A quien corresponda

"MARIDOS OPRIMIDOS"

Jenny Ybarnegaray Ortiz

Tuvo que llegar el feminicidio a la casa de la prensa nacional para que, finalmente y después de años de gestión, la Asamblea Legislativa Plurinacional tuviese a bien tratar el proyecto de ley mediante la cual se pretendía sancionar la violencia en contra de las mujeres bolivianas.

No es mucho lo que sabe acerca del contenido de la ley, salvo que eliminaron once artículos del proyecto en debate y que, como resultado del mismo, los miembros de la cámara de diputados introdujeron la “pequeña” modificación de “toda persona”, de modo que la ley no sólo sancionaría la violencia en contra de las mujeres sino de cualquier persona que fuese víctima de violencia. Con tan dichoso agregado, también se modificaría el título de la norma que dejaría de ser “Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia” para convertirla en “Ley Integral para Garantizar una Vida Libre de Violencia”, pretendiendo de este modo otorgarle un carácter “verdaderamente integral”.

Según trascendidos de la prensa, el proyecto fue debatido en la cámara de diputados por aproximadamente quince horas. Este debate debió ser transmitido por los medios de comunicación del estado, para dar cuenta de lo que piensan las diputadas y los diputados acerca del tema, para conocer qué imágenes, criterios, pensamientos, juicio y prejuicios contienen sus ideas. Digo esto porque, de verdad, me provoca una enorme curiosidad conocer qué argumentos condujeron a semejante despropósito. ¿Es que no hay manera de hacer entender a las y los representantes del pueblo que lo que se está tratando en este proyecto de ley es la violencia basada den género? ¿Acaso no les queda claro que cuando nos referimos a ley “integral” estamos hablando de una norma que sancione todas las formas de violencia en contra de las mujeres?

Pero, ahí aparecieron seguramente los y las oportunistas para “colgarse” de los beneficios y resguardos que se pretende, siquiera en una oportunidad, otorgar a las mujeres. Ahí aparecieron los “maridos oprimidos” para reclamar su parte de la torta y las/los no menos oficiosos representantes de los derechos de todos los sectores para recordar a los “padres/madres de la patria” que “cualquier persona” puede ser víctima de violencia, lo que está por demás registrar porque ciertamente todas las personas podemos serlo, aunque no todas somos igualmente vulnerables a la violencia basada en género, que es lo que se pretende poner de manifiesto con esta norma.

Entonces quizás sucedió que tan “dignos representantes del pueblo” pusieron la cara circunspecta para asentir con mucha seriedad una verdad de Perogrullo y modificar en su esencia el contenido de la ley, con una absurda e ignara pretensión de ecuanimidad, lo que no me sorprende en absoluto. Aquí cabe preguntarles ¿qué tienen para exhibir estos oportunistas de última hora para equipar la violencia en contra de las mujeres a la de “cualquier persona”? Y, si tan “integral” pretenden que sea la ley ¿por qué no incluir ahí mismo todas las formas de violencias habidas y por haber, como por ejemplo la violencia estatal, los crímenes de guerra y las demás formas de violencia registradas en el código penal?

¿Cuántos maridos/ concubinos/ novios y cónyuges han muerto en manos de sus parejas de sexo femenino (o masculino, en caso de los gay) en los últimos cinco años. ¿Cuántos de ellos han sido despojados de sus bienes, de su dignidad y de su autoestima? ¿Cuántos pueden exhibir en sus cuerpos cicatrices de quemaduras, cortes, fracturas y otros tipos de lesiones infringidas por sus parejas? Y si los hay, de seguro serán excepciones –en una proporción imposible de equiparar– que confirman la regla, de que son las mujeres quienes por decenas de miles están en condiciones de exhibir su condición de víctimas de violencia basada en género.

En otro ámbito, quizás más sensible por su dimensión y condición de vulnerabilidad, está la niñez y adolescencia que sin duda alguna también es víctima de violencia. Sin embargo, para información de las y los “ecuánimes” legisladores, existe una “Convención Internacional sobre los Derechos del Niño” que tiene rango de ley al haber sido suscrita y ratificada por el estado boliviano y existe un “Código del Niño, Niña y Adolescente” (Ley Nº 2026 de 27/10/1999) que contiene más de 300 artículos en resguardo de los derechos de este sector de la población. Entonces ¿cuál la necesidad de incorporarlo en la norma que se está tratando ahora? Similares argumentos se pueden presentar con relación a otros sectores de la población, como los de los colectivos TLGB, las personas con discapacidades y hasta los jóvenes que prestan el servicio militar obligatorio quienes, por cierto, con harta frecuencia también son víctimas de violencia.

