además de británicos, entre los que se encontraban altos personeros del gobierno de Chile, los que querían resolver el conflicto a favor de las empresas privadas, protegiéndolas. Por último, el inmoderado interés por controlar estos recursos naturales llevó a la convicción de que no había otra salida que apoderarse del desierto de Atacama. La preparación para la guerra comenzó cuatro décadas antes de que ésta se desencadenara. El Estado-nación de Chile, instrumento orgánico y político de la burguesía naciente, intermediaria entre el capital británico y el capital subalterno nacional, tenía varios frentes en sus distintas fronteras. La guerra contra los indígenas no había concluido, el conflicto de límites con Argentina se podía convertir de amenaza en una guerra, el conflicto de límites con Bolivia había sido aparente zanjado con los tratados, empero subsistía el problema del control sobre los recursos. Perú había optado por la nacionalización de las empresas, lo que clausuraba, por lo menos momentáneamente, la posibilidad del desarrollo empresarial, de los capitales británicos y chilenos. Una burguesía naciente y pujante, en estas condiciones de subalternidad, encerrada en las tensiones generadas por los conflictos fronterizos, tenía que encontrar una salida a su necesaria expansión. Optó por los frentes más débiles; prefirió no enfrentarse con Argentina, mas bien llegar a un arreglo con el gobierno bonaerense; entonces atacó a los indígenas y tomó los puertos bolivianos. Esta decisión desencadenó también la guerra con el Perú, no sólo por el tratado secreto de alianza de defensa entre Bolivia y Perú, sino porque ésta era la orientación de la estrategia expansionista de mediana intensidad. De lo que se trataba era dejar en claro el dominio de una de las tres burguesías; para lograr ser un dominio económico debería lograr ser también un dominio militar.

Zavaleta escribe a propósito:

Es posible escribir, en efecto, que Chile se preparó para vencer y, en cambio, es como si Perú y Bolivia se hubieran preparado para ser vencidos pero, como no se quiera encontrar en ello fórmulas de explicación genéticas o socialdarwinistas (porque nadie tiene en sí el anhelo de su perdición, al menos de una manera organizada), el hecho es que, sí Chile se preparó, es porque podía hacerlo. O sea que, si podía iniciar una acción diplomática coherente treinta o cuarenta años antes de que ocurriera su remate inevitable, por ejemplo, es porque tenía paz política. Si tenía paz política, empero, era porque la ecuación o el optimo social era superior a la de sus rivales que, en cambio, no podían formular una política estatal[14].

Sin embargo, no hay que olvidar que los tres estados comparten una analogía histórica constitutiva, no dejaron de ser coloniales. Zavaleta dice:

El empecinamiento común con que jugaron su vida entera al excedente y al colapso compartido en cuanto a la conversión del excedente en autodeterminación, aparte de algunos aspectos muy elocuentes como la importancia de la visión señorial, dejan ver que se trata de países con no pocas semejanzas, lo cual quizás se refiere a cierto carácter que podríamos llamar “peruano”  de su colonización[15].

Nadie puede decir que alguno de los tres estados era democrático, en el sentido de la autodeterminación, de la que habla Zavaleta; es decir, en el sentido de la participación social. No lo eran; eran mas bien un simulacro de república, en todo caso, estados que seguían guerreando, a su manera, contra los pueblos indígenas. Eran pues la continuidad colonial en forma de república. Los tres disputaron un excedente ya conquistado por los españoles. Ninguno se acordó, antes de ir a la guerra, de sus pueblos indígenas, salvo Chile, que decidió resolver el problema a sangre y fuego, antes de ir a la guerra. El coronel peruano Andrés Avelino Cáceres tuvo que recurrir a la resistencia indígena para desplegar su guerra de guerrillas. Esta hubiera sido la mejor estrategia para afrontar la guerra; ir a la guerra con los únicos que tenían consciencia territorial del archipiélago andino, de la complementariedad de los pisos ecológicos, donde tanto la puma y el desierto de Atacama jugaban un papel en esta articulación complementaria de pisos ecológicos. Empero, las oligarquías boliviana y peruana estaban muy lejos de hacerlo y de tener consciencia histórica de lo que se requería hacer. Los tres países asistieron a la guerra con lo que tenían como disponibilidad estatal. En esto Chile llevaba la mejor parte, pues su Estado tenía mayor capacidad de movilización, incluso de convocatoria a la guerra, a pesar de que el proletariado chileno manifestó su descontento cuando estalló la misma. Sin embargo, el tema no es tanto explicarse por qué gano Chile esta guerra y por qué la perdieron Bolivia y Perú, sino comprender el significado histórico y político de esta guerra, que incluso podemos llamarla fratricida.

Habíamos dicho que la guerra del Pacífico es antecedida por la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana; que en esta guerra se dio el enfrentamiento entre las oligarquías de la costa contra las oligarquías de la sierra, que era como las guerras de la capital portuaria contra las provincias del interior. Ahora bien, Chile es un país costeño, se extiende a lo largo de la costa del Pacífico, desde el Estrecho de Magallanes hasta el desierto de Atacama, primero, y hasta el desierto de Tarapacá, después. La mayoría de sus ciudades se encuentran cara al mar; se trata de un país esencialmente marítimo, aunque hay ciudades que pueden considerarse del interior, tierra adentro, hacia la cordillera de los Andes, además de contar con una población importante indígena, principalmente mapuche, antes de la guerra; también aymara y quechua, después de la guerra. Entonces, podemos usar una hipótesis interpretativa, que considera que la guerra se da entre un país básicamente costeño y dos países, que aunque contaban con costa, es gravitante su geografía política interior, con lo que implica la connotación de la geografía humana, la geografía cultural y la geografía social. Chile enfrentaba a dos países cuyos estados no habían resuelto la articulación armónica y dinámica entre el interior y la costa; dos países que no habían asumido su abigarramiento como disponibilidad, sino como dispersión y desconocimiento. En cambio Chile había ignorado taxativamente a los indígenas, había descartado una opción endógena. Toda su economía estaba enfocada al mercado externo. No ocurría algo distinto con los otros dos países; empero, contaban con otras “realidades”, otras economías; unas promovidas por el Estado, como la economía gamonal, así también las relaciones casi serviles de los trabajadores de las minas; otras, en cambio, desconocidas por el Estado, como la economía comunitaria, conservada y preservada por los pueblos indígenas en los Andes. Chile fue a la guerra con la determinación resuelta de ganar porque se sentía formar parte de la economía mundial y la ilusión de Estado moderno, en tanto que Bolivia y Perú habían perdido su última ilusión con la derrota de la Confederación, dejando atrás, muy atrás, la ilusión del Tawantinsuyu. Contaban con las nostalgias señoriales coloniales y la representación apoteósica del entorno potosino, aunque en términos efectivos la economía extractivista se encontraba enfocada al mercado internacional, reforzando las relaciones gamonales en la economía de las haciendas, así como las relaciones casi serviles con los trabajadores mineros.          

Balance de la guerra del Pacífico

Para Bolivia, Chile y Perú, cuando se habla de la guerra del Pacifico, la referencia es la guerra que se desata a fines del siglo XIX, al noreste de Chile, al sur de Perú y al sudoeste de Bolivia. Guerra naval y del desierto de Atacama, guerra nombrada como la del guano y del salitre, también puede ser considerada como la guerra del cobre, aunque este yacimiento fuera descubierto después, por la importancia de la mina de cobre de Chuquicamata, que se encuentra en lo que fueron territorios bolivianos, antes de firmado el Tratado de 1904. René Zavaleta Mercado habla de La querella del excedente. Todos estos nombres nos hablan de los factores intervinientes como “causas” de la guerra mencionada. La expansión al norte, de lo que fue la Capitanía de Chile, parece tener que ver con la consolidación de un Estado-nación, después de la independiencia, cuya geografía política cuenta con dos largas fronteras naturales, al oeste, el océano Pacífico, al este, la cordillera de los Andes. Un Estado-nación subalterno, cohesionado por una burguesía sólida, en el sentido de contar con una estrategia de acumulación originaria mediante la expansión, despojamiento y desposesión de mediana intensidad. Una burguesía nativa vinculada al capital británico, hegemónico en los tiempos del ciclo del capitalismo de ese entonces. Cómo dice René Zavaleta, Chile contaba con un Estado moderno, un ejército y armada modernos, en tanto que Bolivia y Perú no dejaban de resolver problemas de su incipiente modernización, combinada con ambiguas herencias gamonales y latifundistas, a la usanza colonial. La ocupación del sudoeste boliviano, que colinda con el Pacífico, fue primero económica y poblacional, después militar; esto aconteció en la medida que fue subiendo el tono del conflicto limítrofe y económico.

Según Zavaleta, los dados estaban echados cuando estalló el conflicto. Las ventajas las llevaba el ejército y la armada moderna de Chile. Bolivia se retiró pronto de la guerra, Perú continuo combatiendo sólo. El territorio del sudoeste boliviano fue ocupado militarmente, también territorios del sud de Perú. El ejército chileno desembarco en las playas cerca de Lima, ocupó la capital y desplazó su ejército hacia la sierra, donde se enfrentó a una guerra de guerrillas indígena y popular. Con estos desenlaces los estados de Bolivia y Perú entraron en crisis, sus gobiernos fueron cuestionados. Empero, dados los hechos, los gobiernos que sucedieron a los primeros síntomas de la crisis política firmaron tratados de paz.  En 1904 el gobierno liberal de Bolivia firmó el tratado que lleva el nombre de ese año, donde Bolivia  renunciaba a la soberanía de los territorios perdidos en la guerra, y, en compensación, se le entregaba un monto dinerario para la construcción del ferrocarril La Paz-Arica, contando en el puerto de Arica, además de otros puertos,  con libre tránsito, garantías y condiciones que favorecieran el traslado de bienes y el embarque de los mismos a los mercados internacionales.

Lo ocurrido en la antesala de la guerra, durante la guerra y después de la misma, no deja de ser insólito, sobre todo por las formas de sucesión de hechos que no dejan de ser dramáticos. La firma del tratado de límites por parte del presidente Mariano Melgarejo, la presencia de empresas chilenas de explotación del guano y del salitre, las amplísimas libertades y sin ningún control con que gozaban, la reacción tardía del gobierno boliviano al crear el impuesto de los diez centavos por quintal exportado,  la reacción beligerante y militar del gobierno de Chile, la ocupación de los puertos, principalmente de Antofagasta. Después vino la declaración de guerra del Estado de Bolivia, acompañada por la declaración de guerra del Perú. El desarrollo de los acontecimientos de la guerra muestra lo mal preparado que estaban los ejércitos boliviano y peruano, así como la armada de Perú, a pesar de los actos de heroísmo y las primeras victorias navales.

El balance de lo ocurrido, nos muestra un desarraigado comportamiento político de la casta gobernante liberal boliviana; no se puede considerar de otra manera, estamos ante una alarmante muestra de desapego respecto de los territorios perdidos. En contraste, tenemos de la misma casta gobernante, el apego compulsivo a garantizar la salida de los minerales al mercado internacional. La salida entonces fue “económica” y no “patriótica”. Se entregaron los territorios colindantes al Pacífico a cambio de garantizar la exportación de minerales. Diga lo que se diga, se busque justificar o no, matizando lo ocurrido por las condiciones de debilidad y vulnerabilidad de Bolivia, además de encontrarse sometida a la amenaza de una posible nueva invasión, lo cierto es que ese tratado fue una entrega de los territorios. Una más después de la pérdida del Acre. No deja de sorprender la actitud de la burguesía minera boliviana y de los latifundistas que la acompañaban, así como no se puede explicar el retorno de Hilarión Daza con el ejército, que iba en camino para reforzar las posiciones de las guarniciones confederadas que defendían en el Alto de la Alianza, renunciando a la batalla, abandonando a las tropas aliadas, bolivianas y peruanas, que enfrentaban al ejército de Chile. ¿Estos son síntomas alarmantes de una ausencia catastrófica de voluntad de defensa? ¿Síntomas de una desmoralización profunda antes de la derrota militar y la entrega indigna de los territorios? ¿Es qué no había otra salida? ¿Estaba Bolivia entre la espada y la pared, como pretende cierta interpretación de la diplomacia boliviana? ¿Hemos llegado al punto trágico desde donde se juzga que un país que no sabe defender lo suyo no merece existir?

Es terrible preguntarse de este modo, empero es importante llevar las cuestionantes al extremo para poder posesionar una perspectiva de análisis, que salga de la reiteración del mea culpa y de las muestras patéticas de chauvinismo. Al contrario de lo que aparenta mostrar una historiografía tradicional, así como una política demagógica, se trata de plantearse seriamente la defensa de lo que nos queda, además de buscar recuperar lo perdido. Después de las derrotas bélicas y las pérdidas territoriales, sobre todo de las guerras del Acre, del Pacífico y del Chaco, se debería haber aprendido las lecciones de tan crudísimas experiencias. La defensa territorial y de la soberanía no está exenta, de ninguna manera, de la necesidad de transformaciones profundas de las estructuras sociales y estatales. No se trata ya sólo de modernización, como se hablaba durante el siglo XX, sino de las posibilidades de una movilización general, del pueblo armado, que sólo se puede dar por autodeterminación, es decir democratización profunda, que no puede ser otra cosa que participativa. Se trata de un ejército popular capaz de disuasión, organizado y pertrechado para la defensa, de un pueblo que se autogobierna, auto-determina; es decir, de un pueblo emancipado. Ahora bien, esto sólo puede ocurrir si se libera la potencia social, si se acaba con la constante limitación y subsunción a las estructuras de poder, que no dejan de ser estructuras limitadas a intereses mezquinos, de casta, de clase, incluso prebéndales y clientelares. En varios ensayos pertinentes Zavaleta nos mostró elocuentemente la relación entre disponibilidad de fuerzas y revolución, entre esta relación emergente y la defensa y la capacidad bélica. El ejemplo que utilizó fue las experiencias de las revoluciones socialistas, la de la URSS, la de la República popular de China y, sobre todo, la de la revolución cubana[16].

