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La guerra de Siria lleva más de cinco años y se ha cobrado la vida de más de 366.000 personas según el último informe publicado por el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH).
El dolor que se vive en ese país mediterráneo desde marzo del 2011, cuando estalló la guerra, es incuantificable. De acuerdo a esta organización establecida en el Reino Unido, Siria ha perdido el 15% de su población y la esperanza de vida ha caído en 20 años, según cifras de Naciones Unidas. De los 75.0 años de media de esperanza de vida en 2010 se ha pasado a 55.7 años.
Un conflicto que empezó como una insurrección civil evolucionada de pequeñas protestas debido a las medidas económicas liberales adoptadas en el 2005 por el gobierno del presidente Bashar Al Asad que incrementaron las desigualdades sociales y el deterioro de las condiciones de vida de la población, además de la corrupción política y los abusos de los derechos humanos, ha terminado en un campo de batalla en el que se entrecruzan la lucha por el poder e intereses económicos, petrolíferos y geoestratégicos de los países de la región y las potencias mundiales.
Y en el medio de todo un maremágnum de grupos armados “rebeldes” de diversa índole conocidos en Occidente como la “oposición siria” y el Estado Islámico (EI, ISIS o DAESH), el grupo terrorista más poderoso de los últimos tiempos con su propio califato, un sistema de gobierno de la ideología del Islam que se extiende desde Alepo en el norte Siria hasta la provincia de Diyala en el este de Irak.
La primera víctima
“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”. Esta frase, atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917, fue pronunciada hace casi cien años durante la Primera Guerra Mundial. Esta frase, verdadera en su tiempo y en su contexto histórico, puede aplicarse al conflicto sirio por la manipulación informativa desplegada por los medios de comunicación hegemónicos mundiales.
Desde el inicio del conflicto la prensa occidental se ha dedicado a bombardear a la ciudadanía con imágenes y noticias referidas a la situación bélica en base a cuatro ejes: la despiadada represión y matanzas del “régimen tiránico” sirio, la “resistencia” pacífica de la población a la “dictadura” de Al Assad, el papel humanitario de las potencias occidentales o “comunidad internacional” de apoyo al pueblo sirio en su lucha por la libertad y la democracia; y por último, la censura de las informaciones sobre el papel que desempeña Estados Unidos junto a sus aliados europeos, especialmente, Francia y el Reino Unido, además de Israel, Turquía, Arabia Saudita y Catar en la creación, financiamiento y apoyo militar y logístico a las bandas mercenarias autodenominadas “rebeldes”.
La ex Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, hoy la candidata favorita para ocupar el despacho oval de la Casa Blanca, admitió en una entrevista concedida al medio digital The Atlantic en diciembre de 2014 que la milicia del ISIS o EI ha sido creada por la Casa Blanca pero que se le escapó de las manos. “Hemos fracasado en crear una guerrilla anti Assad creíble…El fracaso de este proyecto ha llevado al horror al que estamos asistiendo hoy en Irak”, confesó.
No es la primera vez que la primera potencia bélica mundial interviene en asuntos internos de otros países dejando un reguero de muerte, dolor y destrucción. Pasó con la invasión de Irak de hace 13 años con el argumento principal de la existencia de armas de destrucción masiva, denuncia masificada por los medios de comunicación occidentales, que luego se confirmó como falsa pues nunca se pudo descubrir tal armamento ni los supuestos vínculos de Sadam Hussein con la red terrorista Al Qaeda, fueron una excusa para enmascarar el asalto a las terceras reservas de petróleo convencional del mundo.
Pasó con Libia en el 2011 bajo la justificación de la intervención de EE.UU. y la OTAN para proteger a los civiles de las atrocidades que cometían las fuerzas leales al gobierno de Muammar el Gadafi, pero que en realidad enmascaraba intereses siniestros.
El artículo del New York Times titulado Hillary Clinton, “Smart Power and a Dictadors´s Fall” en su primera parte y “A New Libya, With Very Little Time Left” en su segunda parte escrito por los periodistas Jo Becker y Scott Shane a fines del mes de febrero del 2016, dimensionan en toda su magnitud el papel de primera línea que desempeñó la ex Secretaria de Estado Hillary Clinton en fomentar el derrocamiento de Gadafi, la destrucción de Libia y la apropiación de sus riquezas naturales.
Con el mismo guión de protección de civiles, el Consejo de Seguridad de la ONU estuvo a punto de aprobar en agosto de 2013 una resolución propuesta por el Reino Unido para intervenir militarmente en Siria ante la “evidencia innegable” de que Al Assad atacó a su población con armas químicas. Intención que no prosperó ante el veto de tal resolución por parte de Rusia y China.
Apoyo a Siria
Pero el conflicto Sirio va más allá de las legítimas protestas iniciadas en un principio por mejores condiciones de vida económicas y sociales, responde a intereses externos, petrolíferos y geoestratégicos de Estados Unidos, sobre todo, ya que la ofensiva mediante intermediarios iniciada en 2011 pretende derrocar al presidente Al Assad, “balcanizar” Siria y construir un gasoducto que atraviese ese país. Además, porque Siria es un bastión antioccidental en Oriente Medio junto a Irán que apoya la resistencia y lucha del pueblo palestino contra el régimen israelí.
En cuanto a recursos naturales, Siria nunca ha sido un gran productor de petróleo. No obstante, desde que en los años cincuenta se desarrollaron sus primeros campos, ha producido lo suficiente como para cubrir la mayor parte de sus necesidades internas y dejar un margen para exportar a un nivel modesto.
En 2014, el Estado Islámico (EI) logró hacerse con gran parte del negocio del petróleo de Siria, lo cual le ha proporcionado ingresos y combustible para llevar a cabo sus ofensivas tanto en Siria como en Irak. Sin embargo, no ha conseguido asegurarse unos precios significativos para el crudo en este último país.
Luego de más de cinco años de guerra sangrienta, el presidente Bashar Al Assad se ha mantenido en el poder, aunque ha perdido el control de grandes franjas de su país. Su poder radica en el apoyo militar, diplomático y financiero de Irán, Rusia y el movimiento libanés Hizbolá. Igual de importante para la supervivencia de Al Assad ha sido mantener el apoyo de la mayor parte de las minorías sirias y una mayoría suficiente de musulmanes sunitas.
Esto le ha ayudado a captar la lealtad de gran parte de las fuerzas armadas, otro factor crucial por lo que se ha mostrado más fuerte de lo que muchos esperaban.
“Siria ha sido víctima de una crisis artificial provocada por insurgentes armados”, aseguró al término de una discusión en la ONU el embajador sirio, Bashar Al Jaafari. El representante recalcó que Siria hace mucho que habría superado los problemas internos si el apoyo de “los jugadores externos” a los insurgentes hubiera cesado.
Al igual que en todos los conflictos armados, los medios de comunicación hegemónicos tuvieron y tienen un papel trascendental en la falsificación de la realidad para crear en la sociedad una opinión favorable a intervenciones militares por razones geopolíticas que, evidentemente, quedan ocultas en la propaganda informativa.
“Si no estás prevenido ante los medios de comunicación, te harán amar al opresor y odiar al oprimido”. Malcom X
La autora es periodista y politóloga
Twitter: @consuelo4470
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