Dudo sinceramente de que tal despropósito logre ser revertido en la cámara de senadores porque, aunque ahí existe una proporcionalidad de género más equilibrada que en la cámara de diputados, también hacen mayoría quienes, como Rebeca Delgado y Flora Aguilar, creen haber logrado un gran avance al haber incorporado a “todas las personas” como sujetos de la norma.

De aprobarse la ley con la distorsión mencionada, espero que al menos las organizaciones de mujeres levanten banderas de dignidad para denunciar una nueva traición al proceso de reivindicación de los derechos de las mujeres y no vayan allí a aplaudir acríticamente su sanción, como “gran avance” del “proceso de cambio”.

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LA VIOLENCIA NO ES NATURAL

Jenny Ybarnegaray Ortiz

 Hoy quisiera escribir acerca de algo diferente, de algo que no tenga que ver con la violencia hacia las mujeres, pero no me lo permiten. Los acontecimientos horrorosos de esta y las anteriores semanas están clavados en mi mente como agujas que no me dejan pensar en otra cosa. No terminamos de salir de la indignación ni de la bronca producida por el asesinato de una mujer, y aparece otra, y otra, y otra más, ¡Cómo duele este largo duelo sin pausa!

En un mismo día, dos mujeres fueron horriblemente agredidas por sus parejas. En la madrugada del martes 12 de febrero, en La Paz, el oficial de policía Jorge Raúl Clavijo Ovando asesinó a su esposa, la periodista de la red televisiva PAT, Hanaly Huaycho Hannover, delante de su hijo de 5 años de edad, e hirió a la madre de ésta. La víctima denunció en reiteradas oportunidades a su agresor sin lograr llamar la atención de las autoridades, quienes hicieron caso omiso de su demanda de socorro. El asesino está prófugo de la ley. El mismo día, en Santa Cruz de la Sierra, Andrés Yuri Kuljis Parada se agazapó dentro del domicilio de su expareja, la empresaria Lenny Flores, para terminar apuñalándola reiteradas veces, robándole el dinero que tenía reservado para pagar a sus empleados y salir huyendo de allí. Lenny se encuentra hospitalizada, con grave pronóstico médico, las heridas causadas por el agresor comprometen seriamente su posibilidad de sobrevivir. El criminal también se encuentra prófugo, amparado por quién sabe qué gente desalmada. 

Ahora bien, estos casos no son “novedosos” ni extraordinarios, no hay semana que pase sin que tengamos conocimiento de algún hecho de violencia contra las mujeres. Según información difundida por la red PAT el día de ayer, en el año 2012, al menos 112 mujeres han muerto en manos de sus parejas, y no continúo ofreciendo cifras porque, simplemente, parece no conmover ni mover a la acción urgente de las autoridades llamadas por ley. 

Ayer, la ciudad conmovida y consternada, marchó hacia la plaza Murillo demandando justicia y acción inmediata de las autoridades. A cambio, recibió chorros de gas lacrimógeno, como si las lágrimas contenidas requiriesen de agentes químicos para brotar de los ojos. Y quienes se pusieron a la cabeza de la marcha y del sepelio fueron, ni más ni menos que esas autoridades, esas ministras, diputadas y senadoras a quienes estamos reclamando desde hace tanto tiempo que pongan atención en un tema que poco les preocupa y frente al cual actúan menos. Mujeres todas que hasta poco estuvieron del otro lado del poder, algunas de ellas abanderando nuestras comunes causas y que cuando llegaron a puestos de decisión las olvidaron o las postergaron. Mujeres todas que no escatiman tiempo ni oportunidad para sobarle el lomo al jefazo, para festejarles sus burdas e inaceptables “bromas” hacia las mujeres en general e incluso hacia ellas mismas. Mujeres que frente a inauditos hechos de violación de derechos humanos de otras mujeres, tratándose de perpetradores pertenecientes al propio partido de gobierno, se hacen a la de la “vista gorda” cuando no salen a declarar minimizando hechos y culpas. ¿Cuál de ellas estuvo presente en el sepelio de alguna de las otras 112 víctimas de feminicidio del año pasado? Lo más probable es que ninguna y me atrevo a conjeturar que tampoco hubiesen estado presentes ayer si no se hubiese tratado de una muerte tan trágica y tan mediática, debido al hecho de que en esta oportunidad la víctima es una periodista por quienes muchos y muchas reclaman. ¡Todo esto es absolutamente indignante! 