Sobre la base de estructuras coloniales heredadas, sobre la base de estructuras de intermediación de un Estado-nación subalterno, carcomido por relaciones corrosivas y des-cohesionadoras, manejado por burguesías sin proyecto o por castas políticas cuyo propósito se contenta con la estridencia de la demagogia y la folklorización de supuestos cambios, no hay condiciones de posibilidad, no hay materia, para construir la defensa de los territorios y de la soberanía, sobre todo la soberanía sobre los recursos naturales. En contraste, acudiendo a otra forma de defensa, la dada en los Estado-nación consolidados, ciertamente la defensa puede ser convencional, puede organizarse sobre la base de la disciplina, de la institucionalidad, que requieren de una administración adecuada, de una normativa que se cumple, en el marco de de una modernización correlativa a lo que ocurre en el mundo bajo la hegemonía capitalista. Para que se dé esto no se requiere obviamente, sacrificio y gasto heroico, como ocurre con la prolongación de la revolución. En este caso, parece que la condición de posibilidad para el control territorial, la defensa y la capacidad bélica del Estado, por lo menos en lo que respecta a los entornos fronterizos, con pretensiones de expansión de mediana intensidad, es la combinación de una cierta hegemonía local de la burguesía nativa, la construcción de instituciones que se parapetan en estructuras consolidadas, en prácticas que se apegan a estas estructuras, que no se disocian de las mismas, respondiendo más bien a otras estrategias no institucionales. Sobre todo cuando se trata del ejército, esta fuerza armada responde más a un proyecto fronterizo o transfronterizo, no así más a la represión interna, defendiendo latifundios, aunque esto no deje de ocurrir.

Un ejército moderno es como una máquina; todo sus dispositivos, todos sus engranajes, toda su composición, sus divisiones, están ligadas a la estrategia de guerra. El manejo de los cuerpos, de su dinámicas, de sus partes componentes, conforman una mecánica de guerra no sólo articulada y disciplinada, sino adecuada a la tecnología militar. Cuanto más avanzada es la tecnología militar más se requiere adecuar los cuerpos a los requerimientos de esta tecnología. Ahora bien, una maquina de guerra es destructiva, para lograr sus objetivos devastadores requiere de la coordinación de sus partes y de sus desplazamientos. Las improvisaciones suelen ser fatales. Para mantener el ritmo de los desplazamientos se requiere también de toda una logística de aprovisionamiento, de sostenimiento y de atención. Por otra parte, la comunicación se ha ido convirtiendo en las contiendas en un medio cada vez más indispensable y gravitante, sobre todo cuando se trata de la rapidez y claridad lograda. No siempre se logra cumplir con el modelo, empero se trata de acercarse a éste. Era más difícil lograrlo antes; empero, en la medida que ha ido avanzando la organización, la tecnología, las comunicaciones y la información, se hizo más fácil acercarse a los modelos de funcionamientos militares ideados.

No era de esperar que a finales del siglo XIX los ejércitos enfrentados en la guerra del Pacífico sean un modelo concluido; sin embargo, había diferencias notorias entre el ejército chileno y los ejércitos de Bolivia y Perú. En el primer caso, estamos ante un ejército que se preparó para la guerra; en el segundo caso, estamos ante ejércitos más enfocados a mantener el orden interno, la disuasión interna. La experiencia de las grandes campañas quedó en la memoria  de la guerra de la independencia, en la guerra de la Confederación Perú-Boliviana con Chile y otras batallas, como las de Ingavi, donde el ejército boliviano, dirigido por Ballivian, venció al ejército peruano. Las formas de la guerra moderna correspondientes a finales del siglo XIX no parecen formar parte del funcionamiento de estos ejércitos. Si bien se puede decir algo parecido del ejército chileno, apreciando matices y diferencias, el equipamiento más moderno, exigió modificaciones en su organización, estrategia y tácticas. Por otra parte, si hacemos caso al análisis de Zavaleta,  el Estado de Chile mantuvo una guerra fronteriza con los pueblos indígenas, que no solamente lo obligó a ser un estado fortaleza, como en los otros casos, sino que construyó un Estado como en constante guerra en sus fronteras.

Cuando estalló la guerra del Pacífico la misma encontró a dos ejércitos vulnerables y no preparos, sorprendiéndolos en todo el frente, en todo el campo de maniobras, por un lado,  y a un ejército que se había preparado para la guerra, que había desplazado el frente a su antojo, consolidándose en el terreno a medida que avanzaban los acontecimientos. El ejército boliviano se desmoronó rápidamente, el ejército peruano resintió, fue retrocediendo, hasta que se llevó la guerra a la misma Lima, donde el desenlace fue sorprendentemente desfavorable para el Perú. Empero, la guerra no concluyó aquí, siguió en la sierra,  con la estrategia de la guerra de guerrillas. En este cambio de escenario el ejército peruano tuvo victorias importantes. Hay que anotar, que esto se debió al cambio de estrategia, también al cambio de escenario y terreno, pero, sobre todo, a la vinculación con la población nativa, a la convocatoria indígena. Sin embargo, esta forma de guerra, que podía prosperar y desgastar al ejército chileno no contó con el apoyo de Lima, que prefirió firmar la paz con los vencedores.         

Cronología de los eventos[17]

La llamada guerra del Pacífico, conocida también como guerra del guano y salitre, se desencadenó entre 1879 y 1883. En esta guerra, anticipada por la guerra naval, que concurrió en el desierto de Atacama, se extendió al desierto de Tarapacá,  se propagó a Lima y se adentró al interior del territorio peruano, en la sierra, se enfrentaron tres países andinos y costeños; Chile contra las Bolivia y Perú. El Congreso de Bolivia, el año 1878, se dio a la tarea del análisis del acuerdo celebrado por el gobierno con Chile en 1873. La interpretación boliviana del contrato firmado con la Compañía de Salitres de Antofagasta no estaba vigente, pues los contratos sobre recursos naturales debían aprobarse por el Congreso. El 14 de febrero de 1878 esta interpretación fue ratificada por la Asamblea Nacional Constituyente  mediante una ley; la misma establecía el reconocimiento del acuerdo con la condición de que se pagara un impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado por dicha empresa.

De manera expresa la Ley de 14 de febrero de 1878 dispone que:

Se aprueba la transacción celebrada por el ejecutivo en 27 de noviembre de 1873 con el apoderado de la Compañía Anónima de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta a condición de hacer efectivo, como mínimo, un impuesto de diez centavos en quintal de salitre exportado.

 Otra era la interpretación de Santiago, para el gobierno de Chile el cobro del impuesto de 10 centavos sobre quintal exportado violaba el artículo IV del Tratado de límites de 1874. La Compañía Anónima de Salitre y Ferrocarriles de Antofagasta se opuso al cobro del impuesto, recurriendo al gobierno de Chile en su defensa. Se suscitó primero una contienda diplomática.

En los siguientes meses, se mantuvo en suspenso la aplicación de la ley en tanto se evaluaban las objeciones presentadas por La Moneda. La correspondencia entre las cancillerías se hizo intensa; el 8 de noviembre, el canciller chileno, Alejandro Fierro, envió una nota al canciller boliviano,  Martín Lanza, señalando que el Tratado de 1874 podría declararse nulo si se insistía en cobrar el impuesto, retomando Chile sus reclamos anteriores a 1866. En respuesta, el gobierno de Bolivia, el 17 de noviembre, ordenó al prefecto del departamento de Cobija que aplicara la ley del impuesto con el objeto de iniciar las obras de reconstrucción de Antofagasta, que había sufrido los percances de un terremoto. El Protocolo de 1875 contemplaba el arbitraje como medio de resolución del conflicto; si bien, las partes en controversia estaban de acuerdo con el mismo, el arbitraje no se llevó a cabo. La situación se hizo tensa; por un lado, el gobierno de Chile exigía que se suspendiera la aplicación de ley hasta conocer la decisión del arbitraje; por otro lado, el gobierno de Bolivia exigía que el blindado Blanco Encalada y los buques que le acompañaban se retiraran de la bahía de Antofagasta. A continuación, el gobierno de Bolivia rescindió el contrato con la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta el 6 de febrero. El prefecto de Cobija, Severino Zapata, ordenó rematar los bienes de la compañía para cobrar los impuestos generados desde febrero de 1878.

En Santiago se recibió un telegrama del norte, conteniendo textualmente un mensaje del ministro plenipotenciario de Bolivia: "Anulación de la ley de febrero, reivindicación de las salitreras de la compañía". Este telegrama precipitó la decisión del presidente de Chile, Aníbal Pinto, de ordenar la ocupación de Antofagasta. Este desembarco y ocupación se efectuó el 14 de febrero de 1879, tomando las tropas chilenas territorio boliviano hasta el paralelo 23. El día del remate, el 14 de febrero, tres naves chilenas arribaron a Antofagasta, Mejillones, Cobija y Caracoles reivindicándose estos puertos y territorios colindantes. Tomando en cuenta la gravedad de estos sucesos, el 16 de febrero, llegó a Lima el ministro boliviano Serapio Reyes, planteando al gobierno de Lima el cumplimiento del tratado de alianza defensiva de 1873. Los dados estaban echados, los sucesos se precipitaban encaminándose al conflicto bélico;  el 27 de febrero, el presidente de Bolivia, Hilarión Daza decretó el estado de sitio  en Bolivia.

Recurriendo a las fuentes de los archivos de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta, se puede cotejar, hasta cierto punto, que, aparentemente, en Chile todavía había una cierta incertidumbre en comprometerse en la guerra nada menos que para salvar a la compañía en cuestión, a pesar de que muchos políticos y ministros importantes eran accionistas notorios de la compañía. Sin embargo, al parecer, la decisión sería otra en el caso de que se remataran efectivamente las empresas salitreras. Hecho que, de ocurrir, de acuerdo a la interpretación de La Moneda,  equivaldría una violación efectiva del tratado. Tomando en cuenta este marco, todo estos eventos, los datos y las fuentes, sobre todo las interpretaciones encontradas, parece amortiguarse un poco la determinación de ir a la conflagración; empero, teniendo en cuenta el contexto general y la preparación misma para la guerra durante las cuatro décadas anteriores, nos muestra la incertidumbre del momento, no la indeterminación. 

Los historiadores peruanos entienden que Perú, país que había suscrito el Tratado de Alianza Defensiva con Bolivia, tratado de carácter secreto, suscrito en 1873, al mismo que Argentina  no se terminó de adherir, a pesar de haberse comprometido, a un principio, trató de convencer al gobierno de Bolivia para comprometerse en un arbitraje con la misión Quiñones, para dirimir el conflicto. Desde el punto de vista legal, esto se hacía posible, atendiendo de que se trataba de un "problema tributario" y no territorial. Dadas las circunstancias riesgosas y al borde del conflicto bélico, el gobierno peruano, encargó a su ministro plenipotenciario José Antonio de Lavalle  la misión de interceder y mediar; el ministro viajó a Santiago, empero la misión encargada se frustró. La disyuntiva peruana era complicada; no era fácil aceptar la fatalidad de la guerra, tampoco la obligatoriedad del cumplimiento del tratado de defensa. Cuando estallaron las hostilidades, el Perú declaró la guerra a Chile.  

Ya en lo que se podría considerar la víspera misma de la guerra, el gobierno de Bolivia, el 1 de marzo, emite un decreto   por el que se corta tanto el comercio, así como la comunicación con Chile. Se ordena la desocupación de los residentes chilenos, el embargo de sus bienes, propiedades e inversiones, desconociendo toda transferencia de intereses chilenos hecha con posterioridad al 8 de noviembre, fecha en la que el gobierno chileno declaró nulo el tratado de 1874. Las tropas de ocupación ya se encontraban en territorio de Antofagasta; lo que quedaba era avanzar al norte; quince días después del mes fatídico, en Chile se da comienzo a los últimos arreglos para invadir los territorios que se encuentran al norte del paralelo 23. Se puede decir, que la primera batalla terrestre de la guerra todavía no declarada, aunque ya prácticamente efectuada, se da el 23 de marzo, cuando se invade la población boliviana de Calama.  Una abrumadora de fuerzas invasoras venció a un reducido grupo de civiles bolivianos, que se inmolaron en la defensa, entre los que se encontraba Eduardo Abaroa. Formalmente el 5 de abril de 1879 Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú.

Roberto Querejazu Calvo comentando la batalla de Calama escribe:

El cruce de fuego comenzó a las 7 de la mañana. Los atacantes, divididos en dos columnas, avanzaron resueltos a cruzar el río por los puentes Topater y Carvajal, encabezados por unidades de caballería. Los puentes habían sido destruidos una semana antes por orden de Cabrera. Dice el cronista chileno Félix navarra: “Los chilenos que avanzaban muy confiados fueron recibidos por descarga de fusilería por los bolivianos parapetados en la orilla opuesta al Loa. Se encabritaron los caballos, hubo confusión entre los jinetes y se volvió bridas en precipitado repliegue. Los bolivianos, envalentonados con esta retirada, con un valor digno de ser reconocido, abandonaron sus parapetos y tendiendo con tablas un puente provisorio cruzaron el río y persiguieron a nuestros cazadores”. Los actores en esta acción eran el Mayor Juan Patiño, el señor Eduardo Abaroa, el oficial Burgos y 8 rifleros[18].

A pesar de las muestras de heroísmo y coraje, Calama Cayó. No podía sostenerse por más tiempo su defensa frente a todo un ejército bien pertrechado. La defensa de Calama quedó en la memoria; forma parte de la remembranza cívica de las escuelas. Lo que muestra la batalla de Calama es la determinación de un grupo de civiles, aunque contaban con oficiales; estaba ausente la disposición anticipada de un ejército nacional para la defensa.

La guerra naval

En esta guerra del Pacífico, en términos estratégicos, quedaba clara la necesidad evidente de contar con un dominio en el mar; vencer la guerra en el mar parecía una condición indispensable para ganar la guerra terrestre. De alguna manera, se puede decir, que la guerra naval es como la antesala de todos desplazamientos de la guerra terrestre. Sin ser grandes armadas, con lo que contaban para entonces, se enfrentaron las escuadras beligerantes. En la comparación, la ventaja en el arsenal marítimo la llevaba Chile. Sin embargo, las primeras victorias navales fueron para el Perú. La escuadra chilena consistía en las fragatas blindadas gemelas, Cochrane y Blanco Escalada. El resto de la escuadra estaba formada por las siguientes naves de madera: las corbetas Chacabuco, O’Higgins y Esmeralda, la cañonera Magallanes y la goleta Covadonga. La escuadra peruana estaba conformada por la fragata blindada Independencia  y el monitor Huáscar. Completaban la escuadra peruana los monitores fluviales Atahualpa y Manco Cápac, la corbeta de madera Unión y la cañonera de madera Pilcomayo. En cambio Bolivia contaba con buques de guerra como el Guardacostas Bolívar,  el Guardacostas Mariscal Sucre y las embarcaciones Laura y Antofagasta.

