Opinion

LAS MENTIRAS PARA LA GUERRA
Ser Crítico
Consuelo Espinoza
Viernes, 28 Abril, 2017 - 10:47

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"Expreso más pena, arrepentimiento y disculpas de lo que nunca llegarán a saber o imaginar" dijo, aparentemente apesadumbrado, el ex primer ministro británico Tony Blair (1997-2007) en julio de 2016, luego de que se hiciera público el Informe Chilcot que lo responsabiliza de haber metido a su país en la guerra de Irak basándose en una gran mentira: la posesión de Sadam Hussein de armas de destrucción masiva.

 

El Informe Chilcot, una investigación independiente sobre el papel del Reino Unido en la invasión de Irak (2003), demuestra cómo Blair y el ex Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ya hablaban del derrocamiento del mandatario iraquí en octubre de 2001, sólo un mes después del ataque contra las Torres Gemelas en Nueva York y la importancia que era para ellos lograr el máximo consenso internacional para la acción militar y dotar de argumentos para tal decisión.

 

A través de misivas intercambiadas entre ambos líderes, Blair hablaba sobre presentar evidencias de las supuestas armas químicas y biológicas prohibidas del mandatario iraquí y de sus vínculos con Al Qaeda; pruebas, que, finalmente, nunca se concretaron pero que le sirvió a la coalición liderada por Estados Unidos, Reino Unido y España como excusa para intervenir militarmente ese país en marzo de 2003.

 

El Informe Chilcot, basado en una investigación que duró siete años, ratifica lo que todo el mundo daba por sentado: Sadam Hussein no suponía una amenaza inminente para Estados Unidos y sus aliados, porque carecía de armas de destrucción masiva.

 

Ya en diciembre de 2008, el propio George W. Bush reconoció durante una entrevista televisiva que uno de los mayores errores durante su gobierno fue hacer caso a los informes de inteligencia que afirmaban aquello. "El mayor arrepentimiento de toda mi presidencia tiene que ser el error de inteligencia en Irak. Mucha gente se jugó su reputación al decir que las armas de destrucción masiva eran una razón para derrocar a Sadam Hussein", expresó a la cadena estadounidense ABC News.

 

Aquel acto de agresión contra un país soberano basado en pretextos falsos costó la vida de al menos 134,000 civiles entre el 2003 y 2013, según un estudio publicado por el Instituto Watson de Estudios Internacionales de la Universidad de Brown (EEUU).

 

Sin embargo, pese a los miles de muertos, heridos, desplazados y la ruptura del frágil equilibrio en que vivía esa región del mundo que ahora se desangra en guerras y actos de terrorismo, Tony Blair en su rueda de prensa de julio de 2016, luego de aparentar arrepentimiento, agregó con total cinismo: "Admito y asumo la responsabilidad de los errores en la planificación y el proceso. Acepto mi entera responsabilidad por aquellos errores, pero eso no es contradictorio con lo que digo, que creo que tomamos la decisión correcta. El mundo está mejor y es más seguro”

 

¿Más seguro? Desde que el régimen de Saddam Hussein cayó, los iraquíes no han tenido un solo día de paz.

 

Hussein podía llegar a ser implacable y mortífero. Condujo a su país a una serie de guerras desastrosas y provocó que su país recibiera sanciones internacionales. Pero con el beneficio de una retrospectiva de 14 años de guerra, el mundo que existía antes de marzo de 2003 parecía estar más calmado. Al menos, dicen los iraquíes, había ley y orden.

 

Entonces, ¿cuáles fueron los motivos reales que provocaron la invasión y posterior ocupación de Irak?

 

En 2002, el entonces vice primer ministro iraquí, Tariq Aziz, dijo que la amenaza de acciones militares contra su país estaban realmente motivadas por el petróleo.

 

Irak es el tercer exportador mundial de petróleo, después de Arabia Saudita y Rusia, llegando a producir en 2016 más de 12 millones y medio de barriles de petróleo por día. La producción antes de la invasión estadounidense era de unos 2,8 millones de barriles diarios y se espera que para el año 2035 se tenga ingresos por un monto de $US 5 billones de dólares por exportación de petróleo, un promedio de $US 200.000 millones al año, según la Agencia Internacional de Energía (AIE).

 

Eso es suficiente dinero como para que los iraquíes vivan en una cómoda bonanza, pero, no, hoy Irak es un país en ruinas donde el 23 por ciento de su población vive bajo el umbral de la pobreza.

 

Entonces, ¿Quién se queda con las ganancias de las ventas del petróleo?

 

La revista inglesa The Economist se refirió a que los contratos de exploración, explotación y comercialización están principalmente en manos de compañías petroleras angloamericanas como Exxon Mobil, BP y Shell.

 

El Informe Chilcot concluye demandando al Gobierno británico que no vuelva a acudir a una guerra “sin las adecuadas consideraciones previas”, recomendaciones que la actual primera ministra, Theresa May, decidió ignorar por su afán, junto al de Estados Unidos y Francia de intervenir militarmente otro país, esta vez, Siria y como el caso de Irak basándose en mentiras: el uso de armas químicas por parte del gobierno de Bashar Al Assad contra su pueblo.

 

Al Assad reiteró en varias oportunidades que su gobierno no empleó armas químicas, ya que se deshizo de ellas en 2013 luego de un acuerdo logrado con la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) para su traslado y destrucción fuera de su territorio.

 

Haciendo un análisis de los hechos, no tiene sentido que Al Assad lo arriesgue todo con un crimen de esta naturaleza luego de que, con el apoyo de Rusia recuperara zonas que estaban bajo el control de terroristas mientras que en el plano político lograra avances sobre el alto al fuego en reuniones patrocinadas por Rusia y Turquía más el apoyo de Irán llevadas a cabo en Astaná, capital de Kazajistán y Ginebra, Suiza desde diciembre de 2016. Encuentros que por cierto, algunas facciones de extremistas decidieran boicotearlos con su inasistencia.

 

Desde que se conociera el ataque químico perpetrado a principios de abril, Rusia solicitó la realización de una investigación imparcial que incluya a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, además de peritos a fin de esclarecer los hechos y a la que el gobierno de Al Assad se mostró predispuesta. Pero, que, sin embargo, fue rechazada por Estados Unidos y la OPAQ.

 

El gobernante sirio ha asegurado que el ataque químico atribuido al ejército es un montaje al 100% fabricado por Occidente para justificar el ataque de EEUU a su país, cosa que sucedió el pasado 7 de abril cuando la Casa Blanca ordenó el lanzamiento de misiles de crucero contra una base aérea situada en Homs.

 

El ataque químico no es más que otra falsa bandera, es decir, cometida por terceros con la intensión de que pareciera obra de Al Assad, para justificar de esta manera una intervención militar extranjera tal como sucedió en Irak.

 

Y es que no hay que pasar por alto que Siria es un territorio rico en yacimientos petrolíferos y gasíferos, además de constituirse en un bastión antioccidental en Oriente Medio junto a Irán.

 

Rusia y Siria han manifestado su temor de que nuevamente se produzcan ataques con armas químicas para culpar a Bashar Al Assad. Es una lógica preocupación. El presidente sirio está en la mira de Estados Unidos y sus aliados desde que se inició la guerra en 2011.

 

Y es que se trata de un juego geopolítico y geoestratégico donde los colonialistas siempre ganan.

 

La autora es periodista y politóloga

Twitter: @consuelo4470