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Ha sido noticia el hecho de que los maestros que acataron la huelga general de COB en las pasadas semanas, fueron obligados a ponerse de rodillas y recorrer el trayecto hasta la escuela si querían volver a su fuente de trabajo, so pretexto del control social ejercido en algunas comunidades del norte de Potosí.
En otras comunidades y en voz de las organizaciones sociales se exigía la declaratoria de profesión libre del magisterio, con duros ataques a los trabajadores en educación que son los profesionales peor pagados, menos valorados y reconocidos en la sociedad actual y el reciente pasado.
Lo que extraña es que estos hechos precisamente surjan en los sectores donde hasta hace poco, tener una escuela y un maestro era un privilegio porque en el campo sus habitantes eran sometidos a la explotación, el pongueaje, la servidumbre y excluidos de todos los derechos.
Hasta mediados del pasado Siglo, las masas indígenas estaban lejos de ser tomados en cuenta en el sistema educativo que vaya por cuenta del Estado. En algunas comunidades se crearon las escuelas clandestinas perseguidas por el patrón, porque el hacendado creía que la escuela era un atentado a la fuerza de trabajo gratuito, se creía que el indígena nunca debía soñar a ser letrado, sólo campesino, en un sentido despectivo de calidad humana.
Cuando se dio la Revolución del 52, las escuelas paulatinamente fueron expandiéndose al campo, era un verdadero acontecimiento en la comunidad la llegada del maestro para iniciar la clase y otra fiesta para la evaluación y despedida del mentor al final de la gestión escolar. El maestro tenía la misión de demostrar que el niños indígena no era “huraño, hosco, desconfiado y triste”, que además “no era un retardado mental”.
El maestro recibía el respeto, cariño y protección de la comunidad. Se ponía a disposición una acémila para recogerlo de la ciudad hacia la comunidad y viceversa; se intentaba tener el mejor alojamiento y la Junta Escolar era responsable de proveer lo necesario para su manutención: leña, carne, alimentos y seguridad para el maestro que enseña. Eran tiempos en que de verdad se le consideraba un Apóstol de las letras.
Hoy, después de casi 50 años de la apertura de las escuelas en el campo, el maestro es calificado de flojo, huelguero, irresponsable y otros adjejtivos que asoman al desprecio más que la consideración a su labor, tarea que acrecentó la idea de la lucha social, educación entendida en que Bolivia todos somos iguales basado en el respeto a los demás. Fueron los maestros quienes fueron la punta de lanza para entender la interculturalidad, la descolonización, la propuesta de hermanar a la “mayoría de la población de habla originaria y la minoría castellanizada”.
No es cierto que Bolivia sea el Estado Libre del analfabetismo; sería bueno hacer un estudio serio sobre el caso; pero fueron los maestros que aportaron a la campaña del “Yo sí Puedo” para reducir los índices de los iletrados; ¿pero había sido para que sus alumnos se conviertan en sus enemigos? ¿Son ahora sus patrones a chicote y huasca? ¿Los líderes sociales deben recibir la reverencia de los maestros? ¿Son realmente los indígenas quienes humillan a los maestros o simplemente algunos serviles que no entendieron las lecciones en la escuela? ¿No es el maestro quien enseña la lucha por la justicia, el derecho a la tierra, la vivienda y la salud?
En un sistema socialista, de aquellos que avanzaron en la historia de la humanidad y todavía quedan, el profesional más valorado y reconocido es el maestro, junto al médico: el primero vela por la cultura y sabiduría del pueblo, el segundo por la salud de la población y sobre esta base se construye una sociedad donde se “vive bien”.
Hay errores que los gobernantes están dejando hacer y están dejando pasar y si no se controla y reorienta, puede tener consecuencias fatales en el Estado que se quiere construir. Parecen hechos insignificantes y aislados las denuncias de que los maestros han sido echados de las comunidades y otros, puestos de rodillas por haber acatado la huelga, condicionados a no abrir la boca para hacer un reclamo; caso contrario, quedan en la calle. ¡Despedidos…!
¿Ironías en este proceso de cambio?
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