Desde hace mucho tiempo que las mujeres venimos demandando una Ley Integral Contra la Violencia Hacia las Mujeres sin lograr que el poder legislativo tome esta iniciativa en sus manos. Hace por lo menos cuatro años, desde que se aprobó la nueva Constitución Política del Estado, una constitución que en su artículo 15º reconoce el derecho de las mujeres a una vida sin violencia, el proyecto de ley estuvo durmiendo en los escritorios de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), pasando de comisión en comisión, de especialista en especialista, yendo y viniendo del Viceministerio de Igualdad de Oportunidades a la ALP una y otra vez. 

El año pasado, con el nombramiento de dos mujeres a la cabeza de las cámaras de diputados y senadores, teníamos la esperanza de que tomaran este proyecto de ley como prioridad. Pero, la ALP no mueve una uña sin orden presidencial. Por fin, a fines del pasado mes de enero, Evo Morales tuvo que dar la orden para salir del atolladero en que se vio envuelto su partido tras la violación cometida en diciembre de 2012 por uno de sus correligionarios, el asambleísta departamental de Chuquisaca Domingo Alcibia, contra una trabajadora del servicio de limpieza, hecho que estuvo muy bien escondido por las autoridades de la gobernación y del que ni siquiera hubiésemos tenido noticia sin mediar la filtración de una filmación del crimen, obtenida a través de las cámaras de seguridad. 

Solo así, bajo orden presidencial, las presidentas de las cámaras –la ratificada presidenta de senadores, Gabriela Montaño y la recién nombrada presidenta de diputados, Betty Tejada– tomaron la decisión de tratar el proyecto de ley mencionado. Una muestra más de la lamentable dependencia del primer órgano del estado respecto del segundo, dependencia que llega al extremo de haberse invertido el orden de prerrogativas de los órganos del poder público, a punto de que el órgano ejecutivo es el que le marca la agenda, no importa de qué tema se trate ni de qué urgencias existan. 

¡Enhorabuena! Seguramente la aprobarán para el 8 de marzo, día internacional de las mujeres, con bombos y platillos, como la gran cosa ¡que hicieron ellas y ellos! Anoche, escuché la explicación que hizo la senadora Montaño de los alcances de la ley, como también escuché sus amplias y profundas reflexiones acerca de las causas y consecuencias que conlleva la tan extendida violencia hacia las mujeres en nuestro país, lo que no me dejó duda acerca del hecho que ella comprende y conoce muy bien de lo que habla. Entonces me pregunto con asombro ¿y sabiendo todo eso, como fue que en tanto tiempo no pudo hacer algo efectivo para poner este proyecto de ley en la agenda del órgano legislativo con carácter de urgente prioridad? 

Esta gente no termina de sorprendernos con sus ocurrencias. Ayer no más, el vicepresidente cometió tremendo exabrupto diciendo que al asesino de Hanaly habría que “tratarlo como a sidoso”, como si un enfermo de SIDA mereciese ser tratado como un criminal, y por la tarde la presidenta de la cámara de diputados, muy consternada, declaró que promoverá bautizar la nueva ley con el nombre de la periodista asesinada, como si las otras cientos y miles de muertas no mereciesen igual homenaje. ¡Es demasiada impostura! 