Iquique, puerto peruano, se encontraba bloqueado por parte de la armada chilena. La escuadra zarpó al combate, a desbloquear el puerto. El combate naval de Iquique se dio lugar el 21 de mayo de 1879; en el combate, el monitor Huáscar, al mando del capitán de navío miguel Grau Seminario, hundió a la corbeta chilena Esmeralda, al mando del capitán de fragata Arturo Prat Chacón. El mismo día, la fragata Independencia se enfrentó con la goleta Covadonga, cuyo comandante capitán de corbeta, Carlos Condell de Haza, evadió el combate bordeando la costa; perseguido por la Independencia que, en su afán de espolonear a la Covadonga, hizo que el blindado peruano encallara en Punta Gruesa. Los combates navales de Iquique y Punta Gruesa  le dieron una victoria táctica al Perú: el bloqueo del puerto de Iquique fue levantado y las naves chilenas fueron hundidas o abandonaron el área.

A pesar de la inferioridad numérica, el comandante del Huáscar mantuvo ocupada a toda la escuadra chilena durante un semestre. Es sobresaliente la actuación del Huáscar en la guerra naval; entre su desempeño destacado se puede contar con el primer combate naval de Antofagasta, dado el 26 de mayo de 1879, y con  el segundo combate naval de Antofagasta, dado el 28 de agosto de 1879. Una de sus victorias tajantes fue la captura del vapor Rímac, ocurrida el 23 de julio de 1879. En la captura, Grau no sólo detuvo al buque, sino también al regimiento de caballería Carabineros de Yungay, regimiento que se encontraba a bordo. Esta captura provocó una crisis en el gobierno de Santiago, ocasionando la renuncia del almirante Juan Williams Rebollo. El nuevo nombramiento recayó en el comodoro Galvarino Riveros Cárdenas, encargado de dar caza al Huáscar.

En este teatro de operaciones navales, llegó el combate crucial de la campaña naval, la misma que tuvo lugar en Punta Angamos, el 8 de octubre de 1879. Finalmente el monitor Huáscar, junto con la Unión, que logró escapar, fue capturado por la armada chilena. En el enfrentamiento murió su comandante, Miguel Grau Seminario. El combate naval de Angamos marcó el fin de la campaña naval de la Guerra del Pacífico, quedando Chile con el dominio maritimo. 

 

La guerra terrestre

El teatro de operaciones terrestre fue también favorable al ejército chileno. Las tropas de ocupación comenzaron sus desplazamientos militares en las provincias de Tarapacá, Tacna y Arica. Teniendo como antecedente lo ocurrido con el desembarco en Antofagasta y la toma de Calama, quedando el dominio de Atacama en manos del ejército chileno, las victorias de Pisagua, Pampa Germania y Dolores, que se dieron a fines de 1879, aseguraron el control sobre el departamento de Tarapacá; después devino la ocupación y el control de Tacna y Arica en 1880. En contraste, la batalla de Tarapacá culminó con una victoria aliada; sin embargo, esta victoria no cambió el curso de la guerra a favor de los aliados. Sorpresivamente el ejército de apoyo que venía de Bolivia, al mando de Hilarión Daza, se retiró de la guerra después de la batalla del Alto de la Alianza.

Mientras se suscitaban estos acontecimientos bélicos, llama la atención el sopor con que se encontraba Lima. Parecía ubicada en otro mundo, alejada del fragor de la guerra, también desarticulada del resto del país. Una excesiva sobrevaloración de su heredad, como metrópoli virreinal, además de sentirse incomprensiblemente invulnerable, seguramente por la evaluación de la distancia de la guerra, minimizó desacertadamente la situación bélica. Para la sorpresa limeña, que abriría los ojos tardíamente, en enero de 1881, desembarcaron las tropas chilenas en una playa cerca a la ciudad; después de vencer al ejército protector, en las batallas de San Juan y Miraflores, entraron en la apoteósica y orgullosa Lima. Con el ejército invasor en la misma urbe, la población civil salió desesperada a defenderla, aunque sin lograrlo. Los doce reductos fueron desbaratados por la acción militar del ejército chileno. De las batallas se pasó a los incendios y saqueos en los poblados de Chorrillos y Barranco.

Una vez terminadas las batallas de San Juan y de Miraflores y dejando como desenlace la victoria de Chile en la ocupación de Lima, el coronel peruano Andrés Avelino Cáceres y el capitán José Miguel Pérez, acompañados por otros oficiales tomaron la determinación de continuar la lucha contra el ejército invasor. Se propusieron alcanzar los Andes Centrales, llegar a la sierra,  donde se reorganizaría al ejército  con el objeto de ofrecer resistencia al ejército de ocupación. Cáceres se hizo cargo de la resistencia en la Sierra Central, en tanto que el coronel Gregorio Albarracín se encargó de la resistencia en la Sierra del Sur. Ambos oficiales optaron por la táctica de la guerra de guerrillas durante tres años, apoyados por la población, primordialmente indígena. En esto ayudó el dominio del quechua por parte de Cáceres. Estos oficiales guerrilleros establecieron su centro de operaciones en la breña de los Andes centrales, pues esta zona presentaba una topografía  adecuada para el desplazamiento de la guerra de guerrillas.

La guerra de guerrilla de las regiones sur y centro andinas logró varias victorias contra las fuerzas chilenas. Con este dominio de los territorios interiores, Cáceres se dirigió a Cajamarca, ubicada en la Sierra del Norte. Con esta incursión buscaba evitar el ascenso de Miguel Iglesias;  autoridad peruana que ya había manifestado su intención, desde el año 1882, de firmar la paz con Chile, concediéndole territorio. Esta incursión de Cáceres no fue suficiente; la base del Tratado de Ancón ya estaba acordada, entre Patrico Lynch y Miguel Iglesias, el 3 de mayo de 1883. Iglesias firmó el convenio inicial en Cajamarca. Al ejército de ocupación le quedaba vencer la guerra de guerrillas y a los oficiales rebeldes de la resistencia; esto aconteció en la Batalla de Huamachuco, el 10 de julio de 1883. Estaba al mando de la resistencia peruana Andrés Avelino Cáceres, en tanto que al mando del ejército de ocupación se encontraba Alejandro Gorostiaga. En Huamachuco fue derrotada la guerra de guerrillas y la resistencia peruana. Insólitamente Miguel Iglesias envió una comisión con la tarea de felicitar a Gorostiaga por su victoria. En otro escenario, Montero, comandante de la resistencia en la sierra del sur, se vio obligado  salir de Arequipa para evitar la destrucción de la ciudad. Con estos desenlaces de la guerra en el interior, el 20 de octubre de 1883 en Ancón se dio la discusión de los términos del tratado de paz. Una vez firmado el Tratado de Ancón, el 11 de marzo de 1884, la Asamblea Constituyente aprobó el Tratado. Iglesias marchó hacia Lima para asumir el gobierno del Perú.

La guerra del Pacifico termino, empero la guerra interna no concluyó. Las irreconciliables diferencias entre Cáceres e Iglesias, entre un Perú que aceptó la derrota y otro Perú que nunca la aceptó, desencadenaron una guerra civil. La guerra civil la ganó Cáceres.

Se puede decir que la guerra concluyó oficialmente el 20 de octubre de 1883; esta culminación quedaba ratificada  con la firma del Tratado de Ancón.  Con la aplicación del tratado el departamento de Tarapacá  pasó a manos chilenas permanentemente; a esto hay que añadir que las provincias de Arica y Tacna  quedaron bajo administración chilena por un lapso de 10 años; al cabo de la década un plebiscito decidiría si quedaban bajo soberanía de Chile, o si volvían al Perú.

Cuando se firmó el Tratado de Ancón, el departamento de Tacna  contaba con tres provincias: Tacna, Arica y Tarata. Dos años después del tratado, en 1885,  Chile ocupó la provincia de Tarata. Sin embargo, ésta fue devuelta al Perú el 1 de septiembre de 1925,  por resolución del árbitro Calvin Coolige, presidente de los Estados Unidos. El plebiscito previsto en el Tratado de Ancón nunca se llevó a cabo. Más tarde, 1929, cuando se firmó el Tratado de Lima, tratado que contó con la mediación de Estados Unidos, se estableció que gran parte de la provincia de Tacna fuese devuelta al Perú mientras que Arica y el resto quedara definitivamente en manos de Chile.

La paz entre Chile y Bolivia fue firmada en 1904. En este tratado Bolivia reconoce la permanente soberanía de Chile sobre los territorios conquistados. A lo largo de la historia diplomática entre ambos países, este tratado fue cuestionado, revisado e incumplido por parte de los distintos gobiernos y administraciones de Chile.

 

Análisis

Geopolítica regional

Hay dos conceptos que estamos usando para comprender la guerra del pacífico; uno es guerra periférica y el otro es geopolítica regional. Cuando hablamos de guerra periférica nos referimos a las guerras desatadas en las periferias del sistema-mundo capitalista. Cuando hablamos de geopolítica regional, nos referimos a la estrategia, en la perspectiva de la geografía política, de alcance medio. Las guerras periféricas se distinguen de las guerras centrales no sólo por el lugar dónde se dan, sino también por las pretensiones inherentes. Las guerras en los países centrales tienen que ver primordialmente con objetivos imperialistas, entonces, tienen que ver con las contradicciones imperialistas. En cambio, las guerras periféricas no tienen esas pretensiones, responden mas bien a una combinación de contradicciones donde se combinan los intereses locales con los intereses imperialistas. El alcance geopolítico de estas guerras es mas bien limitado si comparamos con los alcances geopolíticos de las guerras imperialistas. Como en toda geopolítica se trata del control territorial, del control geográfico, del control espacial, empero, se trata de un control de menor extensión que el pretendido por el imperialismo. Se trata de un control regional; vamos a entender este termino de lo regional en el sentido de una extensión de mediano alcance; ni local, ni nacional, pero, tampoco continental. Aunque el término regional connota ambigüedad y una variación de posibilidades, dependiendo de lo que se quiere abarcar con esta palabra, a nosotros nos interesa usarla en el sentido de un alcance mediano, de una extensión media, de un entorno de control, irradiación y afectación. Se trata de lo siguiente: de una geopolítica cuyo alcance consciente es de mediana extensión; no hay ninguna intensión de ir más lejos. Es una geopolítica acorde a las fuerzas que se tiene, una geopolítica mas bien limitada, sin embargo, de impacto efectivo. Se trata de una geopolítica de control territorial en relación al entorno fronterizo; ahora bien, el alcance de este entorno puede ser mas o menos amplio, dependiendo de lo que se quiere controlar. Más allá de las fronteras del país se quiere, por ejemplo, controlar los recursos naturales, más allá de las fronteras se quiere evitar el potenciamiento de los vecinos, más allá de las fronteras se busca conformar un entorno no hostil, de seguridad. Entonces la geopolítica es de mediana extensión. Esta geopolítica regional está asociada a potencias de segundo orden; no son grandes potencias, tampoco corresponden a un imperialismo, sino que buscan dominar su entorno, conformar una región de dominio en su entorno.

Las guerras periférica en parte corresponden a los juegos de esta geopolítica regional, aunque también, muchas de estas guerras, quizás la mayor parte, corresponden a guerras fratricidas entre países dependientes, empujados a la guerra por las contradicciones imperialistas. Ciertamente, parte de estas guerras tienen que ver con conflictos limítrofes, fronteras heredadas de las administraciones coloniales, así como también con conflictos “tribales”. Lo que nos interesa enfocar, por el momento, es la relación entre estas guerras periféricas y la geopolítica regional.

Armando una tesis sobre esta política regional, buscamos hacer una descripción de sus características principales. Habíamos dicho que la geopolítica regional tiene un alcance de expansión mediana, puede corresponder a conquistas de mediana intensidad. Esta geopolítica regional está lejos de parecerse, por lo menos en la cualidad y la conmensurabilidad de los alcances, a la geopolítica imperialista; tampoco repite del todo, por las mismas razones, la geopolítica de lo que se ha venido en llamar “sub-imperialismo”, que es como un imperio de segundo orden, subordinado al imperialismo dominante. Las potencias de segundo orden, de la que hablamos, no son “sub-imperialismo”; tiene una pretensión menor; la región que abarca como pretendida influencia y control, es también menor a la extensión de un sub-imperialismo, que más  bien puede ser continental o sub-continental. Las potencias de segundo orden tienen en la mira a sus vecinos, sea en el sentido de la defensa o en el sentido de la expansión.

A esta característica del alcance medio de la geopolítica regional se vincula un “geopolítica temporal”, si podemos hablar así, pues parece un contrasentido hablar de geografía, espacio, refiriéndonos al tiempo, aunque desde la física cuántica estemos obligados a pensar el espacio-tiempo de los acontecimientos. La “geopolítica temporal” de la que hablamos se refiere al manejo del tiempo en la consecución de la realización geopolítica. Se trata de pasos, también de fases, de etapas que se van graduando. Toda geopolítica debe considerar la temporalidad de su realización; no es que ocupe el tiempo, sino que ocupa territorios en tiempos sucesivos. La geopolítica regional hace lo mismo; la diferencia radica en que, de acuerdo al tamaño de su poder, el ritmo y la gradualidad de la expansión de alcance medio depende de potenciamientos por etapas. El avance de la realización geopolítica es más bien discreto, por fases discontinuas. Puede darse el caso de una emergencia crítica, como la proximidad ineludible de una guerra; en ese caso, la apuesta es indiscreta y claramente expansionista. Cuando ocurre esto, cuando se está ante esta eventualidad imperiosa, se pone en juego la totalidad de la disponibilidad, pues está en juego la propia existencia.

