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La primera vez que entendí que la pollera se usaba como signo de castigo o desprecio fue cuando un conscripto desertó de las filas del ejército y se desató toda una misión de búsqueda hasta encontrarlo. Cuando lo volvieron al cuartel lo vistieron de pollera, le hicieron pasear por todo el patio de honor y además de imponerle el escarmiento del callejón oscuro, el plantón y luego el calabozo.
Se utilizaba entonces una palabra que hoy no siempre se puede repetir porque se entiende como discriminación, pero quienes pasaron por las Fuerzas Armadas hace algunos años, saben a qué me refiero y cómo era vista la pollera: lo peor que a un efectivo militar le puede pasar.
La pollera también se puede entender en el estatus social como una prenda no siempre aceptable; recordemos la vergüenza que tenía Domi de las polleras de su madre en la obra de Arguedas, hoy criticada y casi vetada por la expresión que este autor tenía por el indígena aimara.
Se ha escrito mucho sobre la pollera, esa vestimenta que se dice que fue utilizada como una burla o mofa de la falda larga que trajeron las mujeres españolas, las pocas que llegaron y que se pavoneaban junto a sus parejas en las calles de las ciudades construidas durante la época del yugo colonial; pero que con el pasar del tiempo se hizo importante, costosa, orgullo y símbolo de pertenencia social.
El ascenso en la sociedad estuvo marcada partiendo de dejar la aimilla y el ajsu por la pollera, luego al vestido y al pantalón; en la actualidad esta escala ha perdido relevancia, más bien hay personas del bello sexo que desean vestir esa prenda tan boliviana y que sólo se podía lucir en una hora cívica de escuela o colegio, el balet u otra ocasión especial, no puede dejarse de lado que las “reinas” se visten de pollera para posar como modelos o publicitar algún producto o artículo de consumo.
Hay presentadoras de televisión que lucen impecables no sólo en su vestimenta sino la expresión de cultura, su profesionalidad y también hay peritas en varias ciencias: judicatura, política (no politiquería), medicina, ciencias económicas y administrativas y todas las ramas del saber. Remedios Loza fue la primera mujer que paseó sus polleras en los pasillos del Parlamento y ocupó un curul en el Legislativo pese al despreció de sus colegas (diputados y senadores) de entonces, la admiración y el aprecio de su pueblo.
En los tiempos actuales la pollera vuelve a ser noticia cuando a un campesino de un municipio del altiplano sus bases, los comunarios, como expresión de castigo le exponen vistiendo esa prenda, además de una manta y el típico sombrero que acompaña a esta indumentaria. ¿Es la pollera hoy signo de vergüenza? ¿Debe ser utilizada de la forma y manera como se quiso hacer ver hacia el público? Mi madre, con mucho orgullo vestía polleras, se fue al más allá también con su prenda que utilizó toda su vida, entonces ¿no debe haber más consideración y respeto a esa prenda tan nuestra, tan boliviana y tan querida?
Llega al colmo del ridículo y la mofa la actitud del presidente del senado, el Gringo Gonzales, que en una muestra que no se entiende de qué, viste pollera. ¿Acaso no estamos en tiempos de descolonización?
Estos actos merecen reflexión, análisis y la profundización de más estudio para valorar la indumentaria, su valor histórico, social procedencia, significado, por ejemplo de la cultura Calcha, los Yuras, los J’alkas, de los indomables norte potosinos, de los Yampara de Chuquisaca y de tantas otras de La Paz y también del oriente de Bolivia; respetar su uso, costumbres y tradiciones ancestrales antes que permitir su distorsión hasta en la expresión de danzas que abundan en las fiestas patronales en el país.
Era costumbre en algunos pueblos el vestir pollera a un mal ciudadano y montarlo en burro con la mirada hacia la cola y sacarlo de la comunidad ¿Se alentará todavía esta práctica¬?
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