Las preguntas que vienen enseguida son ¿después de la promulgación de la ley qué? ¿Para cuándo estará lista la reglamentación que la haga efectiva? Y, una vez que la ley esté reglamentada, ¿destinarán presupuestos suficientes para ejercer justicia?, ¿quién se ocupará de enseñar e instruir a operadores de justicia el contenido intrínseco de la norma?, ¿quién se ocupará y cómo se logrará un verdadero “lavado de cerebros” de funcionarias y funcionarios públicos encargados de hacer justicia, de modo que algo más importante que la propia norma cambie en el ejercicio de la justicia? ¿Y qué hay de la institucionalidad pública encargada de tomar a cargo la responsabilidad sobre políticas públicas orientadas a la eliminación de la violencia en contra de las mujeres?  

Hasta la fecha y desde que se inició este “proceso de cambio”, ya hemos recibido reiterados reveses en respuesta a estas preguntas: la reglamentación de las normas demora más tiempo del que toma la construcción de las mismas, nunca se contemplan presupuestos suficientes para encarar las responsabilidades que la norma implican, y de la institucionalidad pública que tanto reclamamos, la respuesta sigue siendo “¡¡para qué!! si vivimos en perfecta complementariedad andina (chacha-warmi)” y cualquier reivindicación de derechos de las mujeres es considerada un “invento del neoliberalismo” que nada tiene que ver con nuestras sacrosantas culturas ancestrales. 

Así vivimos en esta Bolivia del "proceso de cambio" donde nada ha cambiado en lo sustancial, particularmente para nosotras las mujeres, salvo en la parafernalia simbólica y mediática que hace pensar que en Bolivia está sucediendo algo extraordinario porque un hombre de origen indígena arribó a la más alta magistratura del poder. No señoras, no señores, aquí no está sucediendo nada extraordinario, los problemas que teníamos las mujeres no ha variado en absoluto, inclusive se puede decir que han empeorado o quizás se han hecho más visibles. Sería absurdo afirmar que el feminicidio y la violencia en contra de las mujeres se ha iniciado en este periodo, no creo que exista una sola voz inteligente capaz de semejante disparate; pero, lo que no me voy a cansar de reclamar es que en periodos previos de gobierno no existía una CPE tan protectora de nuestros derechos humanos, ni hubieron las promesas de cambio por los que tantas mujeres (y hombres) apostamos con tanto entusiasmo. Por lo tanto, no me vengan con el desafío de “propón algo, no basta con reclamar”, porque muchas propuestas he hecho a lo largo de estos años, pero esta gente no escucha proposición alguna que no provenga de su propia entraña y hace caso omiso de los reclamos que se les hace porque, a quienes reclamamos lo que en justicia corresponde, simplemente nos colocan el mote de “enemigas/os del proceso de cambio” y hacen oído sordo a cuanto les decimos. 

Por lo tanto, hoy prefiero mirar al otro lado, mirar de frente a los ojos de cada mujer y de cada hombre que conforman esta sociedad donde se engendra tan horrenda naturalización de la violencia, para decirles de frente y sin tapujos: no señoras, no señores, LA VIOLENCIA EN CONTRA DE LAS MUJERES NO ES NATURAL, ningún hombre del mundo ha nacido con la misión “natural” de convertirse en verdugo de la mujer que está a su lado y ninguna mujer ha nacido predestinada a ser víctima de violencia. Todas y cada una de las personas que vivimos en esta sociedad tenemos la obligación de imponer desde nuestros hogares el principio de que ¡¡en esta casa no se permite la violencia, en esta casa no hay jefes, en esta casa nadie tiene el derecho de maltratar a nadie!! Quizás así, algo de lo que tanto lamentamos estos días, pueda empezar a cambiar de verdad. 

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LA LOCA DEL MINIBUS

Jenny Ybarnegaray Ortiz

Hoy, una vez más, se cumple “disciplinadamente” un nuevo paro “contundente” del transporte público. ¿El motivo? La propuesta municipal de poner orden al servicio que se ha convertido en una de las peores torturas cotidianas que tiene que vivir la ciudadanía paceña de todos los estratos sociales, de todas las edades, sin discriminación alguna.

Sea cual fuese el motivo que originó el paro y sea cual fuese la evaluación del “éxito” o “fracaso” de la medida, lo cierto es que provoca perjuicios a la población que requiere del servicio. Buena oportunidad para quitarme la “espina de pescado que tengo atravesada en la garganta” desde hace un largo tiempo atrás. Y es que las personas que nos vemos en la necesidad de utilizar transporte público estamos sometidas a la "dictadura" de los conductores y sus dirigencias. 