Ahora bien la geopolítica es un concepto geográfico de dominación o, si se quiere es un concepto de dominación geográfico. Las estrategias geopolíticas están íntimamente vinculadas a las clases dominantes. Ninguna dominación puede desentenderse del control territorial; ciertamente los antiguos imperios contaron con concepciones territoriales de dominación. En este sentido, es conveniente hacer un análisis comparativo de estas estrategias territoriales en la historia de las dominaciones. Sin embargo, por ahora debemos concentrarnos en la explicita formación discursiva que se concibe como geopolítica; esta corresponde a la modernidad y a las expresas estrategias de dominación de las burguesías. Esta geopolítica está íntimamente relacionada con las estructuras de los ciclos del capitalismo, con las formas de la acumulación de capital, con las cartografías económicas, con el juego de los monopolios y de los mercados. Por eso, cuando hablamos de geopolítica regional nos referimos a la estrategia estatal de la clase dominante; en este caso, de la burguesía singular correspondiente al país en cuestión, a la proyección de esta segunda potencia. No es la geopolítica de la sociedad, compuesta por clases sociales, embarcadas en sus propias luchas, proyectando entonces distintas estrategias políticas. Es posible encontrar más bien que los sectores sociales explotados prefieran la solidaridad con los otros sectores sociales en condiciones análogas, que un enfrentamiento entre países, propugnado por sus burguesías.

Volviendo a las definiciones polémicas de geopolítica, Ives Lacoste, geógrafo francés, concibe la geopolítica como la disciplina que estudia las rivalidades por los territorios, países y continentes[19]. ¿Tendríamos que decir que la geopolítica regional se ocupa de las rivalidades de territorios circundantes, de países vecinos, en una región que podemos llamarla subcontinental? Ahora bien, la geopolítica, en el sentido de estrategia territorial, tiene como uno de sus objetivos primordiales el control de los recursos naturales. Este eje de desplazamiento de la geopolítica imperialista ha sido evidenciado en la historia del capitalismo y de las potencias globales. Este eje de ocupación también es compartido por la geopolítica regional, aunque en una escala menor, de mediano alcance, como hemos dicho. Se trata del control de los recursos naturales en un entorno dado. Ahora bien, de lo que se trata es de saber dónde se direccionaliza la explotación de estos recursos; en tanto no se trata de una potencia global, sino de una potencia de segundo orden, articulada ya a la estructura conformada por la geopolítica del sistema-mundo capitalista, este flujo de materias primas se dirigen a los centros industriales del sistema-mundo. La geopolítica regional no es más que una parte, una composición, de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Es una mediación en el proceso de acumulación capitalista global y en el proceso de dominación mundial. Sin embargo, en la región en cuestión, la geopolítica regional tiene impacto, configura realidades en la región, afectando a la dinámica de los países.

Rudolf Kjellen dice que la Geopolítica concibe al Estado como un organismo geográfico o como un fenómeno en el espacio[20]. Ciertamente la biologización del Estado por parte de Kjellen, el convertirlo en un organismo viviente, salta las características políticas del Estado, así como las características relativas a las estructuras de poder, si consideramos las estructuras de larga duración, si nos remontamos a las épocas no modernas de estas formaciones de poder. Se entiende que lo hace para estudiar al Estado como si fuese un organismo vivo, convirtiendo a este objeto de estudio en parte de las ciencias naturales. Se pueden comprender a primera vista las limitaciones de este enfoque; sin embargo, muchos estadistas, políticos, sobre todo conservadores, comparten este prejuicio.

Indudablemente fue Friedrich Ratzel el que le da un cuerpo teórico a la geopolítica[21]. Ratzel no está muy lejos de la “ideología” de Kjellen. Se trata de una “ideología” que no sólo fetichiza el Estado, le otorga vida propia, sino que convierte al Estado en un sujeto. Ahora sabemos que el Estado es una composición de las relaciones sociales; es la dinámica de las relaciones sociales, sobre todo cuando se convierten en relaciones de dominación, en relaciones y estructuras de poder, las que construyen y reproducen esta maquinaria de disponibilidad de fuerzas. Por eso mismo, el Estado también es un imaginario, ciertamente muy útil para la legitimación del poder de las clases dominantes. El capital es un ámbito de relaciones, el Estado también lo es; es el análisis crítico de estos ámbitos relacionales, de estas estructuras de relaciones sociales, la que nos va dar la clave para comprender las lógicas de sus funcionamientos. Cuando nos encontramos con teorías que convierten al capital en algo con vida propia, y al Estado como una entidad con vida propia, estamos ante formaciones enunciativas cosificantes, que transfieren la dinámica de las relaciones sociales a la cosa, otorgándole la magia de una vida propia. Se comprende  que estas “ideologías” sean funcionales a la reproducción del capital, a la reproducción del Estado, a la reproducción de la burguesía, a la reproducción del poder; es decir, a la reproducción de las relaciones y estructuras de dominación en todas sus formas. La geopolítica forma parte de esta “ideología”; es más se la puede considerar como un saber de dominación de las estructuras de poder vigente. La geopolítica puede tener un alcance de dominación global, como en el caso de los imperialismos, o puede tener un alcance menor, como en el caso de los llamados sub-imperialismos, incluso menor, como en el caso de las potencias de segundo orden. En todos estos casos es la burguesía la interesada en promover la geopolítica. Esta promoción se efectúa en instituciones especializadas, universidades, fuerzas armadas, organismos especializados del Estado. Sobre todo se la vuelve práctica en políticas públicas o en estratégicas de conquista y ocupación como la guerra.

Podemos decir entonces, que el otro eje y vínculo de la geopolítica es el Estado. La geopolítica es dos cosas, tiene dos cabezas, es  saber estatal, así como también es disposición estatal; es decir, la disposición y la desenvoltura del Estado en lo que respecta a la ocupación territorial. Lo que lleva de por sí, la disponibilidad material y práctica de efectuarlo. Ahora bien, la geopolítica regional, también tiene dos cabezas, un saber y una estrategia, empero, como hemos dicho, los alcances de este saber y de esta estrategia se adecuan al alcance de las pretensiones, que en este caso tienen que ver con el entorno. No se trata, sin embargo, de un saber menor, sino diríamos, de un saber incluso más minucioso, un saber más detallado, un saber de la complejidad y diferencias del entorno, de sus accidentes y sus desiertos. Este saber de la geopolítica regional obliga a la estrategia a adecuarse a la peculiaridad de los terrenos, exige a las maniobras de desplazamiento, así como a las maniobras militares, a adaptarse a la morfología territorial, sus distancias y dificultades.

Desde la perspectiva meticulosa de la geopolítica regional hablamos de un Estado adaptado a su geografía ocupada y a la de su entorno. El celo del control territorial, en parte debido a la necesidad obligada de la defensa fronteriza, en parte las exigencias económicas de administrar la “escasez”, y en parte a las demandas del mercado internacional, produce la conformación de un Estado acondicionado a las exigencias del control escrupuloso del territorio. Llama la atención que en América latina y el Caribe, en la tendencia de adecuación, hayan sido los Estado-nación de extensión geográfica menor los que mejor hayan administrado su geografía, con todas las diferencias que pueda haber al respecto. El Estado que mejor ha efectivizado esta adecuación es el de Chile. Lo que decimos no quiere decir, de ninguna manera, que era mejor que se podía hacer es optar por geografías chicas, sino, que dadas las circunstancias, de la renuncia a la Patria Grande, por parte de las oligarquías regionales, el decurso de la historia turbulenta de los países independizados llevó a esta situación.

Karl Haushofer (1869-1946) propone la teoría del espacio vital. Ésta se resume en el enunciado de que si el Estado no posee el espacio que necesita tiene el derecho de extender su influencia física, cultural y económica. Si un Estado más fuerte es pequeño tiene el derecho de ampliar su territorio. En otras palabras, los Estados vitalmente fuertes necesitan ampliar su espacio. La extensión territorial conlleva el incremento de poder; el supuesto teórico de esta teoría es que espacio es poder. Esta tesis de Haushofer puede ser considerada como uno de los principios de la geopolítica regional. Esta tesis se puede expresar de la siguiente manera: Cuando la potencia en crecimiento y las fuerzas acumuladas exceden el control territorial del Estado en cuestión, éste se encuentra obligado a su expansión. Traducida la tesis a un leguaje económico, acorde a la formación discursiva de la revolución industrial, podría pronunciarse de la siguiente manera: Si la demanda de materias primas por parte del mercado internacional crece, si además estos recursos no se encuentran en territorio propio, es casi un imperativo controlar estas reservas por un medio o por otro, de una manera o de otra, por mediaciones o de forma directa, anexando territorios.

Como se puede ver el discurso geopolítico es un discurso de justificación de la violencia estatal; ya no se trata del monopolio de la violencia legítima respecto a la sociedad misma, sino del uso de la fuerza bélica en contra de estados vecinos. El discurso geopolítico es un discurso que hace apología de la violencia y de la guerra. La emisión de este discurso sólo se la puede entender por cuanto deriva de la concepción expansionista de la burguesía. Se trata de un discurso conservador y de élite; de ninguna manera de un discurso popular. ¿Cuándo, bajo qué condiciones, puede una burguesía belicosa comprometer al pueblo en una guerra? Se supone que la burguesía tiene que haber logrado una cierta hegemonía sobre la sociedad, empero, combinada con cierta dosis de autoritarismo. Al respecto, hay que considerar que la burguesía no es homogénea; se trata mas bien de una composición variada. Generalmente, cuando se empuja a la guerra a un país, es cuando los sectores más conservadores de la burguesía son los que han ganado el control del Estado. Por otra parte, claro está que intervienen otros factores, que dependen del contexto, del momento, de la coyuntura, de las características poblacionales, de la presencia de empresas del país en otro país.

Las teorías geopolíticas globales tienen como objetivo el control del mundo; esto se entiende en tanto que las potencias globales se encuentran en la disputa del control en la geografía del sistema-mundo capitalista.  Por ejemplo, Nicolás John Spykman[22] (1893-1943) propuso que el control de Euro-Asia implicaba el control del mundo. Se dice que al asumir esta tesis, la estrategia norteamericana fue de contrarrestar el avance del ejército rojo y de los estados socialistas en Europa del este, con el plan Marshall y con la OTAN en la Europa del oeste. ¿Qué connotación tiene una teoría como la de Spykman en la geopolítica regional? Como hemos dicho, en la geopolítica regional no se trata de una estrategia global, no se trata, ni mucho menos, del control del mundo, sino del control del entorno. Ahora bien, lo que entra en juego es el control de recursos naturales y reservas estratégicas; pero, no solo, pues también se trata del control de sus flujos y del mercado de estos flujos. Si se trata de un área terrestre, el control del espacio de transporte de estos flojos de materias primas; si se trata de un área marítima, el control del mar y del océano que corresponde; si se trata del espacio aéreo, el control del cielo. Por ejemplo, desde la perspectiva geopolítica regional, lo que está en disputa entre los estados de Bolivia, Chile y Perú es el control de los recursos naturales estratégicos, de sus reservas, el control del espacio de transporte y de comunicaciones, el control del océano pacífico del sud, así como el control aéreo. Todo esto también está conectado, de una u otra manera, con el control financiero o la participación en este control financiero.

Contra-geopolítica

Hacia una geografía emancipadora

No podemos caer, de ninguna manera, en la impresión de que la geografía está dominada por la geopolítica. Esto no es cierto, desde ningún punto de vista; ni desde la historia de la geografía, tampoco desde la perspectiva epistemológica de la geografía. La geopolítica es un caso particular, podríamos decir no solamente conservador de las teorías geográficas, sino hasta reaccionario. Por otra parte, los paradigmas usados por la geopolítica y las teorías en boga de esta disciplina son mas bien débiles y poco sustentables, tanto filosófica, teoría y científicamente. Mientras la geografía, epistemológicamente, teóricamente, metodológicamente, ha dado saltos importantes, la geopolítica se ha rezagado en presupuestos prejuiciosos y hasta raciales. En la historia de la geografía un paso significativo fue el desplazamiento dado en los términos de la geografía cuantitativa. Desde esta perspectiva epistemológica, el espacio ya no es algo dado sino mas bien un producto social, de las relaciones sociales, de los flujos y movimientos sociales, de los asentamientos humanos, de las trasformaciones producidas por los desplazamientos humanos, acciones y prácticas. La geografía cuantitativa es una ciencia matemática, por cuanto el manejo de los indicadores se hace indispensable y la conmensuración de los desplazamientos y transformaciones espaciales. Empero, esto no quiere decir que no esté afectada por una fuerte crítica y reflexión teórica, además  de la incidencia multidisciplinaria e interdisciplinaria de otras ciencias, como la historia y las ciencias humanas, la sociología, la antropología, así como la ciencia económica. A partir de esta ruptura y desplazamiento epistemológico la geografía se transforma; esta ciencia del espacio y de la tierra, se ocupa no solamente de un espacio como producto social, sino descubre múltiples espacios efectivos y posibles, que comprenden sus propias dinámicas de configuración. Así también como que la geografía se abre a distintas connotaciones espaciales, haciendo consideraciones sobre el lugar, el territorio, la región, los espaciamientos diferenciales. En este sentido se abre a considerar los espesores territoriales, que comprenden espesores culturales, afectivos, imaginarios, además de abrirse a los movimientos socio-territoriales, en tanto luchas transformadoras del hábitat y de los espacios. En esta perspectiva, no podemos dejar de considerar los espesores ecológicos.

Como se podrá ver, este desplazamiento epistemológico de la geografía deja atrás una perspectiva estática del espacio, sobre todo, deja en evidencia, hace visible, la limitaciones y estrechez de las teorías geopolíticas, sobre todo sus rudimentarios cuerpos teóricos. La geografía no solamente promueve investigaciones de las dinámicas espaciales, sociales y territoriales, en distintos tópicos y problemáticas, sino que se ha abierto a lecturas e interpretaciones emancipatorias. Así lo entendió Miltan Santos, el geógrafo brasilero de la corriente crítica y de la complejidad espacial, así también comprendió David Harvey, el geógrafo y profesor marxista de la City University of New York. Ambos geógrafos encuentran en la geografía una poderosa herramienta critica a las estructuras de poder, a las formas de dominación y al capitalismo, así como un saber emancipador que alumbra sobre las dinámicas y complejidades espaciales[23].

