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Los seres humanos que vivimos en sociedad generamos una dinámica constante en todos los ámbitos, especialmente políticos para el control de la economía. Unos buscan vivir del trabajo y explotación de los demás y otros hacer que la riqueza que se genera se comparta entre todos.
Los primeros, aquellos que sustentan la posición de que se debe explotar al otro para vivir mejor, han estado presentes en la historia de la humanidad por muchos siglos, así se han erigido fortunas en base a la fuerza de trabajo ajeno y la apropiación de las riquezas que la naturaleza ofrece, negando el derecho al acceso a ellas a los otros seres que comparten el mundo. Son los denominados neoliberales o derechistas.
Los que piensan que el mundo es común a todos, socialistas o izquierdistas, luchan por arrancar el poder de las manos de la oligarquía para instituir otra forma de vida donde las diferencias entre humanos no sean abismales, en que no sean pocos los que tengan majares en la mesa y millones esperen que caigan migajas para sobrevivir.
En Bolivia, desde su fundación controlaron el Estado quienes creyeron que tenían el derecho de explotar a los demás, haciéndoles trabajar inmisericordemente para el aprovechamiento de las riquezas naturales, usurpando tierras, haciéndose dueño de vidas y haciendas, continuando el sistema económico y político dejado por los invasores mal llamados colonizadores.
En las últimas décadas ese sistema fue impuesto y mantenido a capa y espada, combatido a los “izquierdistas” sin contemplación alguna, miles de pensadores que luchaban por una nueva institucionalidad fueron perseguidos, masacrados, desaparecidos y no pocos arrojados en vida al mar como sucedió durante la vigencia del “Plan Cóndor” que abarcó a varios países del continente, donde reinaba el terror bajo las dictaduras militares y gobiernos de facto.
En esa dinámica constante que crea el pensamiento y voluntad humana, hace un poco más de una década surgen los llamados “populismos” y llegan al poder no por la vía armada sino a través de las urnas, otra forma de lucha contra la opresión, la discriminación, el desprecio del otro por el color de la piel, la procedencia o el apellido; evitar que las riquezas generadas en la patria sean expoliadas hacia otras potencias del mundo, dejando sólo residuos inservibles como se hizo a lo largo de cientos de años.
Esa lucha por el control del poder se mantiene constante, sin treguas, sin límites, sin contemplación alguna; entonces los gobiernos “populistas” de Latinoamérica se deterioran, caen y la oligarquía capitalista vuelve a ascender al mando. Lo último que se ve es la realidad del Ecuador sin Rafael Correa como candidato, la “derecha” muestra una aglutinación importante que puede dar lugar a la segunda vuelta eleccionaria.
El instrumento político de Evo Morales en Bolivia, el MAS, demuestra que tiene la capacidad de movilizar masas en torno a la continuidad de su mandato más allá de 2019 visibilizado en ocasión del denominado “21F”. Es que tiene un plan de gobierno hasta el 2025 y el liderazgo del actual presidente es innegable; pero no se puede negar que la oposición se alza en base a los descontentos originados al interior y fuera de la agrupación gobernante.
El centro de unión en el MAS es el carisma de Evo, sin él el globo formado por multitudes puede explotar en astillas por la interacción de grupos en conflicto al interior del “proceso de cambio”, que significaría la pérdida de poder que sustentan actualmente los movimientos sociales, sindicalistas mineros, campesinos, empresarios arrimados, sectores de clase media y otros que no llevan convicción sino oportunismo.
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S-210217
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