Al parecer, en su gran mayoría, éstos no tienen la más remota idea de lo que significa "servicio público", creen que nos hacen un favor del que deberíamos estarles "eternamente agradecidos". Esta actitud se extiende a conductores de cualquier tipo de vehículo, sea taxi, radio-taxi, minibús, micro o colectivo –en La Paz no usamos moto-taxi ¿será igual?– y cualquier tramo, sea urbano, interprovincial o interdepartamental.

Creo que todas las personas que usamos estos servicios podríamos aportar con anécdotas cotidianas que ilustren la anterior afirmación. Les cuento una: me transportaba en minibús de la zona sur hacia el centro, dos cuadras antes del Obelisco anuncié al conductor que iba a descender y, para asegurarme, le pedí “por favor, maestro, estacione cerca de la acera”. Llegamos a la esquina, luz roja del semáforo, el vehículo parado en el segundo carril y el chofer que me dice “aproveche señora, bájese no más”. Le respondo “no me voy a bajar aquí, aproxímese a la acera, por favor”. Cambio de luz del semáforo, el conductor parte raudo y le vuelvo a pedir que pare, vuelve a parar en el carril del medio, le vuelvo a reclamar, entonces una pasajera me increpa diciéndome “oiga, señora, loca te pareces, no perjudiques, bajate no más, pues”. Para terminar el cuento, porfiada como soy, logré descender dos cuadras más arriba, ya cerca de la Pérez Velasco, obligando al conductor a estacionarse al borde de la acera. A pesar de estas ingratas experiencias, he decidido no dar brazo a torcer, no desciendo de un vehículo si no se estaciona cerca de la acera, reclamo cuanto abuso del que soy testigo y no permito que me atropellen, así me llamen “la loca del minibús”.

Sobre el tema de las tarifas, es cierto que hacen muchos años que están "congeladas" gracias a la subvención de los carburantes que realiza el Estado; también es cierto que los choferes y sus familias no "comen carburantes" y que los costos de la canasta familiar suben día a día. Por esto, considero que la propuesta municipal de un incremento moderado de las tarifas, con tal de poner orden al caos que han impuesto los choferes, me parece racional y apropiada. Todo esto se traduce en un concepto básico: reciprocidad. Si las y los usuarios de servicios de transporte público recibiésemos buen trato y los servicios estuviesen realmente regulados de modo que al abordar un vehículo tuviésemos la seguridad de que no vamos a sufrir atropellos, podríamos estar (en la medida de nuestras posibilidades económicas) a pagar una tarifa racional. 

Por ejemplo, los TRUFI (Taxis de Ruta Fija), yo estaría dispuesta a pagar Bs. 5 por un servicio de la zona sur al centro de la ciudad con la condición de que ELIMINEN EL "quinto pasajero". Cuando abrieron la primera línea, a principios de los años setenta, los vehículos eran de marca norteamericana, más anchos que los modelos japoneses actuales, diseñados para cuatro pasajeros, pero sin ninguna consideración admiten ¡seis personas!(incluido el chofer)con absoluta incomodidad para todos ¿y así pretenden subir la tarifa?

Los radio-taxis, que en un tiempo eran un servicio útil y relativamente accesible, hoy ya no lo son. No hay manera de abordar un vehículo de este tipo sin antes “negociar” la tarifa con el conductor porque cobran lo que les viene en gana. He intentado comprender la racionalidad económica de los choferes y no lo he logrado porque es ABSOLUTAMENTE DISCRECIONAL. ¿Cómo se explica que por el mismo servicio uno cobre Bs. 20 y el otro pretenda que se le pague Bs. 35? Las autoridades deberían obligarles a usar taxímetrosal menos, así se reduciría esa abusiva discrecionalidad. 

Por otro lado, es inaudito cómo la gente parece estar tan condicionada a los abusos, que nada dicen ante los mismos. En muchas oportunidades me he sentido “la loca del minibús”, porque cuando he reclamado alguna situación, como por ejemplo que el chofer se detenga a cargar combustible con el vehículo lleno de gente, o cuando parten sin esperar que la gente tome asiento, o cuando una persona de la tercera edad procura abordar el vehículo con dificultad y el chofer se impacienta, o cuando se obliga a los niños a sentarse en el respaldo del asiento delantero haciéndose un bollito humano, o cuando paran en el carril del medio y dicen “aproveche señora” (para descender) con el riesgo de que nos atropellen, NADIE DICE NADA. En consecuencia, existe una suerte de “naturalización” del maltrato a los pasajeros que éstos los viven sin protesta y los otros asumen como “normal”.