Milton Santos se propone identificar la naturaleza del espacio y encontrar las categorías de análisis que permitan estudiarlo[24]. El espacio como producto aparece en Milton Santos como interpenetración del sistema de objetos y el sistema de acciones. Pero, no ocurre, como en la teoría de sistemas autopoieticos, donde un sistema presta su propia complejidad al otro sistema para ser interpretado, sino que, en esta conjunción, aparecen categorías analíticas y sintéticas reveladoras de campos de relaciones y de espesores sociales y culturales. El paisaje, la territorialidad, la diferenciación territorial del trabajo, el espacio producido o productivo, las rugosidades y formas contenidas, son estas categorías. A partir de ellas se puede pasar a interpretar la región, el lugar, las redes, las escalas, el orden local y global. Esta perspectiva geográfica se abre a las dinámicas, que podríamos llamar, constitutivas del espacio; estos son los procesos: la técnica, la acción, los objetos, la norma y los acontecimientos, la universalidad y la temporalidad, la idealización y la objetivación, los símbolos y la ideología.

En Milton Santos la conformación de una geografía crítica pasa por cuatro momentos. El primer momento corresponde a una ontología del espacio, en la búsqueda de las nociones originarias. Se trata de la comprensión de múltiples relaciones geográficas que permita la interpretación de la forma cómo el territorio ha sido transformado con la presencia de la técnica. El segundo momento corresponde a la producción de las formas-contenido; aquí se retoma el espacio en tanto forma-contenido. Se trata de reconocer cómo el proceso de transformación de una totalidad va sufriendo modificaciones en su estructura a partir de las dinámicas sociales, de sus prácticas y acciones, de las propias configuraciones y reconfiguraciones materiales y territoriales del espacio, así como de las modificaciones de la división del trabajo. El tercer momento es el que corresponde a una geografía del presente.  Cada periodo es portador de una constelación de sentidos compartidos, de una combinación de imaginarios, a partir de los cuales se interpreta la coyuntura como realización histórica de las promesas técnicas. El cuarto momento corresponde a la emergencia de las racionalidades convergentes frente a la racionalidad dominante. Las racionalidades convergentes descubren las posibilidades inherentes al espacio, develan las facetas no conocidas del espacio; el espacio aparece como nuevo. Confluyen también dialécticamente las redes del lugar y las redes globales, modificando los sitios de acuerdo a sus combinaciones y composiciones.

En el capitulo El territorio: un agregado de espacios banales, Milton santos propone el territorio como categoría primordial de análisis del espacio; hace notar que se trata del territorio usado, no del territorio pensado abstractamente y reducido a su conmensuración. El espacio banal es un conglomerado de espacios entrelazados; con esta perspectiva rompe con las visiones geográficas que separan los espacios; el espacio político, el espacio social, el espacio económico, el espacio cultural; además de comprender el espacio como complejidad y multiplicidad. El territorio es pensado a partir de la dinámica de movimientos de trueques, intercambios complementariedades. El territorio es considerado como identidad donde nos reconocemos en un espacio que comprendemos que es nuestro. La crítica de Milton Santos es a una geografía euro-céntrica que ha asimilado el territorio al Estado, ha estatalizado el territorio. También dice que el Estado-nación, el Estado territorial, es una identidad establecida normativa y administrativamente a través del reconocimiento de la ciudadanía y la cartografía de la geografía política. Por otra parte plantea que lo que se llama territorio nacional, que corresponde a una identidad establecida, está sometida a un campo multilateral de fuerzas. El territorio nacional forma parte de una economía internacional y se encuentra sometido a procesos de desterritorialización y reterritorialización.

Otras categorías de análisis del territorio son la horizontalidad y la verticalidad como ejes de composición espacial. Santos opone el eje de composición horizontal, que corresponde a las vecindades, a las continuidades, a la prevalencia de las regiones antiguas, a la composición vertical, que corresponde a la globalización; también podríamos decir a la estatalización. Se puede entonces comprender el territorio como un escenario de tensiones y contradicciones donde pugnan estas dos tendencias. Se puede también hablar de una historia territorial; un primer momento, correspondiente a la conformación del lugar y del grupo; un segundo momento correspondiente al establecimiento territorial por parte de los Estado-nación; un tercer momento, donde pasamos al control territorial de las empresas supranacionales. En este recorrido histórico los espacios banales, como conglomerados de espacios múltiples que interactúan, se entrelazan y se combinan, han sido afectados, tendiendo a ser sustituidos por el espacio homogéneo de la globalización, codificado monetariamente y reducido a los signos de la publicidad y del consumo.

Santos concibe una geografía que efectúa análisis dialectos de procesos constitutivos del espacio; éstos se dan como movimientos contradictorios entre territorio y mundo, lugar y mundo, lugar y territorio, territorio y formación social, lugar y espacio. Entonces estamos ante una geografía de las dinámicas territoriales, de los flujos y movimientos constitutivos, de los lugares, de los sitios, de los territorios, de las regiones,  de los espacios.  Hay que entender el espacio de un país como una confederación de territorios, al territorio como una confederación de lugares. En esta complementariedad de lugares y de territorios, la tarea es liberar las potencialidades espaciales oponiendo las relaciones horizontales contra las relaciones verticales. Las confederaciones de lugares y las confederaciones de territorios pueden conformar mundos heterogéneos frente al “mundo” impuesto por el capitalismo y la modernidad.

Con esta revisión rápida de algunas de las nuevas perspectivas epistemológicas de la geografía, queremos pasar a proponer el diseño de una contra-geopolítica.

Tesis contra-geopolítica

1.    Los pueblos no tienen por qué estar en guerra, son los estados los que lo están, son sus clases dominantes las que lo están, en constante querella por el control territorial y del excedente.

 2.    La obsesión por el control territorial, de los recursos, de la población, de los mercados, convierte a la geopolítica en un saber conservador del espacio, que es un instrumento de dominación imperial, entonces global, que cuenta con mediaciones regionales, las que promueven una geopolítica regional.

3.    Los pueblos no tienen por qué buscar el control territorial, sino, por el contrario, la complementariedad territorial, la confederación de territorios y de lugares complementarios y solidarios.

4.    La contra-geopolítica se propone llevar a cabo, radicalizar, las consecuencias espaciales de una geografía emancipadora, una geografía de la complejidad, de la multiplicidad del conglomerado de espacios, buscando liberar las potencialidades de los lugares, de los territorios, de los espacios, armonizando comunidades humanas y ecosistemas.

5.    La contra-geopolítica se opone a los monopolios, a los controles, a las dominaciones sobre los lugares, los territorios y los espacios; se opone al eje vertical del establecimiento de los espacios homogéneos. Opta el eje horizontal de la composición espacial, por la proliferación de espacios múltiples de vecindades, de continuidades, de complementariedades, de tejidos territoriales solidarios.

6.    Los bienes de la naturaleza no tienen por qué ser considerados como recursos naturales, como reservas, explotables, en beneficio de la acumulación de capital, sino, mas bien, como seres, que pueden ser incorporados a los ciclos vitales de las sociedades humanas, respetando los ciclos vitales de estos seres, biodiversos, orgánicos e “inorgánicos”.

7.    La salida a la belicosidad de los estados, en su condición imperialista o de subalternos, es conformar una confederación de los pueblos del mundo, basada en profundos procesos de democratización, articulando complementariedades y conjugando composiciones espaciales, territoriales, de lugares, corporales y técnicas, que liberen la potencia social y la creatividad de las composiciones sociales en la heterogeneidad.

 Conclusiones

La guerra del Pacífico fue una guerra periférica, desencadenada en el acomodo territorial de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Fue una guerra que corresponde a la geopolítica regional, mediadora de la geopolítica imperialista, en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial. Sin embargo, hay que tener en cuenta otros procesos y estructuras desencadenantes del conflicto; la forma cómo se constituyen las repúblicas independientes, renunciando a la integración de la Patria Grande, las contradicciones que aparecen de proyectos de nación encontrados, entre el interior y la costa, entre un proyecto endógeno y un proyecto exógeno, las guerras civiles que se desatan, además de las guerras entre estados, que reproducen estas contradicciones, nos muestran otras condicionantes históricas y políticas de la guerra. Estamos ante formaciones sociales abigarradas, ante formaciones económico-sociales-culturales cuyos interiores geográficos, cuyas regiones íntimas, se residen al moldeamiento del mercado internacional desde las costas. También se enfrentan proyectos inconclusos con el nuevo proyecto de adecuación a la geopolítica del sistema mundo capitalista en el ciclo de la revolución industrial. Esta es la razón por la que el proyecto de Diego Portales chocha con el proyecto de Andrés de Santa Cruz. La otra clave, entonces, de la guerra del Pacífico hay que encontrarla en la guerra confederada.

La geopolítica es un saber de la dominación imperialista; le corresponde como derivación, como mediación, en el juego geopolítico del sistema-mundo capitalista, la geopolítica regional, como mecanismo de “ordenamiento territorial” en la geografía de las periferias. Ahora bien, la geopolítica puede darse conscientemente, como proyecto estatal confeso, o de una manera rudimentaria, en elaboración, fragmentaria, emergiendo en la consciencia de la clase dominante a partir de la experiencia política, del incremento de poder y de las contingencias que se enfrenta. Se puede observar que la burguesía chilena no solamente contaba con una estrategia estatal sino también que fue configurando una geopolítica regional. Se puede notar en la historia del estado-nación de Chile, sobre todo a partir de la guerra del Pacífico, una adecuación eficiente entre Estado, control de recursos naturales, fuerzas armadas y economía. Podemos concluir que hay como una geopolítica regional elaborada.

En contraposición a la geopolítica, tanto global como regional, a los proyectos de dominación imperial y a los proyectos de control territorial de los entornos periféricos, de las burguesías, la alternativa de los pueblos es oponerles la contra-geopolítica, es decir, los saberes proliferantes, heterogéneos, horizontales, de la geografía emancipadora. Esto significa, que lejos de pensarse belicosamente sus relaciones, se valoran las capacidades de intercambio, de comunicación, de complementariedad, de composición solidaria entre los pueblos. Es posible pensar una confederación de los pueblos, en primer lugar a nivel continental, en segundo lugar y en proyección, a nivel mundial.    




[1] René Zavaleta Mercado: La querella del excedente. En Lo nacional-popular en Bolivia. Plural 2008; La Paz; Pág. 20.

[2] Ibídem: Pág. 21.

[3] Ibídem: Pág. 23.

[4] Ibídem: Pág. 23.

[5] Ibídem: Pág. 27.

[6] Ibídem: Pág. 29.

[7] Roberto Querejazu Calvo: La guerra del Pacífico. Síntesis histórica de sus antecedentes, desarrollo y consecuencias. Librería Editorial G.U.M 2010; La Paz. Pág. 9.

[8] Ibídem: Pág. 10.

[9] Ibídem: Pág. 10.

[10] Ibídem: Pág. 11.

[11] Ibídem: Pág. 11.

[12] Ibídem: Pág. 15.

[13] Roberto Querejazu Calvo: La guerra del Pacífico. Síntesis histórica de sus antecedentes, desarrollo y consecuencias. Librería Editorial G.U.M 2010; La Paz. Pág. 18.

[14] René Zavaleta Mercado: La querella del excedente. En Lo nacional-popular en Bolivia. Plural 2008; La Paz; Pág. 43.

[15] Ibídem: Pág. 43.

[16] Ver de René Zavaleta Mercado: La revolución boliviana y la cuestión del poder;  La Paz; Dirección General de Informaciones 1961. Bolivia: crecimiento de la idea nacional; La Habana; Cuadernos de la revista Casa de las Américas 1967. El Che en Churo; en Marcha 1969; Montevideo, 8 de octubre. El poder dual; México; Siglo XXI 1974. La fuerza de la masa; Cuadernos de Marcha 1979; segunda época; número 3; México, septiembre-octubre. Cuatro conceptos de la democracia; en Dialéctica 1982, número 11; UAP. Determinación dependiente y forma primordial;  Investigación Económica 1983; número 163; México, enero-marzo. También Movimiento obrero y ciencia social, así como Algunos problemas acerca de la democracia.

[17] Se puede consultar la siguiente bibliografía: Ahumada Moreno, Pascual (1892). Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra, que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia. Valparaíso: Imprenta del Progreso. 8 volúmenes. Arosemena Garland, Geraldo (1946). Gran Almirante Miguel Grau. Lima. Barros Arana, Diego (1890). Don José Francisco Vergara: discursos y escritos políticos y parlamentarios. Santiago de Chile: Imprenta Gutemberg. Basadre Grohmann, Jorge (2005). Historia de la República del Perú. Lima: Diario La República. Octava edición, (Obra completa). Bisama Cuevas, Antonio (1909). Álbum Gráfico Militar de Chile. Campaña del Pacífico: 1879-1884. Santiago de Chile: Imprenta Universo. Bulnes, Gonzalo (1911). Guera del Pacífico. Valparaíso: Sociedad Imprenta Litografía Universo. Casaretto Alvarado, Fernando (2003). Alma Mater: historia y evolución de la Escuela Naval del Perú. Lima: Imprenta de la Marina de Guerra del Perú. Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú (1983). La Guerra del Pacífico 1879-1883. Lima: Ministerio de Guerra. Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú (1983). La resistencia de la Breña. Lima: Ministerio de Guerra. Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú (1983). Huamachuco en el alma nacional (1882-1884). Lima: Ministerio de Guerra. Lecaros, Fernando (1979). La Guerra con Chile en sus documentos. Lima: Editorial Rikchay Perú. Tercera edición. Paz Soldán, Mariano (1904). Narración histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia. Buenos Aires: Librería e Imprenta de Mayo. Ravest Mora, Manuel (1983). La compañía salitrera y la ocupación de Antofagasta 1878-1879. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello. VV.AA. (1979). Miguel Grau. Lima: Centro Naval del Perú. Varigny, Charles (1974). La guerra del Pacífico. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico S.A. Vial Correa, Gonzalo (1995). Arturo Prat. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello. Vicuña Mackenna, Benjamín (1883). El álbum de la gloria de Chile. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes. (2000). Chile y Perú, la historia que nos une y nos separa. Santiago de Chile: Editorial Universitaria. También revisar de Wikipedia, la enciclopedia libre, Guerra del Pacífico. 

[18] Roberto Querejazu Calvo; Ob. Cit.; Págs. 46-47.

[19]Víctor Giudice Baca: Teorías geopolíticas.Gestión en el Tercer Milenio, Rev. de Investigación de la Fac. de Ciencias Administrativas, UNMSM (Vol. 8, Nº 15, Lima, Julio 2005). Victor Giudece Baca es profesor principal de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.Gestión en el Tercer Milenio, Rev. de Investigación de la Fac. de Ciencias Administrativas, UNMSM (Vol. 8, Nº 15, Lima, Julio 2005).

