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Hubo tiempos en que el ejercicio del periodismo no era fácil. Se exponía la vida para decir la verdad y se tenía que caminar con el testamento bajo el brazo. No era cuestión de acomodarse según el soplo del viento sino era convicción, línea, entrega, se corría junto al pueblo sufrido, hambriento, perseguido. Eran otros aires.
Hoy es difícil saber de qué lado estarían muchos comunicadores sociales y no pocos que se creen periodistas; más bien son los opinadores, los que hacen fácil las entrevistas vía teléfono celular y siempre a los mismos personajes, tienen sus “caseros” para cazar la noticia, ya no van a la fuente y mucho menos contrastan o verifican la “primicia” que lanzan sin antes evaluar y pensar el impacto que tendrá en la sociedad. Resulta que al final lo que se lanzó era mentira, con los daños ya ocasionados porque es demasiado fácil echar lodo al nombre, el apellido y la honra de las personas.
Como no había decenas de emisoras de radio como hoy ni tantos tabloides escritos y ni en sueños se pensaba en los periódicos digitales que ahora existen, entonces quienes hacían periodismo eran conocidos, se sabía su filiación de pensamiento, no pocos también estuvieron al servicios de los regímenes de facto, las dictaduras, eran voces temidas en las cadenas radiales y de televisión que se imponía a determinadas horas. Algunos se ocupaban de brindar circo y pan al pueblo para distraer la atención cuando en algún lugar el minero, el fabril, el maestro, el campesino… estaba siendo masacrado.
En la década de los 70 y principios de los 80 del pasado siglo, los trabajadores de las radios mineras, que a determinadas horas hacían una cadena clandestina para defender los intereses de los trabajadores, eran cruelmente perseguidos, entonces había emisoras en onda corta cuyos transmisores inclusive se instalaban en interior mina o eran custodiados por los mismos obreros durante las 24 horas; pero ni aún así se salvaban del desmantelamiento, tomados presos los obreros del micrófono, residenciados, exiliados o desaparecidos y los equipos totalmente destruidos al igual que muchas sedes sindicales.
Nombrarlos sería olvidar algunos; pero ahí estaban los del Consejo Central Sud en directa comunicación con Siglo XX, Catavi y en muchas ocasiones lideraba la Nacional de Huanuni.
Lo más cercano, Radio Sumac Orcko, arma del Sindicato de los metalúrgicos de Unificada, que en 1985 fue silenciada definitivamente; pero cumplió su labor junto a los mineros, el pueblo, con un transmisor de Frecuencia Modulada que en esa época era novedad y que se enlazaba con AM; pero era portátil, transportable; se instalaba en una caseta de sereno en Velarde, (hoy entregado a las cooperativas), de pronto en las oficinas de Pailaviri y finalmente en interior mina donde sus trabajadores cumplían una huelga de hambre de más veinte días para oponerse al famoso D.S. 21060 que fue el inicio de la relocalización y el cierre de las minas del Estado.
Su periodistas también en la clandestinidad soportaban las jornadas con pan de pulpería, sardinas y la coca de sus hermanos mineros; pero jamás callaban la voz frente a las injusticias, las detenciones de los dirigentes, las amas de casa que también estaban en la lucha y no pocos sacerdotes que al lado de los obreros ofrecían sus parroquias para ocultar a los dirigentes.
Hoy son otras generaciones de periodistas, muchos de ellos no conocen lo que es un estado de sitio, comunicarse en clave, al estilo del santo y seña del soldado para pasar de un lugar a otro, hablar en coba obrera para entrevistar a los dirigentes; pero sobre todo compromiso y lealtad probada a plan de fuego, la dinamita, los gases lacrimógenos y en la familia en la incertidumbre si volverá a casa.
Hoy se habla de la información, comunicación, el entretenimiento social cuando por detrás se trata de facilitar el enriquecimiento del dueño del medio; pero esto se tapa bajo la defensa de la libertad de expresión. No todos; pero se tendría que repensar qué hacemos hoy con el periodismo y de qué lado estamos.
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