Lo que más falta nos hace es ¡educación ciudadana! Éste es un tema sobre el que las personas que usamos los servicios debiéramos de manifestarnos “contundentemente” y dejar de soportar estoicamente los abusos de todo tipo a los que nos vemos sometidas. Una por otra, si la gente soporta el maltrato, el chofer abusa sin medida. A la inversa, si la gente exigiese buen trato y no estuviese dispuesta a sufrirlo e impusiésemos nuestros derechos–con el mejor buen humor posible– éstos se verían en la obligación de modificar su conducta. Un simple ejemplo: ¡no descienda del vehículo hasta que el chofer no estacione correctamente en el borde de la acera, exija al conductor que estacione donde debe y deja de “aprovechar” (la luz roja del semáforo o el embotellamiento) para descender en medio de la calzada poniendo en riesgo tu vida!

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BOTÓN COLORADO

Jenny Ybarnegaray Ortiz

En estos días me ha invadido una vorágine de sentimientos innombrables, y es que la violencia en contra de las mujeres, las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes aparece de manera cotidiana, como si fuera la cosa más normal, mostrándonos la cara más repudiable de esta sociedad enferma que poco o nada hace para poner coto a tanta tropelía.

Los hechos

En octubre del año pasado, el cruel asesinato en Sucre de Sarah Hochsttäter, una joven que llevaba trece semanas de embarazo, en manos de su compañero y padre de la criatura,Andrés Abastoflor, me provocó una reflexión en torno al hecho de que la violencia en contra de las mujeres se da en todas partes, “hasta en las mejores familias”[1], lo cual no es asombroso pero sí poco sabido –salvo que llegue a tal extremo– ya que “esas familias” se cuidan bien de que sus problemas domésticos no trasciendan las puertas de su hogares. Éste no fue un caso aislado, una publicación del CIDEM, fechada el 10 de diciembre del de 2012 señalaba que “sólo entre enero y octubre de este año se registraron [en la prensa] 71 casos”[2] de feminicidio en el ámbito nacional. Por lo general, esos crímenes se producen dentro de los hogares que, se supone, deberían ser los lugares donde las personas se encuentran más y mejor protegidas. Es por eso que rara vez salen a la luz pública y, en caso de que así suceda, la gente suele verlos como noticias de crónica roja, las leen, se escandalizan y pasan la página.

Afortunadamente no pasa lo mismo cuando las acciones de violencia en contra de las mujeres se dan en el ámbito público o cuando quienes protagonizan actos de violencia son hombres públicos y es que éstos, como no puede ser de otra manera, están en la mira de los medios de comunicación. Así nos anoticiamos recientemente, por ejemplo, de que a mediados del año pasado la esposa de Justino Leaño, asambleísta nacional (MAS), lo denunció por abuso sexual a su propia hija de 12 años de edad (desde que tenía 7), que el 20 de diciembre de 2012, Domingo Alcibia, asambleísta departamental de Chuquisaca (MAS) cometió un inaudito acto de violación en contra de una trabajadora de la Gobernación de Chuquisaca y  que el día 18 de enero de 2013, José Chura Tola, concejal de Palca (MAS), fue remitido preventivamente a la cárcel de San Pedro acusado de desfigurar e intentar violar a su ex concubina. Estos “casos” suelen tener mayores repercusiones en la prensa y provocan justificadas reacciones de repudio por parte de la sociedad.

Para muestra bastan estos botones que, por cierto, son apenas unos cuantos de los cientos y miles de casos de violencia en contra de mujeres denunciados cotidianamente ante los estrados judiciales, las fiscalías, la policía y ante cuanto espacio público o privado existe en defensa de los derechos de las mujeres, sin que por ello se conozca de acciones efectivas orientadas a dar a la sociedad el mensaje de que esto es intolerable y que tiene sanción legal. Ni qué decir de tantos y tantos casos de violencia que ni siquiera son denunciados debido a múltiples razones, entre otras, debido a que la gente no confía en la justicia precisamente por lo antedicho.