[20]Dr. Rudolf Kjellen, (1864-1922), nacido en Suecia. Fue politólogo e historiador, profesor de las universidades de Upsala y Gotemburgo. Se puede decir que es responsable del uso del término geopolítica. La hipótesis de trabajo de Kjellen es la que supone la identidad entre el Estado y los organismos vivientes. Estahipótesis fue desarrollada en El estado como forma de vida. Ver deGustavo Rosales Ariza: Geopolítica y geoestratégica liderazgo y poder. Universidad Militar Nueva Granada 2005. Gustavo Rosales Ariza es Director del Instituto de Estudios Geoestratégicos (IEG).

[21]Friedrich Ratzel (1844-1904), profesor de geografía y antropología. Es conocido por sus investigaciones publicadas en Antropogeografia, también por su libro Geografía política. En este último trabajo se comprende al Estado como un organismo territorial. 

[22]Nicolás John Spykman es, de nacimiento, holandés, nacionalizado después estadounidense. Es especialista en Artes de la Universidad de California, obtuvo después su PHD. Como profesor universitario se inicia en Ciencias Políticas y  Sociología en la Universidad de California (1923-1925); después es profesor asistente en Relaciones Internacionales, en la Universidad de Yale (1925-1928). Más tarde es nombrado decano del departamento de Estudios Internacionales (1935-1940). Es miembro de la Academia Americana de Política y Ciencias Sociales, de la Sociedad Americana de Geografía, de la Asociación Americana de Ciencias Políticas y del Consejo de Relaciones Exteriores. Entre sus obras conocidas se puede citar la Teoría Social de Georges Simmel (1925), también Estados Unidos frente al Mundo (1942), además de Las dos Américas.

[23] Ver de Milton Santos La naturaleza del espacio. Particularmente el capítulo El territorio: un agregado de espacios banales. Revisar de David Harvey Justice, Nature and the Geography of Diference. También Spaces of Capital.

[24] Ver de Cecilia Hernández Diego Reseña de “La naturaleza del espacio” de Santos, Milton. Economía, sociedad y territorio. Julio-diciembre, Vol. III, número 10. El Colegio Mexiquense, A. C. Toluca-México; Págs. 379-385.

icono-noticia: 

EL CONTEXTO Y LOS ALCANCES DE LA RESOLUCIÓN DEL TCP

Raúl Prada Alcoreza

La resolución del Tribunal Constitucional Plurinacional, haciendo uso de sus competencias, señala que los artículos 144, 145, 146 y 147 son contrarios a la Constitución Política del Estad, así como a la la Convención Americana sobre Derechos Humanos; hace incide hincapié, de acuerdo a la Constitución y a la administración de justicia, en que siempre se presume la inocencia de las personas. 

¿Qué significa esta resolución? ¿Qué quedan en suspenso solamente estos artículos? ¿Qué ya no se puede proceder como se ha procedido antes para liberarse de los opositores? ¿No se va a resarcir el daño? ¿No pone en cuestión la propia Ley Marco de Autonomía y descentralización Territorial? El Tribunal Constitucional Plurinacional solamente ve una partecita del problema, se pierde en el árbol, no observa el bosque. La Ley Marco de Autonomía y Descentralización es inconstitucional, no responde a la Constitución sino a una estrategia gubernamental. Esta ley no respeta la condición autonómica que establece la Constitución; es una ley que refuerza el centralismo. No contempla el entramado de las competencias exclusivas, privativas y concurrentes del régimen pluralista autonómico. No se rige por un nuevo régimen financiero, que demanda la condición autonómica. No respeta los derechos de las naciones y pueblos indígenas originarios, no reconoce el territorio indígena como base para las autonomías indígenas. Se limita este reconocimiento a los Territorios Indígenas Comunitarios.  El Tribunal Constitucional Plurinacional (TCO) tiene la obligación en declarar como inconstitucional la Ley Marco de Autonomía y Descentralización Territorial. Así también tiene la obligación de revisar todas las leyes promulgadas por el gobierno, que son inconstitucionales. Sobre todas aquellas que tienen un carácter fundamental como matriz fundacional del desarrollo legislativo. Hasta ahora nada de esta a hecho, sólo ha hecho un tibio pronunciamiento sobre los artículos de la Ley Marco de Autonomías que viola la Constitución y la convención mencionada sobre derechos humanos. 

En el Capítulo Sexto del Título III, Órgano Judicial y Tribunal Constitucional, de la segunda parte de la Constitución, Estructura y Organización Funcional del Estado, se define el alcance del TCP. En el artículo 196, en el numeral I, se establece que: El Tribunal Constitucional Plurinacional vela por la supremacía de la Constitución, ejerce el control de constitucionalidad, y precautela el respeto y la vigencia de los derechos y las garantías constitucionales. Como se podrá ver, los alcances del TCP son enormes y primordiales en lo que respecta a la aplicación de la Constitución, la supremacía constitucional, el control de constitucionalidad y la precautela de los derechos fundamentales y del conjunto de derechos individuales, sociales, colectivos y los seres de la madre tierra, así como de las garantías constitucionales. Hasta ahora nada de esto ha hecho el TCP desde su conformación, después de las elecciones de los Magistrados, salvo claro está su ambigua resolución sobre el caso de la consulta espuria en el TIPNIS y esta tibia resolución sobre los artículos de la Ley Marco de Autonomía que violan a la Constitución.

Los voceros del MAS, asambleístas y ejecutivos, respondieron como siempre, con defensas estrambóticas de sus actos, que no pueden ser sino inconstitucionales, ratificándose su inconstitucionalidad después de la resolución del TCP. Consideran que lo hicieron lo ejecutaron bien, interpretando la Constitución, a su modo, y acatando los artículos de la Ley Marco de Autonomías que les faculta a suspender autoridades; empero, ahora, respetan la resolución del TCP, resolución, que según ellos demuestra que este Tribunal es independiente. Más enrevesada respuesta no podía darse, tampoco podía haberse evidenciado  más falta que la cometida, mostrando no solamente ausencia de todo análisis, sino sobre todo falta de honestidad; estas actitudes caricaturescas es difícil encontrarlas en el anecdotario político. Son dignas de sobresalir en este prontuario político. No se les pasa por la cabeza por la cabeza que, si respetan la resolución del Tribunal Constitucional, sus actos legislativos con respecto de la suspensión de autoridades es inconstitucional, que el TCP, en consecuencia, considera delitos constitucionales, aunque esta sea una consecuencia implícita. En conclusión estas acciones quedan desconocidas, a la luz de la interpretación efectuada por el tribunal, entonces las autoridades suspendidas tienen que ser repuestas. Tiene que resarcirse el daño. Menos se les pasa por la mente que queda cuestionada la Ley Marco de Autonomía y Descentralización Territorial; se obliga entonces a su revisión o abrogación, bajo la responsabilidad de elaborar otra ley de autonomías, que responda a la Constitución, contemplando el entramado de las competencias autonómicas, además que se la haga de manera participativa, como exige la Constitución. 

La resolución del TCP no demuestra que éste es independiente; al contrario, al resolver de una manera tan tibia,  sin responder a los alcances de sus mandatos constitucionales, el Tribunal Constitucional no solamente manifiesta que no es independiente, que sigue subordinado al control riguroso y manipulador del ejecutivo, sino también se muestra fehacientemente que no cumple con sus competencias constitucionales. 

Esta resolución del TCP, sus repercusiones, las formas de asumir, tanto oficiales como de la llamado oposición, contando con el silencio casi general del pueblo y de las organizaciones sociales, amerita una reflexión sobre la transición y la aplicación de la Constitución por parte del gobierno y los órganos del Estado.

La Víacrucis de la Constitución

Después de la promulgación de la Constitución, la carta magna vive una víacrucis, un camino al calvario, hacia su “crucifixión”. La Constitución es como el “espíritu santo” en la “santísima trinidad”, constituida por “Dios padre”, “hijo” y “espíritu santo”. “Dios padre” vendría a ser el pueblo, que a través del proceso constituyente, por mediación de la Asamblea Constituyente, escribe y aprueba la Constitución; la encarnación en el “hijo”, hecho hombre, termina siendo el calvario por la que pasa su insólita aplicación, que efectivamente es su martirio y su negación. Estas figuras que usamos, estas metáforas, que corresponden al simbolismo cristiano, no buscan una interpretación religiosa del decurso constitucional y el desarrollo legislativo, sino tan sólo buscan metaforizar el sentido dramático de la secuencia de hechos. A nombre del pueblo se sacrifica la materialización de la Constitución, se realiza, de manera contraria, la materialización inconstitucional de la restauración del viejo Estado, de las viejas prácticas políticas, del antiguo mapa institucional colonial y republicano. Es como el martirio del corpus constitucional, el castigo corporal a su estructura jurídico-política, también a su acontecimiento histórico-político. El espíritu constituyente queda suspendido en la trascendencia inalcanzable. 

Desde las primeras leyes promulgadas por el presidente, después de sancionada la Constitución (2009), hasta las recientes leyes elaboradas y propuestas, tanto el ejecutivo como el legislativo, más tarde el Tribunal Constitucional, han sido los verdugos en las estaciones de la víacrucis de la Constitución. Han martirizado el corpus constitucional a su regalado gusto, descargando la violencia estatal en todas sus formas; sobre todo en aquellas que tienen que ver con interpretaciones des-contextuadas, segadas y hasta alevosas de la Constitución. Los verdugos y las autoridades que contemplan sádicamente el castigo infringido lo hacen a nombre del orden establecido, el Estado, de la interpretación burocrática del deseo del pueblo y de la misma Constitución. 

Dejemos las metáforas, aboquémonos ahora a comprender la secuencia del desarrollo legislativo, efectuado desde la promulgación de la Constitución. 

Una vez promulgada la Constitución, ¿qué es lo que se requiere para abordar la tarea de su aplicación?  Indudablemente una comprensión integral de la Constitución, la interpretación de la misma a partir del espíritu constituyente, la apropiación por parte del pueblo de la Constitución como instrumento de transformación, haciendo del corpus jurídico-político una Constitución viva; la realización consecuente y movilizada de las transformaciones estructurales e institucionales que requiere el Estado plurinacional comunitario y autonómico. Nada de esto ha ocurrido. Al contrario, el gobierno se ha contentado con difundir masivamente las publicaciones de la Constitución; no se llevó a cabo una dilucidación colectiva y participativa de la Constitución. Las interpretaciones del texto constitucional se dividieron, diseminaron y se enfrentaron. La interpretación oficial estuvo a cargo de clarividentes ego-lógicos, quienes consideraron, desde un principio, que su interpretación es la verdad constitucional, cuando lo único que hacían es interpretar la Constitución a partir del interés económico. Interés que suponen que es del país, embarcado desde la colonia en el modelo económico extractivista. Por otra parte, estos interpretes oficiales también efectúan su “hermenéutica” a partir de la razón de Estado; según ellos la Constitución no afecta a la unidad sagrada del Estado. Queda claro que para estos interpretes el Estado no puede adquirir otra forma que la del Estado-nación. Estas premisas de la “hermenéutica oficial” sesgan de entrada la lectura de la Constitución, impiden la comprensión integral de la misma, menos su decodificación desde el necesario desplazamiento hacia una epistemología pluralista, que exige la complejidad de los modelos inherentes a la Constitución; el modelo político de Estado plurinacional comunitario y autonómico; el modelo territorial, configurando un pluralismo territorial, incorporando en el ordenamiento territorial las territorialidades indígenas; y el modelo económico, encaminado hacia la economía social y comunitaria y ecológica. 

Impunidad e inconstitucionalidad

El vicepresidente exigió al Tribunal Constitucional una explicación de su resolución. La forma como lo hace, la prepotencia de su exigencia, muestra claramente la manifestación de una psicología arrogante, que considera que se está por encima de las instituciones, de la Constitución, del Estado mismo, por no decir, del soberano que es el pueblo. Este orgullo declarado a la luz pública, es la muestra patética de un sentimiento engrosado de impunidad. ¿Quién ha otorgado semejante atribución? Al sentirse representar al proceso de cambio, a los movimientos sociales, a quiénes jamás se consultó que se debería hacer, cómo encarar el gobierno, las políticas públicas y la aplicación de la Constitución. Siente como si la historia le otorgara plenos poderes para actuar como le plazca, lo que le parezca conveniente, por el bien del curso del proceso y de la revolución democrática y cultural. Los mayores crímenes de la historia se ha cometido a nombre d la revolución, del pueblo, de la libertad y de la nación. No se necesita preguntar a nadie lo que se tiene que hacer; se actúa para los historiadores del futuro. Se cree formar parte de un libro que se va escribir. Todos sus actos están sancionados por la historia. Esta vocación teatral hace perder la cabeza de esta clase de políticos actores. Si sus actos no son reconocidos en el presente, es porque los humanos de hoy no están a la altura de la comprensión histórica. Lo más grave de todo es que de la pertinencia de esta extraña trama antelada se han convencido a sus allegados. Estos creen que es así, que están ante grandes hombres de la historia; lo que hay que hacer es colaborarlos en todo y cubrirlos, así como encubrirlos, en todo. 

¿El vicepresidente ha leído la Constitución? ¿La ha entendido? ¿Sabe cuáles son los alcances de los derechos fundamentales, de las generaciones de derechos, de los derechos de las naciones y pueblos indígenas originarios? ¿Entiende las transformaciones institucionales, los descentramientos, que exige la Constitución en lo que respecta a la Estructura y organización Territorial del Estado, concretamente en lo que respecta al entramado de competencias del pluralismo autonómico? ¿Comprende lo que significa la independencia de poderes, sobre todo el respeto mutuo que deben brindarse las autoridades del gobierno central y de los gobiernos autonómicos? Si juzgamos por sus actos, tal parece que no. Sin embargo, es muy probable que se comprenda todo esto, todo el contenido significativo de la Constitución; empero, se piensa que en política, en el ejercicio del poder,  sería ingenuo cumplir con los mandatos constitucionales; de lo que se trata es de imponerse. Así como los otros dominaron en periodos y épocas pasadas, es indispensable también dominar, ejercer poder. El cumplimiento de la Constitución, el cumplimiento de los objetivos transformadores añorados, es cosa de románticos, que no cuentan en la política práctica. Lo que se tiene que hacer es lo que se puede hacer, desde la perspectiva del realismo político. Lo que se puede hacer; en primer lugar, es conservar el poder; en segundo lugar, efectuar el cambio de élites; en tercer lugar,  efectuar cambios de manera diferida en la medida de lo posible, sin arriesgar la estabilidad institucional y la gobernabilidad. Si para hacer esto se tiene que violentar derechos, no importa; se trata de costos colaterales. 

Con estas actuaciones se olvida hasta guardar las apariencias, se olvida ocultar lo que se quiere cubrir, no hay independencia de poderes, menos aún independencia del Tribunal Constitucional. Con estas actitudes se evidencia el control de hierro del ejecutivo. ¿Por qué se lo hace? Se está tan seguro del domino absoluto, que otorga la mayoría absoluta el Congreso, que no importa guardar apariencia, basta con el discurso. Si se dice que hay independencia de poderes, que hay independencia del Tribunal Constitucional, basta lo que se dice, aunque no sea cierto. Lo que se dice es parte de un ritual del poder; se dice para mantener el funcionamiento mecánico de los engranajes del poder, de la combinación inercial de los dispositivos discursivos y de los dispositivos institucionales. Se supone que el pueblo acepta esto con complicidad. No hay nada más alejado del pueblo y de lo popular que esta suposición. El pueblo tiene sus propias dignidades, sus propias valoraciones, sus propias determinaciones, autodeterminaciones y co-determinaciones. A nadie le gusta que se lo maneje a su regalado gusto; menos que se lo haga a su propio nombre; en este caso, usando el nombre del pueblo. 

Lo que se constata es un malestar, el malestar en la política, el malestar en la democracia. No se ve con buenos ojos que se fuerce el sentido de las normas, no se ve con buenos ojos que se recurra a la violencia simbólica de la mayoría absoluta congresal para imponer la “verdad” oficial. No se ve con buenos ojos que se efectué una persecución política de autoridades, simplemente porque estas autoridades no son oficialistas. No se ve con buenos ojos que se suplante la voluntad popular por la voluntad particular de conductores engreídos del gobierno. Lo adecuado, lo que corresponde, debería ser acudir a la deliberación abierta del pueblo, deliberación que forma a los colectivos, que fortalece sus organizaciones, además incorpora al pueblo al ejercicio participativo de la democracia, que es la mejor defensa del proceso. Al hacer lo contrario, se socaban las bases del proceso, se boicotea y vacía sus defensas, se conspira contra la formación popular, con el aprendizaje de su propia experiencia. Se ha reducido la política al manejo limitativo de grupos de poder restringidos; se ha reducido la política a los secretos de Estado. Secretos guardado por monjes políticos y pitonisas, que hacen de coro de estas formas de dominación masculina y expresiones de las estructuras patriarcales del Estado. 

Las tareas del Tribunal Constitucional

Además de velar por la supremacía de la Constitución, ejercer el control de constitucionalidad, y precautelar el respeto y la vigencia de los derechos y las garantías constitucionales, el TCP tiene que garantizar el proceso de transformación estructural e institucional, que implica la construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico. El TCP debería constituirse en uno de los principales dispositivos, no solamente del cumplimiento de la Constitución, sino también y sobre todo, del avance de profundización del proceso de transformaciones en la transición. Empero el TCP ha confundido sus tareas, se considera una célula más del partido, lo que es peor, un apéndice del ejecutivo; entonces cree que su tarea principal es legitimar el accionar del gobierno. Esto convierte en inconstitucional al TCP, al no cumplir con sus funciones y sus atribuciones. Desde su resolución sobre el conflicto del TIPNIS, particularmente sobre la consulta impuesta por el gobierno, que quiebra toda la estructura normativa y conceptual de la consulta, establecida en la Constitución y en los convenios internacionales, hasta la última resolución sobre los artículos de la Ley Marco de Autonomías y Descentralización Territorial, lo único que ha hecho el TCP es aparentar que cumple con algo, cuando deja pendiente la mayor parte de los contenidos en cuestión, deja lo esencial del problema, la constitucionalidad o no de las leyes promulgadas por el gobierno.

El mismo pleito con el magistrado Cusi ha develado el vegoso comportamiento de subordinación al ejecutivo y a los encargados de la Asamblea Legislativa de controlar al TCP. No se entiende que cuando se está en el campo estatal, no se puede seguir actuando bajo las directrices inmediatas y directas de la jefatura del partido, como cuando no se era gobierno, como cuando no se asumía todavía tareas estatales. Las funciones estatales son ocupaciones institucionales, las tareas que se cumplen son institucionales, responden a una estructura normativa y administrativa, sobre todo a mandatos constitucionales. Aunque se tenga que seguir la orientación partidaria, se tiene que seguir esta orientación mediada institucionalmente. Esta confusión, esta subordinación, suspende los mecanismos institucionales sustituyéndolos por obediencia partidaria. Esta conducta, lejos de favorecer al gobierno, ya no hablaremos de fortalecer al Estado, lo debilita profundamente, aunque se crea que coyunturalmente se ha cumplido con astucia las órdenes. Las victorias aparentes del gobierno en los temas constitucionales consultados, incluyendo las ambiguas resoluciones mencionadas, son pírricas, duran coyunturalmente; a mediano y largo plazo carcomieron la institucionalidad y la credibilidad del gobierno. 

Si realmente quisiera el TCP cumplir con su mandato debe revisar todas las leyes promulgadas por el gobierno, comenzando con las principales, las estratégicas, las que deberían ser fundacionales. Sería muy triste asistir a la historia de un Tribunal Constitucional intrascendente, sobre todo a la historia del primero, después de promulgada la Constitución. Un tribunal que no haya aportado en nada en la crisis y dilemas del proceso, un tribunal, que, en el mejor de los caso, se debate en sus ambigüedades, sin determinación. Sin embargo, este parece ser el camino. 

Ante este panorama institucional desolador, hay que recordar que, en todo caso, el tribunal efectivo es el pueblo, donde radica la soberanía. El pueblo tendrá que pronunciarse, dar su palabra, tomar posición, ante lo que ocurre. Al final, es también su corresponsabilidad la que se juega en la marcha de los acontecimientos políticos. 

icono-noticia: 

SIMULACIÓN POLÍTICA

Raúl Prada Alcoreza

¿Qué es un impostor? ¿Un embaucador? ¿Un charlatán, un mentiroso, un embustero, un tramposo, un defraudador, un simulador, un falaz, un fanfarrón, un estafador? Hemos mencionado una lista de sinónimos. ¿El impostor es uno de los sinónimos? ¿Es toda la lista, comprendiendo una curva de posicionamientos y de estilos? Todo depende de lo que queramos significar, lo que queramos decir, quizás lo que queramos describir, mediante aproximaciones figurativas. Empero, la pregunta más difícil es ¿quién es el impostor? ¿Qué clase de sujeto es el impostor? Además de preguntarnos ¿hay el impostor? ¿Es ese el problema o es otro? Fuera de añadir un problema nuevo o otra característica del problema enunciado, ¿si al que llamamos impostor no cree, no considera que lo sea, no es consciente de que actúa en función de una simulación, sino que efectúa su puesta en escena creyendo efectivamente en el guión, que en este caso no sería un libreto, sino un drama personal, historia de vida, el recorrido tortuoso de una subjetividad partida; es decir, una escisión de la personalidad, una actuación comprometida con su propia ilusión? No es fácil resolver estas tramas subjetivas. Pero, entonces, ¿podemos usar este término, impostor, impostura, para referirnos a alguien que actúa constantemente ante un supuesto público, auditorio convertido, en el imaginario del sujeto en cuestión, en masa de espectadores? Hagamos la pregunta directa: ¿es el político un impostor? ¿Actúa permanentemente ante el pueblo, población reducida, en su imaginario, a masa espectadora asombrada de sus actos osados?

Indudablemente el político es un personaje connotado de nuestro tiempo, de nuestra contemporaneidad, moderna, democrática, representativa, de campañas electorales y campañas publicitarias, depuestas en escena colosales y concentraciones multitudinarias. El político no es el anti-héroe de la novela,  sino algo más modesto, es el perfil de sujeto más desvaído de la experiencia de la modernidad, que expresa elocuentemente los dilemas y las tribulaciones del deseo de poder. Hay cierta mediocridad asociada a las atribuciones del político. No se requiere gran talento, aunque algunos lo presuman; no se requiere de una condición moral irreprochable, al contrario ésta puede convertirse en un obstáculo para la necesaria flexibilidad de la práctica política. No se requiere de sabiduría, aunque algunos ostenten de tenerla; tampoco se requiere de compromiso, aunque en el pasado lo haya tenido, aunque entienda ahora que el compromiso es con el Estado, “sagrada” institución que se ha convertido en su causa; antes, en cambio, se trataba de una causa ideal, de la búsqueda de una utopía. Incluso pasa algo extraño con el político, el hombre convertido en político, una especie de pérdida de atributos en aras de un cambalache; si antes tenía cualidades, las pierde ante las exigentes condiciones de presión del ejercicio del poder. No parece haberse dado un género literario que se haya ufanado en descifrar la composición subjetiva de semejante personajes. Hay una que otra novela que se detiene en la historia de una persona especifica, como El señor presidente, también sobre El candidato, y otras más por el estilo; empero, esta narrativa no se dedica a la subjetividad del político, sino al itinerario subjetivo de un renombrado dedicado circunstancialmente a la política, refiriéndose a las características propias de una persona especifica, catapultada a la cumbre borrascosa del poder. Lo que falta es convertir a este sujeto político  en personaje, personaje que tiene características repetitivas, con uno que otro matiz, con una y otra diferencia; empero manteniéndose el perfil compartido. Diríamos entonces tipo, no necesariamente individualizado, sin embargo, dosificado, donde la composición de las características generales parece repetirse. De todas maneras, ahora no estamos intentando hacer una novela ni proponer una, sino intentando analizar las analogías más sobresalientes y repetitivas del político, personaje característico de las ambivalencias de la modernidad y de las suplantaciones de la representación.

El problema o el desafío que nos plantea el perfil ilusionista del político nos recuerda que conocemos poco de los espesores y recovecos de la subjetividad humana. En el caso que nos ocupa, cuando la persona, cualquiera sea ésta, incluso más sencilla, sin mayores pretensiones, se ve sometida, puesta a prueba, en las atmósferas y climas del poder, parece que se desencadena algo en su cuerpo, experiencia que lo transforma, convirtiéndola en alguien que disfruta de ese deleite de poder, que satisface el placer de dominio. Cuando se da lugar a la complacencia, al gusto por el disfrute del poder, la persona ha cambiado, es otra. La subjetividad política es una construcción representativa de este gusto, este deleite y deseo de poder. Entonces el sujeto de esta subjetividad, si se puede hablar así, entra como a un tren que lo encarrila a conservar este escenario, la repetición compulsiva de la escena, esta disposición estructural al poder y a la dominación, que lo ha alejado de los mortales y lo ha acercado a los dioses y los demonios.

Es aleccionador observar el comportamiento de los políticos, sobre todo cuando están en el poder. Las atmósferas y climas de poder, la ceremonialidad  del poder, que forma parte de su suelo, de su territorio institucional, los llevan tan lejos que los desconectan de la “realidad”, por lo menos de aquella vivida cotidianamente por los ciudadanos, a quienes se dirige con sus discursos y para quienes actúa. Lo que dice es siempre legítimo, es siempre la verdad, aunque esta legitimidad devenga de la representación y de la estructura jurídica, aunque esta verdad sea producto del poder, de esa objetividad burocrática del poder que se construye con informes, descripciones oficiales, estadísticas estatales. Por otra parte, el político siempre encuentra argumentos convincentes, aunque cueste sostenerlos empíricamente. Puede convencer del beneficio de proyectos más dudosos o claramente destructivos. Siempre hay una verdad superior, si no es la razón del Estado, es la necesidad de desarrollo, es una estrategia histórica o una geopolítica elaborada para articular un espacio fragmentado.

A veces el político es cuidadoso, hasta cauteloso, otras veces es torpe y arronjado. Le gusta a veces mostrarse pensativo, reflexivo, mostrarse como sabio, como alguien que se detiene a meditar antes de decir alguna palabra; otras veces, en cambio, prefiere amenazar, mostrarse como un castigador, ser inflexible, manifestar su determinación implacables. El político en el poder llega hasta diferenciar los distintos escenarios con mucha sutileza, tiene para cada ocasión un discurso distinto; discierne a los interlocutores, busca agradar a todos con distintas respuestas, con diferentes disertaciones, aunque estas terminen siendo contradictorias. No importa que en un lugar diga una cosa y en otro lugar otra. Lo importantes es convencer o, como dice algún analista político atribulado, acumular convencidos, someterlos a su telaraña, controlarlos, de tal forma que forme parte de sus “tejidos”. Se compara con un “tejedor”, aunque no se sepa qué “teje” exactamente o si su “tejido” termina siendo un embrollo. Lo que importa es su propio auto-convencimiento; se construye una imagen propia, satisfactoria, podríamos decir narcisa. La imagen que tiene de sí mismo la llega a comentar hasta en público, en alguna ocasión imprevista. Ahí aparece como el sabio político, el estratega, el que siempre hace algo con algún objetivo, todos sus actos tienen un sentido, se dirigen a algo. No hay nada improvisado. Los que no se dan cuenta lo que hacen son los mortales, que no tienen el privilegio de sus perspectiva, de ver varios panoramas. Por eso dice, todo depende cómo se mire, de qué panorama se trata, local, nacional, regional, mundial. Cómo se puede ver, tenemos cartas para todo, escoja usted.

El político también se muestra como un hombre sacrificado, hace gala de su entrega, de su renuncia a la vida privada, del tiempo dedicado a las grandes tareas estatales por el bien público. No hay horario. Cuando se dedica a su vida privada sólo es para concederle breves lapsos, pequeños momentos, donde tampoco deja de actuar. Donde vaya, ante los allegados, ante la esposa, ante los familiares, ante los amigos, no deja de ser un actor. Siempre siente que está en un escenario, no puede dejar de desempeñar su función simbólica, es el centro en todas estas ocasiones. Está condenado a repetir el papel de elegido, incluso en la vida privada; las fronteras entre lo público y lo privado se han borrado, después de haberse borrado, hace tiempo, los perfiles de lo que alguna vez ha sido y el personaje que representa. Al respecto, en descuento del sujeto en cuestión, podríamos recordar que todos los políticos también nacen pequeños, parafraseando el título de la película Hertzog: Todos los enanos también nacen pequeños.