Las reacciones individuales

Lo que más asombra y acongoja  ante estos hechos es la reacción de la gente, de muchas personas que tienen acceso a los medios para emitir opiniones o que simplemente se expresan a través de las redes sociales. Lo que he podido percibir es, por una parte, demasiadas expresiones que muestran a una sociedad que tolera la violencia en contra de las mujeres como si fuese algo natural o algo inevitable y que coloca en nosotras, las mujeres, la mayor responsabilidad sobre estos hechos. Expresiones como “qué pena, pero ella debería cuidarse, no debería beber a ese extremo” (caso Alcibia), “qué tonta, cómo fue que se metió con ese tipo” (caso Abastoflor), “¿y qué hacía la madre de esa chica que no la cuidaba y que recién denunció?” (caso Leaño) o “qué estúpida, no debería abrirle la puerta a su expareja” (caso Chura), las he leído en demasía como para que no llame mi atención ni me preocupe.

También se escuchan  reacciones que procuran minimizar los hechos, como la de un columnista de Los Tiempos[3] que se pregunta “¿Violación?” y comienza su artículo señalando que lo que él vio en las imágenes no fue otra cosa que “una pareja teniendo sexo nada menos que en la sala de reuniones de ese órgano legislativo”. Este señor no condena el hecho, condena el lugar donde se lo ha perpetrado. También hay quienes se atreven a decir “¿acaso es la primera vez? Si esto siempre ha sucedido, la única diferencia es que el tipo se hizo pescar, no sabía que habían cámaras filmándolo todo”. Inclusive, un grupo de tipos “muy simpáticos” quisieron ponerle al asunto una nota de humor, armaron y transmitieron a través de las redes sociales un cartel de “buscado” del asambleísta que incluía la advertencia (a las mujeres, por supuesto) de “cuidado, no se agachen…”.

Ciertamente, del otro lado, existen múltiples voces de condena, expresiones de indignación y rabia, voces de mujeres y hombres, incluso de algunas instituciones que, sobre todo, desde las redes sociales y desde algunas columnas de opinión en la prensa expresan su condena ante tanta brutalidad. Es una bronca casi impotente frente a la impunidad que se ha hecho norma, frente a quienes tienen el poder de decidir y hacer y, sin embargo, dicen poco y hacen menos, o dicen todo lo contrario de lo que se espera en un estado que ha reconocido que las mujeres tenemos el derecho de vivir sin violencia en la propia Constitución Política del Estado.

Los poderes del Estado

Cómo no van a escucharse esas reacciones individuales, cuando en el ámbito político las autoridades gubernamentales reaccionan con actitudes auto-defensivas, considerando que toda denuncia en contra de sus correligionarios es, en verdad, parte de una conspiración destinada a desestabilizar al gobierno y, en lugar de sancionar oportunamente y como es debido a estos sujetos, buscan excusas tan endebles, como la que intentó el Gobernador de Chuquisaca, señalando que lo sucedido en la sala de reuniones de la Asamblea Legislativa Departamental se debió a que “la derecha” había colocado “algo” en las bebidas de sus correligionarios. También exponen reacciones cínicas e insensibles, como cuando la ministra de justicia instó a la víctima a denunciar el hecho, porque se trata de un “presunto” delito de orden privado, siendo que las imágenes transmitidas por TV son absolutamente elocuentes y no dejan lugar a dudas sobre el innegable acto de abuso del que fue objeto aquella mujer. ¡Indignante!