Hay por cierto toda clase de políticos, se puede hacer su taxonomía. Empero no podemos perder de vista ciertos rasgos generales que caracterizan un tipo de comportamiento ante la sociedad. La distribución de estas características generales varía, dependiendo de la individualización. Nos interesa definir un tipo, una composición más o menos manifiesta, no tanto como promedio, sino como conjunto de rasgos repetitivos, aunque esta repetición se efectúe de manera variada. Por otra parte, tampoco se trata de perder la variedad misma de políticos, la distribución dosificada de las características compartidas. Ciertamente, como en la base de esta clasificación, aparecen, en su distribución masiva, como una masa significativa de políticos de base, a quienes no les importa las apariencias, son como operadores, cumplen órdenes, optan más bien por satisfacer los caprichos de los “jefes”, compensando su sumisión con la obtención de beneficios colaterales, mas bien pedestres y vulgares, que los placeres del teatro político y la ilusión de prestigio de los jerarcas; prefieren la inclinación al enriquecimiento privado, instalándose en redes clientelares y circuitos de influencia, en mecanismos de extorsión y prácticas de corrupción. En todo caso, de lo que se trata es que todas estas redes sean invisibles o, en el mejor de los casos, opacas. Este sujeto de base, operador, es un político sin escrúpulos, que contrasta con el otro, que ya definimos en parte, el que actúa respondiendo a una trama donde aparece como predestinado. A este último, que es como la cima de una suerte de clasificación de los tipos de políticos, sí le interesan las apariencias; es más bien cuidadoso y evita, en lo posible, hallarse involucrado en actividades pedestres y con intereses vulgares, menos en actividades corrosivas como las relativas a la corrupción. Estos dos tipos, el tipo de político predestinado y el operador vulgar, dibujan no sólo un intervalo de variedades te tipos y perfiles políticos, sino que son como los polos opuestos, que, sin embargo, se complementan, se necesitan mutuamente. El “predestinado” requiere de quienes realicen la guerra sucia, las tareas indecorosas, pues él se encuentra tan alto, tan distante, ejerciendo su labor encomiable en la guerra limpia. El operador, en cambio, requiere del “predestinado” para que ampare y cubra sus propias acciones. Así como la idea de dios requiere la idea del demonio y la idea del demonio requiere de la idea de dios. En la trama celestial, ambas figuras se complementan en la economía política sagrada; en tanto que, en la trama terrenal, las otras figuras se complementan en la economía política del poder.

Siguiendo con la clasificación, como en el medio de esta polarización figurativa de los tipos políticos aparece, en el escalafón de la taxonomía, otra figura política de mando, las autoridades. Éstas cumplen, pero, también deciden; quizás están más cerca de la materialización de las decisiones que las altas jerarquías, los que “sintetizan” la representación, los que simbolizan al Estado. Las autoridades son designadas, son como una extensión del poder de los elegidos; no representan, pero, son como la irradiación de la representación; entonces utilizan esta proximidad y ejercen a su modo, como en una división del trabajo, la dominación. Las autoridades ejecutan, están directamente ligados a los mecanismos institucionales, de ejecución, administración y gestión. Estas autoridades son de la confianza del presidente, gobiernan como en una miniatura del país, que son sus ministerios. Se encuentran también en una cumbre, aunque no de las más altas de la cordillera del poder; por lo tanto también están dentro de escenarios, obligados a puestas en escena, aunque no tengan el alcance y la resplandor de los monumentales montajes y puestas en escena de los jerarcas del poder. Pero, esta experiencia es suficiente, como para padecer también una transformación psicológica. El uso mismo del lenguaje cambia, el tono; no sólo porque tienen que dar órdenes y garantizar la disciplina institucional, sino porque también ellos creen en su papel, siguen el guion, otro libreto. Hablan también a los mortales, quienes tienen que terminar de comprender la situación, las difíciles tareas que les toca emprender, las dificultades técnicas y administrativas de sus gestiones ejecutivas. Estos personajes se involucran directamente, diariamente, no solamente en lo relativo a sus tareas ejecutivas, sino en lo que concierne a su exposición ante la opinión pública. Hacen las declaraciones respectivas, justifican los actos del gobierno, hasta los actos y las frases del presidente. Son los que tienen que mostrar siempre el lado positivo, son los que tienen que darle la vuelta a la adversidad, los que tienen que mostrar que todo anda bien, que todo se hace convenientemente, aunque empíricamente no parezca que eso ocurre. Son los personajes más convencidos de la buena gestión, pero también los que terminan siendo los chivos expiatorios, como se dice popularmente, son los “fusibles”. Sus periodos de existencia son variados; pueden ser improbablemente prolongados, durar la gestión de gobierno, que es lo que menos ocurre; son pocos los privilegiados que gozan de esta perdurabilidad. Las más de las veces sus periodos de existencia son mas bien cortos; salen cada que hay una crisis. Por lo tanto, a diferencia de los “predestinados” tienden, en distintas circunstancias, a manifestar debilidades, a mostrarse a veces inseguros, a asumir su responsabilidad. De lo que se trata es de salvar a las altas jerarquías, a la cúspide del poder. Muchas veces sus reputaciones eventuales terminan rápidamente, se convierten con facilidad en personas odiadas por la población, pues, como hemos dichos, son las más expuestas al escarnio; terminan siendo los culpables.  El pueblo que apoyó al gobierno tarda o  le resulta difícil culpar a la jerarquía del poder, prefiere encontrar la culpabilidad y la responsabilidad en los ministros. Tiene que haber una crisis más profunda, que las periódicas, como para que pueda alcanzar la duda o la interpelación a las altas jerarquías. Las autoridades, estos personajes de mandos medios, cuando caen en desgracia son vilipendiados, incluso pueden serlo por el mismo gobierno; pueden llegar a ser defenestrados. Para ellos, sorprendentemente, los días de gloria terminaron precipitadamente; quedan en el recuerdo. Si bien saben lo que puede sucederles, por eso mismo, al parecer son los más extravagantemente leales, los más pronunciadamente fieles, lo más grotescamente aduladores. Este comportamiento es como una táctica para posibilitar la perduración en el poder. Sin embargo, este comportamiento adulador no sólo es una atribución de estas autoridades, sino parece expandida a la gran masa de los funcionarios públicos. Los subordinados de estas autoridades también optan por esta actitud de manifiesta sumisión al “jefe”. Con esto llegamos a una cuarta figura de los tipos políticos; la del funcionario adulador, en términos aymara popularizado, “llunku”. Este personaje pusilánime, que es de los perfiles más difundido en el campo burocrático, no es propiamente un político, no ocupa un cargo político, sino un cargo burocrático, empero está afectado por ser parte de las atmósferas y climas del poder, donde participa. Si bien no actúa ante un público, como lo hacen la jerarquía y las autoridades, como lo hacen los políticos profesionales, actúa, en cambio, para el “jefe”, para la autoridad a la que está subordinado; entonces también cae en esta conducta teatral de la simulación política, sólo que desde otro lugar.

Hay una quinta figura de la clasificación de los tipos político, ésta tiene que ver con la masa de los militantes. Ellos no están expuestos de la misma manera que las otras figuras de la simulación política, no tienen necesariamente que actuar ante públicos, no tienen imperiosamente que formar parte de puestas en escena, tampoco tienen que actuar ante un “jefe” de oficina; son de alguna manera también el “público”,  pero, esta vez hablamos del “publico” restringido y circunscrito al partido, al “publico” convencido. De manera diferente, ocurre como si los militantes actuaran para sí mismos, compitiendo entre ellos, quién es más consecuente, quién es más “radical” en relación a seguir la línea política del partido. En los “escenarios” donde se mueven los militantes, que son mas bien espacios de convocatoria, ellos, más que actuar, se esfuerzan por ser el ejemplo. Por lo tanto, el perfil del militante es una figura política, no tan ligada a la actuación, sino a la competencia y selección. Esta figura corresponde a la historia de la política, es como un sedimento geológico conservado, de tiempos cuando la política tenía que ver con la entrega y el riesgo, con la participación sin retorno, con el dar sin recibir, con el gasto heroico. Esto ha desaparecido prácticamente, lo que queda son reminiscencias, rudimentos de antiguas funciones fosilizadas. El militante de hoy no es más que una figura opaca y devaluada de lo que fueron los militantes en la época heroica.

De este perfil, de la figura del militante, estamos descartando al oportunista, que más se parece a las otras figuras del político, pues el oportunista también está obligado a actuar, a hacer creer a los demás que le interesa la línea, los objetivos, el programa del partido. Este personaje también monta sus pequeños escenarios, pone en escena sus pequeños dramas, tiende a exagerar en sus exhibiciones, para que no quepa duda que es un militante como los demás. Puede ser que el oportunista sea una sexta figura de la clasificación de los tipos políticos, aunque a él le interese otra cosa y no la política; lo que despliega es más un instinto de sobrevivencia. La política es más un medio para llegar a un fin; por lo tanto, el oportunista se parece más a una figura de los tipos económicos. Para el oportunista la única realidad que existe es la económica, lo demás es una ilusión de los idealistas o de los que confunden la realidad con el poder, los que creen que el poder mueve el mundo, cuando es la economía la que lo mueve; si hay que hablar de poder hay que hablar de economía. No hay más.

Pero, volvamos al militante; cuando llega a ser diputado, senador, parlamentario, alcalde, es decir, representante, entonces cruza la línea, no está tanto en competencia con otros militantes, sino que ya tiene que responder a un público local, tiene que responder a su circunscripción, a los que votaron por él, tiene que responder a su municipio. En este caso ya es un político en el poder, aunque los alcances y extensión de su dominio queden circunscritos. En este caso, la ceremonialidad del poder se repite en escala local, los montajes y puestas en escena son también locales; adquieren el esplendor que puede permitir las condiciones de posibilidad locales. Entonces las tribulaciones del político son las mismas, las presiones que sufre son equivalentes, la composición de las características generales se distribuye dosificadamente de acuerdo a las individualidades e historias de vida específicas y del lugar. Se vuelve a experimentar lo mismo, empero en territorios locales y de una manera distribuida en los sitios y lugares donde se efectúa la simulación política, como expresión teatral del convencimiento, que sustituye al arte de la argumentación, que es la retórica. Estamos ante un universo proliferante de simulaciones políticas, con todos sus matices, variaciones, distribuciones, efectuadas en distintas escalas. Estamos ante uno de los fenómenos característicos de la modernidad, las puestas en escena, la simulación, la teatralización de las relaciones sociales. No se crea que la simulación política sea la única forma de simulación, al contrario, forma parte de distintas formas, maneras y modalidades de simulación. La modernidad ha hecho estallar en grande estos procedimientos plásticos, que ciertamente se encontraban también en otras épocas y sociedades, empero estaban situados y fijados a determinadas expresiones culturales o estrategias; en cambio en la modernidad estas expresiones, estas puestas en escena, desbordan, se han convertido en la forma de comunicación por excelencia; la sociedad misma se ha convertido en un gran teatro, no sólo político, sino de todas las formas de simulación posibles. La publicidad es un ejemplo de lo que ocurre; en el comercio contemporáneo es más importante la publicidad de la mercancía que la calidad de la misma. Se simula que se satisface necesidades, cuando lo que se hace es buscar la única necesidad real del capitalismo, la acumulación ampliada incesante. La simulación política no es más que una de las formas de simulación de una modernidad teatral.

Vamos a hacer dos anotaciones más; una sobre lo que ocurre en el Congreso, que debería ser el escenario por excelencia de la retórica, de la locución espectacular, el auditorio de la concurrencia discursiva, por lo tanto donde la simulación política se explaye. Extrañamente, en la actualidad, ocurre lo contrario. Es el lugar donde menos se habla, no hay ningún esfuerzo por convencer, por argumentar para convencer, por esforzarse en los discursos para encandilar. Se ha convertido en el lugar donde es preferible callarse, guardar silencio, bajo perfil, pues lo que se quiere de uno es el voto, no la deliberación. Esto ciertamente es un contraste, una paradoja, pues siendo la política una puesta en escena, ocurre que el lugar privilegiado para hacerlo, el parlamento, no lo hace, por lo menos en su forma retórica y discursiva. El Congreso se ha convertido en un lugar opaco, una zona de silencio, un espacio mudo donde se ejecuta mecánicamente la votación, se impone la mayoría. Sólo algunos hablan a nombre de todos, son los elegidos por el presidente del Congreso; empero lo hacen no para convencer sino para significar el sentido de la votación de la mayoría, pues el acto de votar y la existencia de la mayoría tiene que tener un significado; este es el decidido en otro lugar, en el ejecutivo. El espacio de la deliberación se ha convertido en un espacio de ejecución, en la prolongación del aparato de ejecución. Hay que darle atención a esta paradoja, pues nos dice mucho sobre la estrategia y estructura de la simulación política. Si el lugar instituido para deliberar, el parlamento, es donde precisamente no se delibera, ¿dónde se ha trasladado la deliberación? ¿Ha desaparecido? No tanto así; pues los grandes montajes políticos, la ceremonialidad apabullantes del poder, las puestas en escena, las campañas publicitarias y propagandísticas, la concurrencia comunicacional, han sustituido a la práctica deliberativa, a la deliberación misma. Es en estos lugares donde se legitima la decisión política antelada.

La otra anotación que queremos hacer es sobre la mujer y la política; concretamente explicar por qué hablamos de el político y no la política también. Primero, porque no hay una política feminista, no hay una política de las mujeres; en todo caso, esta practica alterativa y alternativa iría más allá de la política, que es como un campo de dominio del hombre. Segundo, cuando las mujeres terminan haciendo política lo hacen prácticamente de manera masculina, como “machos”, sustituyen a los hombres en prácticas masculinas, basadas en la complicidad de la fraternidad.  En el peor de los casos terminan siendo adornos o decorados, como se dice popularmente “floreros” en un dominio de los hombres. Esto merece una crítica radical de las mujeres a la política, a la simulación política; en este caso, a la simulación política o demagogia de que se le da lugar a la mujer, que se respeta sus derechos, abriendo espacios para su participación. Estas participaciones y porcentajes de participación, incluso en el cincuenta por ciento, no son otra cosa que la incorporación de las mujeres al mundo masculino, su conversión masculina, usada como legitimación de la dominación masculina. 

icono-noticia: 

Páginas