Desde el órgano legislativo, tenemos una  Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) que no es capaz de tomar iniciativas ante estos hechos sin recibir órdenes superiores porque, ya lo sabemos, los y las oficialistas no son “librepensantes” y están impedidos/as de ejercer la representación política que se les ha otorgado con el voto, porque sólo representan los intereses de su partido. Mientras que las y los opositores cargan las tintas en la militancia política de los acusados y se lavan las manos ante hechos que cometen sus respectivos correligionarios. Tuvo que mediar el asesinato de dos concejalas, Juana Quispe del municipio de Ancoraimes y Daguimar Ribera Ortiz del municipio de Guayaramerín, para que la ALP reciba la orden presidencial de tratar la Ley Contra el Acoso y Violencia Política Hacia las Mujeres y, ahora, tuvo que mediar semejante ignominia, para que el presidente instruya a las presidentas de las cámaras el tratamiento urgente de la Ley Integral Contra la Violencia Hacia las Mujeres. Aunque las normas son imprescindibles, también hay que decir que ya estamos saturadas hasta la coronilla de tantas que no se cumplen, de leyes que se promulgan y que no tienen el respaldo de políticas públicas y presupuestos para hacerlas plasmar en ejercicio efectivo de derechos. ¡Saludo a la bandera!

Ni qué decir del ámbito judicial, órgano que no tiene independencia alguna, que ha sido cooptado por el poder ejecutivo y donde todo funciona con absoluta lentitud, donde nadie se hace cargo de nada si no es “a instancia de parte”, donde los casos duermen por meses y años sin que nadie pueda hacer que eso cambie, salvo que medie el “aceite” de las chequeras o la orden del ejecutivo. ¡Justicia que tarda no es justicia!

Responsabilidad social

Frente a este panorama desolador cabe preguntarse ¿qué (nos) está pasando?, ¿cuál es el origen de tanta tolerancia, insensibilidad, indiferencia ante estos hechos? Por supuesto que existen explicaciones de orden estructural, como que esto se debe a la sólida vigencia de esa estructura patriarcal tan arraigada en las instituciones como en el inconsciente colectivo e individual; explicaciones de orden coyuntural, como que vivimos un periodo en que todo está “puesto de cabeza” (para bien y para mal); explicaciones más o menos razonadas, explicaciones más o menos convincentes ¿De qué sirven?

Lo cierto es que esto que (nos) está sucediendo no es algo que se pueda o deba mirar de reojo sin reaccionar, es de responsabilidad individual y colectiva, es de responsabilidad estatal e institucional, es NUESTRA responsabilidad poner un alto a la violencia en contra de las mujeres, en contra de las niñas y niños, en contra de cualquier persona cuyos derechos estén siendo vulnerados.

Mientras se siga enseñando a las niñas y a los niños a cantar “Botón Colorado mató a su mujer…” como si fuese la cosa más normal, se continuará inculcando la idea de que la violencia en contra las mujeres es un “derecho natural” de los hombres por ser “más fuertes” y que nada ni nadie puede cambiar eso. Mientras las mujeres continúen soportando la violencia en silencio, nada cambiará radicalmente. Mientras los hombres que cometen actos de violencia en contra de las mujeres continúen impunes, nada les hará entender que lo que hacen es intolerable. Mientras los padres y las madres continúen apañando a sus “querubines” desde la infancia y no les enseñen responsabilidad frente a las demás personas, todo seguirá como hasta ahora. Mientras las vecinas y los vecinos cierren sus puertas y ventanas para no escuchar los gritos de alguna mujer, de algún niño o niña que está siendo objeto de violencia, nada puede cambiar.

Somos nosotras, son ustedes, personas individuales y colectivas, soy yo, eres tú que lees estas líneas, quienes debemos tomar en nuestras manos la responsabilidad de que cambie este estado de situación aterrador. Desde el lugar que ocupemos en la vida, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, tenemos el deber ineludible de desnaturalizar la violencia en contra de las mujeres, las niñas, los niños y adolescentes que son quienes la sufren en mayor proporción que otros grupos sociales. Tenemos la obligación moral de denunciar, de exigir, de involucrarnos en cuanta acción sea necesaria para poner fin a tanta brutalidad expuesta. Ya es hora de acabar con todo esto, ya es hora de desterrar la violencia de nuestras vidas, nadie lo hará por nosotras si no actuamos en consecuencia.

[1]          Ybarnegaray O., Jenny (2012). Sucede hasta en las “mejores familias”. Disponible en: http://goo.gl/GcAi8 (y otros sitios)

[2]         http://goo.gl/stV00

[3]        Ref.: http://goo.gl/w4biF

Botón colorado
mató a su mujer,
con un cuchillito
de punta alfiler,
vendo, vendo,
tripitas de mala mujer,
(Fragmento de una ronda
infantil tradicional boliviana)